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domingo, 11 de septiembre de 2016

Capítulo 1


El cielo estaba radiante, de un azul intenso y perfecto, como una acuarela de una tarde de verano. Una suave brisa mecía las rosas en el jardín. La niebla ocultaba las montañas a lo lejos. Impregnado en el aire, un olor a rosas, mar y césped segado. Vanessa exhaló un suspiro de placer, se apoyó un poco más sobre la barandilla de la terraza y, simplemente, contempló el paisaje.

Le costaba creer que sólo hiciera un día que había dejado atrás los rascacielos de Nueva York. ¿De veras había sido la mañana anterior cuando se había resguardado de una gélida llovizna de abril montando en un taxi para ir al aeropuerto? Sólo un día. Parecía imposible ir de un mundo a otro en sólo un día.

Pero ahí estaba, de pie en la terraza de una villa en la isla de Lesbos. En vez de un día lluvioso, un sol brillante le daba la bienvenida a Grecia. Una calma serena reinaba en contraste con el estrépito y los atascos de Nueva York. Si supiera pintar, se dijo Vanessa, pintaría esa vista y la llamaría Silencio.

Ness: Adelante -respondió al oír que llamaban a la puerta-.

Después de inspirar profundamente una vez más, se dio la vuelta con desgana.

**: Ya estás de pie y vestida -Ash, una hada rubia y bajita, entró seguida por una asistenta-.

Ness: Servicio de habitaciones -dijo sonriente mientras la asistenta colocaba la bandeja del desayuno sobre el cristal que cubría una mesa-. Apuesto a que no me va a costar nada acostumbrarme a estos lujos. ¿Me acompañas? -le preguntó a Ash después de oler el delicioso aroma de las fuentes que acababa de destapar la asistenta-.

Ash: Sólo al café -tomó asiento, se alisó la falda de su vestido de seda y examinó detenidamente a la mujer que estaba sentada frente a ella-.

Una melenita negra de largos rizos sueltos le acariciaba los hombros. Sus ojos marrones acían juego con aquel rostro delicado. De nariz recta, pómulos marcados y boca de largos labios anchos, la cara quedaba rematada por una barbilla ligeramente puntiaguda. Era una cara de ángulos y contornos con los que más de una modelo habría soñado. Una cara fotogénica si Vanessa hubiese tenido paciencia para permanecer sentada el tiempo suficiente para fotografiarla.

No conseguiría, se dijo Ash, más que un borrón colorido, la imagen corrida de Vanessa girándose hacia lo siguiente que llamara su atención.

Ash: ¡Estás guapísima, Vanessa! Me alegro un montón de que por fin hayas venido.

Ness: Ahora que estoy aquí -contestó desviando los ojos hacia la vista que ofrecía la terraza-, no entiendo por qué lo he retrasado tanto. Efharisto (Gracias en griego) -añadió mientras la asistenta le servía el café-.

Ash: Presumida. ¿Sabes lo que tardé yo en conseguir decir un simple «hola, qué tal»? No, mejor no te lo digo -dijo de buen humor, moviendo una mano antes de que Vanessa pudiera hablar. Los diamantes y zafiros de su anillo de boda reflejaron la luz del sol-. Llevo tres años casada con Scott y viviendo en Atenas y Lesbos y todavía me cuesta hacerme entender. Gracias, Tina -añadió, despidiendo a la asistenta con una sonrisa-.

Ness: Porque te empeñas en no aprender -mordió con fruición una rebanada tostada. Más que tener hambre, descubrió de pronto, estaba muerta de hambre-. Si te abrieras un poquito, las palabras acabarían entrándote.

Ash: Eso lo dices tú -arrugó la nariz-, que hablas diez idiomas.

Ness: Cinco.

Ash: Cinco son cuatro más de los que necesita cualquier persona racional.

Ness: No si esa persona racional se gana la vida de intérprete -le recordó antes de hincarle el diente a los huevos-. Además, si no supiese griego, no habría conocido a Scott y tú no serías Ashley Tisdale. El destino es algo extraño y maravilloso -sentenció con la boca llena-.

Ash: Desayunar filosofando. Es una de las cosas por las que te echaba de menos. La verdad es que no quiero ni imaginar lo que habría pasado si no hubiese estado en casa cuando Scott apareció. No nos habrías presentado -dio un sorbo de café y se animó a prepararse una tostada con muy poca mermelada-. Seguiría despachando botellitas de coñac.

Ness: Ash, cariño, cuando algo tiene que ser, tiene que ser. Me encantaría apuntarme el mérito de vuestro bendito matrimonio, pero una breve presentación no fue responsable de lo que luego montasteis -cortó un trozo de salchicha, miró a su bonita amiga y sonrió-. ¿Cómo iba a suponer que perdería a mi compañera de habitación en menos de tres semanas? Nunca he visto a dos personas ir tan rápido.

Ash: Decidimos que nos conoceríamos después de casarnos -esbozó una cálida sonrisa-. Y lo hemos hecho.

Ness: ¿Dónde está Scott ahora?

Ash: Abajo, en el despacho -se encogió de hombros y dejó la mitad de la tostada en su plato-. Estará construyendo otro barco o algo así.

Ness: Lo dices como si estuviese construyendo una maqueta -contestó tras soltar una risotada-. ¿No se supone que cuando te casas con un milIonario tienes que volverte orgullosa y presumir de marido?

Ash: ¿Ah, sí? Bueno, veré lo que puedo hacer -le siguió la broma-. Lo más probable es que esté ocupadísimo las próximas semanas. Un motivo más para alegrarme de que hayas venido -añadió tras terminarse el café-.

Ness: Necesitas una compañera de póquer.

Ash: No creas -esbozó una pequeña sonrisa-. Eres la peor jugadora de póquer que conozco.

Ness: Ya será menos -frunció el ceño-.

Ash: Puede que hayas mejorado. En cualquier caso -prosiguió, ocultando con la taza de café lo que ya era una sonrisa de oreja a oreja-, no es por ser ingrata con mi país de adopción, pero es maravilloso estar con mi mejor amiga, una estadounidense de pura cepa.

Ness: Spasibo.

Ash: En inglés, en inglés. A mí me hablas en inglés. Y conste que sé que eso no era griego. Pero tienes que desconectar: olvídate de tus traducciones gubernamentales para la ONU estas cuatro semanas -se inclinó hacia adelante para apoyar los codos sobre la mesa-. Dime la verdad, Vanessa, ¿nunca tienes miedo de interpretar algún matiz mal y provocar la Tercera Guerra Mundial?

Ness: ¿Quién, yo? -abrió los ojos-. Imposible. De todos modos, el truco es pensar en el idioma que interpretas. Es muy sencillo.

Ash: Sí, seguro -se recostó-. En fin, ahora estás de vacaciones, así que sólo tienes que pensar en inglés. A no ser que quieras discutir con el cocinero.

Ness: No tengo la menor queja de él -aseguró justo antes de terminarse los huevos-.

Ash: ¿Qué tal tu padre?

Ness: Fantástico, como siempre -se sirvió más café. Estaba contenta, relajada. ¿Hacía cuánto que no se permitía el lujo de tomarse tiempo para una segunda taza de café? Pero, como Ash había dicho, estaba de vacaciones. Y haría todo lo posible por aprender a disfrutarlas-. Te manda un beso de su parte y me ha pedido que le lleve una botellita de licor de anís cuando vuelva a Nueva York.

Ash: Si es que vuelves -se levantó y dio unos pasos por la terraza. El borde del vestido le rozaba el suelo al andar-. Voy a encontrarte una buena pareja para que te quedes en Grecia.

Ness: No sabes cuánto te agradezco que me soluciones mi vida sentimental -contestó con ironía-.

Ash: No es nada. ¿Para qué están las amigas? -repuso sin tomar en cuenta el sarcasmo de su amiga. Luego apoyó la espalda contra la barandilla de la terraza-. Derek es un buen candidato. Es uno de los mejores hombres de Scott y es realmente atractivo. Rubio y bronceado, con un perfil para salir en las monedas. Lo conocerás mañana.

Ness: ¿Debería avisar a mi padre para que vaya preparando la dote?

Ash: Lo digo en serio -se cruzó de brazos y miró la sonrisa de Vanessa con el ceño fruncido-. No pienso dejarte escapar sin pelear. Voy a llenarte los días de sol y playa, te voy a plantar delante de las narices decenas de hombres irresistibles. Hasta que te olvides de que Nueva York y la ONU existen.

Ness: Ya me las he quitado de la cabeza... hasta dentro de cuatro semanas -se echó el pelo hacia atrás, de modo que le cayese sobre los hombros-. Así que plántame delante de las narices a quien quieras. Estoy a tu merced. ¿Me vas a llevar a rastras a la playa esta mañana?, ¿vas a obligarme a estar tumbada sobre la arena y a tomar el sol hasta conseguir un bronceado fabuloso?

Ash: Exacto -asintió con la cabeza y se encaminó hacia la puerta-. Cámbiate. Te espero abajo.

Media hora después, Vanessa decidió que le iba a gustar dejar que Ash intentase lavarle el cerebro. Arena blanca y agua azul. Se sumergió con suavidad entre las olas. Que el trabajo la tenía atrapada: ¿no era eso lo que le decía su padre? Estaba viviendo para el trabajo en vez de al revés. Vanessa cerró los ojos y giró hasta tumbarse sobre el agua boca arriba. Entre las presiones del trabajo y la desagradable ruptura con Jack, pensó, necesitaba una transfusión de paz.

Jack había pasado a formar parte de su pasado. A Vanessa no le quedaba más remedio que aceptar que su relación había sido más rutinaria que apasionada. Ambos se habían limitado a cumplir los requisitos del otro. Ella había buscado la compañía de un hombre inteligente; él, una mujer atractiva y con estilo, cuya imagen lo ayudase en su carrera política.

Si lo hubiera amado, reflexionó Vanessa, difícilmente habría podido pensar en él con tanta objetividad, con tanta... frialdad. No sentía dolor, no se sentía sola. Más bien, debía reconocerlo, se sentía aliviada. Pero, tras el alivio, había empezado a tener la vaga sensación de estar desorientada; sensación a la que Vanessa no estaba acostumbrada y que, sin duda, no le agradaba.

La invitación de Ash no había podido ser más oportuna. Y aquello, pensó al tiempo que abría los ojos para contemplar el cielo, era el paraíso. Sol, arena, rocas, flores... el recuerdo susurrante de los dioses y diosas de la antigüedad. Turquía, con sus misterios, estaba muy cerca, separada tan sólo por el ancho golfo de Edremit. Vanessa cerró los ojos de nuevo y podría haberse quedado dormida si la voz de Ash no la hubiera interrumpido.

Ash: ¡Vanessa! Algunas personas tenemos la necesidad de comer cada cierto tiempo.

Ness: Siempre pensando en comer.

Ash: Y ten cuidado con el sol -continuó desde la orilla-. Te vas a quemar.

Ness: De acuerdo, mamá -nadó de vuelta, se puso de pie cuando ya no había profundidad y se sacudió como un perrillo mojado-. ¿Cómo es que puedes bañarte y tomar el sol y seguir pareciendo como si estuvieses preparada para un salón de baile?

Ash: Comiendo -respondió sin perder tiempo en explicaciones-. Venga, Scott suele escaparse de los barcos para comer.

Cuando terminaron, Vanessa pensó que podría acostumbrarse a comer en terrazas. Disfrutaron de una sobremesa relajada con fruta y café con hielo. Vanessa notó que Scott Tisdale seguía tan fascinado con su mujercita, pequeña y rubia, como tres años antes, cuando la había conocido en Nueva York.

Aunque por la mañana le había quitado importancia a las palabras de Ash, sentía cierto orgullo por haber sido ella quien los había unido. Una pareja perfecta, se dijo. Scott tenía mucho encanto, era un hombre rubio, de nariz aguileña, con una fina cicatriz blanca sobre una ceja. No era más que unos centímetros más alto que la media, delgado y de porte aristocrático; el complemento perfecto para la belleza rubia y delicada de Ash.

Ness: No sé cómo puedes dejar esto por nada. Si esto fuese mío, no me iría por nada del mundo -añadió, mirando hacia el horizonte del mar y las montañas-.

Scott: Marcharse es bonito. Así puedo volver y encontrar el paisaje más hermoso. Es como una mujer -se llevó la mano de Ash a la boca para besarla-. Cuesta separarse, pero al regresar la encuentras más bella.

Ash: Estoy convenciéndola para que se quede -comentó entonces, entrelazando los dedos con los de Scott-. Voy a hacer una lista con todos los candidatos presentables en cien kilómetros a la redonda.

Ness: No tendrás un hermano, ¿verdad, Scott? -le preguntó, lanzándole una sonrisa-.

Scott: Sólo hermanas. Lo siento.

Ness: Entonces olvídate, Ash.

Ash: Si no logramos casarte, Scott tendrá que ofrecerte un puesto en su oficina de Atenas.

Scott: La contrataría sin dudarlo. Hace tres años no conseguí convencerla. Y mira que lo intenté.

Ash: Esta vez tenemos un mes para convencerla -lanzó una mirada de conspiración hacia Scott-. De momento, mañana nos la llevamos a dar una vuelta en yate.

Scott: Estupendo -accedió encantado-. Pasaremos un día fantástico. ¿Te apetece, Vanessa?

Ness: No sé, la verdad es que estoy un poco cansada de hacer cruceros -contestó sonriente y con ojos luminosos-, pero ya que a Ash le apetece, trataré de no aburrirme mucho.

Ash: Qué buena persona que eres -bromeó-.


Pasaban pocos minutos de la medianoche cuando Vanessa enfiló hacia la playa de nuevo. No había conseguido dormirse, pero acogió de buen grado el insomnio, tomándolo como una excusa para salir a dar un paseo.

Era una noche clara. La luna estaba partida por la mitad, pero emitía una luz blanca que bañaba las copas de los cipreses, bajando hacia la playa. El olor de las flores, penetrante durante el día, parecía más suave, exótico y misterioso a la luz de la luna.

Desde algún lugar a lo lejos, oyó el murmullo de un motor. Un pescador noctámbulo, pensó sonriente. Debía de ser toda una aventura pescar bajo la luna.

La playa formaba un ancho semicírculo. Vanessa dejó la toalla y el vestido sobre una roca. Luego se metió en el agua. Al contacto con la piel, resultaba tan fresca y sedosa que Vanessa fantaseó con la posibilidad de quitarse también el pequeño biquini que llevaba. Mejor no, pensó sonriente. Para qué tentar a los fantasmas de los dioses antiguos.

Aunque la idea de explorar los alrededores la seducía, se mantuvo dentro de los límites de la bahía, conteniendo el impulso de recorrer las calas. Seguirían allí a la mañana siguiente, se recordó. A plena luz del día. Nadó con suavidad, imprimiendo a sus brazadas el impulso justo para mantenerse a flote. No había ido para hacer ejercicio.

Incluso cuando empezó a notar que se quedaba fría, continuó en el agua. Había estrellas reflejándose en el mar, y silencio. Un silencio inmenso. La sorprendió darse cuenta de que, sin saberlo, había estado buscándolo.

Nueva York parecía alejada por más que un continente; parecía hallarse a siglos de distancia. Y, por el momento, le gustaba esa sensación. Allí, en Grecia, podría abandonarse a todas esas fantasías que nunca parecían apropiadas en el ajetreo del día a día. En Grecia podría permitirse creer en dioses antiguos, caballeros de brillante armadura y piratas apuestos. Vanessa rió antes de sumergirse en el agua y volver a sacar la cabeza. Dioses, caballeros y piratas... lo más probable sería que eligiese al pirata si la dejaban elegir. Los dioses eran demasiado sanguinarios y los caballeros, demasiado corteses; pero un pirata...

Vanessa sacudió la cabeza. Se preguntaba cómo había acabado pensando en esas cosas. Debía de ser influencia de Ash, decidió. Vanessa se recordó que no quería piratas ni ningún otro hombre. Lo que quería era un poco de paz.

Suspiró, se puso de pie, con el agua llegándole a la altura de la rodilla, y dejó que las gotas le resbalaran por el cabello y la piel. De pronto, tenía frío, pero un frío estimulante. Sin ponerse el vestido, se sentó en la roca, sacó un peine del bolsillo y se lo pasó distraídamente por la cabeza. La luna, arena de playa, el mar... ¿Qué más podía pedir? Durante un breve instante, se sintió en total armonía con su espíritu y con la naturaleza.

Se llevó un susto mortal cuando una mano le amordazó la boca con fuerza. Vanessa forcejeó, pero un brazo le rodeaba la cintura; un tejido áspero rozó su piel desnuda. Sintió que la arrastraban de la roca y luego se encontró pegada contra un torso firme y musculoso.

¿Violación? Fue el primer pensamiento claro que pasó por su cabeza antes de que le entrara el pánico. Vanessa empezó a patalear a ciegas mientras la empujaban hacia unos árboles. Apenas penetraba la luz debajo de ellos. Peleó con todas sus fuerzas, atacando con las uñas, clavándolas allá donde podía, y sólo sintió una pequeña satisfacción cuando oyó un pequeño gruñido de dolor junto a la oreja.

**: Ni una palabra -le ordenaron en griego. Vanessa estaba a punto de lanzar un nuevo ataque cuando sintió que la sangre se le helaba. El brillo de un cuchillo captó un rayo extraviado de luna justo antes de que el hombre la tirara al suelo, aplastándola con su cuerpo-. Gata salvaje... Estate quieta y no tendré que hacerte daño. ¿Entendido?

Paralizada de miedo, Vanessa asintió con la cabeza. Permaneció totalmente inmóvil, con los ojos pegados al cuchillo. En ese momento no podía hacerle frente, pensó disgustada. En ese momento no, pero de alguna manera, de algún modo, averiguaría quién era y se las pagaría.

Aunque ya no sentía el pánico inicial, el cuerpo seguía temblándole mientras esperaba. Parecía que estuviese transcurriendo una eternidad, pero él no se movía, no hablaba. Todo estaba tan silencioso que podía oír las olas rompiendo suavemente en la orilla a unos pocos metros. Encima, entre las hojas, las estrellas seguían brillando. Debía de ser una pesadilla, se dijo. No podía estar ocurriendo realmente. Pero cuando intentó cambiar de postura bajo el hombre, la presión de su cuerpo resultó de lo más real.

La mano que le tapaba la boca le impedía respirar con normalidad y empezaba a ver colores borrosos bailoteando delante de ella. Vanessa cerró los ojos con fuerza para no desmayarse. Hasta que lo oyó hablar de nuevo, dirigiéndose a alguien a quien no podía ver.

**: ¿Qué oyes?

*: De momento nada -respondió una voz ruda y tensa-. ¿Se puede saber quién es? -añadió, refiriéndose a Vanessa-.

**: Da igual. Ya nos encargaremos de ella.

Un zumbido estruendoso en los oídos le dificultaba comprender el griego. ¿Cómo que se encargarían de ella?, ¿qué significaba eso?, pensó, mareada de nuevo por el miedo y la falta de aire.

El segundo hombre dijo algo sobre las mujeres en voz baja y furiosa. Luego escupió al suelo.

**: Tú estate atento y aguza el oído -ordenó el que tenía retenida a Vanessa-. Y déjame a mí la mujer.

*: ¿Qué ha sido eso? -susurró de pronto el segundo hombre-.

Vanessa notó que el hombre que la sujetaba se tensaba, pero no apartó la vista del cuchillo en ningún momento. Lo estaba agarrando con más fuerza; notaba que lo estaba apretando por el mango.

Pasos. Resonaron en las escaleras de piedra de la playa. Al oírlos, Vanessa empezó a forcejear de nuevo con la fiereza del pánico y la esperanza. El hombre emitió un leve gruñido y cargó el peso del cuerpo sobre ella. Olía a mar. Al cambiar de postura, Vanessa captó un vislumbre de su cara, iluminada por un rayo de luna. Era un rostro de facciones angulosas, con una boca de labios apretados y ojos alertas. Ojos duros, fríos e implacables. La cara de un hombre preparado para matar. ¿Por qué?, se preguntó Vanessa mientras su cabeza empezaba a flotar. Ni siquiera lo conocía.

**: Síguelo -le ordenó a su compinche. Vanessa oyó un ligero frufrú entre las hojas-. Yo me ocupo de la mujer.

Los ojos de Vanessa se desorbitaron al ver el brillo afilado del cuchillo. Tragó saliva y le supo amarga. El mundo se puso a dar vueltas y luego desapareció.

El cielo estaba lleno de estrellas, plata sobre fondo negro. El mar susurraba. La arena le escocía bajo la espalda. Vanessa se apoyó sobre un codo e intentó despejarse. ¿Se había desmayado?, ¿de veras había llegado a desmayarse? ¿O se había quedado dormida y, simplemente, lo había soñado todo? Se frotó las sienes con los dedos y se preguntó si sus fantasías sobre piratas le habrían provocado alucinaciones.

Un leve sonido la hizo ponerse de pie. No, había sucedido en realidad y su agresor estaba regresando. Vanessa se preparó para el combate a medida que veía la sombra acercarse. Antes había aceptado la muerte como algo inevitable, sin ofrecer resistencia; pero esa vez lucharía con todas sus fuerzas.

La sombra soltó un simple gruñido cuando Vanessa lanzó el puñetazo. Luego la capturó de nuevo y volvió a tirarla contra la arena.

**: ¡Por Dios!, ¡estate quieta! -ordenó enfurecido el hombre mientras ella intentaba arañarle la cara-.

Ness: ¡Ni hablar! -replicó, igualmente furiosa-.

Siguió revolviéndose y peleando hasta que el hombre la inmovilizó tumbándose encima de ella. Sin aliento, sin miedo, Vanessa lo miró a los ojos.

De pronto, el hombre se fijó en su rostro y frunció el ceño.

**: No eres griega -dijo en inglés con una mezcla de sorpresa e impaciencia-. ¿Quién eres?

Ness: No es asunto tuyo -trató, en vano, de soltarse, pero él la tenía sujeta por las muñecas-.

**: Deja de retorcerte -ordenó él, apretándola con más fuerza todavía. No estaba pensando en lo fuerte que él era o lo frágil que era Vanessa, sino en que no se trataba de una simple nativa que había aparecido en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Su profesión le había enseñado a conseguir respuestas y adaptarse a las complicaciones-. ¿Qué hacías en la playa a medianoche?

Ness: Nadar -contestó con agresividad-. Hay que ser muy tonto para no imaginárselo.

El hombre soltó un exabrupto y cambió de posición mientras ella seguía moviéndose debajo de él.

**: ¡Maldita sea!, ¡estate quieta! -exclamó mientras la observaba con absoluta concentración. Lo cierto era que la había visto salir del mar. Quizá estuviese diciendo la verdad-. Así que nadando... Eres estadounidense... Griega no, desde luego -añadió, hablando para sí mismo más que para Vanessa, que no dejaba de moverse. ¿No estaban esperando los Tisdale la visita de una estadounidense? No podía haber elegido un momento más inoportuno.

Ness: Tú tampoco -dijo entre dientes-.

**: Soy mitad griego -contestó el hombre mientras hacía unos rápidos reajustes mentales. La invitada estadounidense de los Tisdale dándose un baño a la luz de la luna... Tendría que actuar con cuidado si no quería que se armara un buen escándalo. De repente, esbozó una sonrisa radiante-. Me has engañado. Creía que entendías lo que decía.

Ness: Entiendo perfectamente. Y no pienses que vas a poder violarme tan fácilmente ahora que no tienes el cuchillo.

**: ¿Violarte? -repitió estupefacto el hombre. Soltó una risotada tan súbita como la sonrisa anterior-. No se me había ocurrido. En cualquier caso, no saqué el cuchillo por ti, Afrodita.

Ness: Entonces, ¿por qué me tiras al suelo?, ¿por qué me pones el cuchillo en la cara y casi me asfixias? -contestó. La furia era mucho más satisfactoria que el miedo, de modo que le dio rienda suelta-. ¡Aparta! -añadió al tiempo que le daba un empujón, pero sin conseguir desplazarlo-.

**: Enseguida -accedió él de buen grado. La luz de la luna la iluminaba. Una cara preciosa, pensó, aprovechando que se paraba a analizarla. Seguro que era una mujer acostumbrada a que los hombres la admirasen. Quizá pudiera reconducir la relación recurriendo a un poco de su encanto masculino-. Sólo puedo decir que lo que he hecho ha sido para protegerte.

Ness: ¿Para protegerme? -dio un nuevo tirón, pero no consiguió soltarse-.

**: No había tiempo para delicadezas, señorita. Mis disculpas si mi... técnica no ha sido muy refinada -dijo el hombre con serenidad, como si diera por descontado que ella se mostraría comprensiva-. Dime, ¿qué hacías aquí afuera sola, sentada en una roca y peinándote el pelo?

Ness: ¿Y a ti qué te importa? -contestó, no le había pasado por alto el tono seductor del hombre. También la expresión de sus ojos se había suavizado. Tanto que casi creía que se había imaginado la dureza que había intuido en ellos entre las sombras. Pero todavía notaba la presión de sus manos apretándole las muñecas-. ¡Suéltame o me pongo a gritar!

Si se detenía a mirarlo, la mujer tenía un cuerpo tentador. Aun así, el agresor se levantó, encogiéndose de hombros. Todavía tenía trabajo pendiente para esa noche.

**: Perdón por los problemas que pueda haberte causado -se disculpó mientras Vanessa se ponía de pie y se sacudía la arena pegada a la piel-.

Ness: ¿Y ya está? ¡Tendrás cara dura! O sea, que me tiras al suelo, me amordazas, me pones un cuchillo en la cara y luego me pides disculpas como si me hubieras pisado el pie -dijo indignada. De pronto, se serenó, se cruzó de brazos y preguntó-: ¿Se puede saber quién eres y a qué ha venido todo esto?

**: Toma. Iba a dártelo cuando me atacaste -dijo el hombre después de agacharse para recoger el vestido de Vanessa. Sonrió mientras se lo ponía. Una lástima cubrir un cuerpo tan esbelto y apetitoso-. Quién soy no tiene importancia ahora mismo. En cuanto al resto... no puedo explicártelo -añadió encogiéndose de hombros nuevamente-.

Ness: Estupendo -murmuró disgustada. Luego se dio la vuelta y se encaminó hacia las escaleras de la playa-. Ya veremos qué le parece todo esto a la policía.

**: Yo que tú no lo haría.

Aunque había contestado en voz baja, el consejo sonó más como una orden. Vanessa dudó. Giró a los pies de las escaleras para mirarlo. En ese momento, no estaba amenazándola. Y no sentía miedo, sino la autoridad que aquel desconocido irradiaba. Era bastante alto, notó de repente. Y la luna hacía travesuras con su rostro, haciéndolo parecer cruel de pronto y encantador un segundo más tarde. En ese momento, mostraba una expresión confiada y malévola al mismo tiempo.

Sin dejar de mirarlo, Vanessa recordó la potencia de sus músculos. Aunque en ese instante estaba de pie, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros tranquilamente, conservaba un halo de poder. Un halo que no podía disimular por más que sonriera o adoptase una pose desenfadada. Malditos piratas, pensó Vanessa con un poco de aprensión. Había que estar loca para encontrarlos atractivos. En vista de que se sentía vulnerable, lo ocultó desafiándolo:

Ness: Puede que tú no lo hicieras, pero yo haré lo que me dé la gana -replicó alzando la barbilla al tiempo que regresaba hacia él-.

**: Por supuesto. Si te gusta complicarte la vida... Yo prefiero no hacerlo. Soy un hombre sencillo -respondió el hombre antes de examinar su cara con detenimiento. Sin duda, decidió al instante, no estaba ante una mujer corriente-. Interrogatorios, informes que rellenar, horas perdidas con papeleos. Para que luego, aunque consiguieras mi nombre, nadie te creería, Afrodita. Nadie -añadió sonriente-.

No le gustaba su sonrisa... ni el tono seductor con el que la llamaba por el nombre de la diosa. No se fiaba del calor que le recorría las venas de repente.

Ness: Yo no estaría tan seguro -arrancó. Pero el hombre la acalló, cubriendo la pequeña distancia que los separaba-.

**: Y no te he violado -dijo mientras le acariciaba el pelo con ambas manos, hasta posarlas sobre sus hombros. Sus dedos no la oprimían como antes, sino que se deslizaban con suavidad sobre la piel de Vanessa. Tenía ojos de bruja, pensó él, y cara de diosa. No tenía mucho tiempo, pero tampoco podía perder la oportunidad-. Hasta ahora, ni siquiera había sucumbido al deseo de hacer esto.

Bajó la cabeza y la besó con ardor y asombrosa dulzura. La tomó desprevenida. Vanessa le dio un empujón, pero sin convicción, más como reacción refleja que disgustada realmente. Aquel hombre conocía las debilidades de las mujeres. Y la fue acercando y ablandando con maestría, sin recurrir a la fuerza.

La fragancia salada del mar la envolvía por fuera, como un calor, un fuego abrasador la consumía por dentro. El hombre exploró su boca con la lengua hasta que el corazón de Vanessa empezó a palpitar salvajemente contra los latidos firmes y rítmicos de él. Sabía mover las manos, las cuales deslizó bajo las anchas mangas del vestido para acariciarle los brazos y la curva de los hombros.

Al ver que ya no se resistía, le mordisqueó los labios como si quisiera extraerles todo el sabor. Despacio, sin prisas. La provocaba con la lengua, la retiraba y luego volvía a introducirla entre los labios de Vanessa para atormentarla y saborearla. Por un momento, Vanessa tuvo miedo de volver a desmayarse en sus brazos.

**: Un beso no puede considerarse un delito penal -murmuró él contra su boca. Era más dulce de lo que había imaginado y, pensó azotado por el deseo, mucho más letal-. No me importaría correr el riesgo de darte otro.

Ness: No -recuperó el juicio de repente y lo apartó-. Estás loco. Y estás más loco todavía si crees que voy a dejar pasar esto. Pienso... -dejó la frase en el aire después de llevarse la mano a la garganta en un gesto nervioso-.

La cadena que siempre colgaba de su cuello había desaparecido. Vanessa miró hacia el suelo, luego levantó los ojos hacia él para fulminarlo.

**: ¿Qué?

Ness: ¿Qué has hecho con mi colgante? Devuélvemelo.

**: Me temo que no lo tengo, Afrodita.

Ness: Devuélvemelo -insistió. No podía estar más enojada. Dio un paso al frente con decisión-. Para ti no vale nada. No conseguirás más que unos dracmas por él.

**: No te he quitado el colgante. No soy un ladrón -respondió ofendido el desconocido-. Si quisiera robar algo de ti, seguro que habría encontrado algo más interesante que un colgante.

Vanessa le lanzó una mirada basilisca y levantó una mano para darle una bofetada. Él le sujetó la muñeca, lo que no hizo sino añadir frustración al enfado.

**: Parece que el colgante te importa -dijo él con voz suave, pero agarrándola con firmeza-. ¿Qué es?, ¿un regalo de un amante?

Ness: Un regalo de alguien a quien quiero. Aunque no espero que un hombre como tú lo entienda -replicó. Dio un tirón y logró soltarse-. No pienso olvidarte -le prometió-.

Luego se dio la vuelta y subió las escaleras de la playa a toda velocidad.

El hombre la siguió con la mirada hasta que la oscuridad se la tragó. Segundos después, regresó hacia la orilla.




No sabemos quien era ese hombre pero me lo puedo imaginar XD
¡Menudo primer encuentro! Me gusta más cuando empiezan odiándose, es más divertido XD
Por cierto, la novela tiene 13 capítulos.

¡Gracias por los coments!
¡Comentad, please!

¡Besis!


3 comentarios:

Maria jose dijo...

Capítulo misterioso
Me gusta mucho como esta empezando esta novela
Siguela pronto
Ya quiero saber el motivo por el cual le hizo eso


Sube pronto
Saludos

Lu dijo...

Demasiado misterio y me encanta.
Porque han atacado a Ness? Pobre, se va de vacaciones y le pasa eso.


Sube pronto

AnGy dijo...

oye porque no sigue tu otra novelaaaaa quiero llorar paso un a6o quieres que llore

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