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viernes, 31 de marzo de 2017

Capítulo 4 - Por agosto, las tronadas suelen ser más pesadas


Zac tenía trabajo por castigo, como acompañante de los inspectores de la Consejería. Ya era raro que el Gobierno enviara a sus funcionarios por aquellos pueblos recién comenzado un mes tan poco hábil como suele ser agosto para asuntos oficiales. Por ese motivo, pasó el día entero de granja en granja, la mayoría del tiempo sin cobertura. No fue hasta bien pasadas las tres de la tarde cuando se enteró, por boca de su padre, cuando se presentó en el mesón a recoger a las niñas.

Impactado y cada vez más aterrorizado, apenas escuchó que Vanessa estaba herida grave y que la habían evacuado en un helicóptero medicalizado al hospital, salió pitando hacia allí, no sin antes rogar a sus padres que se hicieran cargo de las niñas hasta su regreso.

Condujo obligándose a no pisar el acelerador más de lo permitido y con la incertidumbre del estado real de Vanessa, cualquiera sabía si al ir la noticia de boca en boca se había exagerado en exceso, como suele suceder. Pero antes de tomar la nacional 232, paró en la salida de una rotonda y llamó a su hermano. Fue Drew, por boca de Brittany, el encargado de explicarle lo sucedido. Su hermano confirmó las peores sospechas de Zac cuando le contó que Vanessa iba de patrulla cuando ella y su compañero Troy sorprendieron en un paraje solitario a un par de ladrones de hilo de cobre de los tendidos eléctricos. Uno de ellos huyó al ver a la patrulla, pero el otro, según sospechaba la Policía, bajo el efecto de la cocaína, plantó cara a los agentes con un cuchillo de monte. Con tan mala fortuna que, cuando intentaron reducirlo sin recurrir a la opción extrema de desenfundar sus armas reglamentarias, Vanessa recibió una cuchillada en el brazo. Por lo que Drew contaba, el tipo huyó en un coche y no tardó en ser detenido y arrestado a dos kilómetros del pueblo. Pero lo importante era que la rápida intervención de Troy, que practicó un torniquete a Vanessa con su propia corbata, le había salvado la vida, ya que le había seccionado la arteria humeral. Drew concluyó con la última información que tenían los compañeros de Vanessa. El brigada Parker había volado junto a ella en el helicóptero y, por una llamada suya, sabían en el cuartel que había entrado en quirófano de urgencia.

Zac no supo de dónde sacó las agallas necesarias para continuar. Odiaba los hospitales. Desde la muerte de Michelle, los asociaba con el dolor y el sufrimiento. Condujo los ciento tres kilómetros restantes con el miedo atenazándole la garganta. En cuanto aparcó el todoterreno frente al hospital, corrió como una exhalación a la puerta de urgencias. Tuvo que apoyarse en la pared para serenarse cuando en la ventanilla de admisión le confirmaron que Vanessa ya había sido intervenida y pasada a planta.

Sintió escalofríos cuando el ascensor se detuvo en el segundo. Aunque no se trataba del mismo edificio, pero esa fue la planta del contiguo Hospital Materno Infantil donde, tras la alegría de saber que era padre de una niña sana, recibió la peor noticia de su vida cuando le comunicaron que su esposa acababa de fallecer a causa de una hemorragia posparto, a pesar de haber hecho por ella todos los esfuerzos médicos posibles.

Las puertas se abrieron en la planta sexta y Zac avanzó por el pasillo, buscando con la mirada el número seiscientos veintitrés. Abrió la puerta con cuidado y enseguida la vio en la cama, junto a la ventana. Con la mirada adormilada por los analgésicos y la melena desmadejada sobre la almohada. Ella giró la cabeza y, cuando Zac quiso ir hacia ella, los pies no le respondieron. Durante un par de segundos se quedó clavado en el sitio, abrumado por la emoción. Hasta en un momento tan duro, Vanessa tenía una sonrisa tranquilizadora para él.


Con voz cansina y medio atontada por la medicación, Vanessa le contó lo ocurrido, restando gravedad al incidente al ver a Zac tan afectado. Aunque trataba de disimular el pánico, ella veía en su mirada hundida y en el color cetrino de su rostro lo asustado que estaba. Y sabía también que no era ella la única causa de su alterado estado de ánimo, era evidente que el entorno hospitalario lo había obligado a revivir la tragedia sufrida dos años atrás.

Ness: Ya lo ves -añadió agarrándole la mano con la que él le acariciaba el pelo-. No hay de qué preocuparse, me han cosido y problema solucionado. Menos mal que estaba Troy allí. Es rápido, el tío… Vale millones como compañero… y como persona -reconoció intentando no caer rendida por el sopor-.

Zac: Le debes la vida -exhaló llevándose la mano de Vanessa a los labios-.

Le besó los nudillos y, después, la sujetó junto a su mejilla, sin dejar de mirarla a los ojos. A ella le pesaban los párpados e hizo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos.

Zac se levantó de la silla y observó la etiqueta de la medicación gota a gota que le estaban administrando por vía intravenosa. Antibiótico y analgésico, como ya imaginaba.

Zac: No muevas la mano -la riñó para que no se le soltara la aguja de la vía que llevaba sujeta con esparadrapo-.

Ness: Me quedará una cicatriz feísima.

Zac: ¿Qué más da eso? -rebatió con un deje de rabia y desesperación-. Lo importante es que ya ha pasado y que vas a ponerte bien.

Ness: Está en la parte de dentro del brazo -comentó siguiendo a la suya-. Espero que no se vea… mucho.

Era una chica y, pasado el peligro, su sentido de la estética femenina prevalecía sobre la sensatez. ¿Cómo no iba a preocuparle la fea cicatriz?

Zac: ¿Quién se queda contigo? -preguntó llevando la conversación hacia asuntos más importantes que la estética-.

Vanessa le había dicho hacía un momento que Parker se había marchado para informar en persona de lo ocurrido. A Zac lo imaginaba ocupado en trámites y papeleos burocráticos.

Ness: No hace falta que se quede nadie como acompañante -alegó señalando el timbre avisador con la frente-. En cuanto aviso, las enfermeras no tardan nada en venir a ver qué necesito. Además, mis padres ya están de camino.

Ella le dijo a la hora que habían salido de San Francisco y Zac hizo un rápido cálculo mental. Entre tanto, ojeó a su alrededor con una mirada furtiva; el color de aquellas paredes y el característico olor a hospital le ponían enfermo.

Zac: En un par de horas los tendrás aquí contigo -informó, para que estuviese tranquila. Y por su propia tranquilidad-. Cariño, yo no puedo quedarme, el trabajo, las niñas y la distancia…

Ness: ¡Zac, no te preocupes, por favor! -lo frenó al ver su mirada desolada-. De verdad que no es necesario. Si me darán el alta enseguida, lo ha dicho el médico.

Zac: Te llamaré todos los días, por la mañana y por la tarde -aseguró-.

Se sentía culpable porque todos los impedimentos que acababa de enumerar eran ciertos, pero en su fuero interno reconocía que eran puras excusas porque en realidad no quería pisar aquel lugar que tan malos recuerdos le traía. Ni ver a Vanessa en aquella cama…

Vanessa sintió lástima al verlo respirar hondo con la vista clavada en el techo para aliviar la presión.

Ness: Zac, mis padres han insistido en que me marche con ellos a San Francisco en cuanto me den el alta -dijo sabiendo que con ello le quitaba un peso de encima-. Quieren cuidarme, hasta que me recupere del todo.

Zac: Debes hacerlo, más por ellos que por ti -aconsejó. Y fue absolutamente sincero al decirlo-. Eres su niña, sé muy bien lo que sienten.

Vanessa por fin perdió la batalla ante el letargo. Zac, viendo que los párpados se le cerraban por momentos, la besó suavemente en los labios.

Zac: Descansa, mi vida -murmuró-. Se hace tarde y yo me tengo que marchar.

Con una última caricia se despidió de ella y salió escopetado del hospital. Ya en el coche, aún retenía el inconfundible olor a asepsia y enfermedad, como si lo llevara impregnado en la camisa. Puso el Toyota en marcha y se fue guiando el volante como un autómata.

Durante el trayecto, los recuerdos dolorosos lo asaltaron a traición. Se vio a sí mismo, ante el cristal de la maternidad, contemplando con el corazón fulminado a Sarah en aquella incubadora, tan pequeña y desvalida. Recordó que las lágrimas le corrían por la cara mientras le prometía en silencio que siempre cuidaría de ella. «Vamos a hacer cuanto esté en nuestra mano, pero no voy a engañarle: el estado de la madre es crítico, es mejor que se prepare para lo peor…»

Estaba a mitad de camino cuando tuvo que coger un desvío y detener el coche en un yermo. Apoyó los antebrazos en el volante y la cabeza sobre estos. Estaba temblando y el aire no le llegaba a los pulmones.


La recuperación de Vanessa fue todo lo excelente que cabía esperar en una mujer joven y saludable. Durante las tres semanas que pasó en San Francisco se dejó cuidar y mimar por su madre hasta que, acostumbrada como estaba desde hacía años a vivir en la marcial independencia de los cuarteles, los desvelos cariñosos de sus padres llegaron a agobiarla.

Regresó a Clermont a finales de agosto, ya repuesta y con el alta médica bajo el brazo. Pero a pesar de las ganas que tenía por reincorporarse al trabajo, una preocupación empañaba la alegría de su vuelta a aquel entrañable rinconcito de Florida. Tenía un presentimiento negativo, o quizá es que en San Francisco había tenido demasiado tiempo para darle vueltas a la cabeza. El caso es que Vanessa tenía la certeza de que Zac había cambiado y no entendía el motivo.

Cierto era que la distancia entre Spring Hill y Clermont, sumada a las obligaciones que lo tenían tan atado, fueron un impedimento para que la visitara por segunda vez en el hospital. Entonces ella lo excusó diciéndose que su ausencia se debió, además de a los justificados motivos que ya conocía, a la rapidez con que le dieron el alta. Y abandonado el hospital e instalada en casa de sus padres, nuevamente lo excusó repitiéndose, a fin de convencerse a sí misma, que San Francisco aún estaba más lejos de Spring Hill y que una escapada de Zac, con las niñas y el trabajo, era misión imposible. A pesar de la sensatez de sus argumentos, Vanessa esperó cada día una llamada suya anunciándole un viaje relámpago para ir a verla. Pero esa tan anhelada y a la vez tan lejana buena nueva nunca llegó. Por el contrario, las llamadas de Zac, dos diarias durante la primera semana, fueron cada vez más espaciadas.

Vanessa lo notaba distante, y le dolía el desapego que notaba hacia ella, a pesar de que ante sí misma lo excusaba siempre recordándose, cada vez que la asaltaban los pensamientos pesimistas, que Zac era un hombre muy ocupado y sus parcas muestras de afecto no eran fruto del desinterés hacia ella sino del cansancio.

Esa mañana, en la piscina del pueblo, a pesar de lo concurrida que estaba, Vanessa se sentía inmensamente sola. Miró el reloj y decidió recoger sus cosas. No quería que se le hiciese tarde y aún debía prepararse la comida antes de incorporarse a su turno de trabajo.

Vio llegar a Zac con las niñas cuando estaba ya plegando la toalla. Jessica corrió hacia ella y se lanzó a sus brazos. Ella la cogió a pulso, mordiéndose los labios para ahogar un quejido. La herida había cicatrizado pero el brazo aún le dolía al realizar algún esfuerzo. Y Jessica, que había dado un estirón durante su ausencia, pesaba lo suyo.

La dejó en el suelo y se agachó a juguetear con Sarah, que agarrada de la mano de su padre parecía tener un ataque de vergüenza al verla. Vanessa se incorporó y se colgó la bolsa del hombro sano.

Ness: Parece que ya no me conoce -le dijo a Zac, a la vez que se levantaba las gafas de sol-.

Él le dio un beso en la mejilla y le acarició el hombro desnudo. Pero el gesto duró solo un segundo porque apartó la mano y levantó en brazos a Sarah. Vanessa sintió una extraña inquietud; los gestos de Zac no hacían sino confirmar sus sospechas de que algo había cambiado para mal.

Zac: Cosas de niños, no le des importancia.

Ella acarició los ricitos de Sarah, con lo que consiguió que le regalara por fin una sonrisa.

Ness: No sabía que tenías intención de venir a la piscina -comentó, algo decepcionada-. Si me lo hubieses dicho, os habría esperado para venir juntos.

Zac: Ha sido pensado y hecho.

Una respuesta tajante y escueta que a Vanessa le sonó a excusa más que a otra cosa. Ladeó la cabeza y le guiñó un ojo, en un gesto cómplice.

Ness: Me tengo que marchar que se me hace tarde. Adiós, preciosas -dijo mirando a las niñas, luego miró a Zac-.

Él sonrió, se besó el dedo índice y lo apoyó en los labios de Vanessa a modo de despedida.

Zac: Mañana es mi cumpleaños -anunció-.

Ness: ¿En serio? No tenía ni idea -dijo con una sonrisa de sorpresa-.

Zac: ¿Cenamos juntos?

Vanessa descifró en la mirada chispeante de Zac la invitación implícita a dormir juntos también.

Zac: ¿A las nueve va bien?

Ness: Perfecto.

Ella se despidió definitivamente de los tres y les dio la espalda camino de la salida. No había avanzado ni diez metros cuando Zac la llamó.

Zac: Vanessa -ella giró la cabeza-. A las nueve te espero en casa, no lo olvides.

Asintió sonriente y rodeó la piscina camino de la salida con renovadas esperanzas con respecto a ellos dos. Había dicho «en casa» no «en mi casa», eso significaba que todas sus dudas tontas no eran más que una falsa alarma.


Zac se quedó sin aliento cuando abrió la puerta.

Ness: Feliz cumpleaños -dijo para romper el silencio-.

Con una sonrisa y un beso suave en los labios, pasó delante de él. Zac la siguió por las escaleras sin poder apartar la mirada de los altos tacones negros y las medias con costura del mismo color. El vestido corto de seda estampada era tan liviano y holgado que, con cada movimiento le dejaba un hombro al aire.

Vanessa entró en el comedor con la espalda erguida, dominando la situación. El silencio que reinaba en la casa le dijo que estaban solos esa noche. Observó la mesa preparada para dos, con servilletas de hilo, copas de cristal tallado y el solomillo humeante en el centro.

Giró en redondo con un movimiento que era pura seducción y clavó sus ojos en los de Zac.

Ness: ¿Tu regalo lo quieres antes o después de cenar?

Zac: No veo ningún paquete -murmuró repasándola de arriba abajo con una mirada intensa-.

Casi se traga la lengua cuando Vanessa agitó los hombros, haciendo resbalar el vestido que cayó con la ligereza de un pañuelo hasta quedar arremolinado a sus pies. Admiró las medias con liga de encaje, que se sujetaban solas en torno a sus muslos, el tanga negro y el sujetador balconet a juego que dejaba la mitad de los pechos a la vista.

Ness: ¿Te gusta tu regalo? -tuvo tiempo de decir antes de que él la levantara por la cintura con ambas manos-.

Vanessa enroscó las piernas a su cuerpo y lo besó en el cuello mientras la llevaba hacia el dormitorio. Zac abrió la puerta con el pie y fue directo a la cama. La tumbó primero para no hacerle daño, aunque tentado estuvo de lanzarse en plancha con ella en brazos. Vio que iba a quitarse los zapatos y la detuvo con una silenciosa negación. Ella sonrió y se los dejó puestos; era su noche, él decidía cuándo y cómo desnudarla.

Sin dejar de mirarla, se quitó toda la ropa y, antes de tumbarse a su lado, se acarició la entrepierna despacio y a conciencia, durante un breve lapso de autosatisfacción de voyeur. La morena de sonrisa juguetona, transformada en diosa del sexo ante sus ojos para su exclusivo disfrute, merecía demorar el momento de tocarla.

Ella le tendió la mano y él no se hizo de rogar. Se tumbó de lado, con el codo apoyado en el colchón para poder contemplarla sin perder detalle. Ella se acariciaba el estómago, dibujando con el dedo filigranas invisibles alrededor del ombligo.

Zac se reservó los labios para el final y posó los suyos calientes sobre la curva de un pecho y recorrió con la boca el valle que lo separaba del otro. Quería ir despacio pero la suya era una seducción hambrienta. Con la mano la recorrió de arriba abajo, mientras le lamía los pezones, los saboreaba y mordisqueaba cada vez más excitado al sentirla agitarse contra él y gemirle al oído pidiéndole más. Introdujo los dedos por el borde del tanga. Una sorpresa lo impulsó a alzar la mirada, Vanessa se había depilado entera. Se deslizó hacia abajo, se colocó de rodillas sobre el colchón y de un tirón le bajó el tanga. Como se enredó en los altísimos tacones, le quitó los zapatos y los lanzó por encima del hombro; el diminuto triángulo de encaje siguió el mismo camino.

Zac lamió con un roce provocador el vértice de sus muslos sellados y la miró a los ojos. Ella abrió las piernas; bastó una mirada para que entendiera que estaba lista, deseosa de ser devorada. Y él disfrutó del inconfundible sabor a ella, excitándose de llevarla al límite mientras la oía gemir. A Zac se le escapó un jadeo cuando Vanessa le cogió la cabeza con ambas manos suplicándole que apartara la boca de su sexo.

Ness: Por favor…

Zac: ¿No te gusta? -murmuró besándole el pubis-.

Pregunta que era pura ironía; Zac sabía muy bien cómo volverla loca de deseo. Recorrió con suaves mordiscos y besos el camino desde el ombligo hasta su boca y la besó sin tregua, minando sus reservas a la vez que la acariciaba entre las piernas con un solo dedo.

Ness: Baja… -exigió con un gemido-. Baja de la cama.

Él se quedó mirándola un segundo y al ver sus ojos felinos esbozó una lenta sonrisa. Echarlo con tono de orden formaba parte del juego. Obedeció y se quedó de pie, con las piernas abiertas y las rodillas tocando el borde del colchón. Con los ojos fue él quien le dio una orden silenciosa que Vanessa entendió a la primera. Zac tuvo un subidón de adrenalina al verla gatear hacia él. Y cerró los ojos, con un grito atascado en la garganta, cuando ella abrió los labios y lo engulló hasta donde fue capaz. Entonces fue él quien agarró la cabeza de Vanessa con ambas manos, sus dedos se movían erráticos enredados en la melena, porque las sabias caricias de su lengua le proporcionaban un placer tan intenso como un chispazo eléctrico.

Zac: Vanessa, para, por favor -gimió-. Si sigues me voy a…

Ella lo liberó.

Ness: ¿No te gusta? -lo provocó con una risa traviesa, cómo él había hecho momentos antes-.

Arrodillada, enroscó los brazos a su cintura y apoyó la boca abierta en el centro de su pecho. Bajó de la cama y sacudió la melena a un lado y a otro. Zac la vio caminar hacia la ventana. Cuando apoyó la espalda en la pared y le hizo una seña con un dedo para que se acercara, supo lo que quería. Las fantasías de película eran una cosa y la realidad muy diferente, mantenerla a pulso y lograr un orgasmo memorable no era fácil. Y lo último que quería era fracasar en el intento. Por otra parte, estaba tan al límite de su aguante que en cuanto la penetrara iba a correrse tan rápido que su semen saldría disparado dentro de ella como ráfagas de metralleta.

Eso le hizo recordar un detalle importante: el preservativo. Pero esa noche la quería sin barreras. Era una locura, un riesgo añadido… ¡Pero deseaba sentir el roce piel contra piel! Fue hacia ella, la cogió por las caderas y la besó en la boca con lenta sensualidad, dominándola con su cuerpo, aplastándola contra la pared.

Zac: Quiero sentirte al natural -murmuró sobre sus labios-.

Ness: Yo también -aceptó con un beso ansioso-. No hay problema, tengo controlado mi ciclo.

Saber que compartía sus deseos lo excitó todavía más. No estaba seguro de poder aguantar y quería darle a Vanessa todo el placer imaginable.

Zac: Quieta -ordenó. Le lamió los pechos y con la boca fue bajando hasta quedar en cuclillas-. Separa las piernas.

Ella apoyó las manos en sus hombros e hizo lo que le pedía. Zac se abrió camino con los pulgares, selló su sexo con la boca abierta y la hizo gozar con la lengua. La respiración errática de Vanessa, el temblor de sus muslos y los dedos crispados en su nuca le indicaron que estaba llevándola por el camino de no retorno. Pleno de satisfacción interior, lamió con intensidad cuando a ella le sobrevino el orgasmo. Sin darle tiempo a recuperarse y antes de que se dejara caer sobre él agotada de placer, se puso de pie y la levantó en vilo, obligándola a que se agarrara a su cuerpo con brazos y piernas. Cuando la tuvo bien sujeta contra la pared, empuñó su miembro. Estaba tan caliente que la erección era casi dolorosa.

Zac: No voy a durar -gimió penetrándola de un solo empujón-.

Vanessa le besó la mandíbula, lamió el lóbulo de la oreja y le habló al oído.

Ness: Déjate llevar.

A Zac le flaquearon las rodillas, con un rudo movimiento de cadera se enterró todavía más en ella, cogiéndola bien fuerte por las nalgas. Con el rostro cobijado en su cuello, exhaló una sarta de murmullos entrecortados al sentir su dulce opresión. Y Vanessa siguió contrayendo los músculos con un ritmo creciente que, sin necesidad de moverse, lo llevaron hasta la locura.


Fue una noche insuperable, maravillosa. Un cumpleaños digno de recordar, de eso estaba segura Vanessa al día siguiente. Durante la ronda de patrulla, no se le borraba la sonrisa de la boca; y por ir medio alelada en el asiento del copiloto del Land Rover, tuvo que soportar las bromitas de Troy.

Troy: Decidido. Vamos a hacer una paradita rápida, para que te dé el aire a ver si espabilas -anunció reduciendo la velocidad al entrar en estrechas calles-. Y de paso compraré una papeleta de lotería para Navidad. No sea que toque y…

Vanessa salió de su letargo romántico y alzó la vista. Su compañero aparcó en batería enfrente de Casa Royo. Ambos bajaron del vehículo y, sin preocuparse por cerrar las puertas como tenían por costumbre, entraron en el bar restaurante. Mientras Troy pedía un par de refrescos en la barra y entablaba conversación con el camarero, bromeando y haciendo planes en el caso de que las papeletas que colgaban a la vista resultasen premiadas en el sorteo más esperado del año, Vanessa se sentó en un taburete y dio un trago a su Coca Cola.

Paseó la mirada por las botellas de las estanterías de la pared. Observó que las camareras entraban y salían de la cocina cargadas de platos, con el ajetreo propio de las tres de la tarde. Ella había almorzado temprano, como acostumbraba cuando entraba de turno de las dos. Entonces cayó en la cuenta de que había olvidado sacar del congelador la merluza para la cena. Hizo un repaso mental de las existencias de su nevera. No le apetecía cocinar, después de la ducha y en pijama, se conformaría con un arroz tres delicias congelado, recurso rápido al que recurría bastante a menudo, y un melocotón o un puñado de cerezas.

De reojo vio que de la cocina salía una tarta con velas encendidas de cumpleaños, pero no le prestó atención porque su compañero Troy la introdujo, sin comerlo ni beberlo, en la ilusa conversación que se traía con el camarero.

Ness: Cuánto os gusta jugar al cuento de la lechera -los reconvino, dado que la fantasía había derivado hacia coches deportivos y cruceros por el Caribe-.

No había acabado de decirlo cuando a través de las puertas abiertas del comedor se escuchó que cantaban el típico Cumpleaños feliz y, por curiosidad, miró hacia allí.

La botella estuvo a punto de resbalársele de la mano. Sin apartar la vista de la mesa del cumpleaños, la dejó sobre la barra y se hizo hacia atrás para ver mejor. Estaba tan atónita que bajó del taburete de un salto. No podía creer lo que veían sus ojos: el hombre que soplaba en ese momento las velas era Zac. Y toda su familia se arrancaron a aplaudirle: las niñas, sus padres y su hermano. Estaba celebrando su cumpleaños con las personas que más quería y a ella no la había invitado.

Troy: No me lo agradezcas -la distrajo tendiéndole la participación de lotería que le regalaba-. Pero si toca, al menos que te lleves un pellizco tú también.

Vanessa respondió con un breve asentimiento.

Ness: Dame un cuarto de hora, por favor -rogó a la vez que guardaba la papeleta en el bolsillo de su camisa-. ¿No te importa?

Troy: ¿Te encuentras mal?

Ness: Necesito estar sola -murmuró-.

Giró en redondo y salió del restaurante todo lo rápido que pudo. Caminó hasta un callejón estrecho y desierto, no quería que nadie la viera. Apoyada en la pared, revivió la escena que acababa de contemplar hacía apenas dos minutos. Se sentía excluida. ¿Por qué a ella la había invitado a celebrarlo en privado la noche anterior? Qué ridícula e indigna se vio a sí misma al recordar la escena de la lencería, ofreciéndose a sí misma como regalo cachondo de cumpleaños dentro de un envoltorio aún más caliente. Con las lágrimas quemándole en los ojos, tuvo que rendirse a la evidencia: Zac le había hecho un hueco en su cama, pero no en su vida. Ella no era nadie. No entraba en ese reducido grupo de las personas que a él le importaban de verdad. Vanessa se tapó la cara con las manos y, por primera vez, lloró por un hombre.




Pobre Ness...😩
¡¡Zac, eres un insensible!!😠

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Y yo pensé que todo iba bien...
Igual me ha encantado este capítulo.
Ya quiero saber qué pasará con ellos.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Oh!!!! Noooo!!!
Todo estaba tan bien y ahora esto
Solo espero que tenga una buena explicación
Me encantó este capítulo
Ya quiero seguir leyéndola
Sube pronto


Saludos

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