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jueves, 16 de febrero de 2017

Capítulo 2


Pocas cosas había mejores que un paseo en coche por el campo en una tibia tarde de otoño. Vanessa recordaba la rutina de sus sábados libres en Nueva York. Un poco de compras, ya que suponía que si algo echaba de menos de Manhattan eran las compras, y quizá un paseo por el parque.

Correr, nunca. Vanessa no creía que tuviera sentido correr cuando podía llegar al mismo sitio andando.

Y conducir… bueno, eso era todavía mejor. Hasta ese momento no había tomado perfecta conciencia del placer que suponía no solamente poseer un coche, sino circular por una carretera rural con los cristales de las ventanillas bajados y la música de la radio a todo volumen.

Las hojas estaban empezando a cambiar conforme avanzaba septiembre. Pinceladas de color competían con el verde. En una carretera en particular que había tomado siguiendo un impulso, los grandes árboles se cernían sobre el asfalto formando una espectacular bóveda que dejaba entrar retazos de luz, corriendo en paralelo con un arroyo.

No fue hasta que vio la señal que se dio cuenta de que estaba en Mountain View. La gran casa marrón, había dicho David. No había muchas casas por aquella zona, a unos tres kilómetros del pueblo, pero había logrado distinguir algunas entre los árboles. Marrones, blancas, azules: algunas cercanas al arroyo y otras más elevadas, con estrechos caminos excavados que hacían de senderos de entrada.

«Un lugar solitario para vivir», pensó. Y para criar hijos. Por muy seco y taciturno que le hubiera parecido Zac Efron, había hecho un maravilloso trabajo con sus hijos. Ya sabía que había tenido que hacer el trabajo solo. No había tardado mucho tiempo Vanessa en entender el funcionamiento de las poblaciones pequeñas como aquella. Un comentario aquí, una pregunta allá, y ya había acumulado suficientes datos como para componer una biografía completa de los Efron.

Zac había vivido en Washington D.F. desde que su familia abandonó el pueblo cuando él apenas era un adolescente. Seis años atrás, cargado con los dos gemelos, había vuelto. Su hermana mayor había estudiado en una universidad local, se había casado con un chico del pueblo y se había establecido en Taylor’s Grove años antes. Había sido ella, según se decía en el pueblo, quien le había animado a volver para educar allí a sus hijos cuando su esposa lo abandonó. «Dejando a los pobrecitos niños en la estacada», le había dicho la señora Hollis a Vanessa en la panadería del supermercado. Al parecer se había marchado sin decir una palabra, y no había vuelto a aparecer desde entonces. De tal manera que el joven Zachary Efron había tenido que hacer de madre y de padre.

Quizá, pensó Vanessa cínicamente, si hubiera hablado con su esposa de vez en cuando, ella se habría quedado a su lado. Pero no: eso no era justo. No había excusa alguna que justificara que una madre abandonara a sus hijos pequeños y no volviera a ponerse en contacto con ellos durante seis años. Al margen de que Zac Efron hubiera sido un buen marido o no, los niños se habían merecido otra cosa. Pensó en ellos en aquel momento, la viva imagen duplicada de la picardía. Siempre le habían gustado los niños, y los gemelos Efron eran como un gozo doble. Le había encantado tenerlos de público una o dos veces por semana durante los ensayos.

Alex le había mostrado todo orgulloso su primer examen de deletreado… con su gran estrella de plata. De no haber sido por la única palabra que falló, según le había contado, habría conseguido la de oro. Tampoco le habían pasado desapercibidas las tímidas miradas que David solía lanzarle, o sus rápidas sonrisas antes de que bajara la mirada ruborizado.

Suspiró de placer cuando salió de debajo de la bóveda arbolada, otra vez a la luz del sol. Delante de ella estaban las montañas que daban nombre a la carretera, recortándose súbitamente contra el cielo azul. La carretera se curvaba sin cesar, pero ellas siempre estaban allí, oscuras y distantes.

El terreno se alzaba a cada lado de la carretera, en onduladas colinas y resaltes rocosos. Redujo la velocidad cuando distinguió una casa en lo alto de una loma. Una casa marrón. Probablemente de madera de cedro, pensó, con un basamento de piedra y lo que parecían metros y metros cuadrados de cristal. Tenía una terraza de madera en el segundo piso y árboles alrededor. De las ramas de uno de ellos colgaba un neumático a modo de columpio.

Se preguntó si sería ésa la casa de los Efron. Esperaba que sus pequeños y nuevos amigos vivieran en aquella casa tan sólida y bien diseñada. Pasó entonces al lado del buzón plantado al pie de la carretera, en la confluencia con la larga pista que llevaba hasta ella. Señor Efron e hijos.

Aquello le arrancó una sonrisa. Contenta, pisó el pedal del acelerador y se quedó de piedra cuando el motor empezó a fallar.

Ness: ¿Qué pasa aquí? -masculló, levantando el pie del pedal y pisándolo de nuevo. Esa vez el coche se detuvo hasta quedar como muerto-. Por el amor de Dios -se disponía a arrancar de nuevo cuando miró el tablero de mandos. El indicador de la gasolina estaba iluminado-. Estúpida, estúpida, estúpida… -dijo en voz alta, maldiciéndose a sí misma-. ¿No se suponía que tenías que llenar el depósito antes de salir de paseo?

Se recostó en el asiento, suspirando. Había tenido intención de rellenar el depósito, de verdad. Al igual que el día anterior, cuando terminó las clases. El problema era que se había olvidado. Y ahora se encontraba a unos tres kilómetros del pueblo. Apartándose el pelo de los ojos, alzó la mirada hacia la casa del señor Efron e hijos. Estaría a unos trescientos metros montaña arriba, calculó, lo cual resultaba ciertamente preferible a caminar los tres kilómetros de carretera que la separaban del pueblo. Además de que, en cierta forma, la habían invitado. Sacó la llave del encendido y emprendió la subida de la pista.

No había recorrido ni la mitad cuando la descubrieron los gemelos. Bajaron corriendo por el sendero a una velocidad que quitaba el aliento, como si fueran cabras. Los seguía de cerca un enorme perro amarillo.

David: ¡Señorita Hudgens! ¡Hola, señorita Hudgens! ¿Ha venido a vernos?

Ness: Más o menos -riendo, se agachó para abrazarlos. El perro decidió saludarla también. Pero al menos se contuvo lo suficiente como para plantarle sus enormes patas en los muslos, que no en los hombros. David contuvo el aliento al ver aquello, pero lo soltó cuando Vanessa se echó a reír y se agachó también para acariciarle las orejas al animal-. ¡Pero qué grande eres! ¡Y qué guapo!

Thor le lamió una mano a modo de agradecimiento. Vanessa vio que los gemelos intercambiaban una mirada de complicidad. Una mirada de satisfacción y entusiasmo.

Alex: ¿Le gustan los perros?

Ness: Claro que sí. Quizá me compre uno ahora. En Nueva York vivía en un apartamento, y me daba pena comprarme un perro para tenerlo encerrado -rio de nuevo cuando Thor se sentó y alzó educadamente una pata, como para darle la mano-. Ya es demasiado tarde para formalidades, amiguito -le dijo, pero se la tomó de todas formas-. Estaba dando un paseo cuando me quedé sin gasolina justo aquí, al pie de vuestra casa. ¿No es gracioso?

La sonrisa de David casi le partió la cara en dos de lo ancha que fue. Así que le gustaban los perros. Y se había detenido justo al pie de su casa. Era más magia: estaba seguro de ello.

David: Papá lo arreglará. Él lo arregla todo -ya más confiado, le tomó una mano-.

Alex, para no ser menos, le tomó la otra.

Alex: Papá está en el taller, haciendo una silla rondak.

Ness: ¿Una mecedora? -sugirió-.

Alex: No, no. Una silla rondak. Venga a ver.

Tiraron de ella para rodear la casa, pasando al lado de una galería curva toda acristalada que daba al sur. Había otra terraza en la parte trasera, con escalones que descendían a un patio con baldosas. El taller del jardín, de madera de cedro al igual que el resto de la casa, parecía lo suficientemente grande como para albergar a una familia. Vanessa oyó los repetidos golpes de un martillo contra la madera.

Desbordante de entusiasmo, Alex entró corriendo en el taller:

Alex: ¡Papá! ¡Papá! ¡Adivina qué ha pasado!

Zac: Que me has vuelto a interrumpir: eso es lo que ha pasado.

Vanessa escuchó la voz de Zac, profunda, divertida y tolerante, y vaciló.

Zac: No quiero molestarlo… -le dijo a Alex-. Quizá pueda hacer una llamada a la gasolinera del pueblo…

David: No pasa nada, entre -la animó-.

Alex: ¿Ves? ¡Ha venido!

Zac: Oh -sorprendido por la inesperada visita, dejó el martillo sobre el banco de trabajo. Se levantó la visera de la gorra y frunció automáticamente el ceño-. Señorita Hudgens.

Ness: Lamento molestarle, señor Efron -empezó, y fue entonces cuando vio la silla en la que estaba trabajando-. Una silla Adirondack -murmuró, sonriendo-. Es bonita.

Zac: Lo será.

¿Se suponía que tenía que ofrecerle un café?, se preguntó. ¿Enseñarle la casa? No debería ser tan guapa, pensó sin darse cuenta. A primera vista no tenía nada de espectacular, y sin embargo… Bueno, quizá los ojos. Eran tan grandes, de color castaño… Pero el resto parecía bastante normal. Debía de ser el conjunto y la disposición de todo ello, reflexionó, lo que la convertía en una belleza tan extraordinaria.

Vanessa, a su vez, no sabía si sentirse incómoda o divertida por la fijeza con que él se la había quedado mirando. Procedió a explicarse:

Ness: Pasaba por aquí delante, en mi coche, en parte para disfrutar de un paseo, y en parte para familiarizarme con la zona. Sólo llevo aquí un par de meses.

Zac: ¿De veras?

David: La señorita Hudgens es de Nueva York -le recordó-. Te lo dijo Kim.

Zac: Es verdad -recogió de nuevo el martillo, para bajarlo al momento-. Es un bonito día para pasear.

Ness: Eso pensaba. Tan bonito que me olvidé de llenar el depósito antes de salir. Me quedé sin combustible justo al pie de su casa.

Un brillo de sospecha asomó a los ojos de Zac.

Zac: Qué suerte la suya.

Ness: No tanto -su voz, aunque amigable, se había enfriado-. Si me permite usar su teléfono para llamar a la gasolinera del pueblo, se lo agradecería.

Zac: Tengo combustible -murmuró-.

David: ¿Lo ve? Ya le dije yo que papá se lo arreglaría -intervino todo orgulloso-. Y tenemos galletas caseras -añadió, loco por conseguir que se quedara más tiempo-. Papá las hizo.

Ness: Ya me parecía a mí que olía a chocolate… -levantó al niño en vilo y le olisqueó la cara-. Tengo un olfato buenísimo.

Actuando por instinto, Zac le quitó a David de las manos un tanto bruscamente.

Zac: Vosotros, chicos, encargaos de las galletas. Nosotros nos ocuparemos de la gasolina.

Alex: ¡De acuerdo! -y salieron disparados hacia la casa-.

Ness: No pretendía secuestrar a su hijo, señor Efron.

Zac: Yo no he dicho eso -se dirigió a la salida-. El combustible lo tengo en el cobertizo.

Apretando los labios, Vanessa lo siguió.

Ness: ¿Sufrió usted un trauma de pequeño con alguna profesora, señor Efron?

Zac: Zac. Llámeme Zac. No, ¿por qué?

Ness: Me preguntaba si tendría algún tipo de problema personal o profesional al respecto.

Zac: Yo no tengo ningún problema -se detuvo ante el pequeño cobertizo donde guardaba su máquina cortacésped y las herramientas de jardinería-. Qué casualidad que los chicos le dijeran dónde vivíamos… y que se le acabara a usted el combustible justo aquí.

Vanessa aspiró profundo, contemplándolo mientras se agachaba para recoger una lata de gasolina y se erguía para volverse hacia ella.

Ness: Mire, yo no estoy más contenta que usted con la situación, y después de este recibimiento… todavía menos. Da la casualidad de que éste es el primer coche que poseo, y todavía no me he acostumbrado del todo. El mes pasado me quedé sin gasolina a la puerta del supermercado del pueblo. Puedo aportarle testigos, si quiere.

Zac se encogió entonces de hombros, sintiéndose un estúpido… y absurdamente susceptible.

Zac: Perdone.

Ness: Olvídelo. Si me da esa lata, usaré la gasolina que necesite para regresar al pueblo y luego se la devolveré llena.

Zac: Ya lo haré yo -masculló-.

Ness: No quiero molestarlo más -estiró una mano hacia la lata-.

La agarró y dio un tirón, pero él no la soltó. Empezaron una especie de tira y afloja. Al cabo de unos segundos, el hoyuelo de la mejilla izquierda de Zac le hizo un guiño.

Zac: Soy más fuerte que usted.

Vanessa retrocedió un paso y se sopló el flequillo de los ojos.

Ness: Muy bien. Presuma de machote, entonces -frunciendo el ceño, lo siguió alrededor de la casa-.

La aparición de los gemelos alivió en parte su mal humor. Cada uno llevaba un par de galletas envueltas en papel de cocina.

David: Papá hace las mejores galletas del mundo -le informó alzando su ofrenda hacia ella-.

Vanessa tomó una y la mordió.

Ness: Creo que tienes razón -se vio obligada a admitir, con la boca llena-. Y mira que yo entiendo de galletas.

Alex: ¿Sabe hacer galletas?

Ness: Da la casualidad de que soy famosa por mis galletas de chocolate -sonrió sorprendida cuando los gemelos intercambiaron otra mirada de complicidad y asintieron con la cabeza-. Lo comprobaréis si venís a visitarme un día.

Alex: ¿Dónde vive? -dado que su padre no estaba mirando, se metió una galleta entera en la boca-.

Ness: Market Street, justo al lado de la plaza. La vieja casa de ladrillo con tres porches. He alquilado el piso de arriba.

David: Esa casa es de papá. La compró y la arregló y ahora la alquila.

Ness: Oh -suspiró-. Vaya.

Enviaba los ingresos a Gerencia Efron… en la carretera de Mountain View. Sólo en ese momento cayó en la cuenta.

David: Así que usted vive en nuestra casa -terminó-.

Ness: Es una manera de hablar.

Zac: ¿Le gusta el lugar?

Ness: Sí, está bien. Allí estoy muy cómoda. Y está muy cerca de la escuela.

Alex: Papá siempre está comprando casas y arreglándolas -dijo al tiempo que se preguntaba si podría comerse otra galleta-. Le gusta arreglar cosas.

A juzgar por la vieja casa reformada en la que vivía Vanessa, resultaba obvio que las arreglaba muy bien.

Ness: ¿Es usted carpintero, entonces? -le preguntó, reacia-.

Zac: A veces hago cosas de carpintería -habían llegado al coche. Zac se limitó a hacer una seña con el pulgar para indicar a los chicos, y al perro también, que se mantuvieran apartados de la carretera. Destapó el depósito del coche y dijo sin volverse-: Si te comes una galleta más, Alex, vamos a tener que bombearte el estómago.

Tímidamente Alex volvió a guardar la galleta en su envoltorio de papel.

Ness: Excelente radar -comentó inclinada sobre el coche mientras Zac vertía la gasolina-.

Zac: Estoy obligado a tenerlo -sólo entonces la miró. Tenía el pelo despeinado por el viento y le brillaba por el sol, y la cara levemente sonrosada por la caminata. No le gustaba que el simple hecho de mirarla pudiera acelerarle el pulso de esa manera-. ¿Por qué Taylor’s Grove? Está lejos de Nueva York.

Ness: Porque quería un cambio -aspiró profundo al tiempo que miraba a su alrededor: las rocas, el árbol y la colina-. Y ya lo he conseguido.

Zac: Esto es bastante tranquilo, comparado con la vida a la que estaba acostumbrada.

Ness: La tranquilidad me gusta.

Se limitó a encogerse de hombros. Sospechaba que a los seis meses acabaría por aburrirse y marcharse.

Zac: Kim está muy entusiasmada con la clase de usted. Habla casi tanto de ello como del carné de conducir que quiere sacarse.

Ness: Eso es todo un cumplido. Es una buena escuela. No todos mis estudiantes son tan participativos como Kim, pero me gustan los desafíos. Voy a recomendarla para que se presente a las audiciones del estado.

Zac: ¿Tan buena es?

Ness: Parece sorprendido.

Zac: Bueno, siempre me pareció buena, pero el antiguo profesor de música no la destacaba precisamente entre los demás.

Ness: Corre el rumor de que nunca estuvo muy interesado por hacer un seguimiento individualizado de los estudiantes. Ni por las actividades extraescolares.

Zac: Es verdad. Striker era un viejo… -se interrumpió para mirar a los chicos, que seguían atentos la conversación-. Era simplemente viejo. Y hacía las cosas a su manera. Siempre el mismo programa de Navidad, el mismo programa de primavera.

Ness: Sí, he visto sus notas de clase. Yo diría que todo el mundo se llevará una buena sorpresa este año. Tengo entendido que ningún estudiante de Taylor Grove ha ido nunca a las audiciones del estado.

Zac: Sí, lo mismo he oído yo también.

Ness: Bueno, pues eso va a cambiar -satisfecha de que hubieran encontrado un tema agradable de conversación, se echó el pelo hacia atrás-. ¿Usted canta?

Zac: En la ducha -asomó de nuevo el hoyuelo de su mejilla, mientras sus hijos reían-. No quiero oír un solo comentario, chicos…

Alex: Canta muy, pero que muy alto -informó sin miedo alguno a las represalias-. Y consigue que Thor se ponga a aullar.

Ness: Estoy segura que eso debe de ser todo un espectáculo… -se agachó para rascar al perro detrás de las orejas-.

El animal movió entonces la cola y, por alguna razón, salió disparado colina arriba.

David: Aquí tiene, señorita Hudgens. Tome.

Los chicos le entregaron el resto de las galletas y echaron a correr detrás del perro-.

Ness: Supongo que no pueden quedarse mucho tiempo quietos -murmuró mientras los veía alejarse-.

Zac: Con usted han batido un récord. Les cae muy bien.

Ness: Soy una persona que suele caer bien a la gente -sonrió. Cuando se volvió hacia él, lo sorprendió mirándola fijamente, con una expresión hosca-. Bueno, al menos a la mayoría. No debería haberse molestado en bajar hasta aquí. Habría bastado con que me entregara la lata.

Zac: No hay problema -una vez vaciada la lata de gasolina, volvió a cerrar el depósito-. En Taylor’s Grove somos muy amables. La mayoría, al menos.

Ness: Avíseme cuando haya superado el periodo de prueba -metió casi medio cuerpo por la ventanilla para dejar las galletas en el asiento trasero-.

Zac disfrutó entonces de una tentadora y turbadora vista de su trasero enfundado en sus ajustados vaqueros. Podía oler su perfume: una deliciosa esencia que podía llegar a aturdirlo más que el humo de la gasolina…

Zac: No quería decir eso.

Vanessa sacó la cabeza del coche. Mientras se erguía, se lamió una mancha de chocolate de un dedo.

Ness: Quizá no. En cualquier caso, le agradezco su ayuda -sonrió mientras abría la puerta del coche-. Y las galletas.

Zac: Ha sido un placer -se oyó decir a sí mismo, para arrepentirse de inmediato-.

Ya sentada al volante, ella replicó:

Ness: Lo siento, pero no me lo creo -se echó a reír y arrancó el coche-. Deberías pasarte más veces por los ensayos del coro, Zac -lo tuteó de pronto-. Quizá aprendieras algo.

No estaba muy seguro de lo que había querido decir.

Zac: Ponte el cinturón de seguridad -le ordenó-.

Ness: Es verdad -obedeció, dócil-. Todavía no me he acostumbrado. Despídeme de los gemelos -y se marchó a toda velocidad, sacando una mano fuera de la ventanilla-.

Zac se la quedó mirando hasta que desapareció al doblar la curva, y se frotó lentamente el estómago, allí donde se le había formado un nudo. Aquella mujer tenía algo especial. Algo que le hacía sentirse como si se estuviera descongelando después de una larguísima helada.




Uy... Zac ya está sintiendo maripositas en el estómago... 😉

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

zac ya siente algo por ella
esto se pone cada vez mejor
siguela pronto
ya quiero saber que mas pasara
siguela


saludos

Lu dijo...

Si, me parece que Zac ya siente algo por allá, y los gemelos la aman!!!
Me encanta esta nove.


Sube pronto

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