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martes, 6 de agosto de 2019

Capítulo 17


El viaje de vuelta a El Presidente no calmó a Vanessa, al contrario, cuando se metió en su habitación estaba aún más furiosa, era raro que montara en cólera una mujer tan acostumbrada a reprimir sus propios sentimientos. Pero en algunos momentos con determinadas personas hacía excepciones.

Ness: Por favor, Zachary, no me has creado más que problemas desde el día en que te conocí. No has parado de fisgonear, de entrometerte en todo, de seguirme.

Se arrancó la peluca y la lanzó cerca del sofá, donde cayó con el aire chabacano de un tanga de bailarina de strip-tease.

Zac: Y así me lo agradeces.

Ness: Si lo que pretendías era interpretar el papel de héroe de pacotilla te diré que no soporto a los héroes.

Zac: Tomaré nota.

Cerró la puerta con cuidado. Siempre había pensado que había pocas cosas tan fascinantes como una mujer hecha una furia.

Después de quitarse unos ordinarios aros dorados de las orejas, Vanessa los lanzó contra la pared.

Ness: ¡Odio a los hombres!

Zac: Me parece muy bien.

Hirviendo de indignación, se fue arrancando una a una las uñas postizas, que fueron cayendo, con un esplendor de baratillo, al suelo.

Ness: A ti en particular.

Zac: Siempre me ha gustado no pasar desapercibido entre las mujeres bellas.

Ness: ¿No se te ocurre nada más interesante que hacer que fastidiarme la existencia?

Zac: De momento, no. -Observó cómo se soltaba la melena. El lunar que se había pintado junto a la comisura de los labios no le pegaba ni con cola, al igual que la sombra de color violeta con la que se había embadurnado los párpados-. ¿Pero qué has hecho con tu cara, Vanessa?

Con un suspiro de impotencia, se fue directa al dormitorio.

Ness: ¿Me harás el favor de marcharte? -le dijo al ver que la seguía-. He tenido un día muy largo.

Zac: Ya me he dado cuenta. -Olisqueó a su alrededor. Aquel perfume, de Rose, o ahora de Lara, tenía que desaparecer rápidamente. Le hizo sonreír ver que intentaba pegarle un manotazo, como habría hecho con una pesada mosca-. ¿Era prima tuya la chica con la que has tomado unas copas esta tarde?

Vanessa se quitó lo que llevaba en los dientes y empezó a limpiarse el cutis.

Ness: Me estabas espiando. No puedo imaginar nada tan miserable como eso.

Zac: Pues haz un poco de esfuerzo de imaginación. Voto por el bikini rojo, pero habría mucho que decir del azul con estrellitas.

Ness: Eres asqueroso. -Con la crema limpiadora se fue quitando los restos de lo postizo que llevaba-. Pero tampoco es una sorpresa. ¿Cómo te lo has montado, con prismáticos desde la ventana? -Él se limitó a sonreír y Vanessa fue arrancando pañuelos de papel-. Supongo que te encanta ese trabajo tuyo.

Zac: Tiene sus momentos, sobre todo últimamente. Eres una auténtica profesional -dijo al ver que se había quitado de encima los últimos rastros de Lara-.

Ness: Gracias por el cumplido. -Con mano experta, se quitó las lentillas de color azul eléctrico. A Zachary le extrañó que la furia no las hubiera disuelto-. Y ahora si me disculpas, querría cambiarme.

Zac: La cuestión es que mientras siga pendiente lo de las joyas de los St. John, yo no te pierdo de vista. -Se sentó en el brazo de una butaca-. Te sugeriría algo en negro. Devolver unas joyas exige las mismas precauciones que llevártelas.

Ness: No pienso devolverlas.

Zac: No, no las devolverás tú -admitió-. Las devolveré yo y tú me acompañarás.

Vanessa se dejó caer en un sillón. Estaba a punto de enfurruñarse, un lujo que en raras ocasiones se permitía.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Por dos razones. -Sobre una mesa vio unas flores de color naranja y escarlata, un poco mustias. Cogió una y se la acercó a la nariz. Definitivamente olía mejor que la colonia del todo a cien con la que se había empapado ella antes-. En primer lugar, si te niegas a colaborar, podría complicarte mucho la vida.

Con un vulgar resoplido, Vanessa se hundió un poco más en el sillón.

Ness: ¡Qué horror!

Zachary le dirigió una mirada tan glacial que la obligó a incorporarse a pesar de su voluntad. Extendió las piernas con aire desafiante.

Zac: En segundo lugar, en caso de producirse un robo importante aquí, no solo no podría protegerte de sus consecuencias, sino que echarías a perder las pistas que he preparado a conciencia para dejarte al margen de toda sospecha.

Ness: ¿De qué me hablas?

Zac: Precisamente esta tarde he mandado a mis superiores a seguir una pista falsa en París.

Entonces sí que Vanessa se incorporó del todo.

Ness: ¿Por qué?

Zachary estaba tan cansado de oírle preguntar aquello como de preguntárselo él mismo.

Zac: Quería darte la oportunidad de que te explicaras… conmigo.

Ella fijó sus ojos en él y los mantuvo hasta el punto de que los dos se sintieron incómodos. Luego se miró las manos.

Ness: No te entiendo.

A Zachary no le extrañaba: tampoco se entendía él mismo. Con gesto impaciente, dejó la flor.

Zac: Tendremos tiempo para discutir eso más tarde. De momento, te agradecería que te apresuraras un poco. Me gustaría acabar con todo esto.

Vanessa se quedó un momento más sentada. Habría preferido que él le gritara, la insultara, la acusara. Pero no, seguía calmado, actuando con lógica, precisando lo que había que hacer. Y encima, no sabía cómo pero había conseguido que ella se sintiera obligada a obedecer.

Ness: Ignoraba que estuvieras en la isla.

Zac: No me conoces mucho. Aún. En cambio yo te conozco más de lo que crees. Este hotel, por ejemplo, es el lugar que escoges cuando vienes por aquí. -No hizo caso del fugaz destello que vio en sus ojos-. En mi oficio, Ness, la investigación es muy importante. -Observándola, cogió otra flor y la hizo girar en su mano-. Me ha parecido mejor, dadas las circunstancias, saltarme la fiesta de los St. John y vigilarte a distancia. Imagínate la ilusión que me ha hecho descubrir que también habías reservado habitación aquí.

Había descubierto mucho más que eso. Vanessa podía detestarlo por ello.

Ness: Siempre me ha parecido que los espías llevaban una vida despreciable. Que eran algo así como serpientes y gusanos.

Zac: ¡Qué forma de hablar… después de mi intento de interpretar el papel de sir Galahad!

Ness: Yo no te he pedido ningún favor.

Zac: No. Es cierto.

Ness: Ni pienso darte las gracias.

Zac: Me dejas destrozado.

Vanessa cruzó las piernas con gesto pausado.

Ness: Tú eres quien ha metido la nariz donde no debía, donde no hacía ninguna falta. Yo he salido adelante sola y sin problemas.

Zac: Cuando tienes razón, Alteza, tienes toda la razón. A los plebeyos hay que espabilarlos.

Ness: Eso no tiene nada que ver con los títulos, y no creas que conseguirás que me sienta culpable, ¡maldita sea!

Pero parecía haberlo conseguido… Zachary se limitó a sonreír mirándola.

Ness: Supongo -prosiguió tamborileando sobre el brazo del sillón- que si las piedras no vuelven a su dueña tú tendrías problemas.

Zac: ¿A ti que te parece? ¿Por haber ejercido como ladrón durante casi quince años y mandar a la Interpol a toda prisa a París mientras aquí se robaba medio millón de dólares en piedras preciosas?

Ness: Ya entiendo.

Se levantó, cogió un pantalón y una blusa negra de un cajón de la cómoda y lo miró fijamente.

Zachary sacó un cigarrillo.

Zac: Si te da vergüenza, cámbiate dentro del armario.

Ness: Caballero de los pies a la cabeza -murmuró mientras se alejaba-.

Zac: Y hablando de todo, podrías darme unas pistas.

Oyó el sonido metálico de las perchas mientras ella cogía las guatas para caracterizarse como Lara.

Ness: A ti no te doy ni los buenos días.

Zac: Si quieres, te echo una mano mientras discutimos la jugada.

Vanessa partió por la mitad una percha de plástico.

Ness: Tienen una suite en la última planta. Cuatro habitaciones, dos baños. La caja fuerte está en un armario del vestidor. Se abre con una llave.

Zac: ¿Que tienes tú?

Ness: Claro.

Zac: Muy práctico. ¿Y cómo se entra?

Dentro del armario, Vanessa se sacaba el cabello del cuello de la blusa. No eran las joyas lo que importaba, iba pensando, sino el dinero. Y ya que lo tenía, podía permitirse la colaboración.

Ness: He utilizado el plan B porque quería cenar con mi prima y su familia. Uniforme de doncella, carrito de la ropa. Los St. John atendían a la prensa en el cóctel.

Así que las había robado ella. Intrigado, Zachary dejó la flor y se levantó para ponerse a andar.

Zac: ¿Algún problema?

Ness: Ninguno que no pudiera resolver. Cuando estaba terminado, ha aparecido Lauren, pero esa nunca ha mirado a la cara a una sirvienta.

Zac: ¡Qué cruel eres!

Ness: ¿Es un cumplido?

Salió del armario.

Zac: Una cosa: teniendo en cuenta que a esas horas las doncellas no se dedican a arreglar las habitaciones, tu plan B sería algo delicado. ¿Y el plan A?

Con un par de movimientos de muñecas se recogió el cabello.

Ness: Por los conductos de ventilación. Son estrechos, pero suficientes. Hay unas aberturas en el techo del baño. -Estudió por encima su complexión-. Un poco estrechas para ti.

Zac: Siempre me he inclinado por esta solución.

Sacó el arma.

Ness: ¿Qué haces?

Se fijó en que en su voz no había ni un resquicio de miedo, a pesar de que él mismo consideraba que una 38 imponía bastante. Tampoco notó el típico retroceso que experimentan muchas mujeres al ver un artefacto básicamente pensado para matar. Al contrario, le vino a la cabeza la perfección del golpe asestado a su «socio» cuando este había intentado quitarle el dinero.

Zac: No me gusta trabajar llevando cosas de peso.

Abrió un cajón de una mesa y dejó la pistola.

Ness: Muy listo -dijo encogiendo los hombros-. El robo a mano armada implica una condena más dura.

Zac: ¿Más dura que cuál? Nunca he tenido intención de ir a la cárcel. Simplemente no quiero manchar de sangre las piedras preciosas.

Vanessa lo miró de nuevo, esta vez con más interés. No era un gesto de arrogancia, decidió. Decía lo que pensaba.

Ness: Bueno, si hay que hacerlo, preferiría hacerlo rápido. Aunque va en contra de mis principios.

Zachary comprendía exactamente cómo se sentía ella. Cogió el collar y observó el brillo de las piedras en la palma de su mano.

Zac: Preciosas, ¿verdad? Yo siempre he sentido inclinación por los diamantes, pero las piedras de colores tienen su elegancia. Me imagino que las habrás examinado.

Ness: Naturalmente. -Dudó un instante y luego siguió el impulso. Sabía lo que era tener en la mano grandes fortunas y grandes deseos-. ¿Quieres comprobarlo? Tengo la lupa.

Era tentador. Demasiado tentador.

Zac: No creo que valga la pena en este caso. -Con cierto pesar, las guardó y siguió planificando-. Necesitaremos una linterna, otro par de guantes, y la llave, por supuesto.

Vanessa reunió lo necesario.

Ness: No era así como pensaba pasar la noche.

Zac: Considéralo como un regalo de Navidad a los St. John.

Ness: Él es tonto, y ella, una arribista.

Zachary se metió la llave en el bolsillo del pantalón.

Zac: No miremos la paja en ojo ajeno…

La tomó del brazo y salieron.


El Grande tenía una entrada lateral. Se bajaba un corto tramo de escalera de cemento que respondía más a criterios prácticos que de estilo. La clientela no la utilizaba nunca. Por ella el servicio y el equipo de mantenimiento del hotel podían acceder al interior sin tener que pasar por el elegante vestíbulo.

El contenedor de basura quedaba a unos metros. Aunque su tapa estaba cerrada, se notaba el hedor, intensificado por el calor. La brisa lo transportaba de tal forma que incluso hacía llorar los ojos.

Zac: Un perfume casi tan seductor como el de Rose. Ya que tienes una habitación aquí, ¿por qué no seguimos los conductos desde allí?

Ness: Escogí estos días porque en El Grande hay muchas carteras que vaciar. Lo más seguro es que se produzcan más robos. Si se lleva a cabo una investigación, preferiría que la empezaran desde aquí que desde dentro.

Zac: ¿Más vale prevenir? -preguntó y luego observó las herramientas que Vanessa iba sacando-. Muy bien. ¿Acero quirúrgico?

Ness: Claro.

Zac: Permíteme.

Escogió una ganzúa y abrió la cerradura con facilidad. Vanessa vio desde encima del hombro de él la práctica con la que trabajaba. Casi se guiaba por el sonido, con el oído inclinado hacia el punto en el que manipulaba, los dedos en movimiento como los de un virtuoso en un violín. Ella siempre se había considerado una experta cerrajera, pero tenía que admitir, como mínimo para sí misma, que él la superaba.

Ness: ¿Cuánto tiempo llevas fuera del negocio?

Zac: Cinco años. Casi.

Dejó la ganzúa antes de abrir la puerta.

Ness: No has perdido habilidad.

Zac: Gracias.

Juntos se metieron en las entrañas del hotel. Se respiraba y se olía la humedad, pero aun así era un alivio comparado con la peste a basura que dejaban atrás. Vanessa iba enfocando el haz de luz en el suelo y en las paredes de cemento. Alguien había clavado allí con chinchetas un poster de lo que parecía una estrella del pop mexicana. Vieron también alguna silla, que no ofrecía demasiada estabilidad. Del techo colgaban bombillas sin ningún tipo de lámpara.

Ness: Ya podría invertir algo de sus pingües beneficios en llevar las condiciones laborales a la altura del siglo veinte.

Observó cómo se movía sigilosamente por la pared una lagartija y pestañeó.

Zac: Mejor discutimos la deuda social de los St. John más tarde. ¿Y ahora por dónde?

Obedeciendo el gesto de ella, siguió por un cuarto, hacia un hueco que daba a una amplia zona de contadores. Las calderas para el agua caliente soltaban su zumbido, los aparatos del aire acondicionado giraban, algo que le recordó la escarcha en los cristales de su casa de Oxfordshire, donde la Navidad tendría sabor a Navidad. Frunciendo el ceño, examinó los conductos. No se había equivocado Vanessa al afirmar que eran estrechos.

Zac: Bueno, me empujas hacia arriba y luego tiro de ti.

Extendió el brazo para que le pasara la luz.

Vanessa pensaba en el estado del cuarto que encontrarían luego, que no tenía nada de lujoso. La economía mexicana estaba hecha un desastre y sus habitantes luchaban por subsistir. Podía revender las joyas de los St. John y pasar lo que sacara a organizaciones benéficas católicas.

Ness: Me imagino que no vas a reconsiderarlo. Sé una forma de aprovechar mucho mejor estas piedras que la de adornar el cuello de Lauren. Podemos repartir a sesenta-cuarenta.

Zac: ¿Sesenta-cuarenta?

Ness: Todo el trabajo lo he hecho yo -señaló-. Es un reparto más que justo.

Zachary pensó que ojalá no hubiera citado aquello. A un hombre que había nacido para robar le costaba mucho más que a otro devolver. Y no era cuestión de dinero, sino de principios. Por desgracia, en los últimos años había estado aplicando otros principios. Pensó en Spencer en su escritorio, fumando su pipa.

Zac: La luz -repitió-.

Encogiéndose de hombros, Vanessa le pasó la linterna.

Ness: Un trato mucho mejor que este, pero haz lo que quieras.

Zac: Has dicho la última planta. ¿Qué habitación?

Ness: La última de la parte de poniente; está en la esquina del edificio.

Zac: ¿Tienes una brújula?

Ness: No. -Se echó a reír-. ¿No sabes por dónde se pone el sol?

Su dignidad británica lo movió a contestar.

Zac: Yo siempre he usado brújula.

Sin dejar de reír, entrelazó sus manos para hacerle de peldaño.

Ness: ¡Alejop! ¡Allá vamos!

Zachary pasó por alto la provocación y puso el pie en sus manos. Apenas le dio tiempo a notar su peso que ya estaba arriba, serpenteando con agilidad en el conducto. Soltó alguna palabrota antes de tenderle la mano para que se metiera también ella. Sus dedos se entrelazaron, sujetándose mutuamente con fuerza. Por un momento también sus miradas coincidieron. Luego los pies abandonaron el suelo.

Avanzando a gatas, Zachary iba moviendo la linterna. Era como encontrarse en el interior de un baúl metálico.

Zac: Me da que me he perdido los dulces de Navidad.

Ness: Cuidado, que se estrecha en las vueltas -dijo casi regodeándose-. No  sé si no habría sido mejor untarte un poco con manteca.

No había espacio para volverse y dirigirle una mirada fulminante.

Zac: Con un poco de tiempo, podría idear un plan mucho más complicado.

Ness: Disponemos de todo el tiempo del  mundo.

Zachary se limitó a respirar.

Zac: No te separes mucho, que nos queda un buen trecho.

Fue un recorrido largo, además de incómodo. En más de una ocasión el túnel se estrechó tanto que Zachary tuvo que gatear retorciéndose como una serpiente hurgando bajo una piedra. Pero fueron avanzando palmo a palmo, boca abajo, equilibrando el peso. Y había que seguir prácticamente en silencio. Al pasar por encima de las aberturas oían voces, risas, y de vez en cuando el agua que caía de un grifo o una ducha.

En una ocasión, Vanessa tuvo que aplastarse contra el suelo cuando a un huésped de la cuarta planta se le ocurrió ir a hacer gárgaras al cuarto de baño. Si el cliente de la 422 hubiera abierto los ojos al escupir el enjuague con sabor a menta, habría tenido una buena sorpresa.

Hizo un esfuerzo por no soltar una carcajada mientras se arrastraban hacia la planta siguiente. Cada vez que el tubo se bifurcaba o se extendía hacia otro lado, Vanessa tiraba del pie de Zachary para indicarle la dirección. Había trazado mentalmente el trayecto un montón de veces. Al cabo de treinta agotadores minutos, salían del conducto y veían bajo ellos la taza de color rosa pastel de los St. John.

Zac: ¿Estás segura? -dijo entre dientes-.

Ness: Claro que estoy segura.

Zac: Sería muy poco profesional meter las joyas en la caja fuerte de otro.

Ness: He dicho que estoy segura -respondió en voz baja-. ¿O es que no ves esa horripilante bata con estampado de pavos reales tras la puerta?

Zachary tuvo que pegar las rodillas al pecho para echar un vistazo.

Zac: ¿Qué quieres decir?

Ness: Yo se la regalé a Lauren el día de su cumpleaños.

Zachary observó la bata.

Zac: Te cae fatal, ¿verdad?

Ness: Tiene al servicio intimidado, despide a quien quiere, cuando le da la gana, y en tres años que hace que la conozco nunca la he visto dejar una propina en un restaurante. -Le pasó un pequeño destornillador-. ¿Lo haces tú?

Zachary se quedó un momento sentado, luego, como una idea de último momento, quitó un poco de polvo de la mejilla de Vanessa, acumulado en el desplazamiento.

Ness: ¿Por qué no tú?

Con un gesto de indiferencia, ella se ocupó con rapidez y diligencia de los tornillos. En cuanto los tuvo en el bolsillo, y también la herramienta, levantó la rejilla. Zachary seguía reflexionando sobre sus palabras. ¿Qué podía importarle la forma en que Lauren St. John tratara a su servicio? Pero, decidiendo que no era el momento para aquello, dejó la rejilla a un lado.

Zac: Espera aquí.

Ness: Ah, no, yo voy contigo.

Zac: No hace falta.

Vanessa puso una mano en su brazo.

Ness: ¿Y cómo voy a saber yo que has dejado las joyas?

Zac: ¡Por favor!

Indignado, se deslizó por la abertura. Unos segundos después, Vanessa hizo lo mismo. Él levantó los brazos para cogerla de la cintura en el salto. Cuando sus manos la sujetaron, por un instante pensó que habría preferido pasar la velada de otra forma.

Los dos iban avanzando cuando un sonido los obligó a detenerse. Tardaron un minuto en identificarlo. Vanessa no pudo por menos de cubrirse el rostro con las manos y rezar para no soltar una carcajada.

Al parecer, en las primeras horas de la Navidad, los St. John desataban sus pasiones. Los muelles del colchón crujían, Lauren gemía. Charlie jadeaba.

Zac: No los molestemos -murmuró esfumándose como una sombra en el vestíbulo-.

Los sonidos de la habitación contigua subían y bajaban en intensidad mientras Zachary y Vanessa se ponían en cuclillas junto a la caja fuerte. Con aquel retumbo  que se oía, Zachary pensó que podían haber irrumpido en la suite como marines, hecho saltar la caja fuerte con explosivo y largarse por la puerta sin romper el ritmo de los St. John. Le pareció admirable el aguante de Charlie, sobre todo al oír alguna de las lamentables demandas de Lauren.

Empezaron a sudarle las manos bajo los guantes de látex, pero no de nervios, sino de envidia mientras Lauren chillaba y seguían los gemidos y los revolcones. Cogió la linterna de la mano de Vanessa, pues con las convulsiones de la risa de ella la luz iba de un lado a otro.

Zac: Contrólate un poco -la apremió-.

Ness: Perdona. Es que me imaginaba a Charlie desnudo.

Zac: Por favor, no digas cosas así, que tengo el estómago vacío.

Encontró el estuche que había dejado Vanessa y metió en él los fulgurantes rubíes y diamantes. Descubrió que dolía, y no poco, aquello de devolver algo. Luego en lo único que pudo centrarse fue en no soltar el mismo gemido cuando los de Lauren se convirtieron en aullidos y el muslo de Vanessa empujó el suyo.

Se incorporó y los dos se dirigieron hacia el cuarto de baño.

Zac: Arriba.

Lo dijo en un tono tan cortante que la obligó a levantar la barbilla.

Ness: Realmente sabes cómo quitarle la gracia a todo.

Subió al asiento de delante de la cómoda y se impulsó hacia arriba. Zachary tenía medio cuerpo dentro y medio cuerpo fuera del agujero cuando oyó pasos junto a la puerta. Doblándose sobre sí mismo, se coló dentro en el momento que se abría la puerta.

Charlie: Dios nos ampare.

Charlie, agotado, se inclinaba contra el lavabo y apartaba un mechón de su pelo ralo de sus ojos. Desde su situación privilegiada, Vanessa y Zachary no pudieron hacer más que mantenerse inmóviles como estatuas. Abrió el grifo y empezó a tragar agua despacio como un moribundo. Zachary lo observó mientras apoyaba una mano en la pared y vaciaba la vejiga. Los efluvios a sexo y a orina llegaron hasta el respiradero. Se oyó luego la voz lastimera de Lauren desde la habitación:

Lauren: Vuelve aquí, Charlie. Tengo otro regalo para ti.

Aquella silueta desnuda, barrigona, lejos de la flor de la vida, agitó la cabeza.

Charlie: ¡Ya está bien, mujer, que no soy un conejo!

Pero lo dijo en voz baja antes de cerrar la luz y volver a cumplir con ella.

Vanessa, sujetándose fuertemente la cintura, iba balanceándose. Había valido la pena perder las joyas… o casi.

Zac: Un poco de dignidad, Alteza -le dijo mientras atornillaba de nuevo la rejilla-. Vámonos de aquí.

La emoción no era la misma que la de vaciar una caja fuerte, pero tenía cierto parecido. Por primera vez en su vida, Vanessa había compartido sus pasos, sus pensamientos y su habilidad con alguien. Las risas que había tenido que reprimir durante el largo desplazamiento a través de los conductos salieron espontáneamente cuando se encontró en el coche, camino de El Presidente. Aún no habían cesado cuando Zachary la acompañó a su suite.

Ness: Es increíble, increíble de verdad. -Se dejó caer en una butaca, se relajó, estaba radiante. Aquel era un aspecto nuevo para Zachary. Se quitó los zapatos y lo miró sonriendo-. Tan increíble que ya no estoy enfadada contigo.

Zac: Perfecto, así podré dormir esta noche.

Ness: ¿Siempre estás de mal humor después de un trabajo?

En realidad estaba con los nervios de punta. Había sido un error dejarla dirigir el camino de vuelta. Había tenido que arrastrarse por aquellos conductos, atormentado e incitado por la visión de aquel precioso trasero cubierto por una prenda tan ceñida. Incapaz de sentarse, iba hasta la ventana y volvía.

Zac: Esperándote, me he perdido la cena.

Ness: ¡Huy! -Poca comprensión transmitía la exclamación-. No creo que haya servicio de habitaciones a estas horas. Tengo una tableta de chocolate.

Zac: Tráela.

Se sentía tan bien que era incapaz de mostrarse desagradable. Sacó la tableta de una de sus bolsas y se la pasó.

Ness: También queda vino.

Zachary quitó el envoltorio de la delgadísima tableta de chocolate Hershey.

Zac: No tiene leche.

Ness: Paso de leche.

Zac: No, si ya lo has demostrado con la patada que le pegaste a aquel entre las piernas.

Ness: ¡Qué vulgar! -Sirvió el vino en dos copas y le pasó una-. Creo que no tengo razones para enfadarme. El dinero sigue en mi poder.

Él la cogió por la muñeca antes de que se sentara de nuevo.

Zac: ¿Tan importante es el dinero?

Vanessa pensó en el centro para mujeres maltratadas al que destinaba sus fondos.

Ness: Sí.

Zachary la dejó para seguir con sus paseos.

Zac: ¿Y qué te reporta todo esto? ¿Te entrega de vez en cuando unos miles de dólares? ¿Estás en deuda con él, enamorada de él? Si es así, la deuda o el amor deben de ser eternos, pues por lo que he podido comprobar, tú asumes todo el riesgo siempre.

Vanessa iba tomando a sorbos el vino mientras él no paraba quieto. Es como una pantera, pensó, de un extremo a otro de la jaula sin descanso.

Ness: ¿Quién -preguntó lentamente-, es él?

Zac: Eres tú quien tiene que decirlo. -Se volvió con gesto brusco. Ni uno ni otro  se habían percatado de lo cerca que estaba su paciencia y su autocontrol de hacerse añicos. Los celos, descarnados y horripilantes, eran algo demasiado fácil de detectar. Y no iba a esperar una hora más para saber quién era el que le provocaba aquel sentimiento-. Vas a decirme quién es él, cómo caíste en sus redes y por qué lo ayudas a robar.

Ella no le quitó la vista de encima mientras veía que buscaba sus cigarrillos, luego cogió uno y lanzó el paquete sobre la mesa.

Ness: No ayudo a robar a nadie -dijo tranquilamente-.

Zac: Se acabaron por hoy los juegos.

Ness: Te lo he dicho antes: hago lo que hago por decisión propia.

Zac: Me habías dicho que lo hacías a causa de un hombre.

Ness: Sí, pero no en el sentido que pareces haber entendido tú. Ningún hombre me hace chantaje, me paga o se acuesta conmigo. -Se sentó de nuevo apoyándose bien en el respaldo-. Trabajo sola, por mi cuenta. No tengo socio ni deuda que pagar.

Zachary exhaló el humo despacio. Parecía que se estaba quitando de encima la impaciencia como si fuera una inoportuna mano que le sujetara el hombro. Surgió luego el interés y la intensidad de la emoción.

Zac: ¿Pretendes que me crea que tú sola eres la responsable del robo de millones de libras en piedras preciosas de los últimos nueve o diez años?

Ness: Yo no pretendo que creas nada. Me has pedido la verdad y he decidido contártela. -Frunció el ceño mirando la copa-. En realidad no importa, pues no tienes pruebas que puedan acusarme. Tus superiores te tomarían por un loco. Además, ya había decidido que este golpe concreto sería el último en mi carrera.

Zac: Eso es ridículo. Cuando todo esto empezó eras una niña.

Ness: Tenía dieciséis años cuando empecé. Estaba bastante verde -añadió, al ver que él la miraba fijamente-, pero aprendí rápido.

Zac: ¿Y por qué empezaste?

La leve sonrisa desapareció, Vanessa dejó la copa con un sonoro golpe en la mesa.

Ness: No es de tu incumbencia.

Zac: Ese estadio ya lo hemos superado, Vanessa.

Ness: Forma parte de mi vida privada.

Zac: Ya no tienes vida privada en la que no entre yo.

Ness: Una suposición muy arriesgada, Zachary. -Se levantó y lo miró a los ojos. Cuando hacía falta su porte hacía honor a su título-. Ha sido una velada muy distraída, pero tengo que darte las buenas noches. Estoy agotada.

Zac: No madrugues mañana. Aún no hemos terminado. -Miró su reloj-. Tengo que hacer una llamada, a un amigo en París que sabrá montar un espectáculo capaz de entretener un par de días a la Interpol.

Sin pedirle permiso se fue al dormitorio para utilizar el teléfono.

Cuando volvió, Vanessa ya se había dormido. La observó hecha un ovillo en el sofá, con una mano a modo de almohada en la cabeza y la otra en el costado. El cabello cubría su rostro, y cuando Zachary lo apartó vio que su respiración mantenía un ritmo tranquilo. Ya no tenía un aspecto frío ni majestuoso: se la veía joven y vulnerable. Consideró despertarla para interrogarla, ahora que habían bajado sus defensas, pero optó por apagar la luz y dejarla dormir.

Estaba amaneciendo cuando la oyó. La luz era suave, de un color grisáceo que, con la ayuda del sol, pronto se convertiría en un blanco reluciente. Estaba tumbado en la cama de ella y había dejado los zapatos y la camisa en el suelo. Se despertó sobresaltado, se orientó al instante, pero tuvo que incorporarse para darse cuenta de que no le había despertado la luz, sino unos sollozos.

Se acercó al salón y la encontró acurrucada, como si quisiera defenderse de una agresión o sufriera un dolor insoportable. Hasta que no se hubo agachado a su lado y acariciado su húmeda mejilla no se dio cuenta de que seguía dormida.

Zac: Ness. -La zarandeó ligeramente, con gran suavidad primero y más decisión luego, cuando ella se puso en guardia-. Despierta, Ness.

Vanessa se estremeció como si acabara de abofetearla y se replegó luego contra los cojines con los ojos muy abiertos, en los que se reflejaba el terror. Zachary siguió hablándole en murmullos, pues su instinto le indicó que se mantuviera apartado. Poco a poco, la mirada vidriosa fue desvaneciéndose y en los ojos de Vanessa apareció el dolor.

Zac: Una pesadilla -dijo despacio, mientras tomaba su mano. Notó que temblaba, pero fue cuestión de un instante, pues sus dedos se aferraron a los de él-. Te traeré un poco de agua.

Tenía una botella por abrir en la mesa. La abrió y le sirvió un vaso sin dejar de mirarla. Sin hacer el mínimo ruido, Vanessa pegó las rodillas al pecho y luego apoyó la frente en estas. La náusea se iba apoderando de su estómago mientras ella hacía esfuerzos por aspirar profundamente y conseguir cierto equilibrio.

Ness: Gracias.

Cogió el vaso con las dos manos. Mientras la pena se calmaba, la humillación iba en aumento. No abrió la boca, se limitó a desear que él se marchara y la dejara recuperar su orgullo.

Pero cuando Zachary se sentó a su lado, tuvo que contener el impulso de acercarse a él, apoyar la cabeza en su hombro y dejarse consolar.

Zac: Cuéntamelo.

Ness: Ha sido un sueño, como has dicho tú.

Zac: Estás sufriendo. -Tocó su mejilla. Esta vez Vanessa no rechazó su mano, simplemente cerró los ojos-. Cuéntamelo, que te escucho.

Ness: No necesito a nadie.

Zac: No me iré hasta que no me lo cuentes.

Vanessa fijó la vista en el agua que tenía en el vaso. No estaba fría, no tenía sabor ni efecto alguno contra aquella sensación que notaba en el estómago.

Ness: Mi madre murió en Navidad. Por favor, déjame.

Sin responder, Zachary cogió su vaso y lo dejó sobre la mesa. Luego, con la misma suavidad, la abrazó. Ella se puso rígida, se echó hacia atrás, pero Zachary no le hizo caso. En lugar de ofrecerle unas palabras de consuelo, que ella no habría soportado, le acarició el cabello. Vanessa suspiró en una especie de sollozo y se soltó en sus brazos.

Ness: ¿Por qué lo haces?

Zac: Es mi buena acción del día. Cuéntamelo.

Vanessa nunca había hablado de ello. Resultaba demasiado duro. Pero allí, con los ojos cerrados, acurrucada en el hombro de Zachary, las palabras surgieron por sí solas.

Ness: La encontré poco antes del amanecer, en el suelo. Era como si la debilidad le hubiera impedido mantenerse de pie. Parecía que había intentado arrastrarse en busca de ayuda. Probablemente me llamó y yo no la oí. -Con gesto inconsciente, le posó una mano en el hombro. Los dedos se abrían y se cerraban, se abrían y se cerraban-. Probablemente estás al corriente de lo que se comentó. Suicidio. -Lo dijo como si aquella palabra le provocara un dolor en los labios-. Pero yo sé que no se suicidó. Había estado enferma mucho tiempo. Había sufrido mucho. Seguro que solo buscaba un poco de paz, una noche tranquila. Jamás se habría quitado la vida de esa forma, sabiendo que… sabiendo que yo iba a encontrarla.

Él siguió acariciándole el cabello. Estaba al corriente de lo que se había contado, del escándalo. Aún se hablaba de ello de vez en cuando, y la historia quedaba envuelta en una especie de mística.

Zac: Tú eras quien mejor la conocía.

Echó la cabeza un poco hacia atrás para mirarlo, para escrutar su rostro antes de abandonarse de nuevo en su hombro. Nadie le había dicho nada que la tranquilizara más.

Ness: Sí, yo la conocía. Era dulce y cariñosa. Y también sencilla. Nadie comprendió nunca que el glamour pertenecía a la actriz y no a la mujer. Confiaba en las personas, incluso en aquellas en las que no podía confiar. Eso fue lo que acabó matándola.

Zac: ¿Tu padre?

Aquello tocó carne viva, tanto que Vanessa no notó el dolor hasta ver la sangre.

Ness: Él la destrozó. -Se levantó y agarrándose el cuerpo con los dos brazos se puso a andar-. Poco a poco, día a día. Y disfrutó haciéndolo. -Su voz ya no reflejaba la debilidad. Sonaba con la misma claridad que las campanas que habían anunciado la Navidad en la plaza, pero sin el júbilo que llevaban estas implícito-. Se había casado con la mujer considerada la más bella del mundo. Con una occidental. Con una actriz a la que los hombres veneraban como una diosa. Mi madre se enamoró de él y abandonó su carrera, su país, su cultura, y él quiso destruirla porque representaba al mismo tiempo lo que él más deseaba y quería y lo que más   despreciaba.

Se acercó a la ventana. El sol, ya con más vigor, hacía surgir brillos diamantinos en las claras aguas. La playa estaba desierta.

Ness: Ella era incapaz de comprender la crueldad. Un sentimiento que nunca había experimentado. No supe casi nada de todo esto hasta pasados los años, hasta que, en su desespero y su confusión, empezó a explicarlo. En Jaquir a veces hablaba conmigo porque no tenía a nadie más.

Zac: ¿Por qué no lo abandonó antes?

Ness: Para saberlo tendrías que haber conocido Jaquir y a mi madre. Estaba enamorada de mi padre. Siguió amándolo incluso cuando él tomó otra esposa porque ella lo había contrariado al tener una niña. La insultaba y la humillaba, pero ella seguía aferrada a él. Se pasaba los días encerrada en el harén mientras la segunda esposa paseaba ufana con su hijo, y seguía amándolo. Le pegaba y ella lo aceptaba. Mamá no pudo tener más hijos, y él también se lo reprochó. Pasó casi diez años con el velo, maltratada, mientras él iba minando su seguridad en sí misma, su dignidad, su amor propio. Le hizo mucho daño, pero ella resistió. Por mí. Podía haberse marchado, huido de la forma que fuera, pero no lo hizo por mí.

Inspiró profundamente, mirando, cegada, la arena iluminada por el sol.

Ness: Todo lo que hizo, todo lo que no hizo fue para mi bienestar.

Zac: Te quería.

Ness: Quizá más de lo que debía, más de lo que podía. Si pasó tantos años con él fue para no abandonarme. Él le pegaba, la violó. A saber cuántas veces lo hizo. Una noche yo estaba allí, bajo la cama, y tuve que taparme los oídos para que no me llegara nada de lo que pasaba. Allí empecé a odiarlo.

La mirada de Zachary se avivó ante aquello. El sentimiento de comprensión con el que había estado escuchando pasó a una sorda y dolorosa cólera. Cuando ocurrió aquello, Ness era una niña. Iba a hablar, pero se contuvo. No podía decir nada para quitar importancia a aquel terrible sufrimiento.

Ness: No creo que nunca hubiera podido reunir el valor suficiente para huir. Pero un día, cuando yo tenía doce años, Adel le dijo que iba a enviarme a un internado. Y que me prometería en matrimonio al hijo de un aliado suyo.

Zac: ¿A los doce años?

Ness: La boda habría tenido lugar cuando yo cumpliera los quince, pero aquel compromiso era una gran decisión política. Probablemente a mamá le quedarían aún dotes de actriz, pues aceptó la decisión e incluso simuló alegrarse de ella. Lo convenció para que me llevaran a París con ellos, así, según ella, vería un poco de mundo. Para ser una buena esposa, tenía que saber cómo comportarme fuera de Jaquir. Le hizo creer que le agradecía el interés que sentía por mi bienestar y que aprobaba mi futuro matrimonio. En mi país no es nada extraño que una mujer se case a los quince.

Zac: ¿Quieran o no?

Vanessa no pudo por menos que sonreír. Le pareció una salida muy británica.

Ness: En Jaquir se conciertan todos los matrimonios, desde el de la hija de un campesino hasta el de la hija de un rey. Así se fortalece la tribu y se legitima la relación sexual. El amor y la elección no desempeñan ningún papel.

La luz estaba cambiando. Vanessa vio a un joven, cubierto de arena, que avanzaba, tambaleándose, al borde del agua.

Ness: Cuando estábamos en París, mamá logró ponerse en contacto con Celeste. Ella nos consiguió los billetes de avión para Nueva York. Adel procuraba presentar una imagen progresista cuando salía de Jaquir, por eso pudimos ir de tiendas y a los museos. Mi madre también tenía permiso allí para llevar el cabello suelto y no taparse con el velo. En el Louvre, nos despistamos de los guardaespaldas y huimos corriendo.

Se apretó los párpados con las yemas de los dedos. Tenía los ojos hinchados e irritados. El rayo de sol que entraba por la ventana le hacía daño.

Ness: Nunca volvió a sentirse bien, y nunca dejó de amarlo. -Soltó las manos y se volvió-. Ella me enseñó que una mujer que cae en la trampa del amor siempre pierde. Me dijo que para sobrevivir una tiene que contar únicamente consigo misma.

Zac: Con ello también pudiste aprender que a veces el amor no tiene límites.

Notó un escalofrío. Él la miraba con ojos tranquilos, con aire serio. Había algo en aquella mirada que ella no quería ver, de la misma forma que no le apetecía analizar por qué le había contado lo que jamás había dicho a nadie.

Ness: Voy a ducharme -dijo decidida-.

Se dirigió hacia la puerta, pero algo la hizo dudar antes de cruzarla y cerrar.




¡Gracias por leer y por comentar! 😊


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Que bien que vanessa se conto todo a zac
El la va a ayudar
Me encanta el camino que esta novela esta teniendo
Será que zac despues de esto la ayude en hacerle algo a adel
Siguela pronto
Saludos

Carolina dijo...

OMG OMG!!
Que la hizo dudar??
Zac es demasiado lindo aunque quiera hacerse el duro xD
Y por lo menos ya entiende en parte porque Ness es como es
Continuala pronto porfis! Quiero saber que la hizo dudar

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