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domingo, 16 de junio de 2019

Primera parte: La amargura. Capítulo 1


Nueva York, 1989

Stuart Spencer odiaba a muerte aquella habitación de hotel. Lo único positivo era que, al estar en Nueva York, su esposa, que se encontraba en Londres, no podía perseguirlo para que siguiera con la dieta. Había pedido al servicio de habitaciones un sándwich de tres pisos y estaba saboreando cada uno de sus bocados.

Era un hombre corpulento, que ya encalvecía, pero sin el temperamento de natural alegre que uno podría esperar de alguien con su aspecto. Lo tenía amargado una ampolla que le había salido en el talón y también el resfriado, que le embotaba la cabeza. Después de tomarse media taza del té que le habían servido decidió, con su maniático chovinismo británico, que por mucho que lo intentaran los estadounidenses eran totalmente incapaces de preparar un té decente.

Lo que él quería era tomar un baño caliente, una buena taza de Earl Grey y pasar una hora tranquilo, pero temía que aquel hombre tan impaciente que veía plantado ante la ventana lo obligara a aplazarlo todo… tal vez indefinidamente.

Stuart: Bueno, estoy aquí, ¡maldita sea!

Frunciendo el ceño, miró cómo Zachary Efron tiraba de la cortina.

Zac: Una vista maravillosa -fijó la mirada en la pared de otro edificio-. Es lo que da el toque acogedor al sitio.

Stuart: Tengo que recordarte, Zachary, que no me gusta nada cruzar el Atlántico en invierno. Además, en Londres me espera un montón de trabajo atrasado, todo por tu culpa y por tu inadmisible sistema de trabajo. Así que, si tienes información para mí, me la pasas. Y enseguida, si no es mucho pedir.

Zachary siguió mirando por la ventana. Tenía los nervios de punta por el resultado de la reunión informal que había pedido, pero en su fría actitud nada insinuaba, ni por asomo, la tensión que vivía.

Zac: Ya que estás aquí, Stuart, tendré que llevarte a algún espectáculo. A un musical. Te haces mayor y te estás volviendo adusto.

Stuart: ¡Empieza de una vez!

Zachary dejó la cortina en su sitio y se acercó despacio al hombre al que llevaba unos años informando. Su oficio exigía una gracia y un vigor que solo podían ser fruto de la seguridad en sí mismo. Tenía treinta años y ya un cuarto de siglo de experiencia profesional a sus espaldas. Había nacido en los suburbios de Londres, aunque ya de joven conseguía que lo invitaran a las mejores fiestas sociales, una especie de proeza cuando no había llegado aún la avalancha de los mods y los rockers que acabó con la rígida conciencia de clase británica. Sabía lo que era pasar hambre, al igual que sabía lo que significaba hartarse de beluga. Como cualquiera que prefería el caviar, se había inclinado por una vida en la que este no faltara. Lo que hacía lo hacía bien, muy bien, pero el éxito no le había sonreído porque sí.

Zac: Tengo una hipotética proposición para ti, Stuart -tomó asiento y se sirvió un té-. Déjame que te pregunte si en los últimos años te he sido de ayuda.

Spencer tomó otro bocado del sándwich con la esperanza de que la comida y Zachary no le provocaran una indigestión.

Stuart: ¿Piensas pedir aumento de sueldo?

Zac: Es una idea, pero no exactamente lo que tenía en la mente. -Sabía esbozar una sonrisa especialmente encantadora, que producía grandes efectos cuando se lo proponía-. La cuestión es: ¿Ha valido la pena tener a un ladrón en nómina en la Interpol?

Spencer se sorbió la nariz, sacó un pañuelo y se sonó.

Stuart: Alguna vez.

Zachary se dio cuenta -y se preguntó si a Stuart le había ocurrido lo mismo- de que en aquella ocasión no había utilizado el calificativo «retirado» antes de «ladrón», y de que Stuart no había rectificado la omisión.

Zac: Te veo realmente parco en cumplidos.

Stuart: No he venido a halagarte, Zachary, sino a comprobar qué demonios te ha llevado a pensar que había algo tan importante para obligarme a desplazarme a Nueva York en pleno invierno.

Zac: ¿Qué te parecerían dos?

Stuart: ¿Dos qué?

Zac: Dos ladrones, Stuart. -Levantó uno de los triángulos del sándwich-. Tendrías que probarlo con pan integral.

Stuart: ¿Adónde quieres llegar?

En los momentos que iban a seguir se jugaba mucho, pero Zachary había vivido la mayor parte de su vida con la vista en su futuro, jugándose el cuello, decidiendo qué hacer en cuestión de segundos. Había sido ladrón, un ladrón de primera, y había llevado al capitán Stuart Spencer y a otros como él a callejones sin salida de Londres a París, de París a Marruecos y de Marruecos al siguiente lugar en el que les esperara el premio. Después había invertido la marcha y empezado a trabajar para Spencer y la Interpol en lugar de hacerlo contra ellos.

Aquello había sido una decisión de negocios, pensaba Zachary. Una cuestión de cálculo de las posibilidades y los beneficios. Lo que iba a proponer ahora era personal.

Zac: Planteémonos el caso, hipotético, de que yo conozco a un ladrón realmente inteligente, a alguien que ha tenido a la Interpol tras él durante diez años, a una persona que ha decidido retirarse del servicio y estaría dispuesta a ofrecer su colaboración a cambio de clemencia.

Stuart: Estás hablando de la Sombra.

Zachary se quitó meticulosamente las migas de las yemas de los dedos. Era un hombre pulcro, por costumbre y por necesidad.

Zac: Hipotéticamente.

La Sombra. Spencer olvidó el dolor del talón y la molestia del desfase horario. El ladrón sin rostro conocido como la Sombra había robado millones de dólares en joyas. Hacía diez años que Spencer le seguía la pista, le pisaba los talones, lo perdía de vista. En los últimos dieciocho meses, la Interpol había intensificado sus investigaciones, y había llegado al extremo de encargar a un ladrón la captura de otro ladrón: a Zachary Efron, el único hombre que Spencer conocía cuyas proezas superaban las de la Sombra. Al hombre, pensó Spencer en un súbito arranque de ira, en el que él había confiado.

Stuart: Sabes quién es, maldita sea. Hace tiempo que sabes quién es y dónde encontrarlo -apoyó las manos en la mesa-. Diez años. Llevamos diez años detrás de ese hombre. Y tú llevas meses cobrando para encontrarlo y tomándonos el pelo. ¡Has sabido quién era y por dónde andaba todo este tiempo!

Zac: Puede que sí -extendió sus largos dedos de artista-. Puede que no.

Stuart: Me dan ganas de encerrarte y arrojar la llave al Támesis.

Zac: Pero no lo harás, porque soy como el hijo que nunca tuviste.

Stuart: Ya tengo un hijo, ¡diantre!

Zac: No como yo. -Recostándose en el asiento, continuó-: Lo que te propongo es un acuerdo como el que adoptamos tú y yo hace cinco años. En aquel momento tuviste visión suficiente para darte cuenta de que contratar al mejor tenía ventajas respecto a perseguir al mejor.

Stuart: Se te asignó la tarea de atrapar a ese hombre, no de negociar por él. Si tienes un nombre, dámelo. Si tienes una descripción, facilítamela. Hechos, Zachary, no hipotéticas proposiciones.

Zac: Tú no tienes nada -respondió con brusquedad-. Después de diez años, nada de nada. Y si yo me voy ahora mismo de esta habitación, seguirás sin nada.

Stuart: Te tengo a ti -lo dijo en un tono sosegado, pero tan concluyente que consiguió que Zachary entrecerrara los ojos-. A un hombre refinado como tú la cárcel le parecería un lugar muy desagradable.

Zac. ¿Amenazas? -Un breve pero contundente escalofrío recorrió su cuerpo. Entrelazó las manos y mantuvo la mirada inexpresiva, aferrándose a la idea de que Spencer se estaba marcando un farol. Él no fanfarroneaba-. A mí se me garantizó clemencia, ¿recuerdas? Este fue el trato.

Stuart: Eres tú quien ha cambiado las reglas. Dame el nombre, Zachary, y déjame hacer el trabajo.

Zac: Piensas poco, Stuart. Por eso tú recuperaste cuatro diamantes y yo un montón.

Stuart: Vamos a ver: pones a la Sombra en la Sombra y, ¿qué tienes? A un ladrón en la Sombra. ¿De verdad crees que ibas a recuperar algo de lo que se ha robado en los últimos diez años?

Zac: Es una cuestión de justicia.

Stuart: Sí.

Spencer se dio cuenta de que el tono de Zachary había cambiado y, por primera vez en la conversación bajó la mirada. Pero no por vergüenza. Spencer conocía lo suficiente a Zachary para no pensar ni por un momento que aquel hombre se sentía avergonzado.

Zac: Es una cuestión de justicia y vamos a abordarla -se levantó de nuevo, demasiado impaciente para seguir sentado-. Cuando me asignaste el caso, lo acepté porque me interesaba ese ladrón en concreto. Algo que no ha cambiado. Mejor dicho, podría afirmarse que mi interés ha llegado a su apogeo. -No iba a sacar nada presionando en exceso a Spencer. En efecto, a lo largo de aquellos años se habían admirado mutuamente a regañadientes, pero Spencer no se apartaría ni un ápice del camino recto-. Pongamos, y seguimos evidentemente en el plano hipotético, que conozco la identidad de la Sombra. Pongamos que hemos tenido unas conversaciones que me han llevado a pensar que podrías aprovechar la capacidad de esa persona, y que ella se te ofrecería a cambio de considerar un momento la limpieza de su expediente.

Stuart: ¿Considerar un momento? El cabrón ese ha robado muchísimo más que tú.

Zachary enarcó las cejas. Luego, arrugando un poco la frente, se quitó una miga de la manga.

Zac: No creo que sea necesario que me insultes. Nadie ha robado joyas cuyo valor supere a las que yo conseguí cuando estaba en activo.

Stuart: ¡Conque estás orgulloso de ello!, ¿verdad? -su expresión tenía un aire alarmante-. No creo que la vida de un ladrón sea algo para enorgullecer a nadie.

Zac: Ahí está la diferencia entre tú y yo.

Stuart: Encaramarse a las ventanas, hacer tratos por los callejones…

Zac: Por favor, harás que sienta nostalgia. No, será mejor que te calmes, Stuart. No querría provocarte una espectacular subida de tensión. -Cogió de nuevo la tetera-. Puede que haya llegado el momento de decirte que mientras me dedicaba a desvalijar, empecé a sentir un gran respeto por ti. Supongo que aún estaría escalando ventanas si no te hubiera tenido a ti tan cerca de cada uno de mis trabajos. Ni me arrepiento de la vida que llevé, ni de haber cambiado de bando.

Stuart se tranquilizó y pudo tomarse el té que Zachary le había servido.

Stuart: Esto no viene al caso. -Se dio cuenta de que lo que Zachary había admitido le gustaba-. La cuestión es que ahora trabajas para mí.

Zac: No lo he olvidado. -Volvió la cabeza para mirar distraído hacia la ventana. Era un día frío y claro que le hacía desear que llegara la primavera-. Y continuando -dijo volviéndose de nuevo para dirigir una significativa mirada a Stuart-, como fiel empleado, creo que es mi obligación reclutar para ti cuando se me presenta una perspectiva que vale la pena.

Stuart: Un ladrón.

Zac: Sí, uno de categoría. -Apareció otra vez su sonrisa-. Además, apostaría a que ni tu organización ni cualquier otra estará dispuesta a meter ni por asomo la nariz en su identidad real. -Serenándose un poco más, se inclinó hacia delante-. Ni ahora, ni nunca, Stuart, te lo juro.

Stuart: Volverá a las andadas.

Zac: Ni lo sueñes.

Stuart: ¿Cómo puedes estar tan seguro?

Zachary juntó las manos. Su anillo de boda emitió un pálido brillo.

Zac: Me ocuparé de ello personalmente.

Stuart: ¿Qué relación tienes con él?

Zac: Es difícil de explicar. Escúchame, Stuart: he trabajado cinco años para ti, a tu lado. En una serie de trabajos sucios, algunos, sucios y además peligrosos. Nunca te he pedido nada, pero ahora te pido esto: clemencia para mi hipotético ladrón.

Stuart: No puedo garantizar…

Zac: Tu palabra es suficiente garantía -dijo acallándolo-. A cambio, incluso te recuperaré el Rubens. Mejor aún, creo que puedo asegurarte algo de un peso político capaz de aplacar una situación especialmente comprometida.

A Spencer no le costó mucho atar cabos.

Stuart: ¿En Oriente Medio?

Llenando su taza, Zac se encogió de hombros.

Zac: Hipotéticamente. -Obviando la respuesta, intentó llevar a Stuart hacia el Rubens y Adel. De todas formas, él nunca enseñaba las cartas antes del último envite-. Podríamos decir que con la información que te proporcionaría, Inglaterra podría ejercer presión donde más le conviniese.

Spencer le dirigió una dura mirada. Sin contar con ello, habían ido mucho más allá de hablar de diamantes, rubíes, delitos y castigos.

Stuart: Todo esto te supera, Zachary.

Zac: Te agradezco la preocupación. -Volvió a sentarse porque notó que se estaba produciendo un cambio- Te juro que sé perfectamente lo que hago.

Stuart: Estás en un juego muy delicado.

En el más delicado, pensó Zachary. En el más importante.

Zac: En uno en el que los dos podemos ganar, Stuart.

Con un leve resuello, Spencer se levantó para abrir una botella de whisky. Se sirvió un generoso trago en un vaso, vaciló un instante y luego sirvió otro.

Stuart: Dime qué es lo que tienes, Zachary. Haré lo que esté en mis manos.

Esperó un instante, calculando.

Zac: Pongo en tus manos lo único que me importa. No lo olvides, Stuart. -Apartó la taza y aceptó el vaso-. Vi el Rubens cuando estuve en la sala del tesoro del rey Adel de Jaquir.

Los inexpresivos ojos de Spencer se abrieron de par en par.

Stuart: ¿Y qué demonios hacías tú en la cámara acorazada del rey?

Zac: Es una larga historia -levantó el vaso mirando a Stuart y echó un buen trago-. Será mejor empezar por el principio, por Phoebe Spring.


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Cuanto misterio
Ya quiero saber mas
Siguela pronto
Saludos

Carolina dijo...

Wow, que tal intriga
Que es lo que esta planeando??
Ya quiero saber
Pública pronto please!!

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