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martes, 2 de agosto de 2016

Capítulo 11


Aunque la medianoche trajo por fin consigo el año nuevo, Zac no logró deshacerse de los últimos rezagados hasta casi las tres de la madrugada.

Cerró la puerta, se volvió hacia Vanessa.
 
Zac: No hay nadie traspuesto por ahí, ¿verdad? ¿Ese era el último de los últimos?
 
Ella le hizo una seña para que esperara, se asomó a la ventana y vio los faros iluminar el caminito de salida.
 
Ness: Y así le damos las buenas noches al último conductor con su cargamento. Creo que estamos por fin solos. Uf -se apartó de la ventana-. El mejor indicio de que una fiesta es buena es que la gente no se quiere ir. También es el inconveniente.
 
Zac: Entonces podemos decir con toda seguridad que la fiesta ha salido bien. Planificada y ejecutada en poco más de una semana.
 
Ness: No creas que eso te convierte en don Espontaneidad, pero buen trabajo.
 
Zac: Tú has preparado casi toda la comida.
 
Ness: Cierto. -Volvió la mano y se dio a sí misma una palmadita en la espalda-. Bueno… ¿te apetece un café? Queda recién hecho. Y así hacemos el análisis posfiesta.
 
Zac: Sí. Pero cuando desayunemos.
 
Ella le sonrió.
 
Ness: Precisamente lo que yo estaba pensando.
 
Él le tendió la mano, le cogió la suya y los dos recorrieron juntos la casa, apagando luces.
 
Zac: No me siento raro -decidió-.
 
Ness: Todavía no.
 
De la mano, subieron las escaleras.
 
Zac: De todas formas, yo ya te he visto desnuda.
 
Ness: Con cinco años, no cuenta.
 
Zac: Más bien tenías trece. Sí, unos trece.
 
Ella se detuvo a la puerta del dormitorio.
 
Ness: ¿Y cómo es eso de que me viste desnuda cuando tenía trece años?
 
Zac: ¿Recuerdas ese verano que alquilamos entre todos esa casa de Pensilvania durante un par de semanas? ¿En Laurel Highlands, en el lago?
 
Ness: Sí.

El verano después de que su madre los abandonara. Lo recordaba bien.
 
Zac: Te escapaste de la casa unas cuantas veces, de noche, para bañarte desnuda.
 
Ness: Eh… sí. ¿Me estabas espiando?
 
Zac: No tengo la culpa de estar, casualmente, sentado en la ventana, contemplando las estrellas con aquel pequeño telescopio que tenía cuando hiciste tu striptease.
 
Ness: ¿Telescopio?
 
Zac: Sí. Cobraba a David y a Alex un pavo por minuto por usarlo. -Qué recuerdo-. Si la memoria no me falla, me saqué como unos veintiocho dólares.
 
Ness: Les cobrabas por minuto para que todos pudieran espiarme.
 
Zac: «Espiar» suena muy fuerte. Digamos «observar».
 
Ness: Menudo negocio.
 
Zac: Se me dan bien los negocios. Además, fue bonito. La luz de la luna, el agua. Entonces llevabas el pelo muy largo. -Se lo acarició-. ¿Qué color es este?
 
Ness: Castaño claro, y no cambies de tema.
 
Zac: Fue romántico, aunque entonces no me di cuenta. Entonces era un «uau, chica desnuda». Así son las cosas cuando uno es adolescente.
 
La mente de Vanessa se trasladó a aquellas dos semanas calurosas en el lago.
 
Ness: Esa semana me compraste un helado. Dos veces.
 
Zac: Igual me sentía algo culpable y creía que te merecías parte de mis ganancias.
 
Ness: Y yo que creía que te hacía tilín.
 
Zac: Me hacías tilín. Te había visto desnuda. Hasta te iba a llevar al cine.
 
Ness: No me digas. ¿En serio?
 
Zac: Luego empezaste a hablar de Jason Allen, ¿lo recuerdas?, y a decirme que ibais a salir a comer pizza cuando volviéramos. Me eché atrás.

Vanessa recordó que había estado un poquito colgada de Jason Allen, aunque no conseguía recordar su cara en ese momento.
 
Ness: Sí, fui a tomar pizza con Jason, y con otros quince niños. Era el cumpleaños de alguien. Ni siquiera recuerdo de quién. Hice que pareciera una cita porque así es como somos las adolescentes.
 
Zac: Perdiste tu oportunidad.
 
Ness: Hasta ahora.
 
Zac: Hasta ahora.

Le cogió la cara con las manos, posó sus labios en los de ella.

Despacio y suave, no impetuosa o precipitadamente como podría haber sido entre ellos en cualquier otro momento. Relajada, se dejó llevar, sin nervios, sin dudas. Cuando Zac le acarició los hombros, los lados de los pechos, la emoción le provocó un pulso firme, fuerte, intenso.

Como si bailaran, dieron un rodeo hasta la cama.
 
Zac: Estoy deseando volver a verte desnuda.
 
Los labios de ella, aún pegados a los de él, se curvaron.
 
Ness: Te va a costar veintiocho dólares.
 
Notó que él se reía a carcajadas mientras le bajaba la cremallera del vestido.
 
Zac: Más que merecidos, hasta el último centavo.
 
Ness: Más vale que te asegures -dijo, y se deshizo del vestido contoneándose-.
 
Salió de él, lo recogió y lo tiró a una silla.

Zac ni siquiera se dio cuenta de que el vestido se había resbalado del brazo de la silla y se había caído al suelo.
 
Zac: Creo que se me ha parado el corazón. Mírate.
 
Y, por un momento, le pareció a ella, la miró como si no la hubiera visto antes. Luego sus ojos volvieron de nuevo a encontrarse con los de ella, y se produjo ese clic, esa conexión, y la reconoció antes de volver a atraerla hacia él.

Y la sensación de esas manos en su piel, calor contra calor, le produjo a Vanessa un escalofrío detrás de otro.

Subió las suyas, empezó a desabrocharle la camisa sin dejar de besarlo.

Era Zac, alto y guapo. Notó los latidos de su corazón, acelerados bajo el tacto de sus dedos, de sus palmas. Su Zac, porque, de algún modo, siempre había sido su Zac, cuyo corazón latía en sus manos.

Y luego vino lo nuevo.

Se tumbó en la cama con ella, con Vanessa, con esa Vanessa de curvas compactas. Pelo brillante, ojos brillantes, piel suave, morena como los rayos del sol. Las sensaciones se agolparon en su interior: su aroma, su sabor, el rumor de las sábanas mientras ella se movía con él. Todo en ella era tan familiar y, de algún modo, tan inesperado.

Entrelazó los dedos con los de ella, pegó la cara a su pecho. Suave, perfumado, terso.

Con aquel zumbido en la garganta, se arqueó hacia él, consintió en la invitación. Los labios de él acariciaron la curva que rebosaba el borde de encaje, luego su lengua se deslizó por debajo y ella apretó los dedos.

Zac se encaramó sobre ella, centro con centro, y de nuevo ella se alzó hacia él mientras la besaba, mientras la saboreaba hasta que los dedos de ella se relajaron.

Él le soltó las manos para poder acariciarla, rozarle la piel, la seda, el encaje, embelesado por la sorpresa, por cada nuevo descubrimiento.

Besuqueándole el cuello, le soltó el cierre del sujetador y, volviendo a entrelazar sus dedos con los de ella, se acercó a besarle el pecho.

A fondo. Debió haber supuesto que sería exhaustivo, con sus labios, deslizando las manos por su piel.

Le incendiaba el cuerpo con aquella atención detenida, concentrada con aquella paciencia infinita que le era tan característica.

La corriente sanguínea se le aceleró a Vanessa, poniéndole el pulso al galope, mientras él, con sus caricias, le producía un placer dulce y embriagador. Se le entrecortó la respiración, se alzó, se abrió, hasta que dejó de haber restricciones, barreras.

Solo Zac.

Vanessa lo llenó, lo rodeó de lo que era, de lo que le ofrecía. Sin límites, se dijo él, esa energía, esa respuesta inmediata, esa exigencia inmediata. Con ella todo era fresco, nuevo, pero maravillosamente familiar.

Contuvo el aire, lo soltó con un gemido cuando él se introdujo despacio en ella, cuando él, a su vez, la llenó también.

Una vez más, a Zac le pareció que se le paraba el corazón, atónito, sin aliento por un instante. Se mantuvo allí, mirándola desde arriba como maravillado.

Vanessa se alzó, se colgó del cuello de él, le enroscó las piernas en la cintura. Echó la cabeza hacia atrás, y la de él se derrumbó sobre los hombros de ella.

Lo hicieron despacio, con tranquilidad. Ella empezó a moverse, resbaladiza como una bala, rápida como el rayo, y lo llevó, más allá de ese instante de admiración, hasta el placer, el deseo, la avaricia.

Ella dejó de lado la cordura, temeraria y ambiciosa, para anclarse a él, tomando con el mismo ardor con que daba. Ya al borde desesperado del clímax, se acurrucó en él al tiempo que aquella intensa sensación le recorría el cuerpo entero, y por fin, por fin, la catapultaba al orgasmo.

Más que tumbarse, se desplomaron en la cama. Allí, desparramados juntos, ambos intentaron recobrar el aliento.
 
Zac: ¿Por qué? -consiguió decir, concentrado en volver a respirar-.
 
Ness: ¿Por qué?
 
Con los ojos cerrados, ella levantó un dedo para que esperara otro minuto.
 
Zac: ¿Por qué -repitió- no hemos hecho esto antes?
 
Ness: Buena pregunta, sí señor. La verdad es que se nos da muy bien.
 
Zac: Dios bendito.
 
Con una carcajada sibilante, ella le dio una palmada en el culo.
 
Ness: Sabía que a ti se te daría bien. Eres el hombre de los detalles. Y te agradezco muchísimo que no se te haya escapado ni uno.
 
Zac: De nada, gracias a ti. Por cierto, llevas una flor tatuada en el culo.
 
Ness: No es una flor cualquiera. Es un cardo, un símbolo tradicional de Escocia. Orgullo patrio. Y lo llevo en el culo porque sabía que ese sería el único sitio donde mi padre no me lo vería y no me montaría un pollo.
 
Zac: Buena idea. Me gusta.
 
Satisfecha, cerró los ojos.
 
Ness: Debería estar exhausta.
 
Zac: ¿No lo estás? Aún no he terminado el trabajo.
 
Ness: Huy, sí que lo has terminado. Me refería a que deben de ser casi las cuatro, después de un día larguísimo. Debería estar agotada. En cambio, me siento bien, relajada y soñolienta.
 
Él se acurrucó junto a ella, los cubrió a los dos con el edredón.
 
Zac: Mañana no trabajas.
 
Ness: No trabajo. -Con la nariz pegada a la de él, sonrió-. Alabado sea el Señor.
 
Zac: ¿Por qué no dormimos una siesta, por así decirlo, y luego vemos si hemos pasado por alto algún detalle en la primera ronda?
 
Ness: Una idea estupenda. -Se acurrucó más junto a él, abrió los ojos un momentito para mirarlo-. Feliz Año Nuevo.
 
Zac: Feliz Año Nuevo.
 
Cerrando los ojos de nuevo, se dejó invadir por el sopor. Su último pensamiento fue que su amigo ahora era su amante. Y se alegraba de eso.
 
 
Zac reconoció aquel silencio, esa quietud absoluta que solo podía significar una cosa.

Abrió los ojos, parpadeó y vio cómo, al otro lado de la ventana, se amontonaba la nieve suave y blanquísima. Tengo que sacar el quitanieves, se dijo… pero más tarde. Se dio la vuelta con la intención de despertar a Vanessa de un modo que a ella le gustaría, pero encontró la cama vacía.

¿Dónde se había metido?

Se levantó a regañadientes, asomó la cabeza por la puerta abierta del baño. Divisó el cepillo de dientes de Vanessa apoyado en el canto del lavabo, lo meditó mientras se acercaba a la cómoda a por unos pantalones de franela.

Olió a café, ¡y a beicon!, al bajar las escaleras.

Una banda militar desfilaba marcial en la tele de la cocina. Un manto de nieve cubría el patio al otro lado de las puertas. Y Vanessa, de pie delante de la encimera, picaba pimientos.

Llevaba un delantal blanco sobre una bata de cuadros azules, el pelo recogido con una pinza, los pies
descalzos. Zac la recordó con la ropa que llevaba por la noche, ese vestido tan sexy, con la ropa interior aún más sexy de después. Pero entendió que casi siempre se la imaginaba así: con delantal, en la cocina.
 
Zac: ¿Qué tenemos para desayunar?
 
Ella alzó la vista, lo miró, sonrió.
 
Ness: Estás despierto.
 
Zac: A medias. ¿Por qué tú sí?
 
Ness: Porque son casi las once, nieva y me muero de hambre.
 
Zac: ¿Las once? -Miró ceñudo el reloj del horno-. No recuerdo la última vez que me desperté tan tarde. Supongo que da igual. -Señaló la nieve-. Hoy no hay cole.
 
Ness: ¡Yupi!
 
Acercándose a ella, la obligó a volverse, la atrajo hacia sí para besarla.
 
Zac: Buenos días.
 
Ness: Buenos días -se recostó en él un instante-. Qué silencio. En el pueblo, aun cuando está tranquilo, siempre se oye ruido. Aquí, con la nieve, parece que el mundo se haya apagado.
 
La giró de nuevo para que los dos estuvieran de cara a las puertas de cristal.
 
Zac: Mira.
 
Por un risco escondido tras los árboles forrados de nieve, deambulaba silencioso como un fantasma un trío de ciervos.
 
Ness: Ay, qué bonitos son. Apuesto a que ves ciervos a todas horas.
 
Zac: Muchos.
 
Ness: A los niños les encantará cuando se muden a la casa nueva. A ti te encantaba. Os recuerdo a los tres corriendo como locos por el bosque cuando éramos niños.
 
Zac: Buenos tiempos. -Inclinándose, le besó la coronilla-. Estos también lo son. ¿Qué estás preparando?
 
Ness: Tenías unos restos de la cena de anoche. Lo llamamos tortilla de ropa vieja.
 
Zac: Suena de miedo. No hacía falta que hicieras nada.
 
Ness: Comida, cocina… -Hizo un gesto de impotencia con las manos-. No puedo resistirme a hacer de cocinera. Tienes unos utensilios fantásticos, y sé que no los usas casi nunca.

Zac: Pero los tengo ahí por si los necesito.
 
Ness: Cierto. Podría echar un puñado de esto en una cazuela… la gente nunca come tantas crudités como piensa. Sería una pena que se echaran a perder. Puedo hacer sopa.
 
Zac: ¿Día de nieve, sopa casera? -¿Significaba eso que Vanessa tenía pensado quedarse un poco?-. ¿Quién se puede oponer? -Se acercó a la cafetera a servirse-. Voy a tener que salir dentro de poco a quitar la nieve.
 
Ness: Supongo que sí, pero qué pena. Me gusta tener la sensación de que estoy atrapada por la nieve y tan a gusto. Bueno, un hombre a punto de ponerse a quitar nieve necesita un desayuno de campeones. -Mientras ella cocinaba, él guardó los platos y disfrutó de aquel ritmo sereno-. Igual que la segunda parte de nuestra juerga posfiesta -añadió-. Por cierto, ¿has oído lo de Jim y Karyn?
 
Zac: He oído que Jim está en Pittsburgh y que Karyn no quería venir sin él.
 
Ness: No estás bien informado -cuajó las tortillas-. Jim está en Pittsburgh con su madre porque Karyn lo ha echado de casa.
 
Zac: ¿Qué? ¿Por qué?
 
Ness: Porque se ha enterado de que Jim tenía un lío con la madre del mejor amigo de su hijo mayor.
 
Zac: ¿Jim? Venga ya, no puede ser.
 
Ness: Sí puede ser, y lleva siendo casi dos años según mis fuentes.

Emplató las tortillas, añadió beicon y tostadas y le pasó un plato a Zac.
 
Zac: Pero si… parecían tan unidos…
 
Ness: Bueno… -Cogiendo su plato, se sentó con él a la barra de desayuno-. Karyn viene a la pizzería con los niños, y sin él más a menudo que con él; además, la vi en el Sam’s Club justo antes de Navidad, cuando yo iba a por víveres. Parecía estresada, apenas habló conmigo. Entonces pensé que era el agobio navideño propio de una mujer con tres niños, pero ahora… Se encontró las bragas de la otra en la cama.
 
Zac: Joder. Eso está fatal, es una grosería, una falta de tacto y una estupidez.
 
Ness: Puede que esa puerca de su amante, que ya está separada de su marido, las dejara ahí a propósito. El caso es que eso ha sido la gota que ha colmado el vaso. Lo ha echado y ya se ha buscado un abogado.
 
Zac: Te diría que bien hecho, pero no me parece la frase adecuada. Me cuesta creer que Jim haya hecho algo así. Llevan casados… ¿cuánto, como diez años?
 
Ness: Algo así, supongo, pero los dos últimos, por lo menos, él le ha estado poniendo los cuernos. No tiene excusa. Si no eres feliz, o lo arreglas o cortas del todo. Además, teniendo en cuenta que se ha ido a Pittsburgh con su madre, mucho no le debe de importar la zorra esa.
 
Perplejo con su lógica, cogió la tostada que le había untado de mantequilla.
 
Zac: ¿Por qué dices eso?
 
Ness: Porque, si fueran en serio, se habría largado a casa de la guarra. Se ha cargado su familia, arruinado su matrimonio, su reputación, por no hablar de lo que les dolerá esto a esos niños. Todo por una desconocida. Espero que Karyn lo despelleje. ¿No dices nada? -dijo después de un breve silencio-.
 
Zac: Supongo que uno nunca sabe lo que pasa entre dos personas, o en una familia, pero sí, por todo lo que tú me has contado, que lo despelleje parece lo más oportuno. Jim me cae bien. Me llamó hace un par de semanas porque quería renovar el baño del dormitorio principal. En teoría, tenía que ir a echarle un vistazo después de vacaciones.
 
Vanessa sacudió una loncha de beicon.
 
Ness: Quiere remodelar el baño y se está follando a su zorra en la cama de su mujer. Ni va en serio con esa guarra, ni siente ningún respeto por su mujer y sus hijos.
 
Zac: Ningún respeto, de acuerdo. Pero a lo mejor su lío no es una zorra.
 
Ness: Por favor… -Se metió un trozo de tortilla en la boca-. Aún estaba casada cuando se lió con él por primera vez, y me han dicho que no es, o era, su primer vaquero.
 
Zac: ¿Cómo sabe la gente esas cosas? ¿Quién es ella, de todas formas?
 
Ness: No la conozco. Por lo visto, vive en Sharpsburg, trabaja en una aseguradora. Tiene un nombre raro… y no hagas comentarios jocosos sobre el mío -añadió-. Harmony, un pelín inoportuno.
 
Zac: Ah.
 
Ness: ¿Ah?
 
Zac: Conozco a una Harmony de una aseguradora. Esta tortilla está buenísima.
 
Ness: ¡Ajá!
 
Zac: ¿Ajá?
 
Ness: Cambias de tema, te revuelves en el asiento -le dijo mirándolo a los ojos y amenazándolo con un dedo-. Indicio fijo de culpa y/o evasiva. ¿Has salido con ella?
 
Zac: ¡No! Está casada… o estaba casada. Además, no es mi tipo. Digamos que he hablado con ella alguna vez por cosas de seguros. Y puede que se me haya insinuado.
 
Ness: Zorra. -Agitando un dedo, hizo como si anotara en un marcador-. Las calo enseguida.
 
Zac: Debo admitir que las primeras insinuaciones me las hizo cuando aún llevaba el anillo de casada.
 
Ness: ¡Zorra! ¿Qué aspecto tiene? Cuéntamelo todo.
 
Zac: No sabría decirte. Rubia.
 
Ness: De bote.
 
Zac paseó la vista por el pelo revuelto y recogido con una pinza de Vanessa.
 
Zac: Me veo obligado a señalar que no estás en condiciones de despreciar a nadie por cambiar de color de pelo.
 
Ness: En eso tienes razón. Aun así. ¿Es guapa?
 
Zac: Imagino. No es mi tipo -repitió-. Es… obvia, sería la palabra. Se le da bien su trabajo, en lo que a mí respecta. Eso es lo único que me interesa… me interesaba… me sigue interesando. ¿Cuándo lo ha echado?
 
Ness: Al día siguiente de Navidad. Karyn se enteró la semana anterior, pero lo dejó quedarse para que los niños tuvieran una última Navidad en familia. ¿Por qué?
 
Zac: Tuve que pasarme por la aseguradora hace un par de días a firmar unas cosas. No me pareció disgustada. Y… se me volvió a insinuar.
 
Sus brillantes ojos marrones se oscurecieron.
 
Ness: Zorra, putita asquerosa sin conciencia. Destroza un matrimonio y pasa página, a por el siguiente capullo. Eso es lo que hacía mi madre. -Zac no dijo nada, se limitó a poner una mano encima de la de ella-. Probablemente por eso tengo tolerancia cero a las guarronas y a los cuernos. -Encogiéndose de hombros, se levantó para llevar de nuevo las tazas a la cafetera-. Para contrarrestar la ruptura de Karyn y Jim, ¿sabías que Beth y Garret se van a casar?
 
Zac: Sí, ella iba luciendo el anillo de pedida por ahí anoche. Parecen felices.
 
Ness: Lo son, y a Beth no le brillaba solo el anillo; está de ocho semanas.
 
Zac: ¿Qué? ¿Cómo es que yo no me he enterado de estas cosas?
 
Ness: Por pasar demasiado tiempo con hombres que no tienen cotilleos que contar. Ellos están contentos con el bebé. Ya llevan juntos casi dos años y, por lo visto, el bebé les ha hecho pensar en hacerlo oficial. Estuve hablando con Beth de la posibilidad de celebrar la boda en el hotel.
 
Zac: En el hotel.
 
Ness: Claire y Alex se casan la próxima primavera. Esto nos serviría de ensayo. Quieren algo familiar, y pronto. Estaban pensando en casarse por lo civil, pero las madres de ambos se morían de pena -añadió mientras volvía con otro café para cada uno-. Cuando le propuse lo del hotel, se puso contentísima. No sabía que se podía hacer.
 
Zac: Yo tampoco.
 
Ness: Depende de vosotros, claro, pero por Ashley vale. Yo podría hacer el catering, sin problema. Mountainside podría ocuparse de las flores. Solo quieren amigos íntimos y familia próxima. Unos veinticinco o treinta. Ya tenéis reservas para San Valentín, pero el fin de semana de después no hay nada, de momento.
 
Zac: ¿El mes que viene? -Tuvo que tragarse el café-. Eso es dentro de nada.
 
Ness: Como te dije ayer, una fiesta espontánea, casi, no te hace don Espontaneidad. Tranquilo. Tú no tendrías que hacer nada. Beth quiere poder vestirse de novia antes de que se le empiece a notar, por eso no quieren esperar. Ya habían hablado de alojarse allí la noche de bodas, y esto sería como comprarlo todo en la misma tienda.
 
Zac: ¿Cuánto cobramos por la organización de bodas?
 
Ella le sonrió.
 
Ness: Ya decidiréis Ashley y tú. Yo les haría un descuento, por ser los primeros y eso. Si jugáis bien vuestras cartas, los invitados reservarán todas las habitaciones la noche de antes y la del evento.
 
Buen negocio, se dijo él. Vanessa sabía ver una oportunidad.
 
Zac: Hablaré con Ashley mañana. Tu cabeza nunca para, Vanessa.
 
Ness: Lo sé. Ahora mismo está pensando en que deberíamos acabarnos este café ya. Tú sales a quitar la nieve mientras yo recojo todo lo de la fiesta. Luego, para pagarme los servicios prestados, me puedes llevar a la cama.
 
Zac: Me lo pones fácil.
 
Ness: Para mi agitado cerebro, esto es un sí o sí.
 
 
Puede que le encantara pasar el quitanieves, pero en cuanto hizo el caminito de su casa -quizá no con la exhaustividad de costumbre-, Zac se fue directo a casa de David. Bobo ya tenía el paso despejado, observó. Bien.

Aparcó el jeep, se bajó y se sacudió las botas. Luego entró en la casa.
 
Zac: ¡Hola, David!
 
David: Aquí abajo.
 
Zac: Voy lleno de nieve, tío. Sube tú.
 
Bobo apareció meneando la cola. Le lamió la nieve de las botas. David lo siguió poco después, con pantalones de chándal cortados por la rodilla y camiseta sudada.
 
David: ¿Qué pasa? Estoy intentando entrenar un rato, y luego iba a calentar el sofá hasta la hora de los juegos. Hoy toca trineos y guerras de bolas de nieve en casa de mamá.
 
Zac: ¿Cuándo?
 
David: ¿Te has olvidado del móvil? ¿Se ha acabado el mundo?
 
Zac: Llevo el móvil. -Lo sacó-. No tengo mensajes.
 
David: Igual no te ha invitado. A mí me quiere más.
 
Zac: Solo lo finge para que no lloriquees como un bebé. Te habrá llamado a casa. En cualquier caso, esto funciona. Me llevo tu camioneta. Tienes que terminar de quitar la nieve. Quita la de casa de Alex, luego la de mamá. Allí cambiamos.
 
David: Don Quitanieves eres tú.
 
Zac: ¿Tienes una mujer en casa?
 
Con un hondo suspiro, David se metió las manos en los anchos bolsillos.
 
David: Por desgracia, no.
 
Zac: Yo sí. Me llevo tu camioneta.
 
David: Para cepillarte a la Morena Buenorra. Lo digo con respeto y afecto. Por ella.
 
Zac: Me llevo tu camioneta, luego voy a acostarme con alguien y tú no. Ahora eres don Quitanieves Sustituto.
 
David: Vale, pero luego no te cabrees si no lo hago como tú.
 
Zac: No lo fastidies, y punto. -Cogió las llaves de la camioneta de David de la mesa que había junto a la puerta-. ¿A qué hora es lo de mamá?
 
David: No sé. No hay que fichar. Las dos o las tres. Cuando sea.
 
Zac: Entonces, ya nos veremos cuando nos veamos.
 
Cuando Zac se fue, David miró a su perro.
 
David: Uno de los dos se tiene que buscar una chica. Odio quitar la nieve.
 
 
Zac entró en casa al olor de una sopa hirviendo a fuego lento, y, cuando se despojó de su ropa de faena, contempló una cocina limpia. Aun creyéndolo inútil con la música tan alta, llamó a Vanessa mientras recorría la casa.

Al llegar al dormitorio, la oyó cantar en la ducha. Desafinaba muchísimo, pero lo compensaba con gran entusiasmo y volumen.

Incapaz de resistir la tentación -siendo la única pega que había una mampara de cristal en lugar de una cortina-, abrió la puerta e hizo el ruidito de Psicosis.

El grito de respuesta de ella fue fantástico.

Pegada a la pared de la ducha, con los ojos como platos, lo miró espantada.
 
Ness: ¿Y a ti qué te pasa?
 
Tuvo que recuperar el aire que el ataque de risa le había robado.
 
Zac: Me parece que me he roto una costilla de reírme; por lo demás, nada.
 
Ness: Por Dios, Zac.
 
Zac: No he podido resistirme. Tenía que hacerlo.
 
Ness: ¿Sí? ¡Pues yo esto también! -Cogió el mango de la ducha, abrió a tope, y lo empapó allí mismo-. Ahora ya tenemos doce años los dos.

Satisfecha, volvió a dejar el brazo de la ducha en su colgador.
 
Zac: Pues ya casi me meto dentro.
 
Ness: Mmm.
 
Zac: Ducha caliente, mujer sexy tras un trabajo frío -comentó mientras se quitaba la camisa empapada-.
 
Ness: Pensaba que tardarías otra hora por lo menos.
 
Zac: Se lo he encasquetado a David. -Se quitó las botas-. La sopa huele bien.
 
Ness: Cuando he terminado abajo, he decidido aprovechar tu ducha. Tu baño no tiene nada que envidiar a los del hotel, y ya me estoy acostumbrando a lo bueno. Por cierto, ha llamado tu madre.
 
Zac: Trineos y guerras de bolas de nieve, esta tarde.
 
Ness: Le he dicho que llevaría la sopa -lo miró buscando su aprobación-.
 
Zac: Buena idea.
 
Ness: Claire me ha dicho que podía pasarse por casa a por mis botas y mi equipo.
 
Zac: Muy bien.

Se quitó los pantalones empapados y tiró un par de toallas al suelo para que absorbieran el agua.

Ness: No me ha parecido extrañada cuando he contestado yo al teléfono.
 
Zac: Mamá tiene su modo de saber lo que quiere saber. -Se metió en la ducha y cerró la puerta de la mampara-. ¿Sabes que si pasas la tele al modo radio digital se oye por esos altavoces?
 
Señaló los altavoces del techo.
 
Ness: Ah.
 
Zac: Solo para que lo sepas…

Luego se limitó a sonreírle.
 
Ness: ¿Qué?
 
Zac: Estaba pensando que, cuando te vi bañarte en pelotas hace todos esos años, jamás me imaginé esto. -Paseó las manos por su cuerpo-. Estás mojada y calentita.
 
Ness: Tú estás mojado. -Lo envolvió con sus brazos-. Pero un poco frío.
 
Zac: Se pasa frío ahí fuera, cuando uno tiene que hacer un trabajo de hombre.
 
Riendo, ella echó la cabeza hacia atrás.
 
Ness: Aquí dentro también tienes que hacer un trabajo de hombre.
 
Zac: Entonces más vale que vaya empezando.
 
Zac le atrapó la boca mientras caía el agua caliente y brotaba el vapor, dejando que sus manos se deslizaran por esa piel mojada y escurridiza mientras ella se colgaba de su cuello y se aupaba.

No, jamás se había imaginado aquello, lo natural que iba a ser, lo emocionante. Jamás había imaginado que descubriría a alguien a quien conocía de toda la vida.

Suave y curvilínea, firme y ágil, tan dispuesta a acariciar como a ser acariciada, a tomar como a ser tomada.

Ahora olía a su gel, algo más que convertía en familiar lo nuevo.

Lo enjabonó, disfrutando de sus músculos. Nunca había pensado en su fuerza porque había sido su cabeza, su bondad, su «efrondad» lo que había descubierto primero. En cambio, ahora, al pasear las manos por su cuerpo, explorar esos relieves, esos rizos, recordó que Zac era, en el fondo, un hombre que trabajaba con las manos, la espalda, la fuerza muscular tanto como el cerebro.

Y aquellas manos, que no eran suaves, despertaban en ella nuevas necesidades, nuevos anhelos, apetitos más hondos, la desataban hasta convertir su cuerpo en un nudo de deseo intenso.

El agua la regaba y le peinaba el pelo hacia atrás. Sus ojos, de un marrón chocolate ahora, lo miraban fijamente. Luego se volvieron opacos con su estremecimiento.
 
Ness: Yo no… No podemos. -Se esforzó por recobrar el equilibrio, por encontrar algún agarradero-. Eres demasiado alto.
 
Zac: Tú eres demasiado baja -la corrigió; luego, levantándola por las caderas, la cogió en brazos-. Así que agárrate fuerte.
 
Ness: Zac…
 
La apoyó en la pared mojada y se introdujo en ella.
 
Ness: Ah -abrió los ojos, su mirada intensa de pronto, centrada en la de él. Zac volvió a empujar, arrancándole un grito de placer, pero ella no cerró los ojos, siguió mirándolo-. No me sueltes. No me sueltes.
 
Zac: Ni tú -consiguió decir un segundo antes de que ella atrapara con sus labios la boca de Zac-.
 
Ninguno de los dos soltó al otro.

Al cabo de un rato, ella estaba tirada boca abajo, desnuda, en su cama.
 
Ness: Me levanto y me visto en un minuto.
 
Zac: Tranquila -le dijo admirando el cardo-. Me gustan las vistas.
 
Ness: ¿Qué os pasa a los tíos con los tatuajes de las chicas?
 
Zac: No tengo ni idea.
 
Ness: Creo que es el factor Xena. La guerrera.
 
Zac: No tendrás un dos piezas de cuero de guerrera, ¿verdad?
 
Ness: Lo tengo en el tinte. -Apoyó la cabeza en los brazos, en modo almohada-. Igual debería hacerme otro tatuaje.
 
Zac: No. -Luego, estudiándole el trasero mientras se vestía, se lo pensó-. ¿Como qué? ¿Dónde? ¿Por qué?
 
Ness: No sé, tengo que pensármelo. Lo malo de llevarlo en el culo es que casi nunca me lo veo, y creo que ya que pasas por el suplicio de hacértelo deberías poder disfrutar del resultado fácilmente. A eso hay que añadir que casi nadie me ve el trasero, así que ¿de qué sirve? Salvo que lo considerara una especie de ritual de rebelión adolescente, que más o menos es lo que fue. Este sería maduro.
 
Zac: Un tatuaje maduro.
 
Ness: Pues eso. -Se dio la vuelta, se incorporó-. Me gusta muchísimo tu ducha. Me gusta muchísimo ducharme contigo. -Suspirando largo y tendido, cogió la bata de cuadros azules-. Tengo que ir a echar un vistazo a la sopa.
 
Zac: Quédate esta noche.
 
A medio ponerse la bata, se detuvo y lo miró extrañada.
 
Ness: ¿Esta noche? Mañana trabajamos los dos.
 
Zac: Por eso, porque trabajamos mañana. Después de la guerra de bolas de nieve y la sopa y seguramente alguna pelea por el fútbol, vente conmigo. Quédate a dormir.
 
Ella se envolvió en la bata, se ató el cinto. Volvió a alzar la mirada.
 
Ness: Muy bien. Voy a echar un vistazo a la sopa antes de vestirme.
 
Zac: Vale.
 
Mientras bajaba las escaleras se preguntó qué haría con aquel cosquilleo que sentía alrededor del corazón. Lo identificó enseguida; ya lo había sentido antes.

Tenía cinco años.

Enamorarse de Zac -otra vez- seguramente era una estupidez tan grande como lo había sido entonces. Pero el instinto de los Hudgens le decía lo que le decía. Lo que no tenía tan claro era lo que le dictaba el corazón de los Hudgens.




Interesante el primer negocio de Zac XD
Menos mal que no siguió por ese camino, sino hoy día el hotel sería una casa de citas (por decirlo suavemente) XD

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¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Hoohhh ame el capitulo
Que hermosa pareja
Zac y vanessa se están enamorado
Siguela que esta muy buena


Saludos
Ya quiero leer el siguiente capítulo

Lu dijo...

Ayyyy que capítulo tan tierno.
Me encantó, están muy enamorados los dos y son tan tiernos.
Ame este capítulo.


Sube pronto

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