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sábado, 27 de mayo de 2017

Capítulo 10


El sábado por la mañana, Vanessa y Zac fueron a la panadería. Vanessa tenía trabajo que hacer en la oficina y él iba a sustituir a un policía que estaba enfermo. Cuando entraron en la panadería, tintineó la campanilla de la puerta e inmediatamente les rodeó una dulce fragancia.

Elena Gale, la chica que atendía el mostrador, les recibió con una sonrisa. Era la empleada más joven de la panadería, tenía un sentido del humor casi surrealista y un gran aprecio por su independencia: Ella era la responsable de innovaciones tan deliciosas como las galletas de chocolate con forma de cabeza de alce y las tartas adornadas con violetas escarchadas. Al lado del bizcocho del día había colocado un cartel en el que ponía «sé que quieres probarme».

Elena: Hola, Vanessa. Jefe Efron -no le sorprendió verlos juntos-. ¿Lo de siempre?

Zac: Sí, lo de siempre.

Vanessa sirvió un par de tazas de café.

Ness: Estoy un poco recelosa, ahora que sé lo bien que haces el café.

Zac. Nunca he venido aquí por el café. Y yo creía que era evidente.

Vanessa no supo qué contestar a eso, así que se separó de él y se concentró en alinear todas las bandejas que había sobre el mostrador. Estar con Zac le estaba afectando de una forma casi inesperada. Cosas en las que no se había permitido pensar desde hacía años emergían a la superficie y, para su sorpresa, no habían perdido ni un ápice de su intensidad. Además, le preocupaba estar balanceándose en el filo de algo que era, como poco, imprudente. Y, seguramente, también muy peligroso. Sabía que tenía que hacer algo para evitarlo, pero se sentía encadenada por la inercia y la indecisión.

Mientras permanecía en el mostrador, vio que una mujer dejaba caer una servilleta al lado de la mesa en la que Zac estaba sentado y éste se agachaba a recogerla. Por supuesto, era algo que no tenía la menor importancia, pero la mujer iba enfundada en un diminuto jersey de lana color magenta y en un anorak blanco de esquí y no hacía nada por disimular su interés. Desde donde estaba, Vanessa no podía oír lo que estaban diciendo, pero era evidente que la mujer encontraba a Zac muy divertido. Había algo especial en él, y no era sólo su aspecto. Aquel hombre rezumaba una sensualidad que parecía prometer noches de interminable placer. O por lo menos eso le parecía a Vanessa, mientras admitía muy a su pesar que compartía los gustos de aquella rubia descerebrada.

Afortunadamente, Elena interrumpió la conversación llevando los dos platos a la mesa. La esquiadora le sostuvo a Zac la mirada durante unos segundos y se volvió después hacia sus amigos, que parecían ya dispuestos a marcharse.

Cuando Vanessa regresó a la mesa, Zac ya estaba dando cuenta de su habitual hojaldre con queso y miel de naranja.

Zac: Lo siento -dijo con la boca llena-. No he podido esperar. Esto es casi tan bueno como el sexo.

Vanessa miró de reojo a la esquiadora.

Ness: Yo diría que eso depende del sexo. Y voy a cambiar inmediatamente de tema. A nadie le gusta hablar de estas cosas con un jefe de policía.

Zac: Sí, y yo siempre he estado muy preocupado por mi imagen.

La panadería estaba a rebosar. Entraban muchos clientes en busca de pan de centeno o de algún dulce especial para la cena del sábado. Había también esquiadores, especialistas en esquí de fondo y corredores de moto de nieve tomando café y planeando el día en las pistas que rodeaban la estación de Saddle, la estación de esquí de la localidad. Tres ancianos del pueblo desayunaban en su mesa de siempre, después de haber dejado los abrigos, las orejeras y los gorros en el perchero de la puerta.

A pesar del caos en el que se había convertido su vida, Vanessa sentía una fuerte conexión con la comunidad en la que vivía en momentos como aquél. La conversación de los clientes, los olores, las sonrisas de la chica que atendía el mostrador, los ruidos de fondo de la cocina... todo ello creaba una atmósfera familiar en la que se sentía a salvo. Aunque cuidar de aquella panadería había consumido toda su vida de adulta, se alegraba de poder contar con aquel antiguo edificio al que el tiempo no había hecho cambiar. Le habían arrebatado todo lo demás, pero la panadería permanecía en su lugar, sólida, real y segura.

Al mismo tiempo, sentía la presión del peso de la responsabilidad. El duro golpe emocional de haber perdido a su abuela y después la casa, la había dejado consternada, pero tenía un negocio y unos empleados de los que ocuparse. Se decía a sí misma que debería agradecer el poder contar con la familia de la panadería, pero la cuestión era que a veces se preguntaba cómo habría sido su vida si le hubieran permitido elegir. La panadería era el sueño de sus abuelos, no el suyo. Se sentía desleal incluso pensándolo, pero no podía evitarlo.

Zac se reclinó en su silla y la miró con atención.

Zac: Me encantaría saber qué estás pensando.

Ness: A lo mejor no estoy pensando en nada.

Zac se echó a reír.

Zac: No te creo.

Ness: Sólo estaba pensando en los sentimientos contradictorios que me genera este lugar. Me refiero a la panadería.

Zac: ¿Sentimientos contradictorios? Pero si esta panadería es la felicidad en la tierra. Olvídate de Disneyland, mira a toda esta gente.

Vanessa observó los rostros de los clientes, sus sonrisas y el tranquilo placer que reflejaban sus rostros.

Ness: Supongo que eso es algo que ya doy por sentado. Tengo sentimientos contradictorios porque pienso que casi todas mis amigas se fueron de aquí cuando terminaron el instituto. Eso es lo que hace la mayor parte de la gente que vive en un lugar como éste. Se va.

Zac: Algunos hemos venido expresamente a quedarnos -señaló-. Olivia Cyrus, yo, y ahora Greg. Siempre envidié la vida que llevabas aquí.

Dios mío, pensó Vanessa. Zac acababa de volver a abrir la puerta de su vida más íntima.

Ness: ¿De verdad me envidiabas?

Zac: ¿Te parece tan extraño?

Ness: Mi madre se fue de aquí siendo yo muy pequeña y nunca conocí a mi padre. Mis abuelos trabajaban durante todo el día.

Zac: Y siempre me pareciste una de las personas más felices y sensatas que había conocido.

Vanessa asintió, comprendiendo que aunque su infancia no hubiera sido la más heterodoxa, había disfrutado de una vida llena de amor y seguridad, de una riqueza que no tenía nada que ver con el dinero. Zac había crecido rodeado de lujo y sirvientes, estudiando en colegios privados y disfrutando de viajes a Europa y campamentos en verano. Pero Vanessa era consciente de lo que había tenido que soportar. Derek se lo había contado en una ocasión, durante el segundo año de campamento. Vanessa había ido al campamento para ver los combates de boxeo que se celebraban todos los años y Zac parecía ganarlos todos. Aunque todo el mundo le vitoreaba y le animaba, él no parecía disfrutar con sus éxitos. De hecho, en cuanto le habían proclamado campeón, había abandonado el cuadrilátero, había vomitado en un cubo y se había alejado a grandes zancadas de allí, incapaz de saborear su victoria.

Derek se había inclinado hacia Vanessa y le había susurrado al oído:

Derek: Su padre le pega.

Ness: ¿Estás seguro? -había preguntado estupefacta-.

Derek había asentido solemnemente. 

Derek: Yo soy el único que lo sé. Y ahora también lo sabes tú.

Por eso, cuando Zac la miraba a través de la mesa y decía que envidiaba su infancia, le comprendía.

Ness: Lo siento. Me gustaría que tu vida hubiera sido diferente.

Zac: Ahora lo es.

Quizá, pensó Vanessa. Pero había muchas cosas que todavía no habían cambiado. Zac continuaba siendo prisionero del pasado, era rehén de la crueldad de su padre y de la indiferencia de su madre.

Matthew Alger llegó, como todas las mañanas, a tomarse el café, y Vanessa se fijó en que dejaba su mísera propina de siempre. No era la persona favorita de Vanessa, desde luego, y tampoco de Zac. Con su tendencia a recortar presupuestos, estaba dificultando el trabajo del jefe de policía. En más de una ocasión, Zac había tenido que ir a ver a Alger, sombrero en mano, para pedirle fondos para alguna misión especial. Troy salió en aquel momento de la cocina y se acercó a la mesa de su padre. Aunque no podía oír la conversación, Vanessa pudo sentir la tensión que había entre padre e hijo. Se preguntó sobre qué estarían discutiendo. Troy no solía hablar de sus problemas familiares.

El adolescente era uno de los miembros del grupo de jóvenes de Zac. Éste había formado aquel grupo en cuanto le habían nombrado jefe de policía. Había habido algunos incidentes en el instituto y estaba decidido a hacer algo al respecto. El primer paso había sido intentar eliminar las barreras generacionales, visitando el instituto, escuchando a los estudiantes y obteniendo información sobre sus vidas.

Tenía chicos en el grupo de jóvenes que iban con regularidad a la residencia para ancianos de Indian Wells y estaban recogiendo en formato de video la historia oral de los residentes. Había formado otro grupo que se encargaba de ir a buscar a diario el pan sobrante de la panadería y lo llevaba a la iglesia. Otro de los equipos habían hecho un mural en un edificio abandonado que había casi a las afueras del pueblo. Y aquel año, para el día de San Valentín, iban a hacer una escultura de hielo.

Y los chicos le contaban muchas cosas. Quizá ésa fuera una de las razones por las que a Matthew Alger no le gustaba Zac; a lo mejor le preocupaba lo que Troy podía contar sobre él. Troy se separó de su padre con el rostro pálido y expresión sombría y empujó con fuerza las puertas que conducían a la zona de trabajo de la panadería. Su padre tomó un periódico antiguo, lo dobló por la página del crucigrama y se puso a rellenarlo.

Vanessa volvió a mirar a Zac.

Ness: Me pregunto qué estará pasando aquí.

Zac: ¿A qué te refieres?

Ness: A Troy y a Matthew.

Zac se encogió de hombros.

Zac: No me he fijado. Estoy demasiado ocupado con este pastel -mordió un bocado y le dirigió una beatífica sonrisa-.

A Vanessa le dio un vuelco el corazón. Aquello estaba empezando a hacerle sentirse demasiado bien. Demasiado cómoda. Demasiado romántica.

Zac: ¿Qué te pasa? -preguntó al advertir que le estaba mirando fijamente-.

Ness: Necesito encontrar un lugar para vivir.

Zac: Ya tienes un lugar para vivir.

Ness: Mira, has sido muy amable al dejar que me quedara en tu casa, pero creo que ya es hora de que me vaya.

Zac: ¿Quién lo dice?

Ness: Lo digo yo. Entre otras cosas, estoy arruinando tu vida social.

Zac: A lo mejor tú eres mi vida social.

Ness: Sí, una vida social de lo más divertida. Me estoy refiriendo a las chicas con las que sales.

Zac: Eso no es vida social. Eso es... -no fue capaz de encontrar la palabra adecuada-.

Vanessa reprimió las ganas de sugerirle «acostarse con cualquiera».

Zac sacudió la cabeza.

Zac: Tú no estás arruinando nada.

Ness: No has tenido una sola cita desde el día del incendio.

Zac: Eso sólo fue hace una semana.

Ness: ¿Cuánto hacía que no pasabas toda una semana sin tener una cita?

Zac: Yo no llevo la cuenta de ese tipo de cosas, pero es evidente que tú sí. Vaya, señorita Hudgens, no sabía que le importara tanto mi vida privada.

Claro que lo sabía, y se estaba regodeando con aquella confesión.

Ness: No puedo quedarme toda mi vida en tu casa.

Vanessa estudió su rostro en silencio con expresión insondable. ¿Cómo conseguiría afeitarse de una forma tan perfecta? No había una sola señal en su barbilla y, después de vivir en su casa, sabía que tardaba menos de dos minutos en afeitarse.

Zac: No, por supuesto que no.

Vanessa tuvo la sensación de que aquel comentario le había dolido. Algo que, sencillamente, no acertaba a comprender, puesto que había sido él el primero en bromear.

Ness: ¿Sabes? A veces pienso que debería alejarme de todo esto.

Pronunciar aquellas palabras en voz alta le asustaba y emocionaba al mismo tiempo. Le asustaba porque Avalon y la panadería eran el único mundo que conocía. Pero le asustaba todavía más haber vuelto a establecer alguna clase de contacto con Zac después de todos aquellos años. Sí, pensó, eso le daba más miedo que salir corriendo. Si se quedaba, tendría que enfrentare a aquella inquietante colisión entre el pasado y el presente.

Zac se inclinó sobre la mesa.

Zac: No puedes marcharte. Necesitas la panadería para tener algo sobre lo que escribir.

Ésa era una de las cosas que odiaba de él. Su capacidad para leerle el pensamiento.

Ness: Eres muy amable, Zac.

Zac echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Todas las mujeres que había en la panadería se volvieron hacia él. Vanessa no las culpaba. No había nada más sexy que un hombre tan atractivo como aquél riéndose a carcajadas.

Bueno, quizá sí. Un hombre tan atractivo como él, riéndose a carcajadas y desnudo.

Zac continuó sonriendo.

Zac: En serio, Vanessa -se inclinó sobre la mesa como si aquello, más que una cafetería abarrotada, fuera un restaurante romántico-, he estado pensando que podríamos...

**: ¿Vanessa? -dijo entonces una voz masculina-.

«¿Que podríamos qué?», pensó frustrada. Pero recompuso la cara con una sonrisa de bienvenida y se levantó.

Ness: Philip -saludó a su padre con calor-, supongo que has venido en el primer tren de la mañana.

Philip asintió.

Philip: Ya sé que has dicho que no necesitas nada, pero tenía que venir a verte.

Y había elegido el momento perfecto para aparecer, pensó Vanessa.

Ness: Me alegro de que lo hayas hecho. Philip, te presento a Zac Efron. A lo mejor os conocisteis en la celebración del cincuenta aniversario del campamento Kioga. Y, Zac, éste es Philip Hudgens. Mi... padre.

Todavía no era capaz de pronunciar aquella palabra. La palabra «padre» implicaba muchas cosas que Philip Hudgens no era. Implicaba una conexión entre un hombre y su hija que, simplemente, entre ellos no existía.

Zac: Sí, claro que me acuerdo -se levantó y le tendió la mano-. Por favor, siéntese.

Ness: De verdad, no tenías que haber venido -dijo tan nerviosa como siempre que hablaba con Philip-, pero me alegro de que lo hayas hecho.

Vanessa le había conocido el último agosto, cuando un buen día, Philip había aparecido en la puerta de su casa y le había dicho que creía que era su padre.

Así de sencillo. En sólo unos segundos, había resuelto el misterio más grande de su vida. Desde entonces, los dos parecían moverse en una especie de danza torpe, tropezaban el uno contra el otro y retrocedían, intentando averiguar cómo sería su relación.

Parte de ella quería que su relación fuera tan sencilla como una tarjeta de felicitación: ella le abriría su corazón y él pasaría a formar parte de su vida. Pero otra parte de Vanessa albergaba todavía muchas dudas. La única prueba que tenía de que Philip había querido a su madre y estaba dispuesto a casarse con ella era su propio testimonio. Según él, ni siquiera se había enterado de su nacimiento. Y como Vanessa no lo conocía, no podía saber si debía o no fiarse de su palabra.

Ness: Zac ha tenido la amabilidad de alojarme en su casa, temporalmente, claro -le explicó a Philip-. Ahora mismo estábamos hablando de las opciones que tengo.

Philip le dirigió una sonrisa radiante.

Philip: En ese caso, llego justo a tiempo. Yo también quería hablarte de eso.

Vanessa estaba a punto de pedirle que por favor fuera un poco más preciso cuando Leslie bajó de la oficina.

Leslie: Me han dicho que estabas aquí -le dijo a Vanessa-. Hola, Zac -se volvió después hacia Philip-. Hola.

Philip le estrechó educadamente la mano.

Philip: Leslie, cuánto tiempo.

Zac se levantó entonces y se apartó de la mesa.

Zac: Creo que debería marcharme. Tengo asuntos de los que ocuparme.

Quizá sí, o quizá no. Vanessa no podía decir si era verdad o, sencillamente, una excusa para retirarse educadamente.

Zac le sostuvo una silla a Leslie, que se sentó encantada.

«No te vayas», pensó Vanessa, necesitaba que terminara lo que estaba diciendo. ¿De qué quería hablarle cuando les habían interrumpido?

Zac: Hasta luego. Me alegro de verte -añadió mirando a Philip-.

Philip: ¿He dicho algo inconveniente? -preguntó mientras lo veía marcharse-.

Ness: Tiene mucho trabajo -le disculpó-.

Philip: ¿Ya ha averiguado la causa del fuego?

Ness: Hay un equipo de investigadores trabajando en ello. Era una casa antigua y es muy posible que el problema fuera un cortocircuito -se concentró en ordenar la mesa-. ¿Ésta es la primera vez que vienes a la panadería?

Philip y Leslie intercambiaron una mirada.

Philip: La primera vez en mucho tiempo.

Ness: O sea, que habías estado antes aquí -dedujo-.

Sentía un frío helado en la piel.

Philip: No hay nadie que venga a Avalon y no haga una visita a la panadería.

Vanessa se fijó entonces en la expresión de Leslie.

Ness: Entonces, os conocíais.

Leslie se limitó a asentir.

Leslie: Llevo aquí toda mi vida, así que conozco a todos los Hudgens.

Philip miró a su alrededor. Los esquiadores estaban preparándose para marcharse. Matthew Alger había terminado el café y el crucigrama y también parecía dispuesto a irse.

Philip: Dios mío. ¿Es quién yo creo que es?

Ness: ¿También lo conoces?

Philip: Lo conocí hace mucho tiempo -se levantó y se acercó a Alger-. Te he reconocido en cuanto te he visto.

Se estrecharon la mano, pero, evidentemente, no fue un saludo muy cálido. Alger tenía un rostro un tanto aniñado, que le hacía aparentar menos años de los que tenía. Era rubio y llevaba un corte de pelo impecable. No era tan alto como Philip ni estaba tan en forma como él, pero también tenía cierta presencia. Saludó a Philip con fría cordialidad y se volvió después hacia la mesa de Vanessa.

Matthew: ¿Qué tal va la investigación?

Ness: El equipo de recuperación ya ha terminado de sacar los objetos que se han conservado -respondió un tanto sorprendida por su interés-.

Matthew: ¿Tan pronto?

Ness: No había mucho que rescatar.

Matthew: Zachary me ha dicho que estás tomándote unos días libres.

Ness: Es cierto. O, por lo menos, lo estoy intentando. La verdad es que me paso el día atendiendo la panadería y asuntos relacionados con el incendio.

Matthew: Bueno, espero que hayas podido salvar algunos de esos tesoros de la familia que son imposibles de reemplazar.

Aquel comentario la sorprendió todavía más. Le parecía imposible que Matthew Alger se pusiera sentimental.

Cuando se fue, Leslie y Vanessa invitaron a Philip a hacer un recorrido por la panadería.

Ness: Todo empezó con el pan de centeno de mi abuela. Aunque a lo mejor tú ya lo sabes.

Philip negó con la cabeza.

Philip: Anne no me hablaba mucho del negocio de la familia.

¿Y de qué le hablaba?, quiso preguntarle Vanessa. ¿De que odiaba vivir en Avalon? ¿De que quería marcharse de allí? ¿De que ni siquiera una hija era suficiente para retenerla en aquel lugar?

Ness: La abuela comenzó haciendo pan en la cocina de su casa -le explicó en tono neutral, intentando recordarse que Philip no era el culpable de las decisiones que había tomado su madre-. Mi abuelo lo repartía puerta a puerta. Con el tiempo, se trasladaron a este edificio. La cafetería la abrieron hace treinta años. Yo puedo decir que he crecido aquí.

Leslie: Era una niña adorable. Todo el mundo la quería.

Philip: No me sorprende -había tristeza en su expresión-.

Y Vanessa sufrió al verla, pensando en todas las veces que se había preguntado por su padre siendo niña.

Philip: ¿Tú sabías que mi padre era el mejor compañero de pesca de tu abuelo?

Ness: Sí, me lo dijo mi abuelo -sintió una punzada de arrepentimiento-.

El hijo de Charles Cyrus y la hija de Leo Hudgens se habían enamorado y habían tenido una hija. Pero ninguno de los dos hombres lo sabía. Decidió cambiar rápidamente de tema.

Ness: Miley está trabajando en la panadería, ¿lo sabías?

Philip: No, no lo sabía. Supongo que para ella, venir a vivir a Avalon ha supuesto un gran cambio. Me alegro de que esté trabajando con vosotras -vaciló un instante-. Ella... bueno, lo está pasando muy mal con el divorcio de mi hermano.

Vanessa sospechaba que tenía muchas otras cosas que decir sobre aquella adolescente problemática, pero, por supuesto, no lo hizo. Vanessa continuaba siendo una desconocida para él.

Por su parte, esperaba que Miley fuera capaz de adaptarse al ritmo de la panadería. Troy la había llevado esa misma semana y ella parecía tener muchas ganas de trabajar. Vanessa apenas conocía a su prima, pero la compadecía. Sabía que había tenido que ocurrir algo muy grave para que dejara el colegio de Nueva York en el que estudiaba, pero no sabía exactamente qué. La madre de Miley estaba al otro lado del Atlántico y Greg Cyrus había vuelto con sus hijos a Avalon, la ciudad en la que había crecido. Miley había tenido que mudarse en medio del curso. Había algo triste en aquella adolescente. Quizá, cuando la conociera mejor, Vanessa entendería por qué. Regresaron al café.

Ness: Échale un vistazo a esto.

Había una pared cubierta con permisos, certificados, fotografías y recuerdos. Vanessa señaló el primer dólar que se había ganado en la panadería y el primer permiso de su abuelo del departamento de salud.

La mayor parte de las fotografías llevaban tantos años en aquella pared que Vanessa ya no se fijaba en ellas. Desde que había visto aparecer a su padre en la panadería, Vanessa no paraba de pensar en lo gris que parecía aquel lugar. Definitivamente, no le vendría nada mal un cambio. Una capa de pintura, quizá, y algunos cuadros en las paredes.

Ness: En el Avalon Troubadour le hicieron un reportaje el año de la inauguración. En todos estos años, la panadería ha sido mencionada en cinco ocasiones en la sección de Escapadas del New York Times -le enseñó los artículos recortados. Philip leyó el último-. Cada vez que aparece una mención, se multiplica la clientela.

Advirtió entonces que Philip estaba mirando con atención una fotografía en la que aparecía ella sentada en un taburete detrás del mostrador, ayudando a su abuela a colocar las galletas. Vanessa tenía unos ocho años, llevaba trenzas y sonreía mostrando los huecos de sus dientes recién caídos.

Ness: Antes del incendio, podría haberte enseñado muchas más fotografías. De las vacaciones, del primer día de escuela, de la primera comunión...

Philip se aclaró la garganta.

Philip: Vanessa, me habría encantado poder ver todas esas fotografías, pero no es eso lo que más lamento. De lo que de verdad me arrepiento es de haberme perdido tu compañía durante todos estos años.

Vanessa no sabía cómo responder. Aquella tristeza consiguió conmoverla, acariciar los rincones más íntimos y solitarios de su alma.

Ness: Tú no tienes la culpa -musitó con voz ronca. Tragó saliva y forzó una sonrisa-. ¿Por qué crees que nunca te habló de mí?

Philip: No lo sé. Tu madre era... -sacudió la cabeza-. Yo pensaba que la conocía. Pensaba que los dos queríamos las mismas cosas. Y la amaba, Vanessa, pero hubo algo que la hizo cambiar. Y no sé por qué te separó de mí.

Vanessa sintió que Leslie la observaba con atención.

Ness: Estoy segura de que tendría sus razones.

Ness: En cualquier caso, ya no podemos hacer nada -le enseñó a Philip una fotografía de su madre a los dieciocho años. Aparecía sonriendo a la cámara-. Ésta fue la fotografía en la que Olivia se fijó el verano pasado, la que le hizo pensar que podía haber alguna relación entre nuestras familias.

Vanessa nunca se había fijado en que aquella fotografía de su madre era, en realidad, media fotografía. La había partido alguien años atrás. Y, al parecer, la persona que aparecía en la otra mitad era Philip Hudgens. Gracias a que Olivia había encontrado una copia intacta en la que aparecían Anne y Philip, habían averiguado que la fotografía partida escondía toda una historia.

Philip: Me pregunto quién la cortaría. Supongo que lo haría tu abuela.

Ness: Y yo supongo que jamás lo sabremos, a no ser que mi madre aparezca algún día por aquí.

Contempló la fotografía de aquella belleza detenida en el tiempo. ¿Sería esa la mujer que Philip recordaba cuando pensaba en Anne?

Leslie: Bueno -dijo con repentina energía-, yo tengo que ponerme a trabajar -y cruzó las puertas que conducían a la panadería-.




¡Perdón por la tardanza! 🙍
¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Odie en momento en que el papa
De vanessa interrumpió la platica
Ya quiero leer el siguiente
Esta novela me encanta
Sube pronto!!!!


Saludos

Lu dijo...

Justo en ese momento tenía que llegar el padre dd Ness? Jajaj
Quiero saber que va a pasar con Zacy Ness.


Sube pronto

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