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sábado, 11 de marzo de 2017

Capítulo 10


Debería haberse ausentado del pueblo por unos días, pensó Vanessa. Ir a alguna parte. A donde fuera. No había nada más patético que sentarse sola en Nochebuena a ver pasar a la gente por la ventana.

Había rechazado cada invitación a fiestas y cenas que había recibido, con excusas que incluso a ella le habían sonado falsas. Estaba deprimida, admitió, y eso era algo que no se correspondía en nada con su carácter. Aunque lo cierto era que nunca antes le habían roto el corazón de aquella manera.

Con Drake, se había tratado más bien de una cuestión de orgullo herido. Que había curado a vergonzante velocidad.

Pero ahora se había quedado con sus sentimientos en carne viva… en la época del año en que el amor era lo más importante.

Lo echaba de menos. Y detestaba saber que lo echaba de menos. Aquella vacilante sonrisa, su voz suave, su ternura. En Nueva York, al menos, se habría perdido en la multitud, en el bullicio. Pero allí era diferente: allá donde mirara, se acordaba de él.

«Vete a alguna parte», Vanessa. «Sube al coche y vete».

Anhelaba ver a los niños. Se preguntó si habrían sacado sus trineos con la primera y fresca nieve que había caído el día anterior. ¿Estarían contando las horas que faltaban para la Navidad, conspirando para quedarse despiertos hasta que oyeran los renos de Santa Claus en el tejado?

Tenía los regalos para ellos, ya envueltos, esperando bajo el árbol. Pensó que tendría que enviárselos a través de Kim o de Miley, y volvió a entristecerse porque no vería sus caras cuando los abrieran.

«No son tus hijos», se recordó. En ese punto, Zac siempre se había mostrado muy claro. Compartir su persona con ella ya le había resultado suficientemente difícil. La posibilidad de compartir sus hijos lo había dejado paralizado.

Se marcharía, pensó. Se obligaría a irse. Haría una maleta, la cargaría en el coche y conduciría hasta cansarse, hasta que le apeteciera detenerse. Se tomaría un par de días libres. O, mejor, una semana. Nunca podría soportar quedarse allí sola, durante todas las vacaciones.

Durante los diez minutos siguientes, arrojó cosas a su maleta sin plan u orden alguno. Una vez tomada la decisión, sólo quería marcharse de allí lo antes posible. Cerró la maleta, la llevó al salón y buscó su abrigo.

La llamada a la puerta le hizo rechinar los dientes. Si algún bienintencionado vecino volvía a desearle felices fiestas o a invitarla a cenar, se pondría a chillar.

Pero, cuando abrió la puerta, recibió una nueva puñalada en el corazón.

Ness. Vaya, Zachary… ¿has salido a felicitar las fiestas a tus inquilinos?

Zac: ¿Puedo entrar?

Ness: ¿Para qué?

Zac: Vanessa -había una gran carga de paciencia en la palabra-. Por favor, déjame entrar.

Ness: Como quieras. La casa es tuya -volvió al salón, dándole la espalda-. Perdona que no te cante un villancico. No estoy de muy buen humor.

Zac: Necesito hablar contigo

Llevaba días intentando encontrar la manera y las palabras correctas.

Ness: ¿De veras? Disculpa que no me guste la idea. El recuerdo de la última vez que quisiste decirme algo permanece grabado en mi mente.

Zac: No quería hacerte llorar.

Ness: Lloro con facilidad. Deberías verme cuando miro los infocomerciales navideños que dan por televisión -incapaz de continuar con aquellos sarcásticos comentarios, se dio por vencida y formuló la pregunta que más le importaba-. ¿Cómo están los niños?

Zac: Apenas me dirigen la palabra -al ver su expresión sorprendida, señaló el sofá-. ¿Quieres sentarte? Es una historia complicada.

Ness: Me quedaré de pie. En realidad no tengo mucho tiempo. Ya me marchaba.

Zac siguió la dirección de su mirada hacia su maleta. Apretó los labios.

Zac: Bueno, no te quitaré mucho tiempo.

Ness: ¿Ah, no?

Zac: Supongo que aceptarías esa oferta de volver a trabajar en Nueva York.

Ness: Los rumores corren rápido. No, no la he aceptado. Me gusta mi trabajo de aquí, me gusta la gente de aquí y pretendo quedarme. Simplemente me iba unos días de vacaciones.

Zac: ¿Te vas de vacaciones el día de Nochebuena a las cinco de la tarde?

Ness: Puedo irme y volver cuando quiera. No, no te quites el abrigo -le espetó. Las lágrimas estaban a punto de brotar-. Dime lo que tengas que decirme y lárgate. Todavía sigo pagando el alquiler. O, mejor dicho: lárgate ahora mismo. Maldita sea, no voy a ponerme a llorar otra vez por tu culpa…

Zac: Los chicos pensaban que Santa Claus te envió.

Ness: ¿Perdón?

A la primera lágrima que vio resbalar por su mejilla, se acercó a ella y se la enjugó tiernamente con el pulgar.

Zac: No llores, Vanessa. Detesto hacerte llorar.

Ness: No me toques -se apartó para sacar un pañuelo de papel de una caja-.

Zac pensó que estaba descubriendo exactamente lo que se sentía al ser despedazado. Abierto en canal.

Zac: Lo siento -dejó caer lentamente la mano-. Sé lo que debes de sentir hacia mí ahora mismo.

Ness: No sabes ni la mitad -se sonó la nariz, esforzándose por recuperar el control-. ¿Qué es eso que has dicho de los chicos y de Santa Claus?

Zac: Le escribieron una carta en otoño, poco antes de conocerte. Decidieron que querían una mamá para Navidad. Perdón: no una mamá -le explicó cuando ella se volvió para quedárselo mirando fijamente-. La mamá. No han dejado de corregirme en ese punto. Tenían ideas bastante concretas sobre lo que querían. Se suponía que tenía que tener el pelo negro y sonreír mucho, debían gustarle los niños y los perros, y saber hacer galletas. Querían también unas bicicletas, pero eso era secundario. Lo que realmente querían era la mamá.

Ness: Oh -esa vez sí que se sentó, en un brazo del sofá-. Eso explica unas cuentas cosas -irguiéndose, se volvió para mirarlo-. Te has pasado un poco, ¿no te parece, Zac? Sé que los quieres mucho, pero empezar una relación conmigo para intentar complacer a tus hijos es ir bastante más allá del amor paterno.

Zac: Yo no lo sabía. Maldita sea, ¿piensas que yo sería capaz de jugar de esa manera con sus sentimientos, o con los tuyos?

Ness: Con los suyos, no -pronunció con voz hueca, dolida-. Con los míos… ya no sé.

Zac recordó lo fina y delicada que le había parecido cuando hicieron el amor. En ese momento veía mucha más fragilidad en ella. No tenía los coloretes de las mejillas. Ninguna luz brillaba en sus ojos.

Zac: Sé lo que estás pasando, Vanessa. Yo jamás te habría hecho daño deliberadamente. Ellos no me dijeron nada de la carta hasta esa noche… Tú no fuiste la única persona a la que hice llorar. Intenté explicarles que Santa Claus no trabajaba de esa manera, pero se les ha metido en la cabeza que él te envió.

Ness: Hablaré con ellos, si quieres.

Zac. No me merezco…

Ness: No lo haría por ti, sino por ellos.

Asintió con la cabeza, comprensivo.

Zac: Me preguntaba por cómo te sentirías al saber que ellos te pidieron como regalo.

Ness: No me presiones, Zac.

De repente no pudo evitarlo. No dejó de mirarla a los ojos mientras se le acercaba.

Zac: Te pidieron como regalo de Navidad para ellos… y para mí también. Es por eso por lo que no me dijeron nada. Tú eras nuestro regalo de Navidad -alzó una mano para acariciarle el cabello-. ¿Qué te parece?

Ness: ¿Qué quieres que me parezca? -le dio un manotazo y se volvió para quedarse mirando por la ventana-. Me duele. Yo me enamoré de vosotros tres casi desde el primer momento, y eso duele. Y ahora vete, déjame sola.

Zac sintió que un puño subía por su pecho para cerrarse con fuerza sobre su corazón.

Zac: Yo creía que te marcharías. Que nos dejarías a los tres. No me permití creer que te importaríamos lo suficiente como para quedarte.

Ness: Entonces fuiste un imbécil -gruñó-.

Zac: Fui un torpe -contempló el reflejo de las diminutas luces de su árbol de Navidad en su pelo y abandonó todo pensamiento de salvarse, de resistirse-. Un imbécil. Y de la peor especie, porque seguía escondiéndome de lo que podría sentir, de lo que ya sentía. No me enamoré de ti a primera vista. No que yo supiera, al menos. Me enamoré la noche del concierto. Quise decírtelo, y no sabía cómo. Luego oí algo sobre la oferta que recibiste de Nueva York y lo convertí en la excusa perfecta para alejarte de mi vida. Me dije a mí mismo que lo hacía para proteger a los niños, para evitar que sufrieran -«en realidad los utilicé», pensó, disgustado consigo mismo-. Pero eso sólo era verdad en parte. Realmente me estaba protegiendo a mí mismo. No podía controlar lo que sentía por ti. Me asusté.

Ness: Pero el ahora no es distinto del entonces, Zac.

Zac: Podría ser distinto -corrió el riesgo y apoyó las manos sobre sus hombros. Le hizo volverse para que pudiera mirarlo-. Tuvieron que ser mis propios hijos los que me enseñaran que hay que desear las cosas para que ocurran. No me dejes, Vanessa. No nos dejes.

Ness: No pensaba irme a ninguna parte.

Zac: Perdóname -al ver que se disponía a girar la cabeza, la tomó suavemente de la barbilla-. Por favor. Quizá no consiga arreglar esto, pero dame la oportunidad de intentarlo. Te necesito en mi vida. Los tres lo necesitamos.

Había tanta paciencia en su voz, tanta fuerza callada en su mano… ya mientras lo miraba, su corazón empezó a curarse.

Ness: Te quiero. Os quiero a todos. No puedo evitarlo.

El alivio y la gratitud riñeron el beso con que le acarició los labios.

Zac: Yo también te quiero. Y no quiero evitarlo -atrayéndola hacia sí, le hizo apoyar la cabeza sobre el hombro-. Hemos sido tres durante tanto tiempo, que no sabía cómo hacer un hueco en nuestras vidas. Creo que ahora he aprendido a hacerlo -volvió a apartarse para echar mano a un bolsillo-. Te he comprado un regalo.

Ness: Zac… -todavía tambaleante por la emoción del momento, se pasó las manos por las mejillas húmedas por las lágrimas-. Si todavía no es Navidad…

Zac: Pero está lo suficientemente cerca. Creo que si lo abres ahora mismo, me librarás de esta opresión que siento en el pecho.

Ness: De acuerdo -se enjugó otra lágrima-. Me lo tomaré como un regalo para hacer las paces. Puede que incluso decida… -se interrumpió con la caja abierta en la mano-.

Era un anillo, el tradicional y solitario diamante engastado en oro.

Zac: Cásate conmigo, Vanessa -le pidió con tono suave-. Sé la mamá.

Alzó la mirada hacia él, aturdida.

Ness: Te mueves tremendamente rápido para alguien que siempre se toma tanto tiempo para hacer las cosas.

Zac: Hoy es Nochebuena -observó su rostro mientras sacaba el anillo de la caja-. Me pareció la noche adecuada para probar suerte.

Ness: Es una buena elección -sonriendo, le tendió la mano-. Muy buena -ya con el anillo en el dedo, le acarició una mejilla-. ¿Para cuándo entonces?

Debió haber adivinado que sería así de sencillo. Con ella, todo lo era.

Zac: Sólo falta una semana para Año Nuevo. Podría ser un buen comienzo de año. Y de vida.

Ness: Sí.

Zac: ¿Vendrás a casa conmigo esta noche? He dejado a los niños con Miley. Podría pasar a recogerlos, y pasarías las fiestas con nosotros -antes de que ella pudiera responder, sonrió y le besó la mano-. La maleta ya la tienes hecha.

Ness: Es verdad. Debe de ser cosa de magia.

Zac: Estoy empezando a creerlo -acunándole el rostro entre las manos, le dio un largo y profundo beso-. Es verdad que yo no te pedí como regalo, pero tú eres mi mejor regalo de Navidad, Vanessa -pegada la mejilla a su pelo, contempló las luces de colores que brillaban en las ventanas de las casas vecinas-. ¿Has oído algo? -murmuró-.

Ness: Mmm… -abrazándolo, sonrió-. Me ha parecido oír una música de cascabeles…


FIN




¡Qué bonito! 😊
¡Qué contentos se pondrán los gemelos!

Espero que os haya gustado la novela.
¡Muy pronto, otra!

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Ohhhhh ya Término? No puede ser!!! Jajaj
Me encantó la novela y el final también, fue muy tierno.
Y no me esperaba que ya sea el final.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Que rápido final!!!!
Fue todo tan rápido
Ya quiero la sipnosis de la siguient
Sube pronto
Saludos

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