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viernes, 16 de agosto de 2019

Capítulo 20


Había nevado en Londres. Las calles se veían grises por la nieve fangosa, que se acumulaba ennegrecida y fea en los bordes de las aceras. En cambio, los tejados la mostraban blanca e inmaculada, relumbrante incluso bajo un sol mortecino. El viento glacial no respetaba ni abrigos ni sombreros de quienes circulaban apresuradamente, encogidos, agarrándose a lo que podían. Era aquel frío que le llegaba a uno a los huesos y le pedía una buena cerveza. Hacía poco, Zachary se encontraba bajo el radiante sol mexicano.

Mary: Aquí tienes la comida, hijo.

Mary Efron entró en su acogedor salón deprisa, sin poder quitarse de encima la costumbre de hacerlo todo al instante. Zachary se volvió dando la espalda a la ventana y le cogió la bandeja, repleta de manjares.

Mary le había preparado todos los caprichos de su infancia. Aunque estuviera de mal humor, tuvo que sonreír. Su madre siempre había intentado consentirlo, tuviera o no medios para ello.

Zac: Has traído comida para alimentar a un ejército.

Mary: Hay que ofrecer algo a los invitados cuando aparecen. -Se sentó junto a la mesa y cogió la tetera para servir. Había puesto un delicado juego de porcelana de Meissen, decorada con rosas pálidas y hojas plateadas. Siempre se sentía divinamente cuando lo utilizaba-. Pero antes pensaba que podríamos charlar un poco tomando el té.

Mary añadió una nube de crema de leche al té de su hijo, recordando que no tomaba azúcar desde los doce años. Seguía asombrándola pensar que había pasado ya los treinta. Ella misma se sentía como si acabara de cruzar la línea de los treinta. Como casi todas las madres, consideraba que su hijo estaba demasiado delgado y le sirvió un par de pastelitos bañados.

Mary: ¡Así! -Satisfecha, se sirvió una cucharada colmada de azúcar. Para ella no había nada como un té dulce y caliente en una tarde de invierno-. ¡Qué delicia!

Zac. ¿Hum…?

Mary: Tómate el té, hijo. Siempre es una impresión para el cuerpo eso de pasar de un clima a otro.

Sabía que lo que preocupaba a su hijo iba a salir tarde o temprano.

Zachary obedeció con gesto mecánico, observándola por encima del borde de la taza. Su madre había engordado un poco en los últimos años. Unos kilos que la favorecían, pensó. De pequeño siempre la había visto excesivamente delgada. Ahora su rostro se había redondeado y, si bien a la piel le faltaba la hidratación de una joven, poseía el brillo de la madurez. Tenía alguna arruga, por supuesto, pero las habían provocada a partes iguales las risas y la edad. Mary era muy dada a reír. Sus ojos conservaban el azul claro y nítido.

Él no había heredado su aspecto de ella, sino del hombre que había entrado en su vida y salido en un abrir y cerrar de ojos, algo que de crío le había preocupado mucho, hasta el punto de que miraba de cabo a rabo a todos los hombres, del cartero al príncipe regente, buscando en ellos algún parecido. Pero ni siquiera en aquellos momentos sabía qué habría hecho si lo hubiera encontrado.

Zac: Te has cambiado el peinado.

Mary se ahuecó el pelo, un gesto de coquetería totalmente innato.

Mary: Sí. ¿Qué te parece?

Zac: Estás preciosa.

Mary rió a gusto, encantada.

Mary: Tengo un nuevo peluquero. El señor Mark. ¿Te imaginas? -Puso los ojos en blanco y chupó una gota de glaseado que tenía en un dedo-. Es tan galante que no tienes otro remedio que darle más propina de la cuenta. Trae locas a todas las chicas, pero yo creo que tiene que ser de otra doctrina.

Zac: ¿Episcopaliano?

El humor se reflejó en sus ojos. Zac había sido siempre un diablillo.

Mary: Eso. Y ahora… -Volvió a su té, sonriendo-. Háblame de tus vacaciones. Supongo que no habrás bebido agua allí. Se oyen cosas tan horribles sobre el tema… ¿Lo has pasado bien?

Acudieron a la cabeza de Zachary imágenes de cuando se arrastraba por los conductos, se escondía en los armarios y hacía el amor sin prisas con Vanessa.

Zac: Ha habido de todo.

Mary: No hay nada como unas vacaciones de invierno en un país tropical. Aún recuerdo cuando me llevaste a Jamaica en febrero. Pensé que me permitía demasiados excesos.

El regalo había sido como la propina del golpe a De Marco.

Zac: Y los nativos sin parar.

Mary: Pensaba que me estaba comportando como una auténtica matrona británica. -Le dio la risa. Si algo no le iba a Mary era el aire matriarcal-. Estaba pensando en hacer un crucero. Tal vez a las Bahamas. -Vio llegar a Chauncy, aquel gato que era como una bola, al que ella había adoptado hacía unos años. Antes de darle tiempo a saltar sobre la bandeja, le puso un poco de leche en un platito-. Me ha invitado el señor Paddington, ese encanto de persona.

Zac: ¿Cómo? -Un ruido sordo lo devolvió a la realidad y miró fijo a su madre. Detrás de ellos, el gato lamía con glotonería-. ¿Cómo has dicho?

Mary: Decía que pensaba en irme a las Bahamas con el señor Paddington. ¡Chauncy, eres un cerdito!

Se enterneció y puso medio pastelito en el plato del gato. Este lo tragó de un bocado.

Zac: ¿Irte a un crucero con ese horrible viejo verde? ¡Es ridículo!

Mary intentaba decidir si comía otro pastel.

Mary: El señor Paddington es una persona muy respetada en el barrio. No digas tonterías, Zac.

Zac: No permitiré que violen a mi madre en alta mar.

Mary: ¡Santo…! ¡Qué maravillosa idea! -Riendo, se acercó a él y le dio unas palmaditas en la mano-. De todas formas, tampoco lo verías, hijito. Vamos a ver, ¿por qué no me cuentas qué es lo que te preocupa? Espero que se trate de una mujer.

Zachary se levantó, nervioso con el té y los pasteles, y empezó a andar con aire impaciente por el salón. Como siempre, Mary había recargado el árbol navideño con todos los adornos que se le habían antojado. Aquello no tenía unidad ni armonía en el color. Colgaban de sus ramas desde un reno de plástico hasta unos ángeles de porcelana. Zachary tiró de una guirnalda y la sujetó entre las manos.

Zac: Cuestión de negocios.

Mary: Nunca te he visto pasear de un lado a otro por cuestión de negocios. ¿No será aquella dulce muchacha con la que hablé por teléfono? ¿La hija de Phoebe Spring? -Al ver que partía en dos la guirnalda, Mary estuvo a punto de frotarse las manos de emoción-. ¡Qué maravilla!

Zac: No tiene nada de maravilloso, o sea, que ya puedes olvidarte de las flores de azahar. -Se dejó caer en el sillón-. ¿Y ahora de qué te ríes?

Mary: Creo que te has enamorado. Por fin. ¿Cuál es la sensación?

Zachary frunció el ceño bajando la vista, a punto de pegar una patada al gato.

Zac: ¡De pena!

Mary: Vaya, vaya… Precisamente como tendrías que sentirte.

Incapaz de hacer otra cosa, Zachary se echó a reír.

Zac: Siempre me sirves de consuelo, mamá.

Mary: ¿Cuándo la conoceré?

Zac: No lo sé. Hay un problema.

Mary: Por supuesto que hay un problema. Como está mandado. El amor verdadero exige problemas.

Él dudaba de que el amor que fuera tuviera como impedimento un diamante de doscientos ochenta quilates y una perla de un valor incalculable.

Zac: Cuéntame lo que sepas de Phoebe Spring.

Mary: ¡Oh!, era un sol. Hoy en día no hay nadie que pueda compararse con ella… Su glamour, su… presencia. -Aquel recuerdo la hizo suspirar. Ella misma había soñado con ser actriz. Luego llegó Zachary y tuvo que dedicarse a vender entradas de cine en lugar de ser la estrella de la pantalla. Pero nunca lo había lamentado-. Piensa que hoy en día la mayoría de las estrellas tiene un aspecto más bien corriente, no te digo que no sean guapas, elegantes, pero eso lo conseguiría quien fuera con un poco de montaje. Phoebe Spring no era una persona corriente. Un momento… Quiero enseñarte algo.

Se levantó y se fue deprisa a otro cuarto. Zachary la oía revolviendo cajones, moviendo cajas. Un par de objetos chocaron. Él se limitó a mover la cabeza. Su madre era una coleccionista obsesiva, lo guardaba todo. En su casa siempre había visto trocitos de vidrios de colores, antiguas muestras, estantes llenos a rebosar de saleros, cajones hasta arriba de matrices de entradas de cine.

Los alféizares de las ventanas de Chelsea estaban atestados de animalitos de escayola. Como tenía prohibidos los animales domésticos, lo compensaba a su manera. Zachary la recordaba recortando y pegando fotos de todo el mundo, desde la familia real hasta el último astro de la pantalla. Aquello sustituía el típico álbum familiar en una persona que no se tenía más que a sí misma, aparte del hijo.

Volvió soplando el polvo de encima de un gran álbum de recortes rojo.

Mary: Ya sabes que guardo álbumes de mis personajes favoritos.

Zac: Álbumes de estrellas.

Mary: Exactamente. -Sin ningún reparo, se sentó y lo abrió. Cuando Chauncy saltó encima, chasqueó la lengua en señal de desaprobación y sin inmutarse lo puso de nuevo en el suelo-. Esta es Phoebe Spring. Mira, esta foto debe de ser del estreno de su primera película. No tendría más de veinte años.

Zachary se sentó en el brazo de la butaca de ella. La mujer de la foto iba del brazo de un hombre, pero él quedaba en segundo plano. Quien resaltaba era ella. El vestido era una fantasía de lentejuelas y filigranas, y su oscura cabellera le llegaba a los hombros. Incluso en blanco y negro el brillo era extraordinario. Sus ojos reflejaban la inocente emoción; su cuerpo, una gran promesa.

Mary: La convirtió en estrella -murmuró mientras iba pasando páginas-.

Aparecieron otras imágenes, algunas de estudio, otras más naturales. Siempre se la veía preciosa. Aquellas fotos, algo onduladas en sus extremos por el tiempo, emanaban una especie de atractivo sexual. Mary había intercalado recortes de revistas de cine y de diarios sensacionalistas. Rumores sobre aventuras de Phoebe con sus compañeros de reparto, con productores, directores, políticos.

Mary: Ahí está cuando la propusieron para el Oscar por La niña del mañana. Fue una lástima que no se lo concedieran, pero Gary Grant la acompañó en la ceremonia y eso dice mucho en su favor.

Zac: Ya vi la película. Se enamoró de quien no debía, tuvo una hija y le tocó luchar contra él y contra su acaudalada familia por la custodia.

Mary: Yo lloraba como una magdalena cada vez que la veía. Una mujer tan valiente, a quien trataron tan mal…

Suspirando de nuevo, volvió la página.

Zachary vio una foto de Phoebe vestida de pálido satén, haciendo una reverencia a la reina, y otra en la que se veía bailando con un hombre de piel oscura y marcados rasgos vestido de esmoquin. Los ojos, la estructura ósea, el color lo decían todo.

Zac: ¿Y ese?

Mary: Su marido. El rey Adel no sé cuántos. Ella se casó una sola vez. Huy, en los periódicos, las revistas no se hablaba de otra cosa. Que si se habían conocido en Londres mientras ella rodaba Rosas blancas, que si se habían enamorado en el instante en que se vieron. Contaban que le mandó dos docenas de rosas todos los días hasta que su suite del hotel quedó como un invernadero. Reservó todo un restaurante para poder cenar a solas con ella. Eso de que fuera rey le daba un aire tan romántico.

Desde su lugar como espectadora, a pesar de que habían pasado más de veinticinco años, a Mary se le nublaron los ojos.

Mary: Todo el mundo empezó a recordar a Grace Kelly y a Rita Hayworth, y como no podía ser de otra forma, Phoebe acabó dejando el cine y casándose con él. Y marchándose a aquel país tan pequeño de allá.

Hizo un gesto para acompañar con la mano lo que acababa de decir.

Zac: A Jaquir.

Mary: A Jaquir, exacto. Realmente un cuento de hadas. Aquí hay una foto del día de la boda. Parece una reina.

El vestido era imponente, capas de encaje y kilómetros de seda. Incluso bajo el tul, su pelo brillaba como un faro. Se la veía feliz y radiante, y tan joven… Llevaba en los brazos un gran ramo de rosas blancas. Y en el cuello, emitiendo destellos, resplandeciente, a punto de incendiar la fotografía, el Sol y la Luna.

El diamante y la perla caían alineados a partir de una gruesa cadena de oro de doble trenza. Los engarces eran como rayos de luz, adornados, anticuados y soberbios.

A pesar de que se había retirado, Zachary notó un hormigueo en las yemas de los dedos y un acelerón en el pulso. Tener aquello entre las manos, poseerlo aunque solo fuera un instante, tenía que ser como dominar el mundo.

Mary: Después de la boda, aparecieron pocas noticias y casi nunca publicaron fotos. Habrá alguna costumbre en aquel país que las prohíbe. Se dijo que estaba embarazada y luego que había tenido una niña. Será tu Vanessa.

Zac: Sí.

Mary: Se habló de ella un tiempo, pero luego no publicaron casi nada más hasta que hace unos años apareció en Nueva York con su hija. Al parecer su matrimonio no fue feliz y ella acabó dejándolo para volver a su país y retomar su carrera. Aquí hay una entrevista que le hicieron poco después de su regreso, pero casi solo habla de lo mucho que echaba de menos su profesión.

Pasó página y apareció otra foto. Phoebe seguía atractiva, pero había perdido aquella exuberancia, aquel esplendor. Y en lugar de ello, en su expresión destacaba la tensión y los nervios. A su lado estaba Vanessa. No tendría más de ocho años y era bajita para su edad. Se plantaba tiesa, con los ojos fijos en la cámara, aunque controlando perfectamente la mirada. La mano aferrada a la de su madre, o la de Phoebe a la de ella.

Mary: ¡Es tan triste! Phoebe nunca volvió a protagonizar una buena película. Solo alguna de destape y tal. -Fue pasando páginas y apareció otra Phoebe distinta, con patas de gallo y vestidos ceñidos que resaltaban sus aún generosos senos. Se la veía con una mirada ausente y la desesperación marcada en la sonrisa. Sustituir la inocencia exigía mucha energía-. Salió en la portada de una de esas revistas para hombres -arrugó la nariz. No es que tuviera nada de mojigata, pero pensaba que los límites son los límites-. Tuvo un asunto con su agente, entre otros. Además se insinuó que este se había encaprichado de la niña. ¡Qué asqueroso, un hombre de su edad!

Algo se revolvió en el fondo del estómago de Zachary.

Zac: ¿Cómo se llamaba?

Mary: Pues ya no me acuerdo; en realidad, no sé ni si lo he sabido nunca. Tiene que estar por aquí.

Zac: ¿Me prestas el álbum?

Mary: Claro. ¿Importa mucho, Zac? -Puso la mano sobre la de su hijo mientras este cerraba el álbum-. Fueran quienes fueran o hicieran lo que hicieran sus padres, no cambia la personalidad de la hija.

Zac: Lo sé.

Le dio un leve beso en la mejilla.

Mary: Es afortunada de tenerte a ti.

Zac: Sí. -Rió y la besó de nuevo-. Ya lo sé. -Sonó el timbre y miró su reloj-. Será Stuart, puntual como siempre.

Mary: ¿Caliento un poco el té?

Zac: Creo que está bien -dijo camino de la puerta-. ¡Stuart!

Spencer entró. Tenía la nariz y las mejillas enrojecidas por el viento.

Stuart: ¡Un frío espantoso! Antes de que anochezca nevará otra vez. Señora Efron… -Tomó la mano que ella le ofrecía y le dio unas palmaditas-. Me alegra verla.

Mary: Un té le hará entrar en calor, señor Spencer. Zac se lo servirá. Tendrá que disculparme, pero me quedan unos recados por hacer. -Se puso el visón negro que su hijo le había regalado en Navidad-. Hay más pasteles en la despensa si os apetecen.

Zac: Gracias, mamá. -Le puso bien el cuello-. Pareces una estrella de la pantalla.

Nada habría podido complacerla tanto. Dio un suave pellizco a su hijo en la mejilla y salió.

Stuart: Tu madre es un encanto.

Zac: Tienes razón. Ahora dice que se va de crucero con un verdulero que se llama Paddington.

Stuart: ¿Verdulero? Vaya… -dobló su abrigo, lo dejó bien puesto sobre una silla y se acercó a la bandeja del té-. No temas, que tu madre es prudente. -Se sirvió-. Creía que pasabas las vacaciones fuera.

Zac: Creías bien.

Spencer arqueó una ceja. Y el arco se pronunció algo más cuando sacó un cigarrillo.

Stuart. Creía que lo habías dejado.

Zac: Creías bien.

Spencer añadió un chorrito de limón a la taza.

Stuart: Creo que ha llegado el momento de que te ponga al corriente de la situación en París.

A pesar de que sabía exactamente lo que había sucedido, él se sentó y se dispuso a escuchar.

Stuart: Tal como sospechabas, la condesa estaba controlada. Metimos a un agente camuflado como pinche de cocina y a otros dos sobre el terreno. Seguro que nuestro hombre lo intuyó, porque actuó a gran velocidad. Se puso en guardia. La primera vez que ocurre.

Zachary preparó otra taza de té y dirigió una mirada de aviso a Chauncy.

Zac: En efecto.

Stuart. Los que teníamos fuera alcanzaron a verlo, pero la descripción es de lo más vago. Los dos aseguran que tiene que ser más parisino que una rata de alcantarilla, pero tal vez sea porque lo perdieron de vista.

Zac: ¿Y las joyas de la condesa?

Stuart: A buen recaudo -soltó un suspiro de satisfacción-. Ahí le fastidiamos la tarea.

Zac: Puede que más que eso -le ofreció los pastelitos. Spencer se resistió un momento pero luego tomó un pedazo-. He oído algún rumor.

Stuart: ¿Por ejemplo?

Zac: Tal vez no sea más que eso, pero no me he perdido detalle. ¿Sabías que nuestro hombre tiene a una mujer como cómplice?

Stuart: ¿Una mujer? -Dejó el pedazo de pastel para sacar su bloc-. No tenemos noticia de que haya una mujer.

Zachary sacudió la ceniza del cigarrillo.

Zac: Por esto me necesitas, capitán. No sé su nombre, pero es pelirroja, bastante casquivana y su cabeza da para poco más que seguir las órdenes del jefe. -No pudo remediar una sonrisa al pensar cómo se habría puesto Vanessa de oír aquella descripción-. En fin, la tipa habló con un contacto mío. -Levantó la mano, previendo la respuesta de él-. Sabes que no te lo puedo decir, Stuart. Es algo que está pactado desde el principio.

Stuart: Un pacto del que me arrepiento. Cuando pienso en todos los delincuentes y ladrones de tres al cuarto que podría quitar de en medio… En fin, vamos a dejarlo. ¿Qué dijo?

Zac. Que la Sombra… ¿Sabe que lo llaman la Sombra?

Stuart: Todo lo idealizan.

Zac: Al parecer, la Sombra va cumpliendo años y empieza a notar la artritis -flexionó los dedos-. Uno de los mayores temores de los artistas, independientemente de su especialidad. Músicos, pintores, ladrones. La destreza es una herramienta inestimable.

Stuart. Me cuesta un poco compadecerlo.

Zac: ¿Otro pastel, capitán? Se dice que la Sombra se retira.

Spencer detuvo el gesto a medio camino entre el plato y sus labios. Sus ojos se abrieron de par en par; parecían vidriosos. A Zachary le dio la sensación de ver a un buldog que acababa de descubrir que el jugoso hueso al que iba a hincar el diente era de plástico.

Stuart: ¿A qué te refieres con eso de retirarse? ¡No me fastidies que va a retirarse! Hace un par de días estuvimos a punto de echarle el guante en París.

Zac: Es un rumor.

Stuart: ¡Qué barbaridad!

Spencer dejó caer el trozo de pastel y se chupó los dedos.

Zac: Puede que solo se tome unas vacaciones.

Stuart: ¿Qué sugieres, pues?

Zac: Hasta que no vuelva a dar señales de vida, en caso de que lo haga, propongo esperar.

Spencer fue rumiando la información como si fuera un bocado que tuviera entre los dientes.

Stuart: Quizá valdría la pena centrarse en la mujer.

Zac: Quizá. -Descartó la sugerencia encogiendo los hombros-. Siempre que tengas tiempo para acorralar a todas las golfitas pelirrojas de los dos continentes. -Se inclinó para coger la taza-. Ya sé que es algo frustrante, Stuart, pero lo de París puede haber sido su último movimiento. -Tendría que recordar lo de mandar un cheque, generoso, a su viejo amigo André, quien había conseguido que los agentes de París tuvieran algo de que informar-. Tengo unos asuntos, cosas personales, de los que debo ocuparme en las próximas semanas. Si me entero de algo que pueda serte útil, te lo comunico.

Stuart: Quiero a ese hombre, Zachary.

Un amago de sonrisa se dibujó en los labios de este.

Zac: No tanto como yo, te lo juro.


Habían dado las dos de la madrugada cuando Vanessa entró en su piso. La fiesta de Nochevieja de la que se había escabullido probablemente duraría hasta el amanecer. Había dejado a Celeste flirteando con un antiguo novio y muchas botellas de champán sin abrir. El acompañante de Vanessa se estaría percatando en ese instante de su ausencia, pero seguro que encontraría algo, o a alguien, para distraerse.

Le había costado no mirar las joyas con ojo profesional. Durante muchos años había admirado un collar, observado una pulsera, calculando su importe en dólares y centavos. Una costumbre que intentaba dejar. Le quedaba un último trabajo, pero eran unas joyas que podía ver a cualquier hora del día o de la noche. Las tenía en el retrato que había hecho de su madre a partir de una antigua fotografía. Era capaz de notar su tacto, hielo y fuego en las manos.

Cuando volviera de Jaquir podría ser la mujer que todo el mundo creía que era. Su vida serían las fiestas, las funciones benéficas y los viajes a los lugares que frecuentaban las mujeres de su categoría. Intentaría disfrutar de ello de la forma en que una mujer saca partido del éxito cuando su carrera ha tocado a su fin. Y lo disfrutaría sola.

No se arrepentiría. El éxito tenía un precio; por caro que fuera, había que pagarlo. Había quemado las naves al coger aquel avión y salir de Cozumel. Tal vez había encendido la cerilla años antes.

Zachary la olvidaría. Probablemente lo estuviera haciendo ya. Al fin y al cabo, era una mujer más. Para él no había sido la primera, ni ella se hacía ilusiones de que fuera la última. En el caso de Vanessa, él había sido el primero y el último, y lo aceptaba así.

Se puso el abrigo sobre el brazo mientras subía la escalera hacia la segunda planta. No podía permitirse pensar en Zachary. Y mucho menos lamentar haberle amado, o cerrado la puerta a lo que podía haberle traído el amor. Callejones sin salida, pensó. Cuando una mujer amaba a un hombre, acababa siempre en un callejón sin salida.

Lo que quería en aquellos momentos era dormir, un sueño largo y profundo. La esperaban unos días en los que necesitaría toda su energía, toda su habilidad e ingenio. Tenía ya reservado el vuelo para Jaquir.

No encendió la luz del dormitorio, dejó el abrigo sobre una silla y empezó a soltarse el cabello a oscuras. Le llegaba el sonido del tráfico del exterior a oleadas, algo que le recordaba el mar. Casi notaba su olor: el mar, el punto acre del tabaco, la fragancia del jabón que le llevaba con tanta claridad a Zachary a la mente.

Se quedó paralizada, con los brazos levantados y las manos en el cabello, cuando se encendió la luz de la mesilla de noche.

Con el contraste de su piel dorada y la bata blanca bordada, con cuentas incrustadas, parecía una estatua esculpida en alabastro y ámbar. Aquella pieza se ajustaba a su cuerpo ciñéndolo y confiriéndole un nuevo resplandor. Pero Zachary se llevó la copa que sujetaba a los labios mirándola solamente a los ojos. Observó complacido como pasaban de la sorpresa a la alegría para terminar en un acto voluntario de control.

Zac: Feliz Año Nuevo, preciosa.

Levantó la copa de champán en un gesto de brindis, luego la dejó para servir la que iba a ofrecerle a ella.

Iba vestido de negro, con jersey de cuello alto, vaqueros cómodos y botas de piel suave. Mientras la había esperado, se había instalado cómodamente, tumbado en la cama y apoyado en las almohadas que ella tenía en la cabecera.

Vanessa experimentó de repente una serie de sentimientos: necesidad, irritación, placer y remordimiento. Aquello hizo que su voz saliera tan fría como el champán que él le estaba ofreciendo. Bajó lentamente los brazos y dijo:

Ness: No esperaba verte otra vez.

Zac: Pues tenías que haberlo hecho. ¿No vamos a brindar por el nuevo año?

Para demostrar a Zachary, y demostrarse a sí misma, que no sentía ningún interés, se acercó a él para aceptar la copa. Su salto de cama rielaba como una luz en el agua.

Ness: Brindemos pues por los comienzos y por el pago de antiguas deudas. -El cristal rozó el cristal-. Has venido de muy lejos para el brindis.

El perfume de ella se adhería a su piel, a la atmósfera, a todos los sentidos de Zachary. Habría sido capaz de estrangular por aquel perfume.

Zac: Pero has elegido la mejor cosecha.

El champán le supo a arena.

Ness: Si quieres, me disculpo por haberme marchado de una forma tan brusca.

Zac: No te molestes -dijo intentando dominarse. El enfado estaba a punto de estallar-. Tenía que haber imaginado que eras una cobarde.

Ness: No soy cobarde.

Dejó el champán, que apenas había probado, junto a la copa de él.

Zac: Eres -empezó a decir lentamente- una lastimosa cobarde que solo piensa en sí misma.

Vanessa le pegó un bofetón sin ni siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, ni darle tiempo a él de detectar el movimiento. Aquel sonido de carne contra carne resonó en el silencio. A Zachary se le ensombreció la mirada, dispuesto a responder de alguna forma, pero consiguió calmarse y levantar de nuevo la copa. Sin embargo, sus nudillos cambiaron de color al asir con fuerza el pie de Ness.

Zac: Esto no cambia nada.

Ness: No tienes derecho a juzgarme ni a insultarme. Decidí marcharme creyendo que era lo mejor porque no quería ser una diversión para ti.

Zac: Puedo asegurarte, Vanessa, que la diversión no es algo que haya buscado nunca en ti. -Tras dejar de nuevo la copa, juntó las manos y la observó por encima de los dedos-. ¿De verdad creías que lo que me interesaba eran unos polvos tropicales?

Ante aquella salida, el rostro de Vanessa perdió el color, pero lo recuperó al instante y, con las mejillas encendidas, replicó:

Ness: Dejemos claro que no siento ningún interés por una aventura.

Zac: Puedes usar los términos que te den la gana, pero ten en cuenta que fuiste tú quien degradó lo que hubo entre nosotros dejándolo como un ligue de una noche.

Ness: ¿Tanta importancia tiene? -La ira se apoderó de su voz ante la vergüenza de oír la verdad-. ¿Una noche, dos, una docena?

Zac: ¡Maldita sea! -La cogió por las muñecas y tiró de ella hasta la cama. A pesar de que Vanessa se resistía, la inmovilizó con su cuerpo. El fuego se avivó-. Fue mucho más que eso y tú lo sabes perfectamente. No fue el sexo por el sexo, no fue una violación, y yo no soy tu padre. -Ante aquello, ella quedó paralizada. El color que el enfado había dado a su rostro desapareció del todo-. Porque se trata de eso, ¿o no? Cada vez que un hombre se ha acercado a ti, cada vez que has sentido la tentación, has pensado en él. Pero conmigo no, Vanessa. Conmigo jamás.

Ness: No sabes ni lo que dices.

Zac: ¿En serio? -Su rostro prácticamente rozaba el de ella. Zachary casi notaba en él la vida que latía de nuevo, el color, la ira, la negación-. Ódiale tanto como quieras, estás en tu derecho, pero a mí no me vas a comparar con él ni con nadie.

Juntó sus labios con los de ella, pero no con la ternura que había demostrado antes, no con aquel cuidado y aquella persuasión, sino con una actitud airadamente exigente que rayaba la voracidad. Vanessa no se defendió, pero las manos que él sujetaba se cerraron en dos puños mientras la sangre empezaba a hervir en sus venas.

Zac: Lo que pasó entre nosotros pasó porque tú lo quisiste igual que yo, lo necesitabas igual que yo. ¡Mírame! -exclamó al ver que ella mantenía los ojos cerrados. Esperó a que los abriera y que la luz que tenían al lado la enfocara de perfil-. ¿Serás capaz de negarlo?

Vanessa deseaba hacerlo. La mentira nació en sus labios pero al salir se transformó en verdad.

Ness: No. Pero lo pasado, pasado está.

Zac: No ha pasado ni de lejos. ¿O es que crees que es la cólera lo que te ha acelerado el corazón? ¿De verdad piensas que dos personas pueden compenetrarse como nos compenetramos nosotros y marcharse cada cual por su lado y olvidarlo?  -Soltó sus manos para acariciarle el cabello-. Aquella noche te mostré una vía. Y como que me llamo Zachary, que hoy te mostraré otra.

Su boca era todo calidez, dureza, hambre. Cuando se cerró sobre la de ella, Vanessa se mantuvo inerte, decidida a no entregarle nada, a no recibir tampoco nada. Pero su respiración cambió el ritmo, sus labios se calentaron y abrieron. Él introdujo la lengua en su boca para tentarla, los dientes para excitarla.

Era más seducción aquello que las palabras suaves y la luz tenue. Era un desafío, era arrojar el guante. Tenía ante ella la respuesta a las preguntas que nunca se había atrevido a plantearse.

De repente se pegó a él, respondió a su cuerpo, pero nada parecía satisfacer a Zachary.

Él recorrió su cuerpo, estirando la bata hasta la cintura para poner la piel al descubierto. Aquello no era exploración sino explotación. Cubrió con sus manos sus senos, tiró de ellos, los succionó y provocó hasta que se endurecieron los pezones, hasta que su cuerpo empezó a retorcerse, a arquearse, a estremecerse. Lo atrajo hacia sí y ella lo aceptó.

Le llamó con palabras incoherentes que hacían que la sangre de él latiera en sus entrañas a cada latido de su corazón. Y el seductor quedó seducido.

Aquella era una cerradura que él haría saltar de una vez para siempre. No en vano poseía habilidad, experiencia y sentía la necesidad acuciante de conseguirlo. El tesoro que se encerraba allí era mayor y más tentador que el que había ido a buscar a las cámaras acorazadas más profundas, a las cajas de seguridad más oscuras. Con sus manos, con su boca, la llevó al límite.

En aquella atmósfera densa y espesa se respiraba una especie de oscuridad, algo que parecía aterciopelado. Ella luchaba por atraer el aire hacia sus pulmones, pero lo poco que entraba se iba en gemidos. Tenía que haber captado por las insinuaciones de él que el placer era capaz de sacudir el cuerpo, convertirlo en una amalgama de sensaciones y necesidades. La opción de entregar y recibir, de ofrecer y tomar estaba fuera de su alcance.

Arrancó la ropa a Zachary: todo aquel instinto de conservación, toda la negación se vino abajo como la mecha de una vela. Había experimentado el placer antes, con su doble cara, con la del dolor. Aunque no de esa forma. Un ardor como aquel implicaba olvidar el resto de los deseos. En su vida había sido tan consciente de su cuerpo: notaba cada uno de los latidos de su corazón, cientos de ellos batiendo en el punto que él tocaba, en el que ella deseaba la caricia.

El sudor empezó a brotar del cuerpo de Vanessa y también del de él. Notó el sabor a sal al revolcarse en la cama. El olor a pasión se intensificó, una sensación aguda, acre, excitante. Oía la respiración de él, irregular, forzada, mientras la sujetaba de nuevo bajo su cuerpo. Sus miradas se encontraron. Adivinó su pulso en la cabeza mientras su pecho subía y bajaba con la respiración. Zachary notó las uñas de ella en su espalda y también cómo cedía el pecho de Ness bajo el suyo.

Zac: Quiero verte en la cumbre -aquellas palabras le hirieron la garganta-. Verás que soy el único que puede llevarte hasta allí.

Se sumergió en su interior, con una serie de acometidas, con tal ímpetu que vio que ella abría de par en par aquellos ojos que le parecieron vidriosos. El grito ahogado de placer quedó estrangulado en su garganta.

Zachary notaba cómo iba tensándose, estirándose cada músculo de su cuerpo. Los labios de ella se movían como el rayo, siguiendo las embestidas de él. Las sensaciones se agudizaban. Él veía la luz en su rostro, oía el frufrú de las sábanas, casi percibía cómo se iban abriendo los poros de su cuerpo. El perfume de Vanessa, al igual que sus brazos, piernas y cabello, lo envolvía. La realidad se centraba en la punta de un alfiler. Zachary pensó que aquello tenía que ser como morir. De pronto, sus ojos se empañaron, el grito de entrega le pareció un eco al verter en ella lo que llevaba dentro.

Vanessa esperaba el sentimiento de vergüenza, de repugnancia de sí misma. Pero no experimentaba más que el dulce calor que da el placer. Con él había vivido experiencias que jamás pensó que pudieran existir y había disfrutado de ellas. Se había regodeado en ellas. Incluso en aquellos momentos era consciente de que deseaba experimentarlo otra vez. Mantuvo los ojos cerrados, pues sabía que él la observaba.

No podía imaginar el aspecto que presentaba, pensaba Zachary. Desnuda, con las piernas abiertas, sin ningún tipo de reparo, la piel aún cálida por los rescoldos de la pasión, el cabello desparramado sobre las almohadas de encaje blanco. Desnuda, solo con un par de diamantes en las orejas que soltaban eróticos guiños a la luz de la lámpara.

Zac: Son auténticos -dijo jugando con ellos-.

Ness: Sí.

Zac: ¿Quién te los regaló?

Ness: Celeste. Cuando cumplí dieciocho.

Zac: Menos mal. De tratarse de un hombre, habría tenido que sentir celos, y ahora mismo no me queda energía para ello.

Vanessa abrió los ojos dibujando algo así como una sonrisa.

Ness: No sé qué hay que responder a eso.

Zac: Podrías decir, por ejemplo, que esa es una forma excelente de empezar el año.

Ness reprimió el deseo de acariciarle el pelo, casi dorado bajo aquella luz, enmarañado en su frente. La obra de sus manos presas de pasión, que en aquellos momentos mantenía inmóviles.

Ness: Tienes que comprender, Zachary, que esto no puede cambiar nada. Sería mejor que volvieras a Londres.

Zac: Hum… ¿Sabes que tienes un lunar aquí? -Pasó su dedo por la cadera de ella-. Lo encontraría incluso a oscuras.

Ness: Tengo que ser práctica. -Lo estaba diciendo, convencida, pero se acercaba a él-. Necesito ser práctica.

Zac: Una idea excelente. Brindemos por ello.

Estiró el brazo por encima de ella y cogió las dos copas.

Ness: ¡Escúchame, Zachary! Hice mal en marcharme de México de aquella forma, pero pensé que sería lo más fácil. Quería evitar decir ciertas cosas.

Zac: Tu problema, Ness, es que haces más esfuerzos por pensar que por sentir. Pero adelante, dime lo que tienes en la cabeza.

Ness: No puedo permitirme un compromiso contigo ni con nadie. Lo que tengo que hacer me exige toda la concentración. Sabes tan bien como yo que no hay que permitir que los elementos exteriores interfieran en el trabajo.

Zac: ¿De modo que eso soy yo? -Se sentía tan feliz que lo dijo en un tono más de diversión que de enfado-. ¿Un elemento exterior?

Ella guardó silencio un momento.

Ness: No hay lugar para ti en mis planes, en Jaquir. E incluso después tengo intención de seguir sola. Lo que no haré nunca es organizar mi vida alrededor de un hombre, tomar decisiones fundamentadas en los sentimientos que él me inspire. Si te parece que es algo egoísta, lo siento, pero sé muy bien que en determinadas circunstancias una es capaz de olvidar incluso quién es.

Zachary la escuchaba sin perderla de vista un instante, y no intervino hasta que terminó.

Zac: Me parece de lo más juicioso, pero olvidas un pequeño problema: que te quiero, Vanessa.

Los labios de ella se entreabrieron. Por la sorpresa, pensó Zachary luego. Estaba a punto de saltar de la cama, cuando él la sujetó.

Zac: No, no te alejarás. -Tiró de ella sin hacer caso de la copa que se había caído o del champán que empapaba la moqueta-. Ni tampoco te darás la espalda a ti misma.

Ness: No lo hagas.

Zac: Ya está hecho.

Ness: Te dejas llevar por tu imaginación, Zachary. Has dado tus pinceladas de color de rosa a lo que ha ocurrido entre nosotros, le has añadido violines y claro de luna.

Zac: ¿Te sientes más segura viéndolo así?

Ness: No es una cuestión de seguridad, sino de sentido común. -Pero sabía que aquello no era verdad, sobre todo porque notaba el miedo en la boca del estómago-. Y no vamos a complicarlo más.

Zac: Perfecto, simplifiquemos pues. -Tomó su rostro entre las manos, esta vez con dulzura-. Te quiero, Ness. Tendrás que acostumbrarte a ello, porque no te vas a deshacer de mí con tanta facilidad. Y ahora tranquilízate. -Bajó una de las manos para acariciarle el pecho-. Te enseñaré a lo que me refiero.


2 comentarios:

Carolina dijo...

Awww lo amo
Es un romántico aunque no lo quiera admitir
Y Ness tb está enamorada y no quiere hablar xD
Que hará esta loca en Jaquir??
Ya quiero saber
Pública pronto por favooooooooor!!

Maria jose dijo...

Que tierno es zac
Espero y ella no se haga a la difícil
En el puede confiar
Espero y sigan juntos, pero vanessa se ve muy decidida a su venganza
Siguela pronto
Saludos

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