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martes, 14 de febrero de 2017

Capítulo 1


Taylor’s Grove, población; dos mil trescientos cuarenta habitantes. «No, trescientos cuarenta y uno», pensó Vanessa toda orgullosa mientras entraba en el auditorio del instituto. Sólo llevaba dos meses en el pueblo pero ya se había apropiado de él. Adoraba su ritmo lento, los cuidados jardines, las pequeñas tiendas. Le encantaba el trato fácil de los vecinos, los bancos de columpio en los porches, las aceras blanqueadas por la escarcha.

Si alguien le hubiera dicho, apenas un año antes, que terminaría cambiando Manhattan por un punto en el mapa del oeste de Maryland, lo habría tomado por un loco. Pero allí estaba, la nueva profesora de música del instituto de Taylor’s Grove, tan contenta como un viejo sabueso sesteando frente a un buen fuego de chimenea.

Había necesitado aquel cambio, eso era seguro. Durante el último año había perdido a su compañera de apartamento, que se había casado, para heredar un altísimo alquiler que no había sido capaz de pagar ella sola. Su nueva compañera, que había superado la correspondiente entrevista, también había terminado marchándose también… sólo que llevándose hasta el último objeto de valor de la vivienda. Aquel desagradable incidente había derivado en una discusión final, y todavía más desagradable, con su casi prometido. Cuando Drake la llamó estúpida, ingenua y despreocupada, Vanessa había decidido cortar por lo sano.

Apenas había despedido a Drake cuando la despidieron a ella. La escuela donde había pasado tres años dando clases estaba siendo «recortada», como eufemísticamente le habían señalado. Su puesto de profesora de música había sido eliminado, al igual que la propia Vanessa.

Un apartamento que no podía permitirse pagar; un prometido que había confundido su optimista naturaleza con un auténtico lastre; y la perspectiva de engrosar las colas de la oficina de empleo la habían impulsado a abandonar Nueva York. Y ya puestos a trasladarse, había decidido dar el gran paso. La idea de enseñar en una población pequeña había echado raíces. «Una verdadera inspiración», pensó en aquel momento, ya que a esas alturas tenía la sensación de llevar años en Taylor’s Grove.

El alquiler que pagaba era lo suficientemente bajo como para permitirle vivir sola. Su apartamento, la planta superior entera de un viejo caserón reformado, estaba a la distancia de un agradable paseo del campus que incluía los pabellones de enseñanza elemental, primaria y secundaria. Sólo dos semanas después de aquel primer y nervioso día de escuela, se sentía especialmente encariñada con sus alumnos y esperaba con verdadero entusiasmo su primera actividad extraescolar de coro. Estaba decidida a elaborar un programa de vacaciones que dejara boquiabierto al pueblo entero.

El viejo y gastado piano ocupaba el centro del escenario. Se acercó hasta él y se sentó en la banqueta. Sus alumnos entrarían dentro de poco, pero hasta entonces todavía disponía de unos minutos a solas.

Calentó la mente y los dedos con un blues, una vieja melodía de Muddy Waters. Pensó, gozosa, que los viejos y gastados pianos se llevaban bien con los blues.

**: Dios, mola un montón -murmuró Holly Linstrom a Kim mientras entraban sigilosamente en el auditorio-.

Kim: Sí -tenía una mano en cada hombro de sus primos gemelos, con un toque de firmeza que imponía silencio y prometía represalias-. El viejo señor Striker jamás tocó nada tan bonito.

Holly: Y la ropa que lleva… -la admiración y la envidia se mezclaban en el tono de Holly mientras contemplaba los pantalones de pitillo, la larga camisa y el corto chaleco de rayas que llevaba Vanessa-. No sé por qué nadie de Nueva York viene nunca por aquí. ¿Viste los pendientes que llevaba hoy? Apuesto a que se los compró en alguna tienda de moda de Nueva York.

La joyería de Vanessa se había convertido ya en una leyenda entre las estudiantes. Llevaba siempre lo más raro y llamativo. Su gusto en ropa, su pelo negro que le caía un poco por debajo de los hombros y que siempre parecía milagrosa y hábilmente despeinado, su risa y su desprecio por las formalidades la habían convertido ya en un personaje querido y apreciado por los alumnos.

Kim: Tiene estilo, eso está claro -aunque en aquel momento parecía más fascinada por la música que por el vestuario de la profesora-. Ojalá pudiera tocar yo así.

Holly: Ojalá tuviera yo ese aspecto… -repuso soltando una risita-.

Advirtiendo que tenía audiencia, Vanessa las miró sonriente.

Ness: Vamos, entrad, chicas. El concierto es gratis.

Kim: Esa canción suena preciosa, señorita Hudgens -sin soltar a sus primos, echó a andar por el pasillo en cuesta hacia el escenario-. ¿De quién es?

Ness: De Muddy Waters. Tenemos que incluir un poco de blues en el currículum -estudió a los dos niños de carita dulce que iban con Kim, experimentando al mismo tiempo una extraña sensación de familiaridad-. Hola, chicos.

Cuando los gemelos correspondieron a su sonrisa, dos hoyuelos idénticos se dibujaron en el lado izquierdo de sus caras.

Alex: ¿Sabe tocar Chopsticks?

Antes de que Kim pudiera reprender a su primo, muerta de vergüenza, Vanessa se volvió para ejecutar una animada versión de la melodía.

Ness: ¿Qué tal? -le preguntó al niño nada más terminar-.

Alex: ¡Qué bueno!

Kim: Perdone, señorita Hudgens. Es que tengo que quedarme con ellos durante una hora… Son mis primos, Alex y David Efron.

Ness: Los Efron de Taylor’s Grove -se apartó del piano-. Veo que sois hermanos. Detecto un ligero parecido…

Ambos sonrieron, encantados.

David: Somos gemelos.

Ness: ¿De veras? Ahora se supone que tengo que averiguar quién es quién -se acercó al borde del estrado, se sentó y los examinó detenidamente. Los críos no dejaban de sonreír. Los dos habían perdido recientemente el primer incisivo izquierdo- Alex -dijo, señalándolo con el dedo-. Y David.

Complacidos e impresionados, asintieron a la vez.

David: ¿Cómo lo ha sabido?

Habría sido absurdo, aparte de nada divertido, confesarles que se lo había jugado al cincuenta por ciento de probabilidades.

Ness: Magia. ¿Os gusta cantar, chicos?

Alex: Bueno. Un poco.

Ness: Bien, pues hoy podréis escuchar. Sentaos en la primera fila. Seréis nuestro público.

Kim: Gracias, señorita Hudgens -murmuró dirigiéndolos hacia los asientos-. La mayor parte del tiempo se portan muy bien. Quedaos quietos -les ordenó, haciendo valer su autoridad de prima mayor-.

Vanessa hizo un guiño a los chicos mientras se levantaba, y se dirigió luego a los alumnos que ya estaban entrando:

Ness: Subid, que vamos a empezar.

Tanto ajetreo en el escenario no tardó en aburrir a los gemelos. Al principio los alumnos no hicieron otra cosa que hablar mientras ocupaban sus posiciones. Pero David no dejaba de mirar a Vanessa. Tenía un pelo bonito y unos grandes ojos marrones también muy bonitos. «Como los del Comandante Thor», pensó, encariñado. Su voz era graciosa, pero bonita. De vez en cuando lo miraba y sonreía. Cuando lo hacía, el corazón le daba saltos en el pecho, como si acabara de correr una carrera.

Vio que se volvía hacia un grupo de chicas y se ponía a cantar. Era un villancico, lo que hizo que David se la quedara mirando con ojos como platos. No sabía el nombre, algo sobre una noche de invierno, pero la reconoció de los discos que su padre solía poner por Navidad.

David: Es ella -susurró a su hermano al tiempo que le propinaba un codazo en las costillas-.

Alex: ¿Quién?

David: Es la mamá.

Alex dejó de jugar con el muñeco articulado que se había metido en un bolsillo y alzó la mirada hacia el escenario, donde Vanessa estaba dirigiendo la sección de altos del coro.

Alex: ¿La profesora de Kim es la mamá?

David: Tiene que ser ella -bajó la voz con tono conspirativo, todo emocionado-. Santa ha tenido tiempo más que suficiente para recibir la carta. Estaba cantando una canción de Navidad, tiene el pelo negro y una bonita sonrisa. Y le gustan los niños, también.

Alex: Tal vez -no del todo convencido, estudió detenidamente a Vanessa. Pensó que efectivamente era bonita. Y reía mucho, incluso cuando alguno de los chicos grandes cometía errores. Pero eso no quería decir que le gustasen los niños o que supiera hacer galletas-. Todavía no lo sabemos de seguro.

David soltó un impaciente suspiro.

David: Nos reconoció. Sabía quién era quién. Hace magia --miró con expresión solemne a su hermano-. Es la mamá.

Alex: Magia… -repitió, y se quedó contemplando como alelado a la profesora-. ¿Tendremos que esperar hasta Navidad para tenerla?

David: Supongo que sí. Probablemente -ése era un enigma sobre el que tendría que empezar a trabajar-.


Cuando Zac Efron aparcó su camioneta frente al instituto, su mente estaba ocupada por una docena de problemas diversos. Lo que les daría de cenar a los chicos. De qué manera embaldosaría los suelos de su proyecto de la calle Meadow. Cuándo podría encontrar un par de horas para acercarse al centro comercial y comprarles calzoncillos a los gemelos. La última vez que había puesto una lavadora, había descubierto que los que llevaban servían más bien para hacer trapos. Tenía que recibir una entrega de madera a primera hora de la mañana siguiente y una montaña de papeleo lo estaba esperando aquella noche. Y Alex estaba nervioso ante su primer examen de deletreado de palabras, para el que solamente faltaban unos pocos días.

Guardándose las llaves en el bolsillo, estiró los doloridos músculos del cuello. Se había pasado buena parte de las ocho horas de su jornada manejando un martillo. Pero no le importaba. La fatiga era una sensación positiva: significaba que había hecho algo. La reforma de la casa de la calle Meadow llevaba buena marcha, y ajustada al presupuesto. Una vez que la terminara, ya decidiría si venderla o alquilarla. Su contable intentaría decidir por él, pero Zac sabía que la decisión final sería suya.

Mientras atravesaba el aparcamiento en dirección al instituto, miró a su alrededor. Su tatarabuelo había fundado el pueblo, apenas un grupo de casas por aquel entonces, flanqueando el arroyo Taylor y subiendo por las colinas hasta el río del mismo nombre.

El ego del viejo Zachary Efron no había sido nada pequeño. Pero Zac había vivido durante más de doce años en Washington capital. Hacía ya seis que había regresado a Taylor’s Grove, y sin embargo seguía sintiéndose tan satisfecho y orgulloso como el primer día. Bastaba para ello la simple contemplación de las colinas, los árboles y la sombra de las montañas en la lejanía. Algo que jamás había pensado que acabaría ocurriendo.

Se percibía una cierta frialdad en el aire y soplaba una fuerte brisa del oeste. Pero todavía tenía que caer la primera escarcha y las hojas seguían teniendo un flamante verde de verano. El buen tiempo facilitaba las cosas en más de un aspecto. Mientras durara, podría terminar cómodamente la obra exterior de su proyecto. Y los chicos podrían seguir disfrutando de las tardes de juego en el jardín.

Experimentó una violenta punzada de culpa cuando empujó las pesadas puertas y entró en el instituto. Por culpa de las exigencias de su trabajo, los gemelos habían tenido que pasarse la tarde encerrados. La llegada del otoño significaría que su hermana se sumergiría de cabeza en sus proyectos para la comunidad. Y él no podía abusar de su generosidad pidiéndole que le cuidara a los niños. Kim tenía una agenda de actividades extraescolares cada vez más apretada, y sencillamente Zac no podía aceptar la idea de que sus hijos se pasaran la vida solos en casa.

Y sin embargo la solución había convenido a todo el mundo, al menos hasta el momento. Kim se llevaba a los gemelos a sus ensayos del coro, y él le ahorraba a su hermana un viaje al colegio para recogerlos y llevarlos a casa.

Kim se sacaría el carné de conducir en unos pocos meses, tal y como ella misma se ocupaba constantemente de recordar a todo el mundo. Pero Zac no tenía muchas ganas de sentar a los chicos en su coche, por grande que fuera la confianza que tuviera en su sobrina.

«Los mimas demasiado». Zac puso los ojos en blanco al oír en su cabeza la insistente voz de su hermana. «No puedes ser un padre y una madre para ellos, Zac. Si no quieres buscarte una esposa, entonces tendrás que aprender a relajarte un poco».

«Y un cuerno», exclamó para sus adentros. Mientras se acercaba al auditorio, oyó unas voces jóvenes entonando una canción. Una melodía preciosa que le hizo sonreír antes incluso de que llegara a reconocerla. Un villancico navideño. Se le hacía extraño oírlo en aquellas fechas, con el sudor de todo un día de trabajo empapándole la camisa.

Abrió las puertas del auditorio y se dejó envolver por la música. Fascinado, permaneció al fondo contemplando a los cantantes. Una de las alumnas, una verdadera preciosidad, tocaba el piano. Se estaba preguntando dónde estaría la profesora de música cuando descubrió a los chicos sentados en la primera fila. Avanzó con sigilo por el pasillo central y saludó discretamente con la mano a Kim. Sentándose detrás de los gemelos, se inclinó hacia delante:

Zac: Bonito espectáculo, ¿eh?

David: ¡Papá! -estuvo a punto de chillar-. Estamos en Navidad -bajó la voz, acordándose de donde estaba-.

Zac: Suena como si lo estuviéramos. ¿Qué tal lo está haciendo Kim?

Alex: Es muy buena -parecía tenerse a sí mismo por un experto en coros-. Va a hacer un solo.

Zac: ¿De veras?

Kim: Se puso roja cuando la señorita Hudgens le pidió que cantara sola, pero al final lo hizo muy bien -en aquel momento, sin embargo, Alex parecía mucho más interesado en Vanessa-. Es guapa, ¿verdad?

Zac asintió, algo sorprendido por el comentario. Los gemelos querían a Kim, pero rara vez le lanzaban cumplidos.

Zac: Sí. La más guapa de la escuela.

David: Podríamos invitarla a cenar en casa alguna noche -propuso astuto-. ¿No te parece?

Ya perplejo, Zac acarició el pelo de su hijo:

Zac: Ya sabéis que Kim puede venir cuando quiera.

David: Ella no -puso los ojos en blanco, en un gesto que le había copiado a su padre-. Caramba, papá. Estamos hablando de la señorita Hudgens.

Zac: ¿Quién es la señorita Hudgens?

Alex: La ma… -la respuesta fue interrumpida por el codazo que le soltó su hermano-.

David: La profesora -terminó lanzando una mirada hosca a su hermano-. La guapa -señaló con el dedo el piano-.

Zac: ¿Ella es la profesora?

Justo en ese momento, cesó la música y Vanessa se levantó.

Ness: Eso ha estado muy bien, de verdad -se echó la despeinada melena hacia atrás-. Pero tendremos que trabajar duro. El siguiente ensayo, el lunes después de las clases. Cuatro menos cuarto.

Se armó un cierto alboroto y Vanessa tuvo que alzar la voz para dictar el resto de instrucciones. Satisfecha, se volvió para sonreír a los gemelos y se encontró sonriendo a una versión mayor, y bastante más turbadora, de los mismos. Indudablemente, se trataba del padre. El mismo pelo castaño que se rizaba sobre el cuello de la camiseta. Los mismos ojos azules con las mismas largas y negras pestañas. El rostro carecía de la forma redondeada del de sus hijos, pero aquella versión más dura y angulosa resultaba igual de atractiva. Era alto y delgado, de brazos fuertes aunque no excesivamente musculosos. Estaba bien bronceado y también bastante sucio. Se preguntó si le saldría también aquel hoyuelo en la mejilla izquierda al sonreír…

Ness: Señor Efron.

En vez de molestarse en utilizar los escalones, bajó del escenario de un salto, tan ágil como cualquiera de sus alumnos. Le tendió una mano toda adornada de anillos.

Zac: Señorita Hudgens -se la estrechó, recordando demasiado tarde que no tenía la mano precisamente muy limpia-. Le agradezco que haya permitido quedarse a los chicos durante el ensayo de Kim.

Ness: No hay problema. Trabajo mejor cuando tengo público -ladeando la cabeza, miró a los gemelos-. ¿Y bien, chicos? ¿Qué tal lo hemos hecho?

Alex: Ha sido realmente bueno. Los villancicos de Navidad son las canciones que más me gustan.

David: Y a mí.

Todavía ruborizada y halagada por la sugerencia de hacer el solo, Kim se reunió con ellos.

Kim: Hola, tío Zac. Supongo que ya conoces a la señorita Hudgens.

Zac: Sí -no había mucho más que decir-.

Aquella mujer seguía pareciéndole demasiado joven para ser profesora. Aunque tampoco era la adolescente por quien la había tomado. Aquella piel cremosa y aquella complexión menuda resultaban engañosas. Y muy atractivas.

Ness: Su sobrina tiene mucho talento -en un gesto perfectamente natural, le pasó a Kim un brazo por los hombros-. Posee una voz maravillosa y entiende rápidamente el significado de la música. Estoy encantada de tenerla con nosotros.

Zac: A nosotros también nos gusta -repuso mientas Kim se ruborizaba-.

Pero David se removía nervioso. Se suponía que no deberían estar hablando de su prima…

David: Quizá le apetecería venir a visitarnos alguna vez, señorita Hudgens -sugirió de pronto-. Vivimos en la gran casa marrón de la carretera de Mountain View.

Ness: Eso sería estupendo -pero advirtió que el padre de David no secundaba la invitación, ni parecía particularmente complacido-. Y vosotros, chicos, estáis invitados a venir a vernos cuando queráis. Trabaja en ese solo, Kim.

Kim: Lo haré, señorita Hudgens. Gracias.

Ness: Encantada de haberlo conocido, señor Efron -mientras murmuraba una respuesta, Vanessa regresó al escenario para recoger sus partituras-.

Era una verdadera lástima, pensó, que el padre careciera tanto del encanto como de la simpatía de los hijos.




¡Primer contacto!
Esperemos que no el último 😉

¡Gracias por leer!

😍¡FELIZ DÍA DE SAN VALENTÍN!😍

2 comentarios:

Maria jose dijo...

Esto va muy bien
Primer contacto!!!!
Que interesante es la novela
Ya quiero leer mas
Síguela pronto


Feliz dia de san Valentin!!!!
Saludos

Lu dijo...

Me encantó!!!
Vamos a ver como siguen y que harán los gemelos... Me da mucha intriga.


Feliz día de San Valentín!!.

Sube pronto

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