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viernes, 9 de marzo de 2012

Capítulo 1


La sala de fisioterapia de de la exclusiva clínica Grizedale, en Mayfair, estaba tranquila y en silencio. El único sonido que se escuchaba era el rumor lejano del tráfico de Londres. Una alfombra gruesa cubría el suelo, un jarrón con rosas carmesí aromatizaba el ambiente y sobre el sofá de cuero negro había extendida una sábana inmaculada preparada para el siguiente ocupante.

Las cortinas de muselina se agitaban en la ventana abierta bajo una suave brisa, permitiendo que entrara la luz pero manteniendo al mismo tiempo a raya el calor de la ciudad en verano.

Vanessa, que llevaba un traje de chaqueta en seda de color gris, una blusa en tono marfil y su cabello negro recogido, estaba sentada en su escritorio poniendo al día el archivo de su anterior paciente cuando escuchó cómo llamaban con los nudillos y la puerta se abría.

Impecablemente vestida con su uniforme azul y con los rizos recogidos en la nuca con una goma, entró Ashley con unas notas.

Ashley Tisdale y su hermano Alex eran amigos de Vanessa desde la guardería.


Había sido Ashley la que le habló de aquel puesto en la clínica.

Ash: Si estás interesada, Vanessa, la mujer que normalmente lo ocupa está de baja por maternidad, lo que significa que sería algo temporal. Pero te aseguro que el ambiente es muy agradable y está bien pagado, así que tal vez esto sea lo que necesites para salir al paso hasta que te hagas con una clientela fija… Siempre y cuando, claro, que no te importe trabajar cuatro noches a la semana durante los meses de verano.

Ness: No me importa en absoluto -había asegurado agradecida-. Y me vendrán muy bien tanto el dinero como la experiencia.

Ash: Le hablaré de ti a la señora Bond, que es la que se encarga del personal.

En cuanto le ofrecieron el puesto, Vanessa comenzó a trabajar de inmediato. Eso significaba que no podía seguir viendo a su madre por las noches, pero se había organizado el día de modo que podía visitar la residencia de la tercera edad entre pacientes.


Sonriendo a su amiga, Ashley dejó sobre el escritorio las notas que llevaba y, con los ojos marrones brillándole de excitación, se apresuró a hablar.

Ash: Tu último paciente de esta noche es nuevo. Se llama Zac Efron. Y está como un tren -murmuró bajando la voz-. Es un tío bueno de verdad. Alto, rubio y guapo.

Vanessa suspiró y alzó los ojos al cielo.

Ness: La última vez que me dijiste que alguien era guapo resultó tener acné y caspa.

Ash: Búrlate si quieres, pero esta vez tendrás que admitir que no estoy exagerando. Todas las mujeres de la clínica están como locas, tanto las casadas como las solteras.

Ness: Bueno, pues será mejor que le digas a ese cañón que entre -dijo secamente-. Si no, no tendré tiempo para echarle un vistazo.

Unos instantes después, el cierre de la puerta hizo clic y, dejando a un lado las notas que había estado viendo, Vanessa alzó la vista.

El hombre que entró en la habitación tenía un aire de poder, confianza en sí mismo y autoridad callada.

Cuando miró a aquel guapísimo y perfecto desconocido, todo se detuvo. Su respiración, su corazón, la sangre que le corría por las venas… Incluso el mundo dejó de girar sobre su eje.

Era como si lo conociera desde siempre. Como si hubiera estado contando el tiempo esperando a que él apareciera. Esperando a que viniera a llenarle el vacío que sentía incluso cuando estaba casada con Andrew.

En lugar de lanzarse a hablar precipitadamente, como hacían muchos de sus pacientes. Él se quedó allí quieto, con sus ojos azules como el cielo clavados en ella.

Vanessa se llenó los pulmones de aire y trató de recobrarse. Le pareció que transcurrió una eternidad, pero solo pudo tardar unos segundos en recuperar un atisbo de compostura.

Su efecto sobre ella había sido puro, inmediato y total, y supo instintivamente que debía mantenerse fría y distante o estaría perdida.

Entendió probablemente por primera vez por qué todos los profesores de los cursos de fisioterapia, exceptuando a Andrew, encontraban necesario advertir a sus alumnos de que no se implicaran sentimentalmente con ninguno de sus pacientes.

Y qué inútil resultaba aquella recomendación llegado el momento. Inspirando profundamente el aire una vez más, Vanessa se puso de pie y avanzó hacia él con miedo de que le temblaran las rodillas.

Ness: Señor Efron, soy Vanessa Hudgens -dijo tendiéndole la mano. Él se la estrechó con fuerza, sonrió y la miró profundamente a los ojos. Vanessa sintió que el corazón se le detenía por segunda vez. Con la respiración dificultosa y la garganta seca como un desierto, comenzó a hablar-. Tengo entendido que ha sufrido una lesión cervical. ¿Cuándo ha ocurrido?

Zac: Hace un rato, esta misma noche. -Su voz, grave y un tanto ronca, le recorrió las terminaciones nerviosas-. Desde entonces estoy algo incómodo -continuó mirándola fijamente con aquellos ojos azules-. No creo que sea nada para preocuparse, pero me han aconsejado que visite a un fisioterapeuta por si hay algún músculo dañado.

A pesar de sus esfuerzos, la voz no le salió muy firme cuando habló.

Ness: ¿Cómo ha sucedido?

Zac: Iba conduciendo mi coche de carreras por un circuito privado cuando me falló la dirección. Las balas de paja resultan espectacularmente sólidas a esa velocidad -añadió con ironía-.

Seguía mirándola, y aquella observación constante de su rostro la llevó mucho más lejos que cualquier intento previo de coqueteo por parte de sus pacientes masculinos.

Ness: Si se desnuda de cintura para arriba y se tumba en el sofá, le echaré un vistazo -dijo tratando de parecer fría y profesional-.

Mientras Vanessa mantenía la vista clavada en las notas, él se quitó la chaqueta y la camisa y las dejó en el respaldo de una silla antes de sentarse en el sofá.

Fue entonces cuando ella miró.

Tenía la espalda recta y musculosa. La línea de la columna era elegante, y los hombros, anchos, se estrechaban en un cintura estrecha. La piel bronceada tenía el brillo de la salud y la hacía desear tocarla.

Incluso la parte de atrás de su bien formada cabeza era atractiva y sensual. El cabello rubio se le curvaba ligeramente en la nuca.

Vanessa suspiró con fuerza, se acercó a él y, concentrándose en su labor profesional, comenzó su examen con mano suave pero firme.

Aunque debía ser plenamente consciente del efecto que provocaba en las mujeres, no hizo ningún comentario sugerente ni trató de encandilarla. Se limitó a quedarse sentado en silencio y a levantar los brazos y flexionar los músculos cuando ella se lo pedía.

Ness: Muy bien, señor Efron -dijo apartándose a una distancia segura cuando terminó el examen-. Aunque hay algo de rigidez en el cuello y en los músculos del hombro, no hay por suerte ningún indicio de daño real. En cuestión de días, si todo va bien, debería volver a la normalidad.

Zac: Eso es estupendo -respondió mostrándole una sonrisa que iluminó su rostro bronceado-.

Vanessa observó cómo sus finas mejillas se elevaban, y un abanico de arruguitas de expresión aparecían en alrededor de aquellos ojos fascinantes en forma de almendra. Unos ojos que lo iluminaban todo. Unos ojos convertirían en extraordinario hasta el rostro más vulgar. Y su rostro estaba muy lejos de ser vulgar… Vanessa hizo un esfuerzo por apartar la vista y trató de no pensar en el modo en que su sonrisa le aceleraba el pulso.

Ness: Lo único que necesita es descanso hasta el fin de semana -continuó diciendo-. Luego le sugiero que se vuelva a someter a una revisión para asegurarse de que todo está bien.

Mirando directamente a los ojos café de aquella mujer tan fascinante, que parecía completamente ajena a su propia belleza, le preguntó:

Zac: Entonces, ¿cuándo volveré a verla?

La intensidad de su mirada y la pregunta, hecha de aquel modo, la pusieron rígida.

Pero volver a verlo, aunque fuera dentro de un contexto profesional, sería muy peligroso. Sería como rondar el desastre.

La política de la clínica indicaba que se siguiera un estricto protocolo entre el personal y los clientes. Y, teniendo en cuenta los elevados costes de la residencia de ancianos, no podía permitirse perder aquel trabajo.

Ness: Tal vez le gustaría volver el lunes o el martes por la mañana…

Zac: Me viene mejor por la noche -aseguró negando con la cabeza-.

Vanessa se mordió el labio inferior e hizo como que estudiaba sus citas antes de sugerir con desmayo:

Ness: En ese caso, ¿podría venir el lunes a la misma hora?

La señora Delroy, la mujer de mediana edad felizmente casada que trabajaba a tiempo parcial los fines de semana y los lunes por la noche lo ayudaría sin que eso supusiera ninguna amenaza para su paz de espíritu ni para su posición.

Zac: Por mí estupendo.

Ness: Entonces, buenas noches, señor Efron.

Zac:
Au revoir, señorita Hudgens. Muchas gracias -dijo acercándose a la puerta para salir-.

(Au revoir: Hasta la vista en francés).

Una especie de vitalidad se fue con él, y Vanessa se quedó con la sensación de que la vida era así.

Con una sensación de vacío en la boca del estómago, se dejó caer en el escritorio y con la imagen de su rostro moreno y atractivo en la mente, comenzó a poner al día sus notas.

Cuando terminó, estaba sentada mirando al infinito. En ese momento se abrió la puerta y entró Ashley.

Ash: Me preguntaba si seguirías aquí. Casi todo el mundo se ha ido ya. -Sin ninguna perspectiva por delante excepto una cena solitaria, Vanessa no tenía ninguna prisa por regresar a su casa-. Y dime, ¿qué te ha parecido Zac Efron?

Ness: Es tan guapo como habías dicho -respondió con toda la ligereza de la que fue capaz-.

Ash: Y todavía hay más -aseguró encantada-. Según Brittany, que siempre parece estar enterada de esas cosas, ha heredado las Industrias Carroll de Christopher Carroll, su padrino. Lo que lo convierte en un multimillonario y en todo un partidazo. Porque al parecer se las ha arreglado para huir del compromiso y mantenerse soltero. Todo un reto que no me importaría afrontar si tuviera la más mínima oportunidad. Después de todo, vale la pena arriesgarse a que la despidan a una si la causa es un multimillonario. -Suspiró antes de continuar-. Pero supongo que debo dejar de soñar. No es de los que se interesan por chicas como yo. Con ese aspecto y tanto carisma, Zac Efron debe tener a las mujeres haciendo cola para arrojarse a sus pies.

Sin duda Ashley tenía razón, pensó Vanessa suspirando y apartando al fondo de su mente cualquier pensamiento relacionado con Zac Efron.

Ash: ¿Has terminado con esto? -Al ver que su amiga asentía con la cabeza, recogió las notas y se dirigió a la puerta-. Bueno, yo ya me voy, que he quedado. Te veo el martes. No te pases el fin de semana metida en la residencia. Intenta salir un poco.

Ness: Lo intentaré.

Desde que su madre había sufrido heridas graves en la cabeza en la explosión de gas que había destrozado la casa en la que vivían de alquiler, Vanessa se había pasado la mayor parte de su tiempo libre al lado de la cama de la enferma.

Sentada hora tras hora al lado de aquel cuerpo casi inerte, hablándole o leyéndole, sin saber si su madre entendía algo de lo que le decía, era una carga muy dura para Vanessa.

Igual que lo había sido la muerte de su marido, Andrew, en el mismo trágico accidente. Un accidente en el que ella era la única culpable.

Las semanas se convirtieron en meses, y al darse cuenta de que ya no era una persona divertida, la mayoría de sus amigos se apartaron de ella. Solo Ashley y Alex siguieron a su lado.

Desde que estaba sola, muchos hombres habían intentado llegar a algo con ella. Pero consciente de que dadas las circunstancias tenía todo en contra para que ninguna relación fructificara, se había mantenido alejada.

Tras estar sola tanto tiempo, Vanessa sabía que debía seguir adelante, pero no había conocido a nadie que la atrajera lo suficiente como para hacer de catalizador y que le apeteciera arriesgarse.

Hasta aquel día. Aunque aquella atracción, por fuerte que fuera, era en vano.

Consciente de que el tiempo iba transcurriendo, Vanessa cerró la ventana y se colgó el bolso al hombro antes de salir por la puerta que daba a la salida.

Los días lluviosos tomaba el autobús para regresar a su apartamento en Knightsbridge, pero durante aquel lapso de tiempo seco que duraba ya casi una semana, le gustaba ir caminando a casa.

Aquella noche, sin embargo, tras haber girado al oeste por la calle Grizedale, se sintió extrañamente cansada y desanimada, sin ganas de dar el paseo de treinta minutos.

Acababa de llegar a la altura de una limusina azul marino que estaba aparcada en el bordillo cuando se abrió la puerta de atrás y salió una figura alta y morena.

Cegada por los últimos rayos del sol de atardecer, tardó unos instantes en darse cuenta de que el hombre que le estaba bloqueando el camino era Zac Efron.

La sorpresa la hizo detenerse sobre sus pasos, y mientras se ponía la mano de visera para poder mirarlo, lo escuchó decir con naturalidad:

Zac: Pensé que si me quedaba un rato por aquí la pillaría. ¿Quiere cenar conmigo?

Era muy alto, y la intimidaba con su tamaño. Si hubiera estado más cerca, se habría visto obligada a apoyar la cabeza contra su pecho.

Aquel pensamiento la confundió y se dio cuenta al hablar de que tartamudeaba.

Ness: No… No, gracias.

Zac: Tal vez haya sido una estupidez soltárselo así, pero ahora que he admitido que soy un idiota -dijo riendo-. ¿No quiere reconsiderar la posibilidad de cenar conmigo?

Ness: ¿Cómo? ¿Salir con un idiota confeso? -preguntó con un destello de humor-.

Zac: Piense en lo que podría divertirse -respondió dedicándole una sonrisa de reconocimiento-.

Ella negó con la cabeza.

Ness: Creo que podré soportar el dejarlo correr.

Zac: Vamos. Le prometo que no muerdo.

Vanessa bajó los ojos.

Nes: Lo siento, pero no puedo.

Zac: ¿Por qué no? -preguntó inclinando la cabeza hacia un lado-.

Su rostro tenía tanto encanto que ella se quedó sin respiración y sintió cómo se le deshacían los huesos.

Ness: Va contra la política de la clínica que los clientes y el personal se relacionen socialmente -aseguró con voz insegura-.

Zac sonrió ante lo exagerado de la frase.

Zac: Si nos relacionamos socialmente, prometo no decirle una palabra a nadie.

Ness: No estoy vestida adecuadamente para salir a cenar.

Zac: Yo encuentro que está usted perfecta -aseguró con una sonrisa-.

Antes de que Vanessa pudiera seguir protestando, se vio impulsada hacia el coche y sentada en el asiento de atrás.

Zac se deslizó a su lado, y ella sintió una oleada de calor cuando su muslo se apretó contra el suyo al estirar el brazo para atarle primero el cinturón a ella y después a él mismo. Al sentir aquella ardiente confusión, advirtiéndose de que no debía precipitar las cosas, Zac se apartó un poco para dejar algo de espacio entre ellos.

Exhalando un suspiro de alivio, ella lo miró.

Zac la miró directamente a los ojos. Los últimos rayos del sol reflejaban que sus ojos café de largas pestañas tenían en sus profundidades un brillo de polvo dorado.

Zac: ¿Le apetece ir a algún sitio en particular? -preguntó tratando de aparentar naturalidad-.

Ella negó con la cabeza, consciente de que no debería estar allí en absoluto.

Ness: No, yo…

Apretando un botón, Zac le dio instrucciones al chofer.

Zac: Da unas cuantas vueltas, Michael.

Mientras la limusina salía suavemente del bordillo, Vanessa comenzó a sentirse de pronto como si la estuvieran secuestrando.

Ness: ¿Qué le ha hecho…? -comenzó a decir-.

Zac: ¿Buscar esta oportunidad? -sugirió al ver que vacilaba-. Soy muy decidido. Si hubiera estado seguro de que iba a volver a verla, tal vez no hubiera precipitado las cosas. Pero al hacer algunas indagaciones sutiles y descubrir que no estaría allí el lunes por la noche… Eso solo podía significar dos cosas: O bien que yo solo era un paciente más al que no le importaría no volver a ver más… O era alguien en quien podría estar interesada pero del que debía mantenerse alejada por culpa de la política de la clínica. Tenía la esperanza de que se tratara de la última opción.

Tratando de controlar la oleada de emoción que le recorrió el cuerpo. Vanessa se mordió el labio.

Aunque su parrafada había sido lo suficientemente cauta, había en él un aire de seguridad que sugería que estaba convencido de que se trataba de la segunda posibilidad.

Y el modo en que ella había accedido a entrar en el coche sin oponer ninguna resistencia solo habría servido para reforzar aquella idea.

Zac: Eso abre muchas posibilidades -aseguró sonriendo-. Y estoy encantado de que seas libre para explorarlas todas.

La química sexual que había entre ellos era como una fuerza eléctrica que podía sentir en todos los poros de su piel.

Pero al recordar lo que Ashley había comentado respecto a las mujeres arrojándose a sus pies y ante la idea de que pudiera considerarla una de ellas, intentó parecer fría y distante.

A juzgar por la expresión de su rostro, no lo había conseguido.

Haciendo un esfuerzo para ponerse a favor del viento, lo miró a los ojos y preguntó:

Ness: ¿Por qué está tan seguro de que soy libre?

Zac: Bueno, para empezar no lleva anillo -respondió sin parecer afectado-.

Ness: Eso no significa nada estos días.

Zac: Cierto. Por eso le sonsaqué a tu compañera.

Ness: ¿Qué compañera?

Zac: La rubita guapa que me hizo la ficha. Resulta que la vi salir de la clínica y hablé con ella. Ashley, ¿verdad? Me dio la impresión de que es buena amiga tuya. -Sin sonrojarse siquiera, añadió-: Me las arreglé para sacarle un poco de información.

Ness: ¿Qué clase de información? -preguntó en un hilo de voz-.

Zac: Tenía que saber si estabas casada o mantenías una relación estable. Cuando le pregunté, me contó que perdiste a tu marido y llevabas un tiempo sola. Me resultaba difícil creer que una mujer tan guapa como tú esté libre, pero ella parecía muy segura de que en este momento no había ningún hombre en tu vida. -Al ver que Vanessa se limitaba solo a mirarlo, añadió-: Lo que significa que no tienes compromisos, que nadie te espera en casa, ¿no?

Ness: No.

Como si la estuviera hipnotizando, se vio incapaz de mentir.

Zac: Entonces doy por supuesto que cenar conmigo es bastante más apetecible que hacerlo sola, ¿no? Por favor, di que sí. Por el bien de mi ego.

Muy a su pesar, Vanessa se vio obligada a sonreír. Una sonrisa que le iluminó el rostro y que hizo que aquellos reflejos dorados de sus ojos cobraran vida.

Ness: Tengo la sensación de que tu ego es lo suficientemente robusto. -Y entonces, mandando la precaución a hacer gárgaras, añadió-: Pero sí, es bastante más apetecible.

Zac: Una mujer con carácter, por lo que veo -aseguró riendo-. Y dime, ¿dónde te gustaría ir?

Tenía una boca preciosa, pensó Vanessa, a la vez controlada y sensible, con el labio inferior más grueso que el superior. Era una boca que le provocaba nudos en el estómago.

Ness: De verdad que me da igual -consiguió decir-. Donde tú quieras.

Había superado el primer obstáculo, pensó Zac triunfante mientras le daba instrucciones al chofer.

Zac: Al Xanadu, por favor, Michael. -Consciente de que no debía tocarla todavía, aunque se moría por hacerlo, le tomó la mano y, deslizándole el dedo pulgar por la palma, le habló con suavidad-. Creo que estarás de acuerdo en que es el escenario perfecto para una velada romántica.

Ella se estremeció.

Las cosas iban muy deprisa. Demasiado deprisa.

Consciente de que debía echar el freno, Vanessa retiró la mano y se dispuso a mirar fijamente por la ventana del coche.

Pero seguía respirando con dificultad cuando atravesaron unas inmensas puertas ornamentales y salieron al exterior del conocido restaurante de Mayfair.

El Xanadu, que en otro tiempo fue una mansión particular, estaba construido al estilo de una finca española y se alzaba sobre los jardines discretamente iluminados.

Cuando el chofer de mediana edad salió para abrirles la puerta, Zac le dijo:

Zac: No hace falta que te quedes por aquí, Michael. Vete a casa con tu esposa.

Michael: Gracias, señor -dijo con expresión agradecida-. Buenas noches, señor. Señora…

Zac abrió la gruesa puerta de cristales tintados con una cortesía natural que Vanessa descubriría pronto que formaba parte de su forma de ser.

Una vez en el vestíbulo, alguien se llevó su chaqueta y el propietario salió a recibirlos.

**: Buenas noches, señor Efron. Madame… Me alegro de verlo. ¿Desea su mesa habitual?

Su mesa habitual… ¿Acaso tenía la costumbre de llevar allí a sus mujeres?, se preguntó ella.

Zac: Por favor, Henri.

El
maître hizo su aparición para guiarlos por una serie de arcos que los condujeron a una mesa recogida situada en una esquina.

Los grandes ventanales que daban al jardín estaban abiertos, permitiendo que entrara una cálida brisa aromatizada con rosas y madreselva. Habían aparecido unas cuantas estrellas y en el cielo azul colgaba una luna fina y plateada.

Tal y como Zac había dicho, aquél era el escenario perfecto para una velada romántica.

Mientras saboreaban un aperitivo, Vanessa trató de concentrarse en la carta, pero a pesar de todos sus esfuerzos no fue capaz de dejar de mirarlo, y cuando no la miraba aprovechaba para observar su rostro.

No solo era guapo. Con aquel hoyuelo en la barbilla, una boca al mismo tiempo ascética y sensual, la nariz grande, los pómulos elevados y aquellos ojos azules coronados por dos cejas claras, era intrigante, misterioso.

Pero no se trataba solo de su aspecto físico. Había mucho más. Había algo en aquel hombre, algo que no era capaz de definir pero que despertaba en ella un deseo profundo. Se sentía a gusto a su lado, como si lo conociera de siempre, como si se pertenecieran el uno al otro.

Mientras degustaban una excelente comida, él mantuvo una conversación trivial e intrascendente, saltando de un tema a otro, tratando de encontrar qué le interesaba a ella, preguntándole su opinión respecto a los asuntos que tocaba. A pesar de lo consciente que era de su presencia, de la atracción caliente que se escondía bajo la superficie, Vanessa se vio a sí misma respondiendo con una facilidad que a ella misma le sorprendió.

Cuando llegaron al café fue cuando Zac se movió deliberadamente hacia un terreno más peligroso.

Necesitaba saberlo, así que abordó el tema sin preámbulos.

Zac: Háblame de tu marido.

Ness: No hay mucho que contar -respondió sintiendo cómo todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se tensaban-.

Zac: ¿Cómo se llamaba?

Ness: Andrew. Andrew Seeley. Era fisioterapeuta, como yo. Nos conocimos en la universidad.

Zac: ¿Erais compañeros de clase?

Ness: No. Fue en mi último año. Andrew era tutor.

Zac: ¿Era mayor que tú? -preguntó intrigado-.

Ness: Dieciocho años mayor.

Zac: Esa es mucha diferencia.

Ness: Sí -respondió con sequedad-.

Vanessa siempre había pensado que la diferencia de edad, aunque grande, no hubiera sido ningún problema si ella lo hubiera amado de verdad.

Zac sintió su creciente incomodidad, pero ya que había llegado tan lejos decidió continuar.

Zac: ¿Cuánto tiempo estuvisteis casados?

Ness: Seis meses.

Zac: No es mucho.

Ness: No -respondió en un susurro-.

Zac hizo una pausa, consciente de que su siguiente pregunta le resultaría difícil.

Zac: ¿Cómo murió?

Ness: En una explosión de gas.

Zac: Qué duro -se limitó a comentar controlando el deseo de seguir haciendo más preguntas-.

Ness: Sí, lo fue -aseguró alzando los ojos para mirar los suyos-.

En ellos había tristeza y un sentimiento que Zac no fue capaz de identificar. Pero no se trataba del terrible dolor, de la inconsolable pérdida de alguien que había perdido lo que más amaba. De eso estaba seguro.

Zac dejó escapar un suspiro de alivio. El hecho de que no hubiera ningún hombre en su vida le había hecho temer que siguiera enamorada de su difunto marido. Pero las vibraciones que estaba recibiendo lo convencieron de que no era así.

Lo que aumentaba sus posibilidades de triunfo, pensó.

Tras servirle otro café, cambió suavemente de tema.

Zac: ¿Y qué hace Vanessa Hudgens en su tiempo libre? ¿Eres una adicta secreta a la televisión?

Ness: No -respondió riéndose y sintiendo cómo se relajaba de nuevo-. Prefiero un buen libro. También me encanta el teatro.

Zac: ¿Has tenido oportunidad de ir a ver la nueva obra del West End de la que todo el mundo habla?

Ness: Amado Empresario -dijo negando con la cabeza. Le costaba trabajo admitir que por aquel entonces no podía permitirse ir al teatro-. Me imagino que las entradas deben costar un dineral.

Zac: Creo que podría conseguir un par de ellas. ¿Te gustaría verla? -preguntó con naturalidad-.

Con el corazón golpeándole contra las costillas, Vanessa hizo un esfuerzo para no aceptar. Ya era una locura el hecho de estar cenando con él. Sin duda lo único que buscaba era una breve aventura.

Y aunque muchas mujeres se hubieran lanzado a la piscina ante aquella oportunidad, ése no era su estilo.

Además, podría costarle el trabajo.

Con la expresión tensa, controlada, rechazó la oferta con educación formal.

Ness: Creo que no, gracias.

Los ojos azules de Zac se clavaron en los suyos.

Zac: ¿Quieres decir que no quieres verla o que no quieres verla conmigo?

Vanessa se sentía como si la hubieran soltado de pronto en medio de un campo de minas. Se dio cuenta de que estaba deseando que la velada terminara. Estaba deseando escapar.

Y él lo sabía.

Alzando la barbilla, Vanessa respondió con toda la seguridad que pudo.

Ness: No tengo mucho tiempo libre, así que no quiero comprometerme.

Zac había sabido desde el principio que no resultaría fácil llegar a ninguna parte con aquella mujer. Ahora se daba cuenta de que iba a ser todavía más duro de lo que había imaginado.

Pero la deseaba desde que la vio, la deseaba con una pasión desesperada que lo había sorprendido y lo había sacudido. Y por mucho que le costara, prometió, pretendía hacerla suya.

«Pero sería un error aproximarse con demasiada fuerza».

Haciendo un gracioso movimiento con la mano, reconoció su derrota y, con expresión amable, guió la conversación hacia derroteros menos peligrosos. Sintiéndose aliviada, Vanessa lo siguió.

Al observarla, Zac se dio cuenta de aquel alivio y se preguntó por qué estaba tan poco predispuesta a tener una relación.

Sin embargo, la noche era todavía joven. Había tiempo para hacerla cambiar de opinión.

El carácter encantador de Zac volvió a hacerla sentir cómoda enseguida, y cuando por fin se levantaron para marcharse, se dio cuenta de que podría haberse quedado allí toda la noche.

Y Zac también se dio cuenta.

Observando su rostro, suave y soñador en aquel instante, sintió una extraña ternura mezclada con satisfacción mientras la acompañaba al exterior.

El aire suave de la noche le acariciaba la piel como un manto de terciopelo, y las estrellas estaban tan cerca que Vanessa sintió que con solo estirar el brazo podría arrancar una del cielo.

El taxi que Zac había pedido los estaba esperando, y con la mano de él suavemente colocada al final de su espalda, la insistió a que subiera.

Zac: Por lo que le entendí a tu amiga, vives en Knightsbridge, ¿no es cierto? -dijo cuando estuvieron sentados en la parte de atrás-.

Ella le dio la dirección de su apartamento y Zac se la dijo al taxista.

Cuando salieron por las puertas y se incorporaron al tráfico de la noche, él la miró fijamente a los ojos. Fue una mirada tan penetrante y tan intencionada que Vanessa sintió que el corazón le latía más deprisa.

Ella le devolvió la mirada como si estuviera hipnotizada. Entonces Zac le tomó el rostro entre las manos e, inclinando su rubia cabeza, rozó su boca con la suya. Aquel beso, aunque leve, pareció derretir todos los huesos de su cuerpo y la llenó de un deseo casi incontrolable.

Zac: Bueno, esto es lo que has estado temiendo toda la noche -dijo retirándose-. Pero no te ha dolido, ¿verdad? -Al ver que ella se limitaba a mirarlo con aquellos ojos de gacela tan grandes, dijo-: Entonces, ¿lo hago otra vez?


De alguna manera, Vanessa consiguió encontrar su propia voz y mintió como una bellaca.

Ness: Preferiría que no lo hicieras.

Zac: De acuerdo.

Y la besó una y otra vez. Esta vez no fueron besos leves.

Cuando, sin ser consciente de ello, Vanessa abrió los labios bajo la suave presión de los suyos, Zac la besó apasionadamente hasta que la cabeza le dio vueltas y su alma perdió el sentido.

Él la sintió temblar y, notando que estaba preparada, le sugirió con suavidad:

Zac: Mi apartamento está muy cerca de aquí. ¿Quieres subir a tomar algo?

Ness: Es tarde -logró decir con voz ronca-. Debería irme a la cama.

Zac: Eso es exactamente lo que yo estaba pensando -murmuró. Ella no se atrevió a mirarlo-. Entre nosotros hay tanta química que…

Zac dejó la frase sin terminar.

Pero no hacía falta que dijera nada más. El sexo con él sería estupendo, Vanessa lo sabía instintivamente. Mejor que estupendo. Sería extraordinario.

Ness: No soy mujer de una noche -dijo sintiendo una ola de calor atravesándole el cuerpo-.

Y fue plenamente consciente para su incomodidad de lo anticuada que sonaba.

Zac: ¿Quién ha hablado de una sola noche? -preguntó alzando una de sus claras cejas-. Tengo la sensación de que aunque te tuviera entre mis brazos un millón de noches no sería suficiente.

Vanessa hizo un esfuerzo por cerrar la mente a la seducción de su voz y sus palabras y clavó la vista en el regazo. Por una vez en su vida se veía seriamente tentada de hacer lo que Ashley le decía siempre que hiciera, y vivir un poco.

Pero la culpa, que siempre había sido su freno, se convirtió en aquel momento en su salvación, recordándole que no podía permitirse, ni sentimental ni económicamente, tener una relación con aquel hombre.

Ness: No quiero irme a la cama contigo -dijo tras exhalar un profundo suspiro-. Quiero irme a casa, por favor.


3 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

OMG...
OMG...
OMG...
Me dejaste con los ojos abiertos y el corazón acelerado...
siguela, esta muy buena esta adaptación
y como que muy rapidito Efron hahah
xoxoxo

Abigail dijo...

NO PX SI Q KIEREN IR RAPIDO!!!
BUENO CREO Q SOLO ZAC....JEJEJE
Y COMO Q LOS MATRIMONIOS D
NESS CON DREW SIEMPRE SALEN
MAL O LE PASA ALGO A EL.....
PRO ESTA BN X Q ENCUENTRA
A ZAC!!!!

SIGUELA PRONTO!!!!!!

Abigail dijo...

SIGUELA!!!
SIGUELA!!!
SIGUELA!!!
SIGUELA!!!
SIGUELA!!!
SIGUELA!!!
SIGUELA!!!

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