topbella

miércoles, 15 de febrero de 2012

Capítulo 5


El anfiteatro no tenía nada que ver con las cuevas que Vanessa conocía, sino que se trataba de un espacio abierto en una pared rocosa por la ero­sión milenaria de las aguas de un río que con el paso del tiempo se había convertido en un arroyo.

Zac: El siglo pasado, los antepasados de Gertrude per­feccionaron el vaciado de la roca e hicieron asientos naturales -dijo al tiempo que entraban por lo que parecía una estrecha hendidura-.

Una vez dentro, Vanessa contuvo la respiración admirada ante la sucesión de plataformas excavadas en forma de semicírculo que habían dado el nombre de anfiteatro a la cueva.

Zac: Su padre hizo instalar la electricidad a principios de este siglo -dijo iluminando los cables. Prendió un interruptor y varios focos se encendieron en distintos puntos de la cueva-. Ahora un comité se ocupa de darle uso y nos dieron permiso para utilizarlo durante la celebración del centenario.

Ness: ¡Es impresionante! -dijo sobrecogida-. No me lo imaginaba así. -La acústica era excepcional y la atmósfera electri­zante. Actuar en aquel teatro era lo más próximo a volver a las raíces del teatro-.
Qué sitio tan maravilloso para montar una obra de teatro. Puedo imaginarme las danzas aborígenes o una tragedia griega -giró varias veces con los brazos cruzados llevada por el entusiasmo. Al pararse miró a Zac, quien la contemplaba en silencio-.

Zac: Hace un tiempo intentaron convertirlo en una atracción turística pero fracasaron por falta de organización -explicó. Vanessa bajó hasta la plataforma que servía de escenario, una superficie de roca negra-.
Antes solían anidar aquí los murciélagos -dijo con indiferencia. Al ver que Vanessa lo mi­raba asustada, añadió-: Pero ahora solo entra alguno de vez en cuando.

Ness: ¡Fabuloso! Seguro que a mí compañía le encanta la idea de actuar con murciélagos.

Pero sabía que si les enseñaba la cueva, la magia del lugar les compensaría de cualquier incomodidad. Des­pués de recorrer el escenario, subió hasta la última fila y se sentó en medio del semicírculo.

Ness: ¿Te importa bajar al escenario y decir algo, Zac? Quiero comprobar la acústica.

Zac la contempló con las manos en jarras.

Zac: ¿Qué quieres que diga?

Una sucesión de palabras surgieron de inmediato en la mente de Vanessa. Palabras que le hubiera gustado oír en la penumbra de aquel lugar ancestral, pronunciadas por la voz profunda de Zac.

Ness: No lo sé -dijo en cambio, sacudiendo la cabeza para salir del ensimismamiento en el que había entrado-. ¿Por qué no algo sobre un tema sin complicaciones, como por ejemplo, el tiempo?

Zac la miró serio y bajó hasta el escenario con gesto impaciente.

Zac: ¿Podemos acabar
lo antes posible?

Vanessa cambió de posición para oírlo desde otro án­gulo.

Ness:
¿Crees que va a llover? -Zac se limitó a dejar escapar un bufido que llegó a Vanessa con total nitidez-. A mí me gusta la lluvia -continuó, cambiando una vez más de posición-. De pequeña me encantaba que lloviera para ponerme las botas de agua y saltar en los charcos. ¿A ti?

Zac tardó varios segundos en contestar.

Zac: La primera vez que vi llover tenía nueve años.

Vanessa se quedó quieta.

Ness: ¿Nueve?

Zac: Quizá vi llover antes, pero no lo recuerdo. Desde que cumplí cinco años esperé a que lloviera, pero siempre que lo hacía estaba durmiendo -hablaba pausada­mente, creando un dramático suspense-. Me despertaba por la mañana y veía los charcos. Por eso sabía que una vez más me había perdido la lluvia.

Vanessa se sentó y apoyó la barbilla en la mano.

Ness: ¿Hubo una sequía cuando eras pequeño?

Zac:
Sí -dijo quitándose el sombrero y apoyando una mano en las caderas en una postura característica-. Y hubo una inundación cuando tenía siete años. El pueblo quedó sumergido en agua durante días.

Ness: Si viste una inundación tuviste que ver la lluvia.

Zac sonrió.

Zac: Llovió cuando me estaban operando de apendicitis en Broken Hill. Cuando volví a casa, dejó de llover. Nadie comprendía por qué estaba tan enfadado.

Vanessa no podía recordar la primera vez que había visto llover. Para ella era tan normal como el sol, el calor o el frío. Por eso no podía pensar qué había sentido la primera vez. Bajó hacia el escenario, atraída por la historia de Zac. Y por su voz.

Zac: Me decían que tuviera paciencia. Me la describieron. La veía en las películas... Pensé que sabía cómo era -calló y miró a Vanessa avanzar hacia él-. Al final decidí que no sería nada especial, tal y como tendemos a hacer cuando esperamos durante mucho tiempo a algo que no llega.

En aquel ambiente las palabras de Zac adquirían un significado más profundo del aparente, como si se refiriera a algo más allá de lo obvio.

Ness: Y cuando la viste... -le animó-.

Zac: Corrí fuera, me quité la ropa y canté.

Vanessa rió.

Ness: El espontáneo Zac Efron. Me habría gustado verte -pero el Efron adulto se interponía en las imágenes del Efron niño y prefirió no pensar en él desnudo-.

Zac: Si no hubiera sabido cómo se llamaba, no habría sa­bido qué nombre darle. Me pareció mágica, un milagro.


Ness: ¿Y cuando por fin llovió, diluvió? -bromeó sonriendo al tratar de imaginar a Zac sobrecogido por algo-.

Pero la intimidad de la que acababan de disfrutar se rompió de pronto y Zac miró al exterior con un gesto amargo, a través de la ranura que daba entrada a la cueva.

Zac: Fue un diluvio -dijo fríamente-.

Más tarde, de vuelta a la granja, Vanessa preguntó:

Ness: ¿Qué cantaste el día que llovió?

Zac: No me acuerdo -dijo con brusquedad-.

Ness: ¿Quieres decir que no me meta donde no me llaman?

Zac: A veces es verdad que puedes leer los pensamientos.

Aquella primera nube fue seguida por una sucesión de ellas y los habitantes de Catastrophe las observaron firmemente. En el atardecer anaranjado, las formas algodonosas resplandecían y al anochecer cubrieron el cielo de un tono plateado. Por la mañana habían desaparecido.

Pero se formaron otro tipo de nubes. Mientras Joyce pintaba, Alex añadió unas cuantas especias al guiso que había dejado cocinando en el fuego.

Alex: He añadido algunas hierbas y un poco de mi mejor vino a tu guiso -le anunció cuando Joyce apareció por la cocina cubierta de pintura-.

Joyce palideció.

Joyce: Se me había olvidado que eras un especialista en arte -exclamó-. Pues sería mejor que te guardaras tu mejor vino por si vuelven los murciélagos.

Con aquel enigmático comentario, dejó la cocina, dio un portazo y se marchó en su
jeep. Vanessa maldijo entre clientes.

Alex: ¿Por si vuelven los murciélagos? -repitió desconcertado-.

Y Vanessa tuvo que hablarle de la cueva, aunque insistió en la magia del lugar y en sus fabulosas posibilida­des teatrales.

Ness: Tiene una acústica por la que cualquier actor moriría -concluyó-.

Alex: Yo no.

Will: Me niego a actuar bajo tierra -comentó-.

Britt: No es eso lo que dice nuestro contrato.

Los tres actores decidieron ir a cenar al pueblo aque­lla noche y no la invitaron. Vanessa se quedó sola, desanimada y con un fuerte dolor de cabeza. Se tomó una as­pirina, se quitó los zapatos y llamó al abogado del teatro para oír confirmadas sus peores sospechas: los actores tenían derecho a romper el contrato.

Vanessa dejó escapar una exclamación y miró los estantes de Zac llenos de revistas sobre agricultura y ganadería. Le daba rabia no poder demostrarle que también ella inspiraba lealtad y se dio cuenta de que quería que Zac la respetara. Sintió en la boca el amargo sabor de la derrota.

Ness: Maldita sea -exclamó de nuevo, haciendo gesto de sacar el mechero y sintiéndose al borde de las lágrimas al recordar que lo había perdido-.

Para consolarse, volvió a la desierta cocina e hizo un bizcocho de chocolate.

El trabajo y el aroma del horno la ayudaron a calmarse y decidió hacer pan. Trabajar la masa la relajó, y más cuando encontró la botella de vino que Alex había abierto y se sirvió una copa. La masa subió y con ella su ánimo. Los perros ladraron al llegar alguien. Probablemente sería Steve, pero no se asomó por la cocina, Vanessa preparó unas verduras para acompañar el guiso de Joyce y se sirvió otra copa. Estaba amasando el pan por última vez y cantando cuando alguien entró. El corazón se le detuvo por un instante antes de pasar a latirle aceleradamente. Era Zac, recién salido de la ducha, con el cabello húmedo peinado hacia atrás. Llevaba la camisa a medio poner y se veía sobre su pecho una marca blanca de talco. Con él llegó un agradable aroma cítrico. Vanessa lo miró apreciativamente.

Zac: Joyce, ¿dónde está todo el mundo? ¿Qué estás coci­nando? Huele maravillosamente.

Pero no era Joyce sino Vanessa quien estaba de pie junto a la gran mesa de madera. Vanessa, descalza y con una camiseta vieja y dada de sí, amasando pan y canturreando. Tenía harina en la cara.

Levantó la copa de vino y, sonriéndole, le dedicó un mudo brindis.

Ness: Buenas noches, Zac. -Él la contempló con la boca abierta. Vanessa dividió la masa en tres y la trenzó bajo la mirada asombrada de Zac-.
Es pan -dijo notando su interés-.

Los ojos de Zac se posaron en la mancha de harina que Vanessa tenía en la trenza, allí donde la había sujetado para echársela hacia atrás en un movimiento que Zac no sabía por qué, pero le fascinaba.

Zac: ¿Vanessa Hudgens haciendo pan? -Miró en torno-. ¿Es eso un bizcocho de chocolate?

Ness: Sí. Siempre que estoy deprimida hago uno -miró a Zac con expresión inocente-. Espero que la cocina no fuera uno de tus territorios prohibidos.

Zac dejó pasar el comentario. Tenía la sensación de que Vanessa quería cambiar de tema.

Zac: ¿Por qué estás deprimida?

Ella se encogió de hombros y bajó la mirada para seguir con su labor.

Ness: No lo sé. Tal vez sea culpa del calor, o de las moscas. Y Wayne Sweet, que ha aparecido esta mañana con un gigantesco ramo de flores, precisamente cuando empezaba a creer que ya había dejado de adorarme -volvió a mirar a Zac con expresión maliciosa-.

Zac estaba seguro de que le mentía. Y como en otras ocasiones, tuvo el deseo urgente de saber qué la entristecía y qué la hacía alegrarse cuando de pronto su rostro se iluminaba con una de aquellas sonrisas de felicidad. Pero supuso que, siendo actriz, sería capaz de fingir cualquier emoción posible. O al menos eso era lo que prefería creer.

Acabó de ponerse la camisa bajo la atenta mirada de Vanessa y supo que seguía sintiéndose atraída por él. Ha­bía tenido razón al acusarlo de avaricia. Quería que se marchara, pero al mismo tiempo le alegraba que lo hiciera sin haber dejado de desearlo. Era un sentimiento del que no se enorgullecía, pero que no podía evitar.

Ness: ¿Quieres saber donde está Joyce?

Zac la miró con expresión de culpabilidad. Desde el momento en que la había visto, había olvidado todo lo demás. Cuando se marchara, también seguiría deseándola y eso le hacía sentirse como el adolescente que no había podido ser. Para consolarse, pensó que tal vez era necesario pasar por aquel estado antes de alcanzar la madurez total. Un mes más tarde, tendría que hacer un esfuerzo para recordar su nombre.

Ness: Ha decidido marcharse. No sé cuando volverá, pero yo he acabado de preparar la cena.

Humedeció una brocha de repostería con yema de huevo y untó el pan.

Zac: ¿Dónde está todo el mundo? -preguntó en tono preocupado-.

Empezaba a pensar que estaban solos, pero eso era imposible. Siempre había alguien en la granja.

Vanessa le explicó que no había visto a Steve en toda la tarde.

Ness: Joyce ha salido y los actores han decidido... probar uno de los restaurantes de Catastrophe -concluyó, sacudiéndose las manos de harina en los pantalones cortos, en otro de los gestos que perturbaba a Zac. A continuación, metió el pan en el horno-.


Zac: Esta es una faceta muy distinta a la de la profesional Vanessa Hudgens que sueles mostrar.

Ness: Las mujeres profesionales también tienen que comer -sirvió una copa y se la pasó a Zac-. Cocino muy bien, así que no te preocupes.

Zac sonrió con tristeza. Tenía cosas más importantes de que preocuparse que de la calidad de la cocina. Por ejemplo, de las piernas de Vanessa. O de sus volup­tuosas curvas. Zac dio un sorbo mientras Vanessa se vol­vía para sacar unos platos del armario. O de su nuca y de los mechones de cabello que se escapaban de su trenza. ¿Cuántos más días tendría que pasar en su compañía? Zac los contó. ¿Y por qué demonios no llegaba Steve, o Joyce, quien fuera? La frente comenzó a su­darle cuando Vanessa se volvió con una sonrisa en los labios. ¿Por qué diablos estaba tan contenta?

Miró la botella de vino.

Zac: Veo que hoy tienes un día rojo -dijo, y Vanessa dejó escapar una risita contagiosa que le hizo reír a su vez-.


La risa se convirtió en una carcajada y ambos acabaron riendo sin motivo. Levantaron las copas y brindaron.

Ness: Salud.

Y después de dar un sorbo, volvieron a reír.

Zac sintió que estaba más cerca del peligro que nunca. Sabía que lo mejor que podía hacer era ir a encerrarse a su despacho hasta que alguien llegara. Pero el olor a pan y el bizcocho lo retenían. Y Vanessa, con sus ojos marrones iluminados por la risa.

Como no apareció nadie, cenaron solos en la gran mesa de la cocina. Zac puso música en el salón. El sonido llegaba hasta la cocina amortiguado por la distancia. Después de tomar una copa de vino, comenzó a relajarse e incluso llegó a hablar de Steve y del pasado.

Zac: Fue un adolescente difícil, se mezcló con los amigos equivocados y participó en algunos robos -hizo una mueca-. Cosas como esa no se olvidan fácilmente en los pueblos pequeños. Por eso vendí la propiedad de mis padres y nos mudamos aquí. Quería alejarlo de las malas influencias. Esto está delicioso -comentó, probando otro trozo de pan-.

Ness: No sé por qué te sorprende tanto. Te he dicho que era una buena cocinera.

Zac: Me ha extrañado que a alguien que opina como tú sobre el matrimonio le guste cocinar.

Ness: ¿Crees que las mujeres solo cocinan para cuidar a los hombres?

Zac: No, pero si no es así me parece una pérdida de tiempo -dijo provocativamente-.

Ness: Machista.

Zac rió. Era machista y autoritario, pero tam­bién tenía un gran sentido del humor. Era inteligente y, cuando hablaba de Steve, demostraba que tenía un gran corazón. Pensando en Scar por primera vez en toda la tarde, Vanessa se dijo que no tenía tan mala suerte.

Ella contó varias divertidas anécdotas del mundo del teatro y le habló de sus padres, que vivían en Melbourne, y de su amiga Ashley Tisdale, a la que había conocido haciendo de gemelas en un musical diez años atrás.

Ness: Solo nos parecemos superficialmente, pero acabamos queriéndonos como si fuéramos hermanas. A veces te sientes muy solo cuando eres hijo único, como nosotras.

Zac miró al vacío con expresión reflexiva.

Zac:
Lo comprendo -dijo, y Vanessa se imaginó qué es­pantosa sensación de soledad debía sentirse al quedarse huérfano-.

Charlaron sobre música y literatura y sobre sus pasatiempos favoritos. Para Zac, volar. Para Vanessa, pasear por la playa.

Zac estaba siendo tan agradable que a Vanessa le costó contarle lo ocurrido con Alex y Joyce. Zac se preocupó en un principio, pero pronto vio el lado divertido de la situación.

Ness: No le diré a ninguno de los dos que el vino ha mejorado el guiso -dijo, arqueando las cejas-.

Cuando sonó el teléfono, Zac siguió sentado unos segundos como si prefiriera no contestar, pero finalmente se levantó.

Zac: Quiero un poco de bizcocho de chocolate de postre -dijo, antes de salir de la cocina-.

El Zac Efron humano que dejó la habitación fue sustituido por un agresivo Zac que, con las manos en las caderas, la miró con expresión furiosa. Vanessa se quedó paralizada y el bocado de bizcocho que estaba saboreando le supo de pronto amargo.

Zac: ¿Llevas el caos allá por donde vas? -apretaba los dientes con una apariencia feroz. Parecía otro hombre del que hacía solo unos minutos sonreía por cualquier cosa-.

Ness: Supongo que se trata de una pregunta retórica -dijo poniéndose de pie. Zac se alejó unos pasos-.

Zac: ¿Dónde demonios está Joyce? Es la primera vez en veinticinco años que desaparece. Y todo porque tus amigos no pueden evitar darse aires de superioridad. -El ataque fue tan inesperado que Vanessa lo contem­pló atónita-.
Era John Crawford, el padre de Scar -siguió con aspereza. Vanessa seguía sin comprender qué tenía que ver esa llamada con Joyce cuando Zac le proporcionó la explicación-. Tenías que contarlo, ¿verdad? Has tenido que contar que pasaste la noche en mi oficina. Ahora John cree que tú y yo... ¡Maldita sea! John va a perder su confianza en mí precisamente cuando más... -apretó los dientes-. Y Scar está disgustada y se va mañana a Syd­ney. Voy a tener que ir tras ella para explicarle por qué demonios tuve que acogerte y cómo es que acabamos durmiendo en el mismo sofá.

Ness: Te di mi palabra -dijo fríamente-, y siempre la cumplo. No le he dicho nada a nadie. ¿Por qué iba a hacerlo?

Zac: Solo lo sabía Joyce y ella no diría nada. No le gusta Scar ni quiere que me case con ella, pero por su propio bien, no se atrevería a decir nada.

Ness: ¡Qué encanto! ¿Quieres decir que sabe que si te enlodara la echarías, que serías capaz de dejarla sin casa ni empleo a los sesenta años? ¡Qué bonita manera de asegurar la lealtad de los tuyos, jefe!

Zac se puso rojo de rabia.

Zac: ¿De qué estás hablando?

Ness:
Tal vez Joyce no se sienta demasiado segura en su puesto. Quizá piensa que a tu muñequita no le apetece tener a la vieja Joyce...

Zac: No tienes ni idea de...

Ness:
En lugar de asumir que el malhumor de Joyce se debe a los aires de superioridad de Alex, deberías preguntarte por qué está tan irritable después de veinticinco años trabajando para ti -enfatizó sus palabras clavándole el dedo en el hombro-. Y no me digas que es porque está a punto de llegar la lluvia.

Zac le dirigió una mirada fulminante.

Zac: ¿Cómo te atreves a hablarme de lo que debo o no debo hacer? Ni Joyce ni yo hemos tenido ningún problema hasta que llegasteis tus amigos y tú.

Ness: Pues aquí va uno más. Mi compañía se niega a actuar en una cueva, así que si no puedes ofrecer otro escenario, no cuentes con una actuación para la ceremonia de clausura.

Zac apretó los dientes.

Zac: Si es así, no hace falta que os quedéis.

Vanessa palideció.

Ness: ¿No vas a hacer nada por remediarlo? No sé si te das cuenta de que todo esto es culpa del comité. En el contrato decía...

Zac: Sé lo que decía el contrato. Pero tus amigos y tú causáis demasiados problemas. ¿Por qué no os marcháis? Cuanto antes, mejor.

Vanessa sintió un escalofrío. La idea de compartir con Zac una semana más de charlas amigables le había resultado un tiempo agotador y excitante.

De pronto sintió un vacío.

Ness: Nos iremos por la mañana -dijo severa-.

Los demás podían irse en coche. Ella se quedaría algún día más para preparar la ceremonia de inauguración. Hasta entonces, prefería refugiarse en cualquier parte antes de seguir bajo el techo de Zac.

Zac: Muy bien.

Ness: Como me imagino que no saldrás a despedirnos por la mañana, me despido ahora. Te daría la mano, pero serías capaz de humillarme otra vez rechazándola -recordar la escena le produjo aún más irritación. Añadió, con ironía-: ¿Prefieres que nos demos un beso de despedida, Zac?

El aire pareció congelarse a su alrededor. Zac la miró con una dureza que la hizo estremecer. La frase que debía haberle permitido dejar el escenario con el orgullo intacto resonó en sus oídos con alarma.

Zac: ¿Por qué no?

Vanessa dio un paso atrás y se chocó contra la puerta de la alacena. Zac apoyó las manos a ambos lados de ella y se inclinó, aproximando tanto la boca que Vanessa podía sentir el roce de su respiración. La pausa se hizo eterna para Vanessa y tuvo la sensación de que se quedaría así para siempre, oliendo el aroma que emanaba de Zac, contemplando su boca y preguntán­dose qué pasaría si... Zac ladeó la cabeza y la besó con brusquedad, presionando sus labios sobre los de ella sin más, haciendo pensar a Vanessa que si eso era todo, podría olvidarlo con facilidad. Pero después de otra pausa, volvió a besarla, esa vez acariciando levemente sus labios. El cosquilleo le hizo separarlos y él introdujo la punta de la lengua para rozárselos con deli­cadeza, prolongando un rastro húmedo por su mejilla hasta la base de la oreja. La caricia fue tan leve y delicada que Vanessa pensó que tal vez la había imaginado, pero se quedó electrificada. Zac incorporó la cabeza y ella lo miró con ojos muy abiertos, admirada del domino de sí mismo que mostraba. Pero de pronto sus ojos azules se enturbiaron y, tomándola por las caderas, la atrajo hacia sí.

Hacía mucho tiempo que Vanessa no era abrazada, y mucho menos de aquella manera. El contacto con el cuerpo de Efron y el placer de sentir sus fuertes brazos rodeándola le cortaron la respiración.

Después de la depresión que había sufrido, había dejado de sentir deseo. Se le habían presentado numerosas oportunidades: hombres atractivos y sofisticados que se habían sentido seducidos por su falta de interés, esfor­zándose en conquistarla. Pero solo en ese instante tuvo la sensación de recuperar algo que le hubiera faltado sin saberlo, y su deseo prendió como una llama. Acarició la espalda de Efron deleitándose en las sensaciones que sus músculos transmitían a las palmas de sus manos. La excitación la devoró como un fuego descontro­lado que la consumiera por dentro. Olía tan bien... Era tan fuerte.... Zac posó las manos sobre sus costados y las subió en pequeños movimientos circulares hasta que con los pulgares le rozó el delicado lateral de sus senos. Vanessa jadeó sin importarle la mirada triunfal con que Zac la contemplaba. Él le desabrochó un par de botones y le besó el escote, apartando el encaje de su sujetador con delicados besos.

Se oyó un ruido y Vanessa se quedó paralizada, consciente repentinamente de la pierna de Zac apre­tada contra su entrepierna. Con ojos turbios de pasión, pudo ver a Joyce en la puerta de la cocina, observándo­los con ojos brillantes.

Joyce: Veo que todavía estáis con el postre -dijo, mirando los trozos de bizcocho sobre la mesa-. Ya vendré más larde.

Y desapareció, cerrando la puerta tras de sí. Vanessa se abrochó con dedos temblorosos, desconcertada por la violencia del deseo que Zac había despertado en ella y que se manifestaba en la pulsión que sentía en la entrañas. De pronto se sentía avergonzada. ¿Qué habría pasado de no aparecer Joyce? Le habría gustado desaparecer. Zac dejó escapar una maldición y se secó los labios con el dorso de la mano con una mueca insultante. Vanessa se sintió como si acabara de echarle un cubo de agua helada. Más aún cuando sintió la dureza de sus ojos azules sobre ella. Se sintió enferma. Humillada.

Ness: No dirá nada -dijo en tono cortante, para romper la tensión-. Sabe a qué atenerse.

Zac miró hacia otro lado.

Zac: Adiós, Vanessa -dijo con aspereza-. Esto ha sido lo único agradable que me ha pasado contigo.

Vanessa palideció. Por primera vez no encontraba las palabras para responder y las lágrimas que había logrado contener con anterioridad amenazaron con escaparse en ese momento. Zac pareció dudar por un instante, pero sin decir palabra, salió de la habitación con paso firme. Un segundo más tarde, la música cesó y en el silencio se oyó un portazo. Luego, otro. Fuera, los perros ladraron y se oyó el ruido de un motor. Vanessa su­puso que era la furgoneta y que Zac iría a dar explicaciones a su futuro suegro y a Scar.


Mientras tanto, ella recogió la cocina y tiró a la basura
los restos del bizcocho con rabia, enfadada consigo misma por haberse olvidado por un instante de la existencia de Scar.



¡Hola!
Error Laura, ¡te equivocaste tú!
Muahahaha, yo no cometo errores de ese tipo.
Te explico: Winston es únicamente un nombre que no tiene nada que ver con Zac ni su familia ni nada, es el nombre que le puso alguien a la granja esa de la que hablan.
Bueno, aclarada la duda, os dejo la dirección de una nove muy chula para que la leías: http://lamejorapuesta-zanessa.blogspot.com/

¡Bye!
¡Kisses!


5 comentarios:

Unknown dijo...

Oh Dios! Por favor siguela!! XDD

Abigail dijo...

Ay estuvo triste el cap....pobre Ness y valla q kien sabq tndra Zac en la kbza pro no resistio la tntacion d besarla ojala c arreglen



Siguela pronto!!!!!!!!

Abigail dijo...

Y ya m estoy leyendo la nove y m eñta aunq x el titulo pnc q tnia algo q vr cn q Zac abia apostado algo para ganarc a Ness pro ya entndi q todo tiene q vr el juego y las apuestas)jajajajajajaja :D
Siguela!!!!!!!!

Abigail dijo...

Y ya m estoy leyendo la nove q pusist el link y m enknta aunq x el titulo pnc q tnia algo q vr cn q Zac abia apostado algo para ganarc a Ness pro ya entndi q todo tiene q vr el juego y las apuestas)jajajajajajaja :D

Abigail dijo...

Ah lo puc 2 vcs!!!!!!! jajajajaja ando en las nubs....
Siguela cuando puedas Alice

Publicar un comentario

Perfil