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lunes, 27 de marzo de 2017

Capítulo 3 - Julio caliente, quema al más valiente


A principios de Julio, Zac aprovechó las vacaciones escolares para que Jessica y Sarah disfrutaran de un par de semanas de playa con sus abuelos maternos.

Estaba solo en Clermont y era noche de fiesta, así que salió de casa con el ánimo dispuesto a tomarse una copa y disfrutar del ambiente verbenero. En la plaza de la Iglesia, una disco-móvil llenaba la noche con un rabioso reguetón. La habían contratado con motivo de la festividad de San Cristóbal, patrono de los conductores. En una comarca rural como Clermont, y en las vecinas, era una fiesta muy celebrada por la cantidad de chóferes que se dedicaban al transporte de ganado y cereales.

Al llegar a la plaza, Zac fue directo en el mesón y salió de allí con un vaso de tubo en la mano. Se apoyó en una esquina solitaria y se dedicó a observar al personal. El baile estaba a reventar de gente. No le costó distinguir a la mayoría de guardias jóvenes del cuartel. En realidad sus ojos buscaban a Vanessa que, entre risas y bromas, empezó a perrear con otro guardia jovencillo en cuanto comenzó a sonar una canción de Daddy Yankee. Con tanto contoneo y refriega, aquello era lo más parecido a una danza del apareamiento. Zac dio un trago sin dejar de mirar a Vanessa, tenía gracia para moverse. La Naturaleza en estado puro, pensó por defecto profesional. Instinto animal: la hembra se ofrece y el macho se encela por cubrirla. Con algo muy similar a la rabia bulléndole en la boca del estómago, Zac entornó los ojos y desechó de manera tajante las comparaciones zoológicas. No le hacía la menor gracia contemplar ante sus ojos los preliminares de la cópula de esa hembra en concreto. Cuando apuró los dos dedos de whisky que le quedaban y los cubitos de hielo le golpearon los labios, reparó en que podía haberse bebido media docena sin saborearlo siquiera porque los meneos sensuales del culo de Vanessa le tenían absolutamente hipnotizado.

Entró de nuevo en el mesón, pero esa vez salió con un vaso en cada mano y la estrategia clara en mente: apartar a la chica de verde con el cuerpo más apetecible de la zona del resto de machos de la manada. Sorteó a la multitud y se plantó delante de Vanessa ofreciéndole una copa en silencio. Ella, encantada con el detalle, lo recibió con una enorme sonrisa y un par de besos en las mejillas que dejaron a Zac pasmado. Y aprovechando la euforia de Vanessa, la cogió de la mano como si tuviera todo el derecho del mundo a hacerlo y se la llevó de allí.

En el rincón más apartado de la plaza compartieron dos copas más, con mucho tonteo y cruces de miradas. Zac se lanzó con un primer beso en el pulso de la muñeca. Vanessa, como quien no quiere la cosa, sonrió y le apartó a Zac el pelo de la frente. La conversación y el whisky fueron a más, las bromas con doble sentido subieron de tono y Zac aprovechó que Vanessa echó la cabeza hacia atrás muerta de risa para robarle un beso en el cuello que se alargó más de la cuenta.

Como una cenicienta moderna, Vanessa miró la hora en el reloj del Ayuntamiento.

Ness: Se me hace tarde -anunció con una mueca conformista-. Mañana toca madrugar.

Zac le cogió el vaso de la mano.

Zac: Déjame que lleve esto ahí adentro y te acompaño al cuartel.

Ness: No hace falta, de verdad. Sé protegerme sola.

Zac: De eso no me cabe duda -afirmó yendo hacia el Mesón-.

Un minuto después, Vanessa lo tenía de regreso.

Zac: ¿Nos vamos? -propuso poniéndole la mano en la parte baja de la espalda-.

Ella miró hacia los que bailaban; la mayoría de sus compañeros ya se habían marchado. Se despidió moviendo la mano de un par de guardias que aún se movían en el centro de la plaza y caminó junto a Zac en dirección a la calle mayor; la casa de él quedaba de camino, apenas cien metros antes de llegar al acuartelamiento.

Con la excusa de que la pendiente cuesta abajo se le hacía difícil con los tacones, Vanessa se agarró del antebrazo de Zac y él no desaprovechó la ocasión. La agarró por la cintura, tiró de ella y la besó con decisión. Ella le enroscó los brazos al cuello y se entregó con muchísimas ganas.

Zac se separó de su boca poco a poco, acariciándole los labios con los suyos. Vanessa lo miró a los ojos, entre satisfecha y curiosa.

Ness: Quién iba a sospechar que el papá perfecto sabía besar como un demonio.

El comentario no fue bien recibido por Zac, porque se puso serio y le tomó las manos aún enlazadas en su cuello para que lo soltara.

Sin pronunciar palabra, continuaron camino hasta que llegaron a la puerta de su casa. Él con las manos en los bolsillos y ella haciendo equilibrios para no caerse de culo por culpa de los tacones. Incómoda, Vanessa, se esforzó en improvisar una despedida que aliviara la tensión que se había instalado entre ellos mientras Zac sacaba las llaves y abría el pesado portalón de madera. Finalmente, decidió no andarse por las ramas.

Ness: ¿Qué es lo que he hecho o dicho que te ha sentado tan mal? -le preguntó cogiéndole del brazo para que se diera la vuelta-.

Zac la miró de frente.

Zac: No admito bromas sobre ese tema.

Entonces fue Vanessa la que se puso seria, ofendida por el hecho de que malinterpretara un comentario que a cualquier otro hombre le habría hecho hincharse más orgulloso que un pavo.

Ness: Perdóname, pero lo último que pretendía era ofenderte. Olvida que lo he dicho y pasemos página.

A pesar del tono áspero con que lo dijo, Zac se quedó admirado de su valentía a la hora de pedir perdón, un gesto que al noventa por ciento de la humanidad le cuesta tanto. Se sintió como un gusano al reconocer que su reacción había sido desmedida y aquella chica no tenía ninguna culpa de que su abrumadora vida familiar le hiciese mostrarse en ocasiones demasiado susceptible.

Zac: Eres tú quien debe disculparme. A veces me siento juzgado…

Ness: A lo mejor eres tú el único que se juzga y por eso ves maldad donde no la hay -contraatacó con acritud-.

Zac alzó la vista hacia las estrellas respirando hondo; después, miró a los ojos a Vanessa y la atrajo por la cintura.

Zac: ¿Me perdonas? -suplicó con un murmullo-.

Ness: Me lo estoy pensando -dijo con su característica mirada de bruja mala-.

Zac se inclinó sobre su boca, se moría por verla sonreír como un rato antes en la plaza.

Zac: No entiendo cómo me gustas tanto siendo tan arisca -murmuró sobre sus labios, antes de sorprenderla con un beso tan intenso como breve-.

Vanessa sintió un cosquilleo de deseo irrefrenable y decidió no quedarse atrás.

Ness: Pues yo no sé por qué me tienes el corazón loco con lo antipático que eres.

Y remató tomando su boca con un beso de puro fuego. Zac la cogió en brazos sin dejar de besarla, entró con ella en la casa y cerró la puerta de un empujón.

Ya estaban en el arranque de las escaleras cuando Vanessa lo detuvo. Zac trató de ver sus ojos en la penumbra.

Ness: No te equivoques conmigo, porque no me gustan los rollos de una noche y luego te olvidas.

Zac la hizo callar con un beso.

Zac: Te juro que esta noche no vas a olvidarla.

Y, con ella en brazos, empezó a subir las escaleras.


Qué noche de sexo digna de apuntar en la lista de momentos memorables. Eso se decía Zac cuando despertó por la mañana.

Apenas había amanecido. Envuelto en la penumbra del dormitorio, cerró los ojos y recordó las últimas horas, en las que Vanessa y él se habían sumido en el desenfreno más caliente que era capaz de recordar. Hacía mucho que no disfrutaba tanto del placer inenarrable que proporciona el sexo con letras mayúsculas. Soltó una palabrota en voz baja, sin querer, acababa de clavarse sin querer los dientes en el labio inferior al recordar a Vanessa cabalgándolo, como una ninfa poseída por el diablo de la lujuria. Se acarició entre las piernas con un gemido, a medida que revivía las imágenes de la noche pasada gozándola en todas las posturas posibles, un orgasmo tras otro hasta la extenuación… su pene empezaba a volver a pedir atención.

Detuvo la mano al recordarse a sí mismo que estaba solo. Un despertar al que ya estaba acostumbrado pero que esa mañana le supo más amargo que los demás.

Se incorporó para observar la flacidez repentina de su miembro y pensó que alguna conexión había entre el estado de ánimo de su corazón y su sexo, porque igual de abatido se sentía por dentro ante la ausencia de Vanessa en su cama esa mañana.

Su abandono en plena noche le irritó más de lo que habría supuesto. No le parecía que largarse sin un adiós fuera el final perfecto para una primera vez; porque estaba seguro de que era eso, la primera y no la única vez que compartían algo tan bueno. En ese momento le importaba un carajo la diferencia de edad, lo poco que se conocían y la disparidad de sus caracteres que hacía que estallasen petardos cuando la chica del uniforme verde fruncía el ceño y le tocaba la moral. Vanessa era pura tentación, enfadada o cuando sonreía con una inocencia que le encogía el alma. Habría más noches como la pasada, se juró a sí mismo.

Tras una ducha y un café, ambos más solitarios de lo que esa mañana le habría gustado, se acercó paseando hasta el cuartelillo de la Policía. Zac preguntó al cabo de guardia, que fue hacia el interior a llamar a Vanessa. Un par de minutos después estaba de regreso, seguido de ella.

Ness: Buenos días -dijo plantándose delante de él-.

Zac: Buenos días -murmuró con una mirada intensa-. ¿Por qué has desaparecido esta mañana?

Ella alzó las cejas y se señaló el uniforme que llevaba puesto.

Ness: Tenía que madrugar, el cuerpo me reclama.

A Zac a punto estuvo de escapársele de la boca «mi cuerpo también te reclama», pero se recordó dónde estaban y se guardó mucho de bromear sobre el asunto en territorio de la policía. Cogió la mano de Vanessa y se dedicó a jugar con sus dedos, contento de que ella no la retirara.

Zac: Podías haberme despertado antes de irte. Te habría preparado el desayuno, a la hora que fuera.

Vanessa lo miró sin pestañear.

Ness: Muy bien. La próxima vez te agobiaré para que me lleves el desayuno a la cama.

Zac se obligó a no sonreír de oreja a oreja.

Zac: ¿Eso significa que habrá próxima vez?

Ness: Eso espero -afirmó sorprendiéndole con su sinceridad-. Ya te dije que no me gustan los rollos de un polvo.

Zac: Lo de anoche no fue un polvo -la corrigió; tiró de su mano y se inclinó sobre su oído-. Fue un polvazo. Tengo el culo lleno de arañazos -susurró, sellando lo dicho con un beso en la oreja-.

Ella se apartó, riendo con disimulo.

Ness: No me digas esas cosas -rogó azorada-. Vas a conseguir que me ponga roja.

Zac observó de refilón que el cabo de guardia no les quitaba ojo y se mantuvo a una distancia prudencial.

Zac: ¿A qué hora acabas el turno, Vanessa?

Ness: A las dos, me parece.

Zac: ¿Te apetece acompañarme esta tarde a un sitio que te va a encantar?

Ness: ¿Cómo sabes que me gustará? -cuestionó haciéndose de rogar-.

Zac: Porque lo sé.

A ella le hizo gracia que lo dijera con aire misterioso, como si se tratara de una sorpresa. Y en lugar de preguntar directamente, le siguió el juego.

Ness: ¿No vas a decirme dónde piensas llevarme?

Zac negó con la cabeza.

Zac: Te recogeré aquí mismo a las dos y cuarto. Tráete el bikini y una toalla -advirtió, a modo de despedida-.


¡A la playa! Eso sí que no se lo esperaba Vanessa. Si la intención de Zac era sorprenderla, acertó de pleno.

Mientras conducía en dirección a la costa, él le contó que sus suegros vivían en Spring Hill y que no quería que las niñas dejaran nunca de tener contacto con sus abuelos: Por ese motivo las enviaba con ellos parte de las vacaciones y algún fin de semana. O de tanto en tanto se acercaban los tres a pasar unos días con los padres de su fallecida esposa, por Pascua o Navidad.

Y como si el Toyota se hubiera convertido en el sitio ideal para las confidencias, Zac le fue revelando a Vanessa importantes detalles de su vida pasada. Que él y Michelle se conocieron un verano en la playa, ya que ella era de Spring Hill, y que él decidió opositar allí a una plaza de veterinario rural. Le dijo también que se casaron allí y establecieron su hogar porque a ella le tiraba más la tierra que la había visto nacer y la compañía de sus padres que las montañas cada día más despobladas Clermont.

Ness: Y qué hay de ti. ¿Llevaste bien el cambio?

Zac esbozó una casi imperceptible sonrisa de añoranza.

Zac: Yo la habría seguido hasta la Luna, si ella me lo hubiera pedido -confesó sin quitar la vista de la carretera-.

A Vanessa le calaron muy hondo aquellas palabras. Imaginó qué debía sentirse al amar con tal intensidad, y sin que su voluntad fuera partícipe en el rumbo que tomaron sus pensamientos, sintió envida.

Zac también le contó que, tras la muerte de su mujer, consiguió lo imposible: permutar su plaza en propiedad, por otra idéntica que ocupaba el veterinario titular en Clermont cuando este, ya cerca de su jubilación, quiso mudarse más cerca de sus hijos, que vivían en Sumterville. Pero Vanessa no le prestaba atención, se preguntaba mientras tanto si alguna vez un hombre la amaría de esa manera. No pudo evitar que los ojos se le fueran solos a la mano derecha de Zac.

Ness: Aún llevas la alianza de casado -se le escapó; no pretendía decirlo en voz alta-.

Zac se miró la mano de refilón y retornó la vista a la carretera.

Zac: Sí, aún la llevo -se limitó a decir-.

A pesar de que Vanessa no pretendía ahondar en ello, algo muy adentro la incitó a seguir.

Ness: Ese anillo en tu dedo solo puede significar dos cosas -opinó sin mirar a Zac-: o sigues casado con ella o lo usas para advertir a las mujeres de que no se hagan ilusiones contigo.

Zac negó con la cabeza. El tono decepcionado de Vanessa lo hizo sentirse en cierto modo culpable al recordar que la única mujer que había pasado por sus brazos y por su cama en los últimos meses era precisamente ella.

Zac: Ni una cosa ni otra -confesó; y la miró a los ojos, aprovechando que acababa de detener el coche ante una señal de stop-. Lo llevo por costumbre, te lo aseguro.

Vanessa le indicó con una leve sonrisa que no era necesario que le diera explicaciones.

Ness: ¿Cómo era ella? -preguntó con sincera curiosidad-.

Zac no la miró al responder.

Zac: Muy guapa.

E inmediatamente lamentó haberlo dicho. Vanessa era atractiva, graciosilla como un gatito juguetón y su sonrisa seducía a primera vista, pero su rostro no admitía comparación con la elegante belleza de Michelle.

Ness: Me alego de que lo fuera -comentó sorprendiéndole una vez más-. Porque verás su belleza en tus hijas y así siempre te acompañará un poquito de ella.

Zac la miró durante un segundo y aceleró de nuevo. Cualquier mujer se habría sumido en un mutismo incómodo. En cambio Vanessa, estaba tan segura de sí misma, que solo veía cosas buenas en una afirmación que otras entenderían como una ofensa. Definitivamente, era una chica especial.

Continuaron el resto del trayecto hablando de todo y de nada, en apariencia, porque esa conversación intrascendente que compartieron por el camino y durante la parada para comer un bocadillo y estirar las piernas, les ayudó a conocerse el uno al otro más de lo que ambos imaginaban.

Al llegar a Spring Hill, Vanessa se arregló el pelo mirándose en el espejo interior del para-sol del copiloto. Cuando se acababa de dar una pasada de brillo en los labios, notó que el coche se reducía la velocidad. Vio que se detenían junto a la tapia de un chalé al final de una hilera de coches.

Ambos se apearon; Zac pulsó el timbre y habló por el interfono. Miró a Vanessa y sonrió con innegable satisfacción.

Zac: Es hora de que conozcas a mis hijas -dijo a la vez que desde el interior de la casa abrían automáticamente las puertas metálicas-.

Tras ellas y a cierta distancia, Vanessa miró a la mujer con una niña en brazos, adivinó que se trataba de la suegra de Zac y la pequeña. Y al ver a la niña mayor con aquella sonrisa de sorpresa, sonrió tan extrañada como ella y abrió los brazos para recibirla.

Aunque fue Zac el más sorprendido de todos. Boquiabierto contempló a su hija mayor arrancarse a la carrera. Zac las observó mientras Vanessa alzaba a Jessica en el aire para darle un par de ruidosos besos. De ningún modo habría imaginado que ya se conocían.

Un segundo después, mientras cogía a su hija de los brazos de Vanessa, ella le explicó.

Ness: ¡Pues claro que nos conocemos! Jessica y yo somos amigas desde hace mucho -comentó mirándolos a ambos-. Una vez al año, impartimos clases de educación vial a todos los alumnos de la escuela del pueblo, ¿a que sí?

La niña confirmó sus palabras a la vez que se comía a besos a su padre.

Vanessa se acercó a la mujer, que aguardaba con la pequeña en brazos y se presentó a sí misma dándole un par de besos. La mujer hizo lo propio presentándole a Sarah.

La niña gritó «¡papi!» desde los brazos de su abuela, reclamando la atención de Zac y él se acercó a cogerla en brazos también. Notó que la madre de Michelle miraba a sus nietas, miraba a Vanessa y luego le miraba a él con la felicidad pintada en la cara. La mujer llevaba mucho tiempo diciéndole que debía rehacer su vida. Zac dejó a Jessica en el suelo antes de coger a la pequeña Sarah. «Mujeres», se dijo para sí. Adivinó los pensamientos de la abuela de sus hijas y pensó que se estaba precipitando en sus conclusiones.

A pesar de su escepticismo, sintió una inesperada paz interior al cruzar de nuevo la mirada con la madre de Michelle. Zac sabía que aquella expresión risueña era su modo de dar la bienvenida a Vanessa a la vida de los tres, sin conocerla siquiera.


El verano se sucedía con agradable placidez. Para Zac, la presencia inesperada de Vanessa en su vida lo hacía sentirse persona y no padre. El hecho de poder conversar con otro adulto, no solo durante las horas de trabajo, sino también durante el tiempo de ocio que pasaba con las pequeñas, era como disfrutar de un respiro. En cuanto a Vanessa, el descubrimiento de compartir su tiempo con un hombre y dos niñas, le resultaba insólitamente encantador. Quizá, porque disfrutaban con más ansia el uno del otro, bebiéndose cada minuto exclusivo para los dos, cada vez que las niñas no estaban, como el sediento que valora más que un diamante cada gota de agua.

Durante ese mes de julio, alternaron las tardes de piscina con alguna escapada a la playa. Vanessa fue con ellos, cuando Zac decidió llevarlas hasta a comer al Burger King como premio por las buenas notas de Jessica. Y también fueron juntos de excursión a un parque de atracciones, donde pasaron los cuatro un día inolvidable, como algo muy parecido a una verdadera familia.

Los días que Vanessa tenía turno de noche, solía pasar por casa de Zac y se auto invitaba a desayunar; visitas que las niñas recibían contentas. Y cuando las pequeñas marcharon una semana con los abuelos maternos, era Zac quien la recibía con doble entusiasmo y la llevaba en brazos hasta el dormitorio, para dedicarle a ella y solo a ella cada segundo de su existencia. Fue durante una de esas mañanas cuando Zac descubrió a Vanessa mirando una fotografía enmarcada sobre la cómoda en la que aparecían él y Michelle. Él aparentó no darse cuenta de ese detalle y, aunque ella jamás dijo nada al respecto, decidió que había llegado el momento de pasar la última página que cerraba ese capítulo de su vida. Nunca olvidaría a Michelle, pero Zac tampoco se sintió culpable al asumir que su presencia constante en el día a día ya no le era tan necesaria.

Aprovechando el relajo estival, muchas veces, después de la cena dejaban a las niñas al cuidado de los padres de Zac y salían a dar una vuelta que, casi siempre, concluían devorándose como dos adolescentes en el asiento trasero del Toyota, oculto en algún pinar. Una de esas noches, Vanessa entrelazó los dedos con los de Zac y, sonrió sin que él la viera al notar que ya había desterrado de su mano la alianza de boda. Imaginó ese anillo guardado en el joyero, del mismo modo que atesorados llevaría para siempre los recuerdos del pasado en una parte de su corazón. Zac supo que Vanessa se había dado cuenta, pero prefirió no decírselo. Se limitaron a mirarse en silencio. Unieron sus bocas, degustando algo desconocido y cómplice que acababa de nacer entre ellos. Y esa noche, en el incómodo habitáculo del todoterreno, hicieron el amor con una fiereza posesiva que les sorprendió a los dos.


Una semana después, Vanessa notó que las fotografías de Michelle iban desapareciendo de sus lugares de siempre. Y, a pesar de que era una decisión que no le concernía, se atrevió a darle a Zac su parecer.

Ness: No debes quitarlas todas. Por ellas -aclaró, señalando con la cabeza a Sarah y a Michelle que estaban distraídas viendo los dibujos animados de Peppa Pig-.

Zac la llevó de la mano hacia la cocina, para poder hablar sin peligro de que las niñas escucharan la conversación.

Zac: Ya he dejado varias en el dormitorio de las chicas.

Vanessa le acarició el pecho por encima de la camisa y ladeó la cabeza, pensativa.

Ness: Es bueno que tengan siempre a la vista la imagen de su madre -convino-. Pero si te interesa mi opinión… -añadió jugueteando con un botón de manera distraída-.

Zac: Me interesa.

Ella alzó el rostro y lo miró sin reparos.

Ness: Yo creo que debes hacerles un álbum de fotos. Uno para cada una, pero sobre todo por Sarah -opinó-. Jessica tiene recuerdos de su madre y debes hacer lo posible porque los conserve siempre. Pero Sarah no tiene ni una sola fotografía con ella. Créale tú esos recuerdos, no permitas que la olvide con el tiempo.

Tras un breve abrazo que acabó en un ataque de cosquillas, con el que Zac ocultó sus emociones, regresaron al salón y la tarde transcurrió sin que volvieran a hablar del tema.

Pero Zac tuvo muy en cuenta la sugerencia de Vanessa y pasó las semanas siguientes rebuscando entre los cientos de archivos de fotografías digitales que conservaba en el disco duro de su ordenador. Pidió ayuda a los padres de Michelle y aprovecharon una excursión dominguera a Spring Hill para hacerse con las fotos familiares de la madre de sus hijas, casi todas de cuando era pequeña y de jovencita. Con todas ellas llenó dos álbumes bien voluminosos, uno para cada niña. Desde entonces, cuando estaban solos los tres, pasaban largo rato ojeándolos y él les contaba cosas de Michelle, para que Jessica y Sarah no olvidaran nunca a su mamá.


Ness: Tenemos un pequeño problemilla.

Zac alzó la vista, con la plancha en el aire.

Le había pedido a Vanessa el favor de que le echara una mano para entretener a las niñas mientras él se hacía cargo de la tediosa tarea de planchar la ropa. La señora que le ayudaba en las faenas de la casa estaba de vacaciones. Durante un mes, no le quedaba otra que hacerse cargo de todo, aprovechando los ratos que le dejaba libre su trabajo como veterinario.

Sarah: ¡Papá pipi! -exclamó en brazos de Vanessa-.

Él observó desesperado el manchurrón húmedo en sus pantaloncitos rojos.

Zac: ¿Pipi ahora? Se pide antes, cariño, no después.

Todos le aconsejaron que aprovechara el verano, pero el proceso de quitarle el pañal a su hijita pequeña estaba resultando más frustrante que otra cosa. Sarah ya tenía dos años y medio, Zac no sabía qué hacer.

Zac: Más colada y más plancha -barbotó, con el desespero de un condenado a trabajos forzados-. ¡Por favor, que vuelva ya Diane!

Aunque sabía de sobra que su salvadora en asuntos domésticos no regresaba hasta primeros de agosto de sus vacaciones por Miami.

Ness: Mírale el lado positivo, hombre -opinó al ver su cara de frustración-. Al menos se da cuenta y lo pide, eso quiere decir que está aprendiendo, ¿verdad, cosita guapa? Ya me ocupo yo de cambiarla.

Zac: Gracias, de verdad -dijo cuando ya salía con la niña por la puerta del cuartito de la lavadora-. ¿Te quedas a cenar? -aventuró con expresión anhelante-.

Vanessa giró la cabeza y sonrió. En su abrumada cara de súplica adivinó que en realidad le estaba pidiendo que preparara la cena.

Ness: ¡Claro! Si quieres, me ocupo yo de la cocina mientras tú terminas. Jessica me ayudará, será divertido. ¿Qué te apetece?

Zac: Algo rápido, no te compliques la vida. ¡Pizza! -se apresuró a pedir señalándole el arcón congelador con la cabeza-. ¿Te parece bien?

Ness: Me parece una idea estupenda -dijo ensanchando la sonrisa-.

Aún sonreía cuando subía las escaleras para cambiar a la pequeña los pantalones mojados por otros limpios. La mirada de agradecimiento de Zac hacía que mereciera la pena cualquier esfuerzo.


Después de cenar, Zac regresó al salón, intrigado por la conversación que había oído desde la cocina mientras cargaba el lavavajillas.

Ness: No puedo quedarme, cielo -decía en ese momento-.

Jess: ¿Por qué? -protestaba-.

Ness: Porque yo tengo mi cama en el cuartel.

Jess: ¿Te reñirán si no vas a dormir? -preguntó, con una mirada de esperanza-.

Vanessa se derritió al ver su carita de ilusión, y miró a Zac.

Ness: Jessica quiere que me quede a dormir con ellas -comentó para explicarle la situación-.

Él reiteró la pregunta de su hija con una simple elevación de cejas.

Mientras decidía, Vanessa se apartó el pelo detrás de las orejas. Al día siguiente libraba, podía hacer una llamada y avisar de que no acudiría esa noche a la casa cuartel.

Zac empezó a fantasear con la idea de dormir con ella entre los brazos, pero frenó el deseo de raíz a favor de su hija mayor.

Zac: Podrías quedarte -la invitó-. Si colocamos los dos colchones de las niñas en el suelo, cabéis las tres de sobra.

Eso acabó de decidirla. Vanessa chochó la palma de la mano con Jessica.

Jess: Hecho, ¡fiesta de pijamas!

Zac: Suena divertido.

Jess: Tú no, papi -saltó riéndose como si su padre acabara de decir la tontería más grande del mundo-.

Zac: ¿Cómo que no?

Jess: ¡Es una fiesta de chicas!

Zac apretó los labios y las miró a las tres, por turnos. Hasta la pequeña Sarah parecía convencida de que él sobraba esa noche de Pijama’s party.

Zac: ¿Y yo, qué?

Ness: Tú a dormir a tu cama -le recordó con una miradita traviesa al verlo tan contrariado-.

Fue ella la que se levantó del sillón y cogió de la mano a Jessica. Dejó que la niña la llevara hacia el dormitorio mientras Zac iba tras ellas con Sarah en brazos.

Ness: El único problema es que yo no tengo pijama -comentó viendo a Jessica cómo sacaba el suyo de debajo de la almohada-.

Zac dejó a Sarah en el suelo y le dio su osito de peluche preferido, para que entendiera que, a pesar de la novedad de tener a Vanessa allí, era hora de irse a dormir.

Zac: Yo te presto uno -dijo en respuesta a su problema-. Ven conmigo.

Vanessa lo acompañó hasta el dormitorio grande. Mientras él abría el primer cajón del armario, Vanessa aprovechó para sacar el móvil del bolsillo y avisar al cuartel que no acudiría a dormir. Estaba guardándolo cuando Zac le tendió un pijama casi nuevo. Ella extendió la camiseta en el aire.

Ness: Esto me vendrá gigante.

Zac tiró de ella, aprovechando que estaban solos.

Zac: La otra opción es que uses uno de Jessica, pero como yo vea estas dos -le atrapó un pecho con cada mano- embutidas en una camisetita de la talla ocho, me voy a ir a la cama con la entrepierna más dura que…

Ness: Shhhh -lo acalló con un beso rápido-. Que te van a oír las niñas.

A él le supo a poco, quería más. Pero tuvo que contentarse con un par de piquitos porque Vanessa se negó a que la cosa se les fuera de las manos. Zac aceptó a regañadientes y se contentó con mirarle el culo mientras iba al cuarto de baño a ponerse el pijama.

Cuando Vanessa llegó al cuarto de las niñas, Zac ya había bajado los colchones al suelo y preparado una cama para tres con una sábana de matrimonio y unos cuantos almohadones. También le había puesto el pijama a Sarah y los tres la esperaban sentados en la improvisada cama comunitaria.

Ness: He usado tu cepillo de dientes -dijo mirando a Zac; él le guiñó un ojo en señal de aprobación-.

Vanessa notó que a él le agradaban tanto como a ella esos pequeños detalles de íntima complicidad. Se sentó a su lado con las piernas cruzadas. Zac, automáticamente, le rodeó la cintura con el brazo.

Pero a Jessica le entró un ataque de risa, sin que ninguno de los dos adultos entendiera por qué.

Jess: A Vanessa se le notan las gominolas -exclamó, sin dejar de reír, señalándole el pecho con el dedo-.

Ella se miró los pezones, que resaltaban en la camiseta y se tapó con las manos.

Ness: ¡Jessica, eso no se dice cuando hay chicos delante! -protestó con las mejillas rojas como amapolas-.

Con una risa malvada, Zac le hizo cosquillas, divertido ante su repentino ataque de timidez.

Jess: Papá no es un chico.

Zac: ¿Ah, no?

Jess: Tú eres un padre.

Zac aún no acababa de asimilar aquella categoría nueva en la que acababan de clasificarlo, cuando Sarah gateó hasta sus rodillas y le tiró de la camisa para ponerse de pie.

Sarah: Quero gominolas.

Su hermana Jessica aún rio todavía con más ganas y, antes de que Zac respondiera a la pequeña con un doble sentido cachondo, Vanessa se apresuró a finiquitar el asunto.

Ness: No, cielo, después de lavarse los dientes no se pueden comer chuches, ¿a que no, papi?

Zac le dio la razón, con una mirada que quería decir lo contrario. Por suerte para Vanessa, Jessica pidió el beso de buenas noches y distrajo a Zac de las fantasías eróticas que empezaba a maquinar, protagonizadas por gominolas y tetas. Él dio los besos de costumbre a cada una de sus hijas. Iba a ponerse de pie para despedirse cuando Vanessa lo miró a los ojos.

Ness: Yo quiero un beso de mariposa -pidió-.

Él le sostuvo la mirada durante un segundo, se acercó a su mejilla y pestañeó sobre la piel haciéndole cosquillas.

Ness: Me gusta mucho -murmuró-. Te advierto que voy a querer muchos más.

Zac: Si te portas bien, me lo pensaré -concedió mirándola con intensidad-.


Durante el desayuno, Zac no podía dejar de mirar a Vanessa. Intentaba disimular delante de las niñas, pero los ojos se le iban solos hacia la mujer que tenía enfrente, sin más aditivos que la cara lavada y una pasada de peine. Qué guapa estaba con el pelo suelto, que en ese momento brillaba con un halo dorado a la luz del sol que entraba por la ventana. Adivinó que la coleta tirante no le gustaba y solo se peinaba así cuando iba de uniforme y obligada por el reglamento.

Esa noche no durmieron juntos ni hubo nada entre ellos, pero la sensación que tenía Zac era tan placentera o más que la laxa plenitud con la que amanecía después de una maratón de sexo con Vanessa.

Ella notó que no dejaba de observarla y, para disimular, Zac se levantó y abrió la nevera. Como no sabía qué sacar, la cerró. Abrió el armario de al lado y trasteó cambiando de sitio una caja de galletas. Vanessa se levantó y se puso a su lado a servirse un poco más de la cafetera, que estaba sobre la vitrocerámica. De reojo, Zac la vio bromear con las niñas mientras daba sorbos de café con leche, apoyada en la encimera. Pensó en lo bien que se llevaba con las niñas. Se notaba que les tenía cariño, y las pequeñas también se habían encariñado con ella. No imaginó que otra mujer que no fuera Michelle podría encajar tan bien en ese pequeño mundo que ahora ocupaban ellos tres. Y él que la juzgó demasiado joven… Vanessa tenía veinticinco años, eso era una obviedad tanto como los treinta que él estaba apunto de cumplir. Pero en ese momento, conociéndola bien, tenía la certeza de que no era una chiquilla con la cabeza llena de tonterías. Vanessa era más mujer que muchas que le doblaban la edad.

Casi se sobresaltó cuando ella le puso la mano en la cintura.

Ness: ¿Cómo has dormido? -preguntó con una mirada que valía por ese beso que aún no se atrevía a darle delante de sus hijas-.

Zac le acarició la mejilla con los nudillos.

Zac: De un tirón -confesó mirándole los labios-. Pero mejor habría dormido si tú hubieses estado en mi cama.

Ella rio por lo bajo.

Ness: No habríamos dormido casi nada -le contradijo bajando la voz para que no la oyeran Jessica y Sarah-.

Zac la miró con ojos codiciosos. Ojeó una décima de segundo a sus hijas y, aprovechando que estaban distraídas, le dio un apretón en el culo. De estar solos, no le habría importado comérsela entera como parte del desayuno.




Pues sí que ha sido un Julio caliente 😆

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Ame ame demasiado este capítulo, no puede ser mas lindo y tierno.
Ojalá que las cosas sigan así de bien entre ellos.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Siempre lo digo pero este capítulo fue
El mejor quw he leido por muchos!!!
Ame este capítulo
Que linda es esta nueva familia
Quiero mas capítulos como este
Espero impaciente el siguiente
Siguela pronto


Saludos

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