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sábado, 8 de abril de 2017

Capítulo 7 - Si noviembre empieza bien, confianza has de tener


Tres semanas tardaron en reunir las cartas. Que si uno se había marchado de viaje, que si en casa del otro nunca encontraban a nadie, que si aquellos habían marchado a la granja, que si los de más allá estaban de viaje, o en el hospital… ¡Tres semanas! Tiempo que la familia Vernon aprovechó en Clermont, cada cual a su manera. El abuelo Charles, yendo de casa en casa para conseguir lo que lo había llevado al pueblo. Mary tuvo tiempo sobrado de limpiar la casa de arriba abajo y de lavar las cortinas. Y como veía a su marido ocioso, no tuvo más que hacer una llamada a su consuegra y en un visto y no visto los padres de Jay acudieron a pasar unos días. Los hombres se pusieron manos a la obra y pintaron la fachada de atrás antes de que llegaran las nieves, mientras las mujeres se dedicaban a dar caminatas por el campo, a charlar de sus cosas y a dejar a la joven pareja la despensa llena para el invierno.

Susan y Jay disfrutaron con ellos en casa, ya que las visitas de los padres de él y de ella eran frecuentes desde que se habían casado. La única preocupación de ambos era no ser escandalosos por la noche, con padres, suegro y abuelos durmiendo en la planta baja; o no olvidar cerrar con llave cuando se ponían cariñosos y les daba por arrancarse la ropa el uno al otro en el sofá a la hora de la siesta.

Pero en esos veintiún días el abuelo Charles logró su propósito. Y, tal como Mary predijo, hubo llantos emocionados.

En el pequeño comedor salón de los Hudgens, Vanessa sorbía por la nariz y se secaba los ojos con las telas que su madre iba dándole de la caja que sostenía en el regazo, a la vez que enjugaba los suyos. Madre e hija hechas un mar de lágrimas. El sargento preocupado y sin discernir, a esas alturas de su vida, el complejo engranaje de las emociones femeninas, no dejaba de repetir “Si lo llego a saber…” Una lagrimita feliz la entendía, pero no el sofocón que tenían las dos.

El caso es que la mujer lo miraba como si fuera un héroe, con una expresión que prometía recompensa de las buenas esa noche bajo las sábanas. Y la hija le había echado los brazos al cuello y le había estampado media docena de besos en cada mejilla… ¡Pero vuelta al llanto y a sonarse la nariz, la madre y la hija, cada vez que Vanessa leía una de aquellas notitas!

Todos, absolutamente todos los habitantes de aquel pequeño pueblo, niños, jóvenes o viejos, habían escrito de su puño y letra una par de líneas en media cuartilla pidiéndole a Vanessa que volviera. Había algunas con dibujitos coloreados, otras escritas por manos temblorosas por la edad; otras breves como un telegrama, algunas muy graciosas e incluso alguna escrita con tal formalidad que parecía un impreso oficial. De un modo u otro, todas la emocionaron por igual. Porque en cada una de aquellas cuartillas Vanessa descubrió que el pueblo entero de Clermont la apreciaba más de lo que había llegado a imaginar.

El abuelo Charles no quiso perderse el momento. Sentado junto al padre de la homenajeada, contemplaba satisfecho cómo la chica contaba y apilaba todas aquellas cartas que tantas horas y caminatas le habían costado de reunir. No hacía ni veinte minutos que él mismo las había llevado en mano a la casa del sargento Hudgens, directamente desde Clermont sin pasar antes por su casa.

Vanessa acabó de contarlas por segunda vez y miró a su padre.

Ness: Hay trescientas cuarenta y nueve -anunció-.

Brad: ¿Te parecen pocas? -dijo, fingiendo no saber a qué se refería su hija-.

Charles: Falta una.

El abuelo Charles y él intercambiaron una mirada. Por supuesto que faltaba una, ambos lo sabían de sobra. En el pueblo vivían trescientas cincuenta personas, así que era el momento de hacer lo convenido. El sargento Hudgens hizo una llamada perdida con su móvil, volvió a guardarlo en el bolsillo sin dar explicaciones y miró directamente a los ojos a su hija, que lo observaba muerta de curiosidad.

Ness: ¿Vas a decirme de una vez que te traes entre manos? -inquirió oliéndose algo-.

Emma: Voy a hacer café -soltó su madre, de improviso, saltando del sofá como si tuviera un resorte-.

Eso acabó de escamar a Vanessa, que la vio marchar hacia la cocina como si de repente le hubieran entrado todas las prisas del mundo. Miró de nuevo a su padre a la espera de que respondiera a su pregunta.

Este estrechó la mirada; su hija no sabía que lo tenía todo calculado y mediante aquel silencio estaba haciendo tiempo. Pensó en el joven nervioso que llevaba casi media hora esperando en la calle. Lo imaginó en el ascensor; si todo salía rodado, en ese instante debía estar a punto de llamar a la puerta.

Sonó el timbre y el sargento Hudgens dio un aplauso mental. Vanessa miró a uno y a otro, el abuelo Charles sonreía de oreja a oreja. Menudo par de conspiradores de chiste.

Brad: Es que esa carta que falta, hay alguien que quiere entregártela en persona -confesó por fin su padre-.

Hizo amago de levantarse, pero volvió a sentarse. Tal como esperaba, su hija lo detuvo y fue ella misma a abrir.

Vanessa no era tonta y ya tenía claro quien era ese «alguien» que aguardaba en el rellano. Cuando abrió la puerta y lo vio allí plantado, con las manos en los bolsillos de los vaqueros, a Vanessa el corazón comenzó a latirle sin control.

Zac: ¿Puedo pasar? -preguntó con una tímida sonrisa-.


Vanessa pretextó una excusa y fue a la cocina. Allí, ya sola, leyó a escondidas una vez más la notita que Zac le había puesto en las manos.

Me he enamorado perdidamente de ti, Vanessa. Podría darte mil razones más para que regreses. Todas egoístas, porque te quiero solo para mí y, si pudiera, ataría tu muñeca a la mía con una cinta de seda para que no vuelvas a marcharte de mi lado. Son locuras demasiado íntimas para escribirlas en un papel, de esas que te gusta que te diga al oído aunque suenen absurdas. Tendrás que regresar si quieres oírlas. Vuelve a mi lado, por favor.

Se miró reflejada en el cristal de la ventana; menudas pintas, con los ojos llorosos, la nariz roja y el pelo de cualquier manera. Zac nunca la había visto hecha un asco y con un chandal de trapillo. Ya no había remedio, si quería verla arreglada y monísima, que hubiera avisado de que venía, claro, que en tal caso no habría sido una sorpresa… Escudriñó por encima del hombro a ver si venía alguien por el pasillo, desplegó la notita de Zac y volvió a leerla.

Mientras tanto, él permanecía en el salón comedor del hogar familiar, algo menos cohibido. Al principio temió ser objeto de malas miradas por parte de los padres de Vanessa, echándole la culpa de que su única y queridísima hija estuviera tan alicaída de ánimo. Agradeció que no fuese así, todo lo contrario. Zac fue recibido en aquella casa con mucho agrado, dado que su presencia resultó providencial, puesto que en cuanto lo vio, Vanessa enderezó la barbilla y recuperó su aire de chica guerrera.

El señor Charles y él eran viejos conocidos, ya que el anciano pasaba largas temporadas en Clermont y lo había visto crecer. Fue quien se encargó de las presentaciones a los padres de Vanessa y su presencia en aquella casa contribuyó a que aquel primer café con los padres de su chica no fuera, dadas las circunstancias, un mal trago cargado de incomodidad.

El padre de Vanessa se había empeñado en enseñarle al señor Charles un puñado de fotografías antiguas de cuando hacía el servicio militar que guardaba en una caja de zapatos. Al abuelo le hicieron mucha gracia porque en algunas aparecía también su hijo de soldadito. Viéndolos tan distraídos con las batallitas de la mili, y como la madre estaba ocupada retirando las tazas de café para dejarles espacio en la mesa, Zac aprovechó para escapar hacia la cocina.

Al llegar la vio de espaldas a él. Notó que Vanessa se sobresaltaba al percatarse de su presencia y tuvo que disimular una sonrisa al verla guardar a toda prisa la nota manuscrita por él en el bolsillo de la sudadera. Zac se acercó a ella. Sin mediar palabra, fue Vanessa quien dio el primer paso. Se abrazó a su cintura y apoyó la mejilla en su hombro. Él la estrechó entre sus brazos y cerró los ojos, disfrutando de la paz que sentía al tenerla cerca. Le acarició la sien con la nariz, la besó en el cuello suave y despacito, respirando el aroma de su piel y del champú de frutas; ese mismo que dejó olvidado en el cuarto de baño y que él olía a escondidas desde que se marchó de su lado.

Vanessa ahogó la risa en el hombro cuando él le susurró al oído una canción de Pablo Alborán que parecía compuesta adrede para ellos. Te he echado de menos todo este tiempo. He pensado en tu sonrisa y en tu forma de caminar…

Vanessa se separó un poco para verle los ojos.

Ness: ¿Eso es verdad?

Zac: Como si no lo supieras -murmuró apartándole el pelo de la cara con delicadeza-.

Vanessa sonrió, con los labios y con el corazón. Nunca lo había oído cantar y hacerlo por primera vez de aquella manera tan íntima la hizo sentirse muy especial.

Ness: Cantas muy bien -musitó mirándolo a los ojos-.

Zac: No tengo ni puta idea de música, sonaba en la radio del coche… -reconoció; y se alegró de verla reír-. Pero por ti sería capaz de cantar ópera si así consigo que vuelvas.

No quiso echar mano del recurso fácil de arañarle la fibra sentimental diciéndole que las niñas preguntaban por ella cada día, porque quería que Vanessa tomara la decisión de volver pensando en ellos dos. En realidad quería ser él el único y exclusivo motivo de su regreso y en silencio rogaba porque así fuera.

Vanessa no dejaba de mirarlo y aunque sus brazos le rodeaban la cintura como si quisieran retenerlo allí con ella para siempre, Zac vislumbraba en sus ojos la sombra de la duda.

Ness: No volveré a Clermont mientras no estés seguro de tus sentimientos -anunció, confirmando las sospechas de Zac-.

Zac: Estoy muy seguro de lo que siento por ti -rebatió-. No hagas las cosas más difíciles de lo que ya son.

Ness: Ese es el problema: que eres tú el único que lo ve difícil.

Zac no quiso seguir por ese camino. Ahondar en la realidad no iba a contribuir a convencerla. Evitó explicarle sus cavilaciones respecto a la carga que suponía un hombre con la responsabilidad de dos hijas para una chica de veinticinco años, sometida a la disciplina militar, con una profesión de riesgo... Apartó esa idea de raíz, porque se le encogió el estómago al recordar la imagen de Vanessa convaleciente en una cama de hospital.

Zac: ¿Tienes idea de cuánto te quiero? -dijo, estrechando el abrazo para que el rostro de Vanessa quedara más cerca del suyo-.

Ness: Más o menos -musitó-.

Zac: Y tú, ¿has dejado de quererme, chica de acero?

Vanessa sonrió rendida, era inútil negarlo. Aún no le había dicho las dos palabras mágicas, pero tendría que estar ciego para no notarlo. Ella era consciente de que cada vez que lo miraba, sus ojos clamaban a gritos lo enamorada que estaba de él. Juntó el índice y el pulgar, y le mostró una distancia de menos de un centímetro entre ellos.

Ness: Creo que aún te quiero un poquito así.

A Zac le brillaron los ojos.

Zac: Menos es nada -murmuró-.

Ladeó la cabeza y la besó despacio. Vanessa le dio la bienvenida con un suspiro y Zac profundizó el beso enredando la lengua con la de ella. Ambos añoraban desde hacía demasiado la cálida caricia de sus bocas unidas.

La madre de Vanessa llegó con la bandeja en las manos.

Emma: Oh, oh… -ahogó desde la puerta para no interrumpir la escena romántica que tenía lugar junto al fregadero-.

Dio media vuelta y regresó al comedor caminando de puntillas, cargada con la bandeja como había venido.




¡Qué bonito! 😍
Zac ha tardado, pero al final ha hecho lo correcto 😊

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Hohhh que lindo!!!!!
Se quiere y ya lo dijeron
Me encantó el capitulo
Aunque me huele a que ya mero termina
La novela
Síguela pronto


Saludos!!!!

Lu dijo...

Que lindo capitulo.
Al fin Zac dio el paso que necesitaba.
Me encantaría saber como sigue.


Sube pronto

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