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sábado, 13 de mayo de 2017

Capítulo 8


Todas las posesiones de Vanessa cabían en la parte posterior de la furgoneta que había alquilado. Pero la verdad era que le sorprendía que hubieran conseguido recuperar tantas cosas en la operación de rescate. Todo lo habían limpiado y guardado en contenedores marcados que después habían cargado en la camioneta. Se suponía que tenía que revisar su contenido y decidir qué quería conservar y de qué quería deshacerse, pero de momento, al menos, no tenía intención de hacerlo, se limitaría a guardar las cajas hasta que se sintiera con fuerzas para ello. En aquel momento permanecía junto a las puertas traseras de la furgoneta, temblando y dando pataditas en el suelo para entrar en calor. Había perdido en el incendio sus guantes favoritos, unos guantes de cuero forrados de lana.

Zac aparcó en el que antes era el camino de entrada a la casa de Vanessa, detrás de la furgoneta. Aquel día, como parte de su iniciativa para la prevención del crimen, había visitado el juzgado de menores y se había vestido de forma adecuada para la ocasión. Pensaba que el uniforme de policía, o incluso un traje, era una barrera para la comunicación con los chicos, de modo que había optado por unos pantalones cargo, unas botas, una cazadora y una gorra. Más que un jefe de policía parecía un practicante del snowboard.

Zac: ¿Ya habéis terminado? -le preguntó al verla-.

Ness: Sí, ya lo han cargado todo -contestó señalando hacia la furgoneta-. ¿Qué tal te ha ido con los chicos?

Zac: Creo que bien. Por lo menos una docena se han comprometido a realizar servicios para la comunidad.

A Vanessa le costaba imaginar que alguien, ya fuera niño o adulto, pudiera resistírsele. Los niños y los jóvenes reconocían a un farsante a distancia y Zac parecía saberlo. Con aquel atuendo informal, se sentía absolutamente cómodo. No era sólo una forma de ganarse a los más jóvenes.

Ness: ¿Cómo es posible que consigas tan buenos resultados con los chicos, jefe?

Zac: Les escucho y les respeto. Después, todo es mucho más fácil. Me estás mirando de una forma muy extraña, ¿es por la ropa?

Ness: No, no es por la ropa -vaciló un instante, pero, qué demonios, se dijo casi inmediatamente, y le hizo la pregunta que le estaba rondando—. ¿Alguna vez has pensado en tener hijos?

Zac se la quedó mirando fijamente, y después soltó una carcajada.

Ness: No estoy intentando hacerme la graciosa. Pero no puedo dejar de preguntarme qué tipo de padre habrías sido, qué clase de cabeza de familia.

Zac: Pues yo no he pensado en ser ni padre ni cabeza de familia, gracias.

Ness: Oh, vamos, Efron. No eres el primero que ha tenido una infancia terrible. Eso no es excusa.

Zac: Pero está también el pequeño detalle de cómo conseguir esos niños que estás tan convencida de que quiero. Siendo hombre no es nada fácil.

La mirada de Zac se estaba haciendo demasiado íntima, así que Vanessa decidió dar un giro a la conversación.

Ness: Escucha, en realidad hay otro tema más importante del que deberíamos hablar, que es el de mi vivienda. Es una locura que siga viviendo en tu casa.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Porque ahora mismo no tenemos ninguna clase de relación.

Zac: A lo mejor deberíamos replanteárnoslo. Podríamos ser compañeros de piso -se volvió bruscamente y se dirigió hacia la furgoneta para revisar el trabajo hecho por la compañía de seguros.

Compañeros de piso, pensó Vanessa. ¿Qué demonios significaba eso? No se le ocurría la manera más adecuada de preguntárselo, así que decidió cambiar de tema.

Ness: Todo lo que tengo cabe en una furgoneta. Es patético, ¿verdad?

Zac: No, no es patético. Sencillamente, es algo que te ha pasado.

Ness: Patético. ¿Es que nunca me vas a dejar quejarme?

Zac: Quéjate, si eso te hace sentirte mejor.

Ness: No, no me hace sentirme mejor, pero te hará sentirte a ti peor y eso sí que me hace sentirme un poco mejor. Al fin y al cabo, vives gracias a mis impuestos. Es lo menos que puedes hacer.

Zac: Muy bien -se cruzó de brazos-. Pues quiero que sepas que ver que esto es lo único que ha quedado de tu casa me hace sentirme fatal, ¿estás contenta?

Justo en aquel momento paró delante de la camioneta una enorme quitanieves. Salieron de ella Charlie Davis y Greg Cyrus. Greg era el hermano pequeño de Philip Hudgens, lo que le convertía en el tío de Vanessa, aunque sólo tuviera unos cuantos años más que ella. Recién divorciado, se había trasladado a Avalon con sus dos hijos, Miley y Max. Miley iba a empezar a trabajar en la panadería y Max estaba todavía en quinto grado. Al igual que todos los Cyrus que Vanessa había conocido, Greg era un hombre afable, con un encanto natural que realzaba un físico atractivo y una estupenda educación. Por supuesto, ella no se sentía como una Cyrus y, definitivamente, no había heredado nada de ellos. Todos los que habían conocido a su madre le decían que era idéntica a Anne que, por supuesto, era una mujer atractiva, pero de una forma completamente diferente; su belleza era la de una mujer de pelo oscuro y mucho más terrenal.

Ness: Hola, gracias por venir.

Greg: De nada.

Mientras les presentaba a Zac, Vanessa pensó que aquellos tres hombres juntos, Zac, Charlie y Greg, eran la fantasía de cualquier mujer hecha realidad. Todos ellos eran altos, fuertes y atractivos.

Ness: Os agradezco mucho lo que estáis haciendo por mí -insistió-. ¿De verdad no os importa llevar todo esto al campamento Kioga?

Charlie: Claro que no -le aseguró-. Si algo no falta en el campamento es espacio, sobre todo ahora, en invierno.

Ness: De acuerdo, os estoy muy agradecida -repitió-. Pensaba dejarlo todo en el garaje, pero también está destrozado y habrá que tirarlo.

Todavía le costaba asimilar el hecho de no tener casa, de no tener un lugar en el que dejar sus cosas, o lo que quedaba de ellas. Habían quedado en que Charlie les abriría el paso hasta el campamento y Zac y Vanessa le seguirían hasta allí. Tuvieron que conducir muy despacio; hasta la máquina quitanieves iba lanzando abanicos de nieve a lo largo de la carretera mientras iba despejando el camino.

Ness: Me parece increíble lo bueno que está siendo todo el mundo conmigo.

Zac: No es difícil ser bueno contigo.

Ness: ¿Por eso me estás ayudando tú también? ¿Porque quieres ser bueno conmigo?

Zac: Yo no soy un hombre bondadoso. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.

Los dos habían cometido errores en el pasado. Vanessa se sentía perseguida por el arrepentimiento, mientras que Zac continuaba sufriendo por culpa de una vieja culpa que le corroía por dentro. Ese era el motivo de que se hubieran distanciado, pero como últimamente pasaban tanto tiempo juntos, Vanessa sintió que tenía derecho a hablar de aquel viejo asunto.

Ness: Nunca te has perdonado lo de Derek -dijo, sacando a la luz un tema durante mucho tiempo enterrado-. ¿Pero crees que eso va a servir de algo, Zac?

Zac mantuvo los ojos fijos en la carretera.

Zac: Una pregunta interesante, viniendo de ti.

Ness: Ésa no es una respuesta.

Zac: Muy bien, a ver qué te parece ésta. A lo mejor no me he perdonado nunca lo que le pasó a Derek porque hay cosas que son... imperdonables. Lo único que puedes hacer es intentar continuar adelante y vivir con ello.

«Y pasar el resto de tu vida pagando una penitencia», reflexionó Vanessa. Por alguna razón, se acordó entonces de la Bella y la Bestia, pero pensó en la clásica y violenta versión francesa, no en la edulcorada película de Disney. En el original, el amor incondicional de la protagonista calmaba la furia de la fiera, pero la redención llegaba después de tanto dolor y sacrificio por ambas partes, que siempre se había preguntado si realmente merecería la pena luchar tanto.

Permanecieron en silencio durante el resto del trayecto. La zona sur del lago estaba cerca de la ciudad, rodeada de casitas, casi todas ellas cerradas en invierno. Sobre los muelles helados se acumulaba la nieve. Pasaron por delante de la Posada del Lago Willow, una mansión del siglo XIX que se rumoreaba estaba encantada. Cuando eran adolescentes, Vanessa y Zac solían ir hasta allí en bicicleta y especulaban sobre quién la habría encantado. Ashley siempre había dicho que algún día le gustaría ser propietaria de aquel lugar, pero después de quedarse embarazada y tener a Sarah, su vida había tomado un rumbo muy diferente.

El lago se adentraba en un profundo valle, cuyo aspecto cambiaba muy rápidamente, dando paso a una zona de naturaleza más salvaje. Pronto estuvieron cruzando los bosques. Aquella perfección, que parecía de otro mundo, y aquella serenidad, la fascinaban. Los árboles desnudos se dibujaban contra un fondo de nieve marcado por las huellas de animales salvajes. Los carboneros y los cardenales rojos saltaban y volaban de rama en rama. Los lechos de los riachuelos se cubrían de témpanos y glaciares diminutos. Para cuando llegaron al campamento Kioga, Vanessa se sentía como si estuvieran en el otro extremo del mundo, y no a sólo varios kilómetros de Avalon.

Como centro de vacaciones histórico que era, el campamento reflejaba el estilo de los grandes campamentos de los años veinte. La entrada, marcada por un rústico letrero en hierro forjado, estaba cubierta de nieve, al igual que el camino que conducía hacia el pabellón principal. Las canchas y las pistas de deportes estaban también cubiertas de nieve, los equipos a resguardo. Todo parecía estar en estado de hibernación. La nieve cubría también los tejados de los pabellones y las cabañas. Del cenador de la isla del lago colgaban carámbanos. Vanessa se descubrió atrapada por la impenetrable quietud de aquel paisaje que parecía hecho de azúcar. Nunca había estado en el campamento en invierno y le pareció un lugar mágico.

Charlie detuvo su vehículo en frente del cobertizo en el que almacenaban gran parte del material. Greg lo abrió y, en cuestión de minutos, ya habían descargado todo en el interior de aquel edificio de madera.

Ness: Está todo precioso. Me alegro de que Olivia y tú hayáis decidido reabrir el campamento.

Charlie: Algún día estará abierto durante todo el año.

Vanessa advirtió que Zac permanecía al margen, con la mirada fija en el lago, absorto quizá en los recuerdos. Derek y él habían pasado muchos veranos allí. Habían jugado a lanzar piedras sobre la superficie de aquel lago de agua helada y habían hecho infinidad de carreras desde el muelle. Habían saltado aferrados a una cuerda desde un árbol y se habían desafiado una y otra vez a nadar más rápido, a bucear más profundo, a adentrarse más lejos. Para ellos la vida siempre había sido una competición.

Vanessa intentó recordar el momento en el que había empezado, el momento en el que la rivalidad se había convertido en una grieta de la que nadie hablaba. ¿Habría sido el momento en el que los tres se habían conocido? ¿Habría estado presente desde siempre, como un magma subterráneo que al final había terminado emergiendo a la superficie?

Greg volvió a examinar las cajas etiquetadas que acababan de guardar.

Greg: Ya está todo.

Ness: Gracias otra vez.

Vanessa se negaba a pensar en el hecho de que todo lo que poseía estaba en el interior de aquellas cajas. A pensar que algún día, quizá cuando llegara la primavera, tendría que abrirlas y elegir el destino de cada uno de aquellos objetos. ¿Debería guardar la batidora de huevos de su abuela? ¿La caja de pesca de su abuelo? ¿El cenicero de arcilla que había hecho su madre en el campamento para chicas?

Comenzó a nevar ligeramente y Vanessa elevó el rostro hacia el cielo, sintiendo cómo le acariciaban los copos la frente y las mejillas. Todo iba a salir bien, se dijo a sí misma. El mundo era un lugar maravilloso y estaba lleno de opciones para ella.

Charlie: Será mejor que nos vayamos -dijo dirigiéndose hacia la furgoneta-.

Ness: Nos veremos en la panadería -sugirió-. Tengo papeleo pendiente en la oficina. Así os podré invitar a un café y a cualquier dulce que os apetezca.

Charlie: Me temo que tendré que dejarlo para otro día. Tengo que volver al trabajo.

Greg: Lo mismo digo. Pero te veremos en la cena del sábado, ¿verdad?

Ness: Por supuesto.

Philip, su padre, iba expresamente a Avalon para verla. Ella le había dicho que no necesitaba nada, que se las arreglaría sola, pero él había insistido.

Charlie y Greg se marcharon y Vanessa y Zac les siguieron más lentamente, deteniéndose a contemplar el lago por última vez.

Ness: Es un lugar precioso. Me siento... nostálgica, ¿tú no?

Zac: Un poco, quizá.

Aceleró el paso y Vanessa sintió que se cerraba a ella. Probablemente era lo mejor, decidió. Nunca se les había dado bien hablar de las cosas que realmente importaban.




Ness, pasa de Zac. Es evidente que es un insensible 😒

¡Gracias por lees!


2 comentarios:

Lu dijo...

Wow que capitulo.
Me encantaria saber que mas paso... hay algo feo que paso y por eso ellos estan asi.
Amo está nove.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Me encantó
Ya quiero saber mas
Siguela pronto
La historia es muy interesante

Saludos

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