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domingo, 23 de marzo de 2014

Capítulo 10


Vanessa picoteó desganadamente con el tenedor los raviolis de pato ahumado con cebolla roja. Eran casi las once, y la avalancha de gente que salía de los teatros acababa de llenar Whibblies, el pequeño y elegante restaurante que había a dos manzanas de la Casa de Cristal. No se había molestado en preguntar a Zac cómo había conseguido mesa sin hacer reserva. La gente como Zachary Efron no necesitaba hacer reservas; simplemente iban por la vida derribando todo lo que se interponía en su camino.

Zac: ¿A qué se debe esa expresión amarga? -murmuró-.

Acababa de terminar su solomillo a la pimienta. Ya iba por su segundo whisky, y según sus propias palabras, ese era el momento en que comenzaba a ponerse discreto. Pero Vanessa no percibió ninguna señal de que estuviera bajando la guardia.

Ness: Pensaba que hacía mucho que no veía a nadie comer carne roja -observó-. ¿No sabes que es mala para la salud? Te producirá arterioesclerosis y te llevará a la tumba.

Él sonrió.

Zac: No cantes victoria. Eso no ocurrirá, al menos hasta que el Efron Plaza esté en pie y en su sitio. A no ser que espolvorees arsénico sobre el plato. Además ¿de verdad te sorprende que me guste la carne?

Ness: Ni por un momento -dijo apartando su plato, que el camarero retiró instantáneamente, volviendo al momento con un whisky-. Yo no he pedido esto. Estaba pensando cuánto me apetecería uno, pero no lo he pedido.

Zac: Yo lo he hecho.

Ness: ¡No! Por favor, ya tengo bastantes problemas contigo. No empieces a leerme el pensamiento.

Zac: Simplemente me he adelantado a tus necesidades. Es la obligación de un buen anfitrión.

Ness: Si piensas que se me va a soltar la lengua con un whisky te equivocas. Puedo tumbar bebiendo a la mayoría de los hombres.

Zac: ¿De verdad? -dijo con sonrisa divertida-.

Ness: No. Pero suena bien. Realmente me pongo tonta y sentimental cuando bebo demasiado.

Zac: Yo no. Yo me pongo muy reservado.

Ness: Será tu sangre rusa. Además ¿cuándo fue la última vez que bebiste de más?

Él sacudió la cabeza.

Zac: No lo recuerdo.

Ness: Eso prueba mi teoría. No eres humano. Eres una máquina. «Robocob en Wall Street». No sé si tengo posibilidades contra ti.

Zac: ¿Sí? ¿Entonces por qué no abandonas? ¿Por qué seguir luchando cuando no tienes posibilidades de vencer?

Por un momento parecieron estar aislados de todo lo que los rodeaba. Vanessa le miró sin preocuparse de su expresión.

Ness: Porque soy una luchadora -dijo simplemente-. Aunque sea una causa perdida no voy a abandonar. Puede que al final no pueda evitar que consigas la Casa de Cristal, pero puedo hacértelo muy difícil.

Zac: Reconozco que tienes talento para eso -dijo con una sonrisa reservada-. ¿Por qué no lo dejas todo y te dedicas a tener niños?

Ness: Eres un cerdo machista. ¿Por qué tienes que salir siempre con esos comentarios para irritarme?

Zac: Suele funcionar con las mujeres. ¿No quieres tener niños?

Ella se quitó los zapatos y cruzó los pies bajo la silla.

Ness: ¿Por qué tienes esa fijación con los niños?

Él pareció sorprendido.

Zac: No sé. Supongo que es porque deseo tenerlos.

Ness: No conmigo, supongo.

Zac se echó a reír.

Zac: No estaba sugiriéndolo. Creo que Britt tendría unos niños maravillosos.

Ness: ¿Siempre eres tan calculador?

Zac: Tampoco me parece que tú seas de las que van con el corazón en la mano. ¿O dejas que las emociones gobiernen tu vida?

Ella pensó en Andrew Seeley y lo que ella esperaba que fuera su cena de despedida con Britt. Pensó en los ojos enrojecidos de Ashley. Y recordó lo que había sucedido cuando Zac la había besado.

Ness: En absoluto -dijo convencida-.

Zac: ¿Ves? Somos iguales. Hay un momento y un lugar para crear una familia, y otro para disfrutar del sexo.

Ness: A veces las dos cosas van juntas.

Zac: Me alegro de que lo digas. Por eso estoy pensando en casarme otra vez. Quiero una esposa decorativa y divertida, y que sea buena madre para mis hijos.

Ness: Britt será decorativa. Y supongo que también divertida. Pero es un poco joven para tener hijos.

Zac: Tiene veintidós años. Está en su mejor momento.

Ness: Quizá físicamente. ¿Pero crees que va a desperdiciar el mejor momento de su carrera de modelo para convertirse en tu máquina de hacer niños?

Zac: Sí, si será generosamente recompensada por ello.

Ness: Podrías contratar a una madre de alquiler -le espetó-.

Zac: Sabes tan bien como yo todos los problemas que traen esos contratos. Quiero una esposa y una madre para mis hijos.

Ness: ¿Crees en el amor?

Zac: ¿Y tú?

Ness: Touché.

Zac: Yo creo en el sexo. En el intercambio de placer físico entre dos adultos. ¿Y tú?

Ness: Supongo que conoces la respuesta, si te molestas en preguntarlo -dijo haciendo girar el vaso de whisky entre los dedos-. Tu detective privado debe ser mejor de lo que pensaba.

Zac: He contratado a uno nuevo.

Ella se terminó el whisky.

Ness: Entonces debes saber que vivo en la más piadosa castidad.

Zac: Eso parece.

Ness: En este caso, las apariencias no engañan. Creo que el sexo es una actividad inútil y que no compensa. Debilita la fuerza de voluntad, distrae la mente y convierte a las mujeres en víctimas.

El camarero puso un segundo whisky delante de Vanessa. No había notado que Zac lo pedía. Un fallo. No podía bajar la guardia ni un momento.

Zac: ¿Y en qué convierte a los hombres?

Ness: Les da demasiado poder.

Zac: Si es inútil y no compensa ¿por qué iba a dar poder a los hombres? Las mujeres pueden decir simplemente que no.

Ness: Biología. La naturaleza nos jugó una mala pasada. Las mujeres quieren un nido dónde refugiarse, niños, un hombre que las mantenga.

Zac: Pareces haber reflexionado mucho sobre el tema.

Ella sonrió serenamente, dando un sorbo a su nuevo vaso.

Ness: He tenido mucho tiempo. Lo suficiente para decidir que no voy a dejar que mis instintos me traicionen, haciéndome cometer más errores.

Zac: Y tú me tachas de calculador...

Ness: Hay una diferencia en ser calculador desde una posición de poder o desde una posición de desventaja. Cuando eres una víctima de la naturaleza, tienes que usar todos los recursos.

Zac: A mí no me pareces una víctima.

Ness: Zachary...

Zac: Zac -corrigió con voz suave-.

Ness: Zac -dijo disgustada por la facilidad con que salía el nombre de sus labios-, no pienso volver a ser una víctima.

Vanessa pensó que había bebido demasiado. Era imposible que estuviera sintiendo corrientes de emoción entre ellos dos. Era imposible que Zac la estuviera mirando con una expresión tan hambrienta y depredadora, tan cargada de sensualidad. Era imposible que la deseara. No podía desearla. Era un hombre sensato y había elegido a Britt.

Ness: Es tarde. Tengo que volver a casa.

Zac no dijo nada mientras ella deslizaba los pies de nuevo en sus zapatos y caminaba en línea perfectamente recta hacia la salida. Vanessa temía que le pusiera la mano en la cintura, pero agradeció que él no lo hiciera.

Zac: Está lloviendo -dijo cuando llegaron a la puerta-. Vuelve dentro, llamaré a mi chófer.

Ella salió a la calle.

Ness: ¿Para dos manzanas? No seas ridículo. Un poco de lluvia no te hará daño.

Zac la miró sorprendido.

Zac: ¿Has caminado alguna vez bajo la lluvia de Nueva York? Debe de ser auténtica lluvia ácida.

Ness: Siempre camino bajo la lluvia, y nunca salgo de la ciudad. Vamos, Zac, no seas cobarde. Hace una noche preciosa.

Zac: ¿De verdad vas a hacerlo?

Ness: Por supuesto. ¿Quieres que te busque un taxi?

Zac: Nadie me llama cobarde impunemente.

Ness: Bien por ti, valiente. Toma esto -dijo, lanzándole sus zapatos-.

La lluvia caía sobre ellos, aplastando los rubios cabellos de Zac contra su bien formado cráneo, formando regueros de agua a lo largo de su rostro de altos pómulos eslavos, de su dura mandíbula, de su boca casi cruel. No era un rostro de un hombre con el que se pudiera jugar.

Ness: Relájate, Zac. Solo tienes treinta y tres años.

Zac: La edad suficiente para no pasear descalzo por Manhattan -dijo secamente, metiéndose los zapatos de Vanessa en el bolsillo y siguiéndola con paso tranquilo-.

Ness: ¿Sabes? Creo que no deberías casarte con Britt después de todo -dijo esperándole en la esquina-. Necesitas a alguien que te obligue a hacer locuras.

Sus cabellos negros le caían sobre la cara, y no podía ver nada tras las empapadas gafas. Se las quitó y las metió en el bolso.

Zac: Ya sé por qué estás haciendo esto -dijo mientras cruzaban la calle-. Intentas que coja una pulmonía. Es una pérdida de tiempo. En el lecho de muerte, seguiría siendo capaz de cerrar un negocio.

Ness: No lo había pensado, pero es buena idea. Quizá puedas cerrar un negocio en tu lecho de muerte, pero seguro que no eres capaz de responder al teléfono cuando tienes un simple catarro. Los hombres sois así de blandos.

Zac: Nadie me llama blando impunemente -dijo con sequedad-.

Ness: Yo acabo de hacerlo -dijo deteniéndose y mirándole mientras se pasaba el pelo por detrás de las orejas-. ¿Quieres que le pida a alguien un paraguas?

Zac: No te molestes -dijo mientras se acercaba a ella amenazadoramente-.

Ness: ¿Qué piensas hacer?

Zac: Estaba pensando en coger un taxi y dejarte plantada, pero no creo que aparezca ninguno. Así que solo tengo una solución.

Ness: ¿Cuál?

Zac: Te echo una carrera hasta tu casa -dijo, dando un salto adelante-.

Vanessa echó a correr detrás de él. Su zancada sería más corta, pero no llevaba zapatos. Le alcanzó a la altura de la calle sesenta y seis, y cuando él llegó hasta ella, ya estaba apoyada contra los paneles de cristal de su amado edificio.

Vanessa respiraba entrecortadamente por el esfuerzo mientras se reía de Zac, cuyo enfado y seriedad habían desaparecido. Pero Zac fue demasiado rápido para ella. Antes de que pudiera darse cuenta de nada, estaba en sus brazos. Su risa se desvaneció mientras él la besaba con labios húmedos de lluvia y un ligero sabor a whisky.

Vanessa estaba demasiado asombrada como para reaccionar como hubiera debido. Instintivamente, le pasó los brazos por el cuello y él la levantó en el aire, haciéndola girar de nuevo bajo la lluvia. Ella se aferró a él, mareada, presa de un impulso contra el que no podía luchar. Maldición, cómo deseaba besarle. Y eso fue lo que hizo, ofreciéndole su boca entreabierta mientras la lluvia los empapaba.

Pero el beso fue demasiado corto. Él soltó su boca, su cuerpo, dejándolo arrastrar sobre el suyo hasta que los píes de Vanessa tocaron el suelo. Su vestido de seda estaba tan arrugado como el traje de lino de Zac.

Zac: Es mejor que controles esos instintos animales, Vanessa -murmuró con ojos brillantes-. Tienes que aplastarlos.

Ness: Es a ti a quien tendría que aplastar -dijo con voz temblorosa-. Mis zapatos, por favor.

Él los sacó de sus bolsillos y se los tendió.

Zac: ¿No se permiten pies descalzos en la Casa de Cristal?

Ness: Tengo que acercarme al supermercado -dijo en voz baja, poniéndose los zapatos-.

Zac: Te acompañaré.

Ness: Es inútil. No vas a conseguir otro beso de buenas noches, Zac -le advirtió separándose de él-.

Zac: Ah, ¿era eso? Me había parecido que era un beso de buenos días -dijo alcanzándola-.

Ness: Error -dijo mientras entraba en la pequeña tienda que estaba abierta las 24 horas-.

Zac: Tres bolsas de azúcar... -dijo al ver la compra de Vanessa-. ¿Vas a hacer mermelada?

Ness: ¿Se usa tanto azúcar para hacer mermelada? ¿Y tú cómo lo sabes?

Zac: Mi madre solía hacer mermelada.

Ness: La mía ni siquiera la comía.

Zac: July no es la idea que tengo yo de una madre.

Ness: Ni la mía. Ni creo que la suya propia -dijo sin amargura-.

Zac: ¿Entonces para qué es el azúcar?

Ness: A Ashley y a mí nos gusta el café muy dulce.

La mujer de cara malhumorada que atendía la tienda aporreó la caja registradora, y Vanessa abrió el bolso. Pero Zac se adelantó, sacando unos billetes de su cartera de cuero y poniéndolos sobre el mostrador.

Ness: No te debería dejar hacer eso -murmuró intentando mantener una expresión seria-. Pero en este caso creo que voy a hacerlo.

Zac: Bien. No creo que funcione como soborno. No creo que me cedas la Casa de Cristal por tres bolsas de azúcar.

Ness: No voy a cambiar la Casa de Cristal ni por amor ni por dinero.

Zac subió con ella en el ascensor hasta el noveno piso, sujetando la puerta del ascensor un instante cuando salió.

Zac: ¿No hay beso de buenas noches?

Ness: Para eso llama a Britt -sugirió cortésmente-.

Zac: Pensaba que había salido con su novio.

Ness: Ex-novio -le corrigió-.

Zac: No estarás pensando en hacer algo con ese chico ¿no? Te lo comerías vivo.

Ness: Es muy dulce, agradable y atractivo -dijo con un cierto tono defensivo-.

Zac: Se supone que yo también soy atractivo.

Ness: No sabía que estuvieras dispuesto a competir por mí.

Vanessa había conseguido desconcertarle.

Zac: No lo estoy.

Vanessa sonrió apretando el paquete de azúcar contra su pecho, una vez más controlando la situación.

Ness: Bien, pues que no se te olvide ¿de acuerdo, Zac? -le sugirió-. Las cosas ya son lo suficientemente complicadas.

Vanessa pulsó el botón de su piso y Zac tuvo que retirar la mano rápidamente. Ella pudo ver su expresión de sorpresa mientras las puertas del ascensor se cerraban.


Zac tardó una buena hora en recuperar el equilibrio. Tomó una larga ducha caliente, quitándose la suciedad del pelo y el frío de los huesos. Normalmente dormía desnudo, pero aquella noche, mientras la lluvia seguía golpeando contra los cristales, sintió que necesitaba más calor. Se puso una sudadera negra, se preparó un vaso de té ruso y se tendió en su enorme y vacía cama.

Estaba claro que no había estado lo suficientemente en guardia. Aquél era el verdadero peligro de Vanessa Hudgens: que le desequilibraba. Jamás había conocido a una mujer como ella, y le hacía perder el control. Si alguien le hubiera dicho que iba a darse un paseo por Manhattan empapándose bajo la lluvia, no lo habría creído. Ni tampoco que iba a besar a Vanessa, y que iba a disfrutar de ello.

Debía de estar loco. Él no quería a una pequeña mujer temperamental y de lengua viperina como Vanessa Hudgens. Era muy atractiva, incluso maliciosamente arrebatadora, pero él había preferido siempre a las mujeres serenas y esculturales. No a pequeñajas que despreciaban su dinero y su poder.

Por supuesto, pensó mientras se estiraba en la cama mirando la lluvia caer contra las ventanas, Vanessa había hecho exactamente lo que él esperaba. Había mostrado demasiado de sí misma, y no le había costado ni medio vaso de whisky. Ya sabía cuál era su punto débil, y lo había averiguado por casualidad. En el terreno sexual, la señorita Vanessa Hudgens se encontraba casi totalmente indefensa.

Era el ángulo desde el que había que enfocar la situación. Nunca había utilizado esa arma contra una mujer. Pero nunca se había encontrado con una mujer tan testaruda como Vanessa. Le había advertido que no era ningún caballero, y que iba a conseguir lo que quería por las buenas o por las malas. La cuestión era si Zachary Efron podía llegar a ser tan inmoral.

Analizó la situación desapasionadamente, a pesar de que su conciencia se empeñaba en plantear objeciones. Dudaba que Britt pusiera reparos a que utilizara el sexo para convencer a Vanessa. Britt parecía una mujer enormemente práctica. Y si no le gustaba, había otras mujeres, otras muchas elegantes y graciosas bellezas que no tendrían tantos escrúpulos.

Y en realidad le haría un favor a Vanessa. No sabía quién habría iniciado tan desastrosamente a Vanessa en los placeres carnales, pero en cualquier caso no le vendría mal. A pesar de todas sus barreras, no se podía ahogar los instintos animales y esperar encontrar la felicidad. Vanessa sería mucho más feliz con un hombre, con un marido y niños, que con su decrépito mausoleo.

Pero su boca se curvó de disgusto mientras repasaba sus justificaciones. Si cometía el error de seducir a Vanessa para ganar la batalla de la Casa de Cristal, lo lamentaría el resto de su vida. No. No debía haber más besos, más sueños eróticos. Al día siguiente invitaría a Britt a cenar y quizá a dormir, si le parecía que ya había llegado el momento. Quizá así dejara de pensar en aquella mujer, la cual sabía sostener una lucha limpia.


En lo que menos pensaba Vanessa en aquel momento era en luchar limpiamente. Se había puesto un mono vaquero, un poncho de plástico negro y botas, había metido las bolsas de azúcar en una bolsa y estaba chapoteando en el fango junto a la Casa de Cristal. Las máquinas de demolición seguían allí, como una familia de horribles insectos prehistóricos ansiosos por devorar a su pobre y herido edificio.

Tardó un rato en encontrar los depósitos de combustible de las máquinas. Tenía los dedos rígidos de frío y le castañeteaban los dientes cuando consiguió levantar la lona que cubría la tercera y última de las máquinas y verter el contenido de la tercera bolsa de azúcar en el depósito. Evidentemente, el encargado de la vigilancia no pensaba que les fuera a pasar nada a sus máquinas en aquel chaparrón, y nadie la molestó. Quizá Zac supiera quién lo había hecho, pero no tenía pruebas.

Se llevó las bolsas vacías a casa, esperando que Zac no se levantara demasiado tarde al día siguiente. Quería estar lo suficientemente cerca para oír su rugido de furia cuando descubriera lo que había hecho.




¡Se besaron! ¡Y bajo la lluvia! ¡Qué bonito!
Conociéndoles, de aquí a la cama un paso hay XD
Ahora sí que se pondrán las cosas interesantes.

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encanta!! tu capitulo!! sube el otro :)

Unknown dijo...

Se besaron bajo la lluvia, eso es lo mas tierno que hay!!!!
Ame este capitulo... y por fin Zac reconoce para si mismo que siente algo por Ness.. y espero que no la use para conseguir lo que quiere, o que si la use y luego se de cuenta de lo valiosa e importante que es Ness en su vida y no la deje irrrr.


Espero que subas prontoooo :)

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