topbella

sábado, 15 de octubre de 2016

Capítulo 9

La cala estaba cubierta de penumbra. Las rocas brillaban, protegiéndola de los vientos... y de la vista. Había un olor a hojas mojadas y flores salvajes que explotaba a la luz del sol y permanecía al caer la noche. Pero, por alguna razón, no era una fragancia agradable. Olía a secretos y a miedos apenas nombrados.

Los amantes no se citaban allí. La leyenda decía que la cala estaba encantada. A veces, cuando un hombre se acercaba lo suficiente en una noche tranquila y oscura, las voces de los espíritus murmuraban detrás de las rocas. La mayoría de los hombres tomaban otro camino para no oír nada.

La luna proyectaba un brillo suave sobre el agua, reforzando más que disminuyendo la sensación de quietud y oscuridad susurrante. El agua suspiraba sobre las rocas y la arena de la orilla. Era un sonido apenas perceptible, que se desvanecía en el aire.

Los hombres reunidos en torno al bote eran como tantas otras sombras: oscuras, sin rostro en la penumbra. Pero eran hombres de carne y hueso y músculos. Y no les tenían miedo a los espíritus de la cala.

Hablaban poco y, entonces, en voz baja. De tanto en tanto se oía alguna risa, estridente en aquel lugar para el secreto, pero la mayoría del tiempo actuaban en silencio, con gran eficiencia. Sabían lo que tenían que hacer. Ya casi había llegado la hora.

Uno vio la sombra de alguien que se acercaba y gruñó a su compañero. Éste sacó un cuchillo y lo agarró por la empuñadura con fuerza. El filo relució amenazantemente en medio de la oscuridad. Los hombres dejaron de trabajar, expectantes.

Cuando la sombra se acercó lo suficiente, enfundó el cuchillo y tragó el sabor amargo del temor. No le daba miedo asesinar, pero aquel hombre sí lo intimidaba.

**: No te esperábamos -dijo con voz trémula tras soltar el cuchillo-.

*: No me gusta ser siempre previsible -respondió con sequedad mientras un rayo de luna caía sobre él-.

Iba vestido de negro, totalmente: pantalones negros, camiseta negra y chaqueta negra. Alto y fornido, podía haber sido un dios o un demonio.

Una capucha ocultaba su rostro. Sólo asomaba el brillo de sus ojos, oscuros y letales.

**: ¿Vienes con nosotros?

*: Estoy aquí -contestó como si la pregunta fuese obvia-.

No era un hombre al que le gustara responder preguntas y no le hicieron ninguna más. Subió al bote con la naturalidad de quien está acostumbrado al vaivén de las olas.

Era un bote pesquero típico, sencillo, limpio, recién pintado de negro. Sólo el precio y la potencia de su motor lo distinguía de los de su clase.

Cruzó el bote sin decir palabra ni prestar atención a los hombres que le abrían paso. Eran hombres fuertes, musculosos, de muñecas gruesas y grandes manos. Se apartaban del hombre como si éste pudiese estrujarlos con un simple movimiento. Todos rezaban porque el hombre no posara los ojos sobre ellos.

El hombre se colocó al timón y giró la cabeza hacia atrás, ordenando con la mirada soltar amarras. Remarían hasta estar mar adentro, para que el ruido del motor pasase inadvertido.

El bote avanzaba a buen ritmo, una gota solitaria confundida en el mar negro. El motor ronroneaba. Los hombres apenas hablaban. Era un grupo silencioso normalmente, pero cuando el hombre estaba entre ellos, ninguno se atrevía a hablar. Hablar significaba llamar la atención sobre uno mismo... y muchos no se atrevían.

El hombre miró hacia el agua sin prestar atención a las miradas temerosas de los demás. Era una sombra en la noche. La capucha temblaba sacudida por el viento, impregnado de sal. Pero él seguía quieto como una roca.

El tiempo pasaba, el bote se escoraba con el movimiento del mar. El hombre permanecía inmóvil. Podía ser un mascarón de proa. O un demonio.

**: Nos faltan hombres -dijo con voz baja y rugosa el que lo había saludado. Sintió que el estómago le temblaba y acarició el cuchillo que se había enfundado para darse seguridad-. ¿Quieres que encuentre un sustituto para Stevos?

La cabeza encapuchada se giró despacio. El otro hombre retrocedió un paso instintivamente y tragó saliva.

*: Yo le encontraré un sustituto. Deberíais recordar todos a Stevos -dijo alzando la voz al tiempo que abarcaba con la mirada a todos los hombres del bote-. No hay nadie que no pueda ser... sustituido -añadió tras una breve pausa antes de pronunciar la última palabra, y observó con satisfacción cómo bajaban la vista los pescadores-.

Necesitaba que le tuvieran miedo, y lo temían. Podía oler su miedo. Sonrió oculto por la capucha y volvió a mirar hacia el mar.

El viaje prosiguió y nadie le dirigió la palabra... ni habló sobre él. De vez en cuando, uno de los pescadores se atrevía a lanzar un vistazo hacia el hombre del timón. Los más supersticiosos se santiguaban o cruzaban los dedos para protegerse del demonio. Cuando el demonio estaba entre ellos, experimentaban el auténtico sabor del miedo. El hombre no les hacía caso, actuaba como si estuviese solo en el bote. Y ellos daban gracias al cielo por ello.

Apagó el motor a medio camino entre Lesbos y Turquía. El silencio repentino resonó como un trueno. Nadie habló, como habrían hecho si el hombre no hubiese estado en el timón. Nadie contó chistes groseros ni se intercambiaron apuestas.

El bote vagaba sobre el agua. Esperaron, todos menos uno helados por la fría brisa marina de la noche. La luna se ocultó tras una nube y luego reapareció.

A lo lejos, como una tos distante, se oyó el motor de un bote que se aproximaba. El ruido se fue acercando, cada vez más alto y constante. El bote emitió una señal, lanzando una luz dos veces, y luego una tercera antes de volver a la oscuridad. Luego apagaron el motor del segundo bote. En completo silencio, los dos botes se fundieron en una sola sombra.

Era una noche gloriosa, apacible, plateada por la luna. Los hombres esperaban observando la silueta oscura y misteriosa del timón.

##: Buena pesca -dijo una voz desde el segundo bote-.

#: Es fácil pescar cuando los peces duermen.

Se oyó una pequeña risa mientras dos hombres volcaban una red repleta de peces sobre la cubierta. El bote se balanceó por el movimiento, pero no tardó en recuperar el equilibrio.

El hombre encapuchado presenció el intercambio sin decir una palabra o hacer gesto alguno. Sus ojos se deslizaron del segundo bote a la carga de peces sueltos y muertos que había sobre la cubierta. Los dos motores arrancaron de nuevo y los botes se separaron. Uno fue hacia el este y el otro, hacia el oeste. La luna brillaba en el cielo. La brisa sopló con un poco más de fuerza. El bote volvía a ser una gota solitaria en medio del mar oscuro.

*: Abridlos.

Los pescadores miraron con inquietud al hombre de la capucha.

**: ¿Ahora? -se atrevió a preguntar uno de ellos-. ¿No los llevamos donde siempre?

*: Abridlos -repitió él con un tono de voz que les provocó un escalofrío-. Me llevo la mercancía conmigo.

Tres hombres se arrodillaron junto a los peces. Sus cuchillos trabajaron con maestría mientras el aire se cargaba del olor a sangre, sudor y miedo. Los pescadores iban apilando paquetes blancos a medida que los sacaban del interior de los peces. Luego lanzaban los cuerpos mutilados de vuelta al mar. Nadie se los llevaría a la mesa.

El encapuchado se movía rápido pero sin dar sensación de presura. Iba guardándose los paquetes en los bolsillos de la chaqueta. Los pescadores se apartaron, como si pudiera matarlos con sólo tocarlos... o algo peor. El hombre los miró con satisfacción antes de regresar al timón.

Le gustaba sentir su miedo. Y nada le impediría quedarse con la mercancía. Por primera vez, soltó una risotada que heló la sangre de los pescadores. Nadie habló, ni siquiera susurró, durante el viaje de vuelta.

Más tarde, como una sombra entre las sombras, se alejó de la cala. El intercambio había tenido lugar sin sobresaltos. Nadie le había hecho preguntas, nadie se había atrevido a seguirlo, a pesar de que ellos eran varios y él sólo uno. Aun así, mientras recorría la playa, se movía con precaución. No era tonto. Aquellos pescadores asustados no era lo único que debía preocuparlo. Y no estaría a salvo hasta que hubiese terminado.

Fue una caminata larga, pero él la cubrió a buen ritmo. El canto de un búho lo hizo detenerse un instante para observar los árboles y las rocas a través de las rendijas de la máscara que llevaba bajo la capucha. Divisó la villa de los Tisdale. Luego giró hacia los acantilados.

Subía entre las rocas con la misma facilidad de una cabra. Había recorrido ese camino miles de veces a oscuras. Y se mantenía alejado del camino marcado. En los caminos podía cruzarse con alguna persona. El hombre rodeó la roca en la que Vanessa se había sentado esa mañana, pero no vio las flores. Continuó sin pararse.

Había una luz en una ventana. La había dejado encendida antes de salir. Por primera vez, pensó en ponerse cómodo... y en tomarse un trago para quitarse el sabor del miedo que le tenían los pescadores.

Entró en la casa, atravesó el pasillo y entró en una habitación. Volcó de cualquier forma el contenido de los bolsillos de su chaqueta sobre una elegante mesa de Luis XVI. Luego se quitó la capucha.

Zac: Una pesca estupenda, Peter -anunció sonriente-.

Peter echó un vistazo a los paquetes y asintió con la cabeza.

Peter: ¿Ningún problema?

Zac: Se tienen pocos problemas cuando trabajas con hombres que temen el aire que respiras. El viaje ha sido un éxito -afirmó entusiasmado. Luego se acercó al mueble bar, sirvió dos copas y entregó una a su compañero. Seguía excitado por la subida de adrenalina de haber arriesgado la vida, de haber desafiado a la muerte... y haber ganado. Se tomó la copa de un trago-. Es una tripulación sórdida, pero hacen su trabajo. Son avariciosos... y me tienen miedo -añadió mientras dejaba caer la capucha sobre el opio, negro sobre blanco-.

Peter: Una tripulación asustada colabora como ninguna -comentó. Luego metió un dedo en un paquete de opio-. Una pesca estupenda, sí, señor. Suficiente para estar a gusto una buena temporada.

Zac: Suficiente para querer conseguir más... ¡Huelo a pescado! -exclamó con el ceño fruncido-. Manda la mercancía a Atenas y pide que me envíen un informe de su calidad. Voy a quitarme este pestazo y me acuesto.

Peter: Hay una cosa que podría interesarte.

Zac: Esta noche no -no se molestó en darse la vuelta-. Guárdate tus cotilleos para mañana.

Peter: La mujer, Zachary -una pausa al notar que Zac se ponía tenso. No necesitó aclarar a qué mujer se refería-. Me he enterado de que no va a volver a Estados Unidos. Se queda aquí mientras Scott esté en Atenas.

Zac: ¡Diablos! -maldijo mientras volvía al salón-. No puedo dejar que una mujer me distraiga.

Peter: Estará sola hasta que Scott mande a su esposa de vuelta.

Zac: Que haga lo que quiera -murmuró entre dientes-.

Peter movió el líquido de la copa y lo olió antes de saborearlo.

Peter: En Atenas estaban interesados -dijo sin más-. Puede que aún nos sea útil.

Zac: No -dio una vuelta alrededor del salón. De pronto, había perdido la serenidad de la que había hecho gala durante el viaje en bote-. Esa mujer es un incordio. La mantendremos al margen -insistió-.

Peter: Lo veo difícil teniendo en cuenta...

Zac: La mantendremos al margen -repitió con un tono que hizo que Peter se acariciara el bigote-.

Peter: Como el señor diga -contestó en tono burlón-.

Zac: Vete al infierno -dijo irritado por la guasa de su compañero. Agarró su copa y volvió a dejarla. Respiró profundamente. Luego añadió más calmado-: No nos sería útil. Lo mejor que puede pasar es que no saque las narices de la villa durante unos días.

Peter: ¿Y si las saca?

Zac: Entonces me encargaré de ella.

Peter: Creo que es posible que ella ya se haya encargado de ti, amigo -comentó sonriente mientras Zac abandonaba el salón-. De hecho, te ha asestado un golpe mortal -añadió aunque el otro ya no lo oía-.

Un rato después, Zac seguía nervioso. Se había dado un baño, pero no había conseguido serenarse. Se dijo que era por la excitación del intercambio, por el éxito con que había cerrado la operación. Pero se sorprendió de pie junto a la ventana, mirando hacia la villa de los Tisdale.

De modo que estaba sola, pensó, dormida en aquella cama ancha y mullida. Le daba igual, se dijo. Ya había trepado una vez para entrar en su habitación. Se había dejado llevar por un impulso, para verla, con la idea descabellada de justificar ante ella sus actividades.

Era un idiota, se dijo apretando los puños. Tenía que ser idiota para intentar justificar lo que hacía. Se había acercado a Vanessa y ella lo había atracado. Le había robado el corazón. ¡Maldita fuera! Se lo había arrancado del pecho.

Zac apretó los dientes al recordar cómo había sido estar con ella: saborearla y saciarse de ella. Había sido un error, quizá el más grave que jamás hubiera cometido. Una cosa era arriesgar la vida y otra distinta, arriesgar el alma.

No debería haberla tocado, pensó Zac enojado. Lo había sabido incluso mientras estiraba las manos para acariciarla. Vanessa no había sabido lo que hacía, borracha por el licor de anís que Andrew le había pagado. Andrew... se sintió rabioso, pero enseguida se serenó. En algunos momentos, al saber que la había besado, había llegado a odiar a su primo. Como había odiado a Derek porque Vanessa le había sonreído. Y a Scott porque ella lo consideraba su amigo.

Mientras que, estaba seguro, a él lo odiaría por lo que había pasado entre ambos esa noche. ¿Acaso no había oído las palabras cortantes con que lo había castigado? Zac habría preferido entregarle el cuchillo a que Vanessa le asestara aquellas contestaciones. Estaba convencido de que lo odiaría por haberle hecho el amor cuando ella estaba vulnerable... con aquel maldito medallón colgándole del cuello. Y lo odiaría por ser lo que era.

Una nueva oleada de rabia apartó a Zac de la ventana. ¿Por qué debía importarle lo que pensara de él? Vanessa Hudgens desaparecería de su vida como un sueño en sólo un par de semanas, en cualquier caso. Él había elegido seguir un camino hacía tiempo, mucho antes de conocerla. Era su camino. Si Vanessa lo odiaba por ser quien era, no había más que hablar. No permitiría que lo hiciese sentirse sucio y despreciable.

Si le había tocado el corazón, lo superaría. Zac se dejó caer sobre una silla con el ceño fruncido en medio de la oscuridad. Lo superaría, se prometió. Después de todo lo que había hecho y todo lo que había logrado, no permitiría que ninguna hechicera de ojos marrones lo arruinase todo.


Vanessa se sentía totalmente sola. La soledad y el silencio que tanto había valorado hacía tan escasos días de pronto le pesaban sobre la espalda. La casa estaba llena de criados, pero éstos no la hacían sentirse querida ni acompañada. Scott, Ash y Derek se habían ido. Paseaba decaída por la mañana del mismo modo que había paseado intranquila por la noche. Era como si la casa fuese una cárcel, tan blanca, limpia y vacía. Atrapada en su interior, se sentía demasiado vulnerable para combatir sus propios pensamientos.

Y como esos pensamientos solían estar relacionados con Zac, la idea de tumbarse en la cama que habían compartido le resultaba demasiado dolorosa. ¿Cómo iba a dormir en paz en un sitio donde todavía podía sentir las manos de él sobre su cuerpo, sus labios besándole la boca implacablemente? ¿Cómo iba a poder conciliar el sueño en una habitación que parecía haberse impregnado del olor a mar que tan a menudo desprendía Zac?

Así que no podía dormir y los pensamientos... y la necesidad la acosaban. ¿Qué le podía haber pasado para acabar amando a un hombre así? ¿Y cuánto tiempo podría seguir resistiéndose? Si sucumbía, sufriría durante el resto de su vida.

Consciente de que torturarse de esa forma sólo contribuía a empeorar su ánimo, Vanessa se puso un bañador y se encaminó hacia la playa.

Era absurdo tenerle miedo a la playa, tenerle miedo a la casa, se dijo. Estaba allí para disfrutar de ambas durante las siguientes tres semanas. Encerrarse en su habitación no cambiaría nada de lo que había ocurrido.

La arena relucía, blanca y brillante. Vanessa descubrió que podía pasear por la orilla sin que el recuerdo del horror que había visto en la cala la persiguiera. Por fin, decidió darse un baño. El agua aliviaría su desánimo, la tensión. Y quizá, sólo quizá, esa noche lograría dormir.

¿Por qué seguía tan nerviosa por la muerte de un hombre al que ni siquiera había conocido?, ¿por qué permitía que una colilla inofensiva la torturase? Ya era hora de aceptar las explicaciones más sencillas y tomar algo de distancia. Habían matado a aquel hombre en un ajuste de cuentas entre contrabandistas, pero no tenía nada que ver con ella ni con nadie a quien conociese. Era una tragedia, pero nada personal.

Tampoco debía pensar en Amber, se dijo. No quería seguir martirizándose con asesinatos, contrabandos o... Vanessa dudó un segundo y se zambulló bajo una ola. O con Zachary. De momento, no pensaría en absoluto.

Vanessa se evadió. En un mundo de agua y sol, sólo pensó en cosas placenteras. Se abandonó, dejando que la tensión se hundiera bajo las olas. Había llegado a estar tan obsesionada que se había olvidado de lo limpia y viva que la hacía sentirse el agua. Durante unos segundos, recuperaría la sensación del primer día, esa paz que había descubierto sin intentarlo siquiera.

Ash iba a necesitarla cuando regresara al día siguiente o al otro. Y no podría ayudarla si continuaba desquiciada y ojerosa. Sí, esa noche dormiría bien. Ya había tenido pesadillas más que de sobra.

Más relajada que en los días anteriores, Vanessa nadó de vuelta a la orilla. La arena se deslizaba bajo sus pies con la ligera corriente del mar. Había conchas desperdigadas por aquí y allá, limpias y relucientes. Se puso de pie y se estiró mientras el agua le lamía las rodillas. El sol presidía el cielo gloriosamente.

Andrew: La diosa Helena sale del mar.

Vanessa levantó una mano, la colocó en forma de visera sobre los ojos y vio a Andrew. Estaba sentado en la playa, junto a la toalla de ella, observándola.

Andrew: No me extraña que desencadenase una guerra entre Esparta y Troya -añadió al tiempo que se levantaba y se acercaba a la orilla para reunirse con Vanessa-. ¿Cómo estás?

Ness: Bien.

Aceptó la toalla que Andrew le había ofrecido y la frotó con energía sobre el pelo.

Andrew: Tienes los ojos sombríos, como un mar azul rodeado de nubes... Zac me ha contado lo de Amber Tisdale -dijo después de acariciarle una mejilla. Luego le agarró una mano y la condujo de vuelta a la arena blanca. Vanessa extendió la toalla y se sentó a su lado-. Ha sido demasiado seguido. Siento que fueras tú quien la encontrara.

Ness: Un don que tengo -luego negó con la cabeza, sonrió y le tocó una mejilla-. No, en serio. Hoy estoy mucho mejor. Ayer me sentía... la verdad es que ayer no creo que sintiera nada. Era como si estuviese viéndolo todo a través de un filtro deformador. Todo me parecía distorsionado e irreal. Hoy es real, pero puedo hacerle frente.

Andrew: Supongo que es una forma natural de protegerse.

Ness: Siento tanta pena por Scott y Ash... y por Derek -se apoyó sobre los codos y disfrutó del calor del sol mientras secaba la piel que goteaba sobre su piel-. Para ellos tiene que ser muy duro. Me siento impotente... Espero que no suene duro, pero, después de estos días, creo que acabo de darme cuenta de lo contenta que me siento de estar viva -añadió tras girarse para mirar a Andrew y retirarse un mechón de pelo que le caía sobre la cara-.

Andrew: Diría que es una reacción muy normal y saludable -se apoyó también sobre los codos-.

Ness: Eso espero, porque me estaba sintiendo culpable.

Andrew: No puedes sentirte culpable por desear vivir, Vanessa.

Ness: No. Es que, de pronto, me he dado cuenta de todo lo que quiero hacer. De todas las cosas que quiero ver. ¿Sabías que tengo veintiséis años y es la primera vez que salgo de Estados Unidos? Mi madre murió cuando yo era un bebé y mi padre y yo nos mudamos a Nueva York desde Filadelfia. Nunca he estado en otro sitio -echó la cabeza hacia atrás-. Sé hablar cinco idiomas y es la primera vez que voy a un país donde no se necesita el inglés. Quiero ir a Italia y a Francia... Quiero ver Venecia y montarme en una góndola. Quiero pasear por los Campos Elíseos. ¡Quiero escalar montañas!
-exclamó jubilosa y se echó a reír-.

Andrew: ¿Y ser pescadora? -sonrió y le agarró una mano-.

Ness: Eso dije, ¿no? -rió de nuevo-. También pescaré. Jack siempre decía que tenía un gusto muy ecléctico.

Andrew: ¿Jack?

Ness: Un hombre con el que estaba -encontró muy satisfactoria la facilidad con la que había desplazado a Jack, que ya sólo era parte del pasado-. Se dedicaba a la política. Creo que quería ser rey.

Andrew: ¿Estabas enamorada de él?

Ness: No, estaba acostumbrada a él -Se mordió un labio y sonrió-. ¿Verdad que es horrible decir una cosa así de una relación?

Andrew: No sé... dímelo tú.

Ness: No -decidió tras pensárselo unos segundos-. No es horrible, porque es la verdad. Era un hombre muy convencional y, siento decirlo, muy aburrido. Nada que ver con... -dejó la frase en el aire-.

Andrew siguió su mirada y divisó a Zac en lo alto del acantilado. Estaba de pie, con las piernas separadas y las manos metidas en los bolsillos, mirándolos. Su expresión resultaba indescifrable en la distancia. Se giró, sin hacer gesto alguno de saludo, y desapareció tras las rocas.

Andrew devolvió la mirada hacia Vanessa, cuya expresión era totalmente descifrable.

Ness: Estás enamorada de Zac.

Vanessa reaccionó de inmediato:

Ness: Ni hablar. No, nada de eso. Apenas lo conozco. Y es un hombre muy desagradable. Tiene un temperamento horrible y es arrogante y mandón y no tiene buenos sentimientos. Grita.

Andrew encajó tan apasionada descripción con una ceja enarcada:

Andrew: Parece que estemos hablando de dos personas distintas.

Vanessa desvió la vista, agarró un puñado de arena y dejó que se deslizase entre los dedos.

Ness: Puede. En cualquier caso, no me gusta ninguna de las dos.

Andrew dejó que el silencio se prolongara unos segundos mientras la veía juguetear con la arena.

Andrew: Pero estás enamorada de él.

Ness: Andrew...

Andrew: Y no quieres estarlo -finalizó. Luego miró pensativo hacia el mar-. Vanessa, me estaba preguntando, si te pidiera que te cases conmigo, ¿estropearía nuestra amistad?

Ness: ¿Qué? -giró la cabeza estupefacta-. ¿Estás de broma?

Andrew buscó sus ojos y contestó con calma:

Andrew: No, no estoy de broma. He decidido que pedirte que te acuestes conmigo enrarecería nuestra amistad. Me preguntaba si aceptarías el matrimonio. Pero no me había dado cuenta de que estás enamorada de Zac.

Ness: Andrew -arrancó aunque no sabía con certeza cómo reaccionar-, ¿es una pregunta o una proposición?

Andrew: Empecemos por una pregunta.

Vanessa respiró profundamente.

Ness: Que te pidan casarte, sobre todo si te lo pide alguien querido, siempre es agradable para el ego. Pero los egos son inestables y la amistad no necesita halagos -dijo. Luego se inclinó y besó los labios de Andrew un instante-. Me alegra mucho tenerte como amigo.

Andrew: De alguna forma, suponía que reaccionarías así. Pero tenía que intentarlo: soy un romántico empedernido -se encogió de hombros y esbozó una sonrisa melancólica-. Una isla, una mujer bonita con una risa melodiosa como el viento del anochecer. Podía vernos formando un hogar en la casita de campo. Con la chimenea en invierno y un jardín lleno de flores en primavera.

Ness: Tú no estás enamorado de mí, Andrew.

Andrew: Podría estarlo -Luego le agarró la mano, la puso palma arriba y la examinó-. Tu destino no dice que te enamorarás de un poeta modesto.

Ness: Andrew...

Andrew: Y el mío no es tenerte -sonrió de nuevo y le dio un beso en la mano-. Aun así, es un pensamiento reconfortante.

Ness: Y muy bonito. Gracias por compartirlo -dijo justo antes de que él se levantara-.

Andrew: Quizá decida que Venecia puede inspirarme. Tal vez volvamos a encontrarnos allí -comentó-. Miró un segundo hacia la casa de Zac y luego volvió a esbozar esa sonrisa suya casi infantil-. Encontrarse en el momento oportuno, Vanessa, es un elemento fundamental para el amor.

Se quedó mirándolo mientras Andrew cruzaba el tramo de arena que había hasta las escaleras de la playa y luego volvió a meterse en el agua.




Wow! ¡Menudo capítulo!
Zac traficante, Vanessa que quiere dar la vuelta al mundo XD y Andrew que la quiere acompañar a juzgar por su propuesta de matrimonio XD

¿Qué nos deparará el próximo capítulo?

¡Gracias por los coments!
¡Comentad, please!

¡Besis!


2 comentarios:

Lu dijo...

Wow wow y más wow.
Así que Zac es un traficante... pero de que? Y que hacía viendo a Ness y a Andrew?
Muy loco que Andrew le haya pedido matrimonio.
Me encantó el capitulo, me encanta el misterio que tiene.


Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Esta novela no deja el misterio atras
Muy buena y muy interesante
Siguela ya quiero que zac se le declare a vane
Porque obviamente esta enamorado de ella
Sube pronto


Saludos

Publicar un comentario

Perfil