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domingo, 23 de abril de 2017

Capítulo 3


Vanessa abrió los ojos al despertar sobresaltada de un profundo sueño. El corazón le latía con fuerza, le faltaba aire en los pulmones y su estado mental era de una confusión total, por decirlo de una manera suave. En su cabeza conservaba todavía las imágenes del sueño, en el que un editor de libros tiraba sistemáticamente en una mezcladora gigante de la panadería las páginas escritas por ella.

Permaneció tumbada boca arriba, con los brazos y las piernas ligeramente abiertos, como si la cama fuera una balsa y ella la superviviente de un naufragio. Clavó la mirada en el techo, un techo de una textura que le resultaba desconocida. Después, se sentó en la cama con cierto recelo.

Llevaba una camiseta gris de los Yankees tan grande que dejaba su hombro al descubierto. Y un par de calcetines de algodón, también enormes. Y tuvo que levantarse el dobladillo de la camiseta para comprobarlo, unos boxers a cuadros.

Estaba sentada en medio de la enorme cama de Zac Efron. Una cama de matrimonio cubierta con unas sábanas sorprendentemente lujosas. Miró la etiqueta de la almohada, sorprendida por la calidad de las sábanas. Era increíble, aquel hombre era de una sensualidad extrema.

Llamaron a la puerta e inmediatamente entró Zac sin esperar invitación, con una taza de café en cada mano y el periódico de la mañana doblado bajo el brazo. Llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta ceñida con el logotipo del Departamento de Policía de Nueva York. Alrededor de sus piernas saltaban tres perros.

Zac: Hemos salido en la portada -dijo mientras dejaba las tazas en la mesilla de noche-.

Abrió después el ejemplar del Avalon Troubadour. En un primer momento, Vanessa no lo miró. Continuaba desconcertada, atrapada en el sueño, preguntándose por qué se habría despertado tan bruscamente.

Ness: ¿Qué hora es?

Zac: Poco más de las siete. He intentado no hacer ruido para que pudieras dormir.

Ness: Me sorprende haber sido capaz de dormir.

Zac: A mí no. Ayer fue un día muy largo.

Desde luego era un buen eufemismo para describir la locura del día anterior.

Había permanecido frente a la casa, observando la batalla contra el fuego hasta que se había apagado la última brasa. Bajo un cielo nublado y gris había visto cómo desaparecía el que había sido su hogar para convertirse en un montón de madera quemada, cañerías retorcidas y muebles imposibles de reconocer tras haber sido sometidos a la fuerza de las llamas. La chimenea de piedra era lo único que permanecía en pie en medio de los escombros, como un monumento solitario. Alguien le había explicado que cuando los investigadores determinaran la causa del fuego y el perito de la aseguradora hiciera un informe, una empresa se encargaría de rebuscar entre los restos de la casa para rescatar los objetos que se hubieran salvado del fuego. Después retirarían los escombros. Le habían entregado una serie de formularios para rellenar y le habían pedido que estimara el valor de lo perdido. Vanessa todavía no había tocado los formularios. ¿Acaso no entendían que las pérdidas más importantes no podían medirse con dinero?

Así que se había limitado a permanecer allí con Zac, frente a la casa, demasiado sobrecogida para decir o planear nada y había aceptado añadir su firma a algunos documentos. A última hora de la tarde, Zac le había planteado que ya era hora de ir a casa. Para entonces, a Vanessa ni siquiera le quedaban fuerzas para protestar. Zac le había preparado una sopa de sobre y unas galletas saladas y le había dicho después que intentara dormir. En eso, por lo menos, había conseguido cumplir, porque se había dormido de puro agotamiento.

Zac se sentó al borde de la cama. La luz de la mañana que se filtraba por los visillos blancos iluminaba su perfil. Todavía no se había afeitado y una sombra dorada suavizaba las líneas de su mandíbula. La camiseta, desgastada por los años, moldeaba la musculatura de su pecho.

Los perros se tumbaron en el suelo. Había algo en aquella situación que a Vanessa le resultaba, de alguna manera, surrealista. Estaba en la cama de Zac, en su habitación. Él acababa de llevarle el café y le estaba leyendo el periódico. ¿Qué era lo que no terminaba de encajar en aquella imagen?

Ah, sí, recordó. Que no se habían acostado juntos.

Aquel pensamiento debería parecer insignificante después de todo lo que había pasado. Su abuela estaba muerta y su casa había sido devorada por el fuego. Acostarse con Zac Efron no podía ser una prioridad en aquel momento. Aun así, no le parecía justo que todo lo que hubiera conseguido en su cama fuera una pesadilla.

Ness: Déjame verlo.

Alargó la mano hacia el periódico, acercándose a él al hacerlo. Aquello era lo que hacían los amantes, sentarse juntos en la cama, tomar un café y leer el periódico de la mañana. Después se fijó en la fotografía del periódico, una fotografía grande, en color.

Zac: Dios mío, parecemos...

Una pareja. No pudo evitar pensarlo. Les habían fotografiado en medio de lo que parecía ser un tierno abrazo. Zac la rodeaba por detrás y le susurraba algo al oído. El fuego proporcionaba un fondo dramático. Lo que no reflejaba la fotografía era que cuando la habían tomado, Vanessa estaba temblando de tal manera que le castañeteaban los dientes y que Zac no estaba susurrándole palabras dulces al oído, sino explicándole que se había quedado de pronto sin casa.

Vanessa no comentó nada. Esperaba que el matiz romántico de la fotografía estuviera solamente en su cabeza. Bebió un sorbo de café y leyó rápidamente el artículo.

Ness: ¿Un cortocircuito? ¿Cómo saben que ha sido un cortocircuito?

Zac: Sólo son especulaciones. Tendremos más datos cuando acabemos la investigación.

Ness: ¿Por qué está tan condenadamente bueno este café? Está riquísimo.

Zac: ¿Y eso supone algún problema?

Ness: No sabía que preparabas un café tan rico -bebió otro sorbo, saboreándolo con placer-.

Zac: Soy un hombre de muchos talentos. Hay personas que nacemos con el don de hacer un excelente café -añadió con fingida seriedad-. Nos llaman «los encantadores del café».

Ness: ¿Y cómo sabías que yo lo tomo con esta cantidad de crema exactamente?

Zac: A lo mejor he hecho un estudio sobre ti. Sé cómo tomas el café, el número de toallas que utilizas en la ducha y cuál es tu emisora de radio favorita -apoyó los codos en las rodillas mientras continuaba con la taza entre las manos-.

Ness: Muy bueno, Efron.

Zac: Imaginé que te gustaría -se terminó el café-.

Vanessa dobló las rodillas y se las tapó con la enorme camiseta que Zac le había prestado.

Ness: Ya sé que puede parecer una tontería, pero un buen café permite que incluso la situación más terrible lo parezca menos -cerró los ojos y bebió otro sorbo, paladeándolo e intentando disfrutar del momento-.

Teniendo en cuenta todo lo que había pasado, aquél era el único lugar en el que se sentía a salvo. Allí, con Zac, a salvo en su cama.

Zac: ¿Qué es lo que te parece tan gracioso?

Vanessa abrió los ojos. No se había dado cuenta de que se estaba riendo.

Ness: Siempre me he preguntado por lo que sería pasar la noche en tu cama.

Zac: ¿Y cómo ha sido?

Ness: Bueno -dejó la taza en la mesilla de noche-, las sábanas no pegan mucho, pero son de una calidad sorprendente. Y están limpias. Si a eso le añadimos cuatro almohadas y un colchón magnífico, es imposible quejarse.

Zac: Gracias.

Ness: No estoy segura de que eso fuera un cumplido -le advirtió-.

Zac: Te gusta mi cama, las sábanas están limpias y el colchón es cómodo. ¿Cómo no va a ser un cumplido?

Ness: Porque no dejo de preguntarme lo que eso indica sobre ti. A lo mejor lo único que quiere decir es que eres una persona que valora una buena noche de sueño. Pero a lo mejor lo que quiere decir es que estás acostumbrado a traer mujeres a casa y por eso prestas una atención especial a tu cama.

Zac: ¿Y tú por cuál de las dos posibles explicaciones te inclinas?

Ness: No estoy segura. Tengo que pensar en ello.

Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Eran muchas las cosas que podría decir, pero decidió no seguir por allí. No quería recordar el pasado, ni revivir algo de lo que ninguno de ellos podría escapar nunca. No quería recordar lo que en otro tiempo habían sido el uno para el otro.

Ness: Me gustaría poder quedarme aquí el resto de mi vida -dijo, obligándose a imprimir un tono frívolo a sus palabras-.

Zac: No dejes que nada te lo impida.

Vanessa abrió los ojos y se incorporó en la cama, apoyándose sobre los codos.

Ness: Sólo hay algo que me gustaría preguntar, y te aseguro que es una pregunta sincera. ¿A quién demonios he ofendido? No sé si he hecho algo que haya afectado al equilibrio cósmico. A lo mejor es ésa la razón por la que me están pasando tantas cosas.

Zac: Probablemente.

Vanessa le lanzó una almohada.

Ness: Me estás sirviendo de mucha ayuda.

Zac se la devolvió.

Zac: ¿Quieres ducharte antes que yo, o prefieres que vaya yo primero?

Ness: Ve tú. Yo prefiero seguir un rato en la cama, terminando el café y pensando en mi maravillosa vida -bajó la mirada hacia el suelo-. ¿Cómo se llaman los perros?

Zac: Rufus, Stella y Bob -fue señalándolos uno a uno. A los tres les había rescatado de la perrera-. La gata se llama Clarence.

Por supuesto, a todos los había encontrado en la perrera o en la calle, pensó Vanessa.

Zac: Son muy cariñosos -añadió-.

Ness: Yo también -le acarició a Rufus la cabeza-.

Era una mezcla de husky malamute con alguna otra raza indefinida.

Zac: Me alegro de saberlo. Puedes prepararte algo de desayunar en la cocina. Aunque no tengas hambre, deberías comer. Hoy va a ser un día muy largo.

Cruzó el pasillo y, un segundo después, Vanessa oyó la radio, seguida por el ruido del agua de la ducha.

Miró el reloj. Era demasiado pronto para llamar a Ashley. Recordó entonces que Ashley estaba en Albany, Nueva York, en una convención de alcaldes. Se levantó y se acercó a la ventana. Sentía las piernas cargadas, como si el día anterior hubiera corrido la maratón, lo cual era realmente extraño, porque lo único que había hecho en todo el día había sido permanecer de pie en estado de shock mientras veía arder su casa.

Afuera, nada parecía haber cambiado. Toda su vida se había derrumbado y, sin embargo, Avalon dormía en paz. El cielo era un cielo invernal, blanco, impenetrable. Los árboles desnudos flanqueaban las calles y las montañas lejanas aparecían cubiertas de nieve. Desde la ventana de casa de Zac, Vanessa podía ver cómo el pueblo iba despertando a la vida. Algunos coches comenzaban a aventurarse por las calles después de la última nevada nocturna. Avalon era un lugar lleno de encanto. Las casas de ladrillo del centro de la ciudad se agrupaban alrededor de un parque municipal; el césped, cubierto en aquel momento de nieve, y los campos de juego llegaban hasta la ribera del río Schuyler, que fluía suavemente sobre las piedras heladas, formando carámbanos en su camino.

Aquél era el típico lugar con el que la gente de la ciudad soñaba para combatir la tensión y estrés. Algunos incluso se jubilaban allí después de comprar un pedazo de tierra en el que pasar los últimos años de su vida. En verano y otoño las carreteras comarcales, en otro tiempo ocupadas por camionetas y algún que otro remolque de ganado, estaban abarrotadas de todo-terrenos importados y potentes deportivos.

Había algunos rincones que continuaban intactos. En ellos, la naturaleza continuaba siendo tan salvaje como lo había sido cientos de años atrás. Había bosques, lagos y ríos escondidos entre los picos casi inalcanzables de las montañas. Desde la cima de la montaña en la que habían colocado una antena de telefonía, uno podía imaginarse mirando hacia el bosque en el que Natty Bumppo cazaba en El último mohicano. Parecía increíble que estuvieran a sólo unas horas de Nueva York.

Vanessa se apartó de la ventana para estudiar la habitación. No había objetos personales, ni fotografías, ni recuerdos. Nada que evidenciara que Zac tenía un pasado o una familia. Aunque Vanessa conocía a Zac Efron desde que era niño, años atrás se había abierto un abismo entre ellos y ella nunca había estado en su dormitorio. La verdad era que tampoco Zac la había invitado nunca a su dormitorio y, en el caso de que lo hubiera hecho, Vanessa no habría aceptado, por lo menos en circunstancias normales. Sencillamente, Vanessa y Zac no eran así. Zac era un hombre complicado. Y la historia que ambos habían compartido lo era todavía más.

Entre otras cosas, porque Zac era un enigma, y no solamente para Vanessa. Era difícil llegar al hombre que se escondía detrás de aquel rostro perfectamente cincelado y aquellos penetrantes ojos azules. Zac tenía muchas capas, aunque Vanessa sospechaba que algunas de ellas no eran difíciles de descubrir. Era un hombre que intrigaba a la gente, de eso estaba segura. Aquéllos que estaban al tanto de la política del Estado, sabían que era hijo del senador David Efron, el hombre que durante los últimos treinta años había representado a los hombres más ricos del Estado. La gente podía preguntarse por qué un hombre de buena familia, un hombre que podía elegir libremente lo que quería hacer en la vida, había terminado en un lugar como aquél, trabajando para vivir como cualquier otra persona de la localidad.

Vanessa sabía que ella había jugado algún papel en la decisión de Zac de instalarse allí, aunque él jamás lo admitiría. Años atrás, había estado comprometida con Derek Morgan el mejor amigo de Zac. En aquel entonces, los dos soñaban con los encantos de la vida en el campo, en la amistad que duraba toda una vida y en las lealtades jamás traicionadas. ¿Cómo podían haber sido tan ingenuos?

Ni Vanessa ni Zac hablaban nunca de lo que había pasado, por supuesto. Los dos se habían esforzado en asumir que era preferible no remover el pasado. Pero, por supuesto, ninguno de ellos lo había olvidado. La torpeza con la que se trataban y la manera de evitarse el uno al otro eran la prueba de ello. Vanessa estaba segura de que no olvidaría lo que había ocurrido aunque viviera cien años. Había pocas cosas de las que podía estar segura, pero ésa era una de ellas. Jamás olvidaría lo que había pasado entre Zac y ella, pero estaba segura de que Zac nunca lo comprendería.

Advirtió que dejaba de correr el agua corriente y a los pocos minutos, Zac apareció con una toalla alrededor de las caderas y el pelo empapado. Era increíblemente atractivo: un metro ochenta, hombros anchos y caderas estrechas. Tenía un rostro capaz de hacer que una mujer olvidara el teléfono de su novio. Ashley Tisdale, la mejor amiga de Vanessa, siempre decía que era demasiado guapo para ser policía de un pueblo como aquél. Con aquella mandíbula perfectamente cincelada, el hoyuelo en la barbilla, los ojos azules y la cicatriz en la mejilla, debería estar anunciando licores de lujo o coches de aquellos que pocos podían permitirse el lujo de comprar. Al verle prácticamente desnudo, Vanessa sintió una punzada de puro deseo, tan repentina y tan flagrante que estuvo a punto de echarse a reír.

Zac: ¿Te parezco gracioso? -preguntó extendiendo los brazos-.

Ness: Lo siento.

Pero no era capaz de dejar de reír. Su situación era tan dramática que tenía que reír para no echarse a llorar.

Zac: Deberías saber que esa cama es famosa por haber arrancado las lágrimas a muchas mujeres.

Ness: Creo que ese comentario sobraba.

Vanessa se frotó los ojos y lo miró con atención. Nunca había conocido a un hombre tan contradictorio. Parecía un dios griego, pero no era en absoluto vanidoso. Procedía de una de las familias más ricas del Estado, pero vivía como cualquier trabajador.

Pretendía no querer a nadie ni preocuparse por nadie, pero dedicaba su vida a servir a la comunidad. Acogía en su casa a perros y gatos abandonados. Llevaba a los pájaros heridos al refugio para la vida salvaje. Si alguien atravesaba por una situación difícil, se acercaba a ayudarle. Llevaba años haciéndolo. Era un hombre que había vivido muchas vidas, había sido un niño bien y un estudiante paupérrimo y al final había decidido trabajar como funcionario público, una elección en absoluto ortodoxa para alguien con su pasado.

Eran muchas las cosas de sí mismo que ocultaba. Vanessa sospechaba que aquello tenía que ver con Derek y lo que había pasado con él, con lo que les había pasado a los tres.

Zac: ¿Por qué me miras así?

Vanessa se dio cuenta entonces de que estaba absorta en sus pensamientos y se obligó a contestar.

Ness: Lo siento. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos. Estaba pensando en tu historia.

Zac la miró con el ceño fruncido.

Zac: ¿En mi historia?

Ness: Todo el mundo tiene una historia. Una serie de acontecimientos que le han llevado a la situación en la que se encuentra.

El ceño de Zac dio paso a una sonrisa.

Zac: Me gustan la ley y el orden y soy bueno con las armas. Ésa es mi historia.

Ness: Incluso el hecho de que bromees para ocultar tu verdadera historia me resulta interesante.

Za: Si eso te parece interesante, deberías ser escritora de ficción.

Aja. Así que quería fingir que su vida no era interesante.

Ness: Por lo menos tengo que reconocer que eres una buena fuente de distracción.

Zac: ¿Qué quieres decir?

Ness: Toda mi vida acaba de convertirse en humo y, sin embargo, yo estoy pensando en ti.

Aquello pareció ponerle nervioso.

Zac: ¿Y qué piensas de mí?

Ness: Sólo me estaba preguntando...

Zac: No -la interrumpió-. No te preguntes nada ni sobre mí ni sobre mi historia.

¿Cómo no iba a preguntárselo?, pensó Vanessa. La historia de Zac también era su historia. Y aquel incendio había conseguido que por fin cambiaran las cosas entre ellos. Habían dejado de evitarse. Vanessa no podía dejar de preguntarse si Zac la había llevado a su casa por la necesidad de protegerla o si aquel gesto escondía una motivación más profunda. ¿Podría aquel incendio obligarles a enfrentarse a algo que ambos habían evitado? A lo mejor, después de tanto tiempo, podían hablar por fin del pasado.

Pero aquél no era el momento para hacerlo, pensó Vanessa. No podía mantener una conversación tan trascendente después de todo lo ocurrido. Para empezar, era mucho más fácil continuar con aquel coqueteo sin importancia y esquivar lo que verdaderamente les preocupaba.

Ness: Será mejor que me meta en la ducha. ¿Dónde está mi ropa?

Zac: En la lavadora, pero todavía no está seca.

Ness: Me has lavado la ropa.

Zac: ¿Hubieras preferido que te la llevara a la tintorería?

Vanessa no dijo nada. Sabía que su ropa apestaba a humo y que debería agradecerle aquel favor. Aun así, le desconcertaba pensar que aquéllas eran las únicas prendas que le quedaban.

Zac abrió un cajón de la cómoda y sacó un paquete de ropa con la etiqueta de la tintorería.

Zac: Aquí tienes algunas prendas. Es posible que encuentres algo que te sirva.

Vanessa frunció el ceño con curiosidad, abrió el paquete e inspeccionó su contenido, sacando pieza tras pieza y sosteniéndola frente a ella.

Había una camiseta, un sujetador y bragas diminutas. También encontró unos vaqueros de diseño y unos zapatos de tacón.

Irguió la cabeza para mirar a Zac.

Ness: ¿Y esto que son? ¿Trofeos de guerra? ¿Recuerdos de alguna noche apasionada? ¿Las cosas que se han ido dejando en tu casa las mujeres con las que te acuestas?

Zac: No digas tonterías -su expresión avergonzada indicaba que Vanessa había dado en el clavo-. Las he llevado todas a la tintorería.

Ness: ¿Y?

Zac: Mira, no soy un monje.

Ness: Evidentemente no -le mostró un tanga, sosteniéndolo con el pulgar y el índice-. ¿Tú te pondrías algo así?

Zac: No soy un pervertido, Vanessa.

Ness: Yo llevo tus boxers -se levantó para dirigirse al cuarto de baño. Al hacerlo, su rostro quedó a sólo unos centímetros del pecho de Zac-. Será mejor que me duche. Me temo que hoy va a ser un día muy largo.

Se metió en el cuarto de baño y descubrió entonces que la radio estaba sintonizada en su emisora favorita. Sobre el mostrador había tres toallas limpias, el número que utilizaba ella en la ducha, y las tres del tamaño apropiado: una toalla de baño y dos de lavabo.

Por supuesto, le resultaba halagador pensar que Zac podía sentirse atraído por ella. Pero sabía que todo aquello había quedado en el pasado. No había dejado de repetírselo durante todos aquellos años. De hecho, hasta aquella noche, Zac no había vuelto a fijarse en ella. No había vuelto a prestarle atención hasta que ella se había encontrado sin familia y sin nadie a quien acudir. No le había prestado atención hasta que no había necesitado su ayuda. Un dato interesante.

Vanessa tuvo que tumbarse en la cama y contener la respiración para poder abrocharse los vaqueros por encima de los boxers. Según la etiqueta, aquellos eran de su talla. Pero tenía la sensación de que aquellos pantalones habían pertenecido a alguna chica llamada Bamby, o Fanny, esa clase de chicas a las que les gustaba ponerse ropa que parecía pintada sobre su piel.

Sin embargo, el sujetador le quedaba sorprendentemente bien, aunque aquel modelo que aumentaba el volumen de los senos no era en absoluto su estilo. Se puso una camiseta con el cuello de pico; era de color blanco, ribeteada en rojo y con el escudo de Harvard a la altura del seno izquierdo. Probablemente aquello era lo más cerca que había estado nunca de una universidad.

Cuando minutos después entró en la cocina, Zac se volvió hacia ella y su rostro mostró algo que Vanessa no había visto hasta entonces, algo que desapareció tan rápidamente que Vanessa estuvo a punto de perdérselo y que no era otra cosa que un puro e impotente deseo. Vaya, pensó Vanessa, lo único que hacía falta era vestirse como una modelo de Victoria'Secret.

Zac: Ho Ho.

Ness: Eh, que toda esta ropa ha salido de tu armario -le advirtió-.

Zac frunció el ceño.

Zac: No, quería decir que si te apetecía un Ho Ho -le mostró un paquete de aquellos dulces industriales cubiertos de chocolate-.

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: Es posible que seas un mago del café, pero eso... -señaló los dulces-, es atroz.

Zac se había vestido ya para ir al trabajo y con el uniforme parecía casi un boy scout. Era el jefe de policía más joven del condado de Ulster. Normalmente hacían falta años de experiencia y una intervención inteligente en la política del departamento para alcanzar aquel rango. Pero en un lugar tan pequeño como Avalon, lo único necesario era estar dispuesto a aceptar un salario anormalmente pequeño. Aun así, Zac se tomaba muy en serio su trabajo, lo que le había permitido ganarse el respeto de la comunidad.

Vanessa tomó una naranja y se sentó frente al mostrador de la cocina.

Ness: ¿Los domingos trabajas?

Zac: Sí, siempre.

Por supuesto, ella ya lo sabía, pero no iba a admitirlo.

Ness: ¿Qué tengo que hacer ahora, jefe?

Zac: Iremos a tu casa y allí conocerás a la persona que está investigando el origen del fuego. Si tienes suerte, habrán determinado ya la causa.

Ness: Suerte -hundió el pulgar en la piel de la naranja para empezar a pelarla-. ¿Por qué será que no me siento una mujer con suerte?

Zac: Tienes razón, no era la palabra más adecuada. Lo único que pretendía decir era que cuanto antes termine la investigación, antes podrán empezar a recuperar tus objetos personales.

Ness: Todo esto me resulta casi surrealista -sintió una repentina punzada de ansiedad e inmediatamente se acordó de algo-. Has dicho que me has lavado la ropa, ¿verdad?

Zac: Sí, acaba de terminar la lavadora.

Ness: Oh, Dios mío.

Se levantó de un salto, corrió hacia el diminuto cuarto de la lavadora y la abrió.

Zac: ¿Qué te pasa? -preguntó mientras la seguía-.

Vanessa sacó de la lavadora los pantalones que llevaba el día anterior, metió la mano en el bolsillo y sacó un botecito de plástico. La etiqueta estaba todavía en su lugar, pero el bote estaba lleno de agua. Se lo tendió a Zac. Éste lo tomó y miró la etiqueta.

Zac: Parece que las pastillas se han disuelto.

Ness: Así que ahora tendrás la lavadora más zen y más tranquila de todo Avalon.

Zac: No sabía que estabas medicándote.

Ness: ¿Qué pensabas? ¿Que podría superar la muerte de mi abuela sin ninguna clase de ayuda?

Zac: Pues sí, la verdad es que sí.

Ness: ¿Y por qué pensabas que era capaz de algo así?

Zac dejó el bote encima del mostrador de la cocina.

Ness: Ahora mismo lo estás haciendo. Llevas bastante rato despierta y no parece que estés mal.

Vanessa vaciló un instante. Posó las manos en el mostrador buscando apoyo. Entonces se dio cuenta de que con aquella postura se marcaban más sus senos y se cruzó de brazos. El día de la muerte de su abuela, el médico le había pedido que determinara el grado de ansiedad que padecía en una escala de uno a diez y le había recomendado que se hiciera siempre esa pregunta antes de tomar la medicación, para evitar que su consumo se convirtiera en un hábito.

Ness: Ahora mismo, en una escala de uno a diez, me pondría un cinco -respondió suavemente-.

Sentía un zumbido apenas discernible en la cabeza y una tensión sutil en los músculos. No sudaba, no se le había acelerado el corazón y tampoco estaba hiperventilando.

Zac: Ya sé que esa ropa no es tuya, pero yo te pondría por lo menos un siete.

Ness: Ja, ja -tomó otra naranja-. El médico me dijo que se suponía que tenía que preguntarme por lo ansiosa que estaba en una escala de uno a diez, para que analizara conscientemente mi necesidad de medicación.

Zac arqueó una ceja.

Zac: Entonces, si estás en el cinco, ¿tenemos que ir corriendo a la farmacia?

Ness: No, a no ser que llegue al ocho. La verdad es que no entiendo por qué no estoy peor. Después de todo lo que ha pasado, me sorprende no haber tenido un ataque de nervios.

Zac: ¿Te apetecería tener uno?

Ness: No, por supuesto que no, pero en una situación como ésta, sería normal que me derrumbara, ¿no crees?

Zac: No sé si puede hablarse de algún tipo de normalidad después de una pérdida como ésta. Ahora estás relativamente bien, ¿verdad? Dejémoslo así.

Vanessa tenía la sensación de que se escondía algo detrás de sus palabras. Una sabiduría, un conocimiento nacido de la experiencia.

Cuando siguió a Zac a la calle, sintió el aire frío y dulce del invierno en la cara. Antes de marcharse, Zac se aseguró de que los perros tuvieran comida y agua y de que hiciera suficiente calor en el garaje para que pudieran protegerse allí del frío. Cerró la puerta del jardín y, con un gesto de caballerosidad, abrió la puerta del coche, marcada con un escudo con una rueda hidráulica en honor al pasado de Avalon y las palabras Avalon P.D.

Después, se sentó tras el asiento del conductor y puso el coche en marcha.

Zac: Átate el cinturón.

Zac la miró y la descubrió mirándolo con atención. Vanessa se preguntó entonces si sabría que estaba pensando en el enigma que representaba para ella el hecho de que fuera él la primera persona que la había ayudado a dejar de pensar en su abuela.

En cualquier caso, se dijo, no le vendría mal recordar que Zac estaba siendo caballeroso con ella porque era el jefe de policía. Haría lo mismo por cualquiera.

Zac: ¿Estás segura de que estás bien? Vuelves a mirarme de manera extraña.

Vanessa se ruborizó violentamente y desvió la mirada. Se suponía que tenía que estar desesperada después de haber perdido su casa tras haber perdido recientemente a su abuela. Y, sin embargo, allí estaba, teniendo pensamientos impuros con el jefe de policía del pueblo.

Ness: Sí, estoy bien.

Zac tomó aire.

Zac: Muy bien. Ahora intentaremos centrarnos en el día de hoy. Iremos haciendo las cosas una a una.

Ness: Soy todo oídos. Ya ves, no tengo la menor idea de lo que hay que hacer después de que se le queme a uno la casa.

Zac: Tendrás que empezar todo desde cero, eso es todo.

Vanessa se aferró a las palabras de Zac. Por primera vez desde que su abuela había muerto, comenzaba a ver la situación bajo una nueva luz. La tristeza la había dominado hasta tal punto que sólo había sido capaz de pensar en su soledad. Aquel comentario de Zac supuso un cambio de paradigma. «Sola» significaba también independiente. Era la primera vez que experimentaba algo parecido en su vida. Tras la muerte de su abuelo, había tenido que hacerse cargo de la panadería y después del derrame cerebral de su abuela se había visto obligada a continuar viviendo con ella. Hasta entonces, no había tenido la posibilidad de seguir su propio camino. Pero había algo terrible, algo que desearía poder ocultarse a sí misma. Y era que le asustaba ser independiente. Porque podía echar su vida a perder y la culpa sería solamente suya.

Aunque había estado allí el día anterior, al salir del coche y percibir el calor de las ascuas, sufrió un fuerte impacto. Tras la marcha de los bomberos, lo único que quedaba era el negro esqueleto de la casa rodeado por un foso de barro que se había helado durante la noche.

Ness: ¿Qué ha pasado en el garaje?

Zac: Uno de los coches de bomberos chocó contra él. Es una suerte que sacáramos ayer tu coche.

A Vanessa apenas le impactó la nueva pérdida. Le pareció minúscula comparada con todo lo demás. Se limitó a sacudir la cabeza.

Zac: Lo siento -dijo palmeándole el hombro con cierta torpeza-. El inspector no tardará en llegar y podrás echar un vistazo a todo esto.

Vanessa sintió un frío desagradable en su interior.

Ness: ¿Estás pensando que el fuego fue provocado deliberadamente?

Zac: En realidad, es algo que se hace siempre. Si no hay nada que justifique el fuego, se empieza a investigar la posibilidad de que haya sido provocado. El responsable del seguro dijo que no tardaría en llegar. Lo primero que hará será darte una tarjeta de crédito para que puedas comprar las cosas básicas.

Vanessa asintió, aunque continuaba temblando por dentro. Una cinta negra y amarilla rodeaba la propiedad.

La casa era una grotesca mutación de lo que había sido. Contra el cielo blanco de la mañana parecía un dibujo a carboncillo. El porche, otrora blanco y cruzando toda la parte delantera de la casa, se había convertido en cenizas. Sólo quedaban un par de vigas caídas sobre el jardín. La puerta delantera también había desaparecido y lo poco que quedaba de las ventanas estaba destrozado.

Las tuberías formaban formas extrañas y ya sólo quedaba el esqueleto final de todo lo que había ardido. Entre aquellas ruinas achicharrada, descubrió la cocina, el corazón del hogar. Sus abuelos eran gente frugal, pero habían derrochado en un congelador industrial y un doble horno. Más de cinco décadas atrás, su abuela había comenzado a hornear en aquella cocina.

La mayor parte de la escalera del piso de arriba se había derrumbado y parte de ella había terminado en el sótano. Vanessa podía verlo todo a través del jardín trasero, cubierto en aquel momento por un manto de nieve. Aquel jardín había sido el orgullo y la alegría de su abuela durante toda su vida. Después de que sufriera el derrame cerebral, Vanessa se había esforzado para mantenerlo tal como era, una gloriosa y artística profusión de flores y plantas. Sobre la nieve había quedado marcada la huella de los chorros a presión de las mangueras. El agua había formado carámbanos en la verja y la puerta de atrás, convirtiendo aquel patio trasero en muestrario de esculturas de hielo.

Quedaban también las huellas de las botas de los bomberos a lo largo del perímetro de la propiedad. Toda la zona olía a carbón mojado, un olor fuerte y punzante.

Ness: Ni siquiera sé por dónde empezar. Una pregunta interesante, ¿verdad? Cuando uno lo pierde todo en un fuego, ¿qué es lo primero que debería comprar?

Zac: Un cepillo de dientes -e limitó a contestar como si la respuesta fuera evidente-.

Ness: Tomaré nota.

Zac: El proceso ya está establecido. El responsable del seguro te pondrá en contacto con la empresa encargada de rescatar todo lo que sea posible y ellos te acompañarán durante todo el proceso.

Los coches que pasaban por la calle disminuían la velocidad y sus ocupantes miraban embobados aquel desastre. A Vanessa le dolían aquellas miradas. La gente siempre parecía encontrar una suerte de alivio en la desgracia de los demás, agradeciendo que en aquella ocasión al menos no les hubiera tocado a ellos.

Vanessa se puso un equipo protector y acompañó al inspector y al responsable de la aseguradora hasta una plancha de madera que conectaba el marco de la puerta principal con la escalera en ruinas. Pudo ver entonces lo poco que quedaba de las habitaciones, los recuerdos y los muebles carbonizados. Todo aquel espacio parecía haberse transformado en un territorio extraño.

También ella era una extraña. No era capaz de reconocerse a sí misma mientras respondía a decenas y decenas de preguntas sobre todo lo ocurrido el día anterior. Estuvo contestando hasta que sintió que le iba a estallar la cabeza. Revisaron todos los escenarios posibles. No se había quedado dormida fumando en la cama. El único pecado que había cometido había sido involuntario. Intentaba distanciarse de sí misma, fingir que era otra la persona que estaba explicando que se había quedado trabajando hasta tarde en el ordenador. Contó que estaba nerviosa y que había decidido ir a la panadería, sabiendo que habría alguien allí. Contestó a las preguntas con toda la sinceridad de la que fue capaz. No, no recordaba haber dejado ningún electrodoméstico encendido, ni la cafetera, ni el secador ni el tostador. No había dejado ningún fuego encendido, ninguna vela, de hecho, ni siquiera podía recordar dónde guardaba las cajas de cerillas de repuesto. El investigador le informó de que había una caja de cerillas debajo del fregadero. Su abuela las solía utilizar para poner velas en la iglesia.

Ness: Oh, no -susurró-.

**: ¿Señorita? -el investigador la animó a contar lo que le ocurría-.

Ness: Fui yo. El incendio fue culpa mía. Mi abuela tenía una caja llena de cosas de Francia: cartas, recetas y artículos que había ido recortando a lo largo de los años. La noche del incendio, yo... no podía dormir, así que decidí investigar para mi columna. Fui a buscar la caja y... Dios mío. -Se interrumpió durante unos segundos, sintiéndose terriblemente culpable-. Esa noche utilicé una linterna. No tenía pilas, así que saqué las del detector de humos de la cocina y me olvidé de volver a ponerlas. Yo misma desactivé la alarma contra incendios.

Zac no parecía preocupado.

Zac: No has sido la primera en hacer una cosa así.

Ness: Pero eso significa que el incendio fue culpa mía.

Zac: Una alarma contra incendios sólo funciona cuando hay alguien que puede oírla -señaló-, y aunque hubiera estado sonando durante toda la noche, la casa habría terminado ardiendo porque tú no estabas ahí para oírla, así que eso no tiene ninguna importancia.

Ojalá tuviera razón, pensó Vanessa. Lo último que quería era sentirse responsable de haber destrozado su propia casa.

Ness: He oído funcionar esa alarma, y te aseguro que suena suficientemente alto como para despertar a los vecinos cuando funciona.

Zac: Tú no tienes la culpa, Ness.

Vanessa pensó entonces en aquella lata llena de documentos y escritos en papel cebolla. Había desaparecido para siempre. De pronto, se sintió como si hubiera vuelto a perder a su abuela. Intentando no perder la compostura, estudió el lugar del fuego, imaginando todas las Navidades que habían compartido en aquella casa. Desde que su abuela había muerto no había vuelto a encender la chimenea.

Su abuela siempre tenía frío y decía que solamente el fuego de la chimenea la ayudaba a entrar en calor.

Ness: La envolvía como si fuera un kolache -dijo recordando en voz alta cómo reía su abuela cuando Vanessa iba cubriendo de mantas aquel cuerpo tan frágil-, pero continuaba temblando y parecía que nada podía hacerla parar.

Enterró entonces el rostro en el hombro de Zac. Los pulmones le dolían al tomar aire.

Sintió una tímida palmada en la espalda. Probablemente Zac no contaba con tener que consolar a una mujer desesperada aquella mañana. Se rumoreaba que Zac siempre sabía lo que tenía que hacer con una mujer, pero Vanessa sospechaba que esos rumores se aplicaban únicamente a mujeres sensuales, atractivas y dispuestas a todo. De hecho, por lo que ella sabía, ésa era la única clase de mujeres con las que Zac se relacionaba. No podía decir que ella anduviera siempre pendiente de lo que Zac hacía, pero era difícil de ignorar. Y con más frecuencia de la que le habría gustado admitir, le había visto acompañar a primera hora de la mañana a alguna rubia despampanante para que se fuera en el primer tren de la mañana.

Zac: ... podemos marcharnos -le estaba susurrando al oído-. Podemos hacer esto en cualquier otro momento.

Ness: No.

Vanessa se irguió y forzó incluso una valiente sonrisa. ¿Pero qué clase de persona era? ¿Cómo podía estar pensando algo así en aquellas circunstancias? Le dio un golpecito en el hombro.

Ness: Excelente hombro en el que llorar, jefe.

Zac se sumó a aquel obvio intento de desdramatizar la situación.

Zac: Para proteger y servir al ciudadano. Por lo menos eso dice mi placa.

Vanessa se volvió hacia el investigador, frotándose la mejilla con la mano.

Ness: Lo siento. Supongo que necesitaba desahogarme.

**: Le comprendo -la tranquilizó el inspector-. La pérdida de una casa siempre resulta traumática. Aconsejaremos un diagnóstico con un psicólogo lo antes posible -le tendió una tarjeta-. El doctor Barret, de Kingston, tiene muy buenas recomendaciones. Ahora, lo principal es que no tome decisiones particularmente importantes durante una temporada. Tómese las cosas con calma.

Vanessa se guardó la tarjeta en el bolsillo trasero del pantalón. Era asombroso que le cupiera. Aquellos pantalones eran tan estrechos que le hacían consciente de partes de su cuerpo que desconocía. Continuó el recorrido por la casa y, de alguna manera, consiguió dominarse a pesar de la enormidad de la pérdida. En menos de un mes había perdido a su abuela y la casa en la que había pasado todos los días de su vida.

Todavía estaba por determinar la causa oficial, pero tanto el investigador como el siempre receloso liquidador del seguro, parecían estar de acuerdo en que el fuego había comenzado en la cámara del ático, en el espacio para los cables y cañerías y era muy probable que la culpa hubiera sido de un cortocircuito.

Ness. ¿Y ahora qué tengo que hacer? -le preguntó al hombre de la aseguradora, agotada después de aquel recorrido por las ruinas-.

Se preguntaba si así era como se sentía uno después de una batalla.

El liquidador señaló el ordenador de Vanessa, que permanecía en medio de un escritorio achicharrado por el fuego.

**: ¿Ese es su ordenador?

Ness: Sí -estaba cerrado-.

**: Podemos pedirle a un técnico que venga a estudiarlo. Es posible que el disco duro haya sobrevivido.

Lo dudaba seriamente. No lo dijo, pero podía leerse en su rostro. Había perdido todos sus datos: los archivos, los informes financieros, los álbumes de fotos, las direcciones electrónicas, montones de correos, los libros de recetas... Su proyecto de libro. Tenía algunas copias, pero las guardaba en los cajones de aquel escritorio que había terminado convertido en cenizas.

Se le hundieron los hombros al pensar en lo que iba a costarle intentar reconstruirlo todo.

Zac: Es escritora.

**: ¿De verdad? -el hombre pareció intrigado-. ¿Y qué tipo de libros escribe?

Vanessa se sintió de pronto avergonzada. Le ocurría siempre cuando alguien le preguntaba por sus libros. Su sueño era tan ambicioso, tan imposible, que a veces tenía la sensación de no tener derecho a él. Ella, una chica sin formación, quería ser escritora. Una cosa era publicar una receta todas las semanas en un periódico local y fantasear en privado sobre la posibilidad de llegar a escribir algo más importante y mejor, y otra muy diferente hablarle de sus ambiciones a un desconocido.

Ness: Sólo escribo recetas para el periódico local -farfulló-.

Zac: Vamos, Ness -insistió-. Siempre has dicho que algún día escribirías un libro. Un superventas.

Vanessa apenas podía creer que todavía lo recordara. Y menos todavía que lo estuviera diciendo delante de aquel tipo.

Ness: Estoy trabajando en ello -dijo con las mejillas sonrojadas-.

**: ¿De verdad? Tendré que buscarlo en las librerías.

Ness: Me temo que va a tener que esperar algún tiempo -respondió con pesar-. Todavía no he publicado nada.

Fulminó a Zac con la mirada. Era un bocazas. ¿Cómo se le ocurría hablarle de sus sueños a un completo desconocido?

Imaginó que lo hacía porque no la tomaba en serio. No creía que tuviera ninguna posibilidad. Probablemente continuaría siendo la propietaria de una panadería durante toda su vida, siempre inclinada sobre los libros de contabilidad. O se convertiría en una anciana irascible, permanentemente detrás de un mostrador.

Zac: ¿Qué te pasa? -le preguntó cuando se quedaron solos-. ¿A qué ha venido esa mirada?

Ness: No tenías por qué haber dicho nada del libro.

Zac: ¿Por qué no? -su expresión de inocencia era irritante-. ¿Por qué te ha molestado?

Ness: Un superventas -musitó-. ¿No te parecería ridículo que fuera diciéndole a la gente que soy escritora de superventas?

Zac parecía sinceramente desconcertado.

Zac: No sé qué tiene de malo.

Ness: Es algo absolutamente presuntuoso. Escribo, ¿de acuerdo? Y eso es todo. Es la gente que compra libros la que los convierte en superventas.

Zac: Eso son nimiedades. En una ocasión me dijiste que para ti, ver un libro tuyo publicado sería como ver un sueño hecho realidad.

Realmente, aquel hombre no lo entendía.

Ness: Es un sueño -le dijo con fiereza-, es mi mayor sueño.

Zac: Entonces, no sé por qué tiene que ser un secreto.

Ness: Y no lo es. Pero tampoco es algo de lo que me apetezca hablar con el primero que me encuentro. Es algo mío, algo casi sagrado. No necesito proclamarlo a los cuatro vientos.

Zac: No entiendo por qué.

Ness: Pues porque si al final no publico ningún libro, quedaré como una estúpida.

Zac respondió con una risotada. Vanessa se recordaba a sí misma durante los últimos días de instituto, cuando estaba más que dispuesta a marcharse del pueblo diciéndole a todo el mundo que la próxima vez que vieran su rostro sería en un libro. Y realmente lo creía.

Ness: Esto no tiene ninguna gracia.

Zac: Déjame preguntarte algo. ¿Cuándo fue la última vez que pensaste que alguien era un idiota por intentar conseguir un sueño?

Ness: Jamás he pensado una cosa así.

Zac le sonrió. Y fue tal la bondad que reflejó su rostro que Vanessa sintió que se desvanecía todo su resentimiento.

Zac: Vanessa, nadie piensa de ese modo. Y cuanta más gente esté enterada de tu sueño, más real te parecerá a ti.

Vanessa no pudo evitar devolverle la sonrisa.

Ness: Parece una de esas frases que aparecen en las postales de felicitación.

Zac se echó a reír.

Zac: Me has pillado. Esa frase aparecía en una postal que me regalaron en mi último cumpleaños.

Había algo en su forma de acercarse a ella que comenzaba a hacerla sentirse incómoda.

Ness: ¿No tienes que ir a ninguna parte? ¿No tienes ninguna tarea pendiente en la ciudad del pecado? -señaló la calle Maple, todavía inmaculada bajo el manto de la nieve-.

Zac: Sí, tengo que estar aquí contigo -se limitó a decir-.

Ness: Para recoger mis pedazos en el caso de que me derrumbe.

Zac: No vas a derrumbarte.

Ness: ¿Cómo puedes estar tan seguro?

Zac volvió a sonreír.

Zac: Porque tienes que escribir un libro.

Vanessa pensó en su ordenador destrozado.

Ness: Sí, claro. Pero hay un problema, Zac. El proyecto en el que estaba trabajando, no estaba en el disco duro. Estaba todo allí -señaló la estructura quemada de la casa. Cuando pensó en la caja que contenía las recetas y las cartas de su abuela y que había dejado descuidadamente sobre la mesa de la cocina se sintió enferma. Aquellos papeles se habían perdido para siempre, junto a las fotografías y otros muchos recuerdos de la vida de sus abuelos-. Creo que debería renunciar a ese libro.

Zac: No. Si estás dispuesta a olvidarte del libro por culpa de un incendio, eso quiere decir que en realidad no tenías tantas ganas de escribirlo.

Dio un paso hacia ella. La miraba de una forma que la hacía sentirse como si estuviera acariciándola de la forma más íntima.

Cuando la tocó, no lo hizo para abrazarla. Posó las manos en sus hombros y le hizo volverse hacia los restos de la casa.

Zac: Mira, las historias que necesitas escribir no están allí. Nunca han estado allí. Siempre han estado en tu cabeza. Lo único que tienes que hacer ahora es trasladarlas al papel, como has hecho siempre.

Vanessa asintió, intentando creerle, pero el esfuerzo la dejó agotada. Todo la dejaba agotada. Tenía un intenso dolor de cabeza, se sentía como si el cerebro estuviera a punto de explotarle.

Ness: No estabas bromeando cuando has dicho que hoy iba a ser un día muy ajetreado.

Zac: ¿Estás bien? ¿Todavía sigues en el cinco?

A Vanessa le sorprendió que se acordara de lo que le había dicho.

Ness: Estoy demasiado confundida como para sentirme ansiosa.

Zac: La buena noticia es que todo el mundo tiene derecho a descansar a la hora del almuerzo.

Ness: Gracias a Dios.

Regresaron al coche.

Zac: ¿Adónde vamos? ¿A la panadería? ¿Prefieres descansar en casa?

A casa, pensó Vanessa con pesar.

Ness: No tengo casa, ¿recuerdas?

Zac: Claro que tienes casa. Te quedarás conmigo todo el tiempo que haga falta.

Ness: Oh, eso sí que va a estar bien. El jefe de policía saliendo con una mujer sin techo.

Zac sonrió y puso el coche en marcha.

Zac: He oído peores rumores en el pueblo.

Ness: Llamaré a Ashley. Puedo quedarme con ella.

Zac: Ahora mismo está en esa convención de alcaldes, ¿recuerdas?

Ness: Llamaré a Leslie.

Zac: Su casa es más pequeña que un sello de correos.

Tenía razón. Leslie vivía en un pequeño apartamento junto al río y a Vanessa no le apetecía especialmente quedarse con ella.

Ness: En ese caso, utilizaré esta tarjeta de crédito que me acaban de dar.

Zac: Eh, ¿quieres dejarlo ya? No soy Norman Bates. Te quedarás conmigo y fin de la historia.

Vanessa cambió de postura para mirarlo, sorprendida por la tranquilidad con la que se tomaba la situación.

Zac: ¿Qué pasa? -preguntó bajando la mirada hacia su camisa inmaculada-. ¿Tengo una mancha en la camisa?

Vanessa se ató el cinturón de seguridad.

Ness: Sólo estaba pensando. De una u otra forma, me has estado rescatando desde que era una niña.

Zac: ¿Si? En ese caso, deberías tener una buena opinión de mí -giró el volante con una mano y colocó el espejo retrovisor-. A no ser que tus fantasmas sean especialmente difíciles de combatir.




¡Van a vivir juntos! ¡Puede pasar de todo!

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encantó este capítulo.
Me da mucha ternura este Zac.
Y me sigue dando intriga que fue lo que pasó entre ellos... necesito más información jajaja.


Amo está novela!!
Sube pronto

Maria jose dijo...

Que bien!!! que bien!!!
Vivirán juntos
Me encanta esta parejita
No entiendo el por que se separaron
Ya los quiero ver juntos de nuevo
Síguela que se pone muy buena

Saludos
Sube pronto

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