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miércoles, 17 de agosto de 2016

Capítulo 16


Zac decidió trabajar en el taller. Le daba tiempo para pensar… bueno, a lo mejor «comerse el tarro» era más adecuado, pero tenía derecho.

Precisamente ahora que él daba varios pasos hacia delante, ella se echaba atrás. ¿Qué sentido tenía aquello? Ahora que él se esforzaba por no dejarlo seguir su curso, que procuraba valorarla, tratar su relación como tal, de pronto estaba demasiado liada para dedicarle diez minutos de su tiempo.
 
Zac: ¿Qué chorrada es esta? -dijo a Cus, que respondió con un compasivo meneo de cola. Midió el tablero, lo marcó y volvió a medirlo automáticamente antes de pasarlo por la sierra-. Le gusta estar ocupada -prosiguió por encima del chirrido de la hoja-. Adora el puñetero caos de una agenda apretadísima. Pero, de repente, no tiene tiempo, ni para salir, ni para quedarse en casa, ni para tener una puñetera conversación. -Apagó la sierra, apiló el tablero y se bajó las gafas de seguridad-. Las mujeres son un auténtico coñazo.
 
Pero Vanessa nunca lo había sido, no tenía por qué serlo. Así que todo aquello todavía tenía menos sentido.

Algo le pasaba. ¿No entendía que él lo veía? Lo evitaba, inventaba excusas, se encerraba en sí misma cuando siempre había sido directa. Actuaba como…
 
Zac: Ay, madre…
 
Había empezado a salir con ella, a hacer planes. Dios, le había regalado joyas. Había descompensado la relación… ¿era eso? Ella no quería dar el siguiente paso aún. Todo iba bien, sobre ruedas, hasta que él había empezado a tratar lo suyo como «eso».

Relajado y desenfadado, todo bien. Un toquecito de seriedad, y tiraba del tapón. Solo sexo, vale, pero probaba con un poco de… romance -creía- y cerraba la puerta.

Y lo hacía parecer, y sentirse, imbécil.

¿No podía haberle dicho que no quería complicarse la vida? ¿No merecían él, y una amistad de toda la vida, eso?

Además, ¿acaso no tenía derecho a opinar él, joder?

Desde luego que sí.
 
Zac: No soy su puñetero juguete sexual.
 
Rachel: Lo que una madre está deseando oírle decir a su querido hijo.
 
Con una mueca, Zac se metió las manos en los bolsillos.
 
Zac: Hola, mamá.
 
Rachel: Hola, Zac -entró, cerró la puerta y se frotó las manos heladas-. ¿Qué pasa?
 
Zac: Estoy trabajando en uno de los armarios empotrados de la casa de Alex.
 
Rachel: Eres un buen hermano.
 
Zac: Sí, bueno… tenía tiempo. No he visto tu coche cuando he venido.
 
Rachel: Acabo de volver. -Los dos perros se arrimaron a ella meneando la cola-. He ido a casa de Charly a llevarle la cena y levantarle un poco el ánimo. Me sorprende que tú estés aquí siendo un buen hermano en vez de hacer lo mismo con Vanessa.
 
Zac: ¿Qué? ¿Por qué?
 
Rachel: Pues… eeeh… ¿Vanessa no te ha contado nada?
 
Zac: Exacto. -Enfadado, se quitó las gafas-. No me ha contado nada. De nada. Demasiado liada, no tenía tiempo. ¿Qué coño pasa?
 
Rachel: Que te lo diga ella. Ve a preguntárselo.
 
Zac: Venga ya, mamá.
 
Rachel: Cielo, esto es algo de lo que debería hablarte Vanessa. Si no lo hace, lo haré yo. Pero debería contártelo ella. A mi juicio, debería haber hablado contigo ya.
 
Zac: Me estás empezando a agobiar. ¿Está enferma?
 
Rachel: No, no. Solo es una cabezota, diría yo, una testaruda. -Acercándose a él, suspiró un poco-. Tú eres un hombre práctico, Zac. Solo Dios sabe por qué. No sé si pedirte que seas práctico o no cuando hables con ella, pero sí te pido paciencia.
 
Zac: ¿Se ha medido en algún lío?
 
Rachel: No, pero está hecha un lío. Ve, habla con ella. Luego hablaremos tú y yo. Ve -dijo al verlo coger el abrigo-. Ya apago yo las luces. -Lo vio marcharse, rascándoles el cogote a los perros apoyados a uno y otro lado de ella-. Está enamorado de ella. Se le nota a la legua. Pero aún no se ha dado cuenta, y seguramente ella tampoco. -Allí de pie, inundada de olor a serrín, a aceite de madera, casi pudo sentir la mejilla de Tommy en la suya, y cerró los ojos para retenerla, solo un instante-. Lo nuestro fue mucho más fácil, ¿verdad, Tommy? No nos lo pensamos tanto. Bueno, chicos, hora de cerrar el kiosco.
 
 
Miró primero en el restaurante. Dave trabajaba al otro lado de la barra, lanzando al aire la masa.
 
Zac: ¿Está Vanessa en la trastienda?
 
Dave: Ha salido a entregar unos pedidos. Aún no tenemos repartidor.
 
Zac: ¿Cierras tú esta noche?
 
Dave: Cierra Vanessa.
 
Zac: ¿Te importaría cerrar?
 
Dave arqueó las cejas y levantó un cacillo de salsa.
 
Dave: Claro, siempre que…
 
Zac: Bien -sacó el móvil, se apartó y marcó el número de Alex-. Necesito que me hagas un favor.
 
Cuando llegó Vanessa a los veinte minutos, colorada de frío, Zac estaba sentado a la barra, con una cerveza en la mano.
 
Ness: Está cayendo una buena –empezó-. Aún no ha cuajado así que no habrá problema con los pedidos de…
 
La vio detectarlo, la vio titubear. Y pensó: joder.
 
Ness: Hola, Zac.
 
Zac: Tengo que hablar contigo.
 
Ness: Estoy de reparto. -Señaló las bolsas térmicas que llevaba, luego las apiló-. Espera a que…
 
Zac se levantó y dejó la cerveza en la barra.
 
Zac: Fuera -le dijo, y cogiéndola de la mano, la arrastró a la puerta de servicio-.
 
Ness: Tengo que entregar los pedidos.
 
Zac: Alex te reemplaza.
 
Ness: ¿Qué? No, de eso nada, voy…
 
Zac: Vas a hablar conmigo. Ahora.
 
Ness: Hablaré contigo luego. Tengo el reparto, y esta noche cierro yo, así que…
 
Zac: El reparto lo hace Alex. Cierra Dave.
 
Reconoció enseguida ese destello guerrero de su mirada, y lo agradeció.
 
Ness: Yo llevo este establecimiento. No tú.
 
Zac: Está funcionando, y puedes volver a él en cuanto hablemos.
 
Ness: Qué chorrada.
 
Empezó a empujarlo para escapar de él.
 
Zac: Sí, una chorrada.

Para simplificar las cosas, se la echó al hombro y empezó a subir las escaleras.
 
Ness: ¿Te has vuelto loco? -Corcoveó, intentó zafarse-. Te vas a enterar.
 
Zac: Como sigas así, vas a terminar cayéndote de cabeza. Igual así te mejora algo.

Sujetándola bien por las piernas, sacó las llaves con la mano libre y localizó su juego del apartamento.

Ness: Zac, te lo advierto…
 
Él abrió la puerta, entró y la cerró de una patada.

Conocía muy bien su carácter. Le daría puñetazos, patadas, mordería incluso. Como no quería que le dejara marcados los dientes -otra vez- ni quería hacerle daño, consideró sus opciones.

Mayor peso y envergadura, se dijo, y la llevó al dormitorio.
 
Ness: Ni se te ocurra…
 
El resto de las palabras se convirtieron en un gruñido sibilante cuando la dejó caer en la cama, se subió encima de ella y le atrapó los brazos con las manos.
 
Zac: Cálmate -le sugirió-.
 
Ness: ¡Y una mierda!
 
Podía ser rápida como una serpiente y escurridiza como un tiburón, así que puso todo su cuerpo fuera del alcance de sus dientes.
 
Zac: Cálmate de una vez y vamos a hablar. No te voy a dejar incorporar hasta que me prometas que no me vas a pegar, ni morder, ni dar patadas… ni tirar nada.
 
El destello guerrero se convirtió en una auténtica explosión bélica.
 
Ness: ¿Qué te has pensado? ¿Crees que puedes venir a mi pizzería a darme órdenes, decirme lo que hacer y cómo? ¿Delante de mi plantilla?
 
Zac: No, no lo creo, y lo siento. Pero no me has dado muchas opciones.
 
Ness: Te daré una: sal de aquí echando leches.
 
Zac: ¿Crees que eres la única que está cabreada? Puedo quedarme así toda la noche o, si te tranquilizas, podemos arreglar esto como personas normales.
 
Ness: Me estás haciendo daño.
 
Zac: No, no es cierto.
 
Le tembló la barbilla.
 
Ness: La quemadura…
 
Zac: Mierda.

Instintivamente la soltó.

A Vanessa no le hizo falta más.

Rápida como una serpiente y escurridiza como un tiburón. Le clavó los dientes en el dorso de la mano.

Él maldijo y apretó la mandíbula mientras volvía a tumbarla.
 
Zac: Por Dios, me has hecho sangre.
 
Ness: Te haré más en un momento.
 
Zac: Genial. -Le dolía la mano como una muela picada, y aquello lo irritaba-. Eso es lo que quieres. Bien. Te retendré mientras hablo. Quiero saber qué te pasa.
 
Ness: ¿Qué me pasa a mí? Has sido tú el que me ha sacado a rastras de mi negocio, el que me ha maltratado, me ha llevado a empujones…
 
Zac: No te he empujado. Todavía. Además, me refiero a qué te pasaba antes.
 
Volviendo la cabeza, Vanessa miró asqueada a la pared.
 
Ness: No hablo contigo.
 
Zac: Exacto, y así llevas, básicamente, casi toda la semana. Si la he cagado, necesito saberlo. Si no quieres estar conmigo como hasta ahora, o seguir adelante, merezco saberlo. Merezco una puñetera charla contigo, Vanessa, de un modo u otro.
 
Ness: No tiene que ver contigo, ni con nosotros, ni con eso.
 
¿No tenía que ver?, se dijo. En cierta medida, ¿no tenía que ver, porque ella lo había permitido?

Cerró los ojos. Estaba harta. Harta de sí misma.

Le había hecho daño. Lo veía claro ahora que conseguía ver mucho más allá de su propio dolor. Y él no se lo merecía en absoluto.
 
Zac: Pasa algo. Tienes que contármelo.
 
Ness: Déjame levantarme, Zac. No puedo hablar así.
 
Zac se apartó con cautela, pero ella se limitó a incorporarse. Luego se agarró la cabeza con las manos.
 
Zac: ¿Se trata de la pizzería? -No se le ocurría nada más-. Si tienes problemas de liquidez o…
 
Ness: No. No. Me va bien. -Se levantó para quitarse el abrigo y el resto de la ropa de calle-. Ya sabes que mi abuela me creó aquel fideicomiso después de que se fuera mi madre. Supongo que, de algún modo, se sentía culpable, aunque no fuera culpa suya. El caso es que soy la heredera… -Se encogió de hombros-. Así pude abrir Vesta, y de hecho así podré tener también el nuevo local. Solo tengo que conseguir que funcionen bien.
 
Zac: ¿Está enferma tu abuela?
 
Ness: No. ¿Por qué…? -Se lo preguntaba, observó, porque no terminaba de contarle las razones-. Nadie está enfermo. No la has cagado.
 
Zac: ¿Entonces, qué?
 
Ness: Mi madre ha venido a verme.
 
Zac: ¿Tu madre? ¿Cuándo?
 
Ness: Me estaba esperando en las escaleras la otra noche, cuando volvía a casa después de ir de compras con Claire y Ashley. La cosa no fue nada bien. -Volvió, se sentó en la cama a su lado, entrelazó los dedos en el regazo para que no le temblaran-. Ni siquiera la reconocí. No sabía quién era hasta que me lo dijo.
 
Zac: Ha pasado mucho tiempo.
 
Ness: No sé, a lo mejor había eliminado de la memoria su rostro. Después de observarla un poco, vi que no había cambiado gran cosa. Me dijo que quería verme, que lo sentía. No me lo tragué. Lloró mucho. No me conmovió.
 
Zac: ¿Por qué iba a hacerlo?
 
Ness: Estaba embarazada cuando se casaron. Eso ya lo sabía; hice los números. Además, hablé de ello con mi padre hace mucho tiempo. Se querían, me dijo él, y debía de ser cierto en el caso de él. Tal vez ella pensó que lo quería. Me echó en cara lo joven que era, que solo tenía diecinueve años. Papá, veintiuno. Era joven, pero supo llevarlo.
 
Más tranquilo, Zac le acarició un muslo.
 
Zac: Charly es un tío cojonudo.
 
Ness: Sí, sí. -Se limpió una lágrima, y le fastidió-. Que yo le daba mucho trabajo, que no podía con todo, que no era feliz. Y no sé qué hostias más. Luego va y me suelta la bomba de que había abortado cuando yo tenía unos tres años.
 
Zac le agarró una mano con la suya.
 
Zac: Eso es muy duro de oír.
 
Ness: Sí, supongo que a mi padre le resultó aún más duro… enterarse a toro pasado. Se largó, abortó, se hizo una ligadura de trompas y ni se lo comentó antes de decidir. Jamás le dijo que estaba embarazada. ¿Quién hace algo así? -inquirió volviéndose hacia él con los ojos empapados de lágrimas-. ¿Quién trata a alguien de ese modo? Sabía que él quería tener más hijos, pero cortó por lo sano sin decirle nada. Otra forma, horrenda, de engañarlo.
 
Zac no dijo nada, pero se levantó, encontró una caja de pañuelos en el baño y se los trajo.
 
Ness: Gracias. Llorar por ello no sirve de nada, pero aún no he podido digerirlo.
 
Zac: Entonces a lo mejor sí te sirve llorar por ello.
 
Ness: Según me contó, lo que había hecho se le escapó cuando discutían, y fíjate tú, él se disgustó y se cabreó. ¿Qué esperaba? Accedió a asistir a terapia de pareja, pero huy, se sentía atrapada e infeliz. Así que se lió con otro. Y con otro. Me habló de dos, pero hubo más de dos, Zac, antes de que se marchara. Hasta yo me lo supuse. -Lo miró-. Tú lo sabías. Casi todo el mundo sabía que andaba tonteando.
 
Zac se lo pensó un momento, estudiando aquellos ojos devastados. Vanessa no quería evasivas balsámicas.
 
Zac: Sí, casi todo el mundo.
 
Ness: Mi madre, la zorra del pueblo. Todo fue más fácil, desde luego, cuando se fue.
 
Esta vez él le cogió la mano y se la llevó a los labios.
 
Zac: Nunca es fácil.
 
Ness: Puede que no, pero por lo menos ya no lo hacía a la cara de mi padre, a la mía. Se quedó con el tío por el que nos dejó. Eso dijo, y parecía cierto. Steve. Así se llamaba. Me contó lo infeliz que era, que necesitaba más. Lo mucho que quería a ese tal Steve.
 
Zac: Que justifique así lo que hizo para sí misma. Tú no tienes por qué aceptarlo. Tú sientes lo que sientes.
 
Ness: Me dejó impasible. No me gustó, pero así fue. Me dijo un montón de veces que lo sentía, lo guapa que soy, lo orgullosa que está de lo que he hecho con mi vida. Como si tuviera algo que ver. Luego me soltó que el tal Steve murió hace unos meses.
 
Zac: Entonces, está sola -susurró-.
 
Ness: Y sin blanca. Eso también salió, cuando me pidió que le prestara unos miles.
 
Zac se levantó de pronto, se acercó a la ventana y miró por ella la densa nieve. No podía ni imaginárselo, ni imaginarse a un padre aprovechándose de un hijo.

Pero sí imaginaba la herida tan profunda que podía dejar, sobre todo en alguien como Vanessa.
 
Zac: ¿Qué hiciste?
 
Ness: Le dije cosas horribles. Lloró más, Dios mío, y me suplicó. Quería quedarse aquí, conmigo. Un par de semanas, dijo, luego solo esa noche. Me revolvió las tripas, todo, me revolvió por completo. Le di lo que llevaba en la cartera y la eché.
 
Zac: Hiciste lo que debías hacer, y es mucho más de lo que muchos habrían hecho. -Se volvió-. ¿Por qué no me lo has contado, Vanessa? ¿Por qué me has apartado en vez de dejarme ayudar?
 
Ness: Al principio no se lo conté a nadie. No podía.
 
Volvió a donde estaba, se situó delante de ella.
 
Zac: Yo no soy nadie.
 
Ness: Tú no lo entiendes, Zac. Te compadeces de mí, y yo no buscaba compasión. No la habría soportado. No puedes entenderlo porque nunca te has sentido no querido, ni una sola vez en tu vida. Siempre supiste que tus padres te querían, que habrían hecho cualquier cosa por protegerte. No tienes ni idea, pero ni idea, de lo mucho que envidiaba a tu familia, incluso antes de que mi madre se largara. Cuánto os necesitaba a todos, y siempre estabais ahí. Mi padre y los Efron. Vosotros erais mi verdadero norte.
 
Zac: Eso no ha cambiado.
 
Ness: No, no ha cambiado. Pero yo tenía que hacer algo de mí, por mí. Por mal que fueran las cosas, y a veces iban muy mal en nuestra casa, quieres que tu madre esté ahí, que te quiera. Y cuando eso no ocurre, te sientes… menos. -ncapaz de pensar en otro término, alzó las manos, luego las dejó caer-. Menos, ya está. Daba igual lo que dijera mi padre, lo que dijeran los tuyos, y Dios sabe que todo lo decían y hacían bien, seguía teniendo la sensación de que se había ido por mí. Porque yo era mala, o indigna, o simplemente no era suficiente. Lo cierto es que yo no era suficiente.
 
Zac: Eso no es culpa tuya, Vanessa.
 
Ness: Lo sé. Pero a veces sabes una cosa y sientes otra. Quizá lo que hizo sea parte de la razón por la que he trabajado tanto, me he esforzado tanto, y tengo lo que tengo. Así que, eso que tengo ganado. -Tras un momento de silencio, prosiguió-. Aun con todo, sigue habiendo algo, ese algo que hace que me pregunte por qué nunca he sido capaz de mantener una relación sólida y duradera, por qué nunca he sentido lo suficiente como para aferrarme a alguien, o por qué salto tan pronto y luego busco una escapatoria. Y me preocupa haberlo heredado de ella.
 
Zac: No es así.
 
Ness: Te he apartado de mí. -Más serena, volvió a mirarlo-. En eso tienes razón. Cuando la cosa se complica, tiendo a apartar a la gente, en lugar de apoyarme en ella.
 
Zac: Yo estoy aquí.
 
Ness: Eso tú, Zac, que nunca te rindes. Analizas el problema hasta que encuentras la solución.
 
Zac se sentó.
 
Zac: ¿Cuál es la solución, Vanessa?
 
Ness: Se supone que la tienes tú. -Pero apoyó la cabeza en su hombro-. Perdona. Te he hecho daño, y te he hecho pensar que habías hecho algo malo cuando no era así. Imagino que ya lo llevaba mal, y el verla me ha jodido del todo. No solo contigo, principalmente contigo, sí, pero no solo. Ni siquiera se lo conté a mi padre. Luego, cuando iba a hacerlo, con lo que me había costado decidirme…
 
Le cogió una mano.
 
Zac: ¿Qué has cocinado?
 
Ness: Ay, Dios. -Contuvo las lágrimas-. Qué predecible soy. Sopa. Iba a llevarle una fiambrera grande de sopa a mi padre, y me la encontré allí.
 
Zac se acercó y le besó la coronilla.
 
Zac: Y fue aún peor.
 
Ness: No sé. Cambié el chip de algún modo. Me cabreó muchísimo que fuera allí, que le hiciera sentir a mi padre lo que me había hecho sentir a mí. Cuando entré, lo vi tan triste. Tristísimo, y a ella sentada allí, llorando. No pude soportarlo. El mismo tono, y el caso es que, ahora que he tenido tiempo de meditarlo un poco, no creo que mintiera. No del todo, por lo menos. Creo que lamenta lo que hizo, pero igual es porque ahora está sola y puede mirar atrás. Pero el caso es que sí. Que está triste, arrepentida, y sola, y sabe que ya no tiene remedio. Papá le dio cinco mil dólares y le dijo que no hacía falta que se los devolviera siempre que no volviera a ponerse en contacto conmigo. Después le pidió que le enviara su teléfono cuando se hubiera instalado y que, si alguna vez yo deseaba localizarla, me lo pasaría.
 
Zac: Así es Charly -dijo en voz baja-.
 
Ness: No entendí por qué le daba dinero, y después de que se fuera me dijo que lo hacía porque ella lo estaba pasando mal. Papá es así de bueno. Y que así cerrábamos una puerta que él y yo necesitábamos cerrar. Lo hizo por mí, porque me quiere.
 
Zac: Charly es el mejor. Pero no es el único que piensa en ti.
 
Ness: Lo sé. Tengo suerte, mucha suerte. No podía contártelo a ti, ni a Claire o Ashley, ni a nadie que me importe de verdad. No podía reconocer que mi madre había vuelto después de tantos años porque está sola y sin blanca. Por mucho que sienta lo que hizo, solo ha vuelto porque necesitaba algo. Eso me hace sentir insignificante. Quería aislarme de todo el mundo hasta que pudiera volver a sentirme yo.
 
Zac esperó un instante.
 
Zac: Tengo algo que decir.
 
Ness: Vale.
 
Zac: Ella es miserable, por darte la espalda, por huir no solo de sus responsabilidades sino también de tu potencial. Jamás tendrá una hija que la quiera del todo, sin reservas y con verdadero gozo. Como tú quieres a tu padre. Ella es insignificante, Vanessa, no tú.
 
Ness: Sí, pero…
 
Zac: No he terminado. ¿Tu padre es insignificante?
 
Ness: No, por Dios. Es más de lo que podrían ser muchos.
 
Zac: También lo dejó a él. Lo abandonó, sin mediar palabra. Lo cambió por otro. Ni siquiera tuvo la delicadeza de contarle la verdad, de permitirle que rehiciera su vida con el divorcio, pero no lo hizo menos hombre, menos padre, menos amigo. Ha vuelto porque necesitaba algo, y se ha llevado su dinero.
 
Ness: Es cosa de ella, no de él.
 
Zac: Exacto. Ella. No él. Ni tú.
 
Vanessa sintió que algo se le deshacía por dentro, un nudo fuerte, tenso, doloroso.
 
Ness: Me alivia oír eso.
 
Zac: Aún no he terminado. Estés contenta, triste, cabreada o feliz, sigues siendo tú. Si crees que solo estoy ahí, o decides que solo quieres que esté ahí, cuando todo va bien, te equivocas, y eres boba. A mí no me vale así. Lo nuestro nunca fue mera familiaridad, y por muchas cosas que hayan cambiado, eso sigue igual. Punto.
 
La vergüenza se sumó a su triste empequeñecimiento.
 
Ness: La he cagado.
 
Zac: Sí, la has cagado. Por esta vez, te lo perdono.
 
Aliviada, consiguió esbozar una sonrisa.
 
Ness: Te debo una para cuando la cagues tú.
 
Zac: Ya te lo recordaré cuando llegue el momento. Es más, personalmente no le veo sentido a remitirse a relaciones anteriores, si funcionaron o no. Esto es cosa tuya y mía. Si te parece que esto no va, ni se te ocurra intentar escaquearte. Me lo dices a la cara. No soy ningún pringado al que tengas que quitarte de en medio.
 
Ness: Jamás se me habría ocurrido…
 
Zac: Has intentado quitarme de en medio.
 
Las excusas y justificaciones se le agolparon nerviosas en la punta de la lengua. Inútiles, observó. Inútiles y equivocadas.
 
Ness: No sé si lo he intentado porque sabía que podía, o porque sabía que no podía. No lo sé, de verdad. En todo caso, me equivocaba, porque, sí, esto es cosa tuya y mía. -Le puso una mano en la mejilla-. Te lo prometo solemnemente aquí y ahora. Cuando me harte de ti, te lo soltaré a la cara.
 
Eso le hizo sonreír.
 
Zac: Lo mismo digo.
 
Cuando se acercó a él, Zac se la subió al regazo. Se acurrucó allí, se abrazó.
 
Ness: Me alegra que te hayas portado como un matón y me hayas traído a rastras. Echaba de menos hablar contigo, estar contigo.
 
Zac: He tenido que portarme como un matón porque tú estabas poniéndote tonta.
 
Ness: Insultarme no es perdonármelo. -Se apartó-. Y tienes al pobre Alex haciendo repartos.
 
Zac: Ahora tiene tres críos. No le vendrán mal las propinas.
 
Ella rió y le cogió la mano, pero la soltó enseguida cuando él gritó.
 
Ness: Ay, Dios. -Volvió a levantarla, con cuidado-. Te los he clavado pero bien.
 
Zac: Y que lo digas.
 
Ness: Culpa tuya por picar con lo de «que me haces daño».
 
Zac: No se repetirá.
 
Ness: Deja que te lo cure.
 
Zac: Luego. -Se la subió de nuevo al regazo para quedarse allí sentado, viendo cómo el mundo volvía a su ser-. ¿No te habrá quedado un poco de esa sopa?
 
Ness: Tengo crema de tomate ahumado en el frigorífico. Puedo calentarla.
 
Zac: Suena bien. Luego.

Le echó la cabeza hacia atrás, le buscó la boca.
 
Ness: Luego, por supuesto. -Sintiéndose de pronto sentimental, ella le llenó la cara de besos mientras le desabrochaba la camisa. Todo él olía a serrín-. También echaba de menos esto -le susurró-. Echaba de menos tocarte.
 
Solo habían sido unos días, se dijo, pero la distancia lo había magnificado tanto, intensificado, que le parecían semanas. Y allí lo tenía, oliendo a serrín, con el pecho musculoso y calentito debajo de la camiseta térmica, y aquellas manos fuertes, seguras, ágiles, que le subían el suéter y se lo quitaban.

Su verdadero norte, pensó Vanessa. Firme y constante.

La anhelaba. No solo físicamente, también de corazón, por lo que había sufrido. Por haberse visto obligada a sufrirlo sola.

Ella decía que él no podía entenderlo, pero se equivocaba. Nunca había creído que uno tuviera que experimentar el dolor para comprenderlo.

Pensaba que la conocía, en todas sus facetas, pero ahí se equivocaba él. La parte de ella que cuestionaba su valía, su valor, su fortaleza era nueva para él, le añadía complejidades y vulnerabilidades.

Aquellas penas las compensaría con delicadas caricias, con un suave deslizarse, complaciéndose con sus curvas, sus ritmos, el cálido aliento de ella en su piel.

Cuando Vanessa le cogió la cara con las manos, cuando la vio sonreírle antes de que sus labios volvieran a encontrarse, se dijo: «Esta. Esta es Vanessa. Toda ella».

Vanessa deslizó las manos por su espalda, por sus caderas, ascendió de nuevo como si lo midiera. Impaciente por dar, dar y dar, se recolocó para enroscarse en él; entonces lo oyó maldecir cuando le aplastó la mano herida con el hombro.
 
Ness: Huy…

Se le escapó una carcajada, y todo se esfumó. La culpa, la tristeza, las disculpas y las preocupaciones.

Tú y yo, se dijo ella de nuevo. Somos tú y yo. Así que se abrazó a él y le hincó los dientes en el hombro.
 
Ness: Te he cogido el gustillo.

Se encaramó encima de él, le dio otro mordisquito.
 
Zac: ¿Quieres ponerte bruta?
 
Ness: Tú ya lo has hecho, arrastrándome hasta aquí, tirándome en la cama. A ver cómo te sienta.

Teniendo cuidado con la mano herida, lo cogió por las muñecas y le rodeó con sus rodillas.
 
Zac: Me sienta de maravilla.
 
Ness: Porque ahora estamos desnudos.
 
Zac: Sí, eso influye.
 
Bajó la cabeza, le tapó la boca con la suya, se apartó, volvió a bajar. Se apartó.
 
Zac: Te la estás buscando.
 
Ness: Va, puedo contigo.
 
Vanessa volvió a inclinarse, luego descendió para pasear la lengua por su pecho.

Vale, pensó Zac excitado, podía con él.

Se apropió de su cuerpo, de cada centímetro, tentándolo, incitándolo, seduciéndolo, excitándolo. Rápida y bruscamente un instante, despacio y tiernamente después, desequilibrándolo, descolocándolo, apoderándose de él.
 
Ness: Zac, Zac, Zac.

Lo susurró una y otra vez mientras se alzaba sobre él, ebria de poder y de deseo.

Lo introdujo en su interior, muy adentro, mucho, ancló las manos a sus hombros al tiempo que el triunfo y la rendición inundaban su cuerpo. Él le cogió los pechos, sintió en sus manos el galope de su corazón.

Volvió a bajar y esta vez dejó que sus labios se fijaran a los de él en un beso largo y tembloroso.

Y subió de nuevo, echó la cabeza hacia atrás, dejó que todo lo que eran los dos la llenara por dentro.

Luego los vació a los dos.
 
 
Más tarde, le curó la mano, le besó la heridita. Cubierta por la bata de cuadros azules, calentó la sopa en la cocina mientras servía sendas copas de vino.

Por impulso, encendió unas velas para la mesa. No era precisamente una cena de medianoche, se dijo echando un vistazo al reloj. Pero casi.
 
Ness: Ahora nieva muchísimo. Deberías quedarte.
 
Zac: Sí, debería.
 
Feliz, sirvió la sopa en unos cuencos gruesos de color blanco mientras la nieve cubría el resto del mundo.




Qué bonittoooo ^_^
Demasiado, incluso. Que se peleen o algo XD

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2 comentarios:

Lu dijo...

Me encantó el capitulo.
Menos mal que se arreglaron las cosas entre Zac y Ness. Me encanta como son juntos.



Sube pronto

Maria jose dijo...

Que lindo capitulo
Ya todo mejoro con vanessa
Espero y siga así
Sube pronto

Saludos

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