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jueves, 8 de agosto de 2019

Capítulo 18


Vanessa pensó que Zachary se había marchado. Se entretuvo en la ducha, dejando que el chorro de agua caliente diera de lleno en su piel. La intensa jaqueca de antes fue cediendo, convirtiéndose en un leve dolor sordo que ella misma sabía que eliminaría con un par de aspirinas. Para aumentar su sensación de bienestar, se embadurnó de crema y se puso una bata cómoda con la idea de tumbarse en la terraza y dejar que su cabello se secara al sol.

La playa podía esperar. Aquella mañana prefería estar sola, lejos de los camareros que iban de un lado a otro sirviendo cócteles, de los turistas que se pegaban un chapuzón, gritaban y se asaban al sol. Siempre había pasado la mañana del día de Navidad sola, evitando a los amigos mejor intencionados y también las obligaciones sociales. Los recuerdos de la última Navidad de su madre no eran tan crudos y dolorosos como el primer día, pero no podía soportar ver una rama de acebo o las bolas de brillantes colores.

Phoebe siempre colocaba un ángel blanco en el árbol. Lo hizo todos los años que pasaron en Estados Unidos. Salvo el último, aquel en que se había internado demasiado en el oscuro túnel.

Vanessa veía la enfermedad de su madre como un túnel, negro, profundo, con un montón de recovecos, sin salida. Prefería aquella visión concreta a la frialdad de los términos técnicos que había leído en los tratados sobre comportamiento anómalo en los que se había enfrascado a menudo. Le parecía también mejor que todos los diagnósticos y predicciones que le habían presentado unos respetables médicos en unas tranquilas consultas en las que dominaba el olor a cuero.

El túnel que había ido engullendo a su madre con el tiempo. Con los años, de alguna forma Phoebe fue encontrando la salida, hasta el día en que se sintió excesivamente cansada, o hasta que la oscuridad le pareció mejor que la  luz.

Era posible que el tiempo curara, pero no te hacía olvidar.

Había sido positivo convertir los sentimientos en palabras, aunque empezaba a arrepentirse de haber contado tantas cosas a Zachary. Intentó convencerse, sin embargo, de que no tenía importancia, pues pronto sus caminos se separarían y lo que le había dicho, lo que habían compartido, con el paso del tiempo no significaría nada. Tampoco tenía consecuencias que él se hubiera mostrado amable cuando Vanessa no esperaba amabilidad. Y si había despertado en ella algún deseo, sabría superarlo. Llevaba demasiado tiempo cuidándose sola, guardando para sí las emociones para cambiarlo de golpe.

A partir de aquellos momentos, todos sus pensamientos, todos sus sentimientos tenían que centrarse en Jaquir… Y en la venganza.

Pero cuando abrió la puerta entre las dos estancias descubrió que Zachary seguía allí, descalzo, sin camisa, hablando en un español irreprochable con un camarero de aire afable, vestido de blanco. Vio que le entregaba una buena propina, al parecer suficiente para que el joven se alegrara de haber trabajado aunque fuera en fiesta señalada.

**: Buenos días, señora. Feliz Navidad.

Vanessa ni se molestó en puntualizar que no era aquella su situación en relación con Zachary, ni que llevaba mucho tiempo sin pasar una Navidad feliz. Pero le sonrió, gesto que compensó casi tanto al hombre como los pesos que acababa de embolsarse.

Ness: Buenos días. Feliz Navidad -cruzó los brazos esperando oír cómo se cerraba la puerta-. ¿Por qué sigues aquí? -preguntó a Zachary cuando estuvieron solos-.

Zac: Porque tengo hambre.

Se acercó a la terraza, se sentó y sirvió café. Hay formas y formas de ganarse la confianza de alguien, pensó. Con un pájaro que tiene el ala rota, hay que tener paciencia, tratarlo con cariño y dulzura. Con un caballo excitable al que han fustigado, hay que actuar con diligencia y se corre el riesgo de recibir una coz. Con una mujer, hacía falta una buena dosis de encanto. Zachary estaba dispuesto a combinar los tres métodos.

Vanessa salió con el ceño fruncido.

Ness: ¿Y si yo no hubiera querido desayunar?

Zac: Podría comérmelo todo.

Ness: ¿O compañía?

Zac: Pues bajaría a la playa. ¿Leche?

Podría haberse resistido al aroma del café o a la dorada luz del sol. Se dijo que sin duda podía resistirse a él. Pero a lo que no podía, ni quería, resistirse era al olor de la comida recién preparada…

Ness: Sí.

Se sentó como si acabara de conceder una audiencia. Los labios de Zachary dibujaron un amago de sonrisa.

Zac: ¿Azúcar, Alteza?

Los ojos de ella echaron chispas. Se fraguaba la tormenta. Pero de repente una sonrisa despejó las nubes.

Ness: Solo utilizo mi título en ocasiones formales, o con algún idiota.

Zac: Me siento halagado.

Ness: No hace falta. Aún sigo preguntándome si perteneces al género de estos últimos.

Zac: Te dejo todo el día para decidirlo. -Partió la tortilla, que soltó sus apetitosos aromas. Se le ocurrió que Vanessa era algo así: suave y elegante por fuera y todo calidez y sorpresa por dentro-. He estado tan atareado vigilándote que no he tenido tiempo de bañarme o tomar el sol.

Ness: Una verdadera lástima.

Zac: Exactamente. O sea, que lo mínimo que podrías hacer es aprovechar la ocasión para apuntarte a un baño. -Untó una tostada con mermelada de fresa y se la pasó-. A menos que te dé miedo mi compañía.

Ness: ¿Por qué habría de darme  miedo?

Zac: Porque sabes que deseo hacer el amor contigo y temes que pueda gustarte.

Vanessa tomó un bocado de tostada, esforzándose por mantener la calma.

Ness: Ya te dije que no tenía intención de acostarme contigo.

Zac: Así que unas horas juntos al sol no tendrán ninguna consecuencia. -Y como si acabaran de acordarlo, siguió comiendo-. ¿Iba en serio lo que me dijiste anoche?

La tortilla era un buen calmante. Cuando el sol hizo desaparecer el último resquicio de su jaqueca, Vanessa levantó la vista.

Ness: ¿Sobre qué?

Zac: Sobre que este sería tu último trabajo.

Vanessa fijó la vista en los huevos que tenía en el plato. No solía tener problemas con mentir y tampoco le afectó mucho descubrir que con él le costaba un poco.

Ness: Dije que era el último en este estadio de mi carrera.

Zac: ¿Y eso qué quiere decir?

Ness: Lo que acabo de decir.

Zac: Tengo una obligación con mis superiores, Vanessa. -Pensó que tenía que conjugar paciencia y mano firme-. Y también necesito ayudarte. -Observó el recelo en sus ojos, pero vio que no apartaba la mano cuando él ponía la suya encima-. Si eres sincera conmigo, tal vez encuentre la forma de conseguir lo uno y lo otro. De lo contrario, tendré tantos problemas como tú.

Ness: No tendrás ninguno si lo dejas todo en mis manos. Es una cuestión privada, Zachary, que no tiene nada que ver con la Interpol ni contigo.

Zac: Conmigo sí tiene que ver.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Porque tú me importas. -Cuando la mano de ella se movió inquieta bajo la suya, Zachary se la estrechó un poco más-. Me importas mucho.

Vanessa habría preferido que él hubiera recurrido a la típica salida de los hombres que se sentían atraídos por una mujer. Pero su respuesta fue demasiado simple, demasiado directa y sincera.

Ness: Preferiría que no fuera así.

Zac: Y yo, pero los dos estamos en el mismo barco. -Soltó su mano y, con el máximo aplomo que pudo reunir, siguió comiendo-. Te lo pondré fácil. Empieza por contarme cómo llegaste a lo de las cajas fuertes.

Ness: No me dejarás en paz hasta que lo haga, ¿verdad?

Zac: No. ¿Más café?

Vanessa asintió. Decidió que al fin y al cabo no importaba tanto. Por otra parte, tenían en común las mismas sensaciones, las mismas emociones, los mismos triunfos.

Ness: Ya te he dicho que mi madre estuvo enferma mucho tiempo.

Zac: Sí.

Ness: Necesitábamos médicos, medicinas y tratamientos. Estuvo hospitalizada durante largos períodos.

¿No iba a saberlo? Cualquiera que hubiera leído alguna revista en los últimos diez años conocía la tragedia de Phoebe Spring. Pero él prefería oírlo de boca de Vanessa, a través de sus sentimientos.

Zac: ¿Cuál era su enfermedad?

Vanessa sabía que aquella era la parte más dura. Tenía que liquidarla deprisa.

Ness: Le diagnosticaron una psicosis maníaco-depresiva. Según en qué momentos, hablaba sin parar, hacía planes extravagantes. Era incapaz de sentarse, de dormir o comer, pues se encontraba desbordante de una energía que era una especie de veneno para ella, algo que la quemaba por dentro. Pero de pronto vivía un bajón que le impedía incluso articular una palabra. Permanecía sentada con la mirada perdida. No reconocía a nadie, ni siquiera a mí.

Carraspeó un poco y tomó un sorbo de café. Aquel era el recuerdo más doloroso: revivir lo que había sentido allí sentada, tomando la mano de su madre entre las suyas, hablándole, suplicándole incluso, para no recibir más que una mirada inexpresiva. En aquellos momentos, Phoebe se encontraba perdida en el túnel, tentada por la oscuridad y el silencio.

Zac: Aquello tuvo que ser un infierno para ti.

No lo miró, no podía hacerlo. Volvió la vista hacia el mar, tan azul que no podía ser más que un espejo del cielo.

Ness: Fue un infierno para ella. Con los años, empezó el problema de dependencia del alcohol y las drogas. Algo que había empezado en Jaquir… No puedo ni imaginar cómo se procuraba todo aquello allí. Pues bien, la cosa se disparó y escapó a todo control cuando intentó rehacer su carrera en Hollywood. Realmente no sé si fue la enfermedad mental la que alimentó el alcoholismo o al contrario. Lo único que sé es que ella luchó contra los dos mientras pudo, pero que cuando nos trasladamos a California no llegaron ni los guiones ni los papeles que esperaba y ella no pudo superar ese fracaso. La aconsejaban mal y sin embargo ella escuchaba lo que le decían como si fuera el maná del cielo. Su agente era un canalla.

En este punto su tono se alteró un poco, pero no le tembló la voz. Por sutil que fuera el cambio, Zachary captó algo y la miró fijamente.

Zac: ¿Qué hizo? ¿Qué te hizo?

Ella levantó la cabeza como movida por un resorte. Durante un instante sus ojos tuvieron la transparencia del cristal, pero con la misma rapidez con la que había aparecido, la expresión se nubló.

Zac: ¿Qué edad tenías entonces? -preguntó sin alterarse cerrando el puño alrededor del tenedor-.

Ness: Catorce. Pero no fue tan terrible como piensas. Mamá llegó antes de que… mientras luchaba contra él. Nunca la había visto de aquella forma. Fue algo increíble, realmente como la tigresa que defiende a su cachorro. -Aquello la hacía sentir incómoda y quiso dejar a un lado el recuerdo-. Lo que cuenta es que él la arrastró por el lodo, la utilizó, la explotó, y ella estaba demasiado abatida después de aquellos diez años en Jaquir para plantar cara.

Zachary no insistió, consciente de que quien desea ganar la confianza de otro no puede azuzarlo.

Zac: ¿Así que no os quedasteis en California?

Ness: Volvimos a Nueva York después del incidente con su agente. Ella parecía estar mejor, mucho mejor. Hablaba de actuar de nuevo. De los escenarios. Se emocionaba hablando de las propuestas que recibía. En realidad, ninguna, al menos ninguna importante, pero en aquel tiempo yo no lo sabía, porque creía, quería creer, que todo iba bien. Luego, poco después de haber cumplido yo los dieciséis, un día volví a casa del colegio y la encontré sentada a oscuras. Le hablé y no me respondió. La zarandeé, grité. Nada de nada. No sé ni cómo explicarlo… Algo así como si hubiera muerto por dentro.

Zachary no dijo nada; entrelazó sus dedos con los de ella, lo que la hizo bajar la vista. Un gesto tan simple, pensó, una de las formas más elementales de contacto humano, y jamás habría imaginado que pudiera resultar tan reconfortante.

Ness: Tuve que ingresarla en una clínica… por primera vez. Pasó allí un mes y se acabó el dinero. Pero ella se recuperó. Dejé el colegio y encontré un trabajo. Ella nunca lo supo.

Una época en la que tenía que seguir sus estudios, despertar la admiración de los desgarbados muchachos de su edad, divertirse.

Zac: ¿No tenías a nadie, ningún familiar a quien pudieras acudir?

Ness: Sus padres estaban muertos. Se crió con sus abuelos, y los dos también murieron cuando yo era pequeña. Recibió un dinero de un seguro, pero lo habían mandado a Jaquir y allí se quedó. -Con un gesto indicó que tenía poca importancia-. Lo de trabajar no me preocupaba, al contrario, incluso me gustaba más que estudiar. Pero con lo poco que ganaba no llegaba para el alquiler y comida, por no hablar de las medicinas y los cuidados médicos. Entonces empecé a robar. Se me daba muy bien.

Zac: ¿Y ella no se preguntaba de dónde salía el dinero?

Ness: No. En los últimos tiempos, vivía en una especie de sueño. A menudo creía que seguía rodando películas -empezó a esbozar una sonrisa. Miraba una golondrina que había bajado en picado hasta la arena y dando media vuelta salía volando, chillando, mar adentro-. Por fin se lo conté a Celeste. Se lo tomó muy mal. Quiso hacerse cargo de todo, pero yo no podía aceptarlo. Mi madre era responsabilidad mía. Eso sí, nunca robé nada a nadie que no lo  mereciera.

Zac: ¿Y eso cómo lo decidías?

Ness: Siempre supe escoger a mis víctimas. Siempre robé a los más ricos.

Zac: Sabia decisión -respondió irónicamente-.

Ness: Y a los más tacaños. Si no, piensa en lady Caroline.

Zac: Sí, el diamante. -echó la silla un poco hacia atrás y cogió un cigarrillo-. Veintidós quilates, prácticamente sin mácula. Siempre envidié ese golpe.

Ness: Sí, un trabajo genial -apoyó un codo en la mesa y su barbilla en la mano-. Lo guardaba en una cámara acorazada, máxima seguridad, con censores de calor. Detectores de movimiento. Infrarrojos. Tardé seis meses en planificarlo.

Zac: ¿Cómo lo hiciste?

Ness: Me invitaron a pasar el fin de semana. De esa forma no tenía que preocuparme por la seguridad del exterior. Utilicé imanes y un miniordenador. Tenían censores instalados en la primera planta, pero conseguí arrastrarme bajo ellos. La cámara en sí era una cerradura de bloqueo horario, pero manipulé el ordenador para hacerle creer que eran seis horas más tarde. Coloqué un dispositivo de un despertador y unos microchips. Una vez en el interior de la cámara, tuve que pasar por encima de dos alarmas de apoyo e interferir dos cámaras, y entonces pude trabajar a gusto. En cuanto me instalé tranquilamente en la habitación, activé las alarmas con un control remoto.

Zac: ¿Activaste las alarmas cuando aún estabas en la casa?

Ness: ¿Se te ocurre una idea mejor? -Recuperó el apetito y untó otra tostada con mermelada-. Había metido el diamante en el tarro de crema facial, aunque, evidentemente, no registraron mi equipaje.

Zac: Evidentemente.

Ness: Estaba allí para que me despertaran las alarmas a las cuatro de la madrugada y para mostrarme tan aterrorizada como lady Caroline.

Zachary observó cómo se comía la tostada.

Zac: Podríamos llamarlo frialdad.

Ness: Ella no era santo de mi devoción. Una persona que tiene cuarenta millones de libras en bienes muebles y no entrega ni un cero coma cinco por ciento a organizaciones benéficas…

Zachary ladeó la cabeza para observarla bien.

Zac: ¿Es este el rasero con el que mides a tus víctimas?

Ness: Sí. Sé lo que es ser pobre, pasar necesidades, no soportarlo. Me prometí a mí misma no olvidarlo. -Movió los hombros como para calmar algún dolor que arrastrara de tiempo-. Cuando murió mi madre seguí robando.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Por dos razones. En primer lugar, porque me daba la posibilidad de distribuir la riqueza de los que la habrían mantenido bajo siete llaves u oculta en cámaras acorazadas. El zafiro de Madeline Moreau ha pasado a un fondo de ayuda a viudas y huérfanos.

Zachary lanzó el cigarrillo por la barandilla de la terraza y tomó un trago de café, ya frío.

Zac: ¿De modo que ibas de Robin Hood?

Vanessa reflexionó un instante. Le pareció una idea interesante y atractiva.

Ness: Es una forma de verlo, pero sería más acertado decir que se trata de gestionar un negocio. Yo me quedo una comisión. Aparte de que robar resulta caro si se tiene en cuenta lo que se invierte en equipo y tiempo, hay que mantener las apariencias. Además, lo de ser pobre no me atrae.

Zac: Yo tampoco he sentido nunca inclinación por ello -cogió una flor del centro que tenía delante y la hizo girar-. ¿Qué comisión?

Ness: Es algo que varía, normalmente entre un quince y un veinte por ciento según la inversión inicial. En el caso de las joyas de los St. John, por ejemplo -dijo, empezó a gesticular con los dedos-, tendría que contar el billete de avión, la factura del hotel… este, pues no iba a poner la de El Grande.

Zac: Por supuesto.

Ness: Luego está la comida, el uniforme y la peluca de la doncella… Ah, y unas llamadas al extranjero. Las compras y excursiones, naturalmente, corren a mi cargo.

Zac: Naturalmente.

Le dirigió una mirada impasible.

Ness: No eres tú el mejor juez, Zachary, pues te has pasado muchos años robando.

Zac: No te juzgo, estoy asombrado. Primero me explicas que has dado todos esos golpes, durante tantos años, en solitario.

Ness: Exactamente. ¿Tú no?

Zac: Sí, pero… -Levantó la mano-. Bueno, dejémoslo. Y luego me dices que has estado entregando el valor de tus robos salvo una comisión de entre el quince y el veinte por ciento.

Ness: Más o menos.

Zac: Una contribución de un ochenta por ciento para las instituciones benéficas.

Ness: Soy filántropa, a mi manera. -Se echó a reír-. Y disfruto con mi trabajo. Sabes la sensación que proporciona tener unos millones en tus manos. Contemplar el brillo de los diamantes sabiendo que los has conseguido porque eres listo.

Zac: Sí. -Lo entendía a la perfección-. Sé lo que uno siente.

Ness: Y en una noche fría, cuando escalas un edificio y el viento azota tu rostro. Tus manos se mantienen firmes como rocas y tu cabeza clara como un día despejado. La expectativa es tan sublime… Como un instante antes de abrir una botella de Dom Pérignon, la fracción de segundo antes de que salte el tapón y burbujee la emoción.

Zachary sacó otro cigarrillo, pensando que era más que aquello. Se parecía más al instante en el que explota la pasión en el orgasmo.

Zac: Sé hasta qué punto puede crear adicción y también sé que uno debe saber retirarse mientras está en la cima.

Ness: ¿Cómo hiciste tú?

Zac: Como hice yo. Un jugador inteligente sabe cuándo las apuestas suben demasiado y cuándo tiene que cambiar de juego. -Soltó el humo del cigarrillo-. Me has dado una de las razones, Ness. ¿Cuál es la otra?

Vanessa no respondió enseguida; se levantó para acercarse a la barandilla con vistas a la playa. No podía decir que confiara en él. Al fin y al cabo, ¿por qué tenía que hacerlo? De todas formas, los que tenían algún parecido se reconocían entre sí. Él había robado y tal vez le quedara algo de ladrón para apreciar lo que ella tenía intención de hacer, aunque no comprendiera la necesidad imperiosa que la movía a ello.

Ness: Primero necesito alguna garantía.

Se volvió y la brisa agitó su negra, bella y fragante cabellera.

Zac: ¿De qué tipo?

Pero en el mismo instante en que lo preguntó vio algo en sus ojos, algo en su porte, que la habría llevado a prometerle lo que fuera. Una cosa así podía hacer bajar la guardia a cualquiera.

Ness: Una garantía de que lo que voy a decir quedará entre nosotros. Que no informarás a tus superiores de ello.

A pesar de que tuvo que proteger sus ojos contra el sol, Zachary la observó minuciosamente.

Zac: ¿Aún no hemos superado este estadio?

Ness: No lo sé. -Siguió evadiéndose un momento más, intentando evaluarlo. Podía mentirle, o por lo menos intentarlo, pero pensó que tal vez la verdad sería menos arriesgada. Mientras siguiera pisándole los talones, no conseguiría llegar a Jaquir para recuperar lo que era suyo-. Sé lo que hiciste, Zachary, pero no te he preguntado qué razones te movieron a ello.

Zac: ¿Quieres saberlas?

Mostró su sorpresa al volverse. No contaba verlo tan dispuesto a confesarlo.

Ness: Algún día, tal vez. Esta mañana te he contado más cosas que a nadie en toda mi vida. Incluso Celeste conoce solo algunos detalles. No me gusta que nadie se entrometa en mi vida privada.

Zac: Ya es tarde para retirar lo dicho, y una pérdida de tiempo lamentarlo.

Ness: Sí -se volvió del todo-. Eso es lo que me gusta de ti. Romántico no, eres un hombre práctico. Los mejores ladrones conjugan lo práctico y lo visionario. ¿Qué tienes tú de visionario?

Él también se levantó y se apoyó en la barandilla, dejando la mesa entre los dos.

Zac: Lo suficiente para ver que nuestros caminos se van cruzando, aunque pueda resultar incómodo para ambos.

A pesar de que el sol ya calentaba, Vanessa se estremeció. El destino era algo que ella sabía que no podía robarse.

Ness: Tal vez, pero esa no es la cuestión. Me has preguntado por qué he seguido trabajando y voy a explicártelo. Necesitaba práctica, entreno podríamos llamarlo, para el trabajo de más envergadura de mi vida. Quizá de la vida de cualquier persona.

Zachary notó una especie de tensión en los músculos del estómago. Se dio cuenta de que se trataba de un miedo atroz… por ella.

Zac: ¿A qué te refieres?

Ness: ¿Has oído hablar del Sol y la Luna?

El terror pasó del estómago a su garganta.

Zac: ¡Santo Dios! ¿Has perdido la razón?

Ella se limitó a sonreír.

Ness: ¿Entonces has oído hablar de él?

Zac: No hay nadie en el ramo que desconozca la existencia de ese collar o que no sepa lo que pasó en mil novecientos treinta y cinco cuando alguien tuvo el poco juicio de intentar robarlo. Le cortaron el cuello y las dos manos.

Ness: Y su sangre se derramó sobre el Sol y la Luna -dijo encogiendo los hombros-. Así nacen las leyendas.

Zac: No es un juego. -Se acercó a ella, la sujetó por los hombros y la zarandeó de manera tan brusca que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio-. Por amor de Dios, Vanessa, en ese país no se limitan a encerrar a los ladrones en la cárcel. Tendrías que saber mejor que nadie lo brutal que puede llegar a ser la justicia de tu padre.

Ness: Precisamente justicia es lo que yo exijo. -Se libró de sus manos-. Desde la primera vez que robé para evitar que mi madre acabara en el departamento de psiquiatría de un hospital de mala muerte, juré hacer justicia. El collar era de ella, él se lo había entregado como regalo de boda. El precio de la novia. Según las leyes de Jaquir, la mujer conserva lo que ha recibido en su boda, incluso después de la muerte o el divorcio. El resto de las posesiones vuelven al marido, quien hace lo que quiere con ellas, pero el precio de la novia le pertenece solo a ella. El Sol y la Luna era de mi madre. Ya que él se negó a devolverle lo que era suyo, yo se lo arrebataré.

Zac: ¿Y de qué va a servirle a ella ahora? -era consciente de que se mostraba muy duro, durísimo, pero no veía otro sistema-. Por mucho que te duela, ella ya no está.

Ness: ¿Crees que no sé que ya no está? -No era dolor lo que brilló en sus ojos, sino ira, fruto de la pasión-. Una ínfima parte del valor del collar la habría mantenido muchos años, le habría pagado los mejores médicos, los mejores tratamientos. Y él estaba al corriente de nuestra situación desesperada. La conocía porque, tragándome el orgullo, le escribí implorando su ayuda. Él me respondió diciendo que el matrimonio había terminado y con él sus responsabilidades respecto a mi madre. Ella estaba enferma y yo era demasiado joven para ir a Jaquir para exigir en nombre de la ley que devolvieran el collar a mi madre.

Zac: Lo que te hizo a ti o hizo a tu madre ya pertenece al pasado. Es tarde para que el collar cambie algo en tu vida.

Ness: ¡No, Zachary! -Su tono había cambiado. La pasión no había desaparecido, pero se había transformado en algo helado, funesto-. Nunca es tarde para la venganza. Cuando me lleve el orgullo de Jaquir, mi padre sufrirá. No como ella, es imposible que pueda sufrir como ella, pero lo pasará muy mal. Y cuando sepa quién se lo ha robado, la venganza será mucho más dulce.

Zachary no había experimentado nunca un odio auténtico. Había robado para sobrevivir, o para sobrevivir con más comodidad. Pero identificó aquel odio y vio que podía ser el más volátil de todos los combustibles humanos.

Zac: ¿Tienes idea de lo que te ocurrirá si te atrapan?

Los ojos de Vanessa, serios, oscuros, se clavaron en los de él.

Ness: Lo sé mejor que tú. Soy consciente de que la nacionalidad estadounidense o mi título no me protegerán. Si hay que pagar, se paga. Algunos juegos merecen grandes riesgos.

Él la miró, vio el brillo dorado de su piel bajo la luz del sol.

Zac: Sí -admitió-. Algunos los merecen.

Ness: Sé cómo hacerlo, Zachary. He tenido diez años para prepararlo.

Y él apenas contaba con unas semanas, tal vez solo unos días, para disuadirla.

Zac: Me gustaría que me lo contaras.

Ness: Quizá. En otro momento.

En un súbito cambio de humor, Zachary sonrió.

Zac: Mejor que sea pronto, pero dejemos ya el tema. ¿Vamos a bañarnos?

No puedo confiar en él, se dijo Vanessa. Aquella sonrisa había sido demasiado encantadora. Lo mejor sería que, mientras él la vigilara de cerca, ella hiciera lo mismo con él.

Ness: Me gustaría. Te veo en la playa dentro de un cuarto de hora.

Llevaba tanto tiempo viviendo sola que había olvidado la sensación de compartir los pequeños placeres. El agua estaba tan fresca y se veía tan trasparente que le pareció un cristal líquido a través del que podía observar la vida que la rodeaba nadando por su superficie. Al igual que el bosque en otoño, el coral resplandecía en tonos dorados, anaranjados y rojos. Los pececillos con cola aterciopelada circulaban como flechas moviendo y ondulando sus espléndidos colores mientras mordisqueaban las esponjas.

Equipada con máscara y aletas, Vanessa se sumergía y se ponía a merced de aquel ejército multicolor de pececillos que la mordisqueaban o se congregaban a la espera de algo en que hincar el diente. Siguieron nadando hasta llegar al borde del arrecife, a partir del cual el fondo descendía quince metros, bajo unas aguas totalmente transparentes. Se comunicaban mediante un gesto con la mano en el brazo del otro. Les bastaba saber que se entendían y que la tarde era suya.

Vanessa prefería no preguntarse por qué se sentía tan a gusto con él, tan relajada, como la noche en que habían cenado en aquel hotel de las afueras de Londres. Ella no era una persona con montones de amigos, se relacionaba más bien con conocidos, que entraban y salían de su vida. La amistad la ofrecía sin limitaciones, y por ello era muy cuidadosa en ese aspecto. Si bien no confiaba plenamente en él, Zachary le inspiraba sentimientos amistosos y, a pesar de sus reservas, se sentía bien con él.

En aquellos momentos no era la princesa ni la perfecta ladrona, sino una mujer que disfrutaba del sol y de la magia del mar.

Salió a la superficie, riendo, y situó con tiento una de las aletas en una roca coralina. Su pelo chorreaba y su piel brillaba como una joya. Se quitó la máscara cuando Zachary emergió a su lado.

Zac: ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

Se sacudió el pelo antes de quitarse también él las gafas.

Ness: El pez del gran ojo saltón. Tan parecido a lord Fume.

Arqueando una ceja, Zachary consiguió mantenerse en equilibrio sobre la roca.

Zac: ¿Siempre te burlas de tus víctimas?

Ness: Solo cuando se lo merecen. ¡Qué maravilla este sol! -Con los ojos cerrados, levantó un poco la cabeza, y a Zachary le trajo a la memoria la imagen de una sirena o una ondina-. Pero tú, con esa pálida piel británica, no tendrías que estar mucho tiempo tomándolo.

Zac: ¿Te preocupa mi salud?

Cuando abrió los ojos, Zachary vio en ellos más diversión que desconfianza.

Estamos avanzando, pensó. Aunque sea pasito a pasito.

Ness: No me gustaría ser responsable de tu insolación.

Zac: Imagino que ahora mismo en Londres nieva y que las familias están reunidas alrededor del ganso de Navidad.

Ness: Y en Nueva York, el ganso está aún crudo. -Cogió agua con el cuenco de una mano y la dejó deslizar entre sus dedos-. Nosotras siempre comíamos pavo. A mama le encantaba el olor que soltaba al asarse. -Se quitó de encima el sentimiento que afloraba y procuró sonreír-. Un año decidió asarlo ella, como había visto hacer a su abuela en Nebraska. Puso tanto relleno que, cuando el pavo se dilató por el calor, explotó. Pobre animal, ¡qué desastre! -Protegiéndose los ojos con la mano miró hacia el horizonte-. Mira, llega un barco.

Se movió para verlo mejor, resbaló y cayó en brazos de Zachary. El agua besaba sus hombros y sus senos mientras él la atraía hacia sí. Se apartó un poco pero él siguió sujetándola, pues sus pies no llegaban a la arena del fondo.

Vio cómo se ensombrecían los ojos de él, algo que le recordó la neblina cuando la luna se desliza por detrás de una nube. Notó el aliento de él junto a sus labios mientras las manos iban rozando su piel. Zachary se acercó un poco más y ella volvió la cabeza, de forma que el beso se posó, tierno, paciente, en su mejilla. El ansia se iba apoderando de ella y notaba unas punzadas en las que se fundía el temor y el deseo.

Zac: Sabes a mar. Sabor frío, a lugar inexplorado. -Los labios se acercaron a su oreja y ella hundió los dedos en sus músculos; Zachary notó cómo recuperaba el aliento, cómo le temblaba el cuerpo-. Vanessa…

Ella hizo un esfuerzo por mirarlo a los ojos. Siempre había seguido la norma de enfrentarse a lo que no podía eludirse. El sol en el pelo de él casi la cegó en su destello desde el mar. Desde algún lugar situado por detrás de ellos, una mujer reprendía a un niño, pero el sonido le llegó amortiguado, pues lo que imperaba en su oído eran los latidos de su corazón.

Él le sonrió.

Zac: Tranquila -le dijo, mientras le acariciaba la espalda-. No voy a soltarte.

Pero lo hizo. Cuando juntó los labios con los de ella, Vanessa notó que iba descendiendo, descendiendo. Si bien su cabeza seguía en la superficie, se sentía en un abismo, con el corazón disparado, la respiración detenida. Notaba el sol y la sal mientras los labios de él pretendían abrir los suyos. Querían convencerla. Aquello tenía que haberla tranquilizado, pues no notó en el gesto exigencia ni presión, más bien la hacía temblar el ansia que sentía en su propio cuerpo.

Zachary puso el freno a su deseo. Sabía que aunque ahora encadenara la pasión, llegaría un momento en que podría liberarla. A Vanessa le hacía falta algo más que deseo. Él tenía que darle algo más. La puso a prueba con un mordisco de lo más suave en aquel carnoso labio inferior y oyó un gemido como respuesta. Luego, consciente de que el control tenía sus límites, se apartó de ella. Vio sus ojos nublados, pesados, sus labios, a punto. Y sus nervios a flor de piel.

Zac: ¿Vamos a tomar algo?

Ella parpadeó mirándolo.

Ness: ¿Cómo?

Le dio un beso en la punta de la nariz, luchando por mantener las manos quietas.

Zac: He dicho que podemos ir a tomar algo, así aparto del sol esta pálida piel de británico que tengo.

Ness: ¡Ah! -Era como salir de los efectos de una droga. De una droga que creaba dependencia-. Sí.

Zac: Vale. El último que llegue paga.

La soltó. Como no lo esperaba, Vanessa se hundió en el agua. Salió a la superficie cuando él ya estaba a medio camino de la playa. Se puso la máscara y, riendo, emprendió la persecución.

Tomaron unas margaritas ácidas, heladas, mientras un trío que tocaba las marimbas interpretaba unos villancicos. El sol y el agua les habían despertado el apetito, por lo que devoraron unas enchiladas con queso y salsa picante. Luego, en la tarde que se desplegaba perezosamente ante ellos, dieron una vuelta en coche por la isla, explorando a su antojo las estrechas carreteras sin asfaltar. Vieron a su paso unos pequeños monumentos de piedra que hicieron pensar a Vanessa en antiguos cultos a dioses de otras épocas.

Zachary había decidido ocuparle el día, hacerle olvidar la aflicción con la que se había despertado de madrugada. Ya no se cuestionaba la necesidad de protegerla y consolarla. Un hombre que ha pasado la mayor parte de su tiempo con mujeres sabe identificar a la de su vida.

A posta, tomó directamente un bache y el jeep dio un salto. Vanessa, riendo, le señaló el siguiente. La carretera que seguían los llevó al norte de la isla, a un faro. Allí vivía una familia, junto a unos cercados con gallinas que daban pena. Un gato flaco se desperezó junto a la nevera de la que disponía aquella gente para vender refrescos a los turistas a un precio doble del que habrían pagado en el pueblo. Con una botella en la mano, los dos se sentaron sobre un montón de algas secas para contemplar el rompiente de las olas. El agua allí era brava y azotaba las rocas levantando la espuma.

Ness: Háblame de tu casa.

Zac: ¿De Londres?

Ness: No -se quitó las sandalias-. La que tienes en el campo.

Zac: Te parecería muy británica. -Cuando le tocó el cabello, Vanessa no se echó hacia atrás, lo que podía interpretarse como un paso importante-. Es de estilo eduardiano, de ladrillo, restaurada, y tiene tres plantas. Tiene una galería de retratos, pero como no estoy muy al corriente de mis antepasados, he tomado unos cuantos prestados.

Ness: ¿De dónde?

Zac: De los anticuarios. Está tío Sylvester, un tipo victoriano muy adusto, con su esposa, tía Agatha, con cara de pan.

Ness: Cara de pan. -Muerta de risa, se puso cómoda-. ¡Qué británico!

Zac: Cada cual es lo que es. Y tengo también primos que no desentonan con aquellos. Evidentemente, algunos muy solemnes, pero otros, algo siniestros. Está también la bisabuela, un putón que entró en la familia a pesar de una oposición de órdago y se dedicó a gobernar con mano de hierro.

Ness: ¿Echas de menos haber tenido una gran familia?

Zac: Tal vez. De todas formas, esos llenan la galería. El salón da al jardín. Para ser respetuoso con la casa, lo dispuse en estilo muy formal, con parterres de rosales, rododendros, lilas y azucenas. En la parte de poniente hay setos de tejo y un pequeño bosque de fresnos, donde discurre un arroyo. Por allí crece tomillo y unas violetas silvestres con unas flores como mi dedo.

Vanessa casi notaba su perfume.

Ness: ¿Por qué la compraste? No te veo aficionado a pasar largas veladas junto al fuego o a dar paseos por el bosque.

Zac: En esta vida hay un tiempo para cada cosa. La compré para tenerla a punto cuando decidiera echar raíces en algún sitio y convertirme en uno de los pilares de la comunidad.

Ness: ¿Ese es tu objetivo?

Zac: Mi objetivo siempre ha sido llevar una vida cómoda -dijo encogiéndose de hombros-. Era muy joven cuando aprendí que para sobrevivir en las calles de Londres había que tomar lo que aparecía y ser más rápido que otro. -Dejó la botella en la arena, a su lado-. Y yo lo era.

Ness: Fuiste un mito. No, no me mires con esa risita, que es verdad. Cada vez que se producía un robo espectacular corrían los rumores que era obra del tal ZE. La colección de De Marco, por ejemplo.

Se echó a reír observando las olas a la espalda de Vanessa.

Zac: ¿Sabes pescar?

Ness: ¿Fuiste tú? -Se irguió al ver que él se limitaba a sonreír y coger un cigarrillo-. ¿Sí o no?

Zachary hizo una pausa como habría hecho un narrador en el momento culminante de una historia.

Zac: En aquella exposición, el museo había establecido el mejor sistema de seguridad existente en aquellos momentos. Censores de luz, de calor, una alarma sensible al peso… Existían conexiones en el suelo en los seis metros que rodeaban la muestra. Y esta se encontraba bajo una cúpula de cristal que se consideraba prácticamente impenetrable.

Ness: Ya lo sé. -Unas gotas de espuma salpicaron su pelo-. Pero ¿cómo lo hiciste?

He oído muchísimas versiones contradictorias.

Zac: ¿Has visto Bodas reales, aquella en la que Fred Astaire baila en el techo?

Ness: Sí, pero aquello era magia cinematográfica conseguida con cámara con truco. Reconozco que eres listo, pero no tanto.

Zac: Para entrar, lo único que me hizo falta fue el uniforme específico y la identificación adecuada. Una vez dentro, dispuse de dos horas antes de que los guardianes hicieran las rondas. Y me bastó con media hora para subirme por la pared y circular por el techo.

Ness: Si no te apetece contar detalles, dímelo.

Zac: Te lo estoy contando. ¿Ya has terminado con la botella? -Se la cogió y echó un trago-. Ventosas. No exactamente como las que compras en la ferretería, pero la idea es la misma. Te hace pensar en cómo se mueve una mosca.

Ness: ¿Te pegaste al techo?

Zac: Más o menos. Evidentemente aquellos dispositivos no iban a durar todo el tiempo del golpe. Instalé un trapecio en el techo con tornillos de sujeción. Recuerdo estar colgado de las rodillas por encima de aquel mar de piedras preciosas. No podía permitirme ni sudar. Llevaba un taladro envuelto en poliestireno para amortiguar el ruido. El trabajo de verdad empezó una vez abierto el cristal. Llevaba en la bolsa unas piedras con el peso exacto de una serie de piezas de la colección. Fui cambiando pieza por pieza. Hay que ser muy rápido y muy preciso. Si pasa más de una fracción de segundo sin el peso justo, se dispara la alarma. Durante casi una hora la sangre iba bajando hacia mi cabeza y tenía los dedos cada vez más entumecidos. Luego usé el trapecio para balancearme y situarme fuera del radio de la alarma. Recuerdo que al aterrizar tuve la sensación de que me lanzaban flechas contra las piernas. Apenas podía arrastrarme. Fue la peor parte, y encima la que no había previsto. -En aquellos momentos, recordándolo, fue capaz de reír-. Me quedé allí postrado, golpeándome las piernas para recuperar la circulación y pensando que iban a pescarme, no por falta de pericia sino porque se me habían dormido las piernas.

Con la cabeza apoyada en las algas, Vanessa rió con él.

Ness: ¿Qué hiciste?

Zac: Me imaginé en una celda y emprendí una rápida y patosa huida, prácticamente a gatas. Cuando se enteraron, yo estaba ya en el hotel tomando un baño.

Volvió a la realidad, la miró y vio que sonreía.

Ness: Lo echas de menos.

Zac: En contadísimas ocasiones. -Lanzó el cigarrillo hacia las olas-. Antes que nada soy un hombre de negocios, Ness. Había llegado el momento de retirarme. Tenía a Spencer, mi superior actual, demasiado cerca.

Ness: Te conocían bien y sin embargo te admitieron entre los suyos.

Zac: Quizá prefirieron tener al lobo en el redil que suelto. Tarde o temprano cometes algún error, y uno solo basta.

Vanessa volvió la vista hacia las turbulentas aguas.

Ness: A mí no me queda más que un trabajo y no tengo intención de cometer el menor error.

Zachary guardó silencio. Con un poco de tiempo y algo de tacto estaba seguro de que podría disuadirla, y si no bastaban las palabras, tenía también en su mano los obstáculos.

Zac: ¿Y si hiciéramos una siesta antes de la cena de Navidad?

Ness: De acuerdo. -Se levantó y cogió las sandalias por las tiras-. Pero a la vuelta conduzco yo.

Tal vez era una tontería acicalarse, pero no podía evitarlo. Le resultaba agradable recrearse en el fragante baño y luego cubrirse con una nube de perfumados polvos. Eran costumbres típicamente femeninas, algo que ella llevaba dentro desde sus días en el harén. Disfrutaba pasando todo el tiempo del mundo en la preparación, aunque no podía pensar que su encuentro con Zachary fuera en realidad una cita. Sabía que él estaba tan dispuesto a acompañarla porque lo que quería era vigilarla. Podría haberle dicho que no tenía previsto otro golpe en la isla, pero quizá tampoco la habría creído. Fuera como fuera, a ella tampoco le parecía mal estar con él. Al menos eso se dijo mientras elegía un vestido blanco de falda larga, sin espalda. Iba a dedicarle tanto tiempo como él a ella. Así a la mañana siguiente habría bajado la guardia y ella podría abandonar el país.

Le quedaba algún plan por acabar de determinar de entre los que llevaba diez años trabajando. Poco después de Año Nuevo, volvería a Jaquir. Se puso unos pendientes fríos como sus pensamientos, unas piedras falsas como la imagen que ofrecería en su día a su padre.

Pero de momento disfrutaría de la larga puesta de sol tropical y del susurro del calmo mar.

Cuando él pasó a buscarla, ya estaba lista. Zachary también iba de blanco, pero su camisa, con un toque azul, creaba un contraste.

Zac: Tiene su qué eso de pasar unos días de invierno en un clima cálido. -Acarició sus desnudos hombros-. ¿Has descansado bien?

Ness: Sí. -No le dijo que había ido hasta El Grande a recoger el equipaje y a dejar libre la habitación. Ante aquella caricia sintió la confusión de un caballo por un lado espoleado y por el otro dominado-. Y como buena turista, prácticamente no he tenido nada más en la cabeza que la próxima comida.

Zac: Perfecto. Pero antes de marcharnos, tengo algo para ti.

Sacó del bolsillo un pequeño estuche de terciopelo. Ella dio un paso hacia atrás, como si la hubieran pellizcado.

Ness: No.

Le salió un tono más frío de lo que habría querido, pero él tomó su mano y puso el estuche en ella.

Zac: Aparte de que sería de mala educación no aceptar un regalo en Navidad, traería mala suerte.

Lo que no añadió es que se había gastado una fortuna en sobornos y propinas hasta encontrar por fin un joyero que le abriera la tienda en un día festivo.

Ness: No era necesario.

Zac: ¿Por qué tendría que serlo? Vamos, Vanessa, una mujer como tú tendría que saber aceptar con elegancia un regalo.

Tenía razón. Sin duda, se estaba comportando como una tonta. Abrió la cajita y observó el broche colocado en reposo sobre el blanco satén. No, no reposa, rectificó en su pensamiento, sino que está al acecho. Se trataba de una pantera, tallada en una piedra negra, con los ojos de rubíes que echaban chispas.

Ness: Precioso.

Zac: En cuanto lo he visto he pensado en ti. Algo que tenemos los dos en común.

Se lo colocó en el vestido con la destreza del hombre acostumbrado a esos gestos.

Ella tenía que tomárselo sin grandes alardes y se lo agradeció con una sonrisa.

Ness: ¿Entre felinos anda el juego?

Pero no pudo evitar acariciar el broche con las yemas de los dedos.

Zac: Entre almas inquietas -la corrigió y, metiéndose de nuevo el estuche en el bolsillo, la tomó de la mano-.

Cenaron langosta a la parrilla, acompañada de un vino blanco seco y afrutado, mientras los mariachis iban de mesa en mesa entonando canciones de amor y melancolía. Desde su mesa, junto a la ventana, veían cómo la gente paseaba junto al mar y a los niños, apostados cerca de la hilera de taxis, a la espera de ganar algún peso abriendo la puerta a los clientes. Durante la cena vieron la puesta de sol, una explosión de color, y cómo la luna iba elevándose con parsimonia y mayestáticamente.

Vanessa quiso saber detalles de la infancia de Zachary y le sorprendió comprobar que él no evadía el tema con alguna broma, como solía hacer con otros.

Zac: Mi madre trabajaba de taquillera en un cine. Un chollo para mí, pues veía gratis todas las películas, y a veces me pasaba toda una tarde en la sala. Pero aparte de eso, el trabajo daba justo para pagar el alquiler de un mísero piso con dos habitaciones en Chelsea. Mi padre había pasado por su vida el tiempo justo de engendrarme a mí, para abandonar el barco en cuanto se enteró de que yo estaba en camino.

Aquello la afectó; estuvo a punto de cogerle la mano, pero en aquel momento Zachary levantaba la copa.

Ness: Tuvo que ser difícil para ella. Encontrarse sola.

Zac: Estoy seguro de que fue terrible, pero nunca lo dejó entrever. Mi madre es una optimista nata, de aquellas personas que siempre están contentas con lo que les depara la vida, por poco que sea. Por cierto, fue una gran admiradora de tu madre. Cuando se enteró de que había invitado a cenar a la hija de Phoebe Spring, me sermoneó una hora reprochándome que no te hubiera llevado a verla.

Ness: Mamá se hacía querer.

Zac: ¿Nunca te planteaste seguir los pasos de tu madre y convertirte en artista?

No le costó sonreír al levantar su copa.

Ness: ¿Acaso no lo soy?

Zac: Me pregunto hasta qué punto es teatro.

Ness: ¿Teatro? -gesticuló con las manos-. Siempre el necesario. ¿Tu madre está al corriente de tu… vocación?

Zac: ¿Te refieres al sexo?

No estaba seguro de que Vanessa aceptara la broma, pero vio que reía. Luego se inclinó un poco, de forma que la luz de la vela le iluminó los ojos.

Ness: No hablo de afición, Zachary, sino de vocación.

Zac: Ah, vale, es algo de lo que no hablamos nunca. De todas formas, mi madre no es tonta. ¿Un poco más de vino?

Ness: Solo un poquitín. ¿Nunca te has planteado volver, emprender un último e increíble golpe, Zachary? ¿Algo que recordar durante la vejez?

Zac: ¿El Sol y la Luna?

Ness: Ese es mío -respondió con cierto remilgo-.

Zac: El Sol y la Luna -repitió divertido con el tono-. Dos joyas fascinantes en un collar. El Sol, un diamante de doscientos ochenta quilates de primera agua, de una pureza absoluta y un blanco radiante. Además, según cuentan, una piedra con una accidentada historia. Se descubrió en el siglo dieciséis en India, en la región de Deccan, y la piedra en bruto superaba los ochocientos quilates. Quienes dieron con ella fueron dos hermanos que, como Caín y Abel, se mataron entre sí. El que sobrevivió, lejos de ser desterrado a la Tierra de Nod, vivió en la miseria en su país natal. Su esposa e hijos se ahogaron y no le dejaron como consuelo más que la piedra -tomó un trago y al ver que Vanessa no hacía ningún comentario, se sirvió más vino y llenó también la copa de ella-. Según cuenta la leyenda, el hombre se volvió loco y ofreció la piedra al diablo. Independientemente de que este la aceptara o no, el hombre fue asesinado y la piedra inició su periplo. Estambul, Siam, Creta y otros muchos lugares exóticos, donde dejó siempre una estela de traición y muerte. Hasta el día en que, tras haber satisfecho a los dioses, encontró su lugar en Jaquir alrededor de mil ochocientos setenta y seis.

Ness: Mi tatarabuelo la adquirió para ofrecérsela a su esposa favorita -iba pasando un dedo por el borde de su copa-. Pagó por ella lo que hoy en día sería un millón y medio de dólares. Le habría costado más si no hubiera arrastrado consigo esa funesta reputación. -Su dedo se detuvo-. En aquella época, en Jaquir muchos morían de hambre.

Zac: Tu tatarabuelo no fue el primer ni el último gobernante que dejó a un lado ese tipo de consideraciones. -Esperó, sin perderla de vista, mientras el camarero retiraba los platos-. La talló un veneciano que, a causa de los nervios o de la falta de destreza, perdió más parte de la piedra de lo necesario. Le cortaron las manos, lo colgaron del cuello y lo dejaron en el desierto. Pero la piedra sobrevivió y se emparejó a una perla, igual de antigua, encontrada en el golfo Pérsico, una esfera perfecta, de un oriente indescriptible. Luminosa, resplandeciente, como doscientos cincuenta quilates de luz de luna. El diamante emite destellos, la perla resplandece, y según la leyenda, la magia de la perla lucha contra la del diamante. Juntos son como paz y guerra, nieve y fuego. -Levantó la copa-. O sol y luna.

Vanessa tomó un sorbo de vino para aliviar su garganta. Hablar del collar la emocionaba y la alteraba. Veía aquella joya en el cuello de su madre e imaginaba, simplemente imaginaba, el tacto en sus manos. Con magia o sin ella, leyenda o realidad, sería suya.

Ness: Te has documentado bien.

Zac: Conozco la historia del Sol y la Luna al igual que estoy al corriente del Kohinoor o del Pitt, joyas que puedo admirar, incluso desear, pero por las que nunca arriesgaría la vida.

Ness: Cuando el único motivo es el dinero o el afán de posesión, uno puede resistirse incluso a los diamantes.

Iba a levantarse, pero él sujetó su mano, con más firmeza de la que habría querido, y en sus ojos ya se reflejaba la diversión.

Zac: Cuando el motivo es la venganza, uno debe resistirse -añadió. La mano de ella se flexionó bajo la suya, pero luego se mantuvo pasiva. El control, pensó Zachary, puede ser bendición y maldición-. La venganza enturbia la mente hasta el punto de que no le deja a uno pensar con frialdad. Las pasiones, sean del tipo que sean, llevan al error.

Ness: Yo no siento más que una. -La luz de la vela titilaba en el rostro de Vanessa, profundizaba los hoyuelos de sus mejillas-. He tenido veinte años para cultivarla, para canalizarla. No todas las pasiones son algo encendido y peligroso, Zachary, algunas son frías como el hielo.

Cuando Vanessa se levantó él no dijo nada, pero se prometió que antes de terminar la velada le demostraría que estaba equivocada.


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Se pone intensa su relación
Ya quiero ver que mas pasará
Vanessa esta muy convencida de seguir con su venganza
Espero y zac logre hacer que cambie de parecer
Siguela pronto
Saludos

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