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sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 5


**: El Estado de Luisiana contra David Efron. Se lo acusa de asesinato -el áspero ladrido del secretario resonó en la sala del tribunal-.

Una descarga de adrenalina recorrió la sangre de Vanessa, como le ocurría siempre que entraba en un tribunal. Ocupó su puesto en la mesa mientras un guardia conducía a David junto a ella. Vestido con el mono de la prisión, David parecía extrañamente sereno, a pesar de que estaba a punto de saber si podría esperar el juicio en libertad o tendría que hacerlo entre rejas.

En la mesa del otro lado de la sala, la ayudante del fiscal del distrito, que parecía incluso más joven que Vanessa, respiró hondo antes de iniciar su intervención.

Ayte. Fiscal: El estado solicita que el acusado permanezca en prisión, Señoría. Creemos que no debe gozar de privilegios especiales por ser agente de policía.

Ness: Señoría -dijo intentando controlar su impaciencia-, la libertad bajo fianza no es un privilegio especial. Y me gustaría hacer constar ante este tribunal que David Efron no ha solicitado ningún trato de favor.

Ayte. Fiscal: Puede que no -replicó la ayudante del fiscal del distrito-, pero no queremos que en este caso existan siquiera sospechas de irregularidad. Además, el acusado podría escapar. Estaba preparando su huida cuando el detective a cargo de la investigación lo detuvo.

Vanessa le lanzó al juez una mirada severa.

Ness: Mi cliente no hizo nada parecido. Pensaba entregarse.

Ayte. Fiscal: ¿Por eso su hermano ha sido suspendido del servicio en el departamento de policía acusado de intentar ayudarlo a escapar? -preguntó la ayudante del fiscal del distrito con una sonrisa-.

Vanessa sacudió la cabeza.

Ness: Señoría, todo eso fue un malentendido alentado por los prejuicios del detective a cargo de...

El juez, un hombre mayor y de gesto desabrido, levantó una mano.

Juez: Ahórrese la teoría de la conspiración, letrada. Se deniega la fianza. El acusado permanecerá en la prisión del condado a la espera de juicio.

Vanessa sacudió la cabeza.

Ness: Pero Señoría...

Juez: Ya es suficiente, señorita Hudgens. He tomado una decisión.

Vanessa se mordió la parte interior de la mejilla. Discutir con el juez no ayudaría a David. Era preferible claudicar y reservar fuerzas para batallas más importantes. Vanessa se volvió hacia David.

Ness: Lo siento.

David asintió.

David: No podías hacer gran cosa. El juez Roth no es precisamente famoso por tenerles aprecio a los policías -un guardia apareció junto a David. Antes de marcharse, David tocó el codo de Vanessa-. Cuida de Brittany y de Zac, ¿quieres, Vanessa? Sobre todo, de Zac. Verme pasar por esto tiene que ser más duro para él que sufrirlo en carne propia.

Vanessa comprendía la preocupación de David. En la morgue, Zac se había tomado muy mal lo que el ayudante del forense les había dicho sobre las huellas dactilares atribuidas a su hermano. Se había quedado más blanco que el cadáver que aguardaba sobre la mesa de disección.

Vanessa no tuvo que volver la vista hacia los bancos del público para saber que, en ese momento, Zac estaba aún más pálido.

Ness: Cuidaré de ellos.

David asintió y dejó que el guardia se lo llevara. Vanessa recogió sus papeles y su maletín, recorrió el pasillo central y salió de la sala. Brittany estaba en el pasillo, rodeada por un guardaespaldas, su familia, Zac y una pareja de ancianos que, a juzgar por su parecido, tenían que ser los padres de Zac y David. Vanessa se unió al grupo. Tras hablar con ellos un momento y pedirles perdón por la denegación de la fianza, se excusó y echó a andar por el pasillo. Zac se apartó del grupo y le dio alcance.

Zac: No tenías que disculparte por nada, ¿sabes? El juez Roth preferiría pasar algún tiempo en la cárcel antes que soltar bajo fianza a un policía.

Vanessa asintió. Sabía que sus oportunidades habían sido muy escasas desde el principio, pero la alegraba saber que Zac veía las cosas del mismo modo. Volvió la cabeza hacia el grupo del que acababan de separarse.

Ness: Brittany procura conservar la entereza, pero ¿cómo está en realidad?

Zac: Asustada, pero bien. Por fin ha aceptado dejar su apartamento y mudarse a la casa de invitados de mis padres. David ha contratado a un guardaespaldas y mi padre también la vigilará. Así que estará a salvo. Incluso podrá mantener abierto el restaurante.

Ness: Entonces, ésos eran tus padres. Te pareces mucho a tu padre.

Un músculo se tensó en la mandíbula de Zac.

Zac: Sí. De tal palo, tal astilla -dijo con aspereza, y miró hacia delante fijamente-.

Vanessa observó su perfil. Le habría encantado saber por qué había reaccionado así, pero no se atrevía a preguntárselo. Por lo menos, en ese momento. Zac ya había tenido bastante por un día. Aunque procuraba controlar sus emociones, estaba pálido como un muerto.

Ness: ¿Qué tal estás?

Zac: Genial -contestó con voz áspera. Mientras caminaba, desvió la cara para que ella no pudiera verla-. Esta tarde voy a ir a hablar con algunos de los participantes en esas ceremonias vudús. Brittany me ha dado unas fotos, así que sé a quién tengo que buscar.

Ella asintió sin dejar de observarlo.

Ness: Parece el paso lógico a dar en este momento.

Zac: Te dejaré en tu despacho de camino.

Ness: ¿Sigues preocupado por mí? -preguntó intentando proporcionar un tono burlón a su voz-.

Él la miró, pero no se molestó en contestar.

Zac: ¿A qué hora sales de trabajar?

Ness: A las cinco y media, más o menos -miró su reloj. Esa noche no tenía que quedarse hasta tarde en el despacho, pero aun así quedaban cuatro horas para las cinco y media..., cuatro horas que tal vez Zac no debería pasar solo-. Pensándolo bien, no tengo nada urgente que hacer.

Zac: ¿Estás segura?

Vanessa sabía que no debía hacerlo. Tenía montañas de papeleo que resolver y, además, debía preparar la vista preliminar del caso de David.

Ness: No quiero dejarte solo en este momento -una mirada desconfiada se deslizó en los ojos de Zac. Ella refrenó el deseo de extender los brazos hacia él, de tocarlo-. Enterarte de que existen pruebas contra David debe de haber sido muy duro para ti. Y, luego, que le hayan denegado la fianza...

Él alzó una mano.

Zac: Estoy bien -a pesar de que su voz era firme, no la miró a los ojos-.

Ness: Las pruebas no lo son todo, ¿sabes?

Zac: ¿Ah, no? ¿Es eso lo que piensas decirle al jurado?

Ness: Las pruebas pueden llevar a conclusiones equivocadas. O pueden estar equivocadas desde el principio. Y, sí, eso es lo que pienso decirle al jurado.

Él exhaló un lento suspiro.

Zac: Equivocadas o no, tienen suficientes pruebas para mandar a David a la prisión estatal de Angola.

«Y al corredor de la muerte», pensó ella.

Ness: Estás considerando todo este asunto desde el punto de vista de un agente de policía. Puede que haya pruebas suficientes para que presenten cargos contra David o incluso para que monten un caso sólido. Pero un juicio no es lo mismo. Las pruebas pueden ser ignoradas.

Zac: ¿Cómo? ¿Con uno de tus amuletos vudús?

Ella pasó por alto su sarcasmo. Era natural que estuviera furioso. Quería a su hermano. Eso era evidente. Y no le gustaba hallarse fuera de su elemento.

Ness: Un jurado no condena a nadie basándose solo en las pruebas. Los miembros del jurado se darán cuenta de que David es inocente. Yo me encargaré de ello. Lo único que necesitamos es que uno de los jurados tenga una duda razonable.

Un músculo vibró de nuevo en la mandíbula de Zac. Vanessa posó una mano sobre su brazo, duro como la roca, y reprimió el deseo de deslizar la mano sobre su fina camisa de algodón para aliviar su tensión. Lo único que podía hacer era intentar darle ánimos. Intentar tranquilizarlo.

Ness: Lo más importante de todo es que tú crees que tu hermano es inocente. Encontraremos las respuestas que necesitamos para que sea absuelto. Ten fe.

Zac: Yo no creo en las corazonadas, ni en la fe, ni en la suerte. Creo en las pruebas materiales.

Ness: ¿Aunque digan que David es culpable de asesinato en primer grado? -él apretó los labios en una línea pálida-. Debes tener confianza, Zac -a pesar de su cautela, Vanessa deslizó la mano hasta la cara de Zac y tocó su mandíbula-. Si me dejas, yo te enseñaré a tenerla.


Una fría ráfaga de aire acondicionado golpeó a Zac como una bofetada en la cara cuando abrió la puerta de la funeraria. Aquel lugar parecía tranquilo y silencioso como una tumba. Lo cual era lógico, supuso Zac.

Sostuvo la puerta abierta para que pasara Vanessa y entró tras ella. No se habían dicho ni una palabra durante el trayecto a la funeraria, la cual no se hallaba muy lejos del lago Pontchartrain. La tensión aleteaba entre ellos. Zac podía sentir aún la suave caricia de Vanessa y oía su promesa de enseñarlo a tener confianza. Y seguía sintiendo la ardiente tentación de aceptar su ofrecimiento.

Se obligó a concentrarse en una puerta de doble hoja que permanecía abierta al otro lado del corto pasillo. No podía pensar en la mujer que caminaba a su lado, ni en sus caricias, ni en sus promesas, ni en cuánto deseaba él conocerla mejor. Vanessa tenía el don de hacerlo dudar de todo aquello que creía cierto. Y él no necesitaba más complicaciones. Tenía que recuperar el dominio de sí mismo. Debía cumplir con su obligación, obtener una respuesta y seguir adelante. Trabajo policial elemental. Algo que él conocía muy bien.

Cruzaron las puertas abiertas y observaron la amplia sala que se extendía ante ellos. A juzgar por sus hileras de urnas vacías, parecía una sala de exposición. Al final de una de las hileras, Helen Giles permanecía inclinada sobre una urna de acero color azul cielo con apliques plateados.

Zac se acercó a ella y Vanessa lo siguió. A él le repugnaba tener que molestar a Helen mientras lloraba la pérdida de su hermana, Sally Meadows, pero sabía que no tenían elección.

Helen, una mujer gruesa y mofletuda, levantó hacia ellos sus ojos secos.

Helen: Es bonita, ¿verdad? A Sally le habría encantado.

Él miró la urna y asintió.

Zac: Sí, es bonita.

Helen: ¿Cuánto cuesta?

Vanessa se acercó a la anciana.

Ness: No trabajamos aquí, señora Giles -dijo con voz suave-. Hemos venido a hacerle unas preguntas.

Helen: Señorita -la corrigió-. Soy la señorita Giles. Gracias a Sally.

Zac: ¿Gracias a Sally? -repitió-.

Helen asintió y siguió pasando soñadoramente la mano por encima de la urna plateada.

Helen: Ella me robó a mi novio cuando yo tenía veinte años. Él iba a casa de mis padres a buscarme. Y, mientras esperaba, Sally coqueteaba con él tan descaradamente que, al final, él acabó enamorándose de ella. Quedé tan abatida que nunca me casé.

Interesante. Hacía dos días que Sally había muerto, y Helen Giles parecía más celosa que entristecida por su muerte. Claro que ¿quién podía decir cuál era la reacción normal en una situación así? Zac había visto reaccionar de cien maneras distintas a personas que acababan de perder a un ser querido.

Vanessa apretó los labios con simpatía.

Ness: Él se lo perdió, señorita Giles.

Helen: Oh, llámenme Helen.

Vanessa sonrió.

Ness: ¿Podría contarnos algo más sobre su hermana, Helen?

La anciana miró de nuevo a Vanessa y a Zac.

Helen: ¿Quiénes han dicho que eran?

Zac se puso tenso. En cuanto Helen supiera que estaba hablando con el hermano de David y su abogada, no diría ni una palabra más.

Vanessa se inclinó hacia la mujer.

Ness: Estamos intentando averiguar quién mató a su hermana.

Las comisuras de los labios de Helen se inclinaron hacia abajo en una mueca.

Helen: Pero la policía dice que ya han detenido al culpable.

Zac: David Efron no ha matado a nadie -dijo sin poder contenerse-.

Helen suspiró.

Helen: Oh, cuánto me alegro. Parecía un joven tan encantador en la ceremonia vudú... Y tan guapo... No quiero ni pensar...

Miró de nuevo la urna que tenía frente a sí y, sacando un pañuelo de encaje de un bolso del tamaño de una maleta, se secó los ojos, a pesar de que Zac no había visto en ellos ni el destello de una lágrima.

Vanessa tocó a la mujer en el brazo compasivamente.

Ness: Poco después de la última ceremonia vudú, Sally llamó a Brittany Snow. Le dijo que sabía algo sobre la muerte de Smith Daniels. ¿Sabe usted qué podía ser?

Helen sacudió la cabeza y sus mofletes temblaron.

Helen: Ella nunca me contaba nada. Yo era solo su hermana la solterona. No había razón para confiarme las cosas importantes.

Zac: ¿Podría tener algo que ver con los rituales vudús a los que asistían juntas? -preguntó adoptando el tono compasivo de Vanessa-.

Helen: No sé. Tal vez.

Era el turno de Vanessa.

Ness: ¿Recibió su hermana algún amuleto vudú antes de su muerte?

Helen sacudió la cabeza negativamente.

Helen: ¿Han hablado con la señorita Lulú? ¿Les ha contado ella lo del amuleto?

Zac se puso tenso.

Zac: ¿La señora Daniels recibió un amuleto?

Helen: No, ella no. Alguien dejó esa porquería en el despacho de Smith el día que murió. Al menos, eso he oído. Si quieren saber algo más, tendrán que hablar con la señorita Lulú. Esta noche estará en el teatro Saenger. Nos pidió a Sally y a mí que los acompañáramos antes de que Smith... -de nuevo alzó el pañuelo y se secó unas lágrimas inexistentes-. Tal vez ella pueda asistir al teatro después de lo ocurrido, pero a mí me resulta imposible.

Un hombre delgado vestido con un traje oscuro se unió a ellos. Se había acercado tan sigilosamente que Zac no notó su presencia hasta que estuvo a pocos centímetros de distancia. El hombre lanzó a Helen una sonrisa sombría.

**: Esa urna es muy bonita -dijo en voz baja-. Por lo que me ha contado, creo que es perfecta para su hermana.

Helen alzó la cabeza como si acabara de salir de un trance. Miró por encima de la nariz al director de la funeraria y sacudió la cabeza.

Helen: No. Creo que será mejor una de madera sencilla. Pero me gustaría reservar ésta para mí. Todos morimos tarde o temprano, ¿sabe? Y yo quiero estar preparada.


El teatro Saenger de Nueva Orleáns se alzaba como una joya antigua y polvorienta al borde del Barrio Francés. Zac había pasado ante él innumerables veces durante sus rondas y su vida cotidiana, pero nunca había puesto un pie en su interior.

Aquel sitio era tal y como se lo imaginaba: decoración barroca con esculturas griegas y romanas, estatuas de mármol y arañas de cristal componían el escenario por el que deambulaba una multitud con los vestuarios más diversos, desde sobrios trajes negros a túnicas y boas de plumas.

Vanessa encajaba perfectamente en aquel lugar. Vestida con un vestido negro de cuello alto y un elaborado broche en la garganta, relucía entre la multitud, al lado de Zac. Llevaba la espalda desnuda hasta la cintura, dejando al descubierto su piel morena. Se había recogido el pelo hacia arriba y unos cuantos rizos negros enmarcaban su rostro. Estaba muy guapa.

Zac, en cambio, se removía inquieto en su esmoquin. De pronto, Vanessa paró de hablar. Allí, junto a una de las barras del vestíbulo, había una mujer que tenía que ser Lulú Daniels. Llevaba un vestido color turquesa con tantas lentejuelas que parecía una cota de malla, el pelo rojo recogido sobre la coronilla y los dedos cargados de valiosos anillos. En cada mano sostenía una copa de champaña. La mujer se apartó de la barra y observó la multitud como si buscara a alguien.

Vanessa alzó la mirada hacia Zac.

Ness: ¿Quieres probar tú primero?

Zac había visto a Vanessa en acción interrogando a Helen. Había advertido su paciencia, su delicadeza, su compasión. La anciana había reaccionado como si fueran viejas amigas. Tal vez la señorita Lulú reaccionara del mismo modo.

Zac: Tú primera, por favor.

Vanessa alcanzó a la señorita Lulú al otro extremo de la barra.

Zac iba detrás.

Ness: Perdone, ¿la señora Daniels?  -sonrió a la mujer, más alta que ella, arrugando la nariz encantadoramente-.

Lulú: Llámeme señorita Lulú. Todo el mundo lo hace. ¿Y usted es...?

Vanessa le tendió la mano.

Ness: Vanessa Hudgens.

Los ojos de la señorita Lulú se achicaron.

Lulú: Es la abogada de ese tipo -se volvió hacia Zac-; Y usted es su hermano, ¿verdad? El detective me advirtió sobre ustedes.

Maldito Harris. Aquel hijo de perra pomposo no se detenía ante nada. Vanessa hizo un gesto indiferente como si aquello no fuera más que un malentendido sin importancia.

Ness: Solo queremos hacerle unas preguntas. Nada que merezca una advertencia.

La señorita Lulú alzó la barbilla y miró indiferentemente a Vanessa.

Lulú: Quieren hacerme preguntas para ver si pueden sacar de la cárcel al asesino de Smith.

Zac: Mi hermano no mató a su marido, señorita Lulú.

Lulú: ¿Ah, no? Entonces, ¿por qué está en la cárcel?

Ness: El detective Harris ha cometido un error. El verdadero asesino sigue suelto. Y necesitamos su ayuda para atraparlo. A él, o a ella.

La señorita Lulú palideció bajo la gruesa capa de maquillaje.

Zac dio un paso hacia ella.

Zac: ¿Recibió su marido un amuleto vudú el día antes de morir? ¿Un amasijo marrón oscuro con plumas clavadas?

Los labios de la viuda se tensaron.

Lulú: ¿Quién les ha dicho eso?

Zac: Es un amuleto maléfico, señorita Lulú -continuó-. Un presagio de muerte -los ojos de ella se agrandaron-. Otras personas relacionadas con las ceremonias vudú de Odette LaFantary también han recibido esos amuletos. Después de que mi hermano fuera arrestado.

Lulú: ¿Insinúan que Odette mató a Smith? No lo creo.

Vanessa miró a Zac y luego a la señorita Lulú.

Ness: Yo tampoco creo que fuera Odette. Pero alguien colocó esos amuletos. Alguien que sigue ahí fuera, dispuesto a cumplir sus amenazas.

La señorita Lulú, tragó saliva. Alzó un poco más el mentón, intentando disimular su temor. Pero Zac no se dejó engañar.

Zac: Tal vez quiera usted quedarse de brazos cruzados y hacerle caso al detective Harris. Tal vez crea usted que él la protegerá. Pero tres personas relacionadas con esas ceremonias han muerto ya. Si lo que pretende el asesino es acabar con todos los miembros del grupo, ¿quiere usted arriesgarse a ser la siguiente?

Ella se llevó una mano temblorosa a la garganta. Apartó la mirada de ellos como si buscara entre la multitud a alguien que la ayudara.

Ness: Por favor, señorita Lulú, ayúdenos y ayúdese a sí misma.

La mirada inquieta de la señorita Lulú se detuvo como si al fin hubiera encontrado a quien buscaba. Respiró hondo, se irguió y miró a Vanessa fijamente a los ojos.

Lulú: El detective Harris me dijo que no debía contestar a las preguntas del abogado de la defensa y no pienso hacerlo. Es hora de que vuelva a mi sitio. Si me disculpan... -con ésas, dio media vuelta y se fue-.

Vanessa observó a la señorita Lulú perderse entre el gentío que entraba en el auditorio del teatro. Habían estado cerca, muy cerca.

Ness: Estaba a punto de hablar. Hasta que encontró a quien estaba buscando.

Zac asintió. Miró las escaleras con balaustrada de mármol que llevaban a los palcos del piso superior.

Zac: Vamos a ver quién es -agarró a Vanessa de la mano y comenzó a subir las escaleras-.

Ella sintió una descarga de calor al sentir su mano. Intentando concentrarse en la señorita Lulú, siguió a Zac hasta el segundo piso. Pero antes de que él pudiera conducirla hacia la zona de asientos, Vanessa se detuvo en seco.

Ness: Espera. Sé de un sitio desde donde podremos mirar sin que nadie nos vea.

Apretó los dedos de Zac, lo llevó hasta una escalera lateral y empezó a subir. Cuando llegaron al piso siguiente, en lugar de dirigirse a las puertas que llevaban a la parte de atrás de los palcos, se acercó a una puerta aislada que se parecía a la verja de hierro forjado del lateral del teatro. Agarró el picaporte y empujó. La puerta se abrió chirriando y Vanessa y Zac pasaron por ella agachando la cabeza.

Zac siguió a Vanessa por un estrecho pasillo con el suelo de cemento cubierto de polvo. Luces parpadeantes brillaban como estrellas en el techo del teatro, tan solo a unos metros por encima de sus cabezas. A un lado, el pasillo se abría a una galería rodeada de estatuas griegas. De pie tras el torso desnudo de una mujer, miraron por encima del borde. El teatro se abría bajo ellos.

Zac: Desde aquí se ve todo el teatro. ¿Cómo es que conoces este sitio?

Ness: ¿Qué quieres que te diga? Siempre me ha gustado observar las representaciones que no tienen lugar en el escenario -metió la mano en su bolso y sacó unos gemelos. Se los acercó a los ojos y observó al público. No tardó en localizar el llamativo pelo rojo de la señorita Lulú. Y, gracias a las fotos que Brittany les había proporcionado, tampoco tardó en reconocer al hombre delgado de pelo oscuro sentado a su lado-. Ahí están. En la parte central, cerca del pasillo. Y jamás adivinarías con quién está -le dio los gemelos a Zac-.

Él se los llevó a los ojos.

Zac: Tony Fortune.

Sin necesidad de los prismáticos, Vanessa vio que Fortune deslizaba un brazo por encima de la butaca y atraía a la señorita Lulú hacia sí mientras se alzaba el telón. Zac cerró los ojos. Al cabo de un momento, volvió a abrirlos y le devolvió los gemelos a Vanessa.

Zac: Olvídate del vudú. Me parece, que, sencillamente, Daniels era un estorbo -dijo con aspereza-.

Vanessa lo observó por el rabillo del ojo.

Ness: Parecen muy amigos.

Zac: Sobre todo, teniendo en cuenta que al marido de ella lo entierran mañana.

Una amargura inconfundible impregnaba sus palabras. Pero ¿de dónde provenía aquella amargura?, se preguntó Vanessa.

Zac: Ya hemos visto cuanto necesitábamos. Salgamos de aquí.

Ella lo agarró del brazo.

Ness: No hasta que me digas qué te pasa.

Zac: ¿A qué te refieres?

Ness: He notado que te molestaban las infidelidades de la señorita Lulú. ¿Cuál es el verdadero motivo?

Él dejó escapar un leve suspiro entre los labios apretados y sacudió la cabeza.

Zac: No importa. Ocurrió hace mucho tiempo.

Ness: Cuéntamelo. Si algo te molesta, me gustaría saber qué es.

Él apartó la mirada y observó las luces tenues del techo. Finalmente dijo:

Zac: Mi padre tuvo una aventura extramatrimonial.

Ella asintió. Solo un recuerdo doloroso podía haber provocado la amargura que impregnaba su voz.

Ness: ¿Hace cuánto tiempo?

Zac: Antes de que yo naciera. Cuando mi madre y él eran novios.

Ella no pudo ocultar su sorpresa.

Ness: ¿Antes de que tú nacieras? ¿Y no crees que ya va siendo hora de que lo superes, Zac?

Zac: No es tan sencillo -se volvió a mirarla con los ojos empañados por dolorosos recuerdos y viejas traiciones-. Tuvo un hijo con su amante, una francesa. Su primer hijo. Hasta los diecisiete años, yo pensaba que era su primogénito.

Vanessa le pasó la mano por el brazo. Deseaba poder decir algo que lo hiciera sentirse mejor, pero sabía que no podía. Lo único que podía hacer era escucharlo. E intentar comprenderlo.

Ness: Yo soy hija de militar. Mi vida cambiaba por completo cada vez que a mi padre lo trasladaban a un nuevo destino.

Zac: No es lo mismo.

Ness: Claro que no, pero te entiendo. Por lo menos, un poco -reprimió el deseo de tocarlo de nuevo. No podía curar sus heridas, dijera lo que dijera. Eso solo él podía hacerlo-. ¿Conoces a tu hermano?

Zac: Mi medio hermano, querrás decir.

Ness: ¿Lo conoces?

Zac: Sí.

Ness: ¿Has hablado con él de ese tema?

Zac alzó una mano como si intentara defenderse.

Zac: Mira, ya he contestado a tu pregunta. No quiero hablar más de esto. Tengo que asegurarme de que la prometida de mi verdadero hermano no les ha dado esquinazo a sus guardaespaldas y ha decidido intentar exculpar a David ella sola, y este maldito teléfono no funciona aquí dentro -levantó el teléfono móvil, dio media vuelta, cruzó la puerta de hierro forjado y se dirigió en línea recta a la escalera-.

Ella se quedó mirándolo mientras se alejaba.


Vanessa salió del teatro y se adentró en la noche húmeda. Los mechones que encuadraban su cara se le pegaron a la frente de inmediato. Observó la acera. No había ni rastro de Zac. Dentro tampoco había podido encontrarlo.

Desilusionada, sintió un nudo en el estómago. Se sentía atraída por él desde la primera vez que lo había interrogado en la sala de un tribunal. Y, desde que habían empezado a trabajar juntos en la defensa de David, la atracción que sentía por él había crecido sin cesar. Incluso había llegado a fantasear con que entre ellos hubiera algo más profundo. Al menos, tenía la esperanza de que pudiera haberlo. Algo que trascendiera sus diferencias. Algo que ella llevaba buscando toda la vida.

Sacudió la cabeza. Tal vez Zac tuviera razón. Tal vez ella estuviera intentando creer en simples mitos. Tal vez aquella cosa vaga y esquiva que percibía entre ellos no fuera más que otro de aquellos mitos. Estaba claro que, esa noche, a Zac no lo había costado ningún trabajo alejarse de ella.

Vanessa comenzó a cruzar la calle Burgundy sin pensar lo que hacía. Estaba tan acostumbrada a ir a todas partes andando en el Barrio Francés, que por un momento había olvidado que la noche anterior la habían agredido en el patio de su casa. Vio que un taxi se acercaba por la calle Canal y levantó la mano para pararlo. Aunque su casa estaba tan solo a unas manzanas de allí, sería más prudente tomar un taxi que hacer el camino sola y a pie. Pero el taxi, lleno de turistas cargados de lentejuelas que no sabían que el carnaval se había terminado hacía tiempo, pasó de largo.

**: Vanessa.

Dijo una voz alzándose por encima del sonido del tráfico y la música procedente de una esquina alejada de la calle. Era la voz de Zac.

Vanessa se detuvo en medio de la calle y se volvió hacia él. El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho. Zac se acercó a ella despacio, con la cara sofocada.

Zac: Quiero disculparme. He sido un idiota -se bajó de la acera-.

El chirrido de unos neumáticos resonó en los edificios cercanos. Un coche dio un frenazo en medio de la calle Canal y dobló, derrapando, la esquina. Se enderezó y enfiló directamente hacia ellos. Zac, que estaba de espaldas, no lo vio.

Ness: ¡Zac! -gritó abalanzándose hacia él-.




Ay, ay, ay... =S
¿¡Ahora también van a por Zac!?

Espero que os esté gustando la nove.
El próximo capi será el más esperado ;)

¡Gracias por los coments!
¡Comentad!

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

AAAAAAAAYY Y ME DEJAS CON ESA INTRIGAA?
ES INJUUUSTO!! JAJAJAJAA
AME EL CAPI.


SUBE PRONTO.

Unknown dijo...

También a Zac?????
Por queeeeeeeé???? el no ha hecho nada!! jeje
Esta nove solo tiene 8 capítulos no?? Me parece poco porque todavía no se resuelve nada en el caso de David y solo faltan 3 capítulos.
En fin, igual me gusta :D

Síguela pronto! :D

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