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martes, 28 de diciembre de 2021

Capítulo 7


Zac no sabía cuánto tiempo llevaba allí afuera, partiendo leña como un loco. Una cosa era segura, estaba exhausto, sudoroso y tenía que ducharse. También tenía que disculparse con Vanessa por haber actuado como un idiota. Ella tenía razón. Apenas lo conocía, no tenía motivos para confiar en él. ¿Y si en realidad era un tipo que cogía lo que quería? No podía saber si nunca haría algo así. Además, ella podía ir por ahí como quisiera. No estaba obligada a contarle nada.

Con un golpe preciso clavó el hacha en el tronco de madera, luego se puso la ropa y entró. Cuando estuvo en la cocina, apareció ante sí una escena inusual. Vanessa estaba de pie ante a la cocinilla. Su figura era esbelta. Se había anudado la camiseta de manera que acentuaba su cintura y no le colgaba como si fuera un saco. Tenía un cuerpo de infarto, y Zac notó literalmente que la sangre se le desplazaba hacia las partes inferiores de su cuerpo. ¡Maldita sea! Vanessa había dejado claro que no quería nada de él. Él la haría cambiar de opinión. Tenía que hacerla cambiar de opinión, porque quería saber cómo era sin aquella ropa informal. Quería verla desnuda, debajo de él, con una expresión de éxtasis en el rostro. Se le secó la boca. Se aclaró la voz una vez y, luego, otra.

Vanessa se volvió hacia él. En su rostro había una expresión que él no sabía interpretar.
           
Zac: Lo siento. No tenía derecho a reprocharte nada o decirte lo que tienes que hacer.
           
Durante un instante, reinó el silencio. Zac estaba esperando ansiosamente su reacción. Ella no iba a rechazar sus disculpas, ¿verdad? Tan mal no se había comportado.
           
Ness: Está bien.
 
Vanessa se volvió al horno, se puso unos gruesos guantes y sacó la bandeja. El olor a pan de jengibre llenó inmediatamente la cocina. Una extraña sensación se apoderó de Zac. Nostalgia.

Nostalgia de una familia que celebraba una Navidad tradicional. Nostalgia de un árbol decorado, del aroma de las galletas y de los regalos que se abrían la mañana de Navidad.

Era la primera vez que se permitía sentir tanta emoción en Navidad. Normalmente la fiesta solo le causaba problemas. Todo el mundo estaba de compras, cocinando y celebrando con la familia. Ni siquiera podía escaparse a la oficina, porque eso habría sido demasiado embarazoso incluso para él. Trabajar cuando todos los demás estaban celebrando. No, durante años había pasado aquellos días en Miami, en un apartamento con vistas sobre la ciudad. Alejado del circo navideño. En Florida no tenía que preocuparse de que nevara repentinamente. Como aquí. Llenaba el congelador con comida preparada, miraba videos en streaming que nada tenían que ver con la celebración, y se quedaba allí atrincherado hasta que cesaba la locura.

Esta vez, el destino había frustrado sus planes. Junto con Vanessa, que gracias a las galletas había traído otro pedazo de Navidad a una casa en la que ya antes parecía que Papá Noel iba a pasar sus vacaciones.
           
Zac: Eso huele muy bien -dijo sin embargo, para encubrir su momentáneo bajo estado de ánimo y mostrarle a Vanessa que no le reprochaba nada-.
           
Ness: Sí, ¿verdad? -cuidadosamente amontonaba las pastas en un plato- ¿Qué tal si hacemos té y nos comemos nuestras galletas?
 
Lo miró. Una sonrisa se dibujaba en sus ojos. Algo había cambiado. No sabía exactamente qué, pero lo averiguaría.
           
Zac: Eso suena bien. Solo necesito meterme en la ducha primero.
           
Ness: De acuerdo. Prepararé té mientras tanto.
           
Zac: Bien. No tardaré mucho.
           
Zac entró en la habitación que Vanessa le había dejado. Si de él dependiera, pasarían la noche juntos. La imagen de Vanessa apareció en su mente. Se había cambiado de ropa. Por primera vez, acentuaba su figura a través de la ropa en lugar de ocultarla. Y luego aquella sonrisa. Sacudió la cabeza. Probablemente todo aquello era solo una ilusión, pero tenía la impresión de que Vanessa no se oponía a coquetear con él y quizás incluso a extender el coqueteo a una noche compartida. Si aquel era el caso, tenía que tener cautela. Cuidado. Tenía que aclararle que solo estaba interesado en una aventura. Uno o dos maravillosos días que no tendrían continuación. Sin llamadas telefónicas, sin mensajes de texto, sin promesas.

Se colocó bajo la ducha y dejó que el agua caliente cayera sobre él. Le hizo bien, relajó sus músculos y le ayudó a pensar con claridad. Trazó un plan. Sonriendo satisfecho, cerró el grifo del agua, se secó y se puso la camisa que se había quitado antes de empezar a cortar la leña. Luego regresó a la sala de estar.

A esas alturas ya no le importaba experimentar el romance navideño al completo. Si tenía que ser romántico, lo sería, decidió. Se dirigió a la chimenea y colocó un poco de lana de madera dentro, encima puso unos cuantos palos. Luego le prendió fuego a todo. Al poco tiempo pudo colocar troncos más grandes hasta que el fuego crepitó en la chimenea. Satisfecho con su trabajo, dio un paso atrás.

Fuego en la chimenea. Una cabaña remota de madera. Un paisaje invernal cubierto de nieve ante las ventanas. Condiciones ideales para seducir a una mujer. Miró a Vanessa.
           
Ness: Buena idea.
 
Esta señaló el fuego y luego llevó la bandeja a la mesa de café, frente a la chimenea. Se sentaron. A la izquierda de Zac estaban los grandes ventanales que ofrecían vistas al paisaje invernal, frente a él, la chimenea donde ardía el fuego. Y luego estaba el árbol de Navidad. Aunque Zac no podía verlo, era consciente de la atmósfera navideña. Pero en vez de escapar de toda aquella cursilería, cogió una de las galletas y se recostó, decidido a disfrutar de todo aquello. Tan pronto como tuvo el primer bocado en la boca, sintió de inmediato todo el sabor navideño en su lengua. Nuez moscada, jengibre, canela... Y junto a todo eso el dulzor del glaseado, le vinieron a la mente imágenes de días mejores. De las fiestas de Navidad que habían tenido lugar cuando su mundo aun estaba en orden. De regalos que no podía esperar a desenvolver cuando era un niño. De padres que estaban igual de alegres que sus hijos. Así es como debería ser la Navidad.
           
Zac: Estas son las mejores galletas que he comido en mucho tiempo -le dijo a Vanessa-.
           
Ness: Gracias. Son mis favoritas. No puedo imaginar la Navidad sin galletas de jengibre y Snowballs.
           
Zac; Eso creo yo -murmuró sin mencionar que él también había celebrado aquellos días en los últimos años así-.
 
Y le parecía que aquello era justo lo adecuado para él. Ahora no estaba tan seguro de eso. La miró. Su cabello negro le caía sobre los hombros, enmarcando su rostro, tan hermoso como el de un ángel. Un ángel al que le gustaría seducir, allí, delante de la chimenea, más tarde en su cama, bajo la ducha... Cerró los ojos. Tenían que parar de imaginarse aquello, de lo contrario no podía garantizar nada.

Cuando volvió a abrir los ojos, Vanessa estaba mordiendo una galleta de jengibre, sus ojos miraban en su dirección. El olor de las galletas se mezclaba con el olor del abeto. El fuego ardía en la chimenea y creaba un ambiente acogedor en el que todo parecía posible. Se levantó y le echó leña al fuego, aunque era completamente innecesario. Pero necesitaba una razón para acercarse a ella. Cuando se sentó de nuevo en el sofá, procuró colocarse lo más cerca posible a ella, que estaba sentada a su derecha, en un sillón. Si también hubiera estado sentada en el sofá, podría haberla atraído a sus brazos en aquel preciso instante. Pero así, tenía que superar la barrera de los dos reposabrazos.
           
Zac: Tal vez me convierta en un fanático de la Navidad -dijo, mirándola fijamente a los ojos-.
           
Ness: Consideraré eso como mérito mío.
           
Zac: Por supuesto.
 
Se inclinó sobre ella tal y como se había imaginado. Su boca estaba a unos centímetros de la de Vanessa. Ella se acercó, sin retirar la mirada. ¡También quería! El pensamiento fue como una descarga eléctrica. Sin embargo, se detuvo. Se le acercó lentamente. Y rozó sus labios. Muy levemente, un ligero contacto. Un susurro. Un roce tan delicado que ella apenas lo percibió.

Unos fuertes golpes en la puerta rompieron el silencio. Vanessa se encogió de hombros. Realizó un abrupto movimiento, que a Zac le sentó como una bofetada en la cara.
           
Greg: Hola, ¿ya os habéis acomodado? Deposité su equipaje en la antesala -sonó la voz de Greg-.
 
Apareció en el marco de la puerta. Su chaqueta de invierno estaba cubierta de nieve.
           
Ness: Muchísimas gracias. Es muy amable de su parte. ¿Quiere una taza de té? Hemos hecho unas pastas.
 
Se avergonzaba de que la hubieran pillado con las manos en la masa, eso estaba claro. Zac no estaba avergonzado. Al contrario. Había estado exactamente donde quería estar antes de que Greg apareciera y lo estropeara todo. Ahora Vanessa tenía tiempo para pensar si era buena idea empezar algo con Zac. Y como Zac conocía a las mujeres, sabía que llegaría a la conclusión de que era mejor no hacerlo. Luego lo haría participar en una conversación, que duraría al menos una hora, para enumerarle todas las razones por las que aquella decisión resultaba correcta. Y él se encontraría en la posición de tener que considerar constantemente si ella quería que le diera la razón o si protestar era la mejor opción.
           
Greg: A eso no le digo que no.
 
Greg desapareció en la antesala, donde se quitó la chaqueta y se cambió las botas por unas zapatillas de fieltro. Zac aprovechó la oportunidad para darle a Vanessa la manta que había detrás de él en el sofá.
           
Zac: Toma, envuélvete con ella. Rápido.
           
Ness: ¿Qué? ¿Por qué?
           
Zac: ¡Porque aun estás embarazada, por eso!
           
Nes: Oh.
 
Se miró a sí misma. Allí donde debería haber estado su barriga. Entonces agarró la manta.
           
Greg: El tiempo está loco -sonó la voz de Greg. Luego se acercó a ellos y se dejó caer en un sillón frente a Zac-. No puedo recordar la última vez que cayó tanta nieve.
           
Zac: Sí, el clima es cada vez más impredecible -murmuró-.
           
Ness: Zac, ¿podrías traerle un plato y una taza a Greg? -susurró-.
 
La mirada que le dedicó, le dijo otra cosa. Algo así como: «Hazlo, idiota, no puedo levantarme».
           
Zac: Sí, por supuesto.
           
Greg: No se molesten por mí -protestó con poco entusiasmo-.
           
Zac: Es lo menos que podemos hacer por usted.
 
Aunque hubiera preferido decir otra cosa. Algo como: «Sería mejor que se marchase antes de que oscurezca». Algo que hiciera que Greg los dejara en paz. En lugar de eso, cogió un plato y una taza y se sentó, mientras Vanessa le servía té a Greg y luego le tendía la taza.
           
Greg: Muchas gracias -sacó una petaca de su bolsillo y se sirvió generosamente-. Es el único remedio contra el frío exterior -explicó y le dio un gran sorbo al té, que probablemente ahora tenía más graduación alcohólica que el whisky que Zac se había tomado antes-. Parece que tendrán que pasar los próximos dos días aquí. Hasta entonces durarán las nevadas. Y las máquinas quitanieves siempre tardan un tiempo en pasar. Lo siento mucho, pero van a tener que quedarse aquí el día de Navidad.
           
Ness: Eso no es tan malo. Esto es muy bonito. Transmítale a su esposa lo agradecidos que estamos por su hospitalidad -dijo de nuevo-.
 
Hablaba como una cotorra. Si seguía así, nunca se desharían de Greg.
           
Greg: Me alegro, me alegro. Sí, Mallory tiene un corazón blando. Siempre ha sido así. -Una snowball entera desapareció en la boca de Greg-. Están realmente buenas. Tiene mano para la cocina -le dijo a Vanessa-.
 
Estupendo. Ahora además le hacía cumplidos. Vanessa miró a Greg con los ojos radiantes, y Zac sintió una extraña sensación en el estómago. Una que no pudo identificar exactamente. Solo sabía que no le gustaba.
           
Zac: Greg, tengo que hablar contigo sobre el asunto del pago.
 
Vanessa le lanzó una mirada. En sus ojos se percibía la preocupación, probablemente porque no sabía cómo reaccionaría Greg ante la noticia de que no estaba embarazada.
           
Greg: Eso ya está arreglado. Mallory no permite que nadie le hable de eso -murmuró y agarró otra pasta-.
           
Ness: Es solo que... ella pensó que yo estaba embarazada, y ese no es el caso.
           
Greg: ¿No lo está?
           
Ness: No -tiró de la manta decidida, pero luego decidió mantenerla donde estaba, envuelta firmemente alrededor de su inexistente barriga-. Llevaba un relleno. Era como una broma de Navidad -le lanzó una mirada a Zac-.
 
Este no dijo nada. Si ella quería llamarlo broma, él no iba a impedirlo. Por alguna razón, Vanessa no quería confesar la verdad. Pero él averiguaría qué había detrás de todo aquello.
           
Greg: Oh. Pues bien -murmuró, quien obviamente no sabía qué decir-.
           
Zac: Pagaremos por el chalet, por supuesto.
           
Greg: Bueno, está bien. Supongo que eso es lo correcto.
           
Ness: Por favor, dígale a Mallory cuánto lamento no haberla sacado de su error -levantó las manos en un gesto de impotencia-. Nos sorprendió tanto y necesitábamos un lugar para pasar la noche, por eso... debería haberlo aclarado todo de inmediato.
           
Greg: Está bien. No se preocupe por eso. Mallory no es rencorosa -se levantó-. Bueno, ahora tengo que irme. Gracias por la invitación.
           
Ness: Que llegue bien a casa. Y gracias por haber traído nuestro equipaje.
           
Zac: Sí, y salude a su esposa.
 
Solo porque sintió que también él tenía que contribuir con algo cortés. Luego, por fin, la puerta se cerró detrás de su anfitrión.
           
Ness: Greg y Mallory son unas personas maravillosas.
           
Zac: Sí, lo son -estuvo de acuerdo-.
 
¿Qué más podía decir? ¿Que le hubiera gustado abofetear a Greg?
           
Ness: Voy a recogerlo todo.
 
Vanessa se levantó, puso los platos uno encima del otro y desapareció en la cocina.

Zac también se levantó y la siguió. No se daría por vencido tan rápidamente. Vanessa había estado a punto de dejarse besar, si actuaba inteligentemente y no le daba tiempo a pensar, podría quizás volver a llevarla a la posición en la que la quería tener.

Cuando entró en la cocina, Vanessa estaba ocupada llenando el lavavajillas con enérgicos movimientos. Se irguió. Un plato se le escapó de las manos y se estrelló contra el suelo de piedra emitiendo un fuerte sonido.
           
Ness: Oh, no. Qué torpe soy.
 
Se dio la vuelta alejándose de él, se dirigió a uno de los elevados armarios y abrió algunas de las puertas.
           
Zac: ¿Qué estás buscando?
           
Ness: Un recogedor y una escoba, por supuesto -respondió sin emerger del armario detrás de cuya puerta se escondía-. Aquí están.
 
Salió de su escondite sosteniendo en alto un recogedor de plástico rojo con una escoba a juego. En el recogedor había estampado un Papá Noel. Por supuesto. ¿Qué otra cosa si no? Como si todo el chalet no fuera ya un auténtico homenaje a aquellas fiestas. A esas alturas, Zac ya estaba casi curtido.

Vanessa se le acercó de nuevo, con la mirada fija en los pedazos rotos. No quería mirarlo, eso estaba claro.

Zac cruzó sus brazos delante de su pecho y apoyó la cadera en la barra americana, luego la contempló mientras lo recogía todo con movimientos nerviosos.
           
Zac: ¿Te ayudo? -preguntó, más bien por cortesía, porque ya sabía cuál iba a ser la respuesta-.
           
Ness: No, no, ya está.
 
Ella lo miró solo un instante. Muy brevemente, porque inmediatamente bajó la cabeza de nuevo y fingió que buscaba pequeñas esquirlas, que no se veían en leguas a la redonda.
           
Zac: Creo que ya lo has recogido todo -dijo solícitamente-.
           
Ness: Nunca se sabe, quiero estar segura.
           
Zac: Bueno, está bien.
           
Se quedó donde estaba, aunque se daba cuenta de que Vanessa esperaba que él perdiera el interés. Al fin, esta se levantó, tiró las esquirlas a la basura y devolvió el recogedor y la escoba a su sitio. Entonces se volvió hacia él, ruborizada. Zac dio un paso en su dirección, luego otro. Vanessa retrocedió hasta que tuvo que parar a causa de la encimera. Ella lo miró, con una expresión en sus ojos que mostraba lo insegura que se sentía.
           
Zac: ¿No deberíamos continuar donde lo habíamos dejamos? -preguntó con un ronco susurro-.
           
Ness: Yo... no lo creo.
           
Zac: ¿Por qué? -le susurró la pregunta al oído, tan cerca, que, sin duda, ella pudo sentir su aliento-.
           
Ness: Porque no es una buena idea.
           
Zac: ¿No lo es? Yo creo que sí.
 
A pesar de sus palabras, dio un paso atrás para dejarle más espacio. Vanessa había reaccionado exactamente como él se había temido.
           
Ness: Ambos sabemos a dónde nos conduciría un beso así. Por eso no creo que sea una buena idea. Dentro de un par de días no volveremos a vernos.
           
Zac: Eso es lo que tiene de bueno esta situación. Ambos sabemos en lo que nos estamos metiendo. Sexo sin ninguna obligación. Unas fabulosas horas pasadas en un refugio de montaña cubierto de nieve. Una Navidad romántica que solo celebramos nosotros dos. Cena a la luz de las velas, fuego en la chimenea. Sexo sensacional en esa enorme cama. ¿Qué hay de malo en eso? No te prometo un gran amor, ni que te vaya a llamar después. Ninguno de los dos se sentirá decepcionado, porque ninguno esperará nada del otro.
           
Ness: No sé si estoy hecha para eso.
           
Zac: ¿Es por tu ex? ¿El tipo que te trataba mal?
           
Ness: No, no es eso.
 
Miró hacia otro lado. Una inequívoca señal de que mentía. Entonces se trataba de otro hombre. Uno de esos imbéciles que trataban mal a las mujeres. Hervía de rabia.
           
Zac: Dime quién es y me aseguraré de que no te vuelva a molestar.
           
Ness: No es lo que piensas.
           
Zac: ¿No? Estoy bastante seguro de que es exactamente lo que pienso.
           
Ness: No, no es eso -se alejó de él, colocó unas copas en un armario con estantes que había abierto frente a ella-. No me conoces.
           
Zac: Entonces háblame de ti. Tengo tiempo.
           
Ness: No sé si eso es una buena idea.
           
Zac: ¿Ocultas algo?
           
Ella Miró hacia otro lado.
           
Ness: Sí. O mejor dicho, no, en realidad no. Pero eso no significa que te lo vaya a contar todo.
           
Durante unos instantes reinó el silencio. Los pensamientos le daban vueltas en la cabeza. Todo giraba en torno a cómo podía convencer a Vanessa para que compartiera su idea. Era guapa, tenía un cuerpo fabuloso y una forma de ser que le fascinaba. A diferencia de la mayoría de las mujeres que conocía, so se había lanzado sobre él ni había tratado de impresionarlo. No podía recordar la última vez que le había costado tanto llevarse a una mujer a la cama. Y eso era exactamente lo que lo ponía todo tan interesante.
           
Zac: ¿Sabes qué? Vamos a jugar. Vamos a jugar a verdad o atrevimiento.
           
Ness: ¿Crees que es una buena idea?
           
Zac: Sí. Puedes hacerme cualquier pregunta que quieras.
           
Ness: Y tú a mí.
           
Zac: Exacto -ella vaciló-. Vamos, es solo un juego.
           
Ness: Bueno, bien -accedió al fin-


1 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto!!
Pero que lastima que llego el vecino.
Vamos a ver si Ness le cuenta todo!!


Sube pronto

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