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lunes, 30 de abril de 2012

Capítulo 4


«Para el centro de ancianos...». Vanessa resopló mientras esa tarde fumigaba el rosal trepador que había en la parte trasera de la casa. Realmente, no había sido una mentira. Daba cupones al centro de ancianos, pero después de haber decidido cuáles no le servían a ella.

Notó que las mejillas le abrasaban al recordar el bochorno. Él sonrió, ella pensó que se reía de ella mientras se esforzaba por recoger los cupones antes de que él los viera, pero luego habló de su madre y se dio cuenta de que sonreía por el recuerdo. ¿También habría tenido una infancia llena de penurias? Si era así, no parecía que le hubiera afectado.

Se imaginaba que a ella tampoco le había afectado. Su padre la quería mucho y, a pesar de su ineptitud para administrar el dinero, ella también lo había querido mucho. Aun así, su infancia había trascurrido entre cortes del suministro eléctrico y de la línea de teléfono. Cuando cumplió trece años, empezó a abrir el correo y a recordarle a su padre que pagara puntualmente las facturas. Se hizo una experta en estirar las pequeñas cantidades que él le daba para hacer la compra de la semana. Cuando murió él y revisó sus papeles, se dio cuenta de que todos los boletos que tenía eran apuestas de caballos. Ella nunca se había planteado por qué no tenían dinero y había dado por supuesto que su sueldo de bibliotecario sería insuficiente. Comprobar que había sido un adicto a las apuestas fue una conmoción para ella, aunque no disminuyó su amor por él.

Fue a la universidad con una beca e iba a su casa lo suficiente como para asegurarse de que su padre no se quedaría sin agua o electricidad. Su colegio universitario era muy selecto y a él iban muchos hijos de las familias más influyentes de
la Costa Este. Algunos eran simpáticos, pero otros muchos eran demasiado conscientes de las diferencias de posición social con los demás alumnos. A ella le resultó difícil superar el hecho de que estudiara con una beca y, además, tuviera que trabajar para llegar a finales de mes.

Después de casarse, el dinero dejó de ser una preocupación, pero nunca podría olvidarse de la humillación que sufrió por no tener dinero para hacerse socia del prestigioso club femenino al que le habían invitado. O por tener que hacer de niñera para poder pagarse los libros. O por haber llevado la misma ropa durante cuatro años cuando las demás alumnas cambiaban de modelos cada temporada. Se había dicho que todo aquello no importaba, que no quería ser tan superficial como las otras chicas, que había cosas más importantes que el dinero.

Las había. La muerte de Mike fue un amargo ejemplo de la insignificancia del dinero en comparación con la muerte de un ser querido. Pero aun cuando Mike vivía y el dinero no era un problema, ella nunca había sido frívola. Llevaba ropa buena, no demasiado llamativa ni a la moda, que le duraba años y no iba a cambiar sus costumbres porque hubiera mejorado su situación económica.

Agradeció aquella actitud cuando Mike murió y ella comprobó sus apuros económicos.

Zac: Vanessa...

Volvió bruscamente a la realidad y se encontró con que Zac la observaba con curiosidad desde el sendero.

Ness: Ah, hola. Perdona -dijo intentando no hacer caso del pulso que se le había desbocado-. Estaba soñando despierta.

Zac: ¿Dónde está tu compañero inseparable? -preguntó mirando alrededor-.

Ella sonrió y se señaló el reloj.

Ness: Son las ocho y media. Michael suele acostarse a las ocho. Quería fumigar las rosas para que no se las coman los pulgones.

Zac: Son preciosas. He visto que tienes muchas rosas. Dan bastante trabajo, ¿no?

Ness: Sí, pero no me importa. La jardinería me viene muy bien. Con un par de horas a la semana todo está perfecto.

Zac: Yo había supuesto que alguien se ocuparía de esto -dijo con cierto tono de sorpresa-. ¿Lo haces tú todo?

Ness: Casi todo. -Mantuvo la mirada fija en el rosal, aunque notaba que las mejillas se le ponían como tomates. Afortunadamente, estaba anocheciendo y él no podría notarlo-. No es para tanto -siguió-. La jardinería no lleva mucho trabajo si le dedicas un poco de tiempo a la semana. Además, yo no corto la hierba.

Él sacudió la cabeza.

Zac: Eres una mujer sorprendente, ¿lo sabías?

Ella negó con la cabeza.

Ness: No, no lo soy -dejó los utensilios en la cesta que llevaba-.

Zac: Según Penny, eres una mezcla de superheroína y ama de casa perfecta.

Ella se rió mientras se levantaba.

Ness: Es aterrador.

Zac: Está decidida a que vuelvas al mercado. -Se acercó un poco y le ofreció la mano para ayudarla, pero ella fingió no darse cuenta. Tocar a Zac no habría sido una buena idea, sobre todo cuando su mera vecindad hacía que tuviera todo el cuerpo en efervescencia-. Piensa que eres demasiado seria para ser tan joven.

De repente se sintió furiosa. Mucho más furiosa de lo que se merecían las palabras de Zac y tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.

Ness: Si soy seria es porque tengo que ocuparme de una familia y una casa -dijo cortantemente-. Penny no se da cuenta de que alguien tiene que ser responsable.

Se hizo un silencio sepulcral. El remordimiento se abrió camino entre la furia dejando un rastro de vergüenza. Penny la quería y dependía de ella. No era culpa suya si nunca había tenido que preocuparse por el dinero y tenía que estarle agradecida por preocuparse por su felicidad. Si tenía que culpar a alguien de su situación... ¡No! No podía seguir ese razonamiento. Hizo un esfuerzo por calmar la ira que todavía le bullía en su interior.

Ness: Lo siento -dijo en voz baja-.

Zac volvió la cabeza e, incluso en la penumbra, ella pudo notar la intensidad de su mirada.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Sabes por qué -dijo con tono de cansancio por intentar eludir las maniobras de Penny-. Sé que a veces he sido poco hospitalaria. Es que...

Se dio cuenta de que estaba a punto de hacer una confidencia a un hombre al que casi no conocía y se mordió la lengua.

Zac: ¿Es que...? -el tono era profundo y tranquilizador-.

Ella suspiró.

Ness: Nada.

Zac se quedó en silencio y ella se volvió para mirar el jardín. Las flores blancas de una clemátides trepaban por la valla que rodeaba la piscina y brillaban en la penumbra como si tuvieran luz propia.

Zac: ¿Es que...? -volvió a preguntar-.

En ese mismo instante, dos grandes manos cayeron sobre los hombros de ella y empezaron a hacerle un masaje.

Vanessa casi dio un salto fuera del sendero. No lo había oído acercarse. Intentó apartarse, pero sus manos mantuvieron el ritmo, los pulgares le deshacían los nudos de la base del cuello que ella ni siquiera sabía que tenía.

Era la primera vez que la tocaba desde el baile y le pareció algo muy íntimo en la creciente oscuridad.

Zac: No te muevas. Tienes los hombros como si fueran de cemento.

Ness: Es... la... tensión.

Tenía los nervios más tensos que nunca. Se quedó en silencio y rígida mientras oía el roce de sus dedos con la tela. También oía su respiración en el silencio que los rodeaba.

Él le pasó los dedos por debajo del pelo.

Zac: ¿Qué te pone tan rígida?

Ness: Tú. -Él paró inmediatamente y se hizo el silencio. Ella se arrepintió en cuanto oyó lo que acababa de decir. ¿Qué estaría pensando? Era un invitado de la familia, nada más... y nada menos-. Quería decir...

Zac: Shhh. -La giró delicadamente, le puso un dedo sobre los labios y con la otra mano le sujetó el cuello por la nuca, los largos dedos entraban por debajo del pelo hasta rozarle la oreja-. Sé lo que querías decir. Tú también me pones bastante tenso. -Ella levantó las manos y agarró sus muñecas. ¿Para apartarlas? Ella misma no lo sabía-. Vanessa -la voz era ronca y rebosante de deseo-. Tengo que besarte.

Era una forma extraña de decirlo, pero ella sabía exactamente lo que quería decir. El se inclinó hacia ella y ella levantó la cara como si algo le obligara a hacerlo. Se aferró a sus muñecas como si fueran una tabla de madera en medio de una tormenta. Eran fuertes y musculosas y él olía a una virilidad embriagadora, a una mezcla de colonia y aroma masculino.

Cuando los labios se encontraron, ella supo que había estado mintiéndose. Él era mucho más que un invitado de Penny o un inquilino de la casa de invitados. Era el peligro. Era el deseo. Era todo lo que había tenido y un instante brutal le había arrebatado. Era lo que había añorado durante dos años. Si era sincera consigo mismo, era mucho más que todo eso.

Era un desconocido que le resultaba conocido y, por algún motivo, tenía la sensación de haber estado ya en sus brazos. Su abrazo le era conocido, aunque su cuerpo fuera más grande y más duro que el de su marido. La rodeaba ardientemente y la estrechaba contra sí con fuerza.

Le rodeaba la espalda con un brazo y con la otra mano le sujetaba la nuca. Todo era fácil y fluido, como si hubieran estado así un centenar de veces, y ella se sentía relajada.

Tenía la boca sobre la de ella y ella se entregaba ciegamente, como si el cuerpo le cobrara vida por el contacto. Hacía tanto tiempo... No pudo evitar un leve ruido que le salió de lo más profundo de la garganta y una parte de ella, la que no estaba concentrada en corresponder a sus ardientes besos, no salía de su asombro.

Hacer el amor con su marido había sido un placer y divertido, pero no había sido como aquel maremoto que la arrastraba y la convertía en un amasijo de anhelantes terminaciones nerviosas.

Él le rozó los labios con la lengua y ella se estremeció. El leve contacto hizo que le bullera todo el cuerpo y que los pezones y las entrañas se le contrajeran al instante. Le flaquearon las rodillas y él la abrazó con más fuerza, con un contacto pleno que le presionaba la virilidad rampante contra el vientre. Ella volvió a gemir y separó los labios para tomar aliento. El introdujo la lengua y se deleitó con un paladeo erótico que la llevó a un juego del escondite arrebatador.

No podía permanecer quieta, no podía dejar de agitarse en sus brazos, no podía evitar rodearlo con una pierna para apresarlo contra sí. Sentía toda su dureza en contacto con su centro suave y palpitante y volvió a gemir en su boca.

El bajó las manos hasta rodearle el trasero para mantener la firmeza del contacto y apartó la boca.

Zac: Estás acabando conmigo, corazón -gruñó-.

Corazón... La expresión cariñosa retumbó en la calidez de la noche. ¡Mike la había llamado exactamente lo mismo! Mike. Su marido.

La idea fue como un jarro de agua helada sobre las llamas de su pasión. Se quedó rígida y bajó las manos hasta los bíceps de Zac para apartarlo.

Él no se quejó ni intentó detenerla, lo que en cierta forma le molestó a Vanessa. Ella no quería que se quejara, pero también le habría gustado que le molestara tener que soltarla.

Zac: Vanessa. Lo... lo siento. -Se apartó y se volvió. Estaba jadeante y los hombros le temblaban. Solo veía una espalda enorme y sus manos que le agarraban la cabeza. Ella se preguntó si el querría volver a abrazarla tanto como ella quería abrazarlo sin temer a las consecuencias-. No quería que ocurriera...

Por algún motivo, a Vanessa le pareció gracioso y no pudo evitar que se le escapara una risita histérica.

Ness: Si ha sido sin querer, ¿cómo será cuando quieras?

Él se volvió bruscamente y ella dejó de reírse al instante. Pudo ver el brillo de sus ojos.

Zac: Yo no... yo no iba a tocarte.

Lo dijo con un tono tan desesperado que ella estuvo a punto de abrazarlo, pero se cruzó los brazos para evitar males mayores.

Ness: No pasa nada -dijo con poca convicción y consciente de que era inapropiado-.

Hasta que comprendió que estaba consolándolo...

Zac: Sí -dijo con rotundidad-. Si pasa.

Dio un paso a tras y ella dejó caer las manos con impotencia. Era evidente que no estaba contento consigo mismo y, seguramente, tampoco lo estaría con ella. Las últimas llamas de deseo que todavía le ardían en lo más profundo se apagaron definitivamente. La vergüenza empezaba a apoderarse de ella, se tapó la cara y se fue corriendo.

La pared de la casa le detuvo en su huida y ella, con la cabeza gacha, buscó el picaporte de la puerta corredera mientras deseaba que se la tragara la tierra para acabar con todo aquello.

Ness: Lo siento. Yo tampoco quería que pasara lo que ha pasado -su voz parecía la de una desconocida-. Nos... mantendremos alejados. No pasará nada.

Sin embargo, claro que pasaba algo, se dijo Zac tumbado en la cama de la casa de invitados de los Hannigan. Su cuerpo ardía con solo recordar su delicada carne que la acariciaba; necesitaba un alivio tan apremiantemente que cerraba los puños para no acabar por sus medios con esa situación.

No quería una solución temporal. Quería a Vanessa Hudgens en su cama, rodeándolo con sus piernas y mirándolo mientras lo aceptaba en su cuerpo anhelante. Quería ver su sonrisa, como si su vida cobrara sentido cuando él entraba en la habitación. Quería poder abrir sus brazos para que ella se refugiara en ellos.

¿Cuándo había empezado a pensar que todo aquello era posible? Nunca ocurriría ni podría ocurrir. Vanessa casi no podía soportar la idea de hablar de la persona que había recibido el corazón de su marido y mucho menos conocerla. Enloquecería si supiera que había dado el beso más ardiente de su vida al hombre que tenía el corazón de Mike.

No quería haberla tocado, nunca debería haber cedido a la necesidad de aliviarle la tensión de sus hombros ni a acariciarle la sensible piel de la nuca.

Pero lo había hecho y ella había reaccionado tan inmediatamente, tan plenamente, que él había perdido la poca objetividad que le quedaba de ella.

Ella estaba avergonzada de sí misma y eso era lo que más le dolía.

A la mañana siguiente decidió que tenía que rectificar eso inmediatamente. Ni a lo largo del día ni al cabo de un tiempo, en aquel preciso instante. No quería que Vanessa se sintiera culpable por lo que había pasado.

Desayunó, fue hasta la casa principal y llamó a la puerta. Ella y su hijo ya estaban levantados. Al parecer, estaban acabando de desayunar y pidió al cielo que Penny no apareciera mientras le decía a Vanessa lo que tenía que decirle.

Entonces, la mirada de Vanessa se encontró con su mirada a través de los paneles de cristal. Sintió un ardor tal que le sorprendió que el cristal no se derritiese.

Sin embargo, si ella sintió lo mismo, lo disimuló muy bien. Apartó la mirada sin cambiar de expresión, como si no lo hubiera visto. Pero se dirigió hacia la puerta y él supo que lo había visto.

Ness: Buenos días -entreabrió la puerta, pero se quedó dentro como si temiera que se le pudieran escapar algunas moléculas-.

Zac: Vanessa... -movió la cabeza y dudó-. ¿Puedo hablar un momento contigo?

Entonces fue ella la que dudó. Miró por encima del hombro a Michael que estaba tirando todos los cereales por la bandeja mientras miraba un programa infantil en la televisión de la cocina.

Ness: Solo un momento.

Estaba claro que la idea no la emocionaba, pero él sabía que estaba demasiado bien educada como para rechazarlo sin un buen motivo.

Vanessa salió, cerró la puerta y mantuvo las manos en la espalda y sobre el pomo de la puerta. La posición le mantenía los hombros hacia atrás y los pechos erguidos contra el fino algodón de la camisa.

Mientras miraba ensimismado, sus pezones se convirtieron en dos protuberancias que pugnaban por librarse de la camisa.

Ella soltó el pomo, movió las manos e hizo que él la mirara a los ojos. Estaba sonrojada.

Zac: Lo que pasó anoche no fue culpa tuya. Fue culpa mía. No quiero que le des más vueltas, ¿de acuerdo? -Ella no se movió. Ni siquiera dio la más mínima señal de que lo hubiera oído-. Yo fui hacia ti, ¿te acuerdas? Tú no hiciste nada malo.

Ella se rió, pero no porque la divirtiera. Fue un sonido de burla de sí misma que se reflejaba en sus ojos.

Ness: No me obligaste a nada, precisamente, Zac. Te limitaste a tocarme y me enredé a ti como, como una planta trepadora y estúpida, ¿te acuerdas?

Claro que se acordaba. Lo había rodeado con sus brazos como si quisiera absorberlo y él estuvo a punto de ceder al impulso irrefrenable de tumbarla en el suelo y entrar en ella. Sin embargo, no lo dijo.

Dejó que las palabras quedaran un momento en suspenso.

Zac: Me acuerdo de todo perfectamente y he pasado toda la noche recordándolo -dijo delicadamente y sin apartar la mirada de sus ojos-. Vanessa, eres una mujer preciosa y me atraes como no me ha atraído ninguna otra mujer, pero... -no pudo contener la mano y le pasó la yema del dedo índice por la mejilla-. Sé que sigues enamorada de tu marido, independientemente de lo que diga tu cuerpo. -Los ojos de Vanessa reflejaron la impresión y se llenaron de lágrimas-. Lo siento -se disculpó-.

Se inclinó hacia delante y le dio un beso en la frente. Luego, se dio la vuelta y se marchó. Quiso tomarla en sus brazos y consolarla. Quiso volver a sentir su boca en sus labios, compartir la pasión que la abrasaba, saber que ella sabía quién estaba besándola. Pero no podría volver a acariciarla. Ya había rebasado los límites que se había prometido respetar durante las pocas semanas que estaría en su vida.

Él quizá abandonara la vida de Vanessa muy pronto, pero ella permanecería en la suya para siempre.

No era Zac. Era cuestión de la edad. Zac era el único hombre en su vida, aunque fuera secundariamente. Zac había sido el único hombre que la había besado desde la muerte de Mike. No era raro que sus ansias sexuales se hubieran concentrado en él.

Pero...

Mike nunca había conseguido que con solo una mirada se le estremecieran los muslos y humedeciera la ropa interior. Siempre la había excitado cuando hacían el amor y había aprendido qué era lo que más le gustaba, pero... ella nunca había sentido un deseo tan físico por el cuerpo de un hombre.

Cuando Zac clavó los ojos en su camisa, ella había tenido la disparatada idea de arrancársela y agarrarle la cabeza para que le lamiera los ávidos pezones.

¿Sería Zac y solamente Zac? Esa mañana había estado con el presidente de una empresa para presentarle el programa de recaudación de fondos y no había sentido la más mínima necesidad de arrojarse sobre él.

Cerró la puerta y se apoyó en ella con las mejillas ardientes entre las manos. ¿Qué estaba pensando? En apenas dos semanas, Zac Efron había conseguido que no se reconociera. Además, parecía como si él la conociera mucho mejor de lo que correspondía a tan poco tiempo.

«Sé que sigues enamorada de tu marido, independientemente de lo que diga tu cuerpo».

Zac había dicho aquellas palabras con un tono amable y comprensivo que contradecía la pasión de sus ojos. Ella se había quedado tan atónita que no pudo replicar mientras él se alejaba. No se había quedado atónita por pensar que seguía enamorada de su difunto marido, sino impresionada por darse cuenta de que no podía recordar claramente los rasgos de Mike. Impresionada y tan conmocionada que no pudo evitar que le brotaran las lágrimas.

¿Qué había pasado? ¿Cuándo había sido la última vez que intentó recordar su cara? Zac tenía razón, seguía amando a Mike, pero como algo del pasado. Pensó que había aceptado la viudedad arrastrada por la lucha diaria, que había aceptado que Mike se había ido y nunca volvería.

El rostro de Zac volvió a aparecérsele y se dio cuenta por primera vez de que incluso había aceptado la posibilidad de que algún día pudiera tener otra relación, quizá otro matrimonio.

Sin embargo, no con Zac Efron. Quizá él pudiera fundirle todos los plomos, pero no podía correr el riesgo de tener algo que ver con él. Incluso tenerlo en la casa de invitados podía disparar las habladurías más desagradables.


No, Zac no estaba en sus planes. Aunque quizá... algún día... ella podría encontrar a alguien que la hiciera sentirse tan viva como lo hacía él.


2 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

Claro que zac debe estar en sus planes...
me ha encantado que ya dieran ese paso del besoooo..
mas lindos .:D
siguela
esta super...
me ha encantado el capi... espero el otro
0x0x0x0x

Abigail dijo...

Uh casi la descubren con los cupones!!!! pobre con todos sus problemas economicos q tiene Ness y aparte q no c kiere dejar llevar x lo q siente x Zac... q si lo incluya en sus planes!!!
Siguela pronto!!!!

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