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viernes, 28 de abril de 2017

Capítulo 5


No era un lunes como los demás, comprendió Vanessa mientras se dirigía una vez más hacia las ruinas de la calle Maple. Estaba de vuelta otra vez, había quedado con el inspector que estaba investigando el origen del fuego. Más tarde, esa misma semana, comenzaría la recuperación de los bienes que se habían conservado. En realidad, dudaba de que hubiera nada que rescatar, pero Zac aseguraba que era probable que se llevara una sorpresa.

Cuando salieron del coche que aparcaron en la acera, alzó la mirada hacia Zac y contuvo la respiración. No estaba acostumbrada a estar siempre al lado de un hombre tan atractivo. Y el mero hecho de mirarlo tenía un efecto extraño en ella: parecía achicharrarle las neuronas.

Zac fue consciente de su mirada.

Zac: ¿Ocurre algo?

Ness: En realidad, creo que no debería seguir contigo. En tu casa, quiero decir.

Zac: De momento creo que no hay otra idea mejor.

Ness: Me resulta un poco violento. La gente hablará.

Zac: Ése ha sido siempre tu problema, Vanessa. Te preocupa demasiado lo que dicen los demás.

Una observación interesante, sobre todo procediendo de él.

Ness: ¿Quieres decir que a ti no te importa?

Zac: ¿Actúo como si me importara?

Vanessa pensó en las mujeres con las que habitualmente salía.

Ness: Supongo que no. Pero a mí, sí.

Zac: Mira, nadie va a pensar nada raro de esto. Tú eres la víctima de una catástrofe y yo el jefe de policía. Hacemos una pareja ideal.

Ness: Muy gracioso.

Pasó por delante de él y se dirigió hacia las ruinas de su casa. Con la punta del pie, empujó lo que había sido en otro tiempo un archivador de madera. Era allí donde guardaba sus cuadernos. En cuanto había aprendido a escribir, había comenzado a trasladar todos sus secretos, sus sueños de niña y sus pensamientos a cuadernos de espiral que almacenaba después en aquel archivador. Pero ya no quedaba prácticamente nada, sólo algunas hojas que se desintegraban al menor roce o papeles empapados por el agua.

¿Cómo iba a recordar la chica que era antes después de aquello?

Rodeada por la devastación de la única casa que había conocido, se dijo que era una estupidez, que no podía preocuparse por cada una de aquellas pérdidas. Porque si lo hacía, estaría llorando hasta el día del juicio final. Metió la mano en el bolsillo y palpó el bote cilíndrico de los tranquilizantes. Había vuelto a comprarlos aquella mañana «Espera», se dijo. Alzó la mirada hacia Zac Efron y se apoderó de ella un sentimiento extraño, irracional. Se sentía de pronto a salvo, segura. Incluso se despertaba en ella una ligera esperanza. Y ni siquiera había tomado la pastilla.

No estaba segura de por qué. Lo único que hacía Zac era observarla como si estuviera dispuesto a arrojarse a las vías del tren si con ello pudiera salvarla. Y ella le creía, confiaba en él, se sentía segura a su lado. Lo que la hacía sentirse la mujer más estúpida de la ciudad. O a lo mejor, la más intuitiva.

El sonido del motor de un coche le llamó la atención. Se volvió y vio a Kate Hudgens saliendo de un todo-terreno plateado y corriendo hacia ella. Rubia y adorable, con aquellas botas de diseño y el anorak bordado, parecía la clase de mujer con la que Zac salía habitualmente. Aunque con una pequeña diferencia, Kate Hudgens tenía cerebro.

Kate: Vanessa -la saludó, envolviéndola en un enorme abrazo-. Acabo de enterarme. Gracias a Dios, a ti no te ha pasado nada -retrocedió y se quedó boquiabierta al ver lo que quedaba de la casa-. Lo siento mucho -añadió-.

Ness: Gracias -contestó sintiéndose muy torpe-.

Kate y ella eran hermanas, medio hermanas, aunque en realidad no se conocían muy bien. Se habían conocido el verano anterior, y de manera casi casual, cuando Kate había ido a la panadería de Vanessa para encargarle la tarta para celebrar las bodas de oro de sus abuelos que se celebraría en el campamento de verano que la familia tenía en las montañas, a orillas del lago Willow.

Descubrir que las dos eran hijas de Philip Hudgens había sido... al principio sorprendente, y después agridulce. Vanessa era el resultado de una aventura de juventud. Kate era hija de la mujer con la que Philip se había casado y después divorciado. Tras aquel encuentro, Vanessa y Kate estaban intentando hacerse a la idea de que eran hermanas. A diferencia del feliz rencuentro de las gemelas de Tú a Londres y yo a California, ellas todavía estaban intentando encontrar la manera de abrirse la una a la otra.

Kate: Deberías haberme llamado inmediatamente -le reprochó con cariño. Le dirigió a Zac una mirada fugaz-. Hola, Zac -después, se volvió de nuevo hacia Vanessa-. ¿Por qué no me llamaste?

Ness: Yo, eh, bueno, estaba en la panadería cuando todo empezó, y después... -no sabía por qué se sentía como si le debiera una disculpa. Todavía no estaba segura de cómo comportarse con su hermana-. La verdad es que todo ha sido una auténtica locura -terminó diciendo-.

Zac: Perdonadme -dijo cuando el jefe de bomberos le hizo un gesto para que se acercara-.

Kate: Creo que ni siquiera soy capaz de imaginármelo -le acarició cariñosamente el brazo-. Oh, Vanessa, me gustaría hacer algo para ayudarte. ¿Qué puedo hacer? -parecía casi desesperada y su preocupación era absolutamente sincera-. Estoy dispuesta a hacer lo que sea para echarte una mano.

Vanessa consiguió sonreír, agradeciendo, más de lo que podría llegar a expresar con palabras, tener una hermana después de haber perdido a su abuela. Si no fuera por Kate, ella se habría quedado completamente sola. Su hermana era el único pariente que le quedaba. Pero, al mismo tiempo, lamentaba y le apenaban los años que habían perdido. Vanessa había crecido en el mismo lugar en el que vivían los Cyrus, pero desconocía la relación que había entre ellos. Kate y ella eran muy diferentes. Kate había vivido siempre rodeada del dinero y los privilegios de su familia. La adoraban y, según el propio testimonio de Kate, la habían mimado todo lo que habían podido. Era hija única y había asistido a los mejores colegios del condado, se había graduado con honores en la universidad de Columbia y a los veinticuatro años ya se había lanzado a montar su propio negocio. Era una mujer maravillosa, atractiva, con éxito, y estaba enamorada de un hombre perfecto, un contratista de la ciudad llamado Charlie Davis. No sería difícil envidiarla hasta el punto de encontrarla antipática.

Pero la verdad era que a Vanessa le gustaba Kate. Le gustaba de verdad. Su hermana era una chica amable y divertida y estaba sinceramente interesada en mantener con ella una relación. Vanessa había leído en alguna parte que la fortaleza de una relación se ponía a prueba durante las crisis, de modo que suponía que estaba a punto de averiguar hasta qué punto podía confiar en su relación con su hermana.

Tomó aire y contestó:

Ness: En este momento estoy bastante desorientada. Espero que me perdones.

Kate: ¿Perdonarte? Dios mío, Vanessa, tienes que estar destrozada.

Ness: Bueno, si lo dices así.

Kate: Oh, Dios mío, lo estoy haciendo fatal...

Ness: Tranquilízate, Kate, es muy difícil etiquetar esta situación -se produjo un silencio incómodo-.

Vanessa estudió el rostro de su hermana, como hacía a veces, buscando algo, cualquier rasgo que pudiera recordarle al suyo. ¿La inclinación de los ojos? ¿La forma de la barbilla, los pómulos? Su padre decía que se parecían, pero Vanessa creía que era más un deseo que una realidad.

Ness: Escucha, sí hay algo en lo que podrías ayudarme. Voy a necesitar ropa.

Kate: Tendrás toda la que necesites. Yo te acompañaré a comprarla.

Vanessa sintió entonces el alivio y la gratitud de saber que alguien estaba dispuesto a cuidarla. Se acercó a Zac.

Ness: ¿Ya hemos terminado aquí?

Zac: Por ahora, sí, pero el inspector pasará aquí la mayor parte del día.

Ness: Muy bien. Voy a irme con Ka..., con mi hermana, a comprarme ropa -sentía una curiosa satisfacción al poder referirse a Kate como su hermana-.

Zac: Llámame -le pidió-.

No tenía ninguna excusa para no hacerlo. Tenía el teléfono móvil en el bolso, a salvo del fuego, y Zac ya le había conseguido un cargador. Se metió en el coche de Kate y sintió la calidez del asiento de cuero. Una prueba más de que los ricos eran diferentes, incluso en sus coches se sentía uno distinto.

Kate: ¿Dónde te estás alojando?

Vanessa no dijo nada, pero desvió la mirada hacia Zac.

Kate: ¿Te estás quedando en su casa?

Ness: Es algo temporal.

Kate: No estoy diciendo que me parezca mal -le aclaró-. Pero... ¿Zac Efron? Quiero decir que... si sumas eso a la fotografía que apareció en la portada del periódico... No sé, parece como si...

Ness: ¿Como si?

Kate: Como si hubiera algo entre vosotros.

Ness: ¿Entre Zac y yo? -sacudió la cabeza, preguntándose si Kate sabría algo de su historia-. No, jamás.

Kate: Nunca digas «nunca jamás». Eso es lo que decía yo de Charlie y mira cómo hemos terminado. El verano que viene nos casamos.

Ness: Me temo que eres tú la única sorprendida por esa boda.

Kate: ¿Qué quieres decir?

Ness: Charlie y tú estáis hechos el uno para el otro. Cualquier que os vea juntos puede darse cuenta.

Kate le dirigió una sonrisa radiante.

Kate: ¿Sabes? Si quieres, puedes quedarte en mi casa.

No era por ofender, pensó Vanessa, pero preferiría que le arrancaran una muela a tener que ir a vivir con su hermana. Kate y Charlie vivían en una parcela maravillosa, enfrente del río. Se estaban construyendo una casa de madera y piedra que era de ensueño y Vanessa no tenía la menor duda de que serían inmensamente felices. Sin embargo, la casa estaba a medio terminar, de modo que de momento se alojaban en una caravana en la que no debía haber mucho espacio para invitados.

Ness: Eres muy amable al ofrecérmelo, pero creo que paso.

Kate: No te culpo. Si no supiera que es algo temporal, yo tampoco me quedaría allí. Charlie me ha prometido que la casa estará terminada para abril. Intento recordarme constantemente que es contratista, y todos los contratistas calculan siempre menos tiempo del que al final necesitan.

Ness: Esperemos que no haga lo mismo con su prometida.

Antes de que Kate se hubiera alejado de la acera, llegó Ashley en una desvencijada camioneta y les indicó con un gesto que bajaran la ventanilla del coche. La mejor amiga de Vanessa era una mujer tan poco pretenciosa como leal. A menudo vestía con ropa que parecía salida de un mercadillo de Woodstock, lo que hacía que algunos de sus adversarios políticos la llamaran la «hippy feliz». Pero su dedicación a la comunidad acompañada por la sensatez de sus intervenciones, le habían hecho suficientemente popular como para ocupar la alcaldía de la localidad.

Ash: Me han dicho que estás viviendo con Zac -dijo sin ningún preámbulo. Miró hacia el interior del coche-. Hola, Kate.

Kate le sonrió en respuesta.

Kate: Me encantan los pueblos pequeños. Nunca faltan cosas de las que hablar.

Ness: No me he ido a vivir con Zac -respondió sonrojada-.

Ash: Pues no es eso lo que me han dicho.

Ness: Mira, Zac fue a buscarme a la panadería en medio de la noche porque mi casa estaba ardiendo. Después, me fui con él a su casa porque estaba agotada y era demasiado temprano para llamar a nadie. Y todavía estoy allí porque...

Se interrumpió antes de terminar diciendo que continuaba en su casa porque preparaba un café delicioso, tenía unas sábanas excelentes y se sentía segura a su lado.

Ashley olfateó y después se sonó la nariz.

Ash: Lo siento, creo que me he resfriado en Albany. Deberías haber ido a mi casa. Aunque yo estaba fuera, estoy segura de que a Sarah no le habría importado.

Pero Vanessa era consciente de que, al igual que Kate, tampoco Ashley tenía sitio para ella en su casa. Sarah y su madre vivían en un pequeño bungalow. La alcaldía era un trabajo prácticamente voluntario y el salario que recibía Ashley por ocupar aquel cargo era ridículo.

Ness: Gracias, pero como estoy empezando a acostumbrarme a decir, me quedaré allí hasta que sepa cuál será mi próximo paso.

Ashley, como era habitual, tenía cientos de asuntos de los que ocuparse y tenía que ir corriendo a una cita.

Ash: Llámame -le dijo mientras ponía la camioneta en marcha-.

Vanessa y Kate condujeron hasta la plaza principal. Allí estaba la panadería, al lado de una joyería, una librería y varias tiendas de ropa y recuerdos para los turistas. Se dirigieron a una tienda llamada Zuzu's Petáis, una de las tiendas preferidas de Vanessa para comprarse ropa.

Resultó inesperadamente agradable ir de compras con su hermana. Y también innegablemente liberador comprar todo un guardarropa nuevo. Insistió en comprar lo mínimo.

Ness: Tengo la sensación de que voy a tener que andar ligera de equipaje durante una temporada. Todavía no soy capaz de creer que lo haya perdido todo.

A Kate se le llenaron los ojos de lágrimas.

Kate: Oh, Vanessa -sacó el teléfono móvil del bolso-. Ahora mismo tenemos que contarle a papá lo que ha pasado.

Ness: No, no se lo cuentes.

Vanessa era incapaz de pensar en su padre como «papá». A lo mejor nunca sería capaz de hacerlo. Hasta el verano anterior, la única información que tenía sobre él era la críptica anotación que aparecía en su certificado de nacimiento: «padre desconocido». Cuando ambos habían descubierto que eran padre e hija, habían hecho un esfuerzo por conocerse. Pero aun así, para ella continuaba siendo Philip, un hombre bueno y amable que, muchos años atrás, había cometido el error de enamorarse de Anne, su madre.

Kate: Muy bien -admitió-, pero deberías contarle lo que ha pasado.

Ness: Y lo haré. Le llamaré... más adelante.

Kate: Y... -vaciló un instante y se sonrojó ligeramente- debería advertirte que mi madre y mis abuelos, los Lightsey, están pensando en aparecer pronto por aquí para ayudarme con los preparativos de la boda.

Ness: Por supuesto. Te agradezco que me lo digas.

Kate: ¿Te resultará violento encontrarte con ellos?

¿Estar con la mujer con la que se había casado su padre después de que Anne le hubiera abandonado? ¿Cómo no iba a resultarle violento?

Ness: Todos somos adultos, seremos capaces de superarlo.

Kate: Gracias. Los padres de mi madre y mis abuelos paternos siempre han sido amigos. Creo que fueron ellos los que decidieron que mi padre y mi madre deberían casarse mucho antes incluso de que se conocieran. A lo mejor ésa es la razón por la que terminaron divorciándose. Es posible que lo de casarse ni siquiera fuera idea suya.

Desgraciadamente, a Vanessa le resultaba fácil imaginarse que alguien podía casarse porque pensaba que era lo correcto, lo más práctico en una determinada circunstancia. Años atrás, había estado a punto de hacerlo. Descartó inmediatamente aquel pensamiento y aceptó el sujetador que le tendía su hermana. Kate tenía un gusto excelente. Vanessa se compró siete juegos de lencería. Aunque le llamaron la atención algunas prendas de encaje, eligió las más sencillas. Necesitaba ser práctica.

Kate se acercó a la sección de pijamas y, tras descartar un camisón ancho y atado hasta el cuello, eligió un picardías de color rosa y asintió mostrando su aprobación.

Kate: A lo mejor te convenía comprarte una cosa así si vas a quedarte en casa de Zac.

Ness: Te aseguro que no.

Kate. Eso nunca se sabe. Mírame a mí. Si alguien me hubiera dicho que iba a terminar viviendo en una caravana con un ex presidiario, me habría parecido una broma de mal gusto. Mi madre casi tuvo que someterse a terapia cuando le di la noticia. Fue todo muy repentino. En mayo del año pasado, yo estaba saliendo con el heredero de los Whitney, un tipo que en una ocasión fue portada en Vanity Fair y al final del verano, estaba completamente enamorada de Davis. Así que ahí tienes la prueba.

Ness: ¿La prueba de qué?

Kate: De que no siempre eliges a la persona de la que te enamoras. A veces es el amor el que le elige a uno.

Ness: ¿Por qué tengo la sensación de que estás intentando decirme algo?

Kate: No, no estoy intentando decirte nada -respondió dejando el picardías donde estaba-. Por lo menos todavía.


Para el final del día, Vanessa había descubierto un nuevo nivel de cansancio. Hasta entonces, había asumido el concepto de «hogar» como algo que daba por garantizado, como la mayoría de la gente hacía. El mero hecho de que tu casa, con tu silla favorita, tu aparato de música, tu cama y tus libros estuvieran esperándote al final del día, era una fuente de tranquilidad y consuelo, algo en lo que nadie pensaba hasta que lo perdía. En ese momento, vencida por el cansancio, pensaba con añoranza en su propia casa, en su propia cama. Y en el instante en el que entró en casa de Zac con las bolsas de la compra, la invadió una inmensa fatiga.

Zac: Parece como si estuvieras a punto de desmayarte.

Los perros corrieron a recibirla, moviendo alegre mente la cola. Clarence, una gata de un solo ojo, les seguía.

Ness: Y estoy a punto de desmayarme.

Zac dio de comer a los animales.

Les hablaba como si fueran personas, algo que Vanessa encontró inesperadamente encantador.

Zac: Apartaos, chicos -les ordenó-. Y no comáis todo de golpe que después os entra hipo.

A pesar del cansancio, Vanessa se descubrió a sí misma sonriendo mientras los perros se alineaban y observaban a Zac con adoración mientras él les ponía la cena. ¿Por qué no habría tenido nunca una mascota?, se preguntó Vanessa. Era maravilloso sentir aquel amor incondicional cuando se llegaba a casa.

Zac: ¿Tú quieres cenar algo?

Ness: La verdad es que en este momento no tengo muchas ganas.

Zac: Estupendo, porque no soy un gran cocinero.

Ness: ¿Quieres que te ayude a preparar algo? -se ofreció-.

Zac: No, lo que quiero es que te des una larga ducha y que después te metas directamente en la cama.

Vanessa pensó en la cama y se metió en la ducha anhelando el momento de acostarse.

La ducha, al igual que el resto de la casa, estaba extraordinariamente limpia. Resistió la tentación de mirar en el armario de las medicinas, un armario que, sabía, podía proporcionar mucha información sobre una persona. Además, cuanto más sabía de Zac, más misterioso le parecía.

Después de la ducha, se puso unos pantalones de yoga y una sudadera con capucha que se había comprado esa misma tarde, se peinó y se dirigió a la cocina, donde Zac estaba poniendo la mesa.

Ness: Así que en esto consiste lo de servir al ciudadano -bromeó-.

Zac: Me tomo muy en serio mi trabajo, aunque sólo consista en abrir una taza de sopa y en preparar un sándwich de jamón. Hecho con el mejor pan de centeno del mundo.

Ness: Tienes un gusto excelente para el pan -contestó al reconocer el pan de centeno de su panadería-. ¿Sabes que este pan lleva haciéndose más de setenta años con la misma masa?

Zac la miró sin comprender.

Ness: Para que el pan levante, se utiliza, en vez de levadura, un pedazo de la masa fermentada para un pan hecho anteriormente. Mi abuela tenía un bote de masa fermentada preparada por su abuela el día de su boda. De hecho, uno de los regalos tradicionales en las bodas francesas es una caja de pino del tamaño de una caja de zapatos con un bote dentro que contiene la masa. Cuando vino a los Estados Unidos en 1945, mi abuela se trajo su bote de masa, y lo mantuvo vivo durante toda su vida.

Zac se frotó suavemente la mandíbula.

Zac: No estás de broma.

Ness: ¿Cómo voy a inventarme una cosa así?

Zac: De modo que una mínima parte de este sándwich procede de Francia, de antes de la Segunda Guerra Mundial -frunció el ceño-. Espera un momento. No perderías la masa fermentada en el incendio, ¿verdad?

Ness: No, todos los fermentos los guardamos en la panadería.

Zac: Estupendo. Por lo menos, algo es algo. Pero, si la perdieras alguna vez, ¿podrías volverlo a hacer?

Ness: Por supuesto. Pero no sería igual. Al igual que el vino cambia con los años, también en este proceso el tiempo imprime carácter. Y en la tradición francesa, es la madre la que pasa el fermento a la hija en una cadena que nunca se rompe -tomó su sándwich-. Aunque supongo que no era algo que le preocupara mucho a mi madre.

Zac: La cuestión es que ahora la masa fermentada está a salvo en la panadería -era evidente que intentaba cambiar de tema-. Eso es lo más importante.

Ness: ¿Crees que la masa fermentada para el pan de centeno es más importante que mi madre?

Zac: No es eso lo que he dicho. Sencillamente, no quería sacar un tema que pudiera hacerte sufrir.

Ness: Créeme, ya no es un tema que me haga sufrir. Por lo menos después de todo lo que ha pasado. Digamos que tengo otras preocupaciones en este momento.

Zac: Desde luego -se mostró de acuerdo-. Y si he dicho algo que haya podido molestarte, lo siento.

Era increíble lo cuidadoso que estaba siendo con ella.

Ness: Zac, estoy segura de que me pondré bien.

Zac: Jamás he dicho lo contrario.

Ness: Pero tu mirada sí. Y también tu forma de tratarme.

Zac: ¿A qué mirada te refieres? ¿Y cómo piensas que te estoy tratando?

Ness: Me miras como si fuera una bomba a punto de explotar. Y me tratas con un cuidado casi excesivo.

Zac: Sinceramente, creo que eres la primera mujer que me reprocha que la cuide demasiado. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Disculparme?

Vanessa se preguntó si debería sacar a relucir el pacto de silencio que durante tantos años había presidido su relación. En algún momento tendrían que hablar sobre ello. Pero no en aquél. Estaba demasiado cansada para abordar aquel tema.

Ness: Me basta con que dejes de comportarte así. Se me hace raro.

Zac: De acuerdo, a partir de ahora, dejaré de ser amable. Ayúdame a recoger esto -se levantó de la mesa-. No, mejor aún. Lava tú los platos y yo iré a ver la televisión.

Ness: Eso no tiene ninguna gracia, Efron.

Terminaron de llenar juntos el lavavajillas. Mientras lo hacían, Vanessa se fijó en una fotografía enmarcada que había encima de la repisa de la ventana del fregadero. Era uno de los pocos objetos personales de la casa y a Vanessa no le sorprendió que fuera una fotografía de Derek Morgan, el mejor amigo de juventud de Zac, y también el hombre con el que Vanessa había estado prometida. La fotografía la habían hecho cuando Derek, soldado del setenta y cinco regimiento de los Rangers, estaba sirviendo en Komar, en Afganistán. En la fotografía aparecía en una desolada pista de aterrizaje, con un helicóptero al fondo y parecía completamente feliz, porque así era Derek, un hombre al que hacía feliz el mero hecho de estar vivo. Con el mono de color tierra y apoyando el codo en un jeep, miraba riendo a la cámara, enamorado del mundo, enamorado de la vida incluso en medio de la tierra arrasada de un campo de batalla.

Ness: Yo también tengo esa fotografía. O, mejor dicho, la tenía. Desapareció en el incendio.

Zac: Te haré una copia.

Vanessa estuvo a punto de preguntarle si pensaba en Derek alguna vez, pero sabía que no hacía falta que lo preguntara. Conocía de antemano la respuesta. Todos los días.

Zac: Tengo un postre.

Cerró el lavavajillas y lo programó.

Aparentemente, daba el tema por zanjado.

Ness: No pienso comerme un Ho Ho.

Zac: ¿Y un helado?

Ness: El postre perfecto para invierno.

Zac sacó un cono de helado para Vanessa y no hizo caso de sus protestas sobre el tamaño. Se sentaron en el sofá y pelearon por el control del mando. Ganó Zac. A pesar de las protestas de Vanessa, se negó a ver Proyecto fuga e insistió en que vieran una reposición de American Chopper, un programa sobre motos. Colocó el mando entre la cadera y el cojín del sofá y dijo:

Zac: Ahora no puedes acusarme de ser demasiado amable.

Vanessa lamió el helado y observó el cuidadoso e intrincado montaje de lo que alguien llamó, en tono reverencial, un cilindro magistral. Desvió la mirada hacia Zac.

Ness: ¿No podríamos llegar a un acuerdo? Podemos ver un programa de esos de investigación.

Zac: ¿Te refieres a uno de esos programas que hacen parecer el trabajo de los policías como noble y atractivo?

Ness: ¿Acaso no lo es?

Zac: Sinceramente, es un trabajo bastante rutinario. Paso cantidad de horas al día revisando coches patrulla, algo que es completamente deprimente, pero el presupuesto no nos permite mejorar los vehículos hasta dentro de dos años. No sé si el administrador de la ciudad es un idiota o es el mismísimo Scrooge.

Ness: Te refieres a Matthew Alger.

Zac asintió.

Ness: ¿Entonces por qué trabajas de policía, si te parece que es algo tan rutinario?

Zac: Porque es mi trabajo -se limitó a contestar, y fijó la mirada en la televisión-.

Ness: ¿Pero por qué es tu trabajo? Podrías haber elegido cualquier trabajo que te apeteciera y, sin embargo, decidiste venirte a este pueblo en el que apenas ocurre nada.

Apareció un anuncio en la pantalla. Zac volvió el rostro hacia Vanessa.

Zac: A lo mejor estoy esperando que suceda algo.

Vanessa se moría de ganas de preguntarle qué, pero no quería parecer demasiado interesada.

Ness: Es increíble. Y yo que pensaba que ser policía era una aventura tras otra.

Zac: Odio desilusionarte, pero no es un trabajo ni noble ni sexy. Sin embargo, hacer tartas de chocolate y kolaches de frambuesa... Eso sí que es sexy.

Ness: Bueno, me temo que ahora voy a ser yo la que te decepcione. Yo no me dedico a hacer tartas y kolaches.

Zac: ¿Y? Aun así sigues siendo sexy.

A pesar de que intentó evitarlo, Vanessa se sonrojó violentamente. Era una estupidez sonrojarse a su edad por un comentario de ese tipo. Sobre todo cuando procedía de un hombre como Zac Efron. Intentó fingir que no le afectaba, aunque sentía el calor en las mejillas. Dios santo, ¿estaban coqueteando? La situación se estaba complicando, pero aun así, le resultaba irresistible.

Ness: ¿Y eso con qué parte de proteger y servir al ciudadano tiene que ver? -preguntó, intentando utilizar un tono divertido-.

Zac: Esto no tiene nada que ver con el trabajo. Y te estás sonrojando.

Ness: No es verdad.

Zac: Claro que sí. Y me gusta. Me gusta ser capaz de hacerte sonrojarte.

Y con una facilidad que le resultaba patética, pensó Vanessa. Todavía había algo entre ellos. Siempre lo había habido. Habían pasado años intentando ignorarlo, pero allí estaba de nuevo.

Ness: Lo tendré en cuenta. Eres realmente fácil de complacer, jefe Efron.

Zac: Siempre lo he sido. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.




Ya empiezan a flirtear... 😉

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto!!!!
Que paso con el prometido de Ness?
Que lindo que se lleven bien ahora... no se cuanto durara jajaj.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Ya empieza con los juegos
Muy linda esta pareja
Ya quiero saber mas
Síguela que esta muy buena


Saludos
Sube pronto!

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