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miércoles, 6 de abril de 2016

Capítulo 3


La lluvia había formado charcos. El sol de la mañana brillaba en su superficie formando manchas de colores, mientras las gotas de agua aún impregnaban la hierba. Un leve rastro de niebla cubría la tierra. Andrew encendió la calefacción del coche para combatir el frío mientras veía a Vanessa atravesar la puerta principal de su casa. Era, para él, la criatura más hermosa del mundo. De hecho, Andrew sentía que Vanessa no pertenecía al mundo real. Era demasiado delicada, demasiado etérea para formar parte de la realidad terrenal.

Y su belleza era tan pura, tan frágil… Le producía un nudo en el estómago cada vez que la veía Había sido así durante quince años.

Vanessa sonrió y alzó la mano a modo de saludo mientras caminaba hacia el coche por el camino de hormigón. En su sonrisa, Andrew vio el afecto y la amistad que ella siempre le había ofrecido.

Le devolvió tanto la sonrisa como el saludo. No se hacía ilusiones respecto a su relación con Vanessa. Eran amigos y punto. Nunca serían nada más. Ni una sola vez, en el tiempo que llevaban conociéndose, ella lo había animado a traspasar los límites de la amistad.

No era para él, se dijo Andrew mientras Vanessa traspasaba la verja. Pero sintió la habitual oleada de excitación cuando Vanessa abrió la portezuela del coche y se sentó a su lado. Su aroma era el mismo de siempre, ligero y fresco, con un toque de misterio. Andrew siempre se sentía demasiado voluminoso cuando estaba junto a ella, demasiado corpulento y torpe.

Vanessa sonrió y le dio un rápido y afectuoso beso en la ancha mejilla.

Ness: Me has salvado la vida, Andrew -estudió su rostro, encontrándolo tan agradable como siempre; los ojos azules, dignos de confianza, los huesos fuertes, el cabellos ligeramente revuelto… la hacían sentirse cómoda y ligeramente maternal-. Te agradezco mucho que me lleves al estudio.

Él encogió sus anchos hombros. La excitación ya se había convertido en la familiar calidez que siempre experimentaba cuando ella estaba cerca.

Andrew: Sabes que para mí no es molestia.

Ness: Sí, lo sé -admitió mientras Andrew se separaba del bordillo de la acera-. Por eso lo aprecio aún más -como tenía por costumbre, se colocó de lado en el asiento mientras hablaba. El contacto personal era vital para ella-. Tu madre visitará a la mía hoy.

Andrew: Lo sé -condujo calle abajo con la relajada atención de quien había recorrido la misma ruta incontables veces-. Quiere convencerla de que haga ese viaje a California este invierno.

Ness: Espero que se anime -por un momento, evocó mentalmente el semblante inquieto e infeliz de su madre-. Le sentaría bien un cambio de aires.

Andrew: ¿Cómo está?

Vanessa exhaló un largo suspiro. No había nada de lo que no pudiera hablar con Andrew. No había tenido un amigo más cercano desde la infancia.

Ness: Físicamente está mucho mejor. Ha experimentado una gran mejoría en esto tres últimos meses. Pero por lo demás... -entrelazó los dedos, y luego giró las palmas hacia arriba, un gesto que en ella siempre equivalía a un encogimiento de hombros-. Se siente frustrada, irritable, inquieta. Quiere que vuelva a Nueva York para dedicarme a la danza. No admite otra cosa. Se niega a aceptar que es prácticamente imposible que retome mi carrera donde la dejé. Han pasado tres años -meneó la cabeza  y se sumió en un meditabundo silencio-.

Andrew le dio un minuto de tregua.

Andrew: ¿Y tú quieres volver?

Vanessa volvió a mirarlo. Aunque un repentino ceño frunció su entrecejo, era de concentración, no de molestia.

Ness: No lo sé. Creo que no. Me siento satisfecha estando aquí, pero…

Andrew: ¿Pero? -giró a izquierda y saludó con aire ausente a dos quinceañeros en bicicleta-.

Ness: Mi trabajo me encantaba, aunque el ritmo de vida es casi brutal. Y he dicho “me encantaba” -sonrió, relajándose contra el asiento-. En pasado. Pero mi madre se empeña en hablar en presente. Aunque quisiera volver, aunque lo deseara desesperadamente, las probabilidades de que la compañía volviera a admitirme son muy escasas -sus ojos se desviaron hacia las conocidas viviendas-. Ahora en muchos aspectos, mi lugar está aquí. Sienta bien estar en casa. ¿Te acuerdas de aquella noche que nos colamos en la casa del acantilado? -sus ojos volvieron a iluminarse, risueños-.

Andrew respondió con una sonrisa.

Andrew: Estaba muerto de miedo. Te juro que vi de veras al fantasma.

Vanessa dejó escapar una risotada ligera, burbujeante.

Ness: Con o sin fantasma, es el lugar más fantástico que he visto jamás. ¿Sabes? Al final la vendieron.

Andrew: Sí, me había enterado -la miró-. Recuerdo que juraste que algún día vivirías en esa casa.

Ness: Éramos muy jóvenes -murmuró, pero la tristeza que le provocó el recuerdo era cálida, no desagradable-. Quería vivir por encima del pueblo y sentirme importante. Todas esas magníficas habitaciones, esos pasillos interminables… -recordó en voz alta-.

Andrew: Esa casa es un laberinto -observó en tono poco romántico-. Le han hecho muchas reformas.

Ness: Espero que no hayan estropeado el ambiente.

Andrew: ¿Te refieres a las telarañas y los ratones?

Vanessa arrugó la nariz.

Ness: No, tonto. Me refiero a la grandiosidad, la magnificencia, la arrogancia. Siempre la he imaginado con los jardines en flor y las ventanas abiertas para las fiestas.

Andrew: Esas ventanas hace más de una década que no se abren, y el jardín está cubierto por la peor maleza de Nueva Inglaterra.

Ness: No tienes visión -dijo en tono grave-. Bueno -prosiguió-, la chica con la que he quedado esta mañana es la sobrina del nuevo propietario de la casa. ¿Sabes algo de él?

Andrew: No. Quizá mi madre sepa algo; siempre está al tanto de los últimos chismes.

Ness: Me cae bien la chica -musitó recordando la triste belleza de Jessica-. Parece un poco perdida. Me gustaría ayudarla.

Andrew: ¿Crees que necesita que la ayuden?

Ness: Parecía un pajarillo inseguro de si la mano que se le tendía iba a acariciarlo o a aplastarlo. Me pregunto como será su tío.

Andrew se detuvo en los aparcamientos del estudio.

Andrew: ¿Qué defectos podrías encontrar en el hombre que acaba de comprar la casa del acantilado?

Ness: Seguro que muy pocos -convino cerrando la portezuela mientras Andrew cerraba la suya-.

Andrew: Le echaré una ojeada a tu coche -propuso mientras se acercaba al vehículo y alzaba el capó-.

Vanessa se situó a su lado. Miró el motor frunciendo el ceño.

Ness: Tiene un aspecto horrible.

Andrew: Convendría que lo hicieras revisar de vez en cuando -hizo una mueca mientras miraba el motor cubierto de mugre; luego se fijó con disgusto en las bujías-. ¿Sabes? Hay que reponer otras cosas aparte de la gasolina.

Ness: Soy un desastre para la mecánica -dijo despreocupadamente-.

Andrew: No hace falta ser mecánico para cuidar mínimamente de un coche -empezó a decir, y Vanessa dejó escapar un gruñido-.

Ness: Un sermón. Es mejor que me declare culpable -le rodeó el cuello con los brazos y le besó ambas mejillas-. Soy una incompetente. Perdóname.

Vanessa observó su sonrisa justo cuando otro coche se detenía en los aparcamientos. Con los brazos aún en el cuello de Andrew, giró la cabeza.

Ness: Debe de ser Jessica -pensó en voz alta antes de soltarlo-. Te agradeceré mucho que revises el coche, Andrew. Si es algo terminal, dame la noticia con delicadeza.

Al volverse para saludar a Jessica, Vanessa se quedó estupefacta. El hombre que se aproximaba con la chica era alto y de castaño. Vanessa sabía como era su voz sin necesidad de que hablase. Así como conocía su gusto en chaquetas.

Ness: Increíble -musitó entre dientes-.

Los ojos de ambos se encontraron. Vanessa decidió que no era un hombre que se sorprendiera con facilidad.

Jess: ¿Señorita Hudgens? -preguntó dubitativamente-.

La sorpresa, la angustia y la irritación se leían fácilmente en el rostro de Vanessa.

Ness: ¿Qué? -se quedó mirándola un momento-. Oh, sí -dijo rápidamente-. Lo siento. He tenido problemas con el coche, estaba algo distraída. Jessica, este es mi amigo Andrew Seeley. Andrew, Jessica…

Andrew sonrió burlón y extendió las manos embadurnadas de grasa, con lo que quedaron descartados los apretones de mano.

Zac: Señorita Hudgens -su tono era tan neutro, que Vanessa se dijo que quizá no la había reconocido, después de todo-.

Un vistazo fugaz a su semblante, sin embargo, invalidó tal teoría. Su expresión era de burlón reconocimiento. Aun así, le estrechó la mano con incuestionable educación, sus dedos trabando un breve pero firme contacto con los de ella.

“Yo también puedo jugar a lo mismo”, decidió Vanessa.

Ness: Señor Efron -dijo en tono educadamente distante-. Le agradezco que haya venido con Jessica esta mañana.

Zac: Es un placer.

Vanessa lo miró con recelo.

Ness: Entremos -dijo dirigiéndose directamente a Jessica-.

Mientras se encaminaban hacia la puerta, se despidió de Andrew con la mano y luego buscó las llaves en los bolsillos de la chaqueta.

Jess: Es muy amable al recibirme tan temprano, señorita Hudgens -empezó a decir-.

Su voz era muy parecida a como había sido la noche anterior: baja, con un ligero temblor que delataba unos nervios apenas contenidos.

Vanessa se fijó en que no se soltaba del brazo de su tío. Sonrió, tocando el hombro de la muchacha.

Ness: Siempre prefiero recibir a mis alumnas individualmente la primera vez -notó una leve resistencia y retiró la mano-. Dime -prosiguió mientras abría la puerta del estudio-. ¿Con quién has estudiado?

Jess: He tenido varios profesores -respondió mientras entraba-. Mi padre era periodista. Siempre estábamos viajando.

Ness: Comprendo -alzó los ojos hacia Zac, pero la expresión de este seguía siendo neutra-. Tenga la amabilidad de ponerse cómodo, señor Efron -dijo igualando su impecable cortesía-. Jessica y yo trabajaremos en la barra unos minutos.

Zac se limitó a asentir levemente, pero Vanessa reparó en que acariciaba suavemente la mano de Jessica antes de dirigirse hacia una de las sillas.

Ness: Las clases son más bien reducidas -empezó a quitarse la chaqueta-. Para tratarse de un pueblo pequeño, tenemos bastantes alumnas, pero no en un número exagerado -sonrió a Jessica, y luego se colocó unos calentadores blancos sobre las mallas verdes-.

Llevaba una sobrefalda de gasa de un tono azul cielo.

Vanessa reparó de pronto en que el color era idéntico al de los ojos de Zac. Frunció el ceño mientras se ponía las zapatillas de baile.

Jess: Pero a usted le gusta enseñar, ¿verdad?

Jessica permanecía a unos cuantos pasos de ella. Vanessa alzó la cabeza para mirarla, delgada e insegura, con un maillot rosa que realzaba su tez morena. Vanessa aclaró su expresión antes de incorporarse.

Ness: Sí, me gusta. Primero, los ejercicios de barra -añadió, haciendo una señal a Jessica mientras se situaba junto a la pared cubierta de espejos-.

Colocando una mano en la barra, indicó a la chica que se situara delante de ella.

Primera posición.

Amabas figuras se movieron simultáneamente en el espejo. Las dos mujeres permanecían juntas, su estatura y complexión física casi idénticas. Una era toda luz, la otra se alzaba como una oscura sombra, aguardando.

Ness: Grand Plié.

Aparentemente sin esfuerzo, curvaron de forma pronunciada las rodillas. Vanessa observó la espalda de Jessica, sus piernas y sus pies, calibrando la postura y el estilo.

Lentamente fue abordando con Jessica las cinco posiciones. Observó que ejecutaba los Pliés y los Batements satisfactoriamente.

Vanessa pudo ver, simplemente por el gesto de un brazo o el movimiento de una pierna, el amor de Jessica por la danza. Se acordó de sí misma una década antes, joven, llena de esperanzas y aspiraciones.

Sonrió, viéndose a sí misma en Jessica. Le resultaba fácil conectar con la muchacha y olvidarse de todo lo demás mientras ambas se movían coordinadamente. Mientras su cuerpo se estiraba, su mente se movía en la cercana armonía.

Ness: Puntillas -dijo de repente, y se alejó para cambiar el CD-.

Mientras lo hacía, sus ojos se posaron sobre Zac. La estaba mirando, y ella se dijo que podría haber algo relajante en sus ojos de no ser tan inflexiblemente directos. Aun así, Vanessa sostuvo su mirada mientras ponía un CD de Tchaikovsky.

Ness: Aún nos queda una media hora, señor Efron. ¿Le apetece una taza de café?

Él no respondió con la inmediatez que ella habría esperado tratándose de una pregunta informal. Aquellos diez segundos de silencio dejaron a Vanessa extrañamente sin aliento.

Zac: No -hizo una pausa, y ella sintió un hormigueo en la piel-. Gracias.

Al girarse, Vanessa notó que sus músculos, que se habían relajado en la barra, volvían a estar tensos. Maldijo entre dientes, aunque no sabía si a Zac o a sí misma. Tras hacer una señal a Jessica para que se colocara en el centro de la habitación, Vanessa regresó a la barra.

Empezaría por un adagio, con pasos lentos y sostenidos, comprobando tanto el equilibrio como el estilo y la presencia. Con excesiva frecuencia hallaba en sus alumnas un deseo de ejecutar tan solo pasos espectaculares: pirouettes vertiginosas, Fouettés, jetés.

La belleza de un movimiento prolongado y lento solía olvidarse.

Ness: ¿Estás lista?

Jess: Sí, señorita Hudgens.

La chica había perdido toda timidez, se dijo Vanessa. Captó la luz de los ojos de Jessica.

Ness: Cuarta posición, pirouette, quinta -la ejecución fue impecable, la línea excelente-. Cuarta posición, pirouette -complacida, empezó a moverse en un lento círculo alrededor de Jessica-. Arabesque. Otra vez. Posición, alto. Plié.

Vanessa podía ver que Jessica tenía talento y, lo que era más importante, poseía la resistencia y el vigor necesarios. Había sido agraciada con la complexión y el semblante de una bailarina clásica.

Cada uno de sus movimientos expresaba su amor por aquel arte.

Y Vanessa reaccionó ante su pasión. En parte, lamentaba los sacrificios y las renuncias que aguardaban a Jessica, pero su alegría eclipsaba cualquier reparo. Ante sí tenía a una bailarina que podría triunfar.

Vanessa notó que la excitación la embargaba. “Voy a ayudarla”, se dijo. “Aún hay muchas cosas que tiene que aprender. Todavía no sabe utilizar los brazos y las manos. Ha de aprender a expresar más emociones a través de su cara y su cuerpo. Pero es buena. Muy, muy buena.”

Habían pasado cerca de cuarenta y cinco minutos.

Ness: Relájate -dijo mientras apagaba el reproductor de CD-. Parece que tus profesores han hecho un buen trabajo -al girarse, vio que la ansiedad había vuelto a los ojos de Jessica. Instintivamente, se acercó a ella y le colocó las manos en los hombros. La resistencia fue silenciosa, pero, al notarla, Vanessa retiró las manos-. No es necesario que te diga que tienes mucho talento. No eres estúpida.

Observó cómo sus palabras surtían efecto. La tensión pareció desaparecer del cuerpo de Jessica.

Jess: Para mí significa muchísimo que me lo diga usted.

Sorprendida, Vanessa enarcó las cejas.

Ness: ¿Por qué?

Jess: Porque es la bailarina más maravillosa que jamás he visto. Y sé que, de no haberse retirado, sería ahora la bailarina más famosa del país. También he leído artículos, en los que se decía que era usted la profesional más prometedora que había tenido América en toda una década. Anderson la eligió como pareja, y afirmó que era usted la mejor Julieta con la que había bailado nunca y... -se interrumpió bruscamente, dando por terminado aquel discurso tan impropio de ella-.

El color de sus mejillas se intensificó.

Aunque sinceramente conmovida, Vanessa habló con desenfado para calmar su azoramiento.

Ness: Me siento muy halagada. Por aquí no suelo oír ese tipo de comentarios -hizo una pausa, combatiendo el impulso de tocar de nuevo el hombro de la joven-. Las otras chicas te dirán que puedo ser una profesora muy exigente y estricta con mis alumnas más adelantadas. Tendrás que trabajar duro.

Jess: No me importará -el brillo de anticipación había vuelto a sus ojos-.

Ness: Dime, Jessica, ¿qué es lo que quieres?

Jess: Bailar. Ser famosa -respondió de inmediato-. Como Usted.

Vanessa emitió una leve risita y meneó la cabeza

Ness: Yo solo quería bailar -por un momento, su alegría se ensombreció-. Mi madre quería que fuese famosa. Anda, ve a cambiarte de zapatos -dijo animadamente-. Quiero hablar un momento con tu tío. La clase de nivel avanzado de los sábados es a la una, y la de pointe a las dos y media. Soy muy estricta en lo tocante a la puntualidad -girándose, se concentró en Zac-. Señor Efron... ¿Quiere pasar a mi oficina?

Sin aguardar una respuesta, Vanessa se dirigió a la habitación contigua.




Noto mucha tensión sexual con estos dos XD

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Mucha tensión entre ellos 2
Ya quiero que se desate
Síguela la novela
Me encanto mucho el capítulo
La novela cada vez es mejor
Síguela pronto y saludos

Lu dijo...

Me encanto este capítulo!
Hay mucha tensión entre ellos es verdad!



Sube pronto :)

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