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viernes, 26 de octubre de 2012

Capítulo 10


¡El hombre de verdad está dispuesto a comprome­terse! Cuando ese hombre se enamora, lo siente de veras, y querrá llevarte al altar sin dilación.

De Las 49 cualidades del hombre de verdad. Revista Hombres, Abril, 1949.


Zac estaba escribiendo. Sus protagonistas acaba­ban de pasar la noche juntos y Zac no sabía qué les iba a ocurrir. Todos sus otros libros acababan siempre igual: el malo entre rejas y el protagonista y la chica desnudos en la cama, lo que le hizo acordarse de la noche que había pasado con Vanessa. Resultaba que era más romántico de lo que creía.


Se estiró en la silla y cruzó las manos detrás del cuello. Se sentía muy bien esa mañana. Casi había terminado el libro, y, después de la noche que había pa­sado con Vanessa, se imaginaba que también había conse­guido ser uno de esos hombres ideales. Solo le quedaba encontrar un buen final para Hunter y Brigitte.


Iba por la tercera versión cuando llegó John.


John: He leído la primera parte de tu manuscrito. No está mal -dijo dejando el taco de hojas en la mesa de la cocina-. No está mal. Un poco distinto de tu tono habitual, pero no está mal. ¿Cuándo estará terminado?


Zac: Pronto -prometió-. O tal vez nunca, si no imagino un final.


John: Ya lo encontrarás -se sentó frente a él a la mesa-. Pero no te agotes en la búsqueda. Pareces exhausto. ¿Has estado toda la noche despierto escribiendo otra vez?


Zac: Algo así.


Había estado despierto casi toda la noche, y había ensayado un par de escenas. Sonrió al recordarlo. Esa noche ensayarían otra, y la noche siguiente otra, y así toda la vida. Detuvo el hilo de pensamiento al darse cuenta de algo. No solo quería unas cuantas noches con Vanessa. Quería pasar todas las noches de su vida con ella. Y exactamente eso era lo que Hunter quería ha­cer con Brigitte.


Zac: ¿Puedo preguntarte algo, John?


John: Claro -una sombra cruzó su rostro-. Siempre que no tenga nada que ver con las mujeres.


Zac: Oh, no. ¿Tina y tú no lo habéis solucionado?


John: No. He hecho todo lo imaginable para demostrarle que soy su hombre, pero sigue queriendo que vayamos a ver al consejero matri­monial.


Zac: Bueno... -dudó un momento cómo pre­guntar a John-. Mi pregunta tiene algo que ver con las mujeres, pero creo que es algo que tú debes dominar.


John: Lo dudo, pero pregunta.


Zac: ¿Cómo te declaraste?


John abrió mucho los ojos y por un momento se quedó mudo de sorpresa. Finalmente se rió.


John: ¿Cuál de las tres veces?



El teléfono estaba sonando cuando Vanessa llegó a su apartamento.


Ness: ¿Sí?


Ash: Ya era hora de que llegaras -dijo casi histérica-. ¿Dónde has estado? Estaba volviéndome loca.


Ness: He ido a recoger las pruebas de las fotos que hi­cimos en Wutherspoon. Tienes que ver­las. No están mal.


Ash: No me importa. Quiero detalles, Vanessa, detalles.


Ness: ¿Sobre qué? -preguntó inocentemente-.


Ash: Sobre anoche, tonta -dijo impaciente-. La investigación con Zac.


Ness: Ah, eso. -Tuvo que hacer un con­siderable esfuerzo para no pensar en la noche que ha­bía pasado con Zac-. Bueno, le ayudé con una es­cena del libro -añadió, aunque había sido más de una-.


Después de la escena de la playa, habían probado con una escena en la ducha, una escena en la cocina mientras buscaban algo para comer y una escena de rescate realmente erótica en el sofá.


Ash: ¿Era una escena de sexo?


Ness: Podrías llamarlo así, sí.


Ash: Sigue. Sigue. ¿Estuvo bien?


Ness: Estuvo genial -admitió-.


Ash: Es tan bueno como en sus libros, ¿verdad? -dijo con satisfacción-. Pensé que tenía que serlo. Me alegro mucho por ti. ¿Cuándo volverás a verlo?


Ness: No lo sé. Tenemos una entrevista con un ortodoncista esta tarde, pero...


Ash: ¿Un qué?


Ness: Un ortodoncista -dijo mientras comproba­ba que otra tabla del suelo se había levantado-. Pare­ce que cuatro de cada cinco mujeres identifican a su ortodoncista con el hombre ideal.


Ash: ¿Pero dónde habéis encontrado a esas mujeres? Escucha, tengo malas noticias. Martin pidió
Volaise a la Grecque, pero no sabía lo que era. Ni siquiera leyó la carta. El camarero lo sugi­rió y él lo pidió. La señora Grisly oyó cómo lo pedía. ¿Te lo imaginas? ¿Quién va a un restaurante francés y pide de esa forma?

Ness: Parece que Martin. Supongo que, después de todo, la muerte de Franklin fue un acci­dente.


Ash: Sí -reconoció abatida-. Estaba tan se­gura de que tenía razón, pero no ha sido así. Una pena.


Ness: Sí, una pena -dijo con descuido-.


Colgó el teléfono, decepcionada, y aliviada al mismo tiempo. Así ya no tenía que preocuparse de las advertencias de Zac.


¡Zac! Vanessa se apoyó en la encimera de la cocina y pensó en el cuerpo de Zac y sus largas piernas, desnudo para ella, mirándola con unos ojos llenos de pasión en el momento en que la penetró. No era bueno en la cama. Era genial. Desafortunadamente, eso era todo.


Se dejó caer en el sofá y se puso a revisar las fotos. Había unas cuantas buenas de Anna delante de una tienda de campaña, la ropa interior de cuero y un par de Gerald, con su aspecto elegante y cortés tan pareci­do al de Cary Grant.


¡Y tan distinto de Zac! No había duda. Pasar la noche con Zac había sido un gran error y debería haber tenido más sentido común. Había sido genial y Zac le gustaba pero no era el tipo de hombre que ella buscaba. No era elegante, ni sofisticado, y creía que una tarde divertida era jugar con sus sobrinos. No tenía sentido del gusto en decoración ni del estilo y no sabía cómo seducir y enamorar a una mujer. Desayunaba cereales y bebía té, y, aunque era un buen ejemplo del hombre actual, sabía muy bien que no tenía ningún futuro con él. Acostarse con él estaba fuera de toda lógica porque no quería darle ideas equivocadas. Además, los hombres como él no eran maduros y no pensaban en el compromiso. Sin embargo, sería mejor que pusiera fin a aquello ya antes de darle ideas.


Cuando Zac llegó a recogerla para ir a la entre­vista con el ortodoncista, Vanessa ya tenía preparado el discurso de despedida. Había roto con muchos hom­bres y sabía cómo hacerlo, pero debía tener cuidado de mostrarse diplomática. Algunos de esos hombres se habían mostrado sorprendidos de que quisiera cortar con ellos, otros se habían mostrado irritados, y el resto aliviados. Pensó inconscientemente que eso sería lo que ocurriría con Zac. Estaba concentrada en que era lo mejor.


Pero casi cambió de idea al verlo entrar por la puerta de muy buen humor, vestido para hacer la en­trevista, increíblemente atractivo.


Zac: Hola -saludó al entrar, dirigiéndose hacia ella para darle un rápido beso que Vanessa trató de no disfru­tar-. ¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Qué se ha roto esta vez?


Ness: Nada -dijo esforzándose por sonreír-. Todo funciona perfectamente. Escucha, he cambiado la cita con el ortodoncista. Está libre mañana por la tarde, si te viene bien.


Zac: Claro. Así tendré todo el día para lavarme los dientes -dijo con una sonrisa que rápidamente se congeló al mirarla-. Estás pálida. ¿Te ocurre algo?


Ness: No exactamente. He estado pensando.


Zac: Yo también, y creo que deberías traerte ropa limpia. Mañana tenemos cita con el hombre del tiempo por la mañana temprano.


Ness: No creo que pueda hacerlo. ¿Crees que podrías ocuparte tú solo? -dijo tragando con dificultad-.


Zac: Supongo que sí -repuso frunciendo el ceño-, pero aun así, puedes ir a hacer lo que tengas que hacer directamente desde mi casa.


Ness: No creo que sea una buena idea. De hecho, no creo que sea buena idea que sigamos viéndonos, al menos de forma extra-profesional -dijo retor­ciéndose las manos con nerviosismo-.


Zac: ¿Qué? -preguntó atónito-.


Ness: No creo que sea una buena idea. Me gustó mu­cho estar contigo pero... no deberíamos dejar que se convirtiera en un hábito. Después de todo, solo esta­mos escribiendo juntos un artículo. Cuando lo terminemos, también lo nuestro terminará.


Zac: ¿Terminará? -repitió pálido-.


Ness: Sí -dijo aclarándose la garganta-. De he­cho, creo que sería mejor que dividiéramos la lista en dos -dijo tomando un trozo de papel de la mesa del salón-. Ya tienes mucha práctica haciendo entrevis­tas, así es que no creo que tengas problemas.


Zac: A mí me toca el ortodoncista y el hombre del tiempo -dijo cuando leyó el papel que Vanessa le había entregado-.


Ness: Sí. Y yo me quedo con el arqueólogo y el presi­dente de una empresa.


Zac: Crees que ellos son mejores que yo, ¿verdad?


Zac la miró con una expresión tan sorprendida y dolida que Vanessa quiso que se la tragara la tierra.


Ness: No, no es eso. Yo...


Zac: No lo estás haciendo bien, ¿sabes? -dijo metiéndose la mano en el bolsillo y apoyándose en el quicio de la puerta-.


Ness: ¿Cómo dices?


Zac: Se supone que tienes que decirme que aunque lo pasamos bien juntos y soy una persona muy especial, crees que los dos seríamos más felices si viéramos a otras personas. Entonces yo estaría de acuerdo porque normalmente lo estoy -bajó la vista y la vol­vió a subir para mirar, lleno de tristeza, a Vanessa-. De­safortunadamente, en este caso no es así. No seré más feliz viendo a ninguna otra mujer -se encogió de hombros-. Lo siento, pero no es así.


Ness: Lo siento. Yo no...


Zac: No tienes que dar explicaciones, Vanessa. Conozco bien este tipo de escenas -abrió la puerta para mar­charse-. De hecho, soy experto en ellas.



John: Tengo unas noticias excelentes -anunció un par de semanas después al llegar a casa de Zac- . Tina y yo hemos ido al consejero matri­monial.


Zac: ¿Eso son buenas noticias? -preguntó confundido-. Pensé que ir al consejero significaba el final de tu matrimonio.


John: Pues no -se sentó en el sofá con expre­sión de absoluta felicidad-. Parece que la razón de Tina para ir es porque quiere tener un hijo.


Zac trató de conciliar el adjetivo «maternal» con los otros adjetivos que describían a Tina: «fashion-victima» y «sofisticada».


Zac: ¿De veras?


John: Así es -dijo con una sonrisa-. No sa­bía cómo me lo tomaría. Tenía miedo. Pensó que al­guien con un historial como el mío no querría comprometerse lo necesario para tener un hijo.


Zac: Lo entiendo.


John: ¡Pues yo no! A mí me encanta la responsabili­dad y el compromiso. Me gusta la idea de formar una familia. Me costó un poco convencer a Tina y al consejero de que lo sentía de verdad, pero cuando lo hice, Tina se mostró contenta. Pero insistió en que aprovecháramos el resto de la sesión para discutir so­bre mi extraño comportamiento de los últimos días. Pensó que había sufrido una crisis nerviosa -sacudió la cabeza-. Mujeres. ¿Quién las comprende?


Zac: Yo desde luego no -gruñó-.


Bueno, no; sabía exactamente cómo funcionaba la mente de una mujer.


John: Tengo más noticias -anunció mirándo­lo preocupado- Tu editor llamó. Está encantado con el libro.


Zac: Bien -dijo tratando de mostrarse algo interesado en el libro que había terminado unos días antes-.


John: Según él, es más que bueno. Dice que es el me­jor libro que has escrito. Mejores escenas de sexo, me­jor construcción argumental y mejores personajes. Está seguro de que se convertirá en otro éxito de ven­tas y está intentando vender los derechos a una pro­ductora de cine.


Zac: Estupendo -dijo hundiéndose aún más en la silla-.


Al menos era capaz de crear a un héroe que era el ideal de muchas mujeres, aunque él no consi­guiera ser ideal para la mujer que quería.


John: También he hablado con la editora de la revista -dijo aclarándose la garganta-. Me dijo que le ha encantado el artículo y que piensa que has hecho un trabajo espléndido y está muy agradecida.


Zac: ¿De veras?


Entonces Vanessa había terminado el artículo. Él había entrevistado a los dos hombres de su lista y decidió que ambos iban bien vestidos, eran inteligentes, tenían una boca perfecta y un gran sentido del humor, y le había pasado la información por fax a Vanessa. Tal vez le gustara salir con alguno de ellos si los de su lista no le habían gustado lo suficiente. Se la imaginó con otro hombre y su tristeza y su rabia aumentaron.


John: Chelsea mencionó algo de que no estaba termi­nado. Algo sobre la última cualidad, que no estaba perfecta...


Zac: No me sorprende -gruñó-. Probable­mente Vanessa esté demasiado ocupada con el millón de cosas que le gustan en un hombre -añadió, to­das ellas cualidades que él no tenía-.


John: ¿Qué te pasa, Zac? Llevas quejándote desde que Vanessa y tú...


Zac: Claro que he estado quejándome. Me dejó, ¿re­cuerdas? ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Reír, cantar y enrollarme con otra?


John: Eso es lo que siempre has hecho.


Zac parpadeó rápidamente varias veces. John tenía razón. Eso era lo que solía hacer. Lo había hecho muchas veces, pero nunca antes se había sentido así.


Se pasó la mano por el pelo y notó que lo tenía muy largo. Tendría que cortárselo. Después de todo, los hombres de verdad siempre llevaban el pelo perfectamente arreglado.


Maldijo a Vanessa y el día que se conocieron. Nunca antes había pensado eso, pero ahora pensaba en eso y en muchas otras estúpidas cosas. Incluso había re­puesto el cartucho de tóner él solo en vez de llamar a alguien para que lo hiciera. Podría también escribir un libro sobre buenas maneras y sabía más de lo que que­ría sobre moda masculina. ¡Incluso había leído Moby Dick después de oír a Vanessa decir que le había gustado mucho!


Pero en su interior sabía que por mucho que se es­forzara, nunca conseguiría que Vanessa sintiera por él lo que él sentía por ella. Estaba loco por ella. Nunca ha­bía pensado antes que alguna vez se sentiría tan desgraciado. Y no podía hacer nada. Cuando salió del apartamento de Vanessa, estaba furioso; furioso por haber sido rechazado, y furioso consigo mismo por haberse enamorado. Él sabía lo que ella quería de un hombre, y sabía que él no lo tenía. Debería haberlo dejado es­tar. Decidió que tenía que olvidarla.


Desafortunadamente, el amor no funcionaba así. Zac no podía creer que fuera posible echar tanto de menos a alguien. Pensaba en ella cada segundo. Cada vez que sonaba el teléfono, esperaba que fuera ella con alguna otra estúpida cualidad sobre el hombre de verdad. Cuando estaba leyendo las pruebas de su no­vela, pensaba en ella haciendo el helicóptero, en el brillo de sus ojos cuando sonreía, en los reflejos de su pelo cuando le daba el sol, en sus cuerpos unidos.


John: Lo estás pasando mal, ¿verdad? -continuó mirándole con comprensión y afecto-.


Zac: Sí -admitió- . Seguro que tú has pasado por esto. ¿Cuándo dejaré de sentirme así?


John: Por lo que parece, dentro de bastante tiempo.


Zac echó la cabeza hacia atrás y miró al techo. Si seguía con aquel peso en el corazón se volvería loco.


Zac: Hunter tiene suerte -gruñó-. En su próxima aventura se habrá olvidado de Brigitte.


John: Hunter es ficción. Y, desafortu­nadamente para ti, tú eres real.



Vanessa seguía sin dar con la última cualidad exigible para el hombre de verdad. Sentada en la cocina, bus­caba la inspiración con los papeles desparramados a su alrededor.


Tiró el lápiz frustrada. Todo lo que se le iba ocu­rriendo le parecía que estaba mal. Igual que Zac, pero no podía dejar de pensar en él a pesar de haber conocido a un par de hombres estupendos, casi perfec­tos, con los que ni siquiera se había planteado salir.


En realidad sabía por qué. Romper con Zac ha­bía sido muy difícil. Había intentado salir con alguien desde entonces, pero no se lo había pasado bien. Incluso había cenado con Gerald en un restaurante de lujo. Aunque ésa era la clase de cita que ella quería, se había sentido aliviada cuando terminó.


Trató de encontrar la última cualidad pero ninguna le parecía la adecuada, así es que cuando Ashley se pre­sentó en su casa inesperadamente, se sintió más feliz de lo normal de verla.


Su amiga, sin embargo, no parecía muy feliz. En­tró y tiró el abrigo sobre el sofá antes de echar un vis­tazo a la casa.


Ash: ¿Te he dicho alguna vez que no me gusta nada este apartamento?


Ness: Constantemente.


Ash: Bien, pues no me gusta. Pero no te lo tomes como algo personal. Ahora mismo, creo que nada me gusta.


Ness: ¿Qué ha ocurrido? ¿Tienes otro sospechoso?


Ash: No. De hecho, he abandonado la investigación. Por muy triste que me parezca, Franklin murió de forma natural.


Ness: Bien -murmuró. Ashley la miró y añadió-: Tienes que admitir que es mejor que darte cuenta de que estás trabajando con un asesino.


Ash: Supongo que sí -se apoyó en un cojín-. Sigo estando decepcionada. Creía de veras que algo raro estaba ocurriendo, pero supongo que fue mi imaginación. Quise ver algo que no había. Igual que con Drew.


Ness: ¿Drew?


Ash: Sí, Drew -dijo alzando la voz-. Pensé que Drew también quería resolver el misterio, pero no era así.


Ness: ¿Me he perdido algo?


Ash: No, fui yo -dijo cruzándose de brazos-. ¿Sabes lo que hizo Drew anoche? ¡Se me insinuó!


Ness: Vaya... mala suerte.


Ash: Y que lo digas. Y lo que es peor. Cuando le dije que no, y le dije lo sinvergüenza que era por querer ligar conmigo cuando estaba prometido con Lucy, me preguntó que qué esperaba, que si realmente creía que él estaba interesado en esa estúpi­da investigación mía.


Ness: Es horrible.


Ash: Lo sé. Me dijo que él supo todo el tiempo quién había pedido
Volaise a la Grecque -repuso dando un suspiro- . Y pensar que le consideraba un gran tipo... ¿Cómo pude ser tan idiota?

Ness: No ha sido culpa tuya.


Ash: Claro que sí -dijo levantando la cabeza-. Ahora que lo pienso, me lanzó un par de insinuaciones antes pero yo no quise verlo. No quería creer que era como los demás. Quería creer que él era todo lo contrario a Jared, probablemente para poder pensar que los hombres de verdad existen.


Ness: Y existen, solo que Drew no es uno de ellos.


Ash: No, no lo es, pero me engañé a mí misma pen­sando que lo era -sacudió la cabeza-. Creía que solo tú lo hacías, pero resulta que yo también.


Ness: ¿Qué pensaste que solo yo lo hacía? -preguntó confundida-.


Ash: Engañarte. Ignorar la realidad.


Ness: ¡Yo no hago eso! -dijo indignada-.


Ash: ¡Sí lo haces, Vanessa! Por ejemplo este apartamen­to. No tiene nada bueno. Un segundo sin ascensor, todo se está cayendo, es demasiado caro, no tienes su­ficiente espacio y no puedes sentarte en el suelo por­que es muy incómodo. Pero tú sigues diciendo que es perfecto.


Ness: No es verdad.


Ash: Claro que sí. Y lo mismo ocurre con ese mítico hombre que quieres encontrar. "Don Elegante y Cortés". Te has convencido de que ése es el tipo de hombre que necesitas y por eso has abandona­do al único hombre que realmente te ha hecho sentir algo en tu vida.


Ness: No lo entiendes, Ashley -objetó, aunque te­nía la desagradable sensación de que Ashley tenía razón-.


Ash: Sí lo entiendo -dijo poniéndose en pie-. Matthew se queda a dormir en casa de un amigo y voy a alquilar una película de vídeo. ¿Quieres venir?


Ness: No. Tengo que terminar el ar­tículo -dijo mirando a Ashley esperanzada-. Supon­go que no sabrás qué otra cualidad debería tener el hombre de verdad.


Ash: No, a no ser que quieras incluir que el hombre de verdad no es un idiota.


Ness: Creo que ya la he puesto antes -murmuró-.


Cerró la puerta detrás de Ashley y entró en el salón. Ashley estaba equivocada. Aquél era un precioso apar­tamento y Zac no era...


De pronto un trozo de moldura de escayola cayó al suelo. Vanessa lo miró y decidió que Ashley sí tenía razón en lo del apartamento. Pero no en lo de Zac. Sim­plemente no cumplía los requisitos que ella quería en un hombre.


Pero sí tenía algunas buenas cualidades. Era hon­rado y tierno; bueno con su familia, trabajador y di­vertido; ella estaba loca por él aunque no fuera sofisticado y cortés y su gusto en cuestión de ropa fuera atroz. No le importaban esas cosas. De hecho, le gus­taban. No, las adoraba porque formaban parte de Zac.


Ness: ¡Eres una idiota! -se dijo en voz alta-.


No le im­portaba que no cumpliera todas las cualidades que ha­bía puesto en aquella estúpida lista. Lo amaba. Amaba todas las cosas malas de Zac más de lo que jamás podría amar todas las cosas buenas de otro.


Se preguntó qué podía hacer para reparar el daño. Siempre podía volver a mudarse, pero entrar en la vida de Zac de nuevo no parecía tan fácil. Lo había herido profundamente y no parecía desear arriesgarse a que se lo hicieran otra vez. Ella había escrito un artí­culo sobre cómo recuperar a tu hombre, o algo así. Tal vez le sirviera.


Media hora después, tras revisar el artículo, no te­nía un plan muy definido. Mandarle flores sería estú­pido teniendo en cuenta que él nunca se las había enviado a ella. Un poema romántico tampoco sería eficaz. Presentarse en su puerta en ropa interior negra era una posibilidad, aunque Zac no era de ese tipo de hombres. Probablemente le gustaría más que apareciera vestida con jersey negro de cuello alto y mallas, dispuesta a representar la escena del helicóptero de nuevo, pero si lo hacía los vecinos creerían que quería robarle.


Claro que también podía usar el artículo como ex­cusa. Llamarle para hablar de la cualidad número cincuenta. De pronto sonó el teléfono y Vanessa deseó fer­vientemente que fuera Zac.


Ness: ¿Sí?


Ash: ¿Vanessa?


Ness: Creía que estabas viendo una película -contes­tó decepcionada-.


Ash: Pues no. Escucha. He estado pensando...


Ness: Yo también he estado pensando -admitió-, y creo que tienes razón, en todo.


Ash: Eso es estupendo. Mira, yo he estado pensando también. Si la causa de la muerte del señor Wutherspoon fue la salsa de marisco, ¿por qué no murió hasta la mitad de la cena? Si la alergia que sufría era tan grave habría muerto en cuanto probara la salsa...


Ness: No lo sé -dijo sin mostrar el más mínimo interés por la investigación-.


Ash: Yo tampoco -declaró-. Le preguntaré a Gerald.


Ness: ¿Gerald? Pensé que él era tu principal sospechoso.


Ash: No lo es. Pidió ensalada César, así es que no puede haber sido él. También es alérgico al pescado. Él sabrá lo que tarda en hacer reacción la alergia.


Ness: Claro -no se sentía muy cómoda con todo aquello-. Pero no estoy segura de que de­bieras...


Ash: Tengo que hacerlo. Voy a hablar con él ahora mismo. Estoy solo a unos minutos de la oficina y creo que está allí. Te llamaré cuando llegue a Wutherspoon para contarte lo que haya averiguado.


Ness: No creo que sea una buena idea, Ash. ¿Por qué no...? -se detuvo cuando notó que estaba ha­blando sola porque Ashley había colgado-.


Colgó el teléfono y se puso a dar vueltas por la ha­bitación, intranquila. Aquello no tenía buena pinta. Ashley no debería ir a ver a Gerald, sola, para hablar de sus alergias. Pero aquello era ridículo. Gerald no era peligroso. Él tampoco podía haber pedido pescado porque es alérgico, por eso pidió ensalada César y... De pronto recordó lo que había dicho Andy sobre la ensalada César: que todo el mundo olvidaba que tenía salsa de anchoas.


Vanessa sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. Ella también lo había olvidado y no le había dicho nada a Ashley. Seguro que Gerald también se habría ol­vidado. No, era imposible. Un hombre como él sabría muy bien los ingredientes del plato que iba a comer. Pero no debería haberla comido si es que era alérgico. ¿Entonces por qué la había pedido?


Ness: ¡Deja de pensar cosas raras, Vanessa! -se rega­ñó-. Seguro que hay una buena razón para que la pidiera y aunque no fuera así, no haría daño a nadie. Es un hombre encantador, no un asesino.


Ella lo conocía; había salido a cenar con él y no te­nía el aspecto de un asesino a sangre fría. Parecía un hombre normal. Eso precisamente era lo que Zac le había dicho de los asesinos, que parecían gente normal.


Vanessa levantó el auricular del teléfono aunque no sabía a quién llamar. ¿A la policía? ¿Pero qué podría decirles? ¿Que Gerald Charmichael sabía que la ensa­lada Cesar contenía salsa de anchoas? Tendría que ha­cerlo sola. Recogió el bolso pero se dio cuenta de que tampoco ésa era una buena idea. Le llevaría al menos una hora llegar a las oficinas de Wutherspoon y Ashley estaba a solo unos minutos. Tenía que hacer algo pero no sabía qué. Su Cary sabría qué hacer, pero no estaba por allí. Necesitaba a un hombre de verdad.


Se dirigió al teléfono y tropezó en una tabla suelta de camino. Sabía exactamente a quién necesitaba. Inspiró profundamente y marcó el número de Zac.


Dos horas después, Vanessa estaba en el apartamento de Ashley tomando un té con una temblorosa pero triunfal Ashley, un detective de la policía llamado Frank, y el hombre más fantástico que había conocido nunca, Zac.


Ash: Fue muy extraño -explicaba-. Le dije a Gerald todo lo que había averiguado, y cómo supe lo que todos habían pedido y entonces le pregunté si recordaba algo más de la noche de la cena.


Se detuvo para dar un sorbo de té. Vanessa miró a Zac. Estaba sentado en un sillón y tenía el aspecto que ella recordaba: el pelo revuelto, un poco de barba, camiseta y pantalones de pinzas. Le estaba costando mucho no mirarlo, pero él apenas si la miraba a ella. Vanessa cruzó los dedos. Su plan tenía que funcionar.

Frank: Siga -le dijo a Ashley-.


Ash: Gerald tenía una expresión extraña en la cara y lo siguiente que recuerdo es que cerró la puerta y... -sintió un escalofrío-, ¡y me atacó! ¿Lo po­déis imaginar? Fue como si estuviera en un mal sue­ño. Tuve mucho miedo -miró a Frank con absoluta gratitud-. Si la policía no hubiera llegado...


Frank: No fue solo la policía, señora -dijo son­rojándose y haciendo un gesto hacia Zac-. Si el señor Efron no nos hubiera llamado cuando lo hizo, insistiendo en que su vida corría peligro y en que teníamos que ir rápidamente...
 

Zac: Vanessa me llamó a mí -intervino mirándo­la brevemente- . Ella fue quien tuvo la sospecha. Cuando yo llegué, ya lo tenían todo bajo control. Lle­gué a tiempo para ver el arresto, lo cual fue muy ins­tructivo para mí. Hasta pude tomar notas.


Vanessa sintió que se derretía en el sofá. Aquél sí era un hombre de verdad. Se estaba quitando el mérito para dárselo a Vanessa cuando él había insistido en que él llamaría a la policía y que ella tratara de tranquilizar­se.


Ash: ¿Cómo lo supiste, Vanessa?


Vanessa estaba tan distraída mirando a Zac que ape­nas si lo recordaba. Explicó lo de la ensalada y dejó que Ashley le contara a Frank lo de su artículo.


Frank: No tendrá ningún problema en vender ese artí­culo a una revista -dijo cuando Ashley hubo terminado-. Ha sido un buen trabajo de detectives. Pero la próxima vez que quiera escribir un artículo de investigación, deberá acudir a la policía antes.


Ness: Nunca más volveré a hacerlo.


Zac: Me parece una buena idea -comentó le­vantándose. Luego le agradeció a Ashley la taza de té-.

Vanessa se levantó también. No podía dejar que se marchara.


Ness: ¿Quieres que me quede contigo esta noche, Ashley? ¿O prefieres venir a mi casa?


Ash: No, gracias. Estoy bien -dijo para alivio de Vanessa-. Matthew está con un amigo y Frank se quedará aquí un poco más.


Frank: Así es -confirmó-. Me aseguraré de que está bien. ¿Le importa que utilice su teléfono? Tengo que decirle a mi mujer dónde estoy.


Puso mucho énfasis en la palabra mujer y Ashley lo miró con ojos resplandecientes. Todavía tenía esa expresión mientras acompañaba a Vanessa y a Zac a la puerta y les daba un abrazo de agradecimiento.


Zac echó a andar por el pasillo y Vanessa tuvo que acelerar el paso para alcanzarlo.


Ness: Yo... también quería darte las gracias.


Zac: No tienes que nacerlo, Vanessa. Lo único que hice fue llamar por teléfono -dijo abriendo la puer­ta del portal y sujetándola para que saliera Vanessa prime­ro-.


Ness: No fue solo eso. Te las arreglaste para conven­cer a la policía de que una ensalada César constituía un asunto grave.


Zac: No fue tan difícil -dijo encogiéndose de hombros-, aunque ayudó mucho que el hombre con quien hablé había leído todos mis libros.


Ness: Estoy segura de que sí lo fue -murmuró-.


Zac: Imagino que un hombre de verdad habría actua­do de otra manera. Habría ido hasta allí y se habría ocupado personalmente de Gerald -dijo junto a su coche-.


Ness: No, no lo habría hecho -aseguró mirándo­lo a los ojos en el aparcamiento iluminado- . Un hombre de verdad habría hecho exactamente lo que tú hiciste. Buscar la mejor solución al problema.


Zac: Sí, bueno -dijo comenzando a darse la vuelta-.


Ness: Necesito tu ayuda para otra cosa -insistió en un último y desesperado intento-.


Zac: ¿Qué? ¿Tienes más amigas que se dedican a in­vestigar asesinatos? -dijo mirándola de nuevo-.


Ness: No. Es el artículo. Tengo un pequeño problema con la cualidad número cincuenta.
 

Zac: A mí no me quedan ideas -dijo con la mandíbula rígida-.


Ness: A mí sí. Se me han ocurrido algunas, pero que­ría consultarlas contigo.


Zac: Mándamelas por fax y les echaré un vistazo -dijo encogiéndose otra vez de hombros-.


Ness: Te las puedo decir ahora -no quería que Zac se mantuviera tan alejado de ella. Se acercó a él un poco más-. ¿Qué te parece «toleran­te»? Digamos que una hubiera hecho una gran estupi­dez, él siempre lo entendería.


Zac: No está mal -admitió asintiendo con la cabe­za tras meditarlo un poco-.


Ness: Y tengo otra «Un hombre de verdad siempre te dará una segunda oportunidad» -lo miró a los ojos con expresión suplicante-. Digamos que una mujer hubiera estropeado la relación entre ambos, él siempre estaría dispuesto a volver a intentarlo.


Zac: Creo que ésa podría funcionar -dijo ponién­dose el dedo en la barbilla en actitud pensativa-.


Ness: Pero ésta es la que más me gusta -dijo con el corazón a punto de estallar-. «El hombre de verdad es aquél a quien amas». Eso es lo único que importa.


Zac se mantuvo en silencio durante unos largos minutos. Cuando finalmente habló, su tono fue grave y hasta un poco ronco.


Zac: ¿Y tienes a alguien en mente?


Ness: Solo tú -Zac no respondió y Vanessa avanzó hacia él un poco más-. Mira, no te estoy su­giriendo nada. No, realmente. Quiero decir que no es­pero que tú... bueno, que podríamos, pero... podría­mos tomar un café o en tu caso té, y... dar una vuelta en coche o... tal vez quieras que te ayude con alguna otra escena del libro con la que tengas dificultades. Ver, en fin, si algún día podrías...


Zac: Ya lo he hecho -dijo avanzando hacia ella y Vanessa se apresuró a abrazarlo. Casi lloraba de lo feliz que se sentía de estar junto a él de nuevo. Zac le acariciaba la cabeza mientras la abrazaba como si fuera a perderla-. Será mejor que estés segura esta vez -le susurró al oído-. No quiero sentirme abandonado de nuevo. Esto es para siempre.


Ness: Nunca volveré a hacer algo así -prometió-. Y sí, esto es para siempre.


Zac: ¿Estás segura? -dijo mirándola a la cara-. Después de todo, me gustan los cereales. Los como a todas horas.


Ness: No me importa. Los hombres de verdad comen lo que quieren.


Los ojos de Zac resplandecían aunque seguía habiendo en ellos un resquicio de duda.


Zac: No viviremos en tu apartamento, por muy boni­to y maravilloso que creas que es. Ese sitio es un desastre. Te mudarás a mi casa que a partir de ahora se convertirá oficialmente en nuestra casa.


Ness: No me importa dónde sea, siempre que tú estés conmigo.


No todos los hombres tenían un gran sentido de la decoración, pero no era tan impor­tante. Ella se ocuparía de algunos detalles, y de los muebles...


Zac: ¿Nunca volverás a cenar a solas con un ecolo­gista?


Ness: ¿Un qué? Claro que no. Los evitaré como si fue­ran una plaga -dijo acomodándose entre los bra­zos
de Zac, sonriendo-.

Parecía que los hombres de verdad eran celosos.


Zac: ¿Y harás todas las tareas de la casa? -preguntó presionándole con una mano el trasero para acercarla a él aún más-.


Ness: No -susurró a pesar de lo cerca que esta­ban y del calor que emanaba de sus cuerpos ansiosos-. A los hombres de verdad les gusta hacer las tareas de la casa -dijo mordisqueándole el lóbulo de la oreja-.


Zac: Pues a mi no.


Ness: ¿Y que te parece si las hacemos los dos desnudos?


Zac: Entonces sí -dijo emitiendo una carcajada y agarrándola con más fuerza- .


Ness: ¿Ves? Todo el tiempo supe que eras un hombre de verdad.


Zac: ¿Lo piensas de veras? -preguntó con un sonrisa feliz-.


Ness: Por supuesto.


FIN




¡Pues claro que sí!
El hombre de verdad... ¡es aquél a quien amas!
Que bonito eso.
¡Y qué bonita la novela! ¿Verdad?

Espero que os haya gustado y hayáis aprendido más cosas sobre los hombres XD.
Yo, desde luego, sí XD.

Comentadme mucho, eh. Así podréis ver prontito la sinopsis de la siguiente novela. Ya os adelanto que será muy divertida. A mi me encantó. Me reí muchísimo todas las veces que la leí y es de mis favoritas. ¡Os va a encantar!

¡Bye!
¡Kisses!

3 comentarios:

Lau B. dijo...

no queria que se acabara :'(
comienza la otra en cuanto puedas... PLEASE!
Vamos todas! OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA, OTRA...
Voy a extrañar a este Zac
lo que mas me gusto-> Zac: ¿Nunca volverás a cenar a solas con un ecolo­gista?
Bye
Lau B.

Anónimo dijo...

A mi también me partió el corazón cuando dejo a Zac jajaja pero todo de resolvió de la mejor forma como podía :D

Ya muero por leer la próxima!!!

-Caro-

Unknown dijo...

AAAAAAAAAY CASI ME DAN 500 INFARTOS CUANDO NESS DEJO A ZAC, ME ESTABA MURIENDOOOO. PERO POR SUERTE SE DIO CUENTA Y AW TERMINARON JUNTOOOS. AME AME AME AMEEEEEEEE ESTA NOVE,ES GENIAL. Y SI.. VOY A EXTRAÑAR MUCHO A ESTE ZAC.
ESPERO QUE SUBAS PRONTO LA PROXIMA NOVELA QUE ESTOY ANSIOSA POR SABER DE QUE SE TRATA.

BYE

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