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sábado, 6 de octubre de 2012

Capítulo 2


El hombre de verdad es puntual. Poned vuestros relojes en hora, chicas. Vuestro hombre es el más pun­tual. Cuando dice a las dos, lo dice en serio. Si tiene que esperar se pondrá de mal humor. Está impaciente por verte, lo cual no es nada despreciable. Tú también querrás ver a un hombre así.

De Las 49 cualidades del hombre de verdad. Revista Hombres, Abril, 1949.



O Zac no quería verla o él desde luego no for­maba parte de la lista de los hombres de verdad de 1949. Vanessa miró hacia la puerta del restaurante por dé­cima vez y se acomodó en la silla mientras fruncía el ceño al ver la hora. Aquel hombre ya llegaba media hora tarde. Desde luego, la puntualidad no era un rasgo del hombre moderno.


Tampoco se podía decir que albergara muchas es­peranzas respecto a Zac Efron, pero era ciertamente el más interesante del lote. Además, se había pasado la tarde leyendo uno de sus libros, y tenía que admitir que Ashley tenía razón. Sus héroes eran los clá­sicos hombres de acción pero las escenas de sexo eran espectaculares. Tal vez tuviera cualidades.


Examinó la puerta una vez más y vio entrar a una pareja de edad madura, seguida de un hombre con aspecto confuso, de unos veintitantos años, vestido de modo informal y muy inapropiado para el lugar, con una chaqueta oscura y una camiseta pop sobre los vaque­ros. Vanessa observó a la pareja mientras el maître los acompañaba hacia su mesa y notó, con un pinchazo de pura envidia, el solícito gesto del hombre al retirar la silla para que su acompañante se sentase y sentarse después él. Aquel hombre sí era un hombre de verdad. Lo malo es que debía tener setenta años.


Miró entonces al joven de la camiseta. Era un ejemplo que ilustraba perfectamente las maneras inadecuadas de los hombres modernos. Era bastante atractivo, pero iba desaliñado, con unos vaqueros un tanto sucios, y aquella camiseta barata que desentona­ba plenamente con el restaurante. Frunció el ceño al ver que el maître se dirigía con él directamente hacia ella. El hombre de la camiseta le resultaba familiar pero no podía ser...


Maître: ¿Señorita Hudgens? -preguntó en un tono que congelaría el ecuador-.


Ness: ¿Sí?


Maître: Este hombre pregunta por usted -dijo mirando al hombre con total desprecio antes de marcharse-.


Zac: Hola. Soy Zac Efron.


No podía ser. ¿Dónde estaba el traje, el sofisticado corte de pelo, la cara afeitada? Tenía el mismo pelo claro y los ojos profundos, aunque no llevaba las gafas. La nariz también era la de la foto.


Ness: Vanessa Hudgens -dijo extendiendo la mano-.


Al estrecharle la mano, Vanessa sintió un escalofrío que le recorría el cuerpo. Tenía carisma, lo admitía, pero eso no lo convertía en el hombre del siglo.


Ness: Siento no haberle reconocido -continuó tras recobrarse-. No se parece demasiado a la foto­grafía de su libro.


Zac: La gente siempre me dice lo mismo -dijo re­clinándose en la silla-. Creo que es por las gafas o porque necesitan horas para conseguir que pose con ese aspecto. -Vanessa trató de no mirarle mientras rechazaba la be­bida que le ofrecía el camarero-. Preferiría una infusión si tienen. Si no, tomaré agua, mineral. -Agua mineral e infusiones. Aquello descorazonó a Vanessa-. Entonces, dígame ¿de qué va todo esto, señorita Hudgens?


Ness: Vanessa. ¿No se lo explicó su agente? Hablé con él hace un par de días y creo que la revis­ta...


Zac: Solo me dijo que era para la revista
Hombres. Pero no la conozco. ¿Tiene que ver con la caza y la pesca?

Ness: En realidad, no. Es una revista para mujeres.


Zac: Ah, una de ésas -se inclinó hacia atrás en el respaldo del asiento- . Azul, ensalada con aceite y vinagre y las mujeres como tú -Vanessa parpadeó rápidamente llena de asombro y él sonrió-. Eso es lo que ibas a preguntarme, ¿no? Mi color favorito, mi comi­da favorita y el tipo de mujeres que me gustan.


Vanessa lo miró y sintió un escalofrío al ver la sonrisa de complacencia en su rostro. Conocía a los hombres como él. Petulantes, arrogantes, los que nunca se sien­ten solos porque su ego siempre les hace compañía.


Ness: No exactamente, no.


Zac: ¿No? ¡Estupendo! Para serte sincero, no tengo preferencias de color, siempre digo el primero que se me pasa por la cabeza.


Vanessa estaba prácticamente derritiéndose en la silla con el arranque de sinceridad y la chispeante sonrisa de aquel hombre. Tal vez se hubiera equivocado con él. Después de todo, era guapo aunque no fuera bien vestido y comprendía que no tuviera un color favorito; tampoco ella lo tenía...


¿Pero qué estaba haciendo? Había tenido reaccio­nes así antes y solo querían decir una cosa: química. Abrió el bolso y sacó sus papeles.


Ness: La revista quiere sacar un artículo... Así es que estoy tratando de poner al día la lista -concluyó finalmente-.


Zac: Comprendo -dijo partiendo un trozo de pan integral que le había traído el camarero, mientras observaba con admiración a la mujer que tenía enfrente-.


Las entrevistas eran parte de su trabajo como escri­tor aunque él no solía disfrutar con ellas. Pero aquélla era agradablemente diferente. También Vanessa.


Se reclinó sobre el respaldo y la ob­servó mientras comía. Había dicho la verdad en lo de que le gustaban las mujeres como ella. No tenía la mi­rada ansiosa que solían mostrar las mujeres ante él normalmente. Un cuerpo sinuoso, un rostro amigable, unos resplandecientes ojos marrones que sugerían un gran sentido del humor. El cabello de un negro oscuro que llevaba peinado hacia atrás dejaban a la vista un rostro juvenil de belleza natural.


Ness: La revista realizó una encuesta y dio con una lista de hombres para que los entrevistara.


Zac: Mi nombre estaba en la lista, ¿no es así? -dijo con suficiencia-.


Aquello desmontaba la teoría de John de que su fracaso con las mujeres era culpa suya. Se alegraba de haber aceptado que le hicieran la entrevista. La señorita Hudgens no llevaba anillos y tenía un cuerpo espléndido. Se detuvo a mirar su garganta y la piel visible de su escote.


Ness: Bueno, no exactamente. Hunter estaba en la lista.


Zac: ¿Quién? -preguntó sorprendido y la miró a la cara-.


Ness: Hunter McQuade. El protagonista de
Acción al atardecer.

Zac: ¿Quieres decir que me estás entrevistando por­que Hunter está en la lista de los hombres de verdad?


Ness: Eso es.


Zac: Hunter McQuade no es un buen ejemplo. Para empezar, ni siquiera es real. ¡Yo lo creé!


Ness: Soy consciente de ello -contestó con sereni­dad-. A las mujeres que participaron en la encuesta se les pidió que identificaran a su hombre ideal pero no les dijeron que tuviera que ser un hombre de carne y hueso.
 

Zac: Estupendo -dijo sin emoción-.


Su nom­bre no aparecía en la lista pero el de su héroe de fic­ción sí. No sabía si sentirse halagado o insultado.


Ness: Por eso tengo que hacerte algunas preguntas so­bre él.


Zac: ¿Sí? -se sentía definitivamente insulta­do-. ¿Y qué quiere saber, señorita Hudgens?


Ness: Vanessa, por favor. No serán muchas preguntas -dijo echando un vistazo al informe que tenía en las manos-.


Mientras, Zac dio un largo sorbo de agua tratando de recobrar la compostura. Al menos su héroe ha­bía tenido éxito y él se sentía identificado con él de al­guna manera.


Ness: ¿Qué tal si empezamos por sus modales?


Zac: ¿Modales? -repitió-.


Ness: Así es. ¿Cómo es Hunter? ¿Dirías que tiene bue­nos modales?


Zac: ¿Modales? Él se dedica a salvar el mundo. Está demasiado ocupado haciéndolo para preocuparse por sus modales.


Ness: Entiendo -dijo frunciendo los labios-. No considera importantes los modales.


Zac: Bueno, no es así exactamente. Simplemente no se preocupa por ellos.


Ness: Comprendo -escribía en su cuaderno las respuestas- . ¿Y qué me dices de ti? ¿Lo consideras importante?


Zac: No quiero ser grosero, pero bueno, no soy un maestro de la etiqueta.


Ness: ¿Y qué me dices de la moda? ¿Dirías que Hun­ter va bien vestido?


Zac: No mucho -dijo y pudo comprobar cómo Vanessa volvía a escribir en su cuaderno-. Pero yo tampoco diría que va mal vestido. La mayoría del tiempo lleva ropa de camuflaje o de color negro si es por la noche. Supongo que se viste de forma adecuada para su forma de vida.


Ness: Ya, pero no es eso lo que quiero saber. Me inte­resa saber si la moda es una prioridad para él.


Zac: No. Salvar el mundo sí lo es; lo que lleve puesto no es prioritario.


Pero la joven no parecía muy impresionada ante la naturaleza de las misiones de su creación literaria.


Ness: Entonces, ¿si Hunter se encontrara en una situa­ción que requiriera traje y corbata, lo llevaría?


Zac: No lo sé. Supongo que si tuviera que hacerlo, lo haría.
 

Ness: Oh, vaya. Sigamos con la puntua­lidad.


Zac: La puntualidad es muy importante para Hunter -dijo aliviado de que le preguntara algo a lo que podía responder positivamente-. Siempre llega antes de que la bomba explote... aunque Hunter llegó por los pelos la última vez, y creo...


Ness: No es a ese tipo de puntualidad al que me estaba refiriendo -dijo con una sonrisa-. Me refería más bien a su puntualidad en las citas. ¿Es puntual en esos casos?


Zac: Supongo que lo sería aunque siempre habría al­guna circunstancia atenuante.


Ness: ¿Por ejemplo?


Zac: Ya sabes -dijo haciendo un gesto con la mano- . Si estuviera atado de pies y manos, o ence­rrado, o abandonado en medio del desierto. Si alguna de esas situaciones se diera, llegaría tarde. Días tarde.


Ness: ¿Y cómo se sentiría? ¿Enfadado, preocupado...? -preguntó con gesto de desaprobación de nue­vo-.


Zac: Le preocupa más poder perder la vida -respon­dió irritado-. Además, mi héroe no tiene mu­chas citas.


Ness: ¿No piensa establecer una relación estable?


Zac: ¡Hunter ya tiene relaciones! -dijo empe­zando a estar harto de la entrevista-.


Ness: No, en tus libros, no. Empieza muchas pero no continúan. No parece preocuparle mucho nada que no sea su próxima aventura.


Zac: Eso no es cierto. Además, son libros de aventu­ras, no novelas de amor. Aunque mi héroe es un gran amante -sonrió al decir eso mientras se inclinaba sobre la mesa tratando de convencerla-. O al menos, así es como trato de describir las escenas de cama.


Ness: ¿De veras? Bueno, debe ser un gran amante porque cada vez que una mujer entra en su habitación se abalanza sobre ella.


Zac: Es ficción, señorita Hudgens -dijo de mala gana al notar el desprecio de ella-.


Ness: No lo olvido. Lo que digo es que un hombre que no se preocupa por la puntualidad, ni por los modales, ni por las relaciones personales o el atuendo no tendría gran éxito en el mundo de los hombres de verdad. Hablemos ahora de libros, ¿qué tipo de literatura le gusta leer a su héroe?



«¿Qué tipo de literatura le gusta leer a su héroe?».


Zac: ¿Pero qué tipo de pregunta es? -golpeó el teclado con ambas manos-.


Más tarde se sentaba frente al ordenador para bo­rrarlo. No era así como funcionaban sus historias. Las mujeres hacían siempre lo que él quería con solo mirar­lo una vez. Además, su héroe estaba en ese momento en medio del océano, rodeado de matones y tiburones. No había tiempo para ser educado, preocuparse por lo que llevaba puesto o por lo que le gustaba leer.


Se levantó y se dirigió hacia la cocina a buscar un vaso de zumo. No sabía qué le ofendía más: no estar en
la lista de hombres de verdad o que su héroe estu­viera a punto de salir de ella. Probablemente lo segun­do, aunque era como si fuera él mismo porque lo ha­bía creado según la idea que él tenía de lo que era un hombre ideal. Y él se consideraba un buen ejemplo también. Aunque estaba claro que la señorita Hudgens no compartía esa opinión.


Recordó entonces sus curvas, y sus ojos. Repasó mentalmente su apariencia totalmente femenina. La próxima mujer que apareciera en su libro sería como ella. Y le arrancaría a Hunter la ropa en cuanto tuviera la más mínima oportunidad.


Estaba pensando en ello cuando alguien llamó a la puerta. Cuando abrió, su ánimo no mejoró al ver que era John.


Zac: Cuando tenga que describir a Hunter bien vesti­do, pensaré en ti -gruñó-.


John: Bueno, pero no puedo imaginar por qué tendría que vestirse tu héroe de traje. Seguro que ni siquiera tiene uno.


Zac: Puede.


John: ¿Es mi imaginación o estás de mal humor? -preguntó mientras sacaba del frigorífico un re­fresco-.


Zac: Por supuesto que estoy de mal humor. ¡El héroe de mis novelas está en un yate en medio del océano rodeado de matones y tiburones! ¡La única manera que tiene de salir de allí es con la ayuda de la chica y ella no lo hará si no lee los libros adecuados!


John: ¿Por eso estás de mal humor? ¿Qué tal fue la en­trevista?


Zac: No muy bien. De hecho, creo que suspendí.


John: Era una entrevista, Zac, no un examen. ¿A qué te refieres con que suspendiste?


Zac: El examen del «hombre de verdad». Creo que Hunter también.


John: ¿Quién?


Zac: Hunter -le recordó-. Ya sabes. El hé­roe de
Acción al atardecer y todos mis otros libros.

John: Esto no tiene buena pinta. Creo que será mejor que me lo cuentes.


Zac: No hay mucho que contar -pero se lo contó todo-.


John: A ver si me aclaro. ¿Tú no sa­les en la lista de hombres de verdad pero Hunter sí?


Zac: Y creo que solo por los pelos. Fue una entrevista rara. ¿Hunter es un hombre educado? ¡Y yo qué sé!


John: Oh -dijo aparentemente preocupado-.


Zac: Ni siquiera sé si debería serlo. Es un héroe de ficción que se pasa el día atrapando criminales y seduciendo mujeres. No se preocupa por ser educado o puntual mientras lo hace.


John: Tal vez debería -dijo con lentitud-.


Zac: ¿Cómo dices? -preguntó mirándolo a los ojos-.


John: He dicho que tal vez debería, y tal vez tú tam­bién deberías hacerlo. Me gustan tus libros, Zac, y se venden muy bien, pero tienes que admitir que tu héroe solo tiene una dimensión.


Zac: ¡Una dimensión! -repitió-.


John: Así es, Zac. No parece real.


Zac: No lo es -gruñó-. Yo lo creé.


John: Ya sé que tú lo creaste, pero tus lectores quieren saber cómo es -frunció el ceño en un acto de obvia preocupación-. Esto podría ser grave, ¿sabes? No queremos que la revista
Hombres diga que ni tú ni tu protagonista sois hombres de verdad. 

Zac: Es solo una revista para mujeres, John.


John: ¿Quién crees que compra tus libros? Las muje­res. Necesitas ese público.


Zac: Creía que ya lo tenía.


John: Éste es un negocio muy inestable, amigo. Un día estás en la cresta de la ola y al otro no. Las mujeres de Norteamérica eligieron a tu héroe como un ejemplo de su hombre ideal. Lo último que necesita tu carrera es que un artículo diga que no lo es. Tenemos que hacer un esfuerzo para reparar el daño.


Zac: ¿Qué propones?

John: No lo sé -dijo pensando en ello-. Tal vez podamos pedir a la señorita Hudgens una segunda oportunidad. Decirle que no estabas en tu mejor momento porque tu novia acababa de dejarte.


Zac: Eso no ayudará mucho a mi carrera tampoco -no le gustó nada la idea-.


John: Nunca se sabe. Puede que las mujeres sientan lástima por ti.


Zac: No, gracias. Además, aunque hablara de nuevo con ella, no saldría bien. Tenías que haber visto la lista de cualidades que tenía. Había montones. Podría hacer que Hunter mostrara algunas pero no sé... Podría aca­bar creando un hombre que no les gustase a las muje­res. Si pudiera conseguir la lista, seguro que tú me di­rías las respuestas correctas.


John: ¿Quién te dice que yo las sepa?


Zac: Has estado casado tres veces, John. Algo debes saber.


John: También me he divorciado tres veces. Y parece que voy a hacerlo por cuarta vez.


Zac se percató entonces de que su amigo llevaba los hombros hundidos y parecía totalmente decaído. No parecía un hombre feliz.


Zac: Creía que habías dicho que Tina era la mujer definitiva.


John: Lo es... para mí -suspiró-. Pero no estoy muy seguro de que ella piense lo mismo.


Zac: ¿De qué estás hablando?


John: Tina me ha sugerido que vayamos a ver a un consejero matrimonial.


Zac: Eso está bien -trató de consolarlo-. No es lo mismo que si hubiera hecho las maletas y se hubiera llevado los muebles.


John: Es virtualmente lo mismo -dijo con una mueca-. Ya he pasado por esto antes, Zac. Sé cómo funciona. Primero viene el consejero y luego se van.


Zac: Vaya, John, es una pena.


John: Y que lo digas -dijo haciendo un es­fuerzo para ocultar su abatimiento-. Así es que yo diría que eso me descarta como una autoridad en hom­bres perfectos. Deberías hablar con otro. ¿Qué te pare­ce tu cuñado?


Zac: ¿Will? -dijo con sorpresa-. Will vende muebles. ¿Crees de verdad que sabe algo que no tenga que ver con la madera y los sofás?


John: Supongo que no. Pero no se me ocurre nadie más.


Zac: A mí tampoco. Ojala tuviera la lista. Así podría saber qué hay que tener para ser hombre de verdad y lo que las mujeres quieren.


John: Ésa sí que es una brillante idea.



Eran más de las seis cuando Vanessa llegó a su aparta­mento. Hacía calor y había sido un día largo. Cuando abrió la puerta, después de subir los dos pisos, se pre­guntó si realmente había sido buena idea mudarse.


Sin embargo, la brillante madera de los suelos, la elegancia del salón y el suave murmullo del ventilador de techo la hicieron sentirse mejor. Su apartamento era perfecto. El problema era que no le gustaba el tra­bajo que tenía que hacer. No había progresado mucho con ninguno de los artículos.


Se puso unas mallas y una camisa pero se detuvo al verse en el espejo del dormitorio. Aquel atuendo no parecía el más apropiado para aquel elegante piso. De­bería llevar puesto algo más acorde, como una de esas combinaciones brillantes que había visto cuando escri­bió su artículo
Sexy en casa. Recordaba que en aquel artículo había dicho que no era necesario ir por la casa en vaqueros viejos o en pijama. Había toda una línea de ropa igualmente cómoda pero mucho más atracti­va. Después de todo, una nunca sabía cuando el hom­bre de su vida llamaría a la puerta.

En ese momento no había nadie en la vida de Vanessa pero, como había dicho en su artículo, el hombre de verdad podía aparecer en cualquier momento.


Estaba en la cocina buscando algo para cenar cuando Ashley llamó por teléfono


Ash: Me apetecía charlar -dijo con tono quejicoso-. He tenido un día largo y aburrido y no puedo llamar a la puerta de mi vecina para quejarme. ¿Qué tal ha sido el tuyo?


Ness: Muy parecido -respondió mientras sujeta­ba el teléfono inalámbrico con una mano y abría el frigorífico con la otra-. Me he pasado toda la tarde hablando con cocineros para ver si encontraba material para el artículo de
Las mejores recetas sensuales y no nos pusimos de acuerdo. Hasta el momento, he averi­guado que prácticamente cualquier cosa excita a un hombre siempre y cuando lo cocines como a él le gus­ta -dijo sacando un refresco, un cogollo de lechuga y otros ingredientes para hacer una ensalada-. Ah, y también he descubierto que hablar de comida me da mucha hambre.

Ash: ¿Y qué me dices de Zac Efron? ¿No habías quedado con él hoy?


Ness: Así es -respondió abriendo la lata y dan­do un sorbo. Estaba templada-.


Ash: ¿Y bien? Vamos, cuénta­me. ¿Cómo es? ¿Te dio mucha información para tu ar­tículo?


Ness: No -dejó el refresco y sacó un cartón de leche. También estaba templada. La olió e hizo una mueca-. No me dio nada para mi artículo, a decir verdad. Apenas sabe cómo es su héroe, aparte de que salva el mundo -dijo bastante decepcionada con Zac Efron-. Ni siquiera era consciente de que debería saberlo.


Ash: Vaya. Es una pena. Aunque era de esperar, su­pongo. Los tipos tan guapos nunca tienen cerebro -se detuvo-. Porque es guapo, ¿no?


Ness: Supongo que sí. Es del tipo de hombre desaliña­do, que bebe infusiones, físicamente parecido a Bruce Willis.


Ash: Ah -dijo igual de decepcionada que Vanessa-. No se parece a Hunter.


Ness: No se parece en nada a Hunter -dijo con la lechuga lacia en la mano-. Supongo que no debe­ría haberlo esperado tampoco. Hunter es parte de su imaginación. Él lo inventó.


Ash: ¿Y qué me dices de esas escenas de sexo? ¿Crees que también son parte de su imaginación?


Ness: No. Creo que son reales -dijo al recordar el escalofrío que le había recorrido el cuerpo cuando se estrecharon las manos-.


Ash: Tal vez deberías averiguarlo -dijo intri­gada-.


Ness: ¿Cómo dices?


Ash: ¿Por qué no? Supongo que sería un aliciente para tu artículo.


Ness: ¡No me voy a acostar con Zac Efron para que el artículo tenga un aliciente!


Ash: Solo era una idea -su tono sonó enton­ces totalmente excitado-. Y hablando de alicientes. Hoy he comido con Drew. Ya sabes. Drew Seeley.


Ness: Sé a quién te refieres, Ash.


Ash: ¿Sí? Bien. Bueno, le hablé de tu artículo y de que te gustaría hacer algo más serio, periodismo de investigación y me sugirió que hicieras un artículo sobre
Wutherspoon Deportes al Aire Libre y todos los cam­bios que han tenido lugar desde que Gerald tomó el control. ¿No es una gran idea?

Ness: Tiene posibilidades.


Y así era. Había escrito un par de cosas para una revista del área empresarial y se habían mostrado complacidos con su trabajo. No era exactamente a lo que aspiraba pero era un comienzo.


Ash: Y mientras lo haces podrías investigar un poco la muerte de Franklin -continuó-.


Ness: ¿Hacer qué?


Ash: Investigar la muerte de Franklin -repitió-. Ya sabes. Hacer preguntas. Investigación perio­dística.


Ness: No estoy haciendo una investigación periodísti­ca. Además, no hay nada que investigar.


Ash: Podría haberlo. No te imaginas lo que he averi­guado hoy. Estaba hablando con la señora Patrick, de compras, cuando me dijo que Marion Phillips le había comentado que ella le había dicho específica­mente a Franklin que había gambas en el plato y que no debería comérselo. ¿Qué te parece?


Ness: ¿No era Franklin un poco duro de oído?


Ash: Sí, pero...


Ness: Bueno, entonces no debió oírla.


Ash: Tal vez -concedió-. ¡O tal vez no co­miera las gambas!


Ness: Tuvo que hacerlo. Murió de una reacción alérgi­ca, ¿recuerdas?


Ash: Sí, lo sé, pero puede que no tomara aquel cóctel de gambas y que alguien pidiera pescado y le hubiera puesto un trozo en el plato. Habría sido muy fácil por­que estábamos en un restaurante francés de esos en los que todo tiene salsas del mismo color.


Ness: Supongo que es posible pero no creo...


Ash: Tenemos que averiguarlo. Franklin fue bueno conmigo. Me dio un trabajo cuando estaba buscando uno desesperadamente. Si algo siniestro le ocurrió, de­bería hacer todo lo posible por descubrirlo.


Ness: Sé cómo te sientes pero no creo que tú y yo sea­mos...


Ash: Tú y yo somos perfectas. Tenemos motivo, me­dios y oportunidad y eso es lo necesario para cometer un asesinato o eso es lo que dicen en la televisión. Po­drías utilizar este artículo como excusa para hablar con la gente, averiguar si alguien, además de Gerald, tenía motivos para deshacerse de Franklin. Yo me ocuparé de los medios y la oportunidad. Preguntaré y averiguaré quién se sentó a su lado. Podemos hacer una represen­tación de los hechos como en las películas.


Ness: No sé.


Ash: Por favor, Vanessa -suplicó-. Piensa en el artículo tan bueno que podrías escribir si encontráse­mos al asesino.


Tal vez podría ser un importante giro en su carrera, pero dudaba mucho que hubiera algo que averiguar. Aun así, un artículo en la Gaceta de los negocios de Chicago era mejor que lo que tenía entre manos en ese momento.


Ness: Pensaré en ello.


Ash: Gracias, gracias, gracias. Empezaré ahora mis­mo con la lista de gente con la que tienes que hablar.


Cuando colgó, Vanessa se tiraba de los pelos. Ashley daba por hecho que lo haría. Pero no sabía qué haría si esa revista no se interesara finalmente por el artículo.


Apenas había colgado el teléfono, cuando volvió a sonar. Vanessa lo descolgó segura de que sería Ashley diciéndole ya las personas. Pero no era Ashley. Era Chelsea, y estaba muy excitada.


Chelsea: Me alegra que estés en casa, Vanessa. Solo quería decirte que estamos muy contentas.


Ness: ¿Sí? -dijo sin saber de qué le hablaba-.


Chelsea: Sí. Lo has hecho especialmente bien. Sofía tiene razón. Eres excelente.


Ness: ¿Lo soy? -Lo único que había hecho era mante­ner una no-conversación con un hombre inexistente, y no le había dicho nada a Chelsea-. ¿Y qué es lo que he hecho?


Chelsea: ¿Qué has hecho? Querida, lo sabes perfectamen­te. Has comido con Zac Efron.


Ness: Bueno, sí, lo he hecho, pero, um… yo no diría que fuera una entrevista especialmente buena.


Chelsea: No es eso lo que dice el señor Efron.


O no recordaba bien o la idea de Zac de una buena entrevista era muy diferente a la suya.


Ness: ¿Has hablado con él?


Chelsea: No con él personalmente. He hablado con su agente. Según él, Zac quedó bastante impresionado con el proyecto.


Ness: ¿De veras?


No estaba segura de que Zac lo hubiera entendido siquiera, mucho menos que se hubiera quedado impresionado.


Chelsea: Absolutamente maravillado, creo. Le gusta tanto que quiere tomar parte.


Ness: ¿Quiere que lo entreviste de nuevo?


Chelsea: No exactamente, no. Quiere trabajar contigo.


Ness: ¿Zac Efron quiere trabajar conmigo en la puesta al día de la lista de cualidades que una mujer tiene que reconocer en el hombre de verdad?


Chelsea: Eso es.


Ness: ¿Estás segura de que es una buena idea, Chelsea? -dijo apoyándose sobre la encimera-. Quiero decir, es un punto de vista interesante, pero...


Chelsea: Es exactamente el punto de vista que necesitamos.


Ness: Supongo. Pero, um… parece que nos va a salir muy caro. Estoy segura de que yo sola podría hacer el trabajo...


Chelsea: No es nada caro. El señor Efron se ha ofrecido voluntario. ¿No es maravilloso? Estoy encan­tada, y sé que Sofía lo estará también. ¡Es fabuloso!


Ness: Fabuloso -repitió cerrando la puerta del frigorífico de golpe-.


Se le acababa de estropear el fri­gorífico, no había cubitos de hielo, la lechuga estaba lacia y tenía que escribir un artículo con Zac Efron.


Al menos tenía algo más para el artículo. Un hom­bre de verdad sabe cuándo no meterse en los asuntos de los demás.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Ha estado genial, y van a trabajar juntoos!!! que amooor.
Sube pronto

Natasha dijo...

Me perdi de blogger, y casi que del internet entero.. y me perdi tu novela anterior.. asi que es tiempo de que me actualice!!

Gracias por pasarte por mi nove.. comenzaré a leer la anterior y luego esta.. siempre confío en tus adaptaciones .. son muy buenas ;)

Anónimo dijo...

Me gusto :D se esta comenzando a poner interesante... Ya hasta van a trabajar juntos jaja

Saludos -Caro-

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