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sábado, 6 de mayo de 2017

Capítulo 6


Verano de 1988

Zac Efron intentaba no parecer particularmente emocionado ante la posibilidad de ir a un campamento de verano. Temía que al mostrar la más mínima expectación sobre el campamento, su padre pudiera prohibir que fuera. Durante el trayecto en limusina por la Avenida de las Américas hasta la Estación Central, permaneció callado, observando el tráfico a través de los cristales ahumados y a prueba de balas de las ventanillas. Estaba lloviendo, caía una fuerte tormenta de verano que levantaba geiseres de vapor desde el asfalto.

Derek Morgan, su mejor amigo, iba sentado delante de él, al lado de su padre. El señor Morgan había sido el chófer de la familia Efron desde que Zac podía recordar. Era una suerte que tuviera un hijo de su edad y que tanto él como su padre, puesto que la señora Morgan había fallecido, vivieran en las habitaciones de servicio de la mansión de los Efron. Sí, era una suerte, porque si no hubiera sido por Derek, él habría tenido que crecer con los perros de la señora Grummond como únicos compañeros de juegos. Aunque estaban elevados los cristales que separaban la parte delantera de la limusina, Zac veía cómo Derek y el señor Morgan hablaban y reían durante todo el camino, a diferencia de los tensos ocupantes del asiento de atrás.

Zac tenía doce años, pero nunca había estado en el campo. Su padre estaba en contra y cuando su padre decía que no, era que no y punto. Fin de la historia.

Pero aquello iba a cambiar gracias a dos acontecimientos que se habían producido en la misma semana: por una parte, la familia Cyrus había hecho una gran contribución a la campaña del senador y, por otra, David Efron tenía que salir de viaje hacia el Lejano Oriente para participar en una reunión en la que se discutirían una serie de acuerdos comerciales que podían beneficiar a su distrito.

De modo que le había parecido perfecto enviar a Zac a pasar el verano al campamento que los Cyrus tenían en el parque natural de Castkills. La madre de Zac había estado allí, en el campamento Kioga, cuando era joven y pensaba que era una experiencia que también Zac debería disfrutar.

Zac había tenido que fingirse desanimado por tener que pasar lejos de sus padres todo el verano. Incluso había fingido estar tan preocupado por su propio bienestar como lo estaban sus padres. No había mostrado ninguna emoción ante el hecho de que Derek fuera a acompañarle al campamento, para que cada uno de ellos pudiera cuidar del otro. Zac sabía que aquel campamento costaba un ojo de la cara y que aunque su familia pudiera permitírselo, no podía decir lo mismo de la de Derek. Él iba a ir al campamento gracias a una beca, lo que quería decir que el padre de Zac le había pagado el campamento en secreto.

Pero no porque fuera un hombre de corazón generoso. El padre de Zac era un auténtico paranoico. Por lo menos eso era lo que Zac pensaba. Era un hombre de lo más extraño. En realidad, le pagaba el campamento a Derek para que Zac no tuviera que estar solo entre desconocidos. Preocuparse por los posibles ataques que pudiera sufrir su familia le hacía sentirse importante al senador. Y eso era lo único que le importaba a David Efron: sentirse importante.

Eso, y ser el hombre perfecto. No, se corrigió el propio Zac, parecer el hombre perfecto. El hombre perfecto, con la familia perfecta, que disfrutaba de una vida perfecta. «Haz que me sienta orgulloso de ti», era la frase que más veces había oído Zac en los labios de su padre. Era una especie de código familiar y Zac había averiguado ya su significado. Quería decir que tenía que ser el primero en todos los deportes que practicaba. Sacar las mejores notas en el colegio. Utilizar su aspecto y su sonrisa para ganarse a la gente y conseguir votos para su padre en cada elección.

En realidad, todo eso le resultaba fácil. Era un chico alto y fuerte y no tenía ningún problema para brillar en cualquier deporte que practicara. En cuanto a las notas, sabía que lo único que tenía que hacer era escuchar lo que los profesores decían, averiguar lo que esperaban de él y contestar sus preguntas. Siendo hijo de un político era algo que sabía cómo hacer.

Estaba deseando llegar al campamento Kioga, donde a nadie le importarían sus notas. Se mordió los labios con fuerza para disimular una sonrisa.

David: Tienes el pelo demasiado largo -dijo de pronto-. July, ¿por qué no le han cortado el pelo antes de ir al campamento? Ahora le crecerá de forma descontrolada durante todo el verano.

Zac no se movió. Aquél era un momento crucial. Una sola queja y su padre podría decidir que necesitaban ir directamente a aquella antigua barbería en la que se utilizaban maquinillas eléctricas para desnudar las orejas de niños indefensos.

Mantuvo la mirada fija en la ventana. Las gotas resbalaban por el cristal como si fueran ríos de mercurio.

July: Ya le he cortado el pelo -contestó su madre, utilizando un tono suave y tranquilizador. Era el que utilizaba cuando no quería enfadar a su marido-. Siempre lleva ese corte.

David: Pues parece una niña -señaló el senador. Se inclinó hacia delante para acercarse a Zac-. ¿Quieres pasar el verano pareciendo una niña?

Zac: No, señor -contestó sin apartar la mirada de la ventanilla-.

Contuvo la respiración mientras rezaba para que su padre no le ordenara al conductor que diera media vuelta.

July: No pasa nada, de verdad. Mildred Van Deusen me ha dicho que sus hijos irán en el mismo tren -añadió-. Zac, deberíamos intentar encontrarlos en la estación para que puedas sentarte con ellos.

Bingo, pensó Zac, viendo cómo cambiaba su padre de expresión. Por lo menos eso se lo tenía que reconocer a su madre, quizá no se le diera bien enfrentarse a su padre, pero era una experta en tácticas de distracción. Los Van Deusen eran una de las familias más ricas e importantes del distrito y el padre de Zac aprovechaba cualquier oportunidad para estar en contacto con ellos.

Zac: Intentaré encontrarlos.

David: Desde luego, hijo -respondió olvidándose, al menos aparentemente, del corte de pelo-.

Zac: Sí, señor. 

Y entonces, gracias a Dios, llegaron a la estación. El ambiente era de locura mientras bajaban las mochilas del maletero y comprobaban los billetes. Se oían los cláxones de los coches y los silbidos y los gritos de los porteros. El arco de la puerta de entrada de la estación daba paso a un enorme vestíbulo abarrotado de viajeros, vendedores, mendigos y artistas callejeros. El señor Morgan salió con un paraguas para proteger a los tres Efron de la lluvia. Derek ni siquiera se molestó en refugiarse bajo el paraguas. Se puso la capucha del impermeable y, tras saltar un charco, fue el primero en cruzar la puerta de la estación.
Zac caminaba entre su padre y su madre. Cuando llegaron al interior de la estación, el señor Morgan se escapó con su hijo. Los Efron se detuvieron bajo el enorme letrero que anunciaba las salidas, y comprobaron que el tren saldría puntualmente. Algunas de las personas que pasaban a su lado les dirigían miradas de admiración. Era algo habitual cuando Zac salía con sus padres, los tres juntos eran el modelo de la familia americana perfecta: rubios, saludables, ricos y bien vestidos. En algunas ocasiones, Zac incluso tenía la sensación de que les envidiaban, de que querían tener lo mismo que los Efron.

Si ellos supieran...
Zac se apartó de sus padres. Derek y él intercambiaron una mirada. Los ojos de Derek reflejaban pura felicidad. Algunas de las chicas de la liga de fútbol decían que Derek se parecía a uno de los cantantes de New Kids on the Block. Zac no tenía la menor idea, pero lo que sí sabía era que la sonrisa de su amigo era contagiosa. «Al campo», pensó regocijado, y supo que Derek comprendería su silenciosa sonrisa. ¡Iban al campo!
Zac se preguntó si Derek comprendería lo importante que era aquel momento y lo mucho que le debía. Si no hubiera sido por Derek, él no habría ido a ninguna parte. Cuando había surgido la idea del campamento Kioga, el senador había descartado inmediatamente aquella posibilidad. Había sido Derek el que, de una forma aparentemente causal, había comentado un día que todos los niños del colegio iban a ir a un campamento de verano. Había fingido estar hablando con Zac, pero no se había olvidado de mencionar a todas las familias importantes que el padre de Zac admiraba y cuyo apoyo cultivaban. Zac había convencido a sus padres de que sería una buena idea que Derek le acompañara al campamento y aquello había inclinado definitivamente la balanza a su favor.
Cuando llegaron al tren, Zac se despidió de sus padres. Le tendió la mano a su padre y éste se la estrechó durante algunos segundos, como si quisiera imprimir su huella en él.
David: No te olvides nunca de quien eres -le aconsejó-. Haz que tu familia se sienta orgullosa de ti.

Zac le miró a los ojos.

Zac: Sí, señor.

Entonces su padre comenzó a recorrer el andén con la mirada. Allí estaba, despidiéndose de su hijo al que no iba a ver durante dos meses y, sin embargo, escrutando la estación en busca de posibles electores.

Por lo menos eso le permitió disfrutar a Zac de unos segundos más para despedirse de su madre. Ella le abrazó con fuerza. Zac ya casi era tan alto como ella, de modo que a su madre no le costó nada susurrarle al oído mientras le abrazaba:
July: Te lo vas a pasar maravillosamente. El campamento Kioga es... mágico.

David: July -la voz del senador les interrumpió-. Tenemos que irnos.

July abrazó por última vez a su hijo.

July: No te olvides de escribirme.

Zac: No me olvidaré.

Permaneció en el andén observándoles mientras se alejaban caminando con elegancia con sus carísimos impermeables. Su madre agarró a su padre del brazo. A Zac se le llenaron los ojos de lágrimas y la imagen de sus padres pareció fundirse como si ya no fueran dos personas separadas, sino un solo ser: el senador y la señora Efron.

A su alrededor, oía a niños y padres despidiéndose. Algunas de las chicas y de las madres lloraban de verdad, señal de que se echarían terriblemente de menos cada día. El señor Morgan, un hombre del tamaño de un oso, envolvió a Derek en un abrazo y le besó sonoramente la frente.

**: Voy a echarte mucho de menos, hijo mío -le dijo sin ningún pudor-.

Zac se preguntó al verlos por lo que se sentiría teniendo una familia que realmente te echaba de menos cuando la dejabas.

El campamento demostró ser un lugar tan mágico como la madre de Zac había prometido. Derek y Zac compartían el dormitorio con otros diez chicos en una cabaña de madera llamada cabaña Ticonderoga. Todos los días estaban repletos de actividades: deporte, cerámica, excursiones, escalada, o canoa en el lago. Por la noche contaban historias alrededor del fuego. Siempre había que cantar o bailar alrededor del fuego, algo de lo que Zac habría prescindido encantado, pero como todo el mundo lo hacía, no le quedaba más remedio que participar.
Si en algo era Zac un experto, era en enfrentarse a cosas que en realidad no le apetecía hacer. Y, desde luego, había soportado cosas mucho peores que bailar con una chica murmurando continuamente «rápido-rápido, despacio, rápido», para intentar que se adaptara al ritmo de la música.

En el campamento conoció a los Cyrus, propietarios y directores del campamento y le parecieron personas muy amables.

**: Los proyectos de tu padre para la conservación de los parques naturales significan mucho para nosotros. Gracias a esa legislación, no tenemos que preocuparnos por vernos rodeados de fábricas -le había dicho la señora Cyrus el primer día de campamento-. Debes estar muy orgulloso de él.
Zac: Sí, señora.

Zac no sabía qué otra cosa decir. Si hubiera dicho la verdad, que aunque fuera un gran servidor público en casa era insoportable, habría sido como eructar en una iglesia.

**: Nos alegramos mucho de que estés aquí -continuó diciendo la señora Cyrus-. Me acuerdo de tu madre, July... ¿Delany era su apellido de soltera?
Zac: Sí, señora.

**: Era una de las chicas favoritas del campamento. Una de las más divertidas. Se pasaba la vida gastando bromas, y tenía un talento especial para los fuegos de campamento, tenía una vis cómica que nos hacía troncharnos de risa.

Zac no la creyó, pero un día de lluvia en el que se cancelaron las actividades al aire libre y Derek había salido a hacer una excursión de supervivencia en solitario, le enseñó algunos de los álbumes de fotografías de la biblioteca. La colección estaba en el pabellón principal, un enorme edificio de madera que databa de 1930. Era el corazón del campamento, el edificio que albergaba el comedor, la biblioteca, la enfermería, la cocina y las oficinas.
Y fue allí donde vio las fotografías de su madre en las actuaciones del campamento. Sonreía como Zac no le había visto hacerlo nunca y parecía tan feliz que casi no la reconocía.

Zac le dio las gracias a la señora Cyrus por darle a conocer la historia del campamento y continuó en la biblioteca mientras llovía, mirando libro tras libro, desde novelas de misterio hasta manuales de pájaros, clásicos de Thoreu y Washington Irving, y los inevitables cuentos de fantasmas. Mucho después de que dejara de llover, continuaba mirando aquellos libros, intentando imaginarse una vida diferente. Cuando era pequeño, Derek y él hablaban siempre de alistarse en el ejército y recorrer juntos el mundo, pero a medida que habían ido creciendo, aquella fantasía había ido desvaneciéndose. Para cuando estaban en séptimo grado, Zac comenzaba a sentir ya el peso de las expectativas de su padre y Derek era consciente de lo que significaba pertenecer a una familia trabajadora.
Zac se preguntó cómo le estaría yendo a Derek en su expedición. Era algo que se esperaba que hicieran todos los chicos durante el tiempo que pasaban en el campamento. Tenían que pasar una noche fuera, en la isla Supre, un pequeño islote situado en medio del lago. Uno de los monitores, Greg Cyrus, el hijo pequeño de los directores, les había dicho que se suponía que era una forma de forjar el carácter. Se suponía que tenían que hacer un fuego y pensar en cosas profundas, aunque Zac sospechaba que Derek estaría haciendo cosas mucho más terrenales y propias de cualquier tipo de su edad.

El sonido de un motor le distrajo. Se acercó a la ventana y vio una furgoneta blanca, en uno de los laterales habían pintado el curso de un río y el nombre de un establecimiento: Panadería Sky River. Fundada en 1952.

Zac era un gran admirador de la comida del campamento, y de los dulces en particular. Los panecillos, los donuts y las galletas eran increíbles.

Estaba a punto de volver a concentrarse en los libros cuando vio que tres chicos comenzaban a acercarse a la furgoneta. Los tres dormían en su cabaña, Jacobs, Trent y Robson, y aunque no les conocía muy bien, sabía que no eran de fiar. Normalmente se metían con los más débiles, de modo que a Zac no le molestaban. De hecho, parecían considerarle uno de ellos, aunque jamás se había unido a ellos cuando iban a molestar a alguien.
En ese momento, no parecían querer amedrentar a nadie, pero estaban intentando robar. Se habían metido en la parte de atrás de la furgoneta y estaban llenándose los bolsillos y la boca con cuantas galletas les cabían.

Estúpidos. Aquél era el medio de alguien para ganarse la vida. Aunque Zac no tenía ninguna experiencia personal de lo que significaba ganarse el sustento, sabía lo que era a través de Derek y de su padre. También sabía que el repartidor de una panadería probablemente no podía permitirse el lujo de quedarse sin dulces por culpa de un puñado de niños ricos.
Aquello le colocaba en una situación incómoda. Si les decía algo a los chicos, le acusarían de soplón durante el resto del verano. Y si ignoraba lo que estaba ocurriendo, se despreciaría a sí mismo por cobarde.

Cuando vio que Trent tenía en las manos lo que parecía ser una tarta de mantequilla, tomó una decisión. Y estaba a punto de salir cuando alguien salió también de la furgoneta. Era una chica de pelo oscuro que debía estar sentada en el asiento de pasajeros. Tendría la edad de Zac, quizá fuera un poco más joven. Llevaba el pelo recogido en dos trenzas e iba vestida con unos pantalones cortos, una camiseta roja y unas playeras sin atar. Era sólo una niña.
Sin embargo, cuando la miraba, Zac sentía algo extraño, aunque no era capaz de explicar por qué. Había algo en ella que la hacía parecer de otro tiempo, unos ojos enormes, preciosos, y una expresión burlona.

Y justo en ese momento, le estaban robando.

Quizá. No podía oír lo que estaba diciendo, pero estaba seguro de que sus compañeros no la estaban oyendo. Continuaban sirviéndose cuantos dulces les apetecían. Seguramente, a esas alturas ya estarían hartos de comer, pero continuaban haciéndolo de todas formas.

La chica continuaba hablando. A lo mejor estaba bromeando con los chicos. A lo mejor no le importaba que se comieran sus dulces.


O a lo mejor él estaba interpretando la situación de forma equivocada.

Corrió hacia la puerta, bajó las escaleras, rodeó la cocina y salió. Vio en la ventana un hombre mayor que hablaba tranquilamente con la señora Tisdale, la jefa de cocina del campamento. Parecían ajenos a todo lo que estaba pasando en la furgoneta. Llegó hasta él el sonido de una radio.

Rodeó el lateral del edifico a tiempo de ver... Bueno, no estaba del todo seguro de lo que estaba viendo. Trent tenía a la chica presionada contra uno de los laterales de la camioneta y estaban.. ¿qué demonios estaban haciendo? Estaba a punto de volverse asqueado cuando se fijó en un detalle muy revelador. Trent no estaba agarrándole la mano, sino que la sujetaba por la muñeca y la chica estiraba la mano con un gesto que recordaba al de una persona a punto de ahogarse.

Algo se produjo en su interior. Fue como si de pronto le estallara algo en los oídos. Y sintió un calor tan intenso que parecía que estuvieran ardiendo todos los bosques de los alrededores.

Zac: Apártate inmediatamente de ella -dijo en un tono tan amenazador que todos se volvieron hacia él-.

Trent sonrió.


Trent: Hola, Efron. Cómete un donuts y espera tu turno.

Zac estaba ya suficientemente cerca como para distinguir una película de sudor sobre el labio superior de la chica y la expresión de terror de su rostro. Agarró a Trent y lo apartó de ella con un movimiento violento. Trent era un chico fuerte, robusto, y miembro del equipo de lucha de su colegio, pero Zac lo tiró al suelo como si apenas pesara.

Los otros dos se recuperaron entonces de la sorpresa y se abalanzaron hacia Zac. Pero él no se amilanó.

Alzó la cabeza y le dio un puñetazo a Jacobs en medio rostro y un codazo a Robson, tan fuerte que le dejó tambaleándose y sin respiración. Trent lanzó tres puñetazos más, pero Zac apenas los sintió y continuó pegándole metódicamente con los puños, ignorando sus súplicas de piedad.

Al final, alguien intervino para poner fin a la pelea. Zac ni siquiera estaba seguro de cómo fue capaz de sentir aquel toque tan ligero en el hombro.

**: Basta -dijo una voz temblorosa-. Ya es suficiente.

El fuego que ardía en el interior de Zac pareció sofocarse. Trent se puso de pie con el rostro hinchado y sanguinolento. Estaba aterrado.
Trent: Dios mío -dijo, secándose, la sangre con el dorso de la mano-. Podrías haberme matado. Estás loco. Estás completamente loco.

Sus amigos se alejaron con él, seguramente hacia la enfermería, y Zac les vio marcharse en silencio. Una vez desahogada la rabia, se sentía vacío por dentro.

**: Hola -dijo la chica-.

Zac se volvió hacia ella y la chica alzó las manos, como si quisiera protegerse. De pronto, Zac se sintió terriblemente avergonzado, como si estuviera desnudo o algo parecido.

Zac: Hola -dijo, y se obligó a relajarse, a demostrarle que no quería hacerle ningún daño-.


**: Tengo un botiquín. Ven -se acercó a uno de los laterales de la furgoneta y sacó un botiquín-. Extiende las manos -le pidió-.

Zac se sorprendió al ver que tenía los nudillos rojos y que en algunos lugares le sangraban. La chica le limpió las heridas con un antiséptico. Utilizó después un líquido para cubrir con él la piel levantada y le puso unas tiritas.

Aunque estaba sorprendido por la violencia con la que había reaccionado, Zac tenía que admitir que no era la primera vez en su vida que había intentado defender a alguien. Era algo que le ocurría con frecuencia. Odiaba con todas sus fuerzas ver a una persona, a cualquiera, o incluso a un animal, siendo maltratada por otra. Sí, tal como había dicho Trent, era algo que le enloquecía. El año anterior, cuando había visto a unos chicos del colegio meterse con Derek porque tenía el pelo largo y cara de niño, Zac había conseguido hacerles salir corriendo con poco más que una amenaza. Si hubiera llegado a las manos, seguramente podría haber hecho algo irreparable.
**: Ahora tengo que verte la mejilla -dijo la chica-.

Zac: ¿La mejilla? -inclinó uno de los retrovisores de la furgoneta y se sorprendió al ver el corte que tenía en la mejilla-. Ni siquiera me he dado cuenta de que me lo he hecho.
La chica utilizó una nueva gasa con antiséptico para limpiarle el corte.

**: No sangra mucho, pero es posible que tengan que ponerte unos puntos.

Zac: No. En ese caso, tendrían que avisar a mis padres y no quiero que me envíen a mi casa.

No soportaría la idea de abandonar el campamento en ese momento. Y si llamaban a sus padres, su madre sería capaz de enviarle a un cirujano plástico para que no se le notara la herida.

De cerca, la chica era más guapa incluso que de lejos. Podía distinguir el color dorado y castaño de sus ojos. Podía ver la constelación de pecas que salpicaba su nariz. Y podía oler su fragancia. Una parte de él que le resultaba completamente desconocida, casi podía entender los motivos por los que Trent estaba tan decidido a robarle un beso.

Ya basta, se dijo a sí mismo. No tenía derecho ni a pensar en ello. Pero le sorprendió ver que también ella le estaba mirando fijamente, que miraba su boca y la parte que la camisa semiabierta revelaba de su pecho.

Después la vio sonrojarse y sacar rápidamente dos tiritas nuevas con las que le cubrió la mejilla.

**: Te quedará cicatriz.


Zac: No me importa.

La chica cerró el botiquín.

**: ¿No crees que esto puede causarte problemas?

Zac la miró con los ojos entrecerrados.

Zac: Eso depende de ti.

Ella lo miró con una expresión parecida a la suya, como si pensara que se estaba tirando un farol.

**: ¿Qué quieres decir con que depende de mí?

Zac: Depende de lo que quieras que tengan que pagar esos tipos por haber… -ni siquiera sabía cómo decirlo-, por haberte molestado.

**: ¿Y por qué depende de mí? Supongo que ese chico al que le has partido la boca dirá que se lo has hecho tú.

Zac: ¿Trent? Qué va. Sabe que si dice que he sido yo el que le ha pegado, yo explicaré por qué. Diré que estaban robando y que además... -se interrumpió de nuevo y la miró con atención-. ¿Te ha hecho daño?

La chica se frotó la muñeca con aire ausente.

**: No, estoy bien.

Zac no estaba seguro de si debía creerle. Pero parecía un poco avergonzada, así que no forzó una respuesta.
Zac: En cualquier caso, no creo que tengan más ganas de problemas que yo, así que mantendrán la boca cerrada.

**: Ya entiendo.

Zac: Si quieres, puede hacerles pagar todo lo que han robado.

**: No -respondió ella rápidamente-. Creo que ya se lo has hecho pagar. De todas maneras, no era mucho.

Zac bajó entonces la mirada hacia la tarta que había quedado cubierta de barro.

Zac: ¿Tú tampoco vas a tener problemas?

Por primera vez, su interlocutora sonrió. Y cuando le vio sonreír, ocurrió algo extraño en el interior de Zac. Era algo completamente absurdo, pero de pronto, el mundo le parecía diferente, simplemente porque aquella chica estaba sonriendo. Casi esperaba que comenzara a sonar una canción.
**: El conductor de la furgoneta es mi abuelo, con él nunca tengo problemas.

Zac: Menos mal -tomó una hoja de periódico que encontró en el interior de la furgoneta e intentó limpiar la tarta-. Me llamo Zac -añadió al darse cuenta de que ni siquiera se habían presentado-. Zac Efron.

Ness: Yo soy Vanessa Hudgens. Mis abuelos son los propietarios de esta panadería. Yo estoy trabajando con ellos este verano. Estoy ahorrando para comprarme un ordenador.

Zac: Para comprarte un ordenador -repitió como un idiota-.

Estar al lado de aquella chica tan guapa parecía estar entorpeciéndole el cerebro.

Ness: Sí, un ordenador con batería para poder llevármelo a cualquier parte.

Zac: Vaya, supongo entonces que te gustan mucho los juegos de ordenador.

Vanessa volvió a sonreír.

Ness: Lo quiero para escribir. Me gusta escribir.

Zac: ¿Y qué escribes?

Ness: Cuentos, poemas, cosas que me pasan.

Buscó bajo el asiento de pasajeros de la furgoneta y sacó un cuaderno de espiral para hojearlo mostrándole todas las páginas escritas.


Zac: ¿Tú has escrito todo eso?

Ness: Sí.

Zac: ¿Y cuánto has tardado?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: No llevo la cuenta.

Zac: ¿Y vas a escribir lo que ha pasado hoy? -no pudo evitar preguntarlo-.

Ness: ¿Bromeas? Por supuesto que voy a escribirlo.

Zac se descubrió entonces preguntándose qué diría de él. Para su sorpresa, se dio cuenta de que le importaba. Aquella chica le gustaba mucho más de lo que le había gustado nunca una chica.

Oyeron un ruido en la cocina. Era el carro con las bandejas de la panadería.

Ness: Es mi abuelo -le explicó-. Pronto tendré que irme.

«No te vayas», pensó Zac.

Zac: Escucha, no tengas miedo de volver al campamento. Me aseguraré de que esos chicos no vuelvan a hacerte nada.

Ness: No tengo miedo de ellos -se interrumpió, retrocedió un paso y cruzó los brazos sobre el pecho, en un gesto casi protector-. Lo que más me ha asustado de todo lo que me ha pasado hoy has sido tú.

¿Qué demonios...? Desde luego, no esperaba que le dijera algo así.


Derek: Zac -había vuelto de su expedición-. Estás aquí. He estado buscándote por todo el campamento.

Llegaba directamente desde el lago, todavía con la mochila a la espalda.

Por supuesto, seguían siendo amigos, pero, por primera vez en su vida, Zac no se alegró de verle. Zac estaba teniendo una verdadera conversación con una verdadera chica y la quería toda para él. Sin embargo, no podía hacer nada para evitarlo. Les presentó, sintiéndose excesivamente formal y torpe mientras lo hacía.

Pero Derek no se mostró torpe en absoluto. Sonrió de oreja a oreja, sacudió su pelo oscuro y negro y con un derroche de encanto, emprendió una animada conversación sobre su solitaria aventura en la naturaleza. Sólo había pasado dos días fuera, pero estaba... diferente. Más seguro de sí mismo, quizá.


Derek: ¿Por qué te has puesto esas tiritas? -le preguntó a Zac-.

Zac: Trent.

Fue su única respuesta. Y no tuvo que decir nada más. Derek lo entendió.

A Vanessa Hudgens ni siquiera pareció importarle que Derek estuviera sucio y sudoroso.

Ness. ¿Tienes hambre?


Derek: ¿A ti que te parece?

Ness: Supongo que sí -se dirigió hacia las bandejas de la furgoneta-. Hay bizcochos de jarabe de arce. A mí son los que más me gustan -les tendió uno a cada uno-.

Zac: Gracias.

Pero Derek había vuelto a robarle todo el protagonismo contando una historia sobre los ojos de un animal salvaje en medio de la noche.

A Zac se le cayó el corazón a los pies. Porque comprendió que a Derek también le interesaba aquella chica. Y cuando dos amigos querían lo mismo, eso se traducía en problemas.




¡Perdón por el retraso! He estado ocupada y no tenía tiepo ni de encender el ordenador.

Espero que os haya gustado el capi. ¡Hemos visto como se conocieron Zac y Ness! Ha sido bonito 😏

¡Gracias por leer!

2 comentarios:

Lu dijo...

Que lindo capitulo.
Se conocian hace mucho tiempo...
Me gustaria saber más!!!


Sube pronto

Maria jose dijo...

Me gusta la no novela
La forma en la que se cuenta
Presente pasado me encanta
Y creo que la hace mucho mas interesante
Ya quiero saber mas de esta pareja
Síguela pronto!!!!


Saludos

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