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lunes, 10 de abril de 2017

Capítulo 8 - En diciembre, no hay valiente que no tiemble


Vanessa sí, regresó. Por gratitud a todos los habitantes de aquel entrañable pueblecito de Florida que le habían demostrado cuánta estima le tenían, por sí misma y por Zac, para qué negarlo.

Acababa de llegar y, tras deshacer las maletas, Vanessa se había acercado al súper del pueblo a comprar un frasco de desodorante y un par de cosillas más que había olvidado en San Francisco, cuando se cruzó con Zac en la calle mayor que por lo visto -así se lo habían hecho saber a Vanessa al menos diez personas con las que coincidió en el camino- la andaba buscando como un desesperado.

Zac: Menos mal que ya estás aquí otra vez -cogiéndola por la nuca, le dio un beso ansioso; excesivamente apasionado para estar en público-. Cuánto te he echado de menos, nena.

Vanessa lo frenó antes de que la besara de nuevo.

Zac: Pídeme lo que sea, pero no me niegues esto -exigió, y posó en sus labios un beso muy dulce-. Me levanto cada día lleno de ganas de vivir porque sé que tu boca me espera.

Ella apoyó la frente en su pecho; con cuatro palabras conseguía desarmarla, y lo peor es que sabía que Zac no mentía. Pero lo había pasado mal por su culpa y no estaba dispuesta a ofrecerse a él en bandeja como si nada hubiera sucedido.

Ness: No pienso ponerte las cosas fáciles.

Zac: ¿Por qué? Yo te quiero y tú me quieres -objetó con una lógica aplastante-, ¿dónde está el problema?

Ella alzó el rostro y lo miró a los ojos.

Ness: El problema está aquí -dijo tocándole la frente-. Y aquí -añadió tocándose el corazón-.

Zac: A mí la cabeza me funciona perfectamente y tú no tienes problemas cardiacos ni eres rencorosa -rebatió con una rabia pueril, dado que había entendido perfectamente lo que Vanessa quería decir. Para rematar, le lanzó una mirada de advertencia-. O eso creía.

Ella le sostuvo la mirada, sin dar su brazo a torcer. Había nacido dura de pelar y no iba a cambiar a esas alturas.

Ness: Eres el único hombre en el mundo que me ha hecho llorar. No se me va a olvidar así como así.

Zac la estrechó entre sus brazos, sin importarle que estaban en medio de la calle y con un corrillo de abuelas jugando la partida al Cinquillo dos plantas bajas más allá que no les quitaban ojo.

Zac: No creas que estoy orgulloso de ello -musitó acariciándole la mejilla-.

La besó con increíble ternura. Tanta que consiguió que a Vanessa se le doblaran las rodillas.


A la mañana siguiente, Zac entendió hasta qué punto pensaba ponérselo difícil su chica dura preferida.

Acababan de inaugurar un hotel rural con actividades de bienestar y circuito spa a menos de treinta kilómetros. Como oferta de bienvenida y para darlo a conocer, las actividades se ofrecían a un precio de risa. Con lo cual, hacía dos semanas que la comarca entera y otras vecinas de la provincia acudían en tropel para disfrutar de las instalaciones a la cuarta parte de lo que costaba la entrada.

Zac programó una escapadita con las pequeñas. En el spa habían adaptado una zona para niños, así que la ocasión le vino como anillo al dedo. Le apetecía recuperar la complicidad con Vanessa y los buenos ratos que compartieron al principio. Así que la llamó, dado que andaba de ronda ese día por las carreteras comarcales de la zona, y la invitó a pasar el domingo con ellos en el nuevo spa.

Pero la respuesta de Vanessa no fue la que a él le habría gustado.

Zac: Explícame eso de que iremos como amigos.

Ness: Amigos solo -puntualizó-.

Zac: ¡Un cuerno! -gruñó perdiendo la paciencia-. Tú y yo somos mucho más que amigos. Olvídate de retroceder casillas que lo nuestro no es el Juego de la Oca.

Ness: Es lo que hay, o lo tomas o lo dejas.

Zac: Ni lo tomo yo ni lo dejas tú -sentenció cada vez más enfadado-. Óyeme bien, no me conformo con lo que me ofreces. No necesito una amiga con derecho a roce.

Ness: Jamás te ofrecería eso, porque detesto ese tipo de relación -Zac escuchó su respiración al otro lado de la línea-. Solo quiero que vayamos despacio hasta que no aclares tus ideas respecto a nosotros, ¿de acuerdo?

Zac: De ninguna manera -refutó tajante-.

Ness: Me da miedo que vuelvas a hacerme daño.

Zac: Y a mí también…

Ness: ¿También, qué?

Zac: Olvídalo -zanjó, mordiéndose la lengua-.

Él tenía más miedo que ella; auténtico pánico a perderla desde que la vio tendida en la cama de aquel hospital. Se le revolvían las tripas sólo de pensar que pudiera ocurrirle algo malo, pero añadir más inseguridades no era lo más sensato.

Ness: Tal como están las cosas, lo mejor será que no vaya con vosotros. Jessica y Sarah no tienen por qué aguantar un día de caras largas por culpa nuestra.

Zac a punto estuvo de estampar el teléfono contra la pared. En lugar de eso, contó hasta cinto en silencio.

Zac: Es lo más inteligente que te he oído decir.

Y colgó.


Era obvio que Zac no estaba entrenado en el arte del tira y afloja. No imaginó que lo último que esperaba Vanessa fue que le diera la razón. Para ser exactos, el hecho de que no insistiera en que pasara el domingo con él y las niñas la puso hecha una auténtica furia. Como remate, el detalle de colgar a lo bruto sin una mísera despedida, la sacó de sus casillas. El domingo, pues, decidió recalcarle que era una hembra valiente y con ideas propias, por si a esas alturas aún no se había percatado.

Zac salió del jacuzzi porque, con tal afluencia de público, disfrutar de calma en aquel lugar resultaba imposible. Dio un vistazo a las niñas, que chapoteaban en la piscinilla infantil y alzó la vista como movido por la fuerza de un imán. En silencio dedicó unos cuantos calificativos nada cariñosos a su hermano menor. Aquella casualidad nada casual por fuerza debía ser idea suya. En ese momento entraba en el spa de la mano de Brittany. Y con ellos, Vanessa.

A Zac no le hizo ninguna gracia que ella fingiera no verlo y, en lugar de acercarse, fuera a escoger una tumbona de madera junto a la cristalera que daba al jardín, justo delante de la poza en la que flotaban cubitos de hielo.

Ojeó de nuevo a sus hijas, en aquella charquita con el agua a la altura del tobillo no corrían peligro. Además, Sarah llevaba puestos sus manguitos hinchables por si acaso resbalaba. Así que retornó su atención al trío recién llegado. Las chicas lucían un par de bikinis que ese día a Zac se le antojaron minúsculos. Meneando sus cuerpazos con indolencia, las chicas acompañaron a Drew al pequeño bufé de té e infusiones. Mientras la pareja decidía qué tomar, Vanessa regresó a su tumbona con una taza humeante en la mano. Una gota de infusión fue a caerle en la parte más tentadora del escote. Zac habría deseado recogerla él mismo con la lengua. Pero ella lo hizo con el dedo y se lo llevó a la boca con una malicia inocente que lo puso duro como una piedra. Maldiciendo entre dientes, bajó la vista a su entrepierna. La erección se le notaba con el bañador y de qué manera.

Zac: Jessica, vigila a tu hermana -gritó antes de zambullirse en la poza de hielo-.

Ahogando una palabrota, la cruzó bajo el agua y emergió delante de Vanessa. Cuando apoyó los antebrazos en el borde de la piscina, estaba temblando.

Ness: Tienes la piel de gallina -dijo a modo de saludo-.

Zac: Agua fría es justo lo que necesito.

De entre todos los presentes, él y otros dos chavalotes insensatos eran los únicos que se atrevían a meterse en la poza.

Ness: Venga, sal de ahí y no te hagas el valiente que vas a coger una pulmonía.

Zac: No puedo. No, mientras no se me baje el calentón que me provocas -murmuró mirándola sin pestañear-. Estás tan buena que tendrías que estar prohibida, no sé si te lo he dicho alguna vez.

Ella le regaló una risita de diablesa y dio un sorbito a la taza que sostenía entre las manos. Justo entonces las niñas la llamaron desde lejos; Vanessa la saludó agitando la mano en alto, las pequeñas le lanzaron besos al aire que ella correspondió de igual manera.

Ness: Qué guapísimas son mis chicas -pronunció para sí misma; y de inmediato se arrepintió y miró a Zac que la estudiaba con ojos sonrientes-. Tus hijas, quería decir.

A él se le borró del rostro la alegría que le provocó escucharla hablar de las pequeñas como algo propio. Aunque sabía que Vanessa alegó aquello último con cierta maldad y en contra de lo que le dictaba el corazón.

Ness: A lo mejor me meto con los niños en la pequeñita -comentó sin dejar de mirar hacia allí-. Tiene que ser divertido con todas esas pelotas de colores.

Qué pensamientos más perversos le vinieron a la cabeza al visualizarla chapoteando en medio de todas aquellas criaturillas. Se imaginó el spa desierto, ellos dos nada más. Apartaría las bolas multicolores en dos patadas, se sentaría con la espalda apoyada en el borde y le arrancaría el bikini. Le abriría las piernas, tiraría de ella para sentársela encima y, rodeados de pelotitas, la haría cabalgar sobre él, empalándola hasta el fondo, hasta el fondo, hasta el fondo…

Tuvo que meterse por completo bajo el agua, o dejaba las fantasías para otro momento o su erección no iba a disminuir en la vida. Cuando emergió por segunda vez, le castañeaban los dientes. Sacudió la cabeza con energía y Vanessa chilló al recibir la lluvia de gotitas heladas que le erizó la piel y le irguió los pezones.

Ness: ¡Ay, no salpiques! -protestó-. ¿Por qué no te vas a la zona de las infusiones y te tomas algo?

Zac: ¿Me estás echando? -tanteó con una mirada centelleante-.

Ella puso la típica carita inocente de niña mentirosa y a Zac le entraron ganas de comérsela entera.

Ness: Lo hago por tu bien -aclaró con un pestañeo lento-. Me preocupa que te congeles ahí metido.

Zac: Pues no te preocupes tanto, que sé cuidarme. Y lo único que me apetece meterme en la boca es lo tengo delante -le siguió el juego y afiló la mirada fingiendo no saber-. Ahora mismo solo puedo pensar en gominolas.

Ella se mordió el labio inferior y le sostuvo la mirada.

Ness: Así que te gustan las chuches como a los niños… -chasqueó la lengua y se relamió el labio superior-. Creía que, de los dos, la niñata inmadura era yo -le recordó con dulce maldad-.

Zac: Sigue mirándome así y no respondo de mis actos -murmuró-.

Vanessa respiró hinchando el pecho con un sube y baja provocador. Zac tuvo que ladear el rostro para no quedarse mirando embobado los pezones que despuntaban duros como piedras bajo la licra. Echó un vistazo a sus hijas. Un poco más allá, observó a Drew que no paraba de darse besitos con su chica bajo la lámina de agua de la cascada artificial.

Zac: Míralos, tu amiga Brittany tiene a mi hermanito completamente idiotizado, mañana, tarde y noche.

Ness: Qué tendrán las chicas de uniforme.

Zac: Qué tendrán, eso me pregunto yo -dijo sin quitar la vista de esas dos tentaciones redondas tan apetitosas que apenas cubría el bikini-.


Al día siguiente, Vanessa pensó en un primer momento que se trataba de un truco para hacerla acudir a su casa. Pero no fue así. En cuanto llegó a la clínica de Zac, constató que el aviso requiriendo la presencia de una patrulla tenía fundamento y que el hecho de que acudieran ella y su compañero Troy a la llamada, de entre todos los guardias del puesto de la Policía, fue fruto de la casualidad.

Fue Troy quien decidió dar aviso al Servicio de Protección de la Naturaleza cuanto Zac les enseñó el halcón herido y les explicó el problema.

Zac: Un grupo de excursionistas lo ha encontrado en este estado. Perdigones -puntualizó-. Algún idiota corto de vista que ha disparado, porque cualquier cazador de por aquí distingue un halcón a la legua -explicó, sin entender que tipo de confusión había ocurrido para que el animal tuviera incluso algún hueso roto del disparo-. Yo le he extraído todo el plomo y lo he entablillado como he podido, pero para que se recupere al cien por cien y pueda volver a volar, necesita cuidados más específicos.

La patrulla del Servicio de Protección de la Naturaleza no tardó en llegar. Uno de los dos agentes, había sido medio novio de Vanessa tiempo atrás y ella lo recibió con un abrazo y dos besos más efusivos de lo normal entre compañeros.

El agente adivinó sin mucho esfuerzo a qué venía tanto cariño repentino.

**: ¿Qué? ¿Dándole celos al médico de los animalillos? -murmuró, con ella aún entre los brazos-.

Ness: Que sufra.

Él disimuló la risa y escudriñó a Zac por encima de la cabeza de Vanessa, que los acribillaba a ambos con una mirada siniestra.

**: Venga, corazón, suéltame -rogó por lo bajo, con su inconfundible acento-. Que si no, además del pájaro, voy a llevarme también dos hostias.

Cuando los agentes de la unidad de protección se hicieron cargo del ave herida y partieron de regreso; aprovechando que el otro guardia había salido a la calle a despedirlos, Zac tiró de la muñeca de Vanessa y la atrajo bien cerca de su cuerpo.

Zac: ¿Qué es, un follamigo?

Vanessa lo miró a los ojos sin ocultar cuánto le había molestado el comentario.

Ness: Yo no tengo follamigos -avisó con acritud-. Ese tipo de relación sin compromiso no entra en mis esquemas, ya te lo he dicho un montón de veces. Alex y yo salimos juntos una temporada y de aquello me queda una buena amistad, que es mucho más de lo que puedo decir de ti.

Zac la cogió de la mano para impedir que se alejara de él.

Zac: No te enfades, diosa de verde -rogó arrepentido-.

Ness: ¡Pues no me hagas enfadar!

Él agachó la cabeza, se llevó la mano de Vanessa a la boca y le besó los nudillos con delicadeza antes de mirarla de nuevo a los ojos.

Zac: Tú y yo no empezamos con buen pie, ¿recuerdas? -recordó, elevando una comisura de la boca. Vanessa guardó silencio-. Hoy me ha llegado el aviso de pago de la multa.

Ella chasqueó la lengua y cerró los ojos.

Ness: Lo siento.

Zac: No lo sientas, la culpa fue mía.

Ness: Sí, pero estamos en Navidad…

Él alzó las cejas, incrédulo. El tono pesaroso de Vanessa lo hizo sonreír.

Zac: Con multa o sin multa, puedes estar tranquila por las niñas y por mí. Mi padre tiene un mesón, de hambre no nos moriremos este mes -bromeó-.

Ness: He decidido pagarte la mitad de la multa. Aquel día estaba enfadada por varios motivos y tú acabaste con mi paciencia. No fui justa convirtiéndote en el blanco mi mal humor.

Zac: Olvídalo, Vanessa. Y te agradeceré que no vuelvas a comentarlo.

Ness: Lo de someterte a la prueba del alcohol… Me excedí -reconoció arrepentida-. Porque además no superabas el límite.

Zac: Menos mal.

Ness: Con la de hablar por el móvil ya ibas apañado, podía haberme ahorrado la sanción por conducción temeraria. Creo que lo justo es que la paguemos a medias -insistió-.

Zac la cogió por los hombros.

Zac: He dicho que no. Y no te atrevas a sacar del bolsillo un solo dólar o sabrás lo que es verme enfadado.


A pesar de las serias advertencias de Zac, Vanessa no eran de las que daban su brazo a torcer. Unas horas después, antes de continuar la ronda por las carreteras del término municipal, decidió pasar por el mesón.

Ness: Mona, si eres tan amable, te agradeceré que le entregues este sobre a tu hijo.

Mona: ¿A cuál de los dos? -preguntó, con mucha guasa. Vanessa respondió con un suspiro-. Ayayay, que lío os traéis -la regañó con un cabeceo de madre-. Con lo fácil que es hablar las cosas a la cara.

Ness: Esta vez, me parece que no. Ya he hablado con Zac y no ha funcionado. ¿Me harás ese favor?

Mona: Si prometes hacerme tú a mí el favor de arreglar de una vez las cosas con mi chico -pidió, y le tomó la mano que aún sostenía el sobre-. Para Tom y para mí ya formas parte de la familia, maja.

A Vanessa la emocionaron aquellas palabras.

Ness: Uff, me marcho que al final voy a acabar llorando -dijo, apretándole la mano a Mona infinitamente agradecida-.

Mona: Pues de eso nada, que la vida son cuatro días y para llorar ya tenemos el Telediario. Venga, buen servicio. Y descuida, que yo se lo daré en cuanto lo vea.

Vanessa salió del mesón. La mujer, antes de regresar a sus quehaceres, dejó junto a la cafetera el sobre que la chica le había entregado y allí permaneció hasta última hora de la tarde.

Zac, como cada día, se acercó con las niñas para que vieran a sus abuelos. Mona cumplió con su promesa y le entregó en mano el sobre cerrado de parte de Vanessa. Cuando él lo abrió y vio en su interior el dinero, masculló una expresión tan sucia que se ganó una severa reprimenda por parte de su madre.

Zac: No tenías que haberlo cogido -la regañó-.

Mona: ¡Eh, frena ese genio, que soy tu madre! A mí no me eches las culpas, que ni sabía lo que contenía ese sobre ni ganas tengo de saber qué significa ese dinero. Así que, arreando a otra parte con tus malas pulgas.

Zac: Quédate con las niñas hasta que vuelva -decidió, señalando a sus hijas que se entretenían en emborronar folios con los lápices de colores en la mesa del fondo-.

Mona: ¿Tardarás mucho? -preguntó, con un tonillo no exento de malicia que se ganó una mirada torva por parte de su hijo-. Lo digo por ir preparándoles algo de cena antes de que empiecen a pedirme un zumo o un paquete de gusanitos.

Zac: Si ves que tardo, dales de cenar.

Mona: Y a ti, ¿te esperamos para la cena?

Él apretó la mandíbula con la vista clavada en el sobre de Vanessa.

Zac: A mí se me ha quitado el hambre -sentenció, guardándolo en el bolsillo trasero de sus vaqueros-.


Tenía que reconocerlo: Vanessa sabía cómo tocarle la moral. Y cómo sacarlo de sus casillas también; eso en particular se le daba de lujo. Con un enfado de mil demonios, Zac caminó calle abajo, derecho hacia el cuartel de la Policía.

Como era de esperar, el agente de puertas le impidió el acceso en cuanto solicitó que le franqueara el paso, pidiéndole de manera expeditiva -para acabarlo de arreglar- que le prestara un martillo.

**: A mí no me líe usted, que me pone en un compromiso -alegó el guardia, negándole la entrada por segunda vez pese a la insistencia de Zac-.

Él sacudió la cabeza ante el trato tan llamativo con el que el agente marcaba las distancias, cuando a diario se saludaban de tú cuando se cruzaban por la calle.

Zac: Venga, hombre, ¿y a qué viene el hablarme de usted a estas alturas?

**: No insistas -pidió, retornando al tuteo-. Ya te he dicho que Vanessa no está.

Zac: Pues no sabes cuánto me alegro. Eso es lo que yo quiero, que no esté.

**: No me jorobes, que te veo las intenciones. Y eso de tirar para adentro de cuartel con un martillo en la mano no pinta bien.

Zac: ¡A ver si te crees que voy a destrozaros el cuartelillo a martillazos! ¿Tienes uno a mano o no?

**: Pues no.

Zac dio un repaso visual al despachito.

Zac: Me sirve ese pisapapeles.

**: Escúchame, haz el favor -insistió-. Si tienes algo que resolver con ella, lo habláis con calma, tranquilamente los dos…

En vista de que con exigencias no iba a salirse con la suya, Zac adoptó una actitud casi suplicante.

Zac: Venga, hombre, yo creo que me lo debéis, ¿no te parece? -el guardia le lanzó una mirada escéptica-. Que os vacuno gratis a la perra y os la tengo mejor atendida que a los chuchos de la reina de Inglaterra.

Miró en redondo a ver si veía a la perrilla por allí. Un par de caricias y cariñitos al animal acabarían por convencer al guardia. Pero no, ni rastro de ella. Debía andar husmeando a su aire por los alrededores del cuartel.

**: Esto te va a costar un saco de pienso para Chispa -avisó el guardia, señalándolo con el dedo-.

Zac respiró satisfecho por fin.

Zac: Que sí, hombre, que sí -aceptó-. Uno no, dos. Y del especial para perros activos, con proteínas, vitaminas y minerales.

**: Bien.

Zac: Préstame el pedrusco ese y os regalo también un par de huesos de cuero para que se entretenga -añadió con aire negociador-. Ah, y ya puestos mira a ver si puedes escaquear unas chinchetas de ahí -añadió señalando un tablón de corcho en la pared del que pendían folios con las planillas de turnos, dos o tres fotografías, una tarjeta de visita y una cuartilla con números de teléfono-.

El guardia lo miró de arriba abajo y, con expresión socarrona, fue hasta el tablón y cogió unas cuantas chinchetas que entregó a Zac junto al pesado guijarro de río que usaban como pisapapeles.

**: Adelante -claudicó poco convencido-. Pero a ver qué haces por ahí arriba, que no quiero líos.

Zac: No los tendrás, te doy mi palabra -aseguró con un guiño-.

Y no los tuvo durante la media hora siguiente. Zac se marchó por donde había venido, no sin antes darle las gracias y el agente no quiso saber ni preguntó a qué se debían los golpes que se escucharon durante los cinco minutos escasos que el veterinario permaneció en dependencias oficiales.

Sus problemas empezaron justo cuando regresó la guardia Hudgens al finalizar su turno. Vanessa no podía creer que Zac hubiese tenido carta blanca para entrar en un cuartel de la Policía, para plantarse además ante el minúsculo apartamento donde ella vivía y que, sin que nadie se lo impidiera, hubiese tenido valor de clavar con chinchetas en su propia puerta todos y cada uno los billetes de curso legal que le había hecho llegar en un sobre.

Sin desclavar el dinero de la pared, bajó las escaleras del único piso y se plantó en el despachito de portería hecha una fiera.

Ness: ¿Y puede saberse por qué lo has dejado entrar? -le espetó al otro guardia, con los brazos en jarras-. Como Parker se entere de esto te va a caer una buena…

**: El brigada no tiene por qué enterarse si no se lo dices tú.

Como era obvio, Vanessa no era una chivata ni pensaba dejar en evidencia un compañero, por muy cómplice que fuera de la venganza de Zac. A pesar de ello, quería una explicación

Ness: No me digas que no has oído nada, porque no me lo trago -adujo señalándolo con el dedo índice estirado como una maestrilla antipática-.

Pero el otro se cerró en banda y no obtuvo de él más que un evasivo sube y baja de hombros.

**: ¿Sabes qué te digo? -concluyó señalándole la entrada del cuartel-. De hoy en adelante, las peleas de novios del portón para afuera.


Vanessa vio la puerta abierta, así que entró sin avisar y se plantó en medio de la clínica. Zac, que estaba sentado detrás del escritorio, le echó una mirada breve y continuó a la suya. Aprovechando que no tenía que hacer cena esa noche, entró a rellenar un formulario para la Consejería que debía enviar por fax al día siguiente sin falta.

Ness: Hay que reconocer que tienes un par de huevos -le soltó a modo de saludo-.

Zac: Si, la última vez que miré estaban en su sitio -comentó con mucha calma. Alzó la cabeza y la encaró con una mirada desafiante-. Además, no sé de qué te extrañas, en los tíos vienen de serie.

Ella se mordió los labios para no reírse. Se desabrochó el anorak del uniforme y lo dejó sobre la camilla donde Zac atendía a los animales. Con la calefacción central allí hacía calor.

Ness: ¿Tú sabes la que podría caerte encima por entrar por las buenas en un recinto de seguridad y armar la que has armado?

Zac se levantó del sillón, rodeó el escritorio y se medio sentó sobre el tablero de cara a ella.

Zac: Detenme, si es a lo que has venido -la invitó, apoyando las manos en el escritorio, una a cada lado de su cuerpo-. ¿Vas a ponerme las esposas?

Ella ladeó la cabeza y, poniéndose seria, aguantó la mirada retadora que le lanzaba. Fue Zac quien deshizo el silencio.

Zac: De alguna manera tendrás que entender que con el resto del mundo, puede, pero conmigo no tienes la última palabra -enunció con mucha calma-.

Vanessa ya no pudo seguir con la farsa, se le lanzó al cuello y él la rodeó con los brazos, recibiendo con ganas su boca. Se devoraron con besos hambrientos y las caricias con que sus manos recorrían al otro se tornaron cada vez más ansiosas. Zac empezó a desabrocharle la camisa del uniforme.

Zac: Puta hebilla -masculló al llegar al cinturón-.

A Vanessa le entró risa y, sin dejar de besarlo, se la desabrochó ella misma.

Zac: ¿Qué ha sido de la lencería sexy? -preguntó abriéndole la camisa de par en par-.

Vanessa se miró el sujetador deportivo con broche delantero y lo abrió invitándolo a seguir.

Ness: Se acabó -anunció a modo de castigo, recordando la noche del tanga de encaje-. Ahora uso ropa interior blanca de algodón y si no te gusta, te aguantas.

El atrapó un pecho con la boca muy abierta y succionó hasta hacerla gemir. Se deleitó con el otro, jugando con la lengua alrededor del pezón mientras le bajaba los pantalones y las bragas a la vez con un rudo estirón.

Zac: Por mí como si usas bragas hasta el cuello -opinó, con un lametón malicioso que le puso la piel de gallina-. Ya ves lo que tardo en quitártelas.

La acarició entre las piernas y ronroneó como un gato satisfecho al notarla húmeda y preparada para recibirlo.

Ness: La puerta está abierta -gimió, en un destello de sensatez-.

Zac: ¿Quién va a venir a estas horas de la noche?

Ness: Zac… -insistió. Pero él no estaba por la labor de escuchar-. En la camilla de los bichos no -protestó al verle las intenciones-.

Él se incorporó, la giró con una facilidad pasmosa y la tumbó sobre el escritorio. Vanessa dio un quejido al clavarse un bolígrafo en la espalda.

Zac: Aquí el único bicho malo que ha entrado en todo el día eres tú.

Ella le tiró del pelo y lo riñó con un beso tan caliente que fue más un premio que un castigo.

Zac le cogió las manos para que lo soltara y fue a cerrar la puerta con pestillo. Cuando se dio la vuelta, ella se había incorporado y se estaba desabrochando la bota derecha con el pie apoyado en el escritorio. Regresó junto a ella y se agachó para ayudarle con la izquierda.

Zac: Putos cordones.

Ness: Trae, torpe -dijo riendo de nuevo-.

En un segundo la tenía desatada y se la quitó lanzándola al aire con ayuda del otro pie. Zac acabó de desnudarla de cintura para abajo y, mientras se desabrochaba los botones de la bragueta y liberaba su miembro palpitante, ella colocó las piernas sobre sus hombros y lo atrajo por las caderas. Él no se hizo de rogar, la penetró rápido y sacudió las caderas con un ritmo enloquecido. Vanessa se clavó los dientes en el labio inferior hasta hacerse daño. El orgasmo los sacudió a los dos a la vez, con una intensidad brutal que los dejó sin aire. Zac se dejó caer sobre ella como un peso muerto. Un lápiz rodó sobre el tablero y, entre jadeos locos, Vanessa oyó el clic que hizo al caer al suelo. Abrió los ojos y clavó la vista en una diminuta grieta del techo. Zac tenía la cabeza apoyada en su cuello y no la dejaba respirar, se la cogió con las manos y la colocó sobre su pecho. Tenía la frente sudada; se incorporó como pudo sobre los codos. La escena de ellos dos tirados encima del escritorio era de película porno. Zac seguía sin dar señales de vida. Le acarició el culo y miró de lado, tenía los pantalones por los tobillos. Y ella aplastada debajo de su peso con él entre las piernas. Así siguieron, tumbados sobre la mesa. Vanessa medio desnuda, con calcetines de deporte, la camisa del uniforme abierta y las tetas al aire. Por fin Zac levantó la cabeza. Vanessa le tomó la cara entre las manos y lo miró a los ojos. ¡Cómo amaba a ese hombre!

Ness: A veces odio quererte tanto -murmuró-.

Zac le suplicó con la mirada.

Zac: No digas eso. Haces que me sienta como una alimaña.

Ella lo miró con infinito amor.

Ness: Qué tontería, si tú eres bueno hasta decir basta, pero…

Zac la calló con un beso. Se negaba a escuchar nada más.


Pasó la Nochebuena y también el día de Navidad. Vanessa, que había disfrutado de dos meses de asueto, se presentó voluntaria para trabajar durante ambas jornadas festivas, a favor de sus compañeros, algunos de los cuales pidieron permiso para viajar a pasar las fiestas con sus familias. Así pues, entre los turnos dobles y la sencilla celebración en la Casa Cuartel con todos los que, como ella, estaban de guardia, apenas vio a Zac durante esa semana. Sí lo llamó en Nochebuena y él se dejó caer con las niñas al día siguiente por el acuartelamiento, para que al menos Sarah y Jessica le dieran un beso y le entregaran en mano la felicitación navideña que entre las dos, y con ayuda de su padre, habían preparado para ella. Como el día veintiséis Zac viajó con sus hijas hasta Spring Hill, para que pasaran el fin de semana con sus abuelos y celebraran en su compañía parte de las fiestas, él y Vanessa tampoco tuvieron ocasión de verse.

El día veintinueve de diciembre, Vanessa firmó el recibo que acababa de entregarle el cartero junto con una carta, sin entender qué se traía Zac entre manos para hacérsela llegar por correo en lugar de acercarse andando el mismo a la Casa Cuartel. O de llamarla al móvil, o mandarle un whatsapp si no tenía ganas de hablar. Y encima la había franqueado certificada, nada más ni nada menos.

Zac: ¿Y por qué me la manda por correo si vive dos calles más allá? -pensó en voz alta-.

El cartero movió la cabeza y respondió por pura mecánica.

**: Pues vaya usted a saber, agente. Si yo fuera psicólogo estaría tan a gusto en un despacho y no andaría repartiendo el correo por esas carreteras de Dios, en una furgoneta amarilla, sin aire acondicionado ni dirección asistida.

Ness: ¿Quiere que le enseñe nuestros vehículos y se consuela? -sugirió señalando con la cabeza hacia el exterior de la Casa Cuartel-.

El hombre desechó la idea moviendo la mano.

**: Y luego dicen que trabajar para el Estado es un chollo. Hala, a no cansarse.

Cuando el cartero arrancó la furgoneta y se marchó carretera arriba, ya sola en la puerta del cuartel, Vanessa resopló sin ganas de juegos y se apresuró a rasgar el sobre. Extrajo su contenido y, al ver una minúscula hojita de un taco de notas, pensó que gastar tiempo y sellos para enviarle una frase garabateada era la idea más tonta del mundo. Leyó la nota de Zac. La citaba ese mismo día a las seis en la Era del Tuerto. ¿Eso era todo? Tentada estuvo de acercarse a su casa para que le aclarara a qué venía tanto misterio. Pero decidió darle el gusto y seguirle el juego de las citas por correo, como en los tiempos de sus abuelos.


Llegó la hora y Vanessa aguardaba en la era, quince minutos antes de lo previsto, acompañada por Brittany que no quiso perderse el espectáculo. Esta disimulaba la risa al ver que a su alrededor iban congregándose un montón de curiosos, desde abuelos de boina que no tenían nada mejor que hacer hasta forasteros senderistas, de los de mochila y bastón de alpinismo fashion del Decathlon. Miró de reojo a su compañera, que no hacía más que moverse de puros nervios.

De pronto se escuchó un ruido zumbón parecido al petardeo del motorcillo de un compresor, que fue en aumento y las hizo mirar al cielo. Por el Oeste apareció un aparatejo volador que Vanessa no supo identificar pero tenía pinta de ligero e inseguro, capaz de ser tumbado por una simple ráfaga de viento. Al piloto no se le distinguía, pero a ella se le subió el corazón a la garganta al imaginar a Zac manejando aquel cacharro a tantos metros de altura.

Brittany, en cambio, distinguió al primer vistazo de qué tipo de artefacto volador se trataba. Pertenecía a una empresa de actividades multiaventura.

Britt: ¡Guau! -exclamó-. No tenía ni idea de que tu chico supiera pilotar un ultraligero.

Ness: Ni yo tampoco -masculló con la mirada fija en el Ala Delta-. Y no es mi chico.

Britt: Sí lo es.

Ness: Que no.

Britt: Que sí, tonta -insistió con una risita-.

El piloto hizo un quiebro arriesgado sobre las cabezas de toda la concurrencia que obligó a Vanessa a tragar saliva.

Britt: ¿Pero qué hace? ¡Que se va a matar! -exclamó encogiendo el cuello-.

Ness: Y si no, lo mataré yo en cuanto ponga los pies en tierra -farfulló, aún con el susto en el cuerpo-.

Lo vieron sobrevolar en redondo y cuando el ala delta completó el círculo sobre la Era, dejó caer un globo rosa del que pendía un hilo con un sobre. Vanessa maldijo entre dientes a cierto veterinario, por sus ocurrentes maneras de hacerle llegar sus mensajes en lugar de enviarle un whatsapp como hacía todo el mundo. El globito planeó hasta caer sobre las losas y un abuelo muy amable se apresuró a recogerlo del suelo para, acto seguido y tras leer el nombre escrito en el sobre, llevárselo en mano.

A Vanessa no le dio tiempo a abrirlo porque, con un runrún ensordecedor que los obligó a todos a apartarse, el ultraligero se posó en el centro mismo de la era. A Brittany y a ella casi se les cae la mandíbula al suelo al descubrir quien era el piloto, cuando este bajó del aparato y se quitó el casco. Era Drew quien se dirigía hacia ellas con una sonrisa ladeada.

Sí que era listo, sí, pensó Vanessa. Si lo que pretendía era impresionar a Brittany, lo había conseguido. No había más que verle la cara a su amiga. Lo esperaba con la emoción a flor de piel como si el que avanzaba hacia ellas fuera un auténtico superhéroe salido de su nave interestelar, con banda sonora de Aeroesmith, aunque a esas horas en la era no se oía otra cosa que el zumbido de un par de moscardas.


Los curiosos se fueron dispersando. Vanessa dio dos besos y las gracias a Drew por llevar a cabo el numerito ideado por Zac, era lo justo. Además, le llegó al alma que estuviera dispuesto a cualquier locura con tal de ayudar a su hermano. Y mientras ella se iba a un lado para leer el contenido del sobre con algo de privacidad, el héroe de la tarde se acercó a Brittany que parecía haberse quedado muda de repente.

Drew: ¿Qué pasa con nosotros, princesa? -Ella abrió la boca y la volvió a cerrar. Se limitó a elevar un hombro-. Podemos seguir fingiendo que no sentimos nada el uno por el otro.

Britt: Yo soy una persona seria, Drew.

Drew: ¿Y yo qué soy, el payaso Krusty? -sugirió, con una mirada torva-.

Britt: No quiero ser una más en tu colección.

Drew: No lo eres -aseguró muy serio-. Y puede que tu colección sea más grande que la mía.

Britt: Seguro que no.

Él se colgó el casco del codo, y entornó los ojos, molesto por lo que implicaban las palabras de Brittany. Ella lo notó y decidió dejarse de dudas. ¡Que caray! La vida estaba hecha para disfrutarla.

Pero justo cuando Brittany iba a sincerar sus sentimientos, Drew le soltó a la cara todas sus quejas con un tono que la irritó bastante.

Drew: Estoy cansado de que me busques y luego me evites -espetó con el ceño arrugado-. Ya empieza a hartarme este juego tuyo de «ahora sí, ahora no», así que...

Brittany pestañeó un par de veces y apretó los dientes, con la rabia pinchándole dentro. El muy capullo era único para cargarse la magia de un momento tierno.

Britt: ¿Así que, qué? ¿Qué te buscarás a otra? -tanteó con una mirada dulce falsísima-. Pues yo a otro. A otro, no, ¡a tres!

Drew: Y yo a media docena. Y te las presentaré a todas para que las conozcas.

Britt: ¡Y yo a siete! Y me los llevaré de copas al mesón el día que tú estés allí -amenazó con los ojos echando chispas-.

Drew manoteó en el aire para apartar una mosca.

Drew: ¡Y yo les echaré laxante en el cubata y me descojonaré de risa!

Ella estalló en carcajadas. Aquella pelea de patio de colegio era la conversación romántica más absurda que podía caber en cabeza humana.

Britt: ¿Harías eso? -preguntó, con un suspiro feliz-. Eres muy malo.

Drew: Y tú, una bruja piruja -musitó, acariciándole la mejilla con un dedo-.

Los ojos de Drew reflejaban un cúmulo de emociones que convertían aquellas palabras tontas en una verdadera declaración de amor. Brittany estuvo a punto de echarse a llorar, reír y saltar de pura felicidad.

Britt: ¿Tienes algo en contra de la palabra «novio»? -tanteó, tratando de mantenerse seria aunque la sonrisa le afloraba a la boca-.

Drew la cogió por la cintura y la atrajo hasta que no quedó entre ellos ni un centímetro de distancia. Era una palabra nueva para él pero, viendo la felicidad en los ojos de la chica que tenía entre los brazos, supo que era hora de añadirla a su vocabulario.

Drew: Contigo no, nada en absoluto.

Se inclinó y Brittany acortó el espacio entre sus bocas, dando la bienvenida a un beso lento y sensual. Y a todos los que vinieron detrás de ese.


Vanessa, en agradecimiento, se empeñó en invitar a Drew a unas cañas. Momento que él aprovechó para disculparse ante ella por su estúpida actitud aquel lejano día de la multa en la carretera.

Drew: Me comporté como un perfecto gilipollas.

Ella le restó importancia con media sonrisa.

Ness: Echémosle la culpa a los mojitos.

Drew: Como quieras -aceptó pinchando una aceituna-. Pero el chiste del pulpo fue una imbecilidad por mi parte.

Vanessa dio un traguito a su cerveza, mirándolo con cierta admiración.

Ness: Te lo perdoné al día siguiente, cuando recibí tu nota de disculpa y las botellas de vino. Que, por cierto, estaba buenísimo.

Drew sonrió con la complicidad de quien comparte un secreto. Nadie sabía que, allá por mayo, le había hecho llegar a la Casa Cuartel una caja de tinto reserva de la Casa Grande. Del que encontraron en la sala de crianza bajo tierra cuando Mike heredó la finca, y que constituían las primeras botellas de la bodega de Mike y Max en la que él trabajaba como ingeniero agrícola.

Ness: Mis compañeros te lo agradecieron un montón -añadió-.

Drew: Así que los agentes de la Policía también beben alcohol -comentó con fingida sorpresa-.

Ness: ¡Pillada! -sonrió, siguiéndole la broma-. En el fondo eres un tío legal. Muy en el fondo, eso sí -aceptó con ojos reñidores-. Me da a mí que al final Brittany va a tener razón. Dice maravillas de ti.

Drew la miró a los ojos con innegable suficiencia.

Drew: Si mi novia no habla bien de mí…

Ness: ¡Anda! -exclamó sonriente-. Así que por fin os habéis decidido a dar el gran paso. Cuida de ella y tenla contenta, ¿me oyes?

Drew: Haré cuanto esté en mi mano -afirmó guiñándole un ojo. Como Vanessa estaba de buen humor, Drew aprovechó para abogar en favor de su hermano. Bastante mal lo había pasado y merecía que su vida cambiara para bien-. Y Zac y tú, ¿cuándo pensáis dar ese paso que os falta?

Ella ni disimuló ni eludió el tema.

Ness: Me tiene hecha un lío.

Drew: Con lo que te quieren las niñas…

Cabizbaja, ella hizo rodar entre los dedos su copa de cerveza en un gesto distraído.

Ness: Y yo a ellas -admitió con un suspiro triste-. Pero yo ya no sé qué pensar. Al principio todo iba de maravilla, pero un día todo cambió.

Drew: Desde que te hirieron.

Vanessa alzó el rostro y lo miró de frente, sorprendida de que Drew supiese el momento justo en que cambió la actitud de Zac hacia ella.

Ness: Sí, así es.

Drew: ¿No se te ha ocurrido pensar que tiene miedo de perderte?

Ness: Pero la vida está llena de riesgos e imprevistos -razonó-.

Drew: Él ya ha pasado por ese trago. No fue fácil para Zac asumir que tenía que seguir viviendo cuando murió Michelle, y más, obligándose a ser lo más feliz posible porque tiene dos niñas pequeñas por las que tirar adelante.

Ness: Mira, acepto que la mía es una profesión de riesgo -aceptó recordando el incidente del navajazo-.

Drew: No des rodeos. Estuviste muy cerca de la muerte. Zac me contó que te seccionaron una arteria y que, de no ser por tu compañero, ahora mismo tú y yo no estaríamos hablando.

Ness: Eso es verdad, le debo la vida a Troy. Pero no es algo que ocurra todos los días. Mi padre se tiró años de uniforme y no sufrió ni un rasguño.

Drew: Yo no soy quien para opinar sobre el fregado sentimental que os traéis -concluyó-. Pero piensa que si mi hermano teme perderte es porque le importas. Mucho -añadió mirándola sin pestañear; Vanessa no fue capaz de sostenerle la mirada-. ¿Acudirás pasado mañana a la cita?

Ness: ¿Y tú como sabes…?

Drew: Leí la nota del globo, pero no se lo digas a mi hermano. ¿Acudirás o no?

Vanessa sonrió.

Ness: ¿Tú qué crees?

Quedaban dos días para la Nochevieja y Zac, en la carta que le había hecho llegar caída del cielo colgando de un globito rosa mariposa, la citaba en la plaza mayor a la hora de las doce campanadas.


Ness: No me puedo creer que ya andéis de nuevo de mudanza -comentó sin apartar la atención del volante-. ¿Pero estáis hablando en serio?

A pesar de estar de servicio, se había escapado un momento y llevaba a sus padres en su pequeño Peugeot hacia la Casa Grande. Sin reponerse aún del asombro de velos aparecer en la Casa Cuartel de Clermont, con equipaje para una larga temporada. Muda se quedó cuando, a modo de saludo, su padre le anunció que había alquilado una casa en el pueblo, con intención de instalarse allí definitivamente si se adaptaban a la vida rural.

Emma: Ya lo ves, hija -comentó su madre mirando a su marido-. Primero se le marchó la niña y luego el perro, demasiado para él.

Ness: ¿Y qué pensáis hacer con el piso de San Francisco?

¡Con la murga que dio su querido padre con la dichosa mudanza! No había tardado ni seis meses en cansarse del pisito con vistas al mar.

Brad: Ahí se queda -alegó-. Más adelante, ya veremos si lo alquilo, que no son buenos tiempos para vender.

Ness: Ay, papá, nos vas a volver locas -rebufó; y miró a su madre a través del retrovisor-. Yo no sé como lo has aguantado treinta y tantos años.

Emma: Con mucha paciencia.

Brad: Mira quién fue a hablar -protestó-.

Emma: Y mucho amor -añadió riendo-.

Brad: Basta de charla -la frenó antes de que siguiera con las bromas románticas y lo hiciera sonrojar-. ¿Es ahí? -preguntó a su hija al distinguir la imponente casona entre las viñas-.

Emma: Sí, es esa -respondió por ella; la Casa Grande se había hecho famosa gracias al programa de cocina de Michael-.

Brad: Date prisa que estoy deseando ver a Thor.

No era el único que estaba deseando aquel reencuentro. Aún no había detenido Vanessa el motor del coche cuando vieron a Max y Mike, que regresaban de pasear con el perro. Observaron que el animal enderezaba las orejas y salía a la carrera hacia ellos en cuanto distinguió que el hombre que se apeaba del Peugeot era su guía y compañero de toda la vida.

A Vanessa y a su madre se les saltaron las lágrimas, viendo a su padre con los ojos brillantes de emoción y al perro dar vueltas en torno a él sin dejar de ladrar de alegría.

Después de las debidas presentaciones, el sargento Hudgens se deshizo en agradecimientos hacia la pareja por haber cuidado de Thor como si de su propio perro se tratara. Mientras su esposa no cabía en sí de contenta por poder hablar de tú a tú con el cocinero famoso de la tele.

Mike no dejaba de observar al viejo pastor alemán, moviéndose alrededor de su legítimo dueño con la energía de cuando era un cachorro.

Mike: Está claro a quien pertenece.

Brad: ¿De verdad no les importa que me lo lleve? Han sido muchos años juntos.

Mike: Por supuesto que no. Desde el principio decidimos que se quedaría en casa como algo temporal.

Max fue consciente de la tristeza en la voz de su marido.

Max: Ya sabíamos que este momento tenía que llegar tarde o temprano -razonó-.

Mike le dio la razón a regañadientes.


La del treinta de diciembre no fue una buena noche para Michael Hollins. Le costó conciliar el sueño. Y el día siguiente no mejoró su ánimo. Acostumbrado a tropezar con el perrazo a todas horas, el vacío que había dejado tras su marcha se hacía aún más patente. Así que decidió volcarse en el trabajo. Habían cerrado al público el restaurante para descansar hasta el siete de enero. Así pues, mientras sus pinches de cocina se dedicaban a la limpieza a fondo antes de su merecida semana invernal de vacaciones y las dos señoras del pueblo que se encargaban de la limpieza del local hacían lo propio en el restaurante, Mike decidió aprovechar para actualizar el inventario de la cámara y la despensa.

Le intrigaba la ausencia de Max, llevaba desaparecido desde el alba. Cuando él despertó, ya se había marchado. Y durante la tarde anterior no dejó de hablar por el móvil. Mike sonrió, sospechaba que alguna sorpresa se traía entre manos.

Sobre las once de la mañana, miró el reloj al oír el motor de su coche. Se preguntó dónde habría estado desde tan temprano. En cuanto Max entró en la despensa con una caja de cartón en la mano, supo que en su interior hallaría la respuesta.

Max: No puedo envolverlo, y tampoco puedo tener tu regalo escondido hasta el día de Reyes así que…

Mike se acercó con una sonrisa de curiosidad, dispuesto a averiguar a qué venía tanto misterio. Cuando destapó las solapas de cartón, no supo si abrazarlo o darle una colleja.

Mike: Max, ¿por qué me haces esto?

Un cachorrito de apenas un mes lo miraba desde el fondo de la caja con la misma sorpresa que lo observaba él.

Max: Me había acostumbrado a los paseos a última hora de la tarde con Thor.

Mike se apresuró a coger entre las manos aquella bola de pelo color canela.

Mike: ¿Y esto se hace muy grande?

Max: Un poco -reconoció, evitando su mirada-. Es un labrador.

Mike: Joder, Max… -lo regañó imaginando cómo sería tenerlo allí con un año y la inquietud juguetona propia de la edad-. Además, para andar por el campo no nos hace falta un chucho.

Max: No quiero que parezcamos un par de jubilados de esos que hacen la «Ruta del colesterol» antes de cenar, carretera arriba y abajo. Además, sacar a Thor para que corriera se había convertido en una excusa para estar juntos.

Mike: Trabajamos juntos y vivimos juntos -rebatió-.

Max: Sí, pero rodeados de gente, de cámaras de televisión, de empleados y de clientes. Esos paseos se habían convertido en nuestro momento diario, solo para nosotros dos. Sin la obligación de pasear al perro, un día por otro lo iremos dejando…

Mike: ¿Y qué haremos con él cuando planeemos un viaje? -alegó, sin dejar de acariciar al cachorrito-.

Mike no estaba dispuesto a renunciar a ese placer ni por un perro ni por nadie, ya trabajaban bastante durante el año como para no darse el capricho de recorrer el mundo juntos durante el mes de febrero. Cuatro semanas durante las que cerraban el restaurante, paraban las grabaciones del programa de cocina y dejaban la bodega y el viñedo en manos del personal.

Max: Estoy seguro de que en el pueblo encontraremos a un montón de gente dispuesta a hacerse cargo de él cuando estemos fuera -adujo-.

Mike: Ya, pero… -cuestionó achuchando al pequeño labrador que le lamía la mano-.

Viendo que Mike se encariñaba con aquel bichito adorable, Max decidió rematar.

Max: Pero no voy a insistir si no estás convencido -dijo con un suspiro mentiroso-. Me lo llevaré de nuevo a la protectora, aunque ya sabemos que acabarán sacrificándolo si no encuentra a alguien que quiera adoptarlo -fingió alargando las manos-.

Mike apretó el cachorro contra su pecho e impidió que lo tocara.

Mike: ¡Eh, eh, eh! Nadie va a sacrificar a mi perro -sentenció tajante-. ¿Tiene ya nombre?

Max se obligó a no sonreír, sin arrepentirse ni un pelo por el teatro que acababa de hacer. El perrito pertenecía a la camada de una perra del pueblo y fue Zac quien, horas antes, lo llevó a casa de su dueño cuando Max acudió a él, como veterinario, en busca de consejo.

Max: Había pensado en Rock. ¿Qué te parece? Como aquellos caramelos que comprábamos en Brighton.

Mike suspiró con añoranza, al recordar sus tiempos universitarios en Inglaterra. Ese nombre le recordará siempre los días en que él y Max se conocieron y supieron que siempre serían el uno para el otro.

Mike: Rock, ¿te gusta tu nombre? -murmuró al perrito, que no dejaba de lamerle la mano-.

Max respiró con alivio. Ya era un hecho: el pequeño labrador se quedaba para siempre.

Max: Está claro que me enamoré de un hombre difícil -comentó, dada la sarta de artimañas que había tenido que utilizar para convencer a Mike-.

Mike: ¿Difícil? Si haces conmigo lo que quieres.

Max: ¿No lo haces tú conmigo?

Michael lo miró como un felino.

Mike: También.

Max rió por lo bajo y, aprovechando que estaban solos en la despensa, le rodeó la cintura con los brazos y le dijo al oído algunas de las cosas que quería hacer con él durante la hora siguiente.


Y esa misma noche, en el salón de la Casa Grande, junto a la chimenea, los padres de Jay charlaban con July, la madre de Scott. Aunque había abierto las puertas de su casona de la plaza para las fiestas, aprovechando que Scott y Ashley se alojaban con ella, se unió a la cena de Fin de Año multifamiliar organizada por Mike y por Max. En el sofá de enfrente, el abuelo Charles recibía una reprimenda de su nuera Mary por el pitillo de Celtas sin boquilla que se acababa de encender, mientras su hijo intentaba poner paz entre ambos, para variar. Ashley que también estaba sentada junto a los padres de Jay, dejó en el regazo de su madre a Rock, el nuevo cachorrito de Mike, y decidió ir a la cocina en busca de Scott y del resto de los de su edad.

Allí halló a su hermana Susan y a Jay, que compartían unas cervecitas antes de la cena con Michael, Maxim y Scott. Ashley le sonrió, pero fue poner el pie en la cocina y revolvérsele el estómago en cuanto le llegó a la nariz el aroma del cabrito que se asaba en el horno. Scott, al verla llevarse la mano a la boca para contener una arcada, corrió hacia ella.

Scott: Cariño, estas empezando a preocuparme -comentó, porque no era la primera vez que le ocurría en los últimos días-.

Susan observó a su hermana con interés, al escuchar aquello.

Susan: ¿Te ha pasado más veces? -preguntó, dejando la cerveza sobre la encimera-.

Ash: No es nada, he debido pillar un virus estomacal.

Susan: Sí, sí… -cuestionó mirándola con aire profesional de enfermera experta-. Lo que tú tienes es un virus de los que duran nueve meses.

*: ¿Qué? -preguntaron Max y Jay al unísono-.

Mike: Ostia, qué notición -saltó-.

El único que se quedó mudo y con la boca abierta fue el responsable de todo el alboroto, o sea, Scott Tisdale.

Ash: No digas tonterías. Mil veces he tenido retrasos y no… -alegó recordándole a su hermana la inestabilidad de sus ciclos hormonales-.

Susan se plantó ante ella y le palpó el pecho derecho sin miramiento ninguno.

Susan: A ver, ¿te duelen las tetas?

Ash: Susan, por favor -farfulló poniéndose roja ante las miradas curiosas de todos sus amigos-.

Scott: Sí le duelen.

Ash: ¡Scott! -protestó muerta de vergüenza ante aquella revelación en público de sus intimidades-. Esas cosas no se van contando…

Scott: Déjate de rollos que estamos en familia -rebatió-. Susan, ¿tú que dices?

Susan: Yo digo que… ¡enhorabuena, papichulo! Puede que me equivoque, pero pondría la mano en el fuego por asegurar que lo que tiene tu mujer es un embarazo de libro.

Scott sacudió las manos con un gesto tajante para que nadie se precipitara, preocupado por las ilusiones que Ashley pudiera hacerse al darlo todo por hecho.

Scott: No adelantemos acontecimientos. Tengo que conseguir un test de esos ahora mismo.

Ash: Pero Scott -lo detuvo-, vamos a cenar, nos comemos las uvas y mañana ya compraremos un Predictor.

Él negó tajante y miró su reloj.

Scott: A estas horas la farmacia estará cerrada -calculó-.

Mike: Ya te digo. A cal y canto -corroboró-.

Scott chasqueó la lengua, contrariado; era lógico que estuviese cerrada. Y más en una noche tan señalada.

Scott: ¿Dónde vive el farmacéutico? -preguntó mirando a Jay-.

Jay: No hace falta que lo busques porque estará pasando la Nochevieja en casa de sus suegros en Brandon.

Sott: ¿Y allí habrá farmacia de guardia?

Jay: Supongo, o al menos si suplicas mucho puede que te hagan el favor de abrirla.

Scott le dio un beso impetuoso a Ashley.

Scott: Me voy a Brandon, no tardo nada -anunció-.

Ash: Cariño, que la carretera debe estar llena de placas de hielo -protestó asustada-.

Mike: Yo te acompaño. Max, dame las llaves del Land Rover.

Max se tranquilizó al saber que al menos Mike tenía la cordura de moverse por aquella carretera con el resistente vehículo todoterreno que usaban en el viñedo.

Max: Están en el cajón de la entrada, con las demás -informó con su inconfundible acento francés-. Conduce con cuidado, por favor.

Como las chicas y Max no parecían dispuestas a impedir que se marcharan, Jay los detuvo antes de que abandonaran la cocina.

Jay: ¿Y la cena qué?

Mike giró la cabeza.

Mike: Apañaos como podáis. Vigilad que no se os queme el asado -le dijo a Jay; este se señaló el pecho con el dedo, perplejo de que lo dejara al mando cuando no sabía ni freír un huevo-. ¿Tú no eres la autoridad? Pues eso es justo lo que se necesita en una cocina, así que tú mandas.

Jay: ¿Yo?

Mike: Venga hombre, que os lo he dejado todo hecho -argumentó-. Solo tienes que pelar las patatas, cortarlas a cuadros y añadirlas al cabrito.

Jay: ¿Cuántas?

Mike: Una para cada uno o dos. Tú verás.

Jay: ¿De qué tamaño?

Mike: Coño, Jay, que esto no es las final de Master Chef. ¡Ni grandes ni pequeñas! -rebufó impaciente-. Media hora o tres cuartos con la carne y la sacáis. No dejes de vigilar el horno -lo instruyó; y dirigió una última mirada a su marido-. ¿Le echarás una mano, Max?

Max: Si se nos queman las paletillas, haremos unos bocadillos de jamón -bromeó-. Y tú no corras por esas carreteas que la cena puede esperar.

Mike le guiñó un ojo y siguió a Scott, que en ese momento les explicaba a los reunidos en torno a la chimenea el motivo de su marcha intempestiva.


Scott: Nena, te quiero… ¡Esto es increíble! -repetía sin despegar los ojos de la línea rosa del Predictor-.

Ash: Increíble no, mi amor -puntualizó con una risa nerviosa-. Hace tiempo que íbamos buscando precisamente esto.

Aún estaban encerrados en uno de los baños del piso de arriba, él sentado sobre la tapa del inodoro y Ashley en el regazo de Scott. Ella llevaba en la mano los dos test anteriores, porque el que el futuro padre no dejaba de contemplar como hipnotizado era el tercero. Porque Scott se empeñó en realizar tres veces la dichosa prueba, por miedo a que fallara la primera. Y luego por si la segunda venía con defecto de fábrica.

Scott: Joder…

Ash: ¡No digas palabrotas delante de nuestro hijo! -protestó-.

Los dos se echaron a reír a carcajadas de pura felicidad. No llevaban ni dos minutos «embarazados» y ya empezaban a comportarse como un par de idiotas. Pero les daba igual.

Scott: ¿Te das cuenta cómo va a cambiarnos la vida?

Ness: Es lo que queríamos, ¿no?

Scott: Sí, por supuesto -aceptó apoyando la frente en la de ella-. Y no veo mejor manera de empezar el año.

Ashley ladeó la cabeza y se aproximó a su boca.

Ash: Enhorabuena, tesoro.

Scott: Enhorabuena -susurró también antes de hacer lo que le pedía-.

Después de un largo y emocionado beso, Ashley se levantó de sus piernas y tiró de la mano de Scott para que él hiciera lo mismo.

Ash: Vamos con todos -pidió con una sonrisa-, porque como sigamos más rato encerrados, mi madre acabará enviando a los bomberos para que nos saquen de aquí. Seguro que Susan debe haberse ido de la lengua.

Sott: Trae -exigió arrebatándole de la mano el test de embarazo-. Durante nueve meses vas a ser la reina de la casa.

Ash: ¿No lo soy siempre?

Scott: La reina madre -especificó; Ashley se echó a reír-. Pero hoy y ahora, déjame disfrutar de mi minuto de gloria.

Ash: Ni se te ocurra sacar del baño estos cacharros empapados de pis -avisó-.

Scott: ¿Cómo que no? -la contradijo, con una mirada que no admitía discusión-.

Scott abrió la puerta y Ashley salió tras él, divertida en el fondo al verlo asomarse a la baranda de la escalera y llamar la atención de todos dando voces. Brazo en alto, exhibió los tres Predictor con gesto triunfal. Las dos futuras abuelas dieron sendos chillidos y el resto, animados por Mike, vitorearon su hombría como en los partidos de futbol.

**: Campeeoooón, campeeeeooooón… Oe, oe, oeeee…

Poco caso hizo nadie a Susan y a la madre de Jay, que exigían que se reconociera también el mérito de la parte femenina de la pareja.

Scott bajó las escaleras con su mujer de la mano, con una sonrisa orgullosa. Y Ashley también. Hubo abrazos y besos, que Mike se encargó de frenar para que no se eternizaran los parabienes a los futuros papás.

Mike: Todos a la mesa, que la cena se enfría -ordenó con un par de palmadas al aire-.

Max: Esto hay que celebrarlo con vino del mío.

El abuelo Charles le palmeó la espalda.

Charles: Ahí has estado acertado -convino, yendo con él hacia la mesa-. El vino es del que lo hace, no del que lo envasa.

Mike miró a su marido y al abuelo, sin decir ni sí ni no. Y fue hacia la cocina a sacar el cabrito del horno, convencido de que en aquella casa tanto daba. El enólogo estaba casado con el bodeguero, todo quedaba en familia.


**: No sé a qué vienen tantas prisas si aún falta una hora para que den las campanadas -comentó el padre de Susan y Ashley-.

Scott, con el corazón inquieto desde que sabía que iba a ser padre, parecía tener una necesidad imperiosa de salir de allí, de dar saltos o de echar a correr.

Mike: Tú lo que quieres es presumir delante de todo el pueblo -sugirió-.

La suegra del orgulloso futuro padre, y a su vez futura abuela de la criatura, salió en su defensa.

**: Scott tiene razón -confirmó-, ya teníamos que estar allí.

Susan: Con el frío que hace… -se estremeció-.

Mary: Es tradición tomar las uvas todos juntos en la plaza y este año no va a ser menos.

Tenía razón Mary, cada año se reunía prácticamente el pueblo entero, salvo los muy ancianos y los cobardicas que las escuchaban por la tele, para comer las doce uvas de la suerte al toque de las campanadas del reloj del Ayuntamiento.

**: Habrá que ir con cuidado con los coches -comentó el padre de Jay, pensando en las placas de hielo que se habrían formado en el asfalto-.

Como todos comenzaron a protestar por el engorro de ponerse a esas horas de la noche a colocar las cadenas. Michael notó la decepción de Mary, que ya debía imaginarse, en vista del panorama, tomando las uvas ese año en la Casa Grande sin poder besar y felicitar el año nuevo a vecinos y conocidos, con posterior bebida caliente o copilla en el mesón antes de retirarse cada pajarito a su nido.

Mike: Venga, menos excusas y todos para la plaza -decidió dando dos palmadas-.

Max: En el todoterreno no cabemos todos.

Mike: Decidido, pues. ¿No queréis poner las cadenas a los coches? No hay problema ninguno, que estamos en el campo. ¡Bien abrigados y todos al remolque del tractor!

El abuelo Charles soltó una carcajada. De jovencillo, en aquellos años en que poseer coche o moto era un lujo, él y los de su quinta solían viajar en la caja de un camión o en un remolque a los pueblos vecinos casi todos los domingos para ir al baile.

July: ¿No estarás hablando en serio? -dijo mirando a Mike sin creérselo del todo-.

Mike: ¡Pero si es sólo un kilómetro!

Pues sí, y tanto que lo decía. Y como a los jóvenes les pareció una idea muy divertida, los mayores por no hacer el feo se animaron también. Brindaron con una ronda de chupitos de orujo para entrar en calor y, diez minutos, después iban todos apiñados en el remolque del tractor y arrebujados en cazadoras, abrigos y bufandas. Las risas en cada bache lograron que a todos se les hiciera muy corto aquel viaje en el remolque de transportar la uva.

La llegada del tractor Fendt, último modelo, de la Casa Grande fue recibida con risas y silvidos, ya que Mike, fiel a su espíritu exhibicionista de estrella televisiva, no tuvo mejor idea que ir tocando la bocina desde la entrada del pueblo hasta la calle Mayor. Ya en la plaza, unas señoras de la Asociación de Amas de Casa que se encargaban de ello, entregaron a todos y cada uno un vaso de plástico con doce granos de uva del Vinalopó, que como cada año había encargado el dueño de la única tienda del pueblo.

Jay se quedó rezagado del grupo; cogió de la mano a Susan para que se mantuviera a su paso. Iba caviloso. Durante el rocambolesco viaje, la pareja fue el blanco de las bromas de todos.

Scott: Eso es que no le pones interés -lo picó ganándose con ello un semiamistoso puñetazo y una mirada mortal-.

Unas palabras que a Jay le tocaron la moral y despertaron en él una idea que aún no había comentado con Susan. Planes de futuro que le rondaban la cabeza desde hacía un mes, más o menos.

Susan le apretó la mano enguantada, extrañada de que la obligara a quedarse tan atrás. Como si tuviera algo que decirle que no quería que escuchase el resto.

Él la miró estudiando sus ojos curiosos.

Jay: Tu hermana y Scott llevan casados menos tiempo que nosotros y nos han tomado la delantera.

Ella enarcó las cejas y sonrió sorprendida y contenta, ante la propuesta solapada que encerraban las palabras de Jay.

Susan: ¿No querías que ver mundo?

Jay: También se puede viajar con niños -sugirió con una sonrisa tímida que enterneció a Susan-. He visto en internet unos carritos todoterreno con ruedas alucinantes, y unas mochilas portabebés que son una pasada…

Ella se puso de puntillas, le cogió el anorak con ambas manos por la cremallera entreabierta, escondió el rostro en su cuello y se echó a reír entre beso y beso. Luego alzó el rostro y lo miró a los ojos.

Susan: ¿Estás seguro?

Jay: Completamente, ¿a ti te apetece?

Susan: ¡Sí!

Los dos sabían que tomaba anticonceptivos y debía dejarlos antes de lanzarse a la tarea de encargar un bebé, pero a Susan le parecía una idea magnífica empezar con los entrenamientos previos.

Susan: La técnica se nos da muy bien, ahora es cuestión de practicar mucho -añadió para provocarlo-.

Jay cogió el vaso de plástico lleno de uva que llevaba Susan en la mano y por la base los sujetó junto al suyo.

Jay: ¿Nos vamos a casa? -sugirió-.

Susan: ¿Ahora? Nos van a echar de menos -objetó, señalando con el rostro hacia la plaza donde ya se congregaba la gente-.

Jay observó los corrillos. Luego la miró a ella y esbozó una lenta sonrisa al tiempo que se inclinaba para besarle el lóbulo de la oreja.

Jay: Este año voy a comerme las doce uvas sobre tu cuerpo.

Susan: ¿Y yo? -preguntó, riendo porque le hacía cosquillas-.

Jay: Tú me comes a mí en doce etapas. Te dejo que elijas por donde quieres empezar.


Después de cenar, el sargento Hudgens presumió de mujeres de camino a la plaza del pueblo, con la mujer y la hija cada una agarrada de cada brazo.

Brad: Hay que ver qué frío hace aquí. Tengo las orejas heladas -comentó estremeciéndose-.

Emma: Ya te he dicho que te pusieras el gorro de lana -le recordó su paciente esposa-.

Él farfulló algo feo por lo bajo y ella lo miró de reojo. Antes prefería que se le congelaran las orejas que cubrirse la cabeza como un viejales. En cambio, ella no tuvo reparos en liarse el fular de lana cubriéndose hasta el cuello y bien calentita que iba.

Ness: Estamos en invierno, papá. ¿Qué esperabas? Además, no podemos quejarnos que solo estamos a dos grados bajo cero. Hace una noche estupenda, para lo que podría ser.

Brad: En eso te doy la razón -aceptó-. Por lo que me han dicho, otros años por esas fechas el termómetro ha llegado a marcar los quince por debajo de cero.

Vanessa se soltó del brazo de su padre.

Ness: Yo me marcho -anunció un tanto apurada, por dejarlos solos y porque no le apetecía dar explicaciones-. Tengo una cita.

Emma: Que calladito te lo tenías -comentó con una sonrisa sibilina-.

Bra: No te preocupes, hija -dijo echándole un cable-. Nosotros vamos a tomarnos las uvas con ese matrimonio de allá tan simpático -señaló con la cabeza hacia el frente-.

Vanessa se dio la vuelta para ver a quién señalaba su padre y vio al otro extremo de la plaza a los padres de Zac. Tom llevaba a Sarah al brazo que los saludaba con la manita. Jessica también estaba al lado de su abuela, distraída contando los granos de uva de su vaso. Vanessa y sus padres los saludaron con la mano; Tom y Mona correspondieron agitando las manos.

Emma: Los hemos conocido esta tarde en el mesón. Son personas formidables, ¿sabes que nos han invitado mañana a comer? A ti también -avisó con una mirada significativa-.

Brad: Se han presentado como tus futuros suegros -agregó mirándola a los ojos-.

Ness: Que no corran tanto.

Emma: Hay que ver qué niñas más guapas -comentó fingiendo no oír el comentario pesimista de su hija-. ¡Ay, míralas qué lindas! La pequeñita es para comérsela.

Vanessa notó que su padre le tomaba la barbilla con la mano y lo miró a los ojos buscando en él la seguridad que le infundía su inmenso cariño.

Brad: Venga, venga… Problemas los justos, hija mía -aconsejó-. Que me enfadaré si no te veo empezar el año con una sonrisa.

Ella le dio un beso en la mejilla y otros dos a su madre, agradecida de tenerlos allí. La mudanza inesperada, de repente, la hacía muy feliz. Se metió las manos en los bolsillos del anorak y se quedó contemplando cómo sus padres cruzaban la plaza llena de gente.


El móvil le vibró en el bolsillo del anorak. Con miedo comprobó a ver si se trataba de un whatsapp. No quería ni imaginar… Como fuera Zac cancelando la cita por culpa de una urgencia veterinaria, iba a maldecir a grito pelado a la inoportuna yegua por parir justo ese día o a la vaca con meteorismo o… Se quitó el guante y respiró tranquila cuando vio que se trataba de un tweet. Apretó los labios con una burbujita de envidia en el pecho al ver la foto que Brittany acababa de twittear desde Los Ángeles. Su compañera había vuelto a casa unos días de permiso y Drew la había acompañado a California para recibir juntos el Año Nuevo. Se alegró mucho por ella. Por los dos.

Con mi @drewman, esperando las campanadas #felizcomounaperdiz

Seis palabras y un hashtag acompañaban la imagen de ellos dos besándose, abrigados con bufanda y gorro. Mientras guardaba el teléfono y volvía a calarse el guante de lana, Vanessa pensó en la tonelada de felicidad que irradiaba una simple fotografía compartida en un tweet.

Se sobresaltó cuando un par de manos enormes y frías como el hielo le taparon los ojos desde atrás. Aprovechando que él no le veía la cara, sonrió contenta. Le tomó las manos con las suyas enguantadas y lo obligó a meterlas en los bolsillos de su propio anorak para calentárselas.

Ness: Las tienes heladas -comentó girando la cara hacia él-.

Zac le dio un beso en el pómulo y apoyó la barbilla en su cabeza.

Zac: Estoy tan nervioso que se me han olvidado los guantes -confesó con una naturalidad conmovedora-.

A Vanessa casi se le saltan las lágrimas ante aquella muestra de intimidad. Zac no era los que admitían sus debilidades delante de nadie, que lo hiciera con ella era la prueba de cuánto significaba para él.

Ness: ¿Yo te pongo nervioso?

Lo oyó reír por lo bajo.

Zac: Tú no -aclaró, dándole un beso en el pelo-. Toda esta situación… Lo que está a punto de pasar.

Ness: Ha sido idea tuya.

Zac: Ya lo sé -farfulló-. Pero todo esto me pone cardiaco. Si te sucediera algo malo, no podría soportarlo. No quiero volver…

Ness: No me va a pasar nada -lo frenó-.

Él apretó los párpados y le dio un nuevo beso en la cabeza.

Zac: ¿Eres adivina?

Durante semanas se había repetido mil veces o más que el temor a lo incierto era una estupidez que le consumía la vida. Aún así, necesitaba escuchar un empujón de ánimo de los labios de ella.

Y ella adivinó lo que le estaba pidiendo. Se dio la vuelta y Zac la rodeó con los brazos. Vanessa utilizó las palabras de él para alejar sus temores.

Ness: Lo que está apunto de pasar y lo que venga de ahora en adelante va a ser todo bueno.

Zac: ¿Seguro?

Vanessa encogió los hombros, en un gesto con el que mostraba su natural aceptación de lo que significa asumir la vida tal como viene. Esa era su actitud: no preocuparse más de la cuenta, porque para ella, hacerlo con miedo significaba vivir a medias.

Ness: La vida está llena de riesgos, Zac -enunció tal como lo sentía-. No niego que en mi profesión quizá más. Y por eso mismo no puedo asegurarte un futuro tranquilo, pero sí puedo prometerte que haré todo lo posible por tener cuidado para que no me ocurra nada malo. ¿Me dejas envejecer contigo?

Zac le regaló por fin una sonrisa plena de confianza.

Zac: ¿Me prometes que habrá lencería en ese futuro?

Vanessa no pudo evitar echarse a reír.

Ness: También lo prometo.

Él la premió dándole un beso en la nariz.

Zac: Muy bien -aceptó llenando los pulmones de aire-. Entonces yo te prometo que te querré toda la vida -hizo una pausa, mientras contemplaba el brillo de sus iris marrón chocolate-. Así que tienes que casarte conmigo.

Vanessa abrió los ojos tanto como la boca. El carillón del reloj empezó a dar los cuartos que anunciaban las doce campanadas. Entonces se percató de que ni Zac ni ella se habían preocupado de las uvas que habían ido repartiendo aquellas señoras. Aunque en ese momento lo último que le importaba eran las doce uvas de la suerte.

Ness: ¿Ya? ¿Sin pensarlo? -alegó por toda respuesta-.

Sonó la primera campanada. Ella miró hacia el reloj del Ayuntamiento y volvió a mirar a Zac justo cuando sonaba la segunda.

Zac: Tú misma acabas de decirlo -dijo mientras sonaba la tercera-. La vida está llena de riesgos. Yo sé que eres la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida y quiero creer que tú piensas lo mismo con respecto a mí -mientras lo decía sonaron la cuarta y la quinta-. Dame la mano y lancémonos a la piscina por la parte honda. Sin miedo. -Sonó la sexta campanada y Vanessa permanecía callada y aturdida-. Ahora o nunca -la apremió. El reloj dio el séptimo toque-. Te doy el tiempo que duren las campanadas. Antes de que suene la última quiero tu decisión -sonó la ocho; y decidió arriesgarse-. Nunca más te lo volveré a preguntar. -Dejó que sonara la novena campanada. Tragó saliva cuando sonó la décima porque solo faltaban dos y él seguía sin oír lo que más deseaba en el mundo-. Vanessa -suplicó con la mirada y con el corazón mientras sonaba la número once-. Cásate conmig…

Pero no pudo terminar, porque ella se alzó de puntillas y selló su boca con la suya. Zac entreabrió los labios y profundizó el beso con un ansia posesiva. En la plaza comenzó el griterío, todos se felicitaban el año nuevo. Los que estaban en los balcones echaron puñados de confeti, los niños lanzaban serpentinas al aire y hacían sonar las trompetillas del cotillón. Pero Zac y Vanessa ni las oían, seguían abrazados y unidos por ese beso que no olvidarían por muchos años que pasaran, con el que ella le dio sin palabras la única respuesta que él quería escuchar.




¡Qué bonito!
Vanessa se lo quería poner difícil pero no aguantó 😆

Tenemos capítulo especial en un día especial, porque hoy soy un año más vieja 😜

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Que buen capítulo!!!!!
Amo esta novela es muy linda
Ya quiero leer el próximo capítulo
Síguelo pronto!!!!


MUCHAS FELICIDADES!!!!!!!!
capítulo especial para alguien especial
Espero y te la hayas pasado muy bien
Con tus amigos y familia
Te mereces lo mejor de lo mejor
Felicidades!!!!

Lu dijo...

Me encanto el capitulo!!
Quiero saber como sigue esta nove.


Mucha felicidades! Espero que hayas pasado muy lindo tu dia.

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