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miércoles, 3 de octubre de 2012

Capítulo 1


Es difícil encontrar al hombre de verdad. ¿Aún no has encontrado al tuyo? No desesperes. Merece la pena esperarle. Lo reconocerás por su aspecto elegante y cortés, su actitud resuelta y su confianza en sí mismo. Creedme, hay un hombre de verdad para cada una de vosotras esperando a la vuelta de la esquina.

De Las 49 cualidades del hombre de verdad. Revista Hombres, Abril, 1949.



Ness: Debo estar mirando en la esquina equivocada -murmuró-.


Sentada en la alfombra azul celeste del despacho de Chelsea, hojeaba la revista que tenía delante. Era el número de 1949 de la revista
Hombres, el primer número cuidadosamente protegido en su funda de plástico. El artículo que estaba leyendo se titulaba “Las 49 cualidades del hombre de verdad”. El título estaba escrito en grandes letras en la parte izquierda de la página. En el lado derecho se veía una fotogra­fía en blanco y negro de una mujer joven mirando a un hombre también joven vestido con traje. La chica tenía unos ojos grandes y soñadores, lo cual no era de extrañar por lo guapo que era el chico al que mi­raba.

Ness: O es eso o hace tiempo que desaparecieron con los nuevos planes de urbanización.


Chelsea Harlow, ayudante editorial de la revista, levantó sus ojos azules y miró a Vanessa.


Chelsea: ¿Cómo dices?


Ness: Esto es lo que dice el artículo: «Hay un hombre de verdad para cada una de vosotras esperando a la vuelta de la esquina». Te aseguro que yo no lo he encontrado  Chelsea. He estado en muchas ciudades y he dado la vuelta a muchas esquinas, pero el único hombre que me estaba esperando era un atracador.


Chelsea: No entiendo...


Ness: No fue así en realidad. Escucha. «¿Eres una mujer a la que le cuesta decidirse? No te preocupes. La capacidad de tomar decisiones es una de las cualidades del hombre de verdad. Ya se trate de decidir qué comer, qué ponerse o dónde ir, tu hombre de verdad no tendrá problemas para saberlo» -bajó la revista después de leer-. Bien, ¿cuándo fue la última vez que te encontraste con un hombre así?


Chelsea: No recuerdo...


Ness: Yo tampoco. El único hombre que he conocido que podría parecerse es mi padre. El sí que era un hombre de verdad: encantador, educado, distinguido -suspiró. Su padre había muerto hacía varios años pero se acordaba mucho de él-. Nunca he conocido a ningún hombre como el que describe la revista que tenga menos de ochenta años.


Chelsea: ¿No? Bueno, estoy segura de que lo harás cualquier día. Y ahora, te estaba diciendo...


Ness: Desde luego no fue el sábado pasado -se quejó-. No te lo vas a creer. David parecía perfecto cuando lo conocí, pero no lo era. No era encantador, ni educado, y menos aún decidido. Me llevó de un restaurante a otro buscando el que tuviera el menú más pequeño. Dijo que se mareaba de leer todas aquellas largas listas de entrantes.


Chelsea: Vaya, es fascinante.


Vanessa hizo una mueca.


Ness: Nada de eso. Ir de un restaurante a otro pidiendo el menú para verlo y devolviéndoselo al maître diciéndole simplemente que no servía, no es mi idea de la cita perfecta. Además, estaba hambrienta.


Chelsea: ¿Hambrienta?


Ness: Muerta de hambre, sí -añadió con un movimiento de cabeza-. ¿Y sabes dónde terminamos cenando? En una pizzería porque David finalmente recordó que solo le gusta una única clase de pizza -dijo tamborileando con el dedo sobre la foto del hombre en la revista-. Este hombre no parece el tipo que llevaría a una mujer a cenar a una pizzería en su primera cita. Haría algo más romántico... con velas, y vino... -suspiró porque en su cita no había habido nada de eso- . David quería que pagáramos la cuenta a medias. Seguro que el hombre de la foto no haría algo así.


Chelsea: Seguro que no, querida -dijo levantando las cejas-. Ese hombre debe tener setenta años ahora. Seguro que te invitaría a comer, aunque no creo que te invitara a salir teniendo en cuenta la diferencia de edad -frunció el ceño-.


Estaba tan seria que Vanessa no sabía si aquello era una broma. Entonces recordó con quién estaba hablando y decidió que no. Chelsea era la ayudante editorial, un modelo de eficiencia pero con poco sentido del humor.


Vanessa puso la revista sobre el cristal de la mesa.


Ness: No tengo previsto salir con este hombre, Chelsea. Solo pretendía que sirviera de ejemplo para explicarte que nunca he conocido a un hombre que tuviera las cualidades que menciona el artículo.


Chelsea: No me sorprende -dijo sacudiendo la cabeza sin despeinarse-. Ese artículo se escribió en 1949. Las cosas han cambiado bastante desde entonces. Los hombres han cambiado.


Vanessa le echó otro vistazo a la foto del hombre del traje. No solo era guapo, sino que además parecía elegante  cortés, y con experiencia.


Ness: Claro. Los hombres que yo conozco podría decirse que son más bien torpes, no muy corteses y mal vestidos.


Chelsea: Y aquí es donde tú entras -tenía la piel del rostro suave y perfecta, como si estuviera retocada por ordenador-. Como has indicado, creo, esta lista de cualidades está pasada de moda. Queremos que arregles eso.


Vanessa llevaba trabajando para la revista
Hombres casi tres años, pero aún le costaba seguir el hilo del pensamiento de Chelsea.

Ness: No creo que pueda cambiar a los hombres, Chelsea, al menos no he conseguido cambiar a nin­guna de mis citas. Es algo con lo que tienes que aprender a vivir.


Chelsea ni siquiera sonrió.


Chelsea: A los hombres no, cariño. La lista. Queremos que la pongas al día.


Ness: ¿Queréis que encuentre las cuarenta y nueve cualidades del hombre de verdad actual?


Chelsea: No, no. Quiero que encuentres cincuenta -dijo con los ojos resplandecientes- . Fue idea de Sofía, claro. Uno de los actos para celebrar el quincuagésimo aniversario de la revista.


Ness: Debía haberlo imaginado.


Sofía Watson era la directora editorial de la revista y quería asegurarse de que hasta los nuevos lectores supieran que era el quincuagésimo aniversario de la revista. Todos los meses aparecería un artículo relacionado con el número cincuenta, por pequeña que fuera la relación con el tema. Había pedido la opinión de muchos de los periodistas que trabajaban en ella, a Vanessa también, pero no se había esforzado mucho por dar una respuesta. No era que tuviera nada en contra de la revista. Era una revista para una mujer elegante, sexy y moderna, y además, pagaban muy bien. Sin embargo, llevaba tiempo pensando que le gustaría escribir algo de otro tipo, algo con más profundidad que “El dormitorio que incita”, “Prendas que te hacen sentir atrevida” o el que estaba escribiendo: “Las mejores recetas sensuales”.


Redactar una lista con las cincuenta cualidades del hombre perfecto no era el cambio al que aspiraba.


Ness: Parece interesante -dijo después de pensarlo un momento-, pero no estoy segura de que yo sea la persona idónea para hacerlo. Quiero decir que no he conocido a ningún hombre así...


Chelsea: Ah, no te preocupes por eso. Los hemos buscado por ti.


Ness: ¿De veras?


Chelsea: Sí -abrió una carpeta y le entregó el documento de varias páginas- . Hay un montón de hombres en esta lista.


Ness: Rick Stefens, Harry Berry, Tim Marsden -alzó la vista-. ¿Quiénes son?


Chelsea: Hombres de verdad, por supuesto -dijo mirando su copia-. Rick Stefens es ecologista, Harry Berry es profesor de latín en la universidad  Tim Marsden posee una pequeña galería de arte y, por supuesto, contamos también con un programador informático, el dueño de una boutique para hombres  un par de empresarios, un asesor financiero...


Ness: ¿Un ecologista, un profesor de Latín y unos cuantos programadores informáticos? ¿Y esos son ejemplos de los hombres que las mujeres buscan hoy en día? -sintió un escalofrío-. Se parecen bastante al tipo de hombres con los que salgo habitualmente, Chelsea, y, créeme, no son un buen ejemplo.


Chelsea: Según las mujeres encuestadas, sí lo son -contestó encogiéndose de hombros-. Solicitamos un informe y una encuesta para saber sobre qué línea nos teníamos que mover.


Ness: ¿Y esto es lo que han averiguado? -dijo con un gesto de desprecio mirando la lista-. Aquí no hay ningún «hombre de verdad». Ya sabes, hombres como Cary Grant o Gary Cooper, guapos y bien vestidos.


Chelsea: Pasados de moda, querida, pasados de moda. A las mujeres modernas ya no les interesan los héroes que aparecen en el momento adecuado para rescatarlas  Las mujeres de hoy en día son muy capaces de cuidarse solas.


Vanessa pensó en los muchos peligros con los que se había encontrado desde que llegó a Chicago: un atracador en la calle, un tipo raro que la siguió por el metro, y los pasos que escuchó una tarde dentro del aparcamiento cuando iba a recoger su coche.


Ness: Puede que seamos capaces de cuidarnos solas pero eso no significa que no nos guste que nos ayuden un poco de vez en cuando.


Chelsea: Las mujeres de ahora quieren hombres que sean más... ya sabes, modernos. Y ése es el tipo de hombre que tú vas a conocer. ¿No es emocionante?


Ness: Estoy encantada -mintió-. Pero, ¿por qué es necesario que los conozca? ¿No podría hacer las entrevistas el mismo departamento que ha elaborado la encuesta?


Chelsea: Yo pensé lo mismo -dijo asintiendo vigorosamente con la cabeza-, pero Sofía no me quiso escuchar. Ella piensa que el artículo será mucho más interesante y atraerá a más lectores si tú los conoces en persona; información de primera mano para tu artículo, aderezada con jugosas fotografías de los hombres en cuestión.


Vanessa dudaba mucho que unas fotografías de programadores informáticos y ecologistas pudiera aderezar nada, y menos su carrera. Tal vez debería rechazarlo. Había decidido no aceptar más trabajos superficiales y aquél lo era. Claro, que había otros factores que considerar  como el montón de facturas pendientes que aguardaban en la mesa de la cocina, o el elevadísimo alquiler de su nuevo apartamento.


Ness: Supongo que si lo dice Sofía... pero, ¿estáis 
seguras de que soy la persona adecuada para hacerlo? Me halaga que hayáis pensado en mí pero aún estoy trabajando en el artículo de “Las mejores recetas sensuales”. Además, para serte sincera, no he hecho muchos trabajos de investigación, así es que...

Chelsea: Sofía cree que eres la persona más adecuada y yo estoy de acuerdo. Posees todas las credenciales necesarias.


Ness: Si te refieres a mi licenciatura en periodismo...


Chelsea: No es eso -se apresuró a decir-. Escribes bien, Vanessa, pero no es eso a lo que me refiero, sino al hecho de que has madurado y no estás comprometida.


Ness: Solo tengo veinticuatro.


Chelsea: Lo sé. Veinticuatro y no tienes ninguna carga. No estás casada. Tu situación es muy similar a la de la mayoría de nuestras lectoras... buscan deses­peradamente ese hombre especial que dé significado a sus vidas.


Ness: Yo no me describiría como desesperada.


Chelsea: Ya sabes lo que quiero decir. Tienes experiencia. Has salido con muchos hombres. De hecho, cada vez que te veo estás con alguien nuevo -dijo levantándose, señal inequívoca de que la reunión se había terminado-. Entonces, todo arreglado. Te agradezco que te ocupes tú del tema, y estoy segura de que tu artículo será estupendo. Fíjate si no en el estupendo trabajo que hiciste sobre la ropa para ir al trabajo. Mi armario mejoró gracias a él.


Ness: ¿De veras? -preguntó observando el traje azul celeste que llevaba Chelsea, muy parecido al que llevaba el día que se conocieron-.


Chelsea: Por supuesto -dijo rodeando su escritorio para acercarse a Vanessa y darle un breve apretón de manos-. Estoy deseando ver a qué nuevas y chispeantes conclusiones llegas.



Zac Efron se preguntó quién estaría en su cocina. Desde su despacho, al fondo de la casa, podía oír pasos que llegaban de su cocina, pero aun así trataba de concentrarse en lo que estaba escribiendo.


En ese momento oyó que alguien abría y cerraba un armario de la cocina. Zac dejó de escribir preguntándose quién sería su invitado sorpresa. Podía ser alguno de sus despistados amigos que tenían la llave y se había atrevido a visitarlo sin llamar antes. También podía ser su hermana, pero ella llamaría antes de ir.


Solo su madre o su agente lo visitarían por sorpresa. Su madre estaba de viaje por los fiordos nórdicos, por lo que solo quedaba su agente, John, o un ladrón.


Zac consideró las opciones. Le gustaba John pero no cuando lo visitaba para preguntarle cuándo tendría terminada su última novela y por qué no estaba ya lista.


Un ladrón no querría hablar. Solo se limitaría a llevarse lo que le gustara, y, aparte de su enorme televi­sión panorámica, demasiado pesada para una sola persona  y el ordenador que estaba usando, no había nada más de valor en toda la casa.


Siempre podía salir con una pistola y echar al intruso  al igual que haría su héroe de ficción. Pero como no tenía pistola, descartó la posibilidad y siguió escribiendo.


Oyó el agua correr, el ruido que hacía la cafetera y finalmente el olor a café recién hecho. Zac suspiró y cedió. A menos que los ladrones se entretuvieran en hacerse un café, su misterioso invitado no lo era.


Zac: No te preocupes, amigo -dijo a su héroe de ficción- . Saldrás de esta. La adorable Brigitte ha caído ya rendida a tus pies. Te echará una mano, salvarás el mundo, y entre medias, haré que vivas unas tórridas escenas de sexo.


La cocina era una habitación estrecha y alargada, en la que había una mesa de picnic. En medio de la cocina, había un hombre de baja estatura, medio calvo  vestido con un traje oscuro y una resplandeciente y recién planchada camisa blanca. Era John.


Zac: Buenos días, John.


John: Es casi la hora de comer. No me digas que te acabas de levantar -dijo éste mirándolo con disgusto-.


Zac: No exactamente. Llevo levantado desde ayer -contestó al tiempo que miraba el reloj del horno-. Y no es la hora de comer. ¡Solo son las diez y media!


John: En muchas partes del país ya es la hora de comer -dijo poniéndole una taza de café a Zac delante-. Tómatelo. Parece que lo necesitas.


Zac: No, gracias. Tengo cafetera porque tú la trajiste, pero yo no la utilizo. No bebo café, y tú tampoco deberías hacerlo. Toda esa cafeína...


John: Es justo lo que necesitas para comenzar el día.


Zac no pensaba discutir con John. Tomó un sorbo y sintió un escalofrío. Entonces bostezó, se estiró y se masajeó ligeramente el cuello.


Zac: ¿Y qué te trae por aquí? ¿No deberías estar vigi­lando cómo van las ventas de mis libros?


John: Soy tu agente, Zac, no un vendedor callejero. No vigilo tus libros -contestó alzando una ceja con gesto aristocrático-. Yo contrato a otros para que hagan ese trabajo -se sentó-. ¿De verdad has estado toda la noche levantado escribiendo? ¿O tal vez estuviste haciendo algo más interesante con Amber? -miró hacia el pasillo-. No está aquí, ¿verdad?


Zac: ¿Quién? ¿Amber? No, se ha ido.


John: ¿Ido en el sentido de que no está aquí en este momento, o ido en el sentido de para siempre?


Zac: En el sentido de para siempre -admitió-. Finito, se ha terminado. No volveré a verla.


John: ¿No? -parpadeó sorprendido-. ¿Por qué no? Pensé que te gustaba.


Zac: No estaba mal.


John: ¿Qué pasó?


Zac: No lo sé -contestó mientras vaciaba su taza en el fregadero-. Simplemente dijo que creía que sería bueno para ambos salir con otras personas.


John: Ah - lo miró con detenimiento-. No pareces muy apenado por ello.


Zac: No lo estoy -dijo tras considerarlo bre­vemente-.


Lo había pasado bien con Amber.


John: Pues deberías. Rompes más relaciones que coches en tus libros.


Zac: Eso no es cierto.


John: Sí lo es. Has tenido más aventuras que mis ex mujeres con sus entrenadores personales -dijo arrugando la frente-. No es bueno para tu imagen. Se supone que eres un súper hombre no el hombre con el que toda mujer de Chicago ha estado liada. Eres un escritor famoso, deberías espantarte a las mujeres como moscas, no hacer que salgan corriendo.


Zac: No salen corriendo -dijo llenando la tetera de agua y poniéndola en el fuego. Eso era lo que necesitaba. Una buena taza de té y perder de vista a John-. Simplemente... deciden continuar con sus vidas... o algo así.


John: Está claro que no se quedan contigo y no las culpo -dijo esto último echando un vistazo a su alrededor-.


Zac: ¿Qué quieres decir?


John: Bueno, no quiero herir tus sentimientos, pero no eres exactamente un tipo divertido y excitante. Te pasas la mitad de la vida solo en tu despacho, escribiendo.


Zac: ¡Soy escritor! Se supone que paso tiempo escribiendo. Si no, mi editor y tú os echáis encima.


John: Y cuando no estás escribiendo, estás promocionando tus libros, investigando para una nueva historia o jugando con tus sobrinos -continuó-.


Zac: Promociono mis libros porque tú me dices que lo haga -respondió apoyándose en un armario y cruzando los brazos-.


John: No, no lo haces por eso. Te encanta firmar libros  Lo consideras una buena oportunidad para conocer mujeres.


Zac: Y lo es, pero también es cierto que tú me dices que tengo que hacerlo. Investigo porque necesito información...


John: Y porque te gustan las bibliotecarias.


Zac: Algunas de ellas son seguidoras incondicionales de Hunter. Y en cuanto a mis sobrinos, no hay nada malo en que juegue con ellos.


John: No, cierto. Son unos niños estupendos. Solo que invitar a una chica y estar con ellos no es lo más adecuado  Las mujeres quieren que las lleven a sitios, hacer cosas. ¿No has oído nunca que tres son multitud?


Zac: Yo hago cosas -se defendió-.


John: Pues no deben de ser las adecuadas -dijo dando un sorbo de café- . Por ejemplo, ¿qué hiciste la última vez que saliste con Amber?


Zac: Romper -recordó-. Fue una cita muy corta. La recogí, me dijo lo de que soy un gran tipo pero creía que ambos seríamos más felices saliendo con otras personas, regresé a casa y escribí un par de capítulos.


John: No me refiero a esa cita, Zac. Me refiero a la última antes de ésa -suspiró con impaciencia-.


Zac: Fuimos a dar una vuelta en coche. Yo quería buscar exteriores para centrar el capítulo en el que Hunter tiene que esconderse en un bosque. Después vinimos aquí. Pedimos pizza en un vegetariano nuevo que acaban de abrir: La cocina sana de Helen para llevar, se llama. John, tienes que probarlo, es...

John: No me interesa la pizza. Quiero saber lo que hiciste con Amber.


Zac: Vale, vale. Comimos la pizza, y después vinieron los niños de Miley...


John: Y pasaste el resto de la tarde interpretando alguna escena de tu libro, ¿verdad?


Zac: Sí. Pero no se puede decir que eso fuera aburrido  Era una escena muy emocionante, al menos lo sería si pudiera ambientarla bien. Voy a tener que deshacerme de uno de los malos. Si no, el héroe nunca saldrá vivo.


John: Olvídate de la escena y háblame de Amber -lo miró con suspicacia-. No le pedirías que fuera uno de tus personajes, ¿verdad?


Zac: Claro que no -dijo ofendido- , y tampoco le pedí que hiciera el helicóptero. Eso solo te lo pido a ti -desde luego no se lo habría pedido a Amber-.


No se la podía imaginar, con su peinado y su maquillaje impecables, corriendo por toda la habitación con los brazos extendidos imitando el ruido de un helicóptero.


John: ¡Eso no es una cita! Se supone que tienes que llevarla a cenar, al cine, o al teatro, o a un concierto. Las mujeres de ahora adoran la sofisticación; no consideran que un perrito caliente y pasar la tarde jugando a policías y ladrones, seguido de unas horas de ejercicio en el dormitorio sea la cita ideal.


Zac hizo un gesto de dolor. Aparte del hecho de que él no comía perritos calientes, lo demás era una descripción muy acertada de la mayoría de sus citas. Aunque tampoco se podía decir que John fuera un experto después de tres divorcios.


Zac: ¿Y desde cuándo eres tú un experto? Te has 
divorciado ¿dos veces? ¿O eran tres?

John: Tres, pero no voy a volver a hacerlo. Tina es la definitiva. Yo, al menos, la he llevado al altar. Al paso que vas tú, tendrás que pedirlo en la primera cita y conseguir el sí.


La sola idea le inquietaba. No se podía decir que Zac tuviera prisa por casarse, le gustaba la vida de soltero, moderadamente rico; pero no le gustaba pensar que ni siquiera tuviera nunca la oportunidad de formar una familia. Tal vez nunca lo hiciera.


Pero no era culpa suya. No se había dedicado a buscar una esposa a pesar de haber salido con muchas mujeres. ¿Estarían todas equivocadas o sería él el equivocado?


Zac: Desde luego, mi mundo no se derrumbará si no me caso esta misma mañana, y estoy seguro de que no has venido hasta aquí para hablar de mis fracasos con las mujeres.


John: No. Quería hablar contigo de “Peligro al amanecer”. Cuando Hunter entra en la central eléctrica, ¿cómo sabe que el malo tiene el misil?


Zac dio un suspiro de alivio y se dispuso a hablar de algo de lo que sí sabía... un poco.



Ashley Tisdale no compartía la falta de entusiasmo de Vanessa por el artículo que le habían encargado. Se había pasado por el nuevo apartamento de Vanessa para ayudarla con la mudanza.


Ash: No suena tan mal -la consoló cuando Vanessa le hubo contado los detalles del trabajo-. Al menos conocerás a unos cuantos hombres interesantes  Yo no lo he conseguido. Los únicos hombres a los que conozco solo me quieren para que les lleve las cuentas.


Ness: Eso es porque eres contable -dijo mientras colocaba los libros en la librería de mimbre-. ¿Crees que esta librería queda bien aquí? ¿O tal vez quedará mejor en la otra pared?


Ash: En ninguna. Solo puedes hacer una cosa: embalarlo todo y volver a tu antiguo apartamento. La librería quedaba mucho mejor allí.


Ness: ¡Ashley!


Ash: Vale, pero es cierto -dobló las piernas y se abrazó las rodillas- . No sé por qué te has mudado. Tu otro apartamento estaba más cerca del centro, era más grande y bastante más barato. Además, la escayola del techo no parecía a punto de desprenderse.


Ness: No le pasa nada a la escayola de este techo, Ash.


Ash: Ya le pasará -advirtió-. Mi padre se dedicaba a la construcción y sé de estas cosas. Te digo que un día entrarás en esta habitación y comprobarás que el techo se ha convertido en el suelo. Además, no hay ascensor.


Ness: Solo son dos pisos. El ejercicio te vendrá bien.


Ash: El ejercicio está bien cuando se supone que estás haciendo ejercicio, no cuando cargas con las bolsas de la compra. Pero lo mejor del otro apartamento era que estaba muy cerca del mío. Te voy a echar de menos, por no hablar de cuando hacías de niñera gratis.


Ness: Yo también os echaré de menos.


Tal vez mudarse no había sido tan buena idea.


Echó otro vistazo a la habitación prestando especial atención a las molduras de las puertas de madera maciza y los altos techos. No, mudarse había sido la mejor idea.


Ness: Tenía que mudarme, Ashley. Ésta es la casa en la que siempre me imaginé viviendo. Tiene gusto, es elegante, antigua...


Ash: Eso seguro, por no hablar de lo lejos que está.


Ness: No te preocupes -dijo extendiendo una mano para tocarle la rodilla a su amiga-. Nos veremos y cuidaré de Matthew siempre que lo necesites -mientras lo decía examinó de nuevo la librería y decidió que estaba bien donde estaba-. Solo espero poder seguir pagando este sitio.


Ash: ¿Y por qué no ibas a poder? Te encargan mu­chos artículos.


Ness: Sí, supongo que sí si lo que quiero es escribir siempre esos artículos absolutamente superficiales.


Ash: ¡No siempre escribes cosas superficiales!


Ness: ¿Cómo llamarías a aquél sobre las “Prendas que te hacen sentir atrevida”, “El dormitorio que incita”, o “Las mejores recetas sensuales” ¿Periodismo de investigación?


Ash: Bueno, no. Yo lo llamaría pagar las facturas. Y el que tienes ahora no suena nada mal. Ni siquiera tienes que buscar las cincuenta cualidades del hombre de verdad, solo poner al día una lista algo anticuada.


Ness: Supongo. El problema es que no creo que haya que actualizarla.


Ash: ¿Perdona?


Ness: Lo has oído -confesó-. Llevo pensando en ello desde que hablé con Chelsea. Me dijo que yo salía con muchos chicos y es cierto. He salido con muchos hombres de ahora, y ninguno me ha impresionado realmente.


Ash: Oh, vamos -levantó las cejas-. ¡Algunos de esos chicos eran realmente guapos!


Ness: ¿Como quién?


Ash: Derek, por ejemplo. Era un encanto... con esos rizos rubios, y esos grandes bíceps.


Ness: Eso es cierto, pero les dedicaba toda su vida. Si hasta hablaba con ellos...


Ash: Ahora que lo pienso, un día me los presentó.


Ness: Se los presentaba a todo el mundo. «Hola, soy Derek y estos son mis bíceps». Al final me di cuenta de que le importaban más ellos que yo.


Ash: Tal vez Derek no haya sido un buen ejemplo. Veamos, ¿qué me dices de Oscar? Era guapísimo y no se pasaba el día en el gimnasio.


Ness: Cierto, él pasaba todo su tiempo con el psicólogo.


Ash: No hay nada malo en eso. Mucha gente...


Ness: Oscar estaba obsesionado -recordó-. Era la única persona que he conocido que tenía más psicólogos que familiares. Ni siquiera sabía qué problema estaba tratando de solucionar. Y cuando no hacía eso se entretenía psicoanalizándome a mí. Finalmente, decidió que era demasiado inseguro para comprometerse y yo estuve totalmente de acuerdo con él.


Ash: Un poco compulsivo, sí. Fue mala suerte porque era realmente encantador, pero sin ser soñador como Aron. Ése sí que estaba bueno: rubio y barba de dos días. Me recordaba a Brad Pitt.


Ness: Su defecto era que ni se cortaba el pelo ni buscaba trabajo. No podía hacer ninguna de las dos cosas porque se estresaba.


Ash: Pero lo pasabas bien con él.


Ness: Cierto, pero eso era todo. No me imaginaba casándome con él. De hecho, ése era el problema con todos  Eran buenos chicos, pero no me veía pasando el resto de mi vida con ninguno de ellos. Yo creo que era porque los encontraba demasiado modernos.


Ash: ¿Quieres un hombre chapado a la antigua?


Ness: Sí, afrontémoslo, Ashley. He salido con muchos hombres pero no por motivos de peso; siempre lo hago porque son guapos, o porque tienen buen cuerpo, o porque me resultan excitantes. Nunca he salido con ninguno que me pareciera una sólida elección como pareja.


Ash: Te entiendo -dijo asintiendo con la cabeza de rubios rizos-. Yo salí con mi ex, Jared, porque tenía unos hombros anchos y creo que hasta me casé por el mismo motivo.


Ness: ¡Eso es exactamente lo que quiero decir! A partir de ahora solo saldré con aquellos hombres a los que considere posibles maridos -se reclinó contra el respaldo del sofá, cerró los ojos y se imaginó a su hombre de verdad-. Quiero un hombre como los de antes: fuerte, seguro de sí mismo, bien vestido, amable... un hombre que te cede su sitio en el autobús, como haría Cary Grant o Gregory Peck o mi padre -abrió los ojos para comprobar la reacción de Ashley-. Mi padre era así. ¿Sabes que solía llevarle a mi madre una taza de té a la cama todas las mañanas? Creo que ningún hombre ha hecho eso por mí.


Ash: Yo tampoco. No puedo imaginar que ningún hombre se levantara antes que yo.

Ness: Mi padre siempre lo hacía. Quería cuidar de mi madre. Ya no quedan hombres así.


Ash: Es culpa nuestra -murmuró-. Queríamos hombres con sentimientos.


Ness: Y los tienen, solo que ahora están tan preocupados con lo que sienten que no se preocupan de lo que una siente. Quieren que las mujeres hagan todo el trabajo mientras ellos se ocupan de lo que realmente les importa: su carrera, su programa de ejercicio, su nivel de colesterol. No necesitan a una mujer porque están demasiado ocupados en sí mismos.


Ash: Eso seguro -murmuró-. Hoy en día, una tiene suerte si consigue que su ex marido le pague la pensión de los hijos a tiempo.


Ness: ¿Lo ha hecho otra vez? -dijo dejando de pensar en sus propios problemas-.


Ash: Así es. Jared ha dejado el trabajo -dijo más con resignación que con rabia-. Decidió que instalar televisión por cable no satisfacía sus necesidades. Aquí tienes una cualidad: un hombre de verdad no está interesado en encontrarse a sí mismo. Jared lle­va buscándose años. Desafortunadamente, aún no se ha encontrado.


Ness: ¿Por eso os separasteis?


Ash: Por eso y porque siempre trataba de encontrarse en el dormitorio de alguna rubia sexy y pechugona. Ahí tienes otra: el hombre de verdad es monógamo. ¡No es tan difícil!


Ness: No lo sería si fuera yo quien tuviera que inventarse la lista. Lo haría en menos de media hora. Pero eso no es lo que Chelsea quiere que haga. Tengo que entrevistar a un montón de hombres y descubrir al hombre de verdad.


Ash: Eso complica las cosas. Siempre puedes hablar con Gerald. Se parece un poco a Cary. Desafortunadamente, tiene la mala costumbre de quitarse de en medio a la gente.


Ness: ¿Gerald? -dijo colocando un ejemplar de Romeo y Julieta en la estantería-. ¿No te referirás al tipo que heredó
Wutherspoon Deportes al Aire Libre?

Ash: El mismo.


Ness: Lo suponía -suspiró-.


Ashley la había tomado con el pobre Gerald desde que heredó la empresa en la que ésta trabajaba como contable.


Ness: El señor Wutherspoon murió de una reacción alérgica, Ash -añadió-.


Ash: Eso es lo que dijeron, pero yo creo que es muy extraño. Admito que Franklin era alérgico al pescado, ¡pero sabía que lo era! Y por eso tenía mucho cuidado con lo que comía. Y ocurrió justo en la cena anual que celebra la empresa -dijo, que se tomaba aquel asunto como una ofensa personal-. Estaba bien y al momento siguiente se lo llevaban en ambulancia. Más tarde dijeron que pensaban que había comido gambas camufladas con los entrantes, pero yo no lo vi hacerlo.


Ness: Tal vez no supiera que contenían pescado.


Ash: Supongo, aunque no me extrañaría que Gerald tuviera algo que ver. Después de todo él era el heredero -dijo dando un largo suspiro, con los ojos llenos de tristeza-. Ojala Franklin se la hubiera dejado a otro. Franklin era un encanto, era un placer traba­jar para él. Y ahora su sobrino está haciendo todos esos cambios. Ha introducido una línea de ropa inte­rior de cuero, ¿te lo imaginas? ¡Si el pobre Franklin levantara la cabeza!


Ness: Tal vez se venda bien.


Ash: Tal vez -dijo dubitativa-. Pero qué sé yo. Solo me ocupo de las cuentas y supongo que Gerald no es tan malo -se quedó pensativa un rato y después cambió de tema-. ¿Sabes con quién tendrías que hablar en realidad? Con Drew Seeley. Es el comercial que entró en la empresa hace unos meses. Creo que te he hablado de él.


Ness: Unas cuantas veces -bromeó-.


En realidad habían sido un par de ellas aunque para Ashley eso era mucho. Lo bueno era que parecía que Drew estaba interesado en ella.


Ash: No es así. Además, Drew es un buen hombre. Encantador y amable, y tiene un gran sentido del humor. No está tratando de encontrarse a sí mismo y sabe perfectamente lo que quiere. Solo es comercial ahora pero en unos años será director de marketing. Tengo una corazonada.


Ness: Desde luego tiene mejor pinta que los hombres que tengo que entrevistar -gruñó-. Un programador informático, el dueño de una galería, el hombre del tiempo del
Canal Tres...

Ash: ¿Ése que sale vestido según el tiempo que va a hacer? -preguntó horrorizada-.


Ness: Eso me temo.


Ash: Estás de broma. Anoche salió con pijama de franela para decir que iba a hacer frío. No imagino a mi hombre ideal saliendo en televisión vestido con un pijama de franela.


Ness: Pues es el mejor de los que tengo.


Ash: No me lo creo -dijo sacudiendo la cabeza-. No pueden ser tan malos.


Ness: Te lo enseñaré -dijo levantándose del suelo y dirigiéndose a la cocina a buscar la lista. Vol­vió con los papeles y un refresco para cada una-. Míralo.


Ash: Un ingeniero, un filósofo, Howard Stera... tienes razón. Es horrible. A ver qué más: un detective privado, puede ser interesante; Hunter McQuade, éste también está bien.


Ness: ¿No me digas que conoces a alguien de la lista?


Ash: Bueno, no lo conozco, pero sé quién es. Y tú también.


Ness: No, yo no.


Ash: Es el protagonista de “Acción al atardecer”. El libro de Zac Efron. Seguro que lo has leído. Estuvo mucho tiempo entre los más vendidos.


Ness: No puede ser cierto -dijo con un gesto de disgusto-. ¿Me estás diciendo que las mujeres de hoy en día piensan que un personaje de novela es el hombre de verdad?


Ash: Tal vez sea lo más parecido que tenemos. Además, estoy de acuerdo con ellas. Hunter es magnífico. Estoy segura de que has leído el libro, Vanessa. De hecho, creo que te dejé el mío -dijo mientras buscaba entre los libros que quedaban en una de las cajas-. Aquí está.


Ness: ¿No es éste el libro en el que el protagonista tie­ne que perseguir a un ser malvado que quiere apoderarse del mundo, vencer a todo un regimiento de tipos musculosos y rescatar a la chica?


Ash: Ese es.


Ness: El tipo de ese libro no es mi idea de un héroe. Lo único que hace es correr de un lado a otro haciendo estallar cosas.


Ash: Eso no es cierto.


Ness: Es verdad. Cada vez que una mujer aparece en su habitación se toma unas páginas para revolcarse un poco con ella -dijo con el más absoluto de los desprecios-. Eso no es lo que yo entiendo por un hombre de verdad.


Ash: No sé -dijo pensativa-. Después de todo, son una escenas de sexo estupendas.


Ness: Son escenas de cama imaginarias -dijo exasperada-. ¿Los malos quieren cargárselo y él aprovecha para saltar encima de la primera mujer que se le cruza en el camino? Muy lejos de mi hombre ideal, desde luego.


Ash: Bueno, si yo tuviera a un tipo como él a mi lado y el mundo estuviera a punto de estallar, no me importaría nada que saltara encima de mí. Es casi tan guapo como Drew -dijo mirando la foto del escritor-.


Ness: Déjame ver -dijo tomando el libro que Ashley tenía en las manos y mirando la foto en color-. 


Ashley tenía razón. Zac Efron podía ser muchas cosas, pero feo no. Aquel hombre con el pelo perfectamente cuidado, los ojos azules que relucían tras las gafas de montura de metal, la nariz algo aplastada, como la de Bruce Willis. Tenía los labios curvados formando una sonrisa.


Ash: ¿No es una monada?


Ness: Es interesante -dijo dejando el libro-. Pero probablemente no sea así en persona. Y aunque lo sea, no significa que él o sus héroes vayan a ser el hombre de verdad.


Ash: Sigue pareciéndome más interesante que el programador informático o el galerista. Si yo fuera tú, concertaría ya una entrevista con él.

3 comentarios:

Unknown dijo...

El primer capi estuvo genial, ya quiero saber si ness va a hacer una entrevista con zac.
Sube pronto.

Anónimo dijo...

el capi ha sido interesante. sube pronto

Anónimo dijo...

Me gusto este capitulo! Muy interesante :D me ha gustado mucho el papel de Ash :)

Saludos -Caro-

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