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domingo, 1 de enero de 2023

Capítulo 11


Mike recorrió Harbor Street, mirando a hacia ambos lados de la calle. Afortunadamente había dejado de nevar, aunque seguramente George se sentía desilusionado por ello. No estaba seguro de lo que andaba buscando, aparte de alguna pista para localizar a su hermana. Daría cualquier cosa por ver su abrigo marrón, aquella bufanda de colores…

George: Bonito pueblo -dijo mirando a su alrededor-.

Mike no se había dado cuenta. Su mente estaba en Vanessa.

Chris: Parece que les gusta la decoración navideña.

George asomó la cabeza entre los dos asientos y apoyó los brazos en los respaldos.

George: Y ponen muchas luces. ¿Adónde vamos? -preguntó, al ver que Mike hacía un cambio de sentido-.

Mike: Al puerto.

Se detuvo en un semáforo y, cuando éste se puso en verde, hizo un giro a la izquierda. La carretera terminaba en una rotonda que giraba alrededor de un poste. A la derecha había un edificio con un mural enorme, que era la biblioteca, y a la izquierda un aparcamiento muy grande y vacío. Enfrente había un puerto deportivo y un barco muy grande amarrado al muelle.

Era el ferry de pasajeros.

Mike detuvo el coche en uno de los sitios del aparcamiento.

Chris: ¿Para qué hemos venido hasta aquí? Aunque no me importa. Me vendrá bien ir al servicio.

George: Sí, a mí también.

Mike: ¿Cómo llegó Vanessa a Cedar Cove? -les preguntó ignorando sus comentarios-. En ferry, ¿no? Eso es lo que hemos pensado.

Chris: Sí, debió de tomar el ferry hasta Bremerton, y después, otro desde Bremerton a Cedar Cove -señaló hacia el barco-.

Mike le revolvió el pelo a su hermano.

Mike: Muy bien.

Chris apartó la cabeza.

Chris: Eh, déjame -protestó, y se atusó el pelo-.

Mike abrió la puerta y bajó del coche.
Sus hermanos lo siguieron.

Chris: ¿Adónde vas ahora? 

Mike suspiró.

Mike: Voy a preguntar si alguien ha visto a una chica embarazada en el puerto esta mañana.

George: Buena idea -dijo con entusiasmo-. Mientras, nosotros vamos a ir al servicio, ahí.

Mike: Muy bien -gruñó-.

Mientras esperaba a sus hermanos, se quedó mirando la calle. Todo estaba cerrado junto al puerto, salvo un bar que tenía el imaginativo nombre de Taberna de Cedar Cove. Cuando volvieron de los servicios públicos, los tres hermanos se dirigieron a la taberna y entraron. Había dos hombres jugando al billar y un solo camarero, que estaba detrás de la barra.

El camarero tenía el pelo blanco y llevaba un gorro de Santa Claus.

**: ¿Qué os pongo, chicos?

Mike: Para mí una coca-cola.

Chris: Para mí una cerveza -apoyó los codos en la barra-.

George: Yo también quiero una coca-cola -se sentó en un taburete, junto a Mike-.

El camarero les sirvió las bebidas rápidamente.

Mike puso un billete de veinte dólares sobre el mostrador.

Mike: ¿Ha visto a una muchacha embarazada de fuera del pueblo por aquí?

El hombre frunció el ceño.

**: Pues creo que no.

Chris: Está muy embarazada -para explicar sus palabras, puso las manos ante su estómago-.

**: No, entonces no la he visto.

George: Llegó en el ferry. Seguramente, esta mañana.

**. Lo siento -dijo Santa Claus-. Yo no he empezado mi turno hasta las tres de la tarde -se apoyó contra la barra y preguntó-: Eh, ¿habéis visto a una chica embarazada bajarse del ferry esta mañana?

Los dos hombres que estaban jugando al billar negaron con la cabeza. Los demás clientes interrumpieron sus conversaciones y miraron a Mike y a sus hermanos. Después, volvieron a lo suyo.

**: Parece que nadie la ha visto -dijo el camarero-.

Los hermanos se encorvaron sobre sus bebidas.

Chris: Lo que tenemos que hacer -sugirió-, es pensar en cuáles pueden ser los planes de Vanessa.

George: Ha venido a buscar a los padres de Dave -le recordó-. Ése es su plan.

Mike: Es verdad -dijo se volvió de nuevo hacia el camarero-. ¿Conoce a alguien en el pueblo que se apellide Rhodes?

Santa Claus le dio un sorbo a su cerveza mientras asentía.

**: A varios.

Mike: Se trata de una pareja mayor. Tienen un hijo llamado Dave.

**: Conozco a Dave. Me dejó a deber una cuenta de sesenta dólares.

Claramente, estaban hablando del mismo tipo.

Mike: ¿Y sus padres?

**: Se llaman Ben y Charlotte. Son gente decente. Sin embargo, yo no tengo nada bueno que decir de su hijo.

Mike: ¿Dónde viven?

**: No estoy seguro.

Mike miró a su alrededor y vio un teléfono público junto a los servicios.

Mike: Voy a mirar si Ben Rhodes figura en el listín -se levantó de su taburete-.

**: Buena idea -dijo el camarero-.

Mike tomó el listín de la repisa donde estaba y, rápidamente, encontró a Ben y a Charlotte Rhodes. Copió el número de teléfono y la dirección.

Mike: Ya lo tengo -anunció triunfalmente-.

Chris: ¿Llamamos?

Mike: No.

Chris: ¿Y por qué no? 

Mike: No quiero poner a Vanessa sobre aviso de que hemos llegado. Creo que lo mejor que podemos hacer es tomarla por sorpresa.

George asintió, aunque parecía un poco inseguro.

Mike le dio las gracias al camarero, le pidió algunas indicaciones generales y tomó las vueltas. Dejó una propina generosa; después de todo, era Nochebuena. Después, los tres hermanos salieron hacia el coche. Cinco minutos después de salir de la taberna, Mike había aparcado frente a la casa de los Rhodes.

Las luces del porche estaban encendidas, lo cual era un buen presagio. Además, parecía que también había luz dentro. La casa era un edificio sólido de dos plantas, más o menos del tamaño de la de la familia Hudgens en Seattle. Había luces de Navidad blancas decorando el perímetro del tejado, y en el jardín delantero había un nacimiento.

Mike se acercó a la puerta principal mientras sus hermanos permanecían en el césped, y llamó. Esperó varios minutos, pero no ocurrió nada, así que volvió a llamar.

George: ¿Quieres que vaya a llamar a la puerta trasera? -preguntó desde el jardín-.

Mike: Sí, claro.

George desapareció por un lateral de la casa. Chris lo siguió, mientras Mike hacía guardia en el porche. Como nadie se molestaba en responder, aunque parecía que había gente en casa, Mike se acercó a un ventanal y miró al interior a través de unas persianas medio cerradas.

No vio nada, salvo un gato que le bufó desde el otro lado del cristal. Después de llevarse un sobresalto, fue hacia el otro lado del porche y se inclinó sobre la barandilla para mirar hacia abajo, aunque eso tampoco le proporcionó información.

Después de uno o dos minutos, sus hermanos se reunieron con él.

George: La casa está cerrada. La puerta no se mueve.

Aquello no estaba saliendo tal y como Mike había planeado.

Mike: Tal vez no están en casa.

Chris: Entonces, ¿dónde están? 

Mike: ¿Y cómo voy a saberlo? 

Chris: Podíamos preguntárselo a algún vecino.

Mike: Como quieras -hizo un gesto con el brazo, abarcando toda la calle-.

Chris: Está bien. Voy a intentarlo en aquella casa.

Subió los escalones hasta la puerta y llamó con fuerza. Incluso a distancia, Mike oyó los golpes.

Una mujer mayor, con rulos rosas en el pelo, apartó un poco la cortina y miró hacia fuera.

George: ¡He visto a alguien! Hay alguien dentro.

Mike también la había visto.

Chris: ¿Por qué no abre la puerta? -preguntó en voz alta-.

Mike: ¿Abrirías tú si King Kong estuviera intentando entrar por tu puerta delantera? 

Chris: Bueno, está bien -gritó después de unos instantes-. Como usted quiera, señora.

George: Lo que no quiere es abrir la puerta.

Chris ignoró su comentario y se acercó a la casa de al lado.

Mike: Llama con más suavidad esta vez.

Chris también ignoró aquella instrucción. Se acercó a la puerta, llamó al timbre y esperó. Sin embargo, tampoco obtuvo respuesta. Tras unos minutos, perdió la paciencia y se acercó a la ventana. Se puso las manos alrededor de los ojos y miró hacia el interior. Después de unos segundos se irguió y les dijo a sus hermanos:

Chris: Aquí no hay nadie.

En aquel instante, se oyó el sonido penetrante de unas sirenas en la distancia, en mitad de la tranquilidad de la noche, Chris se acercó corriendo a sus hermanos.

Mike: Parece que en este vecindario todo el mundo se ha marchado de vacaciones. Salvo la señora de los rulos.

Pese a sus esfuerzos, no estaban consiguiendo nada.

George: ¿Y ahora qué? -murmuró-.

Mike: ¿Se os ocurre algo? -tuvo que gritar para hacerse oír por encima de las sirenas-.

Chris: No -respondió encogiéndose de hombros-.

Mike: A mí tampoco -dijo sin disimular su decepción-.

Se dieron la vuelta y se dirigieron hacia el coche, y entraron en él. Mike puso en marcha el motor, y estaban a punto de alejarse del bordillo cuando dos coches de policía aparecieron en la calle y les cerraron el paso.

Los oficiales se bajaron y sacaron las armas.

**: ¡Salgan del vehículo con las manos en alto!



🎆HAPPY NEW YEAR🎆



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