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sábado, 18 de febrero de 2017

Capítulo 3


Media hora más, pensó Zac, y terminaría de colocar el tabique del dormitorio principal. Quizá incluso se animara a aplicar la primera capa de yeso. Miró su reloj: a esa hora, los chicos ya habrían regresado a casa de la escuela. Pero ese día venía la señora Hollis, y se quedaría hasta las cinco.

Eso le daría margen suficiente para terminar de instalar el tabique de pladur y volver a casa a tiempo. Pensó en comprar una pizza de camino. No le importaba cocinar, pero le molestaba el tiempo que le quitaba: pensar las recetas, elaborarlas, limpiarlo todo después. Seis años como padre soltero le habían hecho tomar conciencia de lo duro que resultaba el trabajo doméstico y de lo mucho que había trabajado su madre, un ama de casa a la antigua usanza.

Interrumpiéndose por un momento, se dedicó a contemplar el dormitorio principal. Había tirado abajo paredes, levantado otras, reemplazado las antiguas ventanas de un solo cristal por otras de doble. Dos claraboyas gemelas dejaban entrar la luz otoñal. Ahora había tres amplios dormitorios en el primer piso del viejo caserón, en lugar de las tres habitaciones y el larguísimo pasillo de la primera estructura. El dormitorio principal albergaría un cuarto de baño lo suficientemente grande como para contener una bañera y una cabina de ducha.

Si se ajustaba al calendario, la casa podría estar terminada para Navidad. Y, para principios de año, lista para ser vendida o alquilada. «En realidad debería venderla», pensó mientras acariciaba el tabique que acababa de levantar. Tenía que superar aquel sentimiento de posesión que le embargaba cada vez que trabajaba con una casa.

Suponía que debía de ser algo hereditario. Su padre se había ganado muy bien la vida reformando casas. Zac había descubierto la satisfacción que daba poseer algo que uno había hecho con sus propias manos. Como la vieja casa de ladrillo en la que Vanessa residía actualmente. Se preguntó si sabría que tenía más de siglo y medio de antigüedad. Si sería consciente de que estaba viviendo en un edificio histórico.

Y se preguntó también si volvería a quedarse sin gasolina otra vez.

Mientras recogía las herramientas y la cinta adhesiva, volvió a pensar en Vanessa Hudgens, pese a saber que no debía hacerlo. Las mujeres daban problemas. De una manera u otra, siempre acababan dando problemas. Bastaba mirar una sola vez a Vanessa para darse cuenta de que ella no era ninguna excepción.

No había seguido su consejo de dejarse caer por el auditorio para asistir a los ensayos. Había querido hacerlo un par de veces, pero su sentido de la prudencia lo había disuadido de hacerlo. Vanessa era la primera mujer en mucho, mucho tiempo que le había removido algo por dentro, pensó ceñudo. Y eso no podía ser. Tenía demasiadas obligaciones, demasiado poco tiempo libre y, lo que era aún más importante, dos hijos que constituían el centro de su vida.

Fantasear con una mujer ya era bastante malo. Hacía que un hombre se volviera lento en su trabajo, distraído… e inquieto. Pero hacer algo al respecto era aún peor. Hacer algo significaba que había que encontrar temas de conversación y maneras de entretener. Una mujer esperaba que la llevaran a sitios, que la trataran bien. Y una vez que uno empezaba a enamorarse de ella, a enamorarse de verdad… entonces esa mujer adquiría el poder de destrozarle el corazón. Zac no estaba dispuesto a volver a arriesgar su corazón. Y ciertamente tampoco el de sus hijos.

No compartía ese absurdo que decía que los niños necesitaban una figura femenina, el amor de una madre. La madre de los gemelos no se había preocupado por ellos. A una mujer no le salía la veta maternal por el simple hecho de serlo: eso sólo le hacía físicamente capaz de tener hijos. Asunto diferente era que los quisiera.

Dejó de pegar la cinta adhesiva y maldijo entre dientes. No había pensado en Amber en años. Al menos no a fondo. Cuando lo hacía, se daba cuenta de que todavía le dolía, como una vieja herida que hubiera curado mal. Se lo tenía merecido, por haberse dejado afectar tanto por cierta rubia…

Disgustado consigo mismo, colocó la última tira de cinta adhesiva. Necesitaba concentrarse en su trabajo, y no en una mujer. Decidido a terminar lo que había empezado, bajó las escaleras. Tenía más cinta adhesiva en la camioneta.

La luz se iba apagando con la cercanía del atardecer. Los días se hacían más cortos. Menos tiempo para trabajar.

Había bajado los escalones y se encontraba en el sendero de entrada cuando la vio. Estaba frente al jardín, contemplando la fachada y sonriendo levemente. Llevaba una chaqueta de ante, una camiseta color naranja subido y unos vaqueros desteñidos. Cargaba al hombro un maletín flexible que parecía viejo y gastado.

Ness: Hola -un brillo de sorpresa asomó a los ojos cuando lo miró, despertando inmediatamente sus sospechas-. ¿Es ésta una de tus casas?

Zac: Sí.

Pasó de largo frente a ella, hacia la camioneta, arrepentido de no haber contenido el aliento. Su perfume era tan sutil como penetrante.

Ness: Sólo la estaba admirando. El trabajo de la piedra es fantástico. Parece tan sólida y segura, rodeada de tantos, árboles… -aspiró profundo. El final del otoño se anunciaba en el aire-. Va a hacer una noche estupenda.

Zac: Ya -localizó la cinta y, haciéndola girar entre los dedos, se volvió hacia ella-. ¿Te has vuelto a quedar sin gasolina?

Ness: No -rio-. Me gusta pasear por el pueblo a esta hora del día. De hecho, me dirigía precisamente a casa de tu hermana. Está cerca de aquí, ¿no?

Zac la miró entrecerrando los ojos. No le gustaba la idea de que la mujer en la que pasaba tanto tiempo pensando frecuentara a su hermana.

Zac: Sí. ¿Por qué?

Ness: ¿Por qué… qué? -repitió, distraída-.

Se había quedado mirando sus manos. Tenían algo especial. Eran duras, de palma callosa. Grandes. Sintió una fugaz y muy agradable sensación en la boca del estómago.

Zac: ¿Por qué vas a casa de Miley?

Ness: Oh. Tengo unas partituras que pensé que podrían gustarle a Kim.

Zac: ¿De veras? -se apoyó en la camioneta, estudiándola con detenimiento. Pensó que su sonrisa era demasiado amable. Y demasiado atractiva-. ¿Forma parte de tu trabajo realizar visitas a casas de alumnos para entregar partituras?

Ness: No, pero resulta entretenido. Divertido -la leve brisa de la tarde le alborotó el pelo. Se lo recogió con una mano-. Ningún trabajo merece el esfuerzo que le dedicas si no le encuentras su punto de diversión -se volvió para mirar la casa-. Tú también te diviertes trabajando, ¿no? ¿Reformando casas y haciéndolas tuyas?

Zac quiso soltarle algún comentario sarcástico, hasta que se dio cuenta de que tenía toda la razón.

Zac: Sí. No parece divertido cuando estás tirando techos y reparando tejados con la lluvia cayendo sobre tu cabeza -sonrió levemente-. Y sin embargo lo es.

Ness: ¿Vas a dejármela ver? -ladeó la cabeza-. ¿O harás como esos artistas susceptibles que no dejan que nadie vea sus pinturas antes de darles la última pincelada?

Zac: No hay gran cosa que ver -de repente se encogió de hombros-. Está bien. Puedes entrar, si quieres.

Ness: Gracias -empezó a caminar por el sendero, pero se volvió hacia él al ver que se quedaba junto a la camioneta-. ¿No vas a hacerme de guía?

Volvió a encogerse de hombros, y se reunió con ella.

Ness: ¿Hiciste tú también los muebles de mi apartamento?

Zac: Sí.

Ness: Es un trabajo espléndido. Parece madera de cerezo.

Frunció el ceño, sorprendido.

Zac: Es madera de cerezo.

Ness: Me gustan sus formas redondeadas. Lo suavizan todo. ¿Contrataste a un decorador para los colores o los elegiste tú mismo?

Zac: Lo hice yo -le abrió la puerta-. ¿Hay algún problema?

Ness: Oh, no. Me encanta la gama de colores de la cocina, los mostradores de azul pizarra, el suelo malva. Oh, esta escalera es fabulosa… -atravesó el salón sin terminar para dirigirse hacia allí-.

Zac había trabajado duro en ella, reemplazando la antigua por otra de madera de castaño, más oscura, curva y con un rellano en saledizo que parecía flotar sobre el salón. Innegablemente, era un buen motivo de orgullo.

Ness: ¿También tallaste tú esto? -murmuró acariciando la curva de la barandilla-.

Zac: La antigua baranda estaba rota. No me quedó otro remedio.

Ness: Tengo que probarla -subió la escalera. Una vez arriba, se volvió para mirarla-. No cruje nada. Un gran trabajo, pero poco sentimental.

Zac: ¿Sentimental?

Ness: Ya sabes. Como la escalera de la casa familiar, cuando te escapas a escondidas de niño y tienes que saber qué tablas no debes pisar para evitar que crujan y alertes así a tu madre.

De repente Zac estaba teniendo problemas para respirar.

Zac: Es de madera de castaño -dijo, principalmente porque no se le ocurrió otra cosa-.

Ness: En cualquier caso, es preciosa. Quienquiera que viva aquí, tendrá que tener niños.

Zac: ¿Por qué? -inquirió, con la boca seca-.

Ness: Porque… -siguiendo un impulso, apoyó el trasero en la barandilla y se dejó caer. Zac abrió los brazos para recogerla cuando aterrizó volando en el rellano-, está hecha para deslizarse por ella -pronunció sin aliento-.

Estaba riendo cuando alzó los ojos hacia él.

Vanessa sintió que algo se removía en su interior cuando se encontraron sus miradas. La sensación de la boca del estómago, no tan placentera esta vez, volvió a asaltarla. Desconcertada, se aclaró la garganta y buscó algo que decir.

Zac: Siempre te presentas por sorpresa -masculló, sin saber por qué-.

Todavía tenía que soltarla, pero sus manos se resistían a obedecer a su cerebro.

Ness: Este es un pueblo pequeño.

Se limitó a sacudir la cabeza. Sus manos estaban en aquel momento sobre su cintura, aparentemente decididas a acariciarle la espalda. Le pareció sentir que temblaba, aunque habría podido ser él.

Zac: Yo no tengo tiempo para mujeres -le espetó, como intentando convencerse a sí mismo-.

Ness: Bueno… -intentó tragar saliva, pero se lo impidió el nudo que le atascaba la garganta-. Yo también estoy bastante ocupada -suspiró. Aquellas manos que habían empezado a acariciarle la espalda la estaban debilitando de deseo-. Y en realidad tampoco estoy interesada. He tenido un año muy malo, por lo que se refiere a las relaciones. Creo que… -Le costaba pensar. Los ojos de aquel hombre, de un precioso color azul, estaban tan intensamente concentrados en los suyos… No sabía muy bien lo que estaba viendo, o buscando. Lo que sí sabía era que estaban a punto de fallarle las piernas-. Creo… -empezó de nuevo-, que lo mejor para ambos es que decidas rápido si vas a besarme o no. Porque no podré soportarlo durante mucho más.

Él tampoco. Y sin embargo, se tomó su tiempo. Por algo era un hombre especialmente meticuloso. Sin dejar de mirarla a los ojos, bajó la cabeza.

Cuando su boca estaba a unos centímetros de la suya, Vanessa soltó un leve gemido lastimero. Y se le nubló la vista al contacto de sus labios suaves, firmes, aterradoramente pacientes.

Se inclinaba sobre ella como un gourmet que estuviera saboreando un plato exquisito, profundizando gradualmente el beso hasta que Vanessa lo abrazó sin darse cuenta. Nadie la había besado nunca de aquella forma. Ni siquiera lo había creído posible: con tanta lentitud, profundidad, concentración. Sintió temblar el suelo bajo sus pies cuando él le mordisqueó delicadamente el labio inferior. Se estremeció, gruñó… y se dejó llevar.

El aroma y el sabor de aquella mujer resultaban abrumadores. Zac sabía que podía perderse en ella por un instante… y para toda la vida. Su pequeño y menudo cuerpo estaba perfectamente adherido al suyo. Le tiraba prácticamente del pelo, y en contraste con aquel agresivo gesto, echaba lánguidamente la cabeza hacia atrás en un acto de rendición que le hacía hervir la sangre.

Ansiaba tocarla. Le ardían las manos por la necesidad de desnudarla prenda a prenda hasta encontrar la suave y cremosa piel que se escondía debajo. Para probarse a sí mismo, y a ella también, deslizó los dedos bajo su suéter y exploró la cálida piel de su espalda, mientras su boca proseguía su largo y meticuloso asalto.

Se la imaginó tumbada en el suelo, en el césped. Se imaginó a sí mismo contemplando su rostro mientras los satisfacía a ambos, sintiéndola arquearse hacia él, abierta, dispuesta.

«Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez», se dijo mientras se tensaban todos sus músculos y empezaba a jadear.

Demasiado tiempo. Pero sabía que no era solamente eso… lo cual resultaba aterrador.

Vacilante, se apartó. Pero incluso mientras empezaba a retirarse, ella se apoyó en él, dejando caer la cabeza sobre su pecho. Incapaz de resistir el impulso, enterró los dedos en su pelo.

Ness: La cabeza me da vueltas -murmuró-. ¿Qué ha sido eso?

Zac: Un beso. Nada más -él mismo necesitaba creer en ello, ya que le ayudaría a aliviar la tensión que sentía en el pecho-.

Ness: Creo que he visto las estrellas -todavía tambaleante, alzó la mirada hacia él. Sus labios se curvaron en una sonrisa que no llegó hasta sus ojos-. Es la primera vez que me pasa.

Zac supo que si no hacía algo rápido, volvería a besarla.

Zac: Eso no cambia nada. -La luz de sus ojos casi había desaparecido. Le ayudó no poder verla con claridad en la penumbra-. Yo no tengo tiempo para mujeres. Y no estoy interesado en empezar nada.

Ness: Ah -no pudo menos que preguntarse por la procedencia del dolor que la había asaltado de pronto. Tuvo que hacer un esfuerzo para no llevarse una mano al corazón-. Pues ha sido un beso muy bueno, para tratarse de un hombre tan desinteresado… -se agachó para recoger el maletín que había dejado en el suelo antes de subir las escaleras-. Me marcho. No quiero que sigas perdiendo tu valioso tiempo conmigo.

Zac: No tienes por qué enfurruñarte.

Ness: ¿Enfurruñarme? -apretó los dientes. Clavándole un dedo en el pecho, le espetó-: Estoy algo más que enfurruñada, amigo. Tienes un ego impresionante. ¿Crees acaso que he venido aquí a seducirte?

Zac: No sé a qué has venido.

Ness: Bueno, pues no vendré más -se colgó el maletín del hombro y alzó la barbilla-. Puedes quedarte tranquilo, que no pienso obligarte a nada.

Zac tuvo que lidiar entonces con una incómoda combinación de deseo y de culpa.

Zac: Yo tampoco a ti.

Ness: No soy yo quien ha salido con excusas. ¿Sabes? No consigo imaginar cómo es que un zoquete tan insensible como tú tiene unos niños tan encantadores y adorables.

Zac: Deja a mis hijos fuera de esto.

Lo brusco de aquella orden hizo que Vanessa entrecerrara los ojos.

Ness: Oh, ¿así que tengo planes diabólicos para ellos también? ¡Imbécil! -caminó a grandes zancadas hacia la puerta, pero se detuvo en el último momento y le soltó un exabrupto final-: ¡Espero que ellos no hereden la retorcida imagen que tienes tú del sexo femenino!

Dio un portazo tal que hizo temblar la casa. Ceñudo, Zac hundió las manos en los bolsillos. Él no tenía una retorcida imagen de las mujeres. Y sus hijos eran un asunto únicamente suyo.




¡Primer beso! Pero Zac es un cretino 😒

¡Gracias por leer!


3 comentarios:

Maria jose dijo...

Oh zac muy mal
El siente algo pero no lo dice
Solo espero que cambie su mente
Y sea bueno con ella
Siguela esta muy buena



Saludos!!!!

Unknown dijo...

Que buen capitulo!!! sube otro capitulo porfa!!

Lu dijo...

Me encantó!!
El primer beso y una fea pelea..
Ya quiero saber como sigue.

Sube pronto

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