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viernes, 2 de junio de 2017

Capítulo 12


Había algo que invitaba a la melancolía en la nueva casa de Greg Cyrus. Vanessa sintió la tristeza en cuanto entró en aquella casa victoriana de la calle Spring. Desde fuera era una casa típica de Avalon, una casa de estilo neogótico, rodeada de nieve y árboles desnudos.

Pero por dentro era una historia diferente. Había objetos por todas partes, cajas sin abrir... Sobre el alféizar de la ventana, un montón de cartas sin abrir. El aspecto recordaba al de un hotel, pero Vanessa sabía que no lo era. Greg y sus dos hijos habían llegado allí para quedarse.

Greg: Dame el abrigo -le ofreció cuando salió a recibirle al vestíbulo-.

Philip ya estaba allí, sentado en el mostrador de la cocina con una copa de vino. También Zac estaba invitado, pero había declinado la invitación porque tenía que trabajar hasta tarde. Seguramente era cierto, pero Vanessa tenía la impresión de que las reuniones familiares no eran su fuerte. Le dirigió a Philip una sonrisa vacilante. Tampoco estaba muy segura de que las reuniones familiares fueran lo suyo, pero por lo menos tenía que intentarlo. La mera idea de tener parientes le desconcertaba. Había crecido creyéndose la hija única de otra hija única. Y de pronto se encontraba con toda una familia de desconocidos.

Ness: Esto es para ti -le tendió a Greg el dulce que había llevado-. Es un pan de la amistad. Dicen que trae buena suerte en una casa nueva.

Greg: Eh, gracias -le dirigió una sonrisa radiante-. Necesito toda la suerte que pueda conseguir.

Miley y Max bajaron corriendo las escaleras.

Max: Hola, Vanessa. Hola, tío Phil.

Vanessa estaba deseando conocer a su tío y a sus primos. Su aspecto era de pelo rubio y liso, dientes perfectos y un encanto natural.

Miley estaba ya en el último año de instituto. Era rubia, guapa y callada, y los modales con los que saludó a Vanessa y a Philip fueron más que adecuados. Max estaba en quinto grado, era un niño alto para su edad, larguirucho y con una efusividad que se ponían de manifiesto en su pronta sonrisa y en su incesante entusiasmo.

Vanessa les entregó un recipiente con masa fermentada y les explicó cómo cultivarla y compartirla con amigos.

Ness: Así que, en teoría, podéis llegar a formar parte de una cadena interminable.

Max: ¿Y si dentro de diez días no tienes ganas de hacer pan? ¿Hay alguna maldición si rompes la cadena?

Ness: Sí, ¿cómo lo has adivinado? Al miembro más joven de la casa le sale un sarpullido en el cuero cabelludo y tiene que raparse la cabeza.

Max se llevó la mano a la cabeza.

Max: Muy gracioso.

Miley: Supongo que siempre puedes no hacer caso y averiguar por ti mismo si es cierto.

Ness: Sinceramente, puedes dejar la masa fermentada en la nevera durante un tiempo indefinido.

Charlie y Olivia llegaron en medio de una ventisca de nieve. Mientras saludaban a todo el mundo, Vanessa permanecía callada en un segundo plano, observando la dinámica familiar. Era una novata en todo aquello. Observaba las muestras de cariño de Olivia hacia sus tíos y sus primos, y, particularmente, hacia su padre. Entre ellos había un vínculo que sólo podía nacer de la intimidad compartida. Vanessa sintió una punzada en el corazón, no de envidia ni de resentimiento, sino de tristeza por todo lo que se había perdido.

Notó que alguien estaba observándola y al alzar la cabeza, advirtió que se trataba de Charlie. Charlie era un hombre alto, de un rudo atractivo, que por lo que Vanessa sabía, había sufrido una infancia difícil, pero parecía estar muy contento con Olivia, y completamente satisfecho en su propia piel.

Charlie: No te preocupes -le dijo, como si le hubiera leído el pensamiento-, ya te acostumbrarás a esto.

Olivia: Un regalo por la inauguración de la casa -le dijo a Greg, mientras le tendía una bolsa enorme-.

Greg: Es el tercero que nos haces desde que nos vinimos a vivir aquí -protestó-, tienes que parar de una vez.

Olivia: No pararé hasta que la casa resulte acogedora -respondió entre risas-. Todavía parece un lugar de paso.

A Vanessa no le costó reconocer las aportaciones de Olivia a la decoración de la casa. Había una manta de colores en el respaldo del sofá que seguro le había regalado ella y a su lado un cojín bordado. Ambos objetos llevaban la marca del gusto exquisito de Olivia. El regalo que les llevaba en aquella ocasión era una lámpara de lectura con el cristal glaseado, en un obvio intento de convertir la butaca y la mesa que tenía al lado en un rincón de lectura.

Greg: Tengo que admitir que se te da muy bien. Deberías dedicarte exclusivamente a la decoración.

Olivia: Buena idea -le tendió su gorro y su abrigo a Max-.

Era una broma, por supuesto. Olivia no iba a dedicarse a la decoración. Era una experta agente inmobiliaria especialista en preparar propiedades para la venta. Se le daba tan bien vaciar casas, arreglarlas y volverlas a decorar que había montado su propia empresa en Manhattan, llamada Transformaciones.

La casa a la que se había trasladado Greg, más que un verdadero hogar, parecía el local de un club universitario.

En lugar de mesa de comedor, había una enorme mesa de billar, cubierta por un tablón de contrachapado. La mampara de la lámpara del techo tenía estampado el lema de una conocida marca de cervezas en el falso cristal. En una de las paredes había una diana y en la chimenea una barbacoa eléctrica.

Greg: Para preparar perritos calientes.

Max: Y nubecitas -añadió-. Estamos de acampada, pero en casa.

Vanessa no podía decidir qué era peor, si lo del club universitario o lo de la acampada. En vez de dormir en una cama normal, lo hacían en sacos de dormir. O en colchones sin sábanas.

Olivia: Voy a llevarte a comprar sábanas -le dijo a Miley mientras subían al piso de arriba-.

Vanessa perdió la cuenta de la cantidad de dormitorios, armarios y cuartos de baño por los que pasaron. La mayor parte de ellos vacíos.

Miley: Gracias a Dios. Mi padre se ha olvidado de unas cuantas cosas. Al principio no quería darle importancia, pero esto ya está pasando de la raya.

Greg: En esta casa hay espacio más que suficiente para que te quedes con nosotros -le ofreció a Vanessa-. Durante tanto tiempo como necesites.

Vanessa experimentó una oleada de calor y gratitud. Para eso estaba la familia. Para mantenerse unida, para ayudarse los unos a los otros. Aun así, sin haber compartido una historia, le resultaba difícil sentirse parte de aquella familia.

Ness: Eres muy amable. De momento estoy bien.

Olivia: Eso es cierto -se mostró de acuerdo-. ¿Quién no iba a estar bien con el jefe de policía?

Vanessa se sonrojó violentamente.

Ness: Es algo temporal. Completamente temporal.

Leslie: Sí, ya lo sabemos.

A Vanessa le sorprendió ver aparecer a Leslie Tuttle. Al parecer, Philip también la había invitado a ella.

Leslie: He traído un pastel -dijo dirigiéndose hacia la cocina-.

Inmediatamente después, se sentaron todos a cenar. A Vanessa le resultaba extraño, aunque al mismo tiempo le encantaba, volver a sentir el ritmo de una familia. La cena consistía en espagueti, ensalada y pan de la panadería, nada extraordinario, pero todo servido en grandes cantidades. Los platos de papel y los vasos de plástico reforzaban la sensación de estar de acampada, aunque Greg sacó copas de cristal para que los adultos disfrutaran del vino.

Después se sirvieron el café y el postre, uno de los dulces de Sky River. Los niños se excusaron y se fueron a ver la televisión y el resto de la familia volvió a abordar el tema de la situación de Vanessa. Todo el mundo quería ayudar, y nadie más sinceramente que su padre.

Greg: No quiero presionarte, pero sé que éste es un momento crucial para ti.

Por decirlo suavemente, pensó Vanessa.

Philip: A lo mejor te gustaría tener más tiempo para escribir -sugirió-. Eres una escritora excelente.

Ness: ¿Has leído mi columna? -preguntó extrañada-.

Philip: Sí, estoy suscrito al Avalon Troubadour. Me lo envían a Nueva York y así puedo leer tu columna todos los miércoles -sonrió al ver la expresión de estupefacción de Vanessa y se sirvió otro pedazo de pastel-. En cualquier caso, lo que quería decirte es que en Nueva York podrías conocer gente relacionada con el mundo editorial y decidir si quieres o no continuar con tu carrera de escritora.

Presa del más absoluto asombro, Vanessa ni siquiera estaba segura de haber oído correctamente.

Ness: Es una columna semanal, no un trabajo a tiempo completo.

Philip: De momento -señaló-. Yo siempre he querido ser escritor. Pero no me ha parecido nunca un trabajo muy práctico para mí.

Ness: ¿Y te parece que lo es para mí?

Philip: Tú todavía eres suficientemente joven como para atreverte a correr riesgos.

Vanessa miró sonrojada a su padre y a su tío.

Ness: Muchas gracias. Me halaga que hayáis leído mi columna -sonrió, decidida a vencer el pánico que comenzaba a crecer en su pecho-. Muchas veces me he preguntado cómo sería mi vida si pudiera dedicarme a la escritura a tiempo completo. A lo mejor me gustaría reunir todas mis recetas en un libro.

Ya estaba, ya lo había dicho. Les había hablado a todas esas personas de su sueño. La idea de ser escritora siempre le había parecido tan frágil e improbable que había preferido guardar aquel sueño para sí. Pero quizá Zac tuviera razón. Al compartir su sueño, éste cobraba forma y sustancia. De alguna manera, se hacía más real.

Y, desde luego, iba a necesitar trabajar a tiempo completo si quería reconstruir todo lo que había perdido en el incendio. Aunque en el periódico tenían archivadas sus columnas, todo lo demás, aquellas piezas que no había publicado porque eran excesivamente duras, personales o nuevas, habían desaparecido y no sabía si podría recuperarlas.

Olivia: Entonces, deberías intentarlo -la animó-.

Philip: Escribes maravillosamente -añadió-. Me encanta cómo permites vislumbrar instantes de vida de la panadería. Leyendo esas columnas, me siento como si conociera a tus abuelos, a los clientes habituales y a las personas que han trabajado allí durante todos estos años. Estoy orgulloso de ti. Nunca me han gustado especialmente las columnas, pero últimamente, presumo delante de todo el mundo de tener una hija escritora.

A Vanessa le impactó muy agradablemente oír aquellas palabras.

Jamás en su vida había imaginado que podría experimentar algo parecido: el orgullo de su padre por algo que había hecho. Por supuesto, sus abuelos siempre habían reconocido sus logros, pero ninguno de ellos era un gran lector en inglés. Sin embargo, allí estaba Philip Hudgens, un intelectual, tan orgulloso de ella que les hablaba de su trabajo a sus amigos.

Philip: ¿Qué te parecería la idea de pasar algún tiempo en Nueva York?

Ness: Yo... -bebió un sorbo de vino. ¿En Nueva York? ¿Estaba de broma? Muy bien, pensó. Intentaría tomárselo con naturalidad-. La verdad es que no estoy segura... No he pensado nunca en ello.

Philip: Pues deberías hacerlo.

Ness: Pero la panadería...

Philip: Podrías tomarte unos meses de vacaciones...

Los Hudgens, y eso era algo de lo que Vanessa se había dado cuenta hacía tiempo, no siempre comprendían cómo funcionaba el mundo real.

Ness: No es tan fácil. No me puedo tomar unas vacaciones así como así. La panadería abre siete días a la semana.

Leslie: Yo creo que sí podrías hacerlo. Mientras tú estés de vacaciones, yo puedo ocuparme de dirigir la panadería.

No había habido un solo momento de su vida en el que Vanessa hubiera estado desvinculada de aquel lugar. Incluso de niña, pasaba allí parte del día, barriendo el suelo, apilando bandejas o haciendo compañía a su abuela. Solían cantar juntas antiguas canciones francesas.

Todavía podía sentir como si hubiera ocurrido el día anterior la mano de su abuela sobre su cabeza mientras le decía:

Helen: Tu trabajo es el más importante de todos. Tú me haces recordar por qué me dedico a hornear.

Un recuerdo precioso, sí. Y Vanessa admitió que no era el único. Se recordó a sí misma que había tenido mucha suerte en la vida, que había contado con el cariño de sus abuelos y de todo Avalon. Amaba aquel lugar y amaba la panadería, pero llevaba años persiguiéndola un anhelo que no conseguía satisfacer. En cuanto había terminado de estudiar en el instituto había comenzado a dirigir la panadería. En realidad no era una vida que le disgustara, pero quizá, sólo quizá, debería aprovechar la oportunidad de irse y probar una vida diferente.

¿Pero era aquél el momento más adecuado para hacerlo? Aquella pregunta la inquietaba. A partir del incendio, había comenzado a reconstruir sus vínculos con Zac. Aunque quizá fuera ése el principal motivo para marcharse. Bebió otro sorbo de vino, esperando que los demás no notaran la emoción que la embargaba. Y entonces lo sintió: el pánico corría hacia ella como una locomotora. Dios mío no, pensó. Por favor, en ese momento no...

Muy bien, intentó tranquilizarse. No pasaba nada. Podía excusarse, ir al cuarto de baño y tomar una pastilla. No habría ningún problema.

Pero mientras estaba allí sentada, intentando que su rostro no reflejara su miedo, mientras luchaba contra el pánico, emergió un curioso pensamiento a través del mar de la ansiedad. No había sufrido ningún ataque de pánico estando con Zac.

¿Sería una coincidencia? ¿Habría disminuido la amenaza de los ataques de pánico porque estaba cediendo la ansiedad o tendría que ver con el hecho de que estaba con Zac Efron?

Greg, Olivia y Charlie quitaron la mesa y fueron a recoger la cocina, dejando a Vanessa con Philip y con Leslie.

Philip: Háblame de Anne -le pidió de pronto a Leslie-. Me gustaría entender lo que pasó.

Vanessa se inclinó hacia delante. Philip parecía tener interés en hacer esa pregunta estando ella presente. Y Leslie pareció tomársela con calma.

Leslie: Pasó mucho tiempo fuera -dijo, mirándolos alternativamente-. Después, cuando regresó aquí con Vanessa, seguía saliendo mucho. Pero sus padres estaban encantados de cuidar de la niña -miró a Vanessa sonriendo-, eras un auténtico ángel.

Vanessa intentaba leer entre líneas. Seguramente salir mucho significaba que era una mujer a la que le gustaban las fiestas. Sabía, por lo que le habían contado sus abuelos, que su madre no siempre regresaba a casa por las noches. Decía que iba a pasar fuera un fin de semana y su ausencia se prolongaba durante toda una semana, a veces dos. Ésa era la razón por la que nadie se había alarmado cuando aquella última noche no había vuelto a casa. Por supuesto, nadie podía saber entonces que aquella noche desaparecería para siempre.

Leslie: Los Hudgens eran maravillosos -continuó diciendo-. Le dieron a Vanessa todo el amor del mundo. Un niño feliz es algo muy importante. Es imposible estar triste cuando tienes a una niña preciosa riendo en tu regazo.

Vanessa intentó sonreír. Sí, había sido muy feliz, pero también había sido una niña que a los cuatro años estaba acostumbrada a que su madre saliera sin saber nunca cuando volvía.

Philip: ¿Cuándo empezasteis a pensar que en esa ocasión no volvería?

Leslie: No puedo decirlo exactamente. Podría ser un mes, o seis semanas quizá. Recuerdo a Leo diciéndole al ayudante del sheriff, que pasaba todas las mañanas por la cafetería para tomar un café, que normalmente llamaba, pero que en aquella ocasión no lo había hecho. Con el tiempo, la preocupación de sus padres dio lugar a una denuncia formal y a una investigación posterior. Sin embargo, desde el principio les dijeron que tratándose de una mujer adulta con un historial de ausencias prolongadas e injustificadas, era muy posible que se hubiera marchado por voluntad propia.

Evidentemente, la madre de Vanessa no quería que la localizaran y la llevaran de nuevo a aquel lugar en el que nunca había sido feliz.

La ansiedad retumbaba en su pecho y se levantó para ir al cuarto de baño. Se tomó media pastilla, en seco. Cuando regresó al comedor, se detuvo en el pasillo, al lado de la puerta. Leslie y Philip continuaban hablando, ajenos a su presencia. Notó una intensidad en sus voces que la hizo detenerse. No quería interrumpirlos.

Leslie: ... no sabía si volvería a verte después de aquel verano -estaba diciendo-. Volviste al campamento Kioga con tu esposa y pocos años después, con tu hija.

Philip: Pero tú lo sabías, Leslie -vació su copa-. Dios mío, tú lo sabías.

Leslie: Hay cosas de las que no hablamos nunca. Y tú eras una de ellas.

Philip: ¿Por qué no dijiste nada?

Leslie: No me correspondía a mí decirlo.

Philip: Tú eras la única persona que podías haber defendido a Vanessa y no dijiste ni una sola palabra.

Leslie: Quería proteger a esa niña.

Philip: ¿Y qué demonios significa eso?

Leslie: Piensa en ello, Philip. Vanessa era una niña feliz, estaba creciendo rodeada de amor y seguridad. No podía imaginarme lo que pasaría si un desconocido irrumpía de pronto en su vida diciendo que era su padre. Por lo que yo sabía, los Hudgens tenían suficiente dinero como para quitárnosla.

Philip: ¿Quitárosla?

Leslie: Para quitársela a sus abuelos -se corrigió, y añadió con fiereza-. Y sí, también a mí. Yo quería a Vanessa aunque no tuviera ningún derecho a ella. Tenía miedo de perderla.

Philip: ¿Pero tan terribles te parecemos?

Leslie: No, me parecéis una familia normal, pero no podía imaginarme a Vanessa con vosotros. ¿Por qué iba a aceptarla tu mujer? Era la hija de otra mujer. Y tu hija, Olivia, no sabía si darle una hermana sería algo bueno a no. En cualquier caso, habría sido como estar jugando a ser Dios con la vida de una niña, y yo no quería hacerlo.

Una niña que había dejado de existir, pensó Vanessa. Una niña que se había convertido en una mujer adulta y estaba harta de que fueran el miedo y los secretos los que gobernaran su vida.


Después de la cena, Vanessa condujo a casa y giró automáticamente hacia la calle Maple, antes de darse cuenta de que la casa ya no estaba allí. Se suponía que tenía que regresar a la enorme y confortable cama que la esperaba en casa de Zac. Pero al estar tan cerca de su casa, algo le impulsó, a pesar de que era tarde, a acercarse a los restos de lo que había sido su hogar.

Los neumáticos del coche crujieron sobre la carretera cubierta de sal. En vez de adentrarse en el camino de la casa, aparcó en la acera para no arriesgarse a hundir las ruedas en la nieve. Resultaba extraño ver el enorme vacío que había quedado allí donde antes estaba la casa. Había unos arces en la parte delantera del jardín. Cuando Vanessa era una niña, su abuelo solía amontonar sus hojas en otoño para que Vanessa saltara sobre ellas y desapareciera en su interior. En ese momento, los tres árboles parecían fuera de lugar: tres esqueletos desnudos delante de la nada. Podía ver desde allí el patio trasero. A la empresa que se había encargado de recuperar los pocos objetos que el incendio había dejado intactos, le había seguido una empresa de demolición que había retirado los escombros. El terreno parecía así como una extensión de tierra quemada.

Pero había estado nevando la noche anterior y durante la mayor parte de día, de modo que la nieve había borrado la huella de una casa que había permanecido en aquel lugar durante setenta y cinco años. Lo único que podía ver era una extensión de nieve acordonada por una cinta de seguridad, pero gracias a la luz de la farola se distinguían también algunos contornos. Las huellas de un conejo dividían el espacio en el que estaba el salón en el que tantas noches había pasado Vanessa hablando con su abuela.

Antes de sufrir el derrame cerebral, su abuela era una gran conversadora. Le gustaba hablar de cualquier cosa y le encantaba contestar preguntas. Eso la convertía en la interlocutora ideal para Vanessa, que siempre tenía alguna pregunta que hacer.

Ness: ¿Cómo era tu vida cuando estabas en Francia? -le preguntaba-.

Aquél era uno de los temas favoritos de Helen. Fijaba la mirada en el infinito y su expresión se suavizaba. Entonces comenzaba a hablarle a Vanessa de su infancia en un pueblo llamado Millau, rodeado de campos de trigo y sicómoros, del canto de los pájaros, del río y del sonido de las campanas.

Al cumplir dieciséis años, el padre de Helen le había dejado a cargo del carro en el que llevaban a moler el trigo y el maíz. Había sido así como había conocido al hijo del molinero, un joven tan fuerte que era capaz de mover el molino con una sola mano. Tenía los ojos grises y una risa tan sonora y contagiosa que todo el que le oía dejaba de hacer lo que estaba haciendo para sonreír.

Por supuesto, se había enamorado de él. ¿Cómo no iba a enamorarse de un hombre así? Era el más fuerte y amable de todo el pueblo y, además, le había dicho a Helen que brillaba más que el sol.

Para Vanessa era como un cuento de hadas. Pero sabía que, a diferencia de los cuentos de hadas, aquél no había tenido un final feliz para los recién casados. Justo dos semanas después de su boda, las fuerzas alemanas habían iniciado la invasión de Francia. Los soldados invadieron el pueblo, quemaron casas y comercios, mataron o reclutaron a todos los hombres y aterrorizaron a mujeres y niños. Cuando Vanessa creció lo suficiente como para poder estudiar por su cuenta la masacre de Millau, fue consciente de que su abuela le había ahorrado los detalles más dramáticos de su vida. La única razón por la que Helen y Leopold habían escapado a aquella carnicería era que aquél día habían tenido que ir a la capital del distrito para registrar su matrimonio. Al volver, el pueblo estaba convertido en un caos y sus familias habían desaparecido.

Helen: Al día siguiente -le explicaba su abuela-, comenzamos a andar.

Habían hecho falta muchas preguntas y conversaciones para que Vanessa se enterara de que se habían ido del pueblo con la poca ropa que tenían, unas cuantas manzanas y algunos recuerdos, entre ellos, la caja que contenía la masa fermentada que la madre de Helen le había entregado a su hija el día de la boda.

Los alemanes habían atacado Francia por el oeste y los rusos por el este. Hasta el último rincón del país se había convertido en un campo de batalla, nadie estaba a salvo. En la Segunda Guerra Mundial habían muerto millones de franceses. Los abuelos de Vanessa habían tenido la gran suerte de conservar la vida.

Ness: ¿Y hacia dónde caminabais? -solía preguntar-.

Helen: Hacía el mar Mediterráneo.

Cuando Vanessa era pequeña, eso significaba lo mismo que ir a la tienda de la esquina para comprar un cartón de leche. Más tarde, había comprendido que sus abuelos, que entonces eran poco más que unos niños y jamás habían salido de aquel pueblo, habían recorrido kilómetros y kilómetros a pie y cuando habían llegado al puerto, habían tenido que pagar sus pasajes con su propio trabajo.

A veces, Vanessa pensaba en las personas a las que su abuela no había vuelto a ver: sus padres, sus hermanos, todas las personas a las que entonces conocía.

Ness: Debes echarles mucho de menos -le decía-.

Helen: Sí, es cierto -respondía-, pero siempre están en mi corazón.

Reclinada contra el coche, Vanessa cerró los ojos y se llevó la mano al pecho, rezando para que su abuela tuviera razón, para tener la certeza de que no se perdía realmente a nadie siempre y cuando se conservara su recuerdo en el corazón, nutriéndolo siempre con amor.

Dejó escapar un largo y trémulo suspiro, abrió los ojos y parpadeó en medio del frío de la noche. No funcionaba. No había nada en su corazón. Sentía el vacío y un pánico irracional creciendo dentro de ella.

Se acercó un coche por una esquina, rodeando la zona de una luz blanca. Vio moverse una cortina en el interior de la casa de la señora Samuels. Cuando el coche se acercó, reconoció a Zac Efron en su interior. Éste aparcó en la acera, salió del coche y caminó hacia ella. A Vanessa le latió violentamente el corazón.

Zac iba todavía con el uniforme de trabajo. El viento sacudía las faldas del abrigo.

Vanessa se estremeció y hundió las manos en los bolsillos.

Ness: Hola.

Zac: Hola -miró a su alrededor-. ¿Va todo bien?

Ness: Claro -pero sabía que en realidad le estaba preguntando qué estaba haciendo allí-. He venido hasta aquí por error. He conducido hasta la que era mi casa de forma automática -sonrió con ironía-. Cuesta un poco acostumbrarse a eso de no tener casa.

No soportaba ver su expresión, aquella mezcla de compasión y bondad, así que se reclinó de nuevo contra el coche y fijó la mirada en el lugar en el que antes estaba su dormitorio.

Ness: ¿Sabes? Cuando era pequeña, solía saltar a esa rama desde la ventana de mi dormitorio -señaló uno de los árboles-. Y nunca me caí.

Zac: ¿Y adonde te escapabas?

A Vanessa le pareció advertir un repentino deje de dureza en su voz.

Ness: Depende. Normalmente iba a reunirme con mis amigas en el río. Otras veces nos íbamos a ver una película a Coxsackie. No puede decirse que fuéramos delincuentes juveniles ni nada parecido. Siempre he intentado evitarles problemas a mis abuelos.

Zac: Ojalá todos los adolescentes fueran como lo fuiste tú. Mi trabajo sería mucho más fácil.

Ness: Siempre sufrí mucho por mis abuelos, por culpa de lo que les había hecho mi madre -con cada respiración iba cediendo el pánico-. Mi madre les rompió el corazón. Siempre quedó en ellos una sombra de tristeza, sobre todo en mi abuelo. Cuando los médicos dijeron que no iba a poder superar su enfermedad, mi abuelo se consolaba diciendo que a lo mejor mi madre aparecía en su entierro.
-clavó la punta de la bota en la nieve. Ella siempre había intentado compensar de alguna manera el abandono de su madre-. Como mi madre les abandonó, me prometí no dejarles nunca.

Zac permaneció en silencio durante varios minutos. Vanessa intentó examinarse, aplicando la sugerencia del médico. Segundos antes habría valorado en un ocho su nivel de ansiedad. En aquel momento había remitido hasta un seis, quizá incluso hasta un cinco o un cuatro, lo que representaba un enorme alivio. Quizá fuera gracias a la pastilla que se había tomado. O a lo mejor era que por fin había superado aquella fase.

Ness: Había varias cajas con información sobre la desaparición de mi madre. Todas se han quemado en el incendio.

Zac: En el departamento está todo archivado -le aseguró-. Si quieres, puedes ir a ver lo que han guardado.

Ness: Gracias. Últimamente pienso en ella mucho más que antes -comenzó a nevar-. Es curioso, pero una parte de mí tiene la sensación de que es posible que vuelva ahora que se ha muerto mi abuela.

Zac: ¿Por qué te parece curioso?

Ness: No sé, a lo mejor ésa no es la palabra más indicada. Seguramente «extraño» es una palabra más adecuada. No suelo pensar en ese tipo de cosas. Si mi madre no fue capaz de volver cuando murió mi abuelo, ni tampoco cuando mi abuela sufrió el derrame cerebral y estuvimos a punto de arruinarnos... Si nada de eso la hizo volver, es absurdo pensar que pueda motivarla a hacerlo la muerte de mi abuela.

Zac no dijo nada y Vanessa se alegró de que no lo hiciera. Porque uno de las conclusiones que podía extraerse del hecho de que su madre no hubiera aparecido era que a lo mejor estaba muerta. Pero Vanessa se negaba a pensar en ello. Si Anne hubiera muerto, se habrían enterado.

Ness: Resulta irónico que Philip haya aparecido prácticamente de la nada. Justo cuando estaba empezando a pensar que estaba completamente sola en el mundo, descubro que tengo toda una familia.

Zac: No tienes por qué sentirte sola.

Tanto sus palabras como su tono de voz la sobresaltaron.

Ness: ¿Qué quieres decir? -preguntó suavemente-.

Zac pareció replegarse. Volvió a ponerse la máscara de jefe de policía.

Zac: Lo que quiero decir es que tú formas parte de esta comunidad. Todo el mundo te quiere. Y hasta eres la mejor amiga de la alcaldesa.

Ness: Sí, tienes razón. Soy una mujer increíblemente afortunada -respiró hondo, sintiendo cómo entraba el aire helado en sus pulmones-. Pero te aseguro que me cuesta encontrar el lado positivo de todo lo que me ha pasado. Encontrarte de pronto sin familia y sin casa es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo.

Zac: Tú no tienes enemigos.

Ness: A no ser que descubran que el incendio de mi casa ha sido intencionado.

Zac: Nadie ha quemado tu casa, estoy seguro.

Ness: En fin, por lo menos de todo esto ha salido algo bueno. Al no tener casa, se me ha abierto todo un mundo de posibilidades.

Zac: ¿Qué quieres decir?

Ness: Puedo empezar desde cero y donde yo quiera -observó su rostro, pero era imposible averiguar lo que estaba pensando-. Por eso me resulta tan difícil marcharme de aquí.

Zac no se movió, ni hizo sonido alguno. De hecho, estaba tan callado que Vanessa podía oír los copos de nieve cayendo sobre la tela de su abrigo. Esperó con la respiración contenida, anticipando la siguiente pregunta.

Pero no llegó. Zac continuó en silencio con expresión imperturbable.

A lo mejor no le había oído.

Ness: He dicho que me voy de Avalon.

Zac: Ya lo he oído.

Ness: ¿Y tú no tienes nada que decir al respecto?

Zac: Es tu vida. Eres tú la que tiene que tomar una decisión. Yo no tengo nada que decir.

«Dime que me quede», pensó Vanessa. Bastaría con que él se lo dijera para que no se marchara. Se sentía patética.

Ness: Me gustaría que me dijeras algo.

Zac: ¿De verdad te importa lo que piense?

Ness: Sí.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Porque es importante para mí -confesó, pero se retractó inmediatamente-. Es sólo que... has sido muy generoso conmigo. Me siento mal por todos los inconvenientes que te he causado. Te he impuesto mi presencia durante demasiado tiempo, no puedo seguir viviendo contigo.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Porque no está bien. Cada uno de nosotros tiene su propia vida y no podemos seguir cortándole las alas al otro.

Zac: Así que piensas que te estoy cortando las alas, que no puedes vivir como quieres.

Ness: Dios mío, no. Es frustrante hablar contigo.

Zac no dijo nada.

Ness: He decidido irme a Nueva York -el impacto de aquella decisión pareció retumbar en lo más profundo de su ser. Aquélla era la primera vez que lo decía en voz alta-. Voy a quedarme en el apartamento en el que vivía Olivia. Me lo ha sugerido Philip. Quiere que pase algún tiempo con sus padres, con mis abuelos y... No sé. En cuanto arregle todos los asuntos que tengo aquí pendientes, me iré. Leslie se ocupará de la panadería y yo podré tomarme en serio lo de la escritura.

Cuando terminó de explicarle su plan, estaba casi sin respiración. Hablar de todo aquello le resultaba extraño. Era como darse cuenta de pronto de que se iba a marchar de verdad. Iba a dejar el pueblo en el que había nacido y crecido, el lugar en el que había pasado toda su vida. A no ser que Zac le diera una razón para quedarse. ¿Pero por qué iba a hacer Zac una cosa así?

Ness: Estoy intentando aprovechar la libertad que me ha dado el incendio.

Zac: A mí me parece que lo que estás haciendo es huir -abrió la puerta del coche-. Nos vemos en casa.

Incómoda con la reacción de Zac, Vanessa se sentó tras el volante de su coche.

Zac: Hasta luego -añadió reclinándose ligeramente en el asiento-. Abróchate el cinturón -le recordó y cerró la puerta-.




¡Pero qué frío es Zac! 😒
Vanessa se tendría que ir ¡y a Zac que le den!

¡Gracias por leer!

P.D.: He publicado en mi otro blog.


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto el capítulo.
Me intriga mucho la madre de Ness.
Y que le pasa a Zac? Porque tan frio?


Sube pronto

Maria jose dijo...

Por que zac es asi?
Cuando se dirán lo que sienten
Todo es tan interesante
Siguela pronto por favor


Saludos

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