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lunes, 12 de agosto de 2019

Capítulo 19


Vanessa pensaba que Zachary era un hombre difícil de calibrar. Podía mostrarse vehemente de golpe y frívolo un momento después. En el coche, camino del hotel, le hablaba de las relaciones que tenían en común sin darle más importancia. Como si no hubiera existido aquel momento en el restaurante en el que le había cogido la mano y mirado a los ojos como si quisiera doblegar su voluntad con la fuerza del gesto. En el exterior estaban a merced de la brisa tropical y de la luz de la luna. Atrás quedaba la conversación sobre el collar y la sangre que se había derramado por él.

No costaba mucho ver cómo él se había introducido en el círculo de los ricos y privilegiados. Mirándolo, nadie habría visto en él al ladronzuelo huérfano de Chelsea. Ni tampoco al escalador frío y calculador. Se mostraba como una persona cultivada, algo aburrida, encantadora y sin rumbo. Sin embargo no era ninguno de aquellos personajes.

A pesar de ser consciente de ello, Vanessa se relajó. Su atractivo radicaba sobre todo en el hecho de que era capaz de hacer temblar a una mujer y acto seguido hacerla reír a carcajadas.

Cuando el coche se detuvo en el aparcamiento del hotel, le sorprendió su sensación de pesar al comprobar que la velada tocaba a su fin.

Ness: Me molestó esta mañana encontrarte todavía aquí -le dijo mientras buscaba la llave en su bolso-.

Zac: Te has puesto furiosa al encontrarme todavía aquí.

Le cogió la llave de la mano y él mismo abrió la puerta.

Ness: Sí. -La divertía y la relajaba. Su sonrisa lo reflejaba-. No suelo cambiar de parecer, pero tu compañía hoy me ha resultado muy agradable.

Zac: Me alegra oírlo, pues no tenía intención de despedirme -dijo tomándola del brazo y entrando-.

Ness: Si crees que ahora me voy a ir corriendo a recuperar las joyas de los St. John, tranquilízate.

Zachary dejó la llave de la habitación sobre la cómoda, cogió el bolso de ella y lo puso al lado.

Zac: Mi presencia aquí no tiene absolutamente nada que ver con las joyas.

Sin darle tiempo a retroceder, la cogió por los hombros, descendió con gran suavidad por sus brazos y con un gesto de lo más natural entrelazó sus dedos con los de ella.

Ness: No.

Tomó una de sus manos, la besó y luego hizo lo mismo con la otra.

Zac: ¿No qué?

Una oleada de calor llegó a las yemas de los dedos de Vanessa. Una cosa era dejar a un lado lo que nunca había probado y otra resistirse a la súbita necesidad.

Ness: Vete.

Sin soltar una de sus manos, apartó el cabello de su nuca, acariciándole levemente la piel. Zachary notó la sacudida de la reacción, pero no supo si procedía de ella o de él.

Zac: Me iría si estuviera convencido de ello. ¿Sabes que dicen de ti que eres inalcanzable?

Lo sabía perfectamente.

Ness: ¿Y por eso me deseas? ¿Porque soy inalcanzable?

Zac: Es algo que me habría bastado -dijo jugando con su cabello- en otra época.

Ness: Sabes que no me interesa, Zachary. Pensaba que lo había dejado claro.

Zac: Una de las cosas que más admiro en ti es tu talento a la hora de mentir.

Se había acercado mucho a ella.

Ness: Realmente no sé qué más puedo hacer para convencerte de que pierdes el tiempo.

Za: Poca cosa, si fuera cierto. Tienes una forma de mirar a un hombre, Ness, capaz de helar la sangre más ardiente. Pero no es esa la mirada que me diriges ahora mismo.

Apoyó su mano en la nuca de ella y a pesar de que Vanessa quedó inmóvil vio que sus carnosos y suaves labios se abrían, temblorosos. Incluso el hombre más saciado del mundo habría sentido ansias de probarlos.

Vanessa notó el vuelco del corazón cuando la boca de él murmuró sobre la suya. Hizo el gesto de levantar la mano para apartarlo. Un reflejo de autodefensa. Pero sus dedos se apoyaron en el torso de él. Sintió la necesidad.

Y con esta, curiosamente, apareció el arrepentimiento.

Ness: No puedo ofrecerte lo que deseas. No soy como las otras mujeres.

Zac: Es cierto, no eres como las demás. -Con gesto instintivo, acarició su cuello, relajándolo, tranquilizándola a pesar de que con sus labios la alteraba-. Ni deseo nada que no estés dispuesta a darme.

Cuando intensificó el beso, Vanessa gimió. Una reacción que tenía algo de desesperación y de asombro. Por un instante, por un corto instante, cedió al deseo. Su cuerpo se apretó al de él, sus labios y su corazón se abrieron. Zachary alcanzó a ver la belleza, la generosidad, algo tan abrumador que lo dejó impresionado.

Un momento más tarde, Vanessa se apartó y se volvió.

Ness: Sé cuál es la imagen que doy, Zachary, pero no es más que una imagen. Esas cosas no están hechas para mí.

Juntó las manos con fuerza para evitar el temblor.

Zac: Puede que fuera así en el pasado. -Puso de nuevo las manos sobre sus hombros-. Y que ahora ya no sea así.

Conservaba su orgullo, el que la había mantenido a flote en aquellos años tan difíciles. Era una mujer fuerte, y por ello, capaz de hablar sin sentir vergüenza alguna.

Ness: Nunca he estado con un hombre. Nunca lo he deseado.

Zac: Lo sé -Vanessa volvió el rostro, como él esperaba que hiciera-. Lo he comprendido esta mañana cuando me has hablado de tu padre, de lo que presenciaste entre él y tu madre. Nada de lo que yo pueda decir borraría aquello ni lo que sientes respecto a ello, excepto que las cosas no tienen por qué ir así, nunca tendrían que haber ido así.

La tocó de nuevo, su mano rozó la mejilla de ella. Era tanto una prueba para sí mismo como para Vanessa. Esta cerró los ojos, absorbió la sensación de aquellos dedos en su piel, así como la maraña de nervios y el ansia que le provocaba. Siempre había sido una mujer que sabía dominarse y también dominar su destino. Aquella noche parecía que Zachary iba a formar parte de este.

Ness: Tengo miedo.

Él le quitó las dos peinetas de marfil que llevaba en el cabello.

Zac: Yo también.

Aquella respuesta le hizo abrir los ojos.

Ness: No te creo. ¿Por qué ibas a tenerlo?

Zac: Porque cuentas mucho para mí. -Dejó las pequeñas peinetas en la cómoda para poderle acariciar el pelo-. Porque esto es muy importante para mí. -La estrechó, procurando hacerlo con suavidad, teniendo más presente su fragilidad que su fuerza. Una cosa y otra le habían atraído desde el primer instante-. Podemos pasarnos la noche analizándolo, Ness, o puedes dejar que te ame.

No había otra alternativa, nunca la había habido. Vanessa creía en el destino, en el que la había sacado de Jaquir, en el que iba a determinar su regreso. En aquellos momentos este disponía que pasara aquella noche con Zachary, aunque solo fuera una noche, para aprender qué era lo que empujaba a las mujeres a entregar el corazón, y la libertad, a los hombres.

Esperaba pasión. Algo que ella comprendía. Aquel desatado frenesí que movía a los hombres a buscar una forma de liberarse. Había aprendido sobre el sexo en las crudas conversaciones del harén y en las nostálgicas y románticas charlas alrededor de una taza de té por la tarde. Las mujeres eran tan ávidas como los hombres, aunque no siempre conseguían saciar sus ansias. La impresión sobre las relaciones sexuales que la había acompañado desde la niñez era la imagen de un embrollo de cuerpos, un frenesí de sonido y movimiento que tenía lugar casi siempre en la oscuridad.

Cuando los labios de él se hundieron en los suyos de nuevo, Vanessa se entregó al beso.

Pero aquello no fue más que el susurro de un beso, el roce, el repliegue y otra vez el contacto de labios contra labios. Abrió los ojos sorprendida y comprobó que él la observaba.

Vio la confusión y también el deseo que aumentaba por momentos mientras jugaba con su boca. No detectó necesidad de devorar o poseer. Con ella, no; en esta ocasión, no. La destreza, la paciencia que había aprendido en su vida, iba a servirle aquella noche. Dejó que sus manos acariciaran con libertad aquel cabello para que los dos pudieran adaptarse a lo inesperado.

De tal forma que cuando volvió a tocarla, Vanessa no se puso rígida. Su cuerpo estaba preparado para que lo acariciaran, para que lo descubrieran. Él se quitó la americana y ella no dudó en acariciarle los hombros, la espalda. Impaciente por descubrir la sensación que Zachary experimentaba, tiró de su camisa hasta poder pasar las manos por debajo de ella.

Notó el suspiro de él ante la caricia. Su boca se mostró más apremiante en la de ella, los latidos de su corazón se dispararon. Oyó que murmuraba, pero no entendió que le pedía un poco de calma. ¿Cómo podía comprender lo que le costaba desnudarla poco a poco, acariciar con suavidad cuando el cuerpo le pedía agarrar con avidez? Desnuda, se estremeció. El sonido del vestido al caer al suelo resonó como un trueno en su cabeza.

Su piel resplandecía bajo el rayo de luna que teñía de plata su cabello al caer por encima de los senos. Zachary había tenido conciencia del deseo pero no había imaginado que el ansia sería tan perentoria, que le temblarían las manos al quitarse la camisa, que notaría un profundo dolor en la garganta al llevarla hasta la cama.

Ella también había tenido conciencia del deseo, pero los suyos siempre habían seguido un camino claro y un objetivo firme. Seguridad, reputación, restitución. Ahora veía que algunos de ellos entraban en un laberinto de sendas que llevaban a un sinfín de destinos. Seguía teniendo miedo, pero ya no de él. Tenía miedo de ella misma, del precio que estaba dispuesta a pagar para seguir sintiendo lo que sentía en aquellos momentos.

Él le enseñó lo que era arder a fuego lento sin dejar de ansiar la llama. Vanessa oyó su propio suspiro tembloroso cuando su cuerpo, al que siempre había negado aquel placer, se tensó, se estremeció y aceptó. La pasión licuaba, la ternura excitaba y la conciencia hacía añicos unas creencias mantenidas mucho tiempo.

Él tomó, como Vanessa había imaginado, pero también ofreció. Y no hubo dolor. Ella habría jurado que experimentaría dolor, pero las manos de Zachary se movían en su cuerpo como el agua. Aunque los labios de él se detuvieran en sus senos y su cuerpo se arqueara respondiendo al estímulo, no experimentó más que placer. Oleadas de placer.

Zachary notaba su perfume a humo, a seda, a secretos. Un hombre podía enloquecer con aquello. La tocaba, pero siempre con cautela. A pesar de que su respuesta era todo lo que podía soñar un hombre, aún notaba cierto nudo de tensión. Sabía que la llevaba a unas cimas que ella no comprendía. Su cabeza en parte se contenía, probablemente recelosa del precio que iba a pagar por ello. Donde el placer era intenso, intensa era también la vulnerabilidad. Murmurando, cubrió la boca de Vanessa con la suya. Ella abrió los labios y dejó que su lengua iniciara una danza de tanteo con la de él.

Los sabores le parecieron nuevos y, al mismo tiempo, demasiado conocidos. No le inspiraba temor, como había imaginado, el contacto del cuerpo de él con el suyo, con el que se acoplaba, sobre el que se deslizaba. No vivió la sensación de violencia para la que se había preparado cuando él acarició aquello a lo que ningún hombre se había acercado.

A partir de ahí se multiplicaron las sensaciones placenteras, el descubrimiento tranquilo. Su respiración bajó el ritmo y buscó el aire; su piel, sensibilizada por las mil y una caricias, se fue calentando hasta el punto que ni la brisa que entraba por la ventana abierta pudo cambiar aquel crescendo. Indefensión. Algo que se había  jurado no sentir nunca, y menos en manos de un hombre. Luchó en contra, también contra él, mientras la pasión se inflamaba, los unía e irradiaba más calor.

Entonces apareció el dolor, pero un dolor que no tenía nada que ver con los que ella hubiera podido experimentar nunca. Y luchó contra él al tiempo que luchaba para que no desapareciera. Clavaba las uñas en las sábanas en un desesperado intento de encontrar el equilibrio.

Zachary, poco a poco fue pasando levemente la mano por su muslo, notando el temblor de cada uno de sus músculos. Por fin la encontró, cálida y húmeda. Se produjo un momento de resistencia, un perder el aliento al intensificarse la sensación. El cuerpo de Vanessa se contrajo y luego, con un gemido de asombro en la liberación, se relajó.

Desde aquel momento se sintió atrapada, ávida de sensaciones, desesperadamente al acecho de lo que él pudiera mostrarle. Notaba su sangre hirviendo, a punto de estallar en las venas mientras se aferraba a él. Al abrazarlo estaba abrazando la libertad. Confiaba en él. Se abrió a la nueva sensación de la misma forma que se abría a él.

Cuando Zachary penetró en su interior, vivió un instante de impacto, de placer. Él habría sido incapaz de explicarle que en aquel momento, con su cuerpo pegado al de él, se sentía más vulnerable que jamás en su vida y también más dispuesto al riesgo.

Un poco más tarde, Vanessa estaba tumbada a su lado. Aquello no tenía que significar tanto. Era imposible que cambiara nada. Sabía que era una locura verlo de otra forma. En su país natal, una mujer de su edad llevaría años casada y, si Dios lo hubiera dispuesto así, tendría unos cuantos hijos. Lo que había pasado aquella noche no era más que una función natural. Al fin y al cabo, la mujer había nacido para proporcionar al hombre placer e hijos.

¡Pensaba como una mujer de Jaquir! La idea la horrorizó y le dejó un sabor tan amargo en la boca que incluso sofocó el olor que emanaba el cuerpo del hombre que tenía al lado. Se dispuso a apartarse, casi decidida a salir corriendo. Luego notó el brazo de Zachary.

Apoyado en un codo, estudiaba su rostro. Seguía escondiendo secretos y, bajo el brillo de la pasión satisfecha, adivinó también alguna reserva.

Zac: ¿Te he hecho daño?

Aquel no había sido su primer pensamiento, pero no estaba más dispuesto que ella a compartir sus secretos.

Ness: Claro que no.

Él le acarició una mejilla. Vanessa no se apartó, pero tampoco le devolvió el gesto. Al notar su piel fría, la tapó con la sábana, a la espera de que le hablara, le diera alguna pista sobre cómo se sentía o lo que esperaba de él. El silencio se alargó y se hizo incómodo.

Zac: No me olvidarás -murmuró-. Nunca se olvida al primer amante.

Lo dijo con el punto justo de mordacidad para que ella viera que se contenía, pero no la suficiente para comunicarle que se sentía herido.

Ness: No, no te olvidaré.

La hizo girar hacia él, de forma que su melena formaba una especie de cortina entre ambos. Sus miradas se encontraron. Había en ellas un reto, reconocido y aceptado.

Zac: Será mejor que me asegure de ello -le dijo antes de juntar su boca a la de ella-.

Cuando Vanessa se despertó, el sol lucía con claridad, ya en lo alto del cielo. Notó un dolor, apagado y en cierta forma dulce, en todo el cuerpo, que le recordó la noche que había pasado. Sintió deseos de sonreír, de acurrucarse en la cama y guardar todas aquellas sensaciones para sí, como una bolsa repleta de los más delicados diamantes. Pero había algo en el fondo que le repetía que la sumisión de una mujer en la cama significaba sumisión en todos los campos.

Zachary dormía a su lado. No había planeado pasar la noche con ella, y mucho menos abrazado a ella. De la misma forma que ella jamás habría imaginado que pudiera resultar tan reconfortante estar despierta de noche y oír aquella respiración tranquila. Ahora sabía el placer que le proporcionaba observar su rostro a la luz del sol matutino.

La ternura, un sentimiento que experimentaba y contra el que luchaba. Casi no podía detener sus dedos, ansiosos de acariciarle la mejilla, de tocar su pelo. ¡Qué satisfacción le produciría acariciarlo en aquellos momentos como si lo ocurrido durante la noche hubiera sido real e importante!

Despacio, desplegó la mano para acercarla a él. Las yemas de los dedos apenas habían rozado su piel cuando Zachary parpadeó. Vanessa apartó la mano.

Incluso medio dormido, sus reflejos eran rápidos. Cogió su mano y se la llevó a los labios.

Zac: Buenos días.

Ness: Buenos días. -Se sentía torpe, tonta y torpe-. Hemos dormido más de lo que habría querido.

Zac: Para eso están las vacaciones. -Con un suave movimiento, se colocó encima de ella y empezó a besuquearle el cuello-. Y para otras cosas.

Ella cerró los ojos. Luchar contra su propio deseo, su necesidad de entrega, le resultaba mucho más difícil de lo que nunca habría pensado. Suponiendo que fuera posible, lo deseaba más de lo que lo había deseado por la noche. El amor, como cualquier lujo que uno se permitía, se ansiaba más después de haberlo catado.

Ness: ¿Desayuno? -dijo esforzándose en poner un tono neutro-.

Después de mordisquearle los labios, él se apartó.

Zac: ¿Tienes hambre?

Ness: Muchísima.

Zac: ¿Llamo al servicio de habitaciones?

Ness: Sí… No -dijo, y acto seguido se arrepintió de aquel disimulo-. En realidad lo que haría es ducharme y cambiarme. Luego se me ha ocurrido que estaría bien ir a bucear a Palancar.

Zac: ¿Has alquilado un barco?

Ness: Aún no.

Cuando Zachary se incorporó, ella se apartó un poco, lo suficiente para que los dos cuerpos no se tocaran.

Zac: ¿Quieres que lo haga yo? Iré a darme una ducha y nos encontramos dentro de una hora en el comedor. Podríamos salir después de comer algo.

Ness: Perfecto -consiguió dibujar una sonrisa-. Pero yo tardaré un poco más. Tengo que llamar a Celeste.

Zac: No te entretengas mucho. -Le dio un beso y ella, empezando a arrepentirse de lo que iba a hacer, se lo devolvió con la misma pasión. Él le murmuró al oído-: Una persona puede pasar más de un día sin probar bocado.

Ness: Esta persona, no -respondió con una risita algo forzada-.

Esperó a que él hubiera cerrado la puerta para doblar las rodillas y apoyar la cabeza en ellas. No tenía que sufrir. Hacer lo que debía no podía reportarle sufrimiento. Sin embargo, lo pasaba mal. Apartó las sábanas con gesto brusco, se levantó de un salto y empezó a prepararse.


Sentado junto a la ventana del comedor, desde donde observaba cómo se untaban el cuerpo quienes adoraban el sol, Zachary decidió dar un cuarto de hora de margen a Vanessa. Sabía que algunas mujeres no respetaban como era debido el valor del tiempo. Pero al cabo de un rato pensó que ella no pertenecía a ese tipo de mujer.

Algún problema debía de tener un hombre que empezara a contar los minutos. Cogió la rosa que había dejado junto al plato de ella. Estaba sufriendo.

La noche anterior no había sido solo cuestión de pasiones desatadas. Algo se había convulsionado en su interior y puesto las cosas en su sitio. No había buscado, ni había sido su intención encontrar, a alguien que encajara tan bien con él. Pero era un camino sin retorno. Para ella también, pensó mientras encendía un cigarrillo. Puede que Vanessa creyera que podría reemprender su vida donde la había dejado antes del encuentro, pero él iba a demostrarle que se equivocaba.

Había tomado su decisión, tal vez la primera en su vida no marcada por el egoísmo o por el afán de lucro, pero estaba tomada. Y no estaba dispuesto, ni por asomo, a perder el resto de la mañana esperando el momento de convencerla de que aquella era la decisión adecuada.

Aplastó el cigarrillo, lo dejó aún consumiéndose y el café enfriándose y salió a toda prisa del comedor. Cuando llegó a la puerta de ella se sintió incómodo. Un tontaina perdidamente enamorado, pensó algo asqueado. Llamó con más insistencia de la necesaria y, al no obtener respuesta, accionó el tirador. Estaba cerrada, pero él llevaba en el bolsillo la llave de su habitación, una tarjeta de crédito y una moneda. Sin ni siquiera mirar a un lado y otro se puso manos a la obra.

Apenas hubo abierto la puerta, lo entendió. Maldiciendo, se acercó al armario para abrirlo. Estaba vacío, aunque en él permanecía su perfume. Detectó un rastro de polvos en el tocador, pero ni un frasco, ni un tubo.

Cerró el armario de un portazo y se metió las manos en los bolsillos. Quedó un momento allí plantado, dominado la rabia y la impotencia. Él, que nunca se había mostrado violento, supo en aquellos momentos cuál era la sensación del que planifica un asesinato, saboreándolo. Cuando consiguió dominar aquel sentimiento, se acercó al teléfono y marcó el número de recepción.

Zac: ¿Hace mucho que Lara O'Connor ha dejado la habitación? -Esperó, imaginando escenas violentas, represalias-. ¿Cuarenta minutos? Gracias.

Vanessa podía salir corriendo, pensó Zac mientras colgaba, pero nunca sería suficientemente veloz.

Al tiempo que Zac tramaba su venganza, Vanessa se abrochaba el cinturón en el asiento del avión. Escondía sus ojos tras unas gafas oscuras. No los tenía enrojecidos, pues no se había permitido el lujo de llorar, pero su mirada expresaba pesar. Pensó que él estaría enfadado. Luego seguiría su camino, igual que ella, tal como estaba obligada a hacer. Las emociones como las que le había despertado él no cabían en su vida. Mientras no tuviera en sus manos el Sol y la Luna en su existencia solo había lugar para la venganza.


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Demonios!!! Ya todo estaba bien y ahora vanessa se va
Espero y zac la encuentre, el esta muy molesto
Siguela pronto que esta muy buena
Saludos

Carolina dijo...

Como puede dejar a Zac luego de una noche asi??
A mi tendrían que pagarme para que me vaya xD
Y Zac esta super enamorado, me encanta!!
Síguela pronto porfis, quiero ver como le irá en Jaquir

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