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sábado, 24 de junio de 2017

Capítulo 17


Diecinueve de junio de 1995

Querida mamá:

Si vuelves a aparecer en mi vida, van a ser muchas las cosas sobre las que tendrás que ponerte al día. Desde que tuve edad suficiente como para poder escribir, he estado contándote toda mi vida, por si acaso te interesa, y he guardado todos mis escritos en una caja, dentro de mi armario. En realidad, a estas alturas ya me ha quedado bastante claro que no tienes ningún interés, pero escribir se ha convertido en un hábito. En el instituto, todos los profesores me dicen que escribo muy bien. Yo siempre había pensado que terminaría yendo a la universidad a estudiar periodismo.

Al leer estas páginas me doy cuenta de lo mucho que he cambiado desde la última vez que te escribí. Imaginaba que después de graduarme en el instituto, tendría todo el tiempo del mundo para dedicarlo a escribir, pero ahora son muchas las cosas que lo impiden. Como la muerte del abuelo. Me duele ver esas palabras escritas en el papel.

¿Sabes que el abuelo ha muerto, mamá? ¿Que cuanto más cerca estaba del final, más veces me llamaba por tu nombre? Al final, ni siquiera me molestaba en corregirle. Y supongo que sabes por qué.

La abuela parece haberse transformado en una persona completamente diferente. Todo el mundo ha sido muy bueno con ella, la ciudad entera se ha volcado para ayudarla. Durante las semanas que siguieron a la muerte del abuelo, recibimos todo tipo de regalos. Venía gente a vernos continuamente, nos traían comida y pasaban mucho rato con nosotras. Al principio la abuela lo llevó muy bien, pero en cuanto acabaron las formalidades, pareció quedarse vacía. Hasta cuando iba a la iglesia se sentía sola y perdida. El abuelo y ella se habían casado siendo muy jóvenes y eran muchas las cosas que habían pasado juntos.

Ahora estamos casi arruinadas, ¿te lo he dicho? El seguro del abuelo no cubría todos los cuidados médicos que ha necesitado. Cuando le diagnosticaron la enfermedad y vimos lo que nos esperaba, nos declaramos en bancarrota para evitar que nos denunciaran por no pagar las deudas que tenemos. Si tuviera que elegir los tres momentos más humillantes de mi vida, ir con la abuela a firmar la declaración de bancarrota sería uno de ellos. En realidad, soy consciente de que no hemos hecho nada malo. Hemos tenido que declararnos en bancarrota para no tener que despedir a nuestros empleados ni cerrar la panadería. Así que supongo que comprenderás que he estado demasiado ocupada como para rellenar estas páginas de recuerdos agradables.

La abuela dice que a ti nunca te preocupó el dinero, a pesar de que te gustaba tener muchas cosas bonitas. Nunca te preocupaste por la situación económica de los abuelos. De hecho, te comportabas como si el paraíso terrenal estuviera a la vuelta de la esquina. Por lo menos eso es lo que dice la abuela. Todavía habla de ti algunas veces. Te echa de menos. Si quieres que te sea sincera, yo no. Estoy segura de que a los cuatro años te adoraba. Pero para mí, echarte de menos es como echar de menos una sombra o un sueño. Sé que es algo que está fuera de mi alcance. Cuando la hija de Ashley, Sarah, perdió un globo en una feria, lloró más que cuando al día siguiente perdió a Julieta, su bisabuela. Supongo que son cosas de niños.

Estoy enamorada de dos chicos diferentes, ¿te lo he contado ya? Y lo peor de todo es que son amigos íntimos: Derek Morgan y Zac Efron. Vienen a Avalon en verano. Zac viene todos los años a trabajar al Campamento Kioga. Derek se ha alistado al ejército, quiere ganar dinero para poder ir a la universidad, pero este verano le han dado una licencia porque su padre tuvo un accidente de coche y el proceso de recuperación está siendo muy largo, así que también él viene a trabajar los fines de semana y los días de fiesta al campamento. Cuando su padre mejore, tendrá que volver al ejército, porque quiere estudiar Medicina así que necesitará todas las ayudas que pueda conseguir. Piensa unirse a los Rangers, una unidad de operaciones especiales. Por lo visto, es lo más secreto y peligroso que puedes hacer si eres militar.

Derek me gusta porque es un hombre que ama la vida y me hace reír, y no voy a engañarte, desde que está en el ejército, tiene un cuerpo fabuloso. Por supuesto, ya era un chico muy atractivo. Además, es inteligente y fuerte. A veces, me basta mirarle para sonreír. El problema es que mi corazón parece no decidirse entre uno y otro.

Bueno, en eso a lo mejor estoy mintiendo. Mi corazón se decanta por Zac. He estado loca por él desde que llevaba trenzas. Es un chico muy intenso y tiene un padre horrible con el que ha dejado de hablarse desde que al salir del colegio se negó a ir a la universidad. Ahora está en una academia de Stony Brook en la que se está preparando para ser policía. Es un chico que me fascina, el más atractivo que he conocido nunca. Pero no hemos hecho nunca nada. Es como si tuviéramos un acuerdo silencioso por el que nunca podremos ser más que amigos. Supongo que ésa es la única manera de mantener mi relación con los dos amigos: ocultar mis sentimientos hacia Zac y continuar con esta farsa.

La abuela me recuerda a menudo que la gente como los Efron y los Hudgens no deben mezclarse. Además, Zac dice que no está bien que te guste la misma chica que a tu mejor amigo, y él lo soluciona saliendo con otras chicas. Por supuesto, ninguno de los dos ha consultado nada de esto conmigo. Y a veces, me gustaría que mis sentimientos hacia Derek fueran más profundos. Me refiero a que, aunque le quiero, le aprecio más como amigo que como un posible novio. De todas formas, supongo que ahora nada de eso importa, porque Zac está estudiando y Derek se irá a finales de verano. En cuanto a mí... bueno, yo tengo que quedarme con la abuela para que no piense que todos la hemos abandonado.

Después del desfile del Cuatro de Julio, se organizó un picnic en el parque que había al lado del río. Al anochecer, la gente comenzó a subir hacia el campamento Kioga para disfrutar de los fuegos artificiales en el lago. Los directores del campamento invitaron a todo el pueblo a visitarlo. Vanessa y Ashley fueron juntas, con Sarah sentada en el asiento de atrás.

Ash: Es la primera vez que ve unos fuegos artificiales. ¿Crees que se asustará?

Ness: Tu hija no tiene miedo de nada.

Vanessa se volvió para ver a la pequeña. Era preciosa. Vestida con un peto blanco y azul, aplaudía encantada con aquella excursión. Había aprendido a ir sin pañales, aunque Ashley no dejaba de llevarlos por si se producía alguna emergencia.

Ash: ¿Dónde hemos quedado con Zac y con Derek? -preguntó mientras aparcaba-.

Ness: En el pabellón principal.

Señaló hacia la cabaña más grande del campamento. Allí vio a sus amigos, vestidos con el chándal gris de los monitores. Como siempre, le bastó ver a Zac para que el corazón le diera un vuelco. Y, también como siempre, ignoró aquel sentimiento. Era, sabía, otra de las facetas de la vida de un adulto. Después de haber perdido a su abuelo y de estar en bancarrota, evitar enamorarse de un chico debería ser coser y cantar.

Pero no lo era. Cuando lo miraba, sentía un dolor tan intenso que se quedaba sin respiración.

Ness: Yo la llevaré -se ofreció-.

Tendió los brazos a Sarah. Además de que le gustaba tener en brazos a la niña, también le serviría como escudo para mantener las distancias.

A diferencia de Vanessa, Sarah todavía no era capaz de disimular sus sentimientos. En cuanto vio a Derek Morgan, soltó un grito de alegría. Desde el día que le había conocido, parecía haber decidido que era el amor de su vida.

Pero, al igual que muchos otros jóvenes, tanto Derek como Zac contemplaban a una niña de la edad de Sarah con la misma precaución que a una serpiente venenosa. Y, al igual que otros muchos niños de su edad, a Sarah no le importaba. Estuvo retorciéndose en los brazos de Vanessa y protestando hasta conseguir que se la tendiera a Derek. Éste la miró con el ceño fruncido.

Derek: Una sola gota de pipí y vuelves con Vanessa.

Sarah: Pipí -repitió mirándolo fijamente-.

Mientras se dirigían hacia el lago para ver los fuegos artificiales, Zac se mantuvo a distancia, como si Derek llevara en brazos una bomba a punto de estallar. Estaba anocheciendo y la gente se sentaba alrededor de las hogueras que encendían en la orilla del lago en las que tostaban nubecitas y encendían bengalas. Los niños corrían incansables alrededor de las hogueras. Cuando se hizo de noche, comenzó el despliegue de fuegos artificiales desde la isla que había en medio del lago. Los colores que estallaban en el cielo se reflejaban en las aguas serenas del lago y eran recibidos con exclamaciones de admiración por parte de los espectadores. A Sarah le encantaron los fuegos artificiales, aplaudía y gritaba entusiasmada con cada explosión. Pero, al igual que otros muchos niños, pronto comenzó a aburrirse con la exhibición y quiso ir a bañarse al lago.

Ash: No es una buena idea. No hemos traído los bañadores y es de noche.

Sarah: Mamá... -suplicó con una vocecita que anunciaba una próxima rabieta-.

Ash: Vamos a dar un paseo -sugirió y se levantó-.

Fueron los cuatro a pasear. Zac iluminaba el camino con la linterna. Pasaron por delante del varadero y después por el pabellón de los empleados del campamento, informalmente llamado la choza de las fiestas, porque era allí donde se reunían los empleados del campamento y los monitores cuando se dormían los niños.

**: ¿Adónde vas, Zac? -preguntó entonces una seductora voz femenina-.

Zac aumentó la velocidad de su paso. Ése fue el único indicio de que había oído a la chica que le llamaba.

Ash: ¿Qué es eso? -preguntó señalando una cabaña situada después del pabellón-.

Derek: La cabaña de invierno. Allí es donde viven los cuidadores del campamento en invierno. Podemos ir a echar un vistazo.

Zac: Probablemente estará cerrado.

Derek: Seguro que está cerrado -se mostró de acuerdo-. Pero yo tengo la llave.

Era una bonita cabaña, aunque olía a humedad por la falta de uso, estaba llena de muebles de madera y recuerdos del campamento. Muchos años atrás, había sido la residencia de los propietarios del campamento, pero en aquel momento los Cyrus la utilizaban para alojar a personas que llegaban fuera de temporada. Derek abrió el refrigerador, pero no encontró nada. Sarah correteaba por todas partes, exploró todos los rincones y dispuso de los juguetes que se encontró sobre un banco.

Al pasar por delante de la chimenea, se detuvo asustada delante de la cabeza de alce que había allí colgada.

Derek: No te preocupes, no te hará ningún daño -dijo y la levantó en brazos. Pero la soltó entonces como si le hubiera abrasado-. Dios mío, ¿a qué huele?

Sarah: A caca.

Derek: Ashley, creía que habías dicho que ya había aprendido a pedirlo.

Ash: Sí, sabe hacerlo en un orinal. Y la mala noticia es que tenemos la bolsa de los pañales en el coche.

Sarah comenzó a llorar como si le hubieran roto el corazón. Decidieron entre todos que Derek debería acompañar a Ashley al coche mientras Zac y Vanessa ordenaban los juguetes y los juegos con los que había estado entreteniéndose la niña. Vanessa abrió las ventanas para ventilar la cabaña y, aunque lo intentó, no pudo dejar de reír ante la expresión horrorizada de Zac.

Zac: ¿Te parece gracioso lo que ha pasado?

Ness: No, la que me parece graciosa es tu reacción. No son gases tóxicos, Zac.

Zac: Deberían utilizar niñas como ésa en las clases de educación sexual del instituto. Seguro que disminuía el índice de natalidad.

Vanessa recogió un juego de cartas que Sarah había tirado al suelo.

Ness: No es para tanto.

Zac: A lo mejor para ti no.

Ness: Sinceramente, cambiar un pañal tampoco es mi diversión favorita.

Pensó en lo buena madre que había sido Ashley desde el primer momento. Cambiar los pañales era la menor de las responsabilidades que había asumido. A pesar de ser tan joven, trataba a Sarah con una paciencia y un amor infinitos.

Ness: Mi abuelo solía venir aquí en invierno -dijo mientras hojeaba un álbum de fotografías antiguas. Se detuvo al ver una fotografía de su abuelo en el muelle y sonrió con dulzura-. El señor Cyrus y él pescaban en el hielo.

Acarició el rostro de su abuelo en la fotografía y le invadió una oleada de tristeza que le provocó un dolor casi físico.

Zac: Lo siento.

Al igual que mucha gente, parecía no saber qué decir.

Ness: No pasa nada -sonaba vacilante, temblorosa, mientras cerraba el álbum con mucha delicadeza-. Es sólo que... le echo mucho de menos.

Y entonces, sin saber muy bien cómo, se descubrió en los brazos de Zac y experimentó una sensación sobrecogedora de consuelo mientras se aferraba a él y se besaban.

Por fin, milagrosamente, se estaban besando. Fue el beso que había imaginado miles de veces, un beso largo y profundo que hizo que el mundo se paralizara. Un beso como jamás pensaba que podría llegar a experimentar, a pesar de que se había estado cimentando verano tras verano durante años. Sentía fuego en el cuerpo y, por primera vez en su vida, pensó que podía desmayarse. Deseaba aquel beso, llevaba años deseándolo, y estaba siendo mucho mejor de lo que había sido capaz de imaginar. Era un momento perfecto al que no quería poner fin. Al final, se separaron para tomar aire y, con un atrevido movimiento, Vanessa deslizó las manos por debajo de la sudadera de Zac. Éste contuvo la respiración como si le doliera. La luz de la luna se filtraba por la ventana e iluminaba la cicatriz de su mejilla. Y Vanessa se enfrentó a la fría verdad: después de aquel beso, había arruinado la posibilidad de disfrutar de ningún otro en el futuro.

Ness: Zac...

Zac: Lo siento -replicó apartándose de ella-. No debería... Esto no volverá a ocurrir.

Pero ella quería que ocurriera, pensó Vanessa. Quería volver a besarle, y quería que pasara lo que quiera que tuviera que pasar después de los besos.

Zac: Tenemos que irnos. Estarán esperándonos.

Se dirigió hacia la puerta sin esperar a comprobar si le seguía. Y allí permaneció, con la puerta abierta. Vanessa le dirigió una mirada fugaz, debatiéndose entre la excitación y el rechazo. Zac le devolvió la mirada sin apartarse de la puerta. Vanessa miró entonces una vez más a su alrededor, bajó los escalones de la entrada y siguió caminando mientras Zac se encargaba de cerrar la cabaña.

Zac la alcanzó y pasó por delante de ella como si tuviera prisa por perderla de vista. Los fuegos artificiales habían terminado y la luna brillaba en el cielo mientras ellos caminaban alrededor del lago.

Ness: Estás enfadado conmigo.

Era absurdo fingir que no había pasado nada.

Zac: No estoy enfadado contigo.

Ness: Claro que sí. No me hablas y tienes los ojos entrecerrados.

Zac dejó de caminar y suspiró con cansancio.

Zac: No tengo los ojos entrecerrados, y no estoy enfadado.

Ness: Mentiroso.

Zac: Muy bien, ahora sí que estoy enfadado.

Ness: Lo sabía. ¿Lo ves? Tenía razón. Ahora tendrás que decirme por qué.

Zac: Estoy enfadado porque me has llamado mentiroso.

Ness: Antes de que te llamara mentiroso.

Zac: Antes de que... Oh, esto es una estupidez. Estoy harto de hablar de este tema -hundió las manos en los bolsillos y la fulminó con la mirada-.

Ness: No estás enfadado porque te he besado. Estás enfadado porque te ha gustado.

Zac: Me gustan las chicas, no creo que eso sea ningún delito. Y, de todas formas, si ya lo sabes todo, ¿por qué tenemos que seguir hablando?

Ness: Porque estoy intentando comprenderte, Zac.

Zac: No es difícil.

Vanessa bajó la mirada.

Ness: Es por Derek, ¿verdad? -preguntó suavemente-.

Zac: Lleva todo el verano intentando encontrar la manera de pedirte que salgas con él.

Vanessa lo sabía; de alguna manera, era consciente de ello.

Ness: Es posible que no quiera salir con él.

Zac: ¿Por qué no vas a querer salir con él? Derek es genial.

Ness: Es posible que me guste otro -susurró-.

Zac la miró con dureza. Bajo la luz de la luna, su rostro parecía casi amenazador.

Zac: Bien, pues no debería.

Ness: Genial. Gracias por el consejo.

Intentó disimular su dolor con el sarcasmo. Lo mirara por donde lo mirara, era una situación imposible. Era imposible salir con uno de ellos sin hacer daño al otro. Pero no, eso no era del todo cierto. Nadie podía hacer daño a Zac. La crueldad de su padre le había endurecido contra el dolor, tenía un duro caparazón emocional. Sabía cómo protegerse. Pero a Derek ni siquiera le habían endurecido los dos años que había pasado en el ejército. Seguía siendo un joven dulce y sensible que no hacía nada por protegerse.

Derek: ¿Por qué habéis tardado tanto?

Estaba esperando en la puerta del pabellón de los empleados, donde la fiesta estaba ya en pleno apogeo.

Ness: Por nada.

En ese momento fue consciente de que estaba al borde de las lágrimas. Inclinó la cabeza para ocultar su rostro. Si Derek era un buen observador, podría imaginarse que se habían besado.

Ness: ¿Dónde está Ashley?

Derek: Se ha llevado a Sarah a casa. Le he dicho que Zac y yo te llevaríamos a casa más tarde.

Genial. Ashley la había abandonado y tendría que pasar allí el resto de la noche.

Zac: Vamos dentro -musitó-.

Él también parecía evitar la mirada de Derek.

Vanessa había estado en muy pocas fiestas en el campamento Kioga. La mayor parte de ellas consistían en oír música a todo volumen y bailar. A pesar de la penumbra, tres chicas repararon en Zac nada más verle y corrieron hacia él como si fuera una estrella de rock. Ante la mirada atónita de Vanessa, Zac pareció transformarse en una persona completamente diferente: esbozó una sonrisa sensual e hizo un auténtico despliegue de todos sus encantos mientras agarraba a una de ellas por la cintura y la llevaba a la pista de baile. La chica que había elegido llevaba una minifalda y una camiseta tan ajustada que se distinguía perfectamente el sujetador.

Seguramente, el dolor y la confusión de Vanessa se reflejaron en su rostro, porque Derek se acercó a ella y la agarró del brazo.

Derek: Vamos fuera.

Antes de abandonar la fiesta, Vanessa miró por encima del hombro, justo a tiempo de ver a Zac observándola como si quisiera asegurarse de que había visto lo que estaba haciendo. ¿Y qué estaba haciendo en realidad? Intentar convencer a Vanessa de que él no era el chico adecuado para ella. Si realmente ésa era su intención, se estaba saliendo con la suya, así que debería estar contento.

Derek: No te preocupes por Zac -le aconsejó-. A veces se comporta como un auténtico canalla sin ningún motivo.

Pero Vanessa sabía que le había dado un motivo para hacerlo.

Derek: Para él todo es muy difícil, ¿sabes? La culpa la tiene la infancia tan dura que ha sufrido.

Vanessa no pudo evitar una sonrisa. Derek siempre parecía creer lo mejor de todo el mundo. Las cosas serían mucho más sencillas si Derek... ¿Sería posible convencerse a uno mismo de que tenía que enamorarse de alguien porque era la persona que le convenía?


Vanessa hizo todo lo posible para conseguirlo. Cuando Derek la llamó para ir al cine, aceptó inmediatamente. Le invitó a ir a su casa y observó con ternura cómo trataba a su abuela. Una serie de derrames cerebrales habían dejado a su abuela con serias discapacidades, pero Derek no pareció fijarse en eso. No le gritaba como si estuviera sorda, que no lo estaba, ni le hablaba como si pensara que no pudiera entenderle. No, la trataba con dignidad y respeto y cada vez que iba a visitarla, Helen parecía resplandecer. A Vanessa le encantaba que Derek la tratara como si fuera su propia abuela.


Bruno Morgan fue de visita un fin de semana. Estando con él, Vanessa comprendió por qué era Derek como era. Había crecido junto a un padre que le quería y le aceptaba: Bruno trataba a su hijo con afecto y orgullo y no vaciló a la hora de abrir su corazón a Vanessa y a su abuela.

Bruno: Eres la chica más guapa que me ha presentado Derek -le dijo a Vanessa-.

Derek: Papá, es la única chica que te he presentado.


En agosto, un mes en el que hacía tanto calor que ni los grillos cantaban, Derek instaló un columpio en el porche de casa de Vanessa y pasaban muchas veladas allí, meciéndose y esperando que se levantara la brisa. Vanessa estaba empezando a pensar que jamás se movería de aquella casa. Después de la muerte de su abuelo, todavía continuaba conservando su sueño, pero la enfermedad de su abuela le había dado el golpe definitivo. Se quedaría en Avalon porque su abuela la necesitaba. Vivirían juntas e intentarían salir adelante lo mejor posible. Como su abuela ya no podía subir escaleras, pusieron su dormitorio en el piso de abajo y, de esa manera, Vanessa tenía todo el piso de arriba para ella. A veces fingía que estaba en un loft en el SoHo, pero cuando los grillos comenzaban a cantar o se oía el aullido del coyote, recordaba que estaba en Avalon.

Derek: Se está muy bien aquí -dijo deslizando un brazo por sus hombros-.

Vanessa sonrió ante la ironía de la situación.

Ness: Sí, eso estaba pensando yo.

Derek: Voy a echarte mucho de menos.

Ness: ¿Tienes miedo?

Derek: Supongo que estoy un poco nervioso, pero no, no tengo miedo -sonrió-. Sé que mi próxima misión será más intensa porque iré como ranger, pero no tengo miedo -su sonrisa desapareció-. Lo que de verdad me asusta es dejarte.

Ness: ¿Por qué?

Derek: Porque ahora estamos muy bien y no quiero que nada cambie.

Ness: Todo cambia, los dos lo sabemos.

Derek: Pero si estuviéramos juntos, cambiaríamos y creceríamos al mismo tiempo -se rió de sí mismo-. Lo sé, es una tontería. Es posible que te vayas de aquí y te conviertas en una completa desconocida.

Ness: No voy a ir a ninguna parte. Mi abuela necesita que me quede a su lado. Tienes que comprenderlo, Derek, jamás la dejaré.

Derek se inclinó hacia delante y le dio un beso en la frente.

Derek: Tiene mucha suerte al tenerte a ti. Y yo también.

En ese momento, Vanessa se sintió muy afortunada. Una luna casi llena brillaba en el cielo y su luz plateada iluminaba aquel rostro que había llegado a ser tan querido para ella. Era una suerte poder contar con una persona como Derek, alguien que la amaba de manera incondicional y cuya principal preocupación era tener que separarse de ella.


Durante el resto del mes, Zac estuvo observando cómo iba afianzándose la relación entre Derek y Vanessa. Intentaba alegrarse por ellos, pero como no lo conseguía, se conformaba con fingir que no le importaba. Salía con las chicas del campamento, bebía mucho, apenas dormía y evitaba a su mejor amigo. Y, poco a poco, el verano iba llegando a su fin. Zac contaba los días que faltaban para que Derek, Vanessa y él se separaran.

Cuando faltaba una semana para que se celebrara el Día del Trabajo, se celebró la fiesta tradicional de los empleados en el campamento. Los monitores y los trabajadores tenían que competir en diferentes juegos organizados por los campistas. Zac participó en el campeonato de tenis, y ganó con facilidad la ronda de preliminares. En la última ronda, su oponente era Derek. Genial, pensó. Tendría que competir con su mejor amigo para ganar el título. Y lo peor de todo era que Vanessa había ido a verlos. Estaba sentada en las gradas, con Ashley. Llevaba un sombrero de ala ancha, estaba bebiendo una limonada e incluso desde aquella distancia podía oír su risa.

Desde el momento en el que abrió el servicio, supo que aquello iba a ser un castigo. Cada uno de sus tiros estaba destinado a castigar a Derek, lo cual era una tontería, puesto que Derek era su mejor amigo. Derek también era un buen jugador. Había recibido clases y había practicado con Zac desde que eran niños. Pero Derek se había quedado a la chica y Zac no tenía nada, salvo su genio y su habilidad en el tenis, que utilizó sin piedad. Estuvo haciendo correr a Derek por la cancha hasta ver que tenía el rostro y la camiseta empapados en sudor. Ganó dos sets, le hizo acercarse a la red y le derrotó con un último saque. Al final, se estrecharon las manos en la red, pero Zac no fue capaz de mirar a los ojos a su mejor amigo.

Tomó posesión del trofeo, una fuente de plata, pero mientras lo sostenía, Derek se alejó con la chica. Para sorpresa de Zac, Philip Hudgens se acercó a felicitarle. Era el hijo mayor de los propietarios del campamento y amigo también de los padres de Zac, lo que le hizo recelar a éste inmediatamente.

Philip: Yo también gané ese título. Fue en 1977.

Zac: Eh, es un honor, señor.

El señor Hudgens miró entonces a Derek, que estaba a la sombra con Vanessa. Ésta se había quitado el sombrero. Derek, con la toalla al cuello, hablaba animadamente con ella.

Philip: ¿Quién ese esa chica? Me refiero a la que está con tu oponente.

Zac se encogió de hombros, como si no le importara.

Zac: Una chica. Se llama Vanessa, creo. ¿Por qué lo pregunta?

Philip: Me recuerda a alguien, eso es todo. A alguien que conocí hace tiempo -se volvió hacia Zac-. Alguien a quien miraba como tú la miras a ella.

Zac: Yo no...

Philip: Por supuesto que no -le interrumpió-. En una ocasión, cometí el error de dejar que la chica se marchara sin pelear por ella. Todavía sigo arrepintiéndome de no haberlo hecho.

Aunque no quería admitirlo, ni siquiera para sí, aquella sugerencia continuó persiguiendo a Zac durante muchos días. «Dile la verdad», decía una voz en su interior, «dile la verdad, porque la verdad nunca puede hacer daño a nadie. Dile la verdad antes de que pierdas la oportunidad de hacerlo».

Al final del verano, Derek tuvo que abandonar Avalon para dirigirse al fuerte Benning, en Georgia. Ni siquiera pudo quedarse a la ceremonia de clausura del campamento. Vanessa sabía que tendrían que pasar por lo menos ocho semanas antes de que pudiera volver a verlo. Le había llamado a su casa desde la cabina del campamento para avisarle de que tenía algo que pedirle, algo que decirle. Vanessa sospechaba que ya sabía lo que era y no estaba muy segura de cómo se sentía al respecto. Cuando llegó el momento de despedirse de Derek, estaba inexplicablemente nerviosa.

Ness: Te acompañaré a la estación -le dijo cuando se encontraron en la puerta de la panadería-.

Derek tomó su bolsa de lona con una mano y le pasó el brazo libre por los hombros. Durante el verano, había dejado que le creciera el pelo, pero continuaba teniendo el cuerpo musculoso de un soldado.

Ness: No soy capaz de imaginarte con un arma.

Derek: Eso es lo que dice mi padre.

Ness: Me cuesta creer que te vayan a enseñar a matar.

Derek: Me van a enseñar a hacer otras muchas cosas. Entre otras, a sobrevivir y vivir en mi país.

Vanessa se arrepintió inmediatamente de sus palabras. Derek se había alistado al ejército para poder estudiar, para poder labrarse un futuro. No tenía derecho a cuestionar su decisión.

Ness: Lo sé, lo siento. Estás haciendo algo muy importante y van a tener la suerte de contar contigo.

Derek: Es bonito que al menos alguien lo crea. Intentaré recordarlo cuando esté pidiendo piedad durante los entrenamientos -se detuvo junto a un banco que había en la entrada de la estación-. Espera un momento, ¿quieres?

Era una zona muy cuidada, diseñada para recibir a los visitantes de Avalon. Los olmos y los arces formaban un arco sobre la calle principal, que estaba bordeada de lechos de flores. En aquel momento, un grupo de cuervos revoloteó sobre sus cabezas y se posó después sobre un árbol.

Derek: Tengo que preguntarte algo -dejó su bolsa en el suelo-.

Vanessa dejó de caminar y miró a su alrededor, sin estar muy segura de lo que estaba buscando. Lo único que vio fue el lugar en el que había vivido durante toda su vida, las tiendas y los grupos de turistas que se concentraban en la plaza principal. Miró después a Derek. Había en sus ojos una intensidad y algo más que no podría haber ignorado aunque hubiera querido hacerlo. Era amor. Derek la amaba. Podía verlo en la luz que iluminaba sus ojos cuando la miraba y en la ternura de su sonrisa, una sonrisa especial, dedicada únicamente a ella.

Derek: Quiero casarme contigo, Vanessa -dijo sin preámbulo-.

¿Casarse? A Vanessa se le secó la boca y se le cerró la garganta. Era incapaz de decir nada. Probablemente no era ésa la reacción que Derek estaba buscando. Por supuesto, eran muchos otros los sentimientos que había dentro de ella. Euforia por una parte, al saber que había alguien dispuesto a pasar el resto de su vida a su lado. Pero había también miedo, porque Derek confiaba en ella con todo su corazón.

A Derek no pareció inquietarle su silencio. Metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita que Vanessa reconoció inmediatamente, era de la tienda de los Palmquist.

Derek: Sé que no podemos casarnos ahora mismo, pero quiero que aceptes esto -le dirigió la más adorable y tímida de las sonrisas mientras le mostraba un fino aro de oro con un diamante diminuto en el centro-. No podía permitirme nada mejor, espero que te guste.

Ness: Claro que me gusta, Derek. Yo...

Derek se inclinó entonces y la besó, y Vanessa se sintió segura entre sus brazos, como si nada pudiera volver a hacerle daño. Oyó la llegada del tren desde el norte. Le oyó sisear y detenerse con un silbido. El ruido del tren sobresaltó a los cuervos, que salieron volando en todas direcciones.

Derek: Ya sé que somos muy jóvenes -susurró-, pero sé lo que quiero y sé también que puedo hacer que funcione. Dentro de veinticuatro meses, podré dejar el ejército. Viviremos aquí, en Avalon, y yo podré cambiar de universidad. Así no tendrás que dejar a tu abuela.

Vanessa no pudo evitar una sonrisa.

Ness: Mi abuela te adora. Cuando se entere de esto, te declarará candidato a la santidad.

Derek: No soy ningún santo. Aunque tu abuela fuera una auténtica bruja, la querría por el mero hecho de ser tu abuela -y, sin más, deslizó el anillo en su dedo-. Mira, te queda perfecto.

Vanessa bajó la mirada hacia su mano, hacia el brillo que desprendía el diamante.

Ness: Es verdad -se mostró de acuerdo-, me queda perfecto. Pero dos años es mucho tiempo.

Derek: Llevo queriéndote mucho más tiempo. Dos años no son nada. Esta decisión no la he tomado de un día para otro. Llevo mucho tiempo pensando en casarme contigo.

Ness: Yo no -confesó-.

Derek: Lo sé -la estrechó contra él. Su pecho se expandió cuando tomó aire-. Te estoy pidiendo que hagas un acto de fe. Te estoy pidiendo que confíes en que te quiero, y en que todo saldrá bien.

**: Primera llamada a los pasajeros -se oyó decir a una voz por los altavoces-. Primera llamada para el tren del sur.

Vanessa cerró los ojos. Se imaginaba a sí misma al borde de un precipicio, temblando, a punto de saltar al vacío en un acto de fe. En contra de su voluntad, pensó en Zac. Pero cómo no iba a pensar en él, cuando era la única persona que podía hacerla cambiar de opinión en aquel momento. Si Zac hubiera dicho algo, si hubiera dado la más mínima señal de que sentía algo por ella, todo habría cambiado. Pero desde la noche de los fuegos artificiales, se había mantenido a distancia. E incluso parecía haber hecho todo lo posible por asegurarse de que supiera con cuantas chicas quedaba. Ésa era la señal que estaba buscando, se dijo. No era la que a ella le habría gustado ver, pero Zac le estaba diciendo, alto y claro, que no quería salir con ella.

Derek le enmarcó el rostro entre las manos y debió ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.

Derek: Todo saldrá bien -dijo, confundiendo el motivo de sus lágrimas-. Volveré antes de que te des cuenta. Viviremos aquí y cuidaremos de tu abuela durante todo el tiempo que haga falta, te lo prometo.

Vanessa no sabía cómo contestar a eso.

Derek tenía unos ojos tan bondadosos, y una naturaleza tan generosa... Y, lo más importante de todo, sabía que nunca le destrozaría el corazón. Era el chico perfecto para ella: leal, cariñoso y completamente entregado.

**: Última llamada para los pasajeros -insistió aquella voz enlatada-. Última llamada para los pasajeros al tren del sur.

Derek: Tengo que irme -le tomó la mano izquierda y cerró los dedos a su alrededor-. Te llamaré en cuanto tenga oportunidad. Y te escribiré todos los días.

Ness: Suerte -dijo luchando contra las lágrimas-. Cuídate.

Derek: Lo haré.

Ness: Prométemelo, Derek, haz todo lo posible para que no te pase nada.

Derek: Te lo prometo.

Sonó un silbido. Derek se inclinó para besarla, agarró la bolsa y entró corriendo en la estación. Vanessa le vio salir al otro lado de las verjas de hierro forjado, en el andén. Derek subió al tren y se volvió para despedirse de ella por última vez. Mientras el tren se alejaba, iba dejando tras él una nube de polvo.

Vanessa permaneció en el parque, delante de la estación, con la mirada clavada en el espacio que había dejado el tren. El aire olía a calor y a carbonilla y los sonidos llegaban hasta ella extrañamente amortiguados: el sonido del tráfico, las voces de la gente que pasaba a su lado. Al cabo de unos segundos, se sentó en uno de los bancos del parque y acarició el anillo con el dedo. «¿Qué he hecho?, se preguntaba a sí misma una y otra vez, «¿qué he hecho?».

Perdió el sentido del tiempo. Podían haber pasado minutos u horas. Las sombras de la tarde se deslizaban sobre ella. El reloj de la torre del ayuntamiento marcó la hora. Al final, Vanessa se levantó y se secó las manos en la falda. Sería mejor que volviera a casa. Su abuela podía preocuparse.

Pero su abuela no parecía preocupada cuando llegó. Estaba esperando, con el pelo recién peinado por la enfermera que cuidaba de ella cada día.

Vanessa se sentó enfrente de ella, todavía desconcertada por lo ocurrido, y le enseñó el anillo.

Ness: Derek me ha regalado esto. Quiere que nos casemos.

Helen: Sí, lo sé. Me pidió permiso para hacerlo -la sonrisa de la abuela era torcida por culpa de las secuelas que había dejado el derrame cerebral en su rostro, pero sus ojos brillaban de felicidad-. Es maravilloso. Siempre he deseado que encontraras a alguien que te mirara como te mira ese chico. Es evidente que quiere hacerte feliz.

Ness: Eso me temo. Pero yo no estoy segura de si le quiero tanto como para casarme con él.

Vanessa tenía sueños, aspiraciones, y no sabía si aquel compromiso la acercaba a ellos.

Ness: Todavía no he dicho que sí.

Helen: Derek es un buen hombre. Es como nosotros, no es un chico rico al que no le preocupe destrozarte el corazón.

Ness: De lo que quiero asegurarme es de no destrozárselo yo a él.

Sentía la enorme responsabilidad de hacer feliz a otra persona, de compartir la vida con ella. No sabía si sería capaz de hacerlo. Derek, sin embargo, parecía creerla capaz. Él creía en ella.


Cuando Zac llegó a casa de Vanessa, la vio sentada en el porche, escribiendo en una libreta de espiral. Estaba tan concentrada que no lo vio mientras aparcaba y salía del coche, dejando la puerta medio abierta.

Vanessa alzó la mirada y, por un instante, Zac tuvo la certeza de haber visto la alegría en sus ojos, antes de que se pusiera en guardia. Después, Vanessa cerró la libreta y se levantó.

Ness: Zac, ¿ocurre algo?

Zac continuó ante los escalones y alzó la mirada. La tensión de su pecho finalmente cedió. Aquella pregunta le resultaba irónica, porque llevaba todo el verano ocurriéndole algo y al final había averiguado la manera de solucionarlo. En realidad, era muy sencillo. Estaba enamorado de aquella chica de ojos castaños a la que conocía desde que eran niños. Por supuesto, la situación no era fácil, porque estaba Derek de por medio, pero por lo menos eso ya había terminado. Derek se había ido en el tren esa misma mañana.

Zac había pasado por un infierno, intentando convencerse de que lo que sentía por Vanessa no era amor, pero ya había decidido poner fin a todo aquello. Se reunió con ella en el porche y le tomó la mano.

Zac: He venido a hablar contigo sobre algo -hablaba en voz baja, y ligeramente ronca. Se aclaró la garganta-. Es bastante importante -para él lo era, y esperaba que también para ella-. Quiero decirte que estoy...

Sonó entonces el silbido del tren, ahogando sus últimas palabras. Al final de la calle, se encendieron las luces rojas y comenzaron a bajar las barras del paso a nivel que daban acceso a las vías. Un coche que se dirigía hacia el centro del pueblo, aceleró, intentando claramente conseguir cruzar las vías antes de que terminara de cerrarse el paso a nivel. Zac se tensó mientras veía cómo las barras estaban a punto de caer sobre el coche. Qué estúpido, pensó Zac, aquellas prisas podían haberle costado la vida.

Pasó aquel momento de tensión y se volvió de nuevo hacia Vanessa.

Zac: Lo siento, lo que quería decirte es...

Ness: Yo también quiero decirte algo -le interrumpió con delicadeza, y apartó su mano-.

Sólo en ese momento se dio cuenta Zac de que Vanessa tenía la mano helada, a pesar de que aquél era uno de los días más calurosos del verano. Vanessa tragó saliva e hizo una mueca, como si le doliera el esfuerzo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

Ness: Derek se ha ido hace un rato.

Zac asintió. Se había despedido de él la noche anterior. Las cosas habían estado muy tensas entre ellos aquel verano, pero habían sido amigos íntimos durante toda su vida. Zac no podía menos que creer que eso significaba algo. Esperaba con todas sus fuerzas que Derek fuera capaz de perdonarle que se hubiera enamorado de la chica que le gustaba.

Ness: A lo mejor él ya te lo ha dicho... -continuó diciendo-.

Zac: ¿Decirme qué?

Ness: Que él y yo... Me ha pedido que me case con él.

Muy bien, pensó Zac. Sencillamente, perfecto. Aquello tenía que ser una broma.

Vanessa giró el anillo que llevaba en el dedo.

Ness: De todas formas, yo pensaba... -se le quebró ligeramente la voz-.

No estaba bromeando. Zac se obligó a concentrarse en lo que Vanessa le estaba diciendo. Iba a casarse con Derek. Iba a convertirse en la esposa de su mejor amigo. Se obligó a endurecerse, porque no quería sentir nada, ni dolor, ni desilusión, ni rabia.

Zac: Eso está bien -dijo con la voz completamente inexpresiva-. Felicidades.

Vanessa asintió, con los ojos todavía llenos de lágrimas.

Ness: Gracias. Eh, has dicho que querías hablarme de algo, ¿verdad?

Zac soltó una carcajada, mientras agradecía a Dios el haber mantenido la boca cerrada.




¡Vanessa y Derek se casaron! 😮
¡El próximo es muy interesante!

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Oh por dios que capítulo!!!
Ness se va a casar... Me da mucha intriga saber que va a pasar.
Zac me dio mucha lastima, pobre...
Me encantó el capi.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Ohh dios fue muy intenso este capítulo
Pobre zac
Todo esto es tan estresante
Ya quiero saber mas
Siguela pronto


Saludos!!!

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