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sábado, 31 de marzo de 2012

Capítulo 8


El cuarto de baño, decorado en tonos dorados y azules, estaba en aquel momento vacío. Mientras observaba a través del espejo a Miley y la veía cepillarse su largo y rubio cabello, Vanessa aspiró con fuerza el aire y sacó el tema al que llevaba tanto tiempo dándole vueltas.

Ness: Me estaba preguntando por Tess -dijo mientras la otra mujer se ponía colorete-. ¿Se encuentra bien ahora? Tengo entendido que en el pasado tuvo muchos problemas.

Miley: ¡Vaya que sí tuvo problemas! Toda la familia estaba preocupadísima por ella, pero a Zac le tocó la peor parte porque ella siempre estaba colgada de él. Ahora puedo decir con alegría que está mucho mejor. Cuando le dieron el alta, sé que a Zac le quitaron un gran peso de encima, igual que a Helen. Bueno, debo irme o llegaré tardísimo. Cuídate. Te veré pronto.

Cuando Miley se hubo ido, Vanessa suspiró. No había adelantado mucho. Lo único nuevo que sabía era que Tess se encontraba bien, que no se debilitaba en alguna clínica.

Pero las preguntas más importantes seguían sin respuesta. ¿Seguía queriendo casarse con Zac? ¿Confiaba en que él cumpliría con su parte del trato? Pero si así era, ¿por qué no estaba con él? Un grupo de mujeres entró en el cuarto de baño, riendo y charlando.

A Vanessa se le ocurrió pensar que si esperaba a que salieran y se mezclaba con ellas despertaría menos sospechas si Zac le estaba echando un ojo al vestíbulo.

Tardaron una eternidad. Ella hizo como si se estuviera retocando el maquillaje mientras esperaba.

Cuando el grupo se dirigió finalmente a las puertas, ella las siguió pisándoles los talones. Tenía miedo de que Zac estuviera esperando, pero una rápida mirada al vestíbulo le demostró que no era así.

Exhalando un suspiro de alivio, se dirigió a la entrada. Un hombre de uniforme rojo le abrió la puerta. Había vehículos entrando y saliendo. Un mercedes plateado esperaba unos metros más arriba con el motor en marcha. Pero no había taxis a la vista.

Ness: ¿Podría llamarme a un taxi, por favor? -preguntó casi sin aliento-.

**: Por supuesto, señora.

Cuando el portero iba a cumplir con su recado, Zac apareció a su lado con el abrigo en el brazo.

Zac: No será necesario, James. La dama está conmigo.

James: De acuerdo, señor Efron.

Mientras Vanessa seguía rígida, sin moverse, Zac deslizó una nota en la mano del portero antes de colocarle el abrigo por los hombros.

Ella había abierto la boca para decirle que no tenía ninguna intención de regresar con él cuando Zac le levantó la barbilla y le acarició suavemente la mejilla con el pulgar.

Zac: Soy plenamente consciente de que tenías los dedos cruzados.

Aunque habló con voz fría, su tono encerraba una mordacidad que la hizo sentirse muy pequeña. Se le sonrojaron las mejillas. Zac inclinó la cabeza y la besó.

Aquella boca hechicera desplegó su magia negra, haciéndole perder la razón. Como si estuviera bajo la influencia de un conjuro, se dejó llevar hasta el coche y tomó asiento en el lugar del copiloto. Zac se colocó a su lado, abrochó los cinturones y se pusieron en marcha antes de que Vanessa pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Cuando pudo reaccionar, cayó en la cuenta de que iban en coche. Zac había dicho poco antes que las carreteras que llevaban a Hethersage estarían impracticables durante al menos dos días. Entonces, ¿por qué no regresaban en helicóptero?

Cuando se lo preguntó a Zac, él contestó con voz pausada:

Zac: No estamos volviendo a Hethersage, al menos no por ahora. Mañana me gustaría ir y pasar allí
la Navidad, pero tengo planes que implican pasar esta noche en la ciudad, en mi apartamento de Denver Court. ¿Tienes alguna objeción?

Ness: No.

Estar en Londres le daría la oportunidad de llevar a cabo su plan con más facilidad.

Pero no podía evitar preguntarse por qué quería pasar la noche allí. Zac no hacía las cosas sin tener una buena razón para ello.

Tal vez era algo que tuviera que ver con Tess.

Ness: ¿Cuáles son exactamente tus planes?

Zac: Quiero ir de compras.

Ness: ¿Y qué quieres comprar? -preguntó confundida-.

No se esperaba aquella respuesta.

Zac: Quiero comprarte un anillo. Un anillo de compromiso -añadió para que no hubiera dudas-.

En el pasado, cuando creía firmemente que él la amaba, aquél habría sido un sueño hecho realidad. Pero ahora le producía únicamente una incómoda sensación de burla.

Ness: ¿Por qué quieres comprarme un anillo si dijiste que lo único que querías era una compensación?

Zac: Digamos que lo hago por el qué dirán. Si eres mi prometida, tendrás cierto estatus.

Ness: Puedes guardarte tu dinero. No quiero ningún anillo. No tengo ninguna intención de seguir contigo. No significo nada para ti, solo querías venganza.


Zac: Me temo que te has convertido en una especie de obsesión y no tengo ninguna intención de dejarte marchar por el momento.

Ness: No puedes obligarme a quedarme.

Zac: No -reconoció-. Pero te quedarás. Una parte de ti lo desea. Una parte de ti que, aunque suene melodramático, sigue siendo mía. En caso contrario no te habrías acostado conmigo anoche ni hubieras salido hoy de Denaught conmigo. -Al escuchar aquella verdad tan grande, Vanessa se quedó pensativa y no dijo nada. Zac siguió hablando-. Tal vez necesites sacarme de ti del mismo modo que yo necesito sacarte de mí. -Ella se estremeció al oír aquellas palabras-. Y para liberarnos ambos, lo mejor es que sigamos juntos hasta que este tormento, esta fijación, esta obsesión o llámalo como quieras muera de muerte natural.

«Si fuera tan fácil»
, pensó Vanessa.

Zac: Ya hemos llegado -dijo entonces deteniendo el coche a la entrada de Marshall Brand, una de las joyerías más conocidas y exclusivas de la ciudad-.

Un portero se hizo cargo del coche mientras un guardia de seguridad uniformado abría la pesada puerta de vidrio y, tras dirigirles una mirada de aprobación, los introdujo en la lujosa tienda.

Parecía un palacio decorado con espejos en las paredes, candelabros de cristal y jarrones con flores recién cortadas. En el centro había sofás forrados de terciopelo y mesas de cristal colocadas sobre gruesas alfombras de color gris perla.

Vanessa miró a su alrededor y le llamó la atención un delicado brazalete de oro que había en uno de los expositores. Durante un instante se quedó ensimismada por su belleza y simplicidad.

**: ¿Señor Efron? -dijo un hombre bien vestido con las sienes plateadas apareciendo de la nada-.

Zac: Sí, soy yo -respondió girándose hacia él-.

Cory: Buenas tardes. Soy Cory Brand -dijo el otro hombre estrechándole la mano-.

Zac: Ella es la señorita Hudgens, mi prometida -la presentó sujetándola por la cintura-. Lamento haber llegado un poco más tarde de lo acordado.

Cory: Por favor, no se disculpe -aseguró indicándoles con un gesto de la mano el sofá más cercano-. Si son tan amables de sentarse, tengo preparada una selección de anillos del tamaño que me indicó que les mostraré encantado.

Mientras Cory procedía a abrir uno de los expositores, se escuchó un ruido seco y al instante apareció una joven con una botella de champán humeante y dos copas de cristal en una bandeja de plata.

Cuando se las hubieron llenado, Vanessa, que se sentía como la protagonista de una película, dio un sorbo a la suya. En ese instante le colocaron delante media docena de anillos, cada uno en su soporte. Había un rubí, una esmeralda, una preciosa aguamarina engarzada en una banda de oro, un zafiro, un racimo de ópalos perfectos y un enorme solitario de diamante.

Todos eran maravillosos, cada uno en su estilo.

Cory: Les dejaré un momento a solas -murmuró retirándose discretamente-.

Zac: ¿Qué te parecen, cariño?

Sorprendida por la utilización de aquella palabra, Vanessa se preguntó qué haría él si le dijera que le parecían todos horribles y salía por la puerta. Pero no tenía el coraje para hacerlo.

Zac: ¿Por qué no te pruebas uno? -insistió-.

Ness: ¿Acaso tengo otra opción? -preguntó con sarcasmo-. En cualquier caso, como vas a ser tú quien lo compre, cariño, preferiría que lo eligieras tú.

Zac sonrió, pero ella sabía que estaba molesto, tanto por su sarcasmo como por su falta de colaboración.

Zac: De acuerdo.

Vanessa sintió una punzada de arrepentimiento. Seguramente Zac escogería el diamante, el que menos le gustaba a ella. No podía negar que se trataba de un anillo magnífico y seguramente la mayoría de las mujeres lo escogerían, pero para su gusto era demasiado grande y algo pretencioso.

Zac: Ésta sería mi elección -dijo eligiendo uno y deslizándoselo en el dedo-. Hace juego con tus maravillosos ojos.

Había escogido la aguamarina. Y se ajustaba perfectamente a su dedo delicado y al mismo tiempo firme.

Si aquél hubiera sido un compromiso real, ése sería el anillo que ella habría escogido. No pudo evitar contemplarlo con los ojos llenos de lágrimas.

Zac le alzó la barbilla y ella lo miró a los ojos. No se atrevía a parpadear para no llorar.

Zac: Pero por supuesto, si tú tienes otra preferencia… -Vanessa negó con la cabeza-. En ese caso, nos lo llevamos -aseguró besándola suavemente en los labios-.

Cory: ¿Han encontrado algo de su agrado? -preguntó acercándose discretamente-.

Zac: Nos hemos decidido por la aguamarina.

Cory: Una elección excelente, si me lo permiten. Es una joya particularmente fina. El color y la claridad son espléndidos. ¿Quieren que se la envuelva?

Zac: No será necesario -se apresuró a decir al ver que Vanessa se la quitaba-. Déjatela puesta, cariño. Me gustaría que la llevaras.

Zac se puso de pie y se llevó a Brand a una esquina para mantener con él una conversación en voz baja.

Cory: Por supuesto que puede hacerse, señor Efron -le escuchó decir Vanessa-. De hecho lo hacemos, y vienen de la misma casa. Si me permite un instante…

Levantó una mano y cuando se acercó una joven le dio unas instrucciones. La joven volvió a marcharse a toda prisa.

Regresó al cabo de unos minutos llevando una caja de cuero color azul marino con el logotipo de Marshall Brand estampado en oro. Se lo pasó a Brand, que la abrió delante de Zac. Tras observar su contenido, le hizo una señal para que volviera a cerrarla haciendo un gesto aprobatorio.

Cory: ¿Quiere que se lo envolvamos para regalo?

Zac: Por favor.

Mientras los dos hombres resolvían las cuestiones monetarias, Vanessa observaba la aguamarina mientras seguía bebiendo su copa de champán.

Se sentía extraña y hecha un lío. La confusión atravesaba su cerebro como las hojas de otoño arrastradas por un remolino de viento.

¿Por qué había insistido Zac en que llevara su anillo? ¿Habría pensado de verdad en su posición, en cómo se sentiría ella ocupando el lugar de amante?

Pero seguro que no. Aquello no encajaba. Si lo único que quería era vengarse, ¿por qué debería pensar en sus sentimientos?

Recordó entonces que Miley le había dicho que cuando ella se fue a Boston se quedó perdido, y se preguntó si tal vez en el pasado la quiso un poco…

Pero estaba claro que ya no era así, aunque desde luego la deseaba. Había admitido que estaba obsesionado con ella, que necesitaba liberarse de ella.

Pero eso seguía sin explicar por qué había insistido en que llevara su anillo.

Y seguramente, Tess no estaría conforme con que otra mujer llevara un anillo de su prometido aunque aquello no significara nada.

¿O sí estaría de acuerdo?

Tal vez sí, si deseaba con tanto ahínco estar con Zac podría llegar a estar de acuerdo con las condiciones que él impusiera.

Vanessa suspiró y, concentrándose, comenzó a considerar las cosas desde otra perspectiva. Durante todo aquel tiempo había culpado a Zac por tratar tan mal a Tess, por renegar del trato que había hecho. Pero tal vez si no la hubiera conocido a ella en aquel momento, si no se hubieran convertido en amantes, habría seguido adelante y se hubiera casado con Tess.

Vanessa no se hubiera ido conscientemente con el hombre de otra mujer, pero nunca le había preguntado a Zac si estaba libre, solo lo había dado por hecho. Así que tal vez ella también tuviera su parte de culpa. Aquél era un pensamiento poco reconfortante. Ya tenía bastantes cosas de las que sentirse culpable.

Haciendo un tremendo esfuerzo, Vanessa trató de aclarar la confusión de su mente para decidir qué camino debía tomar. ¿Huiría a la primera oportunidad que tuviera? ¿O tomaría el sendero agridulce que la llevaba a quedarse con Zac para que él la tomara cuando quisiera?

No, pensó con certeza. No podía hacer eso con la sombra de Tess planeando sobre ella.

Pero amándolo como lo amaba, ¿conseguiría encontrar la fuerza suficiente para dejarlo?

Seguía sin tomar una decisión cuando Zac regresó con dos paquetes de regalo.

Zac: ¿Nos vamos?

Preguntándose si uno de los paquetes sería para Tess, Vanessa se puso de pie.

Brand los acompañó hasta la puerta. Fuera caían algunos copos de nieve, añadiendo un toque mágico a aquella escena navideña. Zac la guió hacia el coche. El portero de la joyería les abrió la puerta.

En cuanto estuvieron en marcha, Vanessa se dio cuenta de que le costaba trabajo reprimir los bostezos. Se preguntó adormilada si su cansancio se debía al champán o al jet lag. Pero estaban lejos de Denver Court, y Zac, al ver que se le cerraban los ojos, la atrajo hacia sí con un brazo mientras con otro sujetaba el volante.

Sintiéndose cómoda, en casa, Vanessa se dejó llevar y, con la cabeza apoyada en su hombro, se adormiló.

Cuando llegaron a su destino y detuvieron el coche en la entrada, se despertó de manera natural y miró a su alrededor. Seguía nevando levemente, como si fuera confeti que cubriera las huellas de los vehículos. Vanessa se sentía recobrada por la siesta y con la cabeza despejada.

Zac: ¿Te sientes mejor ahora?

Ness: Sí, estoy bien.

Zac: Perfecto. Más tarde cenaremos en el Starlight Room.

Recogieron sus abrigos y sus cosas y bajaron del coche. Cruzaron el vestíbulo, decorado con un árbol de Navidad lleno de adornos y tomaron el ascensor para subir al ático. Como siempre le había ocurrido en el pasado, sintió los nervios a flor de piel y el estómago encogido.

Cuando llegaron, Zac abrió la puerta, dejó los paquetes y encendió las luces.

Sintiendo una punzada en el corazón, Vanessa se dio cuenta de que nada había cambiado. Era el mismo espacio al que Zac la había llevado hacía más de un año. La diferencia estaba en que el patio y la zona ajardinada estaban ahora cubiertos de nieve.

Mientras observaba caer los copos, recordó lo delicioso que había sido el verano en que lo conoció, cómo bebían vino tinto y hacían el amor bajo el sol. Lo felices que habían sido. Consciente de que aquél era un camino peligroso, intentó apartar de sí aquellos recuerdos, pero le resultó imposible.

Volvió a sentir deliciosamente sobre ella su peso, y el calor del sol sobre el rostro. Aspiró el aroma de su loción para después del afeitado y el olor de las rosas del patio, saboreó el vino tinto de su lengua y la dulzura de sus besos…

Zac: Un penique por tus pensamientos.

Ness: ¿Cómo?

Zac: Estabas a miles de kilómetros -dijo mientras ella se apartaba de la ventana-. Tenías una expresión absorta y anhelante, como si dentro de tus pensamientos estuvieras haciendo el amor. -Al ver cómo se le sonrojaban las mejillas, continuó-. Creo que he metido el dedo en la llaga. ¿Y con quién estabas? ¿Conmigo? -Vanessa se mordió el labio inferior y guardó silencio-. Mientras te excite, me da igual de quién se trate -aseguró encogiéndose de hombros. Llevó los paquetes a la habitación de invitados y los dejó allí. Se disponía a ayudarla a quitarse el abrigo cuando sonó el teléfono del salón-. Perdona un segundo -se disculpó-. Debe ser la llamada que estaba esperando.

Y salió cerrando la puerta tras él.

Preguntándose si se trataría de Tess, Vanessa se alegró de que no hubiera teléfono en el dormitorio. En caso contrario, se habría sentido tentada de escuchar.

Recordando entonces lo que Zac había dicho de cenar en el Starlight Room, se dio cuenta de que no tenía nada que ponerse. Pero para su sorpresa, al girarse se dio cuenta que encima de la cama había todo lo que una mujer podía necesitar: productos de tocador, un neceser para meterlos y varios vestidos de día y de noche.

Maravillada, tomó entre las manos un traje de noche que sin duda había escogido Zac. Se trataba de una túnica hasta el tobillo con un cuello sencillo, al menos en apariencia. Era el tipo de prenda que ella hubiera escogido. Lo que la hacía especial, aparte de la marca que ponía en la etiqueta, era el corte exquisito, el color y la calidad de la tela. Seda natural en tonos dorados.

Sobre la cama también había sandalias, medias de seda y lencería. Aquellos conjuntos de encaje en tono marfil y los camisones de encaje serían el sueño de cualquier mujer.

A Vanessa siempre le había gustado la ropa interior bonita y femenina. Le levantaba la moral. Pero nunca había soñado con tener algo tan bonito y de tanta clase. Un escalofrío de emoción le recorrió la espina dorsal.

Pero no debía sentirse así, se reprendió a sí misma. No debía aceptar obedientemente lo que él quisiera darle. No debía disfrutar de cosas que Zac le forzaba prácticamente a aceptar, tal vez para lavar su propia conciencia.

Si es que tenía conciencia.

Porque después del modo en que había tratado a Tess, le costaba trabajo creerlo.

Observando el anillo que tenía en la mano, se preguntó, y no por primera vez, cómo podía seguir amando a un hombre como Zac. Un hombre capaz de tratar a una mujer así de mal y coaccionar a otra para que llevara su anillo por «el qué dirán» y solo durante el tiempo que a él le conviniera.

Si Zac la hubiera amado, las cosas habrían sido diferentes. Aunque no hubiera querido casarse con ella. Si la hubiera amado, Vanessa hubiera podido vivir de alguna manera con eso.

Pero Zac no la amaba. Tal vez la deseara, pero no la amaba.

Debía recordar aquello y no flaquear.

Y si se quedaba, flaquearía. Así que debía encontrar la forma de dejarlo. Y pronto.

Si regresaba a Hethersage, estaría atrapada allí. Tenía que ser esa noche.

Con un poco de suerte podría tomar un taxi antes de que Zac la echara de menos. Seguramente o Ashley o Alex estarían en casa y podrían pagar la carrera. Y si no, ya encontraría la manera de arreglárselas.

Una vez tomada la decisión, Vanessa sintió la necesidad de ponerse en acción. Se ducharía y se prepararía. Se quitó el anillo y los aretes de oro de las orejas y los dejó en la mesilla de noche antes de desprenderse las horquillas del cabello. Seguía sin haber señal de Zac cuando agarró el neceser y el negligé y entró en el cuarto de baño.


martes, 27 de marzo de 2012

Capítulo 7


Vanessa se estaba secando las mejillas con el dorso de la mano cuando se abrió la puerta del dormitorio y entró Zac con una bandeja con café.

Llevaba unos pantalones color piedra y un jersey verde oliva. Su cabello claro, que llevaba un poco más largo de lo que dictaba la moda, estaba peinado hacia atrás.

Vanessa necesitaba hacerse con el control de la situación, así que se incorporó y se colocó la colcha por debajo de los brazos para tapar su desnudez.

Zac dejó la bandeja en la mesilla y en aquel momento sonó su teléfono móvil.

Zac: Efron -respondió con tono profesional tras descolgarlo-. Hola, cariño, ¿cómo estás? -dijo un segundo después cambiando completamente de actitud-.

«Tess»
, pensó Vanessa de inmediato. Y algo en su interior se marchitó.

Zac: Eso está bien… Sí, perfecto. No, me temo que ha caído una nevada impresionante. Hoy no podrás llegar por carretera. Y seguramente mañana tampoco.

Con el corazón acelerado, Vanessa se preguntó si tal vez la otra mujer no estaría en alguna clínica y quería regresar a casa por Navidad.

Zac: Yo me encargaré -estaba diciendo-. De hecho, esto encaja de maravilla con mis otros planes. Sí, adiós. -Colgó y se guardó el teléfono en el bolsillo antes tomar asiento en el colchón, que cedió un poco bajo su peso-. ¿Te gustaría ir a Londres? -preguntó con naturalidad para sorpresa de Vanessa-. Podríamos comer en Denaught.

Ness: ¿No acabas de decir que estamos aislados por la nieve? -quiso saber preguntándose a qué clase de juego estaría jugando-.

Zac: Así es. Pero tengo licencia de piloto y un helicóptero que a veces utilizo para desplazarme cuando tengo prisa. ¿Has viajado alguna vez en helicóptero?

Ness: No.

Zac: ¿Te apetece la idea?

La verdadera respuesta era que no. Le daban miedo las alturas y no le gustaba mucho volar. Pero sería una oportunidad para salir de la casa. Una oportunidad, cuando estuvieran en Denaught, para escapar. Si se excusaba para ir al cuarto de baño, tal vez podría conseguir un taxi y salir antes de que la echara de menos.

Ness: Sí, estaría muy bien -mintió con la voz más tranquila que fue capaz de articular mientras se ajustaba la colcha-.

Zac: Pero por supuesto, quiero que me des tu palabra de que no intentarás escapar. Que cumplirás con el papel de fisioterapeuta contratada por Helen.

Aunque hizo un esfuerzo, Vanessa fue incapaz de mirarlo a los ojos. Y en un gesto infantil, con la mano escondida bajo la colcha, cruzó los dedos y, tras vacilar un instante, dijo:

Ness: De acuerdo.

Zac: Bien. Mientras te duchas y te vistes lo organizaré todo con Jack.

En cuanto hubo cerrado la puerta tras él, Vanessa saltó de la cama, recogió su ropa y salió corriendo rumbo a su apartamento.

Tras ducharse, se maquilló, se recogió el pelo y se puso los mismos pendientes de oro de la noche anterior. Para vestirse escogió una blusa crema y un traje de chaqueta color miel. Se calzó unas botas a juego y recordó que tenía algo de dinero en la bolsa de viaje. Lo necesitaría para el taxi, pensó. Encontró la bolsa donde la había dejado y la abrió para buscar en el bolsillo interior el dinero que había dejado allí junto al pasaporte y otros papeles.

El bolsillo estaba vacío.

Entonces lo tendría en el del otro lado.

Estaba vacío también.

Sintiendo como si le hubieran golpeado en el pecho con un mazo, Vanessa siguió rebuscando en la bolsa. Todo lo demás estaba allí, excepto el dinero, el pasaporte y otros documentos de viaje.

Y de pronto todo cobró sentido.

No estaban los papeles, el teléfono no funcionaba, no había llaves en las puertas, su bolso había desaparecido misteriosamente… Todo había estado perfectamente planeado. Vanessa apretó los dientes.

Zac: ¿Tienes algún problema?

Alzó la vista y se encontró con Zac apoyado en el umbral de la puerta, mirándola.

Ness: Entraste cuando estaba dormida -comenzó a acusarlo con voz temblorosa al recordar el sueño-. Me robaste el bolso y los papeles de mi bolsa de viaje. No intentes negarlo.

Zac: No iba a negarlo -respondió con suavidad-. Aunque robar es una palabra muy fuerte. Digamos que me limité a mantener tus cosas guardadas para asegurarme de que no cometías ninguna tontería.

Ness: ¿Cómo te has atrevido? -exclamó furiosa-. ¡No tienes derecho a tratarme así!

Zac: Dejemos las recriminaciones para luego. El helicóptero ya está listo y Jack nos espera -dijo mirándola a los ojos-. A menos que hayas cambiado de opinión. Si lo prefieres, podemos quedarnos en casa.

Vanessa había abierto la boca para decir que no tenía intención de ir a ningún sitio con él, pero se detuvo. No tendría posibilidad de escapar si se quedaban allí. Sería mejor mantener una fachada de amabilidad e ir con él.

Ness: No he cambiado de opinión.

Zac: Entonces, vayámonos -dijo agarrándole el abrigo-.

Fuera hacía un día perfecto de invierno, con un cielo azul como el lapislázuli en el que no había una sola nube. El sol brillaba con fuerza pero el aire era glacial. La nieve lo cubría todo con un manto blanco y espeso que rellenaba huecos y redefinía el paisaje, amontonándose en colinas y laderas, ocultando arbustos y plantas.

El camino de delante de la casa estaba parcialmente despejado, y, atado a lo que parecía ser un trineo de niños, un pony esperaba plácidamente.

Zac: Cortesía del antiguo dueño, que se fue a vivir a Australia -explicó mientras ayudaba a Vanessa a subir y él mismo tomaba asiento-. Era de sus hijos. El helicóptero está a unos cuantos kilómetros, y pensé que este medio de transporte sería más cómodo que caminar. Además, Jack dice que a Hércules le viene bien un poco de ejercicio.

Zac chasqueó la lengua y el pony comenzó a trotar. El trineo se deslizó cómodamente por la nieve, aunque las cortas patas del animal se hundían peligrosamente en la nieve, hasta que alcanzaron el sendero llano que llevaba al cobertizo en el que les esperaba el helicóptero con las puertas abiertas y la hélice en funcionamiento. Jack salió a recibirlos y se hizo cargo del trineo mientras Zac, sujetándola por el talle, la ayudaba a subir a la máquina. Luego cerró la puerta y, un instante después, se puso a su lado. Tras atarse los cinturones, él se colocó los auriculares y se centró en los controles.

El motor aumentó la potencia y en cuestión de segundos se elevaron hacia el cielo azul.

Zac: ¿Estás bien? -le preguntó en voz alta para hacerse oír por encima del ruido. Ella asintió con la cabeza-. Ésa es mi chica -respondió con una sonrisa sin dejar de mirar los mandos-.

Transcurridos unos minutos, Vanessa aspiró con fuerza el aire y se obligó a sí misma a mirar hacia abajo. Obtuvo como recompensa una vista fantástica. Un paraíso invernal de nieve brillante, campos blancos y árboles de plata.

Fascinada, se fue fijando en las granjas aisladas, los arroyos y los caminos y las huellas de los animales, claramente marcadas sobre la nieve.

Enseguida el campo dio paso a la ciudad. Se acercaban al helipuerto de Denaught.

Con sus muros altos de piedra gris, las torres y las almenas, parecía más un castillo que un hotel, pensó Vanessa.

Cuando tocaron suelo y disminuyó la fuerza del motor, Zac se quitó los auriculares.

Zac: Bueno, ¿qué te ha parecido tu primer vuelo en helicóptero?

Ness: Me ha gustado -reconoció para su sorpresa-. Y no me lo esperaba, porque me asustan las alturas.

Zac: Y sin embargo has venido -señaló con cierta desconfianza-.

Vanessa deseó que no hubiera adivinado lo que tenía en mente. Si era así, su huida resultaría mucho más complicada.

El Denaught estaba lleno. Un hombre de chaqueta roja recibía a la multitud de taxis que entraban y salían desde la entrada principal.

**: Buenas tardes, señor Efron. Madame… -los saludó un joven vestido con un impecable uniforme azul marino-. Si usted y la dama quieren pasar, me ocuparé de sus abrigos.

Zac: Gracias, Steve.

Ness: Al parecer te conocen muy bien aquí -comentó mientras entraban-.

Zac: Sí, vengo mucho. Aparte de que cuentan con un chef excelente, el helipuerto me resulta muy cómodo -aseguró sin darse importancia-. Además, tengo un coche aquí.

Cuando llegaron al vestíbulo, con su chimenea crepitante y su exquisita decoración, un hombre de cabello gris y aspecto distinguido se acercó a recibirlos.

*: Buenas tardes, señor Efron. Madame… -dijo inclinándose como un caballero de la vieja escuela-. Ya está preparada su mesa habitual, y su invitada ya ha llegado. Lo espera en la sala privada.

La cabeza de Vanessa comenzó a discurrir a toda prisa mientras Zac la agarraba suavemente del codo para llevarla hacia la sala. Recordó la conversación telefónica que él había tenido antes y sintió un agujero en el estómago. Como Tess no podía llegar hasta la mansión, ¿le habría sugerido que se vieran allí?

Pero si así fuera, ¿por qué la había llevado a ella? A menos que pensara que estaba más segura bajo su vigilancia que sola. Después de todo, Zac no sabía que Tess y ella se habían conocido, no tenía ni idea que Vanessa estaba al tanto del acuerdo al que había llegado él con su padrino.

Así que tal vez la intención de Zac era presentarla simplemente como la fisioterapeuta. El papel que le había pedido que representara.

Al llegar a la puerta de la sala, con los nervios de punta, Vanessa se detuvo bruscamente.

Ness: ¿Quién está esperando ahí?

Zac: Ya lo verás -respondió con decisión-. No quiero estropearte la sorpresa.

Y abriendo la puerta, le dio un suave empujoncito para que entrara.

Vanessa vio una chimenea encendida en lo que parecía ser una habitación vacía, antes de que una figura pequeña se arrojara a sus brazos con entusiasmo. Estuvo a punto de perder el equilibrio.

Ness: ¡Aly! -exclamó medio llorando y medio riendo-. ¡Cómo has crecido! Estás muy alta. Ya casi me llegas a la barbilla.

Aly: ¡Tú no has cambiado nada! -aseguró-. Estás tan guapa como siempre. Gracias por traérmela, tío Zac -dijo girándose hacia él para darle un abrazo-. Estoy de vacaciones -continuó mirando otra vez hacia Vanessa-. Cuando mamá me dijo que te ibas a quedar en la mansión para poder tratar al tío George, le pedí que me dejara ir a verte. Pero el tío Zac dijo que estabais rodeados de nieve.

Así que era a Aly a quien Zac le había llamado «cariño» por teléfono, y no a Tess.

Aly: ¿Verdad que te ha gustado el viaje en helicóptero? -preguntó orgullosa-. Ya lo sabía yo. Por eso le pedí al tío Zac que te trajera para que pudieras verme.

Así que aunque sabía que estaba corriendo un riesgo, Zac la había llevado para complacer a la niña.

Ness: No habrás venido sola… -quiso saber mientras estrechaba la mano de la niña-.

Aly: No. Me he traído la niñera. Vendrá a buscarme a las dos.

Lo que significaba que tendría que retrasar su huida, pensó Vanessa. No podía desaparecer mientras Aly estuviera allí.

Aly: Mamá está trabajando -continuó diciendo-. Se reunirá con nosotros en cuanto pueda, pero dijo que empezáramos a comer sin ella. Y yo tengo hambre. ¿Tú también, Vanessa?

Ness: Sí, claro que sí -mintió sintiéndose todavía confusa-.

Zac: Bueno, pues si mis dos chicas favoritas tienen hambre, comamos -intervino pasándoles el brazo por los hombros-.

Mientras se sentaban y esperaban la comida, Aly no paró de charlar sobre el perro labrador que su tío le iba a regalar por Navidad. Vanessa sonrió y escuchó maravillada cómo aquella niña tan callada y tímida que ella había conocido podía ser ahora tan habladora.

Estaban a punto de terminar el café cuando llegó Miley hecha una exhalación vestida con un traje gris y llevando un grueso maletín.

Miley: Hola -dijo casi sin aliento con las mejillas encendidas-.

Aly: Llegas tarde, mamá -señaló-.

Miley: Sí, lo sé, cariño, y lo siento. Tuve que quedar a comer con un cliente -dijo dándole un beso a su hermano antes de abrazar a Vanessa con cariño-. Me alegro de que hayas vuelto.

Zac: Supongo que te podrás tomar un café al menos -propuso-.

Miley: Me has leído el pensamiento -resopló dejando el maletín en una silla-. A veces me pregunto por qué sigo trabajando.


Zac: Sabes perfectamente que te encanta tu trabajo -aseguró sonriendo-. Si no trabajaras, estarías perdida.

Miley: Eso es verdad. Pero no me gustaría terminar pareciéndome a nuestra madre.

Zac: No creo que tengas que preocuparte por eso -respondió alzando una ceja-.

Aly: Tío Zac, prometiste que me enseñarías el helicóptero por dentro y me dejarías sentarme a los mandos -intervino-. ¿Por qué no lo haces ahora? Aún son las dos menos cuarto.

Miley: Ve si quieres -dijo al ver vacilar a Zac-. Así Vanessa y yo podemos cotillear un poco.

Zac: Vamos, Aly -murmuró entonces resignado-. Recogeremos tu abrigo a la salida.

Miley: Adiós, cariño. Te veré en casa. Intentaré no llegar tarde.

Aly: Vale. Adiós, Vanessa -se despidió abrazándola-. Ven a vernos pronto.

Los ojos de Zac se cruzaron con los suyos por encima de la cabeza de la niña.

Zac: Volveré en diez minutos -dijo mirándola fijamente-. No vayas a ningún lado.

Mientras tío y sobrina se dirigían a la puerta, los observó con cariño.

Miley: Estoy deseando que Zac se case y forme su propia familia -comentó dándole un sorbo a su café-. Será un padre maravilloso. Aly lo adora.

Vanessa sintió cómo se le encogía el corazón, como si se lo hubieran rodeado con una cinta de acero.

Miley: No me había dado cuenta de lo que había entre Zac y tú… Quiero decir, hasta que él no me lo dijo.

Vanessa se preguntó qué le habría contado él exactamente a su hermana, y qué papel jugaba Tess en todo aquello. Parecía como si Miley no supiera nada del acuerdo que tenía Zac con su padrino. Y si lo sabía, desde luego no daba la impresión de que lo culpara por incumplirlo.

Miley: Cuando has estado fuera no ha sido feliz -continuó diciendo-. Pero Gracias a Dios ahora has vuelto y estoy encantada de ver que las cosas por fin van a salir bien. -Sin saber qué decir, Vanessa guardó silencio-. Pobre Zac… En ciertos aspectos lo ha tenido muy crudo. -Al observar la expresión dudosa de la otra mujer, se apresuró a defender a su hermano-. Sí, ya sé que parece un hombre que lo tiene todo, pero tiene muchas carencias. Nunca le ha faltado nada material, pero no tuvo una infancia feliz. De hecho es un milagro que no haya salido torcido.

Vanessa recordó la historia que le había contado sobre su padrastro.

Miley: Me refiero a que hubiera podido terminar psicológicamente dañado. Pero gracias a Dios se convirtió en uno de los hombres más estables y fuertes que conozco. La única vez que lo he visto perder el norte fue cuando tú te fuiste a Estados Unidos -aseguró alzando la vista para mirar a Vanessa a los ojos-. Pero no nos desviemos del tema. Nuestra madre no era muy casera. Nunca quiso tener hijos. Era una mujer profesional de la cabeza a los pies, y superaba con creces los treinta cuando se casó con papá. Y de hecho solo accedió a casarse porque yo venía de camino. Los niños le aburrían y estaba deseando desembarazarse de mí para ser libre. Por desgracia para ella, todavía tenía que llegar Zac. Creía que ya tenía la menopausia, y para cuando supo que estaba embarazada de nuevo, ya era demasiado tarde para hacer nada. Ningún niño pide nacer, pero, como si le echara la culpa, siempre estuvo resentida contra Zac. Papá y yo hicimos todo lo que pudimos, pero Zac necesitaba el amor de una madre, y cuanto más intentaba acercarse a ella, más lo rechazaba. Zac era demasiado pequeño para comprender la razón.

Vanessa sintió que el corazón se le encogía por aquel niño desconcertado al que su madre rechazaba con tanta crueldad. Pero después del modo en que había tratado a Tess no merecía su piedad, se recordó.

Miley: Entonces, cuando él tenía doce años y yo diecinueve, nuestro padre murió. Seis meses más tarde, para nuestra sorpresa, mamá volvió a casarse. Al contrario que papá, que era un hombre amable e incapaz de matar una mosca, su nuevo marido era un bruto. No me sorprende que Zac lo odiara. Para acortar la historia, cuando mi hermano acababa de cumplir los catorce, y por su propia seguridad, lo enviaron a vivir con sus padrinos. -El rostro se lo ensombreció-. Es cierto que lo recibieron con los brazos abiertos, pero tampoco ahí se libró de los problemas.

Vanessa estaba sorprendida. Cuando Zac le habló de sus padrinos nunca mencionó ningún problema. Más bien recalcó lo bien que se habían portado con él.

Como si quisiera dejar a un lado recuerdos dolorosos.

Miley hizo un gesto desdeñoso con la mano y siguió hablando.

Miley: Aunque en aquel momento los Carroll podían permitírselo, él no quería ser una carga económica. Quería ser independiente, pagarse sus estudios. Como respuesta a sus plegarias, cuando nuestra tía paterna murió, nos dejó algo de dinero en su testamento. Yo utilicé mi parte para completar mi carrera, mientras que Zac, siguiendo el consejo y las indicaciones de su padrino, metió la suya en la bolsa. En lo que se refiere a las finanzas, mi hermano tiene el toque del rey Midas. Todas sus inversiones se convertían en oro, y para cuando llegó a la universidad tenía la independencia que tanto anhelaba. En aquel momento pudo haber salido de casa de los Carroll, pero no lo hizo -aseguró con orgullo-. Seguía llamando a aquel lugar su hogar, seguía tratándolos como si fueran sus padres. Y cuando Christopher tuvo problemas financieros, Zac se mantuvo a su lado contra viento y marea.

Bueno, eso era lo que debía hacer si pensaba heredar las industrias Carroll, pensó Vanessa con sarcasmo.

Pero Miley seguía sin mencionar a Tess.

Estaba a punto de ponerse de pie de un salto y preguntar dónde estaba la otra mujer cuando Miley volvió a hablar.

Miley: Oh, cielos, no te estaré poniendo la cabeza como un bombo, ¿verdad? -exclamó-. Pero quería que supieras, que comprendieras que Zac no es…

Zac: ¿No es qué?

Las dos mujeres dieron un respingo.

Miley: Vaya, ya has vuelto ¿Le ha gustado el helicóptero a Aly? -se apresuró a preguntar para disimular la vergüenza de que la hubiera pillado hablando de él-.

Zac: Muchísimo -respondió con una sonrisa-. Está decidida a sacarse la licencia de piloto en cuanto tenga la edad reglamentaria. La niñera acaba de venir ahora mismo a buscarla.

Miley: Bueno, yo tengo que irme -aseguró agarrando su maletín-. Gracias por el café. Estaremos todas las navidades en casa -dijo girándose hacia su hermano-. Los padres de Will vendrán a pasarlas con nosotros. Podrías llevar un día a Vanessa.

Zac: Lo haré.

Miley: Llámame y cuéntame como va todo -le pidió mirando el reloj-. Tengo una cita a las tres y cuarto, así que debo darme prisa. Pero antes tengo que ir al cuarto de baño a retocarme el maquillaje.

Ness: Iré contigo.

Vanessa vio el cielo abierto cuando Miley le dio a su hermano un beso de despedida. Luego, mientras Zac hacía una señal al camarero para pagarle la cuenta, las dos mujeres caminaron hacia el vestíbulo. Aunque el corazón le latía con fuerza, Vanessa trató de aparentar naturalidad por si Zac las estuviera mirando.

Cuando Miley se hubiera marchado, se deslizaría fuera y le pediría al portero que le consiguiera un taxi. Tendría que marcharse sin abrigo, pero aquél era un precio muy pequeño. Sin duda, su amiga Ashley podría dejarle uno.


sábado, 24 de marzo de 2012

Capítulo 6


Ness: ¡No, no quiero que me toques! -exclamó horrorizada-. No podría soportarlo.

Zac: Tú eliges -dijo sonriendo, y añadió al observar su expresión-. Creo que es mejor que cenemos. Estoy empezando a creer que me tienes miedo…

Ness: Pues te equivocas -mintió-. Lo que pasa es que no soporto la idea de que me toques.

Zac: Eso dices tú. Pero me temo que tendrás que ir acostumbrándote -aseguró agarrándola del codo y guiándola hacia el comedor, donde había una mesa dispuesta para dos-.

El comentario de que tendría que acostumbrarse a su contacto le había sonado a amenaza. Temerosa de preguntar, se preguntó nerviosa qué habría querido decir.

Zac: ¿Te preocupa terminar en mi cama? -preguntó con intención mientras le servía un plato de confit con salsa de arándanos-.

Ness: Teniendo en cuenta que estás casado, no creo que eso ocurra -respondió con determinación-.

Zac: No estoy casado.

Nes: Pero… pero tú dijiste que tu esposa no estaba -murmuró sin dar crédito-.

Zac: Bueno, teniendo en cuenta que no tengo esposa, difícilmente iba a estar, ¿no? -respondió con lógica-.

Ness: ¿No estás casado? -insistió sin terminar de creérselo-.

Zac: No, no estoy casado -repitió con paciencia-.

Ness: Pero yo pensé que… Con una casa así pensé que estarías casado y con familia.

Zac: No es obligatorio -respondió secamente-.

Ness: Ni tampoco lo es terminar en tu cama.

Zac: Pero terminarás allí -aseguró celebrando su decisión-.

Vanessa apretó los dientes y se negó a responder a aquella fanfarronada.

Zac no dijo nada más, y durante unos instantes solo se escuchó el crepitar de las llamas de la chimenea y el tictac del viejo reloj.

Mientras trataba de probar bocado, los pensamientos de Vanessa iban de un lado a otro como si fueran saltimbanquis de circo. ¿Por qué no se había casado Zac si había transcurrido ya más de un año? Tess había hablado como si la boda fuera un acontecimiento que estuviera a punto de suceder.

¿Estaría intentando mantener su estatus de soltero, librarse del compromiso que había adquirido y mientras tanto tratar de divertirse con lo que pudiera?

Vanessa torció el gesto. Bien, ella no se dejaría volver a utilizar. Ahora era más lista y menos vulnerable.

¿Lo era?

Aunque no se atrevía a levantar la vista, era consciente de que los ojos de Zac no se apartaban apenas de ella. Aquella mirada penetrante le ponía nerviosa.

Cuando terminaron de cenar, Zac se llevó los platos y le sirvió una generosa porción de tarta de manzana.

Zac: Dime, ¿qué has estado haciendo desde la última vez que te vi? -le preguntó con naturalidad-.

Ness: Pensé que estabas bien informado de todo -respondió con sequedad-.

Zac: Hay cosas importantes que todavía no tengo muy claras -continuó sin inmutarse-. Por ejemplo, no sé por qué huiste a Boston. Supongo que fue por Alex. Imagino que romperíais cuando él descubrió que habías estado engañándolo conmigo.

Desde luego, él no era la persona indicada para hablar de engaños, pensó Vanessa con amargura.

Zac: Lo cierto es que me engañaste completamente con tu fingida timidez -continuó-, aunque debí haberme dado cuenta a juzgar por el modo en que desaparecías regularmente sin dar explicaciones de que no eras la chica dulce e inocente que fingías ser. Sin embargo, para mí fue toda una sorpresa descubrir la clase de mujer que eras.

Sí, Vanessa todavía podía ver su expresión. No estaba acostumbrado a que las cosas se pusieran feas para él.

Zac: Y dime, ¿a cuántos hombres más has conseguido fascinar y engañar desde entonces? Sé de al menos uno que quería casarse contigo. Se llamaba Luke, creo.

Debió ser Ashley quien se lo mencionó, pensó Vanessa. En los correos que le escribía a Aly solo decía que era un compañero de trabajo.

Zac: ¿Se enfadó al enterarse de que le estabas dando falsas esperanzas? ¿Por eso volviste a casa? -insistió con la voz llena de resentimiento-.


Ness: No tengo por costumbre darles falsas esperanzas a los hombres -aseguró con rigidez-.

Zac: Entonces, ¿por qué no te casaste con él? -la presionó-.

Ness: No le quería lo suficiente -murmuró bajando la vista-.

Zac: Sin contar a tu marido, ¿has querido alguna vez de verdad a algún hombre?

Vanessa sintió una punzada de dolor frío en el centro de pecho. Le dolió tanto que los ojos se le llenaron de lágrimas, y tubo que inclinar todavía más la cabeza para ocultarlo.

Zac: No, ya sabía yo que no -dijo soltando una carcajada cruel-.

Ness: Pues te equivocas -aseguró levantando la cabeza. Y al instante, temiendo que pudiera haber sospechado la verdad, añadió-: Siempre he querido a Alex.

Zac: Está claro que no lo suficiente, o no lo hubieras engañado tan alegremente. No, me temo que nunca te ha importado de verdad ningún hombre -repitió acercándose más a ella-. Has atraído a muchos hombres, les has hecho bailar a tu son. Pero ahora seré yo quien marque el ritmo.

Ness: No… No sé qué quieres decir.

Zac: Quiero decir que todo ha salido según mi plan y ahora estás aquí conmigo -aseguró sonriendo con malicia-. Ahora lo único que tengo que hacer es mantenerte a mi lado.

Ness: Ya te he dicho que me marcharé a primera hora de la mañana.

Zac: Yo no contaría con ello -respondió acercándose a la ventana y descorriendo las pesadas cortinas de terciopelo rojo-. El antiguo dueño de la casa me confesó que durante el invierno, cuando nevaba, la casa se quedaba en ocasiones aislada durante días.

Vanessa trató de no pensar en el escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y decidió cambiar de conversación.

Ness: ¿Por qué decidiste venir a vivir al campo?

Zac: Estaba cansado de la ciudad. Todavía conservo mi apartamento de Denver Court para cuando tengo que bajar a Londres. Pero tengo una oficina instalada aquí y trabajo prácticamente desde casa.

Ness: La verdad es que no te hacía viviendo fuera de la ciudad -murmuró sorprendida-.

Zac: Hay muchas cosas de mí que no sabes -respondió cerrando las cortinas de golpe-. Por ejemplo, no me gusta que ninguna mujer me tome el pelo, sobre todo una mujer que yo pensaba que me quería… Por eso te he traído aquí. -Observó cómo se mordía el labio inferior y miró en dirección a la alfombra de piel de oveja desplegada frente a la chimenea-. ¿Nos ponemos delante del fuego y…?

Ness: ¡No! -gritó dando un paso atrás-. Si me pones la mano encima, gritaré y…

Zac: Nadie te oiría. La señora Boyce y su marido se han retirado a dormir a su cabaña, que está lejos de la casa principal. En cualquier caso no será necesario por el momento. Solo te iba a sugerir que tomáramos el café delante de la chimenea.

Sintiéndose un poco estúpida, Vanessa se acercó al fuego y se sentó en el inmenso sofá de cuero mientras Zac servía el café. Estaba tratando de intimidarla con aquel juego del ratón y el gato. Lo único que ella tenía que hacer era mantener la calma.

Zac: Tienes una expresión asustada -dijo tomando asiento a su lado-. Pero recuerdo cuando parecías ansiosa y expectante, rebosante de deseo y de pasión. Y tu rostro después, suave y soñador, saciado de amor…

Ness: ¡Basta! -lo interrumpió-.

Zac: ¿Esos recuerdos te incomodan? -preguntó alzando una ceja-. Ya que has confesado que querías a Alex, ¿te arrepientes de haberlo engañado conmigo? ¿Cuántos hombres más ha habido después de él?

Ness: ¿Y con cuántas mujeres has estado tú aparte de con…?

Vanessa se detuvo justo antes de pronunciar el nombre de Tess.

Zac: ¿Aparte de con quién? -quiso saber alzando una ceja-.

Ness: Da igual -aseguró negando firmemente con la cabeza-. No lo quiero saber.

Zac: No se puede decir que haya vivido como un monje -aseguró hablando muy despacio-. Pero tampoco soy un Don Juan. Con una mujer tengo bastante. Pero no me vale cualquiera. Lo cierto es que mi cama lleva bastante tiempo vacía.

Si aquello era cierto, ¿dónde estaba Tess? A menos que hubiera ingresado otra vez en alguna clínica…

Zac: Me he alimentado del sueño de tenerte a ti en ella, en mi cama.

Aunque ahora sabía lo falso que era, Vanessa no pudo evitar que el corazón le saltara dentro del pecho. Incapaz de seguir soportando aquella tensión, dejó la taza de café en la mesita auxiliar y se puso en pie.

Ness: Me voy al apartamento -aseguró-.

Zac: Todavía no -contestó agarrándola de la muñeca. Y antes de que ella pudiera soltarse, la sentó sobre su regazo y le rodeó la cintura con las manos-. Relájate -le susurró cuando vio que intentaba soltarse-. Si no fuera un perfecto caballero, subiría las manos unos centímetros para comprobar si de verdad me detestas tanto.

Ness: Estás perdiendo el tiempo -aseguró alarmada-. Por lo que a mí respecta, soy inmune a ti.

Zac: No te creo. El corazón te está latiendo muy deprisa, y como me has asegurado que no me tienes miedo, entonces supongo que me deseas.

Ness: Ni te deseo ni te quiero -insistió con ira-. Por favor, quiero irme a la cama.

Zac: Allí es exactamente donde quiero tenerte. -Le sacó las horquillas del pelo, que cayó sobre su espalda en cálida cascada-. Ya es hora de que me compenses por lo que me hiciste. Tengo que reconocer que me molestó mucho que te libraras tan rápidamente de mí en cuanto tu amante regresó a Inglaterra. Ahora espero que me lo compenses.

Así que se trataba de una venganza. Lo que Zac quería era satisfacer su orgullo herido.

Ness: No quiero ir a la cama contigo -aseguró desesperada-. No quiero y no lo haré. No puedes obligarme a hacer algo que no quiero.

Zac: No tengo intención de utilizar la fuerza. No será necesario -contestó con aplastante seguridad en sí mismo. Entonces la soltó. Sin poderse creer que hubiera ganado, Vanessa se puso de pie-. Te acompañaré arriba -dijo levantándose a su vez y colocándole la mano suavemente en la cintura. Sintiendo aquella leve presión, Vanessa había recorrido la mitad del pasillo cuando Zac la detuvo y le dijo con picardía-: Me temo que no estoy por la labor de besar a Mary, y es una pena desperdiciarlo.

Entonces la estrechó entre sus brazos y le levantó la barbilla. Un segundo más tarde se le quedó la mente en blanco y su boca cubrió la suya.

Aunque al principio se trató de un beso leve, tuvo un efecto devastador en ella. Sacudida hasta la médula, abrió los labios bajo los de él como una flor se abre para recibir el sol.

Zac emitió un sonido gutural y le acarició el cabello con los dedos, tomándose su tiempo, dulcemente, hasta que Vanessa sintió que se le iba la cabeza.

En el mundo no había nada más que aquel hombre, sus labios, sus brazos, el calor y el contacto de su cuerpo, el recuerdo de cómo había sido y de lo que una vez significó para ella.

Cuando dejó de besarla, Vanessa estaba tambaleante y mareada. Tuvo que agarrarse a él. Zac la tomó en brazos y subió las escaleras. Parecía como si estuviera dentro de un sueño, como si lo que estaba experimentando no fuera del todo real.

Cuando la dejó en el suelo y encendió la luz, vio que estaba en una habitación desconocida, un dormitorio masculino decorado en azul marino y blanco con una cama de matrimonio con dosel.

Zac: Me has dicho antes que querías irte a la cama sola. Si todavía lo deseas, eres libre de marcharte.

Todo el cuerpo de Vanessa clamaba por él, podía sentir el calor corriéndole por las venas, aquel deseo apasionado, aquella urgencia abrumadora…

Supo entonces con claridad cristalina que seguía enamorada de él, y daba lo mismo que él no la amara, daba igual que solo quisiera utilizarla. Zac era el único hombre al que amaría jamás. Estaba unida a él para siempre.

Zac: ¿Sigues queriendo irte? -repitió-.

¡No!

Vanessa no supo con certeza si pronunció aquella palabra en alto o si él intuyó que se había rendido, pero, sin apartar los ojos de su rostro, Zac comenzó a quitarse la ropa.

Con la garganta seca y el corazón latiéndole con fuerza, ella lo observó con los ojos muy abiertos, sintiéndose indefensa, como si estuviera embrujada.

Zac se quitó los zapatos y los calcetines y después el jersey negro. Luego, muy despacio, se desabrochó el cinturón, se bajó la cremallera y se quitó los pantalones. Unos instantes más tarde le siguieron sus calzoncillos bóxer de seda oscura.

Desnudo, se sentó al borde de la cama y le dijo, como en el pasado aunque esta vez con más autoridad en la voz:

Zac: Desnúdate para mí.

Vanessa comenzó a desvestirse con dedos temblorosos: zapatos, calcetines, vestido y combinación. Cuando intentó desabrocharse el sujetador, Zac se puso de pie y le sujetó las manos para impedir que lo hiciera. Sonriendo, inclinó la cabeza y deslizó la boca hasta su seno.

A través del delicado encaje del sujetador, Vanessa sintió el calor y la humedad y sus pezones se pusieron firmes, pidiendo más, deseando experimentar la exquisita sensación que solo su lengua podía proporcionarle.

Intentó soltarse las manos, pero Zac no se lo permitió. Se dedicó a trazarle la línea superior del seno con la lengua, acercándose sensualmente, pero deslizándose hacia el valle que separaba un seno de otro sin darle lo que ella se moría por sentir.

Luego, sujetándole las muñecas con una mano, utilizó el pulgar de la que tenía libre para simular sin satisfacer, mientras sus labios se deslizaban por la base de su cuello y se entretenían deliciosamente allí.

De pronto, Vanessa se vio libre y Zac regresó a la cama, desde donde la observó con sus ojos azules llenos de deseo.

Ella se quitó el sujetador y deslizó las braguitas a juego por las caderas.

Zac: Ven aquí -le ordenó con suavidad-.

Cuando se acercó, Zac le dio la vuelta y la colocó entre sus rodillas, le deslizó las manos por debajo de los brazos y comenzó a acariciarle los senos. Vanessa podía sentir la rudeza de sus piernas contra los muslos y su carne firme apretándole la espina dorsal. Pero Zac no parecía tener prisa, estaba disfrutando dándole placer.

Cuando pensó que ya no podía más de gozo, él le deslizó una mano entre los muslos y con sus largos dedos acaparó todas las exquisitas sensaciones en aquel punto.

Vanessa se detuvo bruscamente y cuando comenzó a estremecerse sin remedio, Zac la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí, sujetándola con más firmeza. Ella seguía temblando, seguía respirando con fuerza cuando Zac la ayudó a levantarse.


Zac: Ahora veamos qué has aprendido. -Sorprendida, Vanessa se giró para mirarlo-. Atrás quedan los días en que las mujeres se limitaban a quedarse tumbadas y pensar en las musarañas -aseguró con ojos burlones-. En la actualidad, los hombres y las mujeres son iguales en el sexo. Así que ahora te toca a ti hacerme el amor a mí.
-Colocándose con indolencia boca arriba, se puso las manos detrás de la cabeza y esperó-. En el pasado siempre te hacías la inocente y la pudorosa -añadió con ironía-. Ahora ya no tienes que seguir fingiendo, así que veamos lo que sabes o lo que has aprendido desde entonces.

Con los ojos llenos de una angustia callada, Vanessa inclinó la cabeza hacia delante y miró hacia abajo. La leve luz iluminó la sombra de sus largas pestañas apoyadas contra las mejillas.

Aquella expresión provocó una punzada en el corazón de Zac.

Alzó el brazo, le tomó la mano y se la estrechó dulcemente en un gesto consolador que a Vanessa le recordó al pasado. Un gesto que ahora le parecía ligeramente burlón.

Ness: Muy bien -dijo entonces retirando la mano con brusquedad-. Si eso es lo que quieres…

Cuando Vanessa despertó eran casi las diez y media, y estaba sola en la cama. Sentía el cuerpo relajado y satisfecho, pero su cabeza era un torbellino de sentimientos entremezclados.


Tras su, en cierto modo, torpe intento de hacerle el amor, mortificada por su propia inexperiencia, intentó marcharse, pero Zac la detuvo.

Ness: Deja que me vaya -le pidió intentando soltarse-. Voy a regresar al apartamento a pasar la noche.

Zac: No. Es demasiado tarde.

Zac se colocó encima de ella, y atrapó su cuerpo contra el suyo. Su peso provocó una oleada de deseo que la hizo estremecerse.

Al sentir aquel movimiento involuntario, Zac apretó la boca contra su pecho y sintió cómo sus caderas se alzaban en respuesta.

Cuando se dio cuenta de que el deseo de Vanessa era casi tan poderoso como el suyo, le hizo el amor con fuerza, con intensidad, encaminado simplemente a conseguir placer y alivio.

Atrapada en aquella gloria oscura, con la respiración entrecortada, Vanessa dejó a un lado la rabia y el dolor y se abandonó.

Aquello era real. Y con eso bastaba.

Pero no era cierto.

A pesar de la explosión de éxtasis, a pesar del arrebato corporal, faltaban muchas cosas. El cariño, el calor, el compromiso.

Vanessa comenzó a llorar y fue incapaz de contener las lágrimas.

Él la estrechó entre sus brazos y la acunó.

Cuando ella hubo terminado de llorar, la besó en las mejillas húmedas y le colocó la cabeza sobre el hombro.

Absolutamente vacía, emocionalmente exhausta, se quedó dormida enseguida.

En las tempranas horas de la mañana, todavía medio dormida, Vanessa extendió el brazo y le tocó. Él se estiró y giró la cabeza de modo que su rostro quedó oculto en la curva de su cuello. Vanessa sintió su respuesta inmediata, y, en la oscuridad, sus labios se encontraron y se besaron con una pasión que volvió a encender su deseo. Hicieron el amor de nuevo con pasión renovada antes de volver a dormirse el uno en brazos del otro.

A ella se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. Lloraba por muchas cosas. Por errores del pasado que ya no podían cambiarse, por seguir amándolo a su pesar, pero, por encima de todo, lloraba por haber sido débil y haberse entregado a él.

Desesperada, se preguntó cómo era posible seguir amando a un hombre que, tras haberse tomado su venganza, que era lo que buscaba, no volvería a mirarla a la cara. Y aunque Vanessa se despreciaba a sí misma por ello, sabía que sentiría la tentación de quedarse y darle todo lo que él quería. Si al menos Tess no existiera…

Pero la otra mujer existía, y seguramente también amaría a Zac a pesar de todo. Y seguramente seguiría deseando casarse con él. Pobre Tess. ¿Cómo era posible que dos mujeres quisieran a un hombre que era básicamente malo?

Tres mujeres, si contaba a Helen Rampling.

Por primera vez, Vanessa se preguntó sobre la relación entre Zac y su madrina. ¿Cómo era posible que después de lo mal que había tratado a su hija, y tras incumplir el trato al que al parecer había llegado con su marido, Helen Rampling y su ahijado estuvieran tan unidos como para que ella se instalara a vivir en su casa?

Aquello no tenía ningún sentido.




¡Dios!
¡Zac es tan engreído y estúpido!
Y Vanessa al final ha caído. ¡Qué pava!
Vanessa en esta novela es como la canción de Shakira: ciega, sordomuda... XD XD XD

¡Comentad mucho!
¡Bye!
¡Kisses!

martes, 20 de marzo de 2012

Capítulo 5


Tras un fallo mecánico que obligó al avión a retrasarse casi dos horas, el vuelo se desarrolló sin incidentes. La señora Rampling le había dicho por teléfono que su marido y ella pasarían las navidades en Escocia, visitando a su hija, que acababa de tener un bebé, y que el ama de llaves ayudaría a Vanessa a instalarse.

Una vez en tierra, la recibió un chófer en una limusina. Estaba tan cansada que se adormiló en el asiento. Cuando se despertó iban por una carretera de campo con árboles desnudos a un lado y un muro cubierto de musgo al otro.

Conteniendo un bostezo, Vanessa se puso recta y miró alrededor justo cuando llegaron a la entrada, y un par de puertas ornamentales se abrieron para después cerrarse tras ellos.

Hethersage Hall, oculto a la vista hasta que hubieron tomado la última curva del sendero, estaba suavemente envuelto entre colinas. Era un lugar laberíntico y al mismo tiempo hogareño. Tenía las paredes de piedra fina y el tejado de pizarra natural, inclinado en algunos ángulos. Y sin embargo el conjunto ofrecía una simetría encantadora. Las ventanas tenían forma de diamante y una puerta de entrada de roble con metal incrustado y plateada por el paso del tiempo.

Cuando el coche se detuvo en la entrada pavimentada y el chófer ayudó a Vanessa a salir, se abrió la puerta y salió una mujer pequeña y gruesa de cabello gris.

**: Señorita Hudgens, bienvenida -dijo con una sonrisa-. Soy Mary Boyce, el ama de llaves. Entre, por favor.

Vanessa la siguió hacia un vestíbulo forrado en madera con suelo de roble y muebles de madera antiguos.

El fuego de la chimenea estaba repleto de ramitas de pino, y en una esquina lucía un árbol de Navidad decorado con exquisito gusto. El ama de llaves la guió hacia el salón. Era blanco, espacioso, con vigas de roble y ventanas de bisagra que daban a un delicioso jardín.

Estaba decorado con un estilo ecléctico, mezcla de antiguo y moderno. En las paredes colgaban varios cuadros de Jonathan Cass. Al verlas, Vanessa sintió una punzada en el corazón. Zac también tenía varias obras de aquel artista.

Mary: Le traeré algo de comer mientras Jack le sube el equipaje -dijo cuando se hubo acomodado en un gran butacón frente a un agradable fuego-.

Ness: Gracias, pero no tengo hambre -dijo demasiado cansada para comer-. Aunque me encantaría tomar una taza de té.

Cuando el ama de llaves regresó con una bandeja con la bebida y un bizcocho casero, Vanessa se había quedado casi dormida. Pero se espabiló un poco tras beberse dos tazas de té.

Mary: Le mostraré su apartamento -sugirió cuando fue a recoger la bandeja-.

Vanessa la siguió por el pasillo hacia una escalera de piedra. Una vez arriba, la señora Boyce giró a la izquierda por un corredor pequeño y abrió una puerta que había al final.

Mary: Ya hemos llegado.

El salón era cálido y acogedor, enmoquetado en un rosa pálido. Las cortinas iban a juego, y la suite tenía un aspecto confortable. Sobre la mesa había un pequeño reloj que marcó la hora.

Aunque la casa tenía calefacción central, había una chimenea encantadora en un rincón.

Ness: ¡Que lugar tan bonito! -exclamó-.

Mary: Hay un problema -dijo con expresión preocupada-. Antes he visto que la línea de teléfono no funciona aquí arriba. No sé qué le pasa. Pero puede utilizar la de abajo.

Ness: No será necesario -la tranquilizó-. Tengo móvil.

Satisfecha al ver que el problema estaba resuelto, el ama de llaves la guió hacia un dormitorio femenino y coqueto con el baño dentro.

Mary: Si necesita ayuda para deshacer el equipaje, Annie lo hará encantada -aseguró señalándole las maletas que habían dejado sobre una cómoda de roble-. Y ésta es la cocina.

Vanessa le echó un vistazo a la bien equipada cocina, que tenía mucha luz y estaba amueblada con una mesa y unas sillas de pino natural, azulejos primaverales y cortinas de muselina en las ventanas.

Mary: Espero que todo sea de su gusto -aseguró guiándola de nuevo hacia el salón-. Ése es el deseo de la señora Rampling. Ahora la dejaré para que descanse. -Cuando llegó a la puerta, se giró hacia ella-. Casi se me olvida. Como es su primera noche aquí, el señor confía en que se reunirá con él para la cena.

No mencionó nada de una esposa ni más familia, aunque Vanessa se figuró que existiría una señora Rampling joven, la nuera de la que la había contratado a ella.

Mary: El aperitivo de antes de la cena se sirve a las siete en el estudio, que está justo al otro lado del pasillo, bajando las escaleras.

Dicho aquello, el ama de llaves se marchó cerrando la puerta tras ella.

Aunque la invitación a cenar había sido hecha de forma muy amable, encerraba un cierto tono de orden que le hizo sentirse a Vanessa algo incómoda.

La señora Rampling le había dejado claro que tenía plena libertad de movimientos, y si el «señor» tenía otras ideas… Bueno, él no era quien la había contratado, recordó, y si las cosas se ponían feas siempre podría marcharse.

Suspirando, le echó otro vistazo al salón. La puerta que comunicaba al exterior estaba ricamente labrada, y mientras la admiraba, Vanessa se dio cuenta de que de su cerradura no colgaba ninguna llave. Aquello la hizo sentirse algo incómoda.

«No seas desconfiada»
, se dijo.

El apartamento formaba parte de la casa, y no había ninguna necesidad de cerrar la puerta con llave. Pero la incomodidad persistía.

Una inspección más detallada le mostró que, aunque la puerta que daba a la escalera de piedra estaba cerrada con cerrojo, ni ésa ni ninguna de las puertas de dentro tenían llave, ni siquiera el baño.

Dirigiéndose al dormitorio, pensó que si la falta de llaves le suponía un problema siempre podía hablar de ello con la señora Boyce.

Estaba demasiado cansada para deshacer el equipaje, así que sacó algo que ponerse para la cena, el camisón, su neceser y un despertador.

Mientras se desvestía observó maravillada que había comenzado a nevar. Grandes copos caían como plumas de las alas de un ángel.

Desde que era niña siempre le había gustado la nieve, y observó encantada el espectáculo unos instantes antes de cerrar las cortinas.

Para asegurarse de que no dormía demasiado, puso el despertador a las seis y media y se metió agradecida en la cama. Llevaba un rato dormida cuando comenzó a soñar. Escuchó un ruido en la habitación de al lado, el clic de una puerta al abrirse y cerrarse. Luego oyó el sonido de unos pasos cruzando la moqueta, y supo, como saben los que sueñan, que había una presencia amenazante al otro lado de la puerta de su dormitorio.

Vanessa se levantó de la cama, pero no fue capaz de abrir y enfrentarse a lo que hubiera al otro lado. Atravesó entonces otra puerta que había en la pared del fondo y se encontró en un pasillo estrecho y oscuro. Enseguida escuchó unos pasos detrás de ella y sintió cómo el miedo se apoderaba de su corazón.

Comenzó a correr a ciegas, a través de corredores negros e inacabables, mientras su perseguidor le pisaba los talones, cada vez más cerca. Podía sentir su respiración.

De pronto, el pasillo llegó a su fin. Vanessa estaba buscando desesperadamente una puerta o alguna manera de salir cuando sintió una mano fría en la oscuridad tocándola. Soltando un grito, se despertó sudorosa y temblando, con el corazón latiéndole con fuerza contra la caja torácica.

Cuando recuperó la consciencia y el sueño se fue desvaneciendo, se sintió desorientada durante unos instantes hasta que recordó dónde estaba. Encendió la luz de la mesilla de noche y parpadeó para tratar de ajustar sus ojos a la luz.

Miró el reloj y vio que eran apenas las seis. Tenía tiempo de sobra para ducharse y vestirse para la cena.

Hubiera preferido mil veces quedarse en el apartamento y picar algo delante de la chimenea antes que cenar con la familia, pero ya que iba a vivir en su casa lo mejor sería empezar con el pie derecho.

Vanessa abrió las cortinas y miró por la ventana. Todo estaba cubierto de un manto blanco y seguía nevando abundantemente. No cabía duda de que eran unas auténticas navidades blancas.

A las seis y media ya estaba duchada, vestida con un vestido de noche en seda gris, maquillada y con el cabello negro recogido hacia arriba.

Con la intención de llamar a Ashley, fue al salón y buscó su bolso.

Su bolsa de viaje estaba allí, pero no el bolso. ¿Dónde demonios lo había metido?

Habría jurado que subió las dos cosas, pero estaba tan cansada al llegar que no podía poner la mano en el fuego. ¿Estaría en el coche? No, se dijo con certeza. Recordaba perfectamente haberlos tenido consigo en el salón. Así que seguramente, al subir debió agarrar solo la bolsa de viaje y se dejó el bolso allí.

Pero tenía tiempo de sobra para buscarlo y hablar con Ashley antes de la cena.

Todo estaba en silencio cuando bajó las escaleras. No se veía un alma. Cuando cruzó el pasillo, Vanessa se detuvo un instante para admirar el árbol de Navidad con su estrella brillante en la punta. Seguramente debía de haber niños en la casa, porque en caso contrario no se habrían tomado la molestia de decorarlo de aquella manera.

Cuando llegó al salón, llamó a la puerta con los nudillos. No quería interrumpir a la familia.

No hubo respuesta. Abrió la puerta y descubrió que no había nadie. Se acercó a la butaca en la que se había sentado antes y se inclinó para recoger su bolso.

Pero ya no estaba allí.

Durante un instante se quedó sin aliento. Pero enseguida pensó que el ama de llaves debió haberse hecho cargo de él. Pensó con filosofía que podría llamar a Ashley después de la cena.

Cuando llegó al estudio, comprobó que también estaba desierto. Vanessa miró el reloj antiguo que había en un rincón y comprobó que todavía faltaban diez minutos para las siete. Así que se sentó en un sillón de cuero que había frente al fuego.

Llevaba unos instantes contemplando las llamas cuando, aunque no escuchó llegar a nadie, el instinto la hizo levantar la cabeza y mirar.

Un hombre alto de cabello rubio estaba parado a unos metros de ella con los ojos clavados en su rostro.

Vanessa sintió como si le golpearan el pecho con un puño.

Pero no podía ser Zac… No podía ser.

Convencida de que estaba viendo visiones, cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos él seguía allí. Sus ojos azules la miraban con frialdad y tenía las facciones endurecidas. A Vanessa comenzó a latirle el corazón con la fuerza de un martillo. Sentía la cabeza pesada y la sangre rumiando en los oídos. La oscuridad amenazaba con tragársela, pero hizo un esfuerzo por controlarse.

Aunque seguía sin poder moverse ni hablar, y durante lo que pareció una eternidad, se limitó a quedarse sentada mirándolo.

Llevaba puestos unos pantalones grises y un jersey negro muy fino que le marcaba los hombros. Parecía peligroso y al mismo tiempo amenazante.

Él fue el primero en romper el silencio.

**: Eres más guapa todavía de lo que recordaba.

Habló en un tono tan frío como su mirada, así que su comentario sonó más a condena que a cumplido.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó con voz tan temblorosa que apenas se la entendía-.

Zac: Ésta es mi casa -contestó con una media sonrisa-.

Ness: La señora Rampling dijo que ella era la dueña de Hethersage Hall -aseguró negando con la cabeza-.

Zac: Yo soy el hijo de Helen. O mejor dicho, su ahijado.

Ness: No lo entiendo -contestó con firmeza-. Pensé que tus padrinos se apellidaban Carroll.

Zac: Sí, así es. Pero Helen llevaba viuda casi dos años cuando conoció a George Rampling, un viudo con tres hijos mayores y un par de nietos, y se casó con él.

Pero Vanessa ya no escuchaba. Sus pensamientos saltaban de un lado a otro como una pulga, y se dio cuenta de que Tess y Zac debían de estar casados por aquel entonces, así que aquélla era la casa de Tess… Cielo santo. ¡Ella podría entrar en cualquier instante! Aterrorizada ante la idea, Vanessa se puso en pie. Tenía que salir de allí.

Apenas había dado un par de pasos cuando los dedos de Zac le agarraron la muñeca como unas tenazas de acero.

Zac: No tengas prisa.

Ness: Por favor, déjame marcharme -dijo intentando liberarse. Pero al darse cuenta de que era inútil, se detuvo y Zac disminuyó un poco la presión mientras la ayudaba a sentarse de nuevo-. Quiero irme -susurró-.

Zac: Helen estaba encantada con que vinieras, así que debes quedarte -aseguró negando con la cabeza-. Si no, me echará a mí la culpa de tu partida.

Ness: ¿Y qué pasa con tu esposa? -le espetó-. No creo que a ella le haga gracia que yo esté aquí.

Zac: ¿Qué te hace pensar eso? -preguntó alzando sus claras cejas-.

Por un instante, Vanessa estuvo a punto de confesarle la verdad, pero prevaleció en ella el sentido común.

Ness: Si la señora Rampling no está y tu esposa…

Zac: No está -la interrumpió negando con la cabeza-.

Durante un instante, Vanessa no pudo evitar sentirse aliviada al pensar que Tess no entraría en cualquier momento y la encontraría a ella allí.

Zac: Estoy incumpliendo con mi deber de anfitrión -dijo entonces suavizando el tono-. ¿Qué quieres tomar?

Ness: No quiero nada, gracias -aseguró con firmeza-. No tengo intención de quedarme. Voy a regresar a Londres. Ahora mismo.

Zac: Me temo que no puedo pedirle a Jack que te lleve en una noche como ésta.

Ness: Llamaré a un taxi. No creo que las condiciones meteorológicas sean tan malas.

Zac: Cuando yo llegué a casa hace un buen rato ya apenas se podía conducir hasta aquí, y desde entonces no ha parado de nevar.

Ness: Si es necesario iré hasta la carretera principal y esperaré allí a que pase uno.

Zac: La carretera está muy lejos -insistió con una sonrisa de superioridad-. Con la que está cayendo, dudo mucho que esté abierta al tráfico, y en cualquier caso sería imposible que encontraras un taxi. Así que será mejor que te quedes sentada y te relajes.

Ness: Prefiero subir al apartamento -aseguró poniéndose en pie y sintiendo cómo le temblaban las piernas-.

Zac: Pero yo prefiero que te quedes -contestó mirándola de manera tan amenazante que ella no se atrevió a moverse-. Estaba deseando tener una charla contigo.

Ness: Entonces, ¿ya sabías que era yo a quien tu madre había contratado?

Zac: Sí. Cuando Helen mencionó tu nombre le dije que te conocía, que habías sido la fisioterapeuta de Aly. No se podía creer la suerte que tenía.

Ness: No tengo ninguna intención de quedarme -respondió con convicción-. Si no puedo marcharme esta noche, me iré a primera hora de la mañana.

Zac: Ya veremos, ¿de acuerdo? -sugirió sonriendo-. Mientras tanto, supongo que podemos sentarnos y hablar.

Ness: No tenemos nada de que hablar.

Zac: En eso te equivocas -aseguró guiándola firmemente de nuevo hacia el asiento-.

Aunque le había dicho que no quería tomar nada, Zac le sirvió una copa de vino y se la ofreció. Sus ojos azules la miraron de tal modo que no se atrevió a rechazar el ofrecimiento.

Zac se sirvió a su vez un whisky, se sentó frente a ella y la miró. Parecía muy satisfecho, pensó Vanessa con resentimiento. Muy consciente de que era el dueño de la situación y de que ella lo sabía.

Vanessa clavó la mirada en el fuego y trató de aclarar la confusión que reinaba en su mente. No era posible que fuera una coincidencia que le hubieran ofrecido un puesto de trabajo en casa de Zac. Pero, si estaba planeado, ¿con qué objetivo? ¿Qué ganaba Zac? ¿Necesitaba realmente George Rampling un fisioterapeuta o todo había sido una farsa?

En cualquier caso, ¿cómo podían saber que ella regresaba a Inglaterra? Había sido una decisión de última hora que solo conocía Ashley.

Y Aly.

Zac: Un penique por tus pensamientos -dijo entonces con tono burlón-.

Ness: ¿El señor Rampling necesita de verdad rehabilitación o todo ha sido un atajo de mentiras? -preguntó alzando lentamente los ojos para mirarlo-.

Zac: No, todo lo que te dijo Helen era verdad. Llevaba semanas buscando un fisioterapeuta. Pero no creas que esto ha sido una coincidencia. De hecho, está cuidadosamente planeado.

Vanessa sintió un escalofrío de terror. Tuvo la horrible sensación de que había caído en una especie de trampa y sintió que se le secaba la boca y la sangre se le congelaba en las venas.

Recordó las palabras que Zac le había dicho la última vez que se vieron:
«Volveremos a encontrarnos algún día». No dijo qué haría llegado el momento, pero en sus palabras hubo en aquel momento una especie de amenaza velada que incluso ahora la hizo estremecerse.

Haciendo un esfuerzo por librarse del pánico, se dijo a sí misma que se estaba comportando como una estúpida. ¿Qué podría hacerle?

Ness: ¿Cómo sabías que iba a volver a casa? ¿Por Aly?

Zac: Bingo. Miley sabía que yo estaba, digamos… interesado, y me tenía al día de lo que ocurría en Boston -aseguró dándole un sorbo a su whisky-. Cuando recibió tu correo, Aly estaba tan emocionada que no pudo esperar a contárselo a su madre.

Ness: Pero eso no explica que averiguaras lo suficiente como para engañarme y hacerme venir aquí. ¿Cómo sabías que yo buscaba un puesto de trabajo en el que pudiera quedarme a vivir? Solo Ashley…

Vanessa se detuvo violentamente.

Zac: Cuando Miley me dijo que volvías a casa, quería saber cuáles eran exactamente tus planes, y estaba seguro de que Ashley los conocía. Conseguí contactar con ella en la clínica, y tras resistirse un poco, hablamos largamente. Me dijo que estaba intentando encontrarte un trabajo y yo le mencioné que podría ayudarle. Solo tuve que sugerirle a Helen que llamara a la clínica y hablara con Ashley, lo que hizo encantada.

Así que además de utilizar a su madrina había utilizado también a Ashley. Pero ¿qué le habría dicho a Ashley para conseguir que hablara con él? ¿Y por qué su amiga no le había mencionado el asunto?

Zac: Al final resultó más fácil de lo que yo había pensado -continuó diciendo como si le hubiera leído el pensamiento-. No hizo ni falta que le pidiera a Ashley que no te dijera nada. Fue ella la que sugirió que no supieras cuál era el plan hasta que tuviéramos oportunidad de hablar. Creo que tu amiga tenía miedo de que cambiaras de opinión respecto a volver a casa.

Llamaron a la puerta con los nudillos, y el ama de llaves asomó la cabeza.

Mary: La cena está servida.

Zac: Gracias, Mary. Ya nos encargamos nosotros. Puede ir a acostarse.

Mary: Buenas noches, entonces.

Cuando se cerró la puerta, consciente de que había desaprovechado una oportunidad para escapar, Vanessa se puso de pie.

Ness: ¡Señora Boyce! -gritó acercándose a la puerta-.

Un brazo le rodeó la cintura y una mano fría le tapó la boca.

Apretándola contra él, Zac le colocó los labios en el cuello y le murmuró con suavidad:

Zac: Nada de eso, querida. No quiero mezclar a Mary en esto.

Temblando de pies a cabeza por aquella caricia que no lo era, Vanessa se quedó muy quieta.

Ness: Y yo no quiero que me retengan contra mi voluntad -dijo girándose hacia él en cuanto la soltó-. No entiendo qué pretendes, por qué te has tomado tantas molestias trayéndome aquí.

Zac: No ha sido ninguna molestia -aseguró suavemente colocándole con dulzura un mechón de cabello negro que se le había escapado del recogido-. De hecho todo ha salido sobre ruedas. Ya hablaremos después de la cena.


Ness: No quiero cenar nada.

Zac: Bueno, si de verdad no quieres comer se me ocurre que podemos hacer algo mucho más excitante -dijo mirándola con sus ojos azules y sensuales. Preguntándose si de verdad había querido decir lo que dijo, Vanessa lo miró fijamente-. Así que por mí mejor si decides no cenar -continuó ofreciéndole las manos-. ¿Quieres que subamos?


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