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viernes, 8 de abril de 2016

Capítulo 4


Dado que quería dejar clara su autoridad desde el principio, Vanessa se situó detrás de la mesa. Se sentía segura y competente, a años luz de cómo se había sentido la primera vez que se encontró con Zac. Se sentó, invitándolo con un gesto a hacer lo mismo.

Ignorando la indicación, él permaneció de pie y observó las fotografías que había colgadas en la pared. Vanessa vio que prestaba especial atención a una foto en la que aparecía con Mike Anderson en el último acto de Romeo y Julieta.

Zac: Logré hacerme con un póster promocional de este ballet y se lo envié a Jessica hace unos años. Aún lo tiene colgado en su habitación.-se giró, pero no se acercó a ella-. La admira a usted muchísimo.

Aunque su tono era neutro, Vanessa comprendió que para ella admiración implicaba responsabilidad. Frunció el ceño, no porque le disgustara asumir una responsabilidad, sino por el hecho de que él se la impusiera.

Zac: Como tutor de Jessica -empezó a decir, eludiendo su comentario-, pienso que debería saber exactamente qué hará aquí, qué es lo que se espera de ella, cómo se organizan las clases, etc. Creo que usted es la experta en ese campo, señorita Hudgens -su voz era clamada, pero Vanessa no estaba segura de que pensara en lo que decía-.

De nuevo estaba recorriendo cada centímetro de su semblante con los ojos. Resultaba extraño, se dijo, que sus modales y su tono fuesen tan formales mientras su mirada era tan personal. Cambió de postura, repentinamente incómoda.

Ness: Como tutor de Jessica…

Zac: Como tutor de Jessica…-la interrumpió-, sé que para ella estudiar ballet es tan vital como respirar -se acercó, y tanto que Vanessa tuvo que alzar ligeramente la cabeza para seguir mirándolo a los ojos-. También sé que tendré que confiar en usted… hasta cierto punto.

Vanessa enarcó una ceja, sintiendo curiosidad.

Ness: ¿Hasta qué punto?

Zac: Dentro de un par de semanas lo sabré mejor. Me gusta disponer de una información más completa antes de decidirme sobre algo -los ojos que permanecían clavados en el rostro de ella se entrecerraron levemente-. Todavía no la conozco bien.

Vanessa asintió, un poco molesta aunque sin saber exactamente por qué.

Ness: Ni yo a usted.

Zac: Cierto -encajó la réplica sin cambiar siquiera de expresión-. Supongo que ese es un problema que podremos resolver con el tiempo.


Durante el resto del día, los pensamientos de Vanessa volvieron una y otra vez a centrase en Zac Efron. ¿Qué clase de persona era? Exteriormente parecía tratarse de un hombre bastante convencional. Pero había algo más bajo la superficie. No se trataba tan solo del atisbo de su fuerte carácter que había tenido ocasión de captar en su primer encuentro.

Había visto algo en sus ojos, había experimentado algo al sentir su contacto. Era una energía que iba más allá de lo puramente físico.

Vanessa sabía que los volcanes por lo general parecían tranquilos y apacibles por fuera, pero bajo su superficie siempre había algo candente y peligroso.

“No es asunto mío”, se recordó a sí misma, pero su mente volvía a él con más frecuencia de lo que le hubiese gustado. Aquel hombre le interesaba. Igual que su sobrina.

Vanessa observó a Jessica durante las dos primeras clases, buscando en ella algo más que técnica y movimiento. Quería descubrir su actitud y su personalidad. No obstante, le resultaba difícil entender las barreras que la chica había erigido a su alrededor. No hacía ningún intento de relacionarse con sus compañeras, y rechazaba toda tentativa de acercamiento. No se mostraba antipática ni descortés con las demás, simplemente distantes.

Vanessa sabía que irremediablemente acabarían tachándola de esnob. Pero no era esnobismo, se dijo mientras ejecutaba unos glissades con la clase. Era una arrolladora inseguridad. Vanessa recordó cómo Jessica se había retirado de inmediato cuando ella le puso las manos en los hombros. Cómo se había aferrado a Zac antes de la primera sesión. “Él es su ancla en estos momentos; me pregunto si se da cuneta de ello”, pensó. “¿Hasta qué punto conoce las dudas y los miedos de su sobrina, y qué los causa? ¿Hasta qué punto le importa?”

Vanessa hizo demostración de un movimiento, elevando el cuerpo sin esfuerzo mientras alzaba los brazos lentamente.

Le molestaba que Zac se hubiera deslizado otra vez en sus pensamientos. Expulsándolo de su mente, se concentró de pleno en la última clase. Sin embargo, cuando todas las alumnas hubieron salido por la puerta y se quedó a solas, sus defensas se derrumbaron.

Recordó cómo la había explorado con los ojos, la textura calmada y neutra de su voz.

Problemas, se dijo mientras ordenaba los discos compactos. Complicaciones.

“Estoy empezando a disfrutar de una vida sin complicaciones”.

Miró a su alrededor con una sonrisa de satisfacción.

“Mi estudio”, se dijo orgullosa. “Lo estoy sacando adelante. Puede que sea modesto y esté lleno de chicas que jamás bailarán nada salvo rock del malo cuando hayan pasado de los dieciséis años, pero es mío. Me gano la vida haciendo algo que me gusta. ¿Qué más se puede desear?”

Sus ojos se vieron irresistiblemente atraídos hacia el CD que aún tenía en la mano. Sin dudarlo, lo introdujo en el reproductor.

Adoraba a sus alumnas y disfrutaba enseñándoles, pero también amaba las ocasiones en que el estudio se quedaba vacío. Había hallado grandes satisfacciones durante los tres años que llevaba impartiendo clases, pero había algo íntimo, casi enriquecedor, en bailar por el puro placer de hacerlo. Era algo que su madre jamás había comprendido. Para Molly, el ballet era un compromiso, una obsesión. Para Vanessa, era un gozo, un amante.

Jessica había hecho que se acordara de Dulcinea. Siempre había sido uno de los papeles favoritos de Vanessa por su entusiasmo y su poder. Mientas la música llenaba la habitación, recordó vívidamente el flujo del movimiento y la fuerza.

La melodía era rápida y apasionadamente española, y Vanessa respondió a ella con brío. Su cuerpo cobró vida con la necesidad de bailar.

El desafío de la historia se apoderó de ella, y Vanessa lo expresó con movimientos marcados de los brazos y soubresauts. Había energía, juventud en aquellos pasos cortos y rápidos.

Mientras bailaba, en el espejo se reflejaba la suave falda de gasa, pero, en su mente, Vanessa llevaba puesto el tutú de encaje negro y satén rojo. Tenía una rosa prendida detrás de la oreja y una peineta española en el cabello.

Era Dulcinea, toda espíritu y desafío, con energía suficiente para seguir bailando eternamente. Cuando la música se aproximó al clímax final, Vanessa inició los fouettes. Giró y giró sin parar, con presteza y estilo. Le parecía que podía seguir así para siempre, como la bailarina de una caja de música, dando vueltas sin esfuerzo, dejándose llevar por la melodía.

Y, al igual que la muñeca se detenía con la música, se detuvo ella. Se colocó una mano en la cabeza y la otra en la cintura, preparándose para el final.

**: Bravo.

Vanessa se llevó ambas manos al corazón acelerado y se giró rápidamente. Allí, ahorcajado sobre una de las pequeñas sillas de madera, estaba Zac Efron. Vanessa respiraba entrecortadamente por el esfuerzo de la danza y por la sorpresa de descubrir que no había estado sola. Tenía los ojos muy abiertos, aún oscurecidos por la emoción, y la piel congestionada.

La danza había sido para sí misma, pero no sintió ninguna violación de su intimidad. No le guardaba rencor por haberla compartido con ella. Incluso su sorpresa inicial empezaba a desvanecerse, reemplazada por la certeza interior de que Zac comprendía lo que había hecho y por qué. No combatió ese sentimiento, sino que permaneció inmóvil mientras él se levantaba y se dirigía hacia ella.

Zac mantuvo sus ojos en los de Vanessa, y esta sintió que algo más que la simple falta de aliento se agitaba dentro de su pecho.

Era una mirada larga, personal. Su sangre, ya caldeada por la danza, se calentó aún más. Podía sentir cómo hervía bajo la superficie de su piel.

Sintió una extraña sequedad en la garganta. Alzó una de las manos, que aún tenía apretadas contra el pecho, y se la llevó a los labios.

Zac: Magnífico -murmuró con los ojos aún fijos en los de Vanessa. Tomó la mano que tenía presionada contra los labios y la acercó a los suyos. El pulso aún latía desbocadamente en la muñeca de ella, y él la acarició suavemente con el pulgar-. Hace que parezca tan fácil -comentó-. No esperaba ver que perdiera el aliento -la sonrisa que le dirigió fue tan arrebatadora como inesperada-. Creo que debería darle las gracias, aunque la danza no fuese para mí.

Ness: No… no esperaba que hubiese nadie -tenía la voz tan tensa como sus nervios, y Vanessa intentó controlar ambas cosas-.

Empezó a retirar la mano y le sorprendió ver que Zac se resistía, agarrando sus dedos un momento más antes de soltarlos.

Zac: No, ya vi que no lo esperaba -echó otro vistazo detenido a su semblante-. Le pediría disculpas por la intrusión, pero no lamento en absoluto haber sido su espectador.

Poseía un encanto considerablemente mayor de lo que Vanessa había creído en un principio.

Le resultaba difícil desvincular su reacción a la música de la reacción que Zac provocaba en ella. Pensó que las pequeñas ondulaciones en los extremos de sus cejas eran fascinantes. Solamente cuando la izquierda se elevó un poco comprendió que se había quedado mirándolas, y que a él le divertía.

Molesta con su propia falta de sofisticación, se giró hacia el reproductor de CD.

Ness: No tiene importancia -dijo despreocupadamente-. Siempre he trabajado mejor delante de un público. ¿Quería hablar conmigo de algo?

Zac: Mis conocimientos de ballet son muy limitados. ¿A qué obra pertenecía esa pieza?

Ness: Don Quijote -volvió a guardar el CD en su carátula-. Jessica me la recordó anoche -se giró de nuevo hacia Zac, sostenido el CD entre ambos-. Quiere interpretar a Dulcinea algún día.

Zac: ¿Y lo hará? -le quitó el CD de la mano y lo puso a un lado, como si el obstáculo le molestara-.

Ness: Creo que sí. Posee un talento excepcional -lo miró directamente-. ¿Para qué ha vuelto?

Él sonrió otra vez, una sonrisa lenta y osada que Vanessa sabía que las mujeres encontraban irresistible.

Zac: Para verla a usted -respondió, y siguió sonriendo al ver la sorpresa reflejada con claridad en el rostro de ella-. Y para hablar de Jessica. Esta mañana dejamos algunos detalles pendientes.

Ness: Ya -asintió, preparada para asumir nuevamente el papel de maestra-. Hay muchas cosas de las que debemos hablar. Me temo que esta mañana no parecía usted muy interesado.

Zac: Estoy muy interesado -sus ojos volvieron a clavarse en los de ella-. Venga a cenar conmigo.

Vanessa tardó un momento en reaccionar, pues su mente ya se había centrado en Jessica.

Ness: ¿A cenar? -lo miró ingenuamente mientras trataba de decidir qué le parecía la idea de estar con él-. No sé si deseo hacerlo.

Él enarcó las cejas ante su franqueza, pero asintió.

Zac: Entonces, es que no tiene ninguna objeción de peso. Pasaré a recogerla a las siete -antes de que Vanessa pudiera hacer ningún comentario, se dirigió hacia la puerta-. Ya sé cuál es su dirección.


Cuando lo compró, Vanessa pensó que el vestido gris quedaría sencillo y sofisticado al mismo tiempo. Era un vestido en fina y suave lana, bastante ceñido, con cuello mandarín.

Estudiándose con ojo crítico en el espejo, se sintió satisfecha. Ofrecía una imagen bastante distinta del desastre empapado y balbuceante que se había sentado sobre un charco de la carretera; y más distinta aún de la bailarina soñadora y absorta en la música.

La mujer que miraba a Vanessa desde el espejo era madura y segura de sí misma. Se sentía tan cómoda con aquella imagen como con cualquiera de sus otras facetas. Decidió que aquel aspecto de Vanessa Hudgens podría enfrentarse con mayor garantía de éxito a Zac Efron.

Vanessa se cepilló la larga melena, colocada sobre un hombro, y luego la trenzó mientras pensaba en Zac.

La intrigaba, quizá porque no había conseguido catalogarlo como solía hacer con todas las personas a las que conocía. Tenía la sensación de que era un hombre complejo, y la complejidad siempre le había interesado. O tal vez, se dijo mientras se colocaba los gruesos aretes de plata, su interés se debía a que había comprado la casa del acantilado.

Acercándose al armario, Vanessa sacó la chaqueta de Zac y la dobló. De súbito se le ocurrió que hacía bastante tiempo que no tenía una cita. Había ido al cine y a cenar con Andrew, pero, al pensar en aquellas ocasiones decidió que no podían considerarse “citas”, ni mucho menos.

“Andrew es como mi hermano”, pensó, jugueteando inconscientemente con el cuello de la chaqueta de Zac. Aún tenía su olor, leve pero inequívocamente masculino.

“¿Cuánto tiempo hace que no salgo con un hombre?”, se preguntó. ¿Tres meses? ¿Cuatro? Seis, concluyó con un suspiro. Y, en el transcurso de los tres años anteriores, solo en un puñado de ocasiones.

¿Y antes? Vanessa se echó a reír y meneó la cabeza. Antes, sus únicas citas eran las actuaciones del programa.

¿Lo lamentaba? Por un momento se estudió a sí misma seriamente en el espejo. Veía en él a una mujer joven cuyo aspecto frágil era engañoso, cuya boca era generosa. No, jamás lo había lamentado.

¿Cómo iba a lamentarlo? Tenía lo que deseaba y, fuera lo que fuese lo que había sacrificado, quedaba compensado por las satisfacciones.

Alzando la mirada vio el reflejo de sus zapatillas de ballet, colgadas sobre la cama.

Pensativamente, acarició otra vez el cuello de la chaqueta antes de recoger el bolso.

Sus tacones repiquetearon ligeramente sobre las escaleras mientras bajaba. Una rápida mirada al reloj de pulsera le dijo que aún le quedaban unos cuantos minutos. Tras soltar la chaqueta y el bolso, Vanessa se dirigió a la habitación de su madre.

Desde su regreso del hospital, Molly se había visto confinada a la planta baja de la casa.

Al principio, las escaleras habían supuesto un esfuerzo excesivo para ella; luego, el hábito de evitarlas había acabado imponiéndose. El arreglo proporcionaba intimidad a ambas mujeres. Las dos habitaciones situadas frente a la cocina habían sido dispuestas como dormitorio y sala de estar para Molly.

Durante el primer año, Vanessa había dormido en el sofá del salón para poder oír a su madre si ésta la necesitaba. Aún seguía teniendo el sueño ligero, siempre alerta a cualquier ruido que pudiera producirse en la mitad de la noche.

Hizo una pausa ante la puerta de la habitación, oyendo el zumbido del televisor. Tras llamar suavemente, abrió la puerta.

Ness: Madre, yo…

Se detuvo al ver a Molly sentada en el sillón reclinable. Tenía las piernas en alto y estaba de cara al televisor, pero su atención se centraba en el libro abierto en su regazo. Vanessa conocía bien el libro. Era grueso y largo, con pastas de piel. Prácticamente la mitad de sus enormes páginas estaban abarrotadas de recortes de periódico y fotografías. Contenía críticas profesionales, columnas de cotilleos y entrevistas, todas centradas en la carrera de bailarina de Vanessa Hudgens.

Allí estaban desde el primer artículo ofrecido por el Cliffside Daily hasta la reseña publicada en el New York Times. Su vida profesional, y una buena parte de su vida personal, estaban contenidas en aquel libro.

Como de costumbre, cuando vio a su madre repasando el libro de recortes, Vanessa experimentó un ceñimiento de culpabilidad y de impotencia. Notó cómo su frustración crecía mientas entraba en la habitación.

Ness: Madre.

Esta vez, Molly alzó la mirada. Sus ojos centelleaban con un brillo de excitación, que también se manifestaba en el rubor de sus mejillas.

Molly: “Una bailarina lírica -citó sin volver a mirar el recorte- dotada de una gracia y una belleza propias de un cuento de hadas. Sobrecogedora”. Clifford James -prosiguió Molly, observando a Vanessa mientras esta cruzaba la habitación-. Unos de los críticos más exigentes del negocio. Tenías tan solo diecinueve años.

Ness: Me sentí abrumada al leer esa reseña -recordó sonriendo mientras colocaba la mano en el hombro de su madre-. Creo que estuve flotando durante una semana entera.

Molly: Ese crítico diría lo mismo en la actualidad si volvieras.

Vanessa desvió su atención del recorte y miró a su madre a los ojos. Un ligero atisbo de tensión ascendió por su cuello.

Ness: En la actualidad tengo veinticinco años -le recordó suavemente-.

Molly: Diría lo mismo -insistió-. Ambas lo sabemos. Te…

Ness: Madre -la interrumpió bruscamente y luego, disgustada por su propio tono, se acuclilló junto al sillón-. Lo siento. Prefiero no hablar de eso ahora. Por favor -alzó ambas manos hasta las mejillas de su madre, deseando que hubiese algo más en su mente aparte de la danza-. Solo tengo un par de minutos.

Molly estudió los ojos oscuros y expresivos de su hija y entendió su súplica. Se removió incómoda en el sillón.

Molly: Carol no me dijo que pensarais salir esta noche.

Recordando que su madre y la madre de Andrew habían pasado parte del día juntas, Vanessa se incorporó e inició una cuidadosa explicación.

Ness. No voy a salir con Andrew -se alisó la línea del vestido-.

Molly: ¿No? -arrugó la frente-. ¿Con quien entonces?

Ness: Con el tío de una alumna nueva -irguió la cabeza para sostener la mirada de Molly-. Esa chica tiene potencial, posee un talento verdaderamente natural. Me gustaría que la vieras.

Molly: ¿Y qué me dices de él? -se olvidó de la alumna nueva de Vanessa y volvió a concentrarse en el libro de recortes abierto-.

Ness: aún no lo conozco muy bien, claro está. Ha comprado la casa del acantilado.

Molly: ¿Si? -su atención regresó-.

Conocía  perfectamente la fascinación de Vanessa por aquella casa.

Ness: Sí. Se han mudado hace poco. Parece que Jessica se quedó huérfana hace unos meses -hizo una pausa, recordando la tristeza que empañaba los ojos de la chica-. Me interesa mucho. Quiero hablar de ella con su tío.

Molly: De modo que vais a cenar.

Ness: Así es -molesta por tener que justificarse por una simple cita, Vanessa se dirigió hacia la puerta-. No creo que vuelva muy tarde. ¿Quieres que te traiga algo antes de irme?

Molly: No soy una inválida.

Los ojos de Vanessa se posaron sobre su madre. Molly tenía la boca tensa y los dedos fuertemente cerrados sobre los brazos del sillón.

Ness: Ya lo sé.

Se produjo un largo silencio que Vanessa se sentía incapaz de romper.

“¿Por qué será, se dijo, que cuanto más tiempo paso con ella, más se ensancha el abismo que nos separa?”

Sonó el timbre, cuyo sonido resultó amplificado por el silencio. Estudiando a su hija, Molly identificó su indecisión. Rompió el contacto mirando de nuevo hacia las páginas del libro que tenía en la falda.

Molly: Buenas noches, Vanessa.

Ness: Buenas noches -sintió el regusto del fracaso mientras se giraba hacia la puerta-.

Recorrió con paso enérgico el pasillo, luchando por sacudirse el mal humor.

De repente, deseó escapar. Deseó abrir la puerta, salir de la casa y caminar hasta encontrarse en otro lugar. El que fuera. Algún lugar donde pudiera concederse el tiempo necesario para descubrir qué era lo que realmente quería de sí misma.

Vanessa abrió la puerta con un leve asomo de desesperación.

Ness: Hola -saludó a Zac con una sonrisa mientras retrocedía para dejarle entrar-.

El traje oscuro que llevaba favorecía perfectamente su complexión esbelta y elegante. Aun así, seguía habiendo algo ligeramente pecaminoso en su rostro.

Vanessa descubrió que le gustaba el contraste.

Ness: Creo que necesitaré una chaqueta; ha refrescado bastante -se acercó al armario del vestíbulo para sacar una chaqueta negra de piel-.

Zac se la quitó de las manos.

Sin habla, ella permitió que le pusiera la chaqueta mientras pensaba en la química.

Era extraño, se dijo, que una persona experimentase una reacción física tan intensa en presencia de otra. ¿No era asombroso que la proximidad, el contacto o una simple mirada pudieran hacer que se acelerasen los latidos del corazón o se elevara la tensión sanguínea? No hacía falta nada más, ni conocer a la otra persona ni que esta se mostrara amable, simplemente aquella fortuita combinación de químicas.

Vanessa no se resistió cuando Zac le dio la vuelta para mirarla. Estaban muy juntos, mirándose a los ojos, mientras él le ajustaba el cuello de la chaqueta.

Ness: ¿No te parece extraño -preguntó sin pensar, tuteándolo- que ahora me sienta tan atraída por ti, cuando en nuestro primer encuentro me pareciste un hombre horrible, y aún no estoy segura de que no lo seas?

Esta vez la sonrisa de Zac era distinta, percibió Vanessa. Todos sus rasgos reaccionaron al unísono.

Zac: ¿Tus sentencias son siempre tan sinceras y tan enrevesadas?

Ness: Probablemente -se giró, satisfecha de haber visto su sonrisa-. No se me da bien disimular, y supongo que siempre digo lo que pienso. Toma, tu chaqueta -le entregó la prenda, limpia y pulcramente doblada. A continuación sonrió-. Desde luego, no esperaba devolvértela en estas circunstancias.

Zac tomó la chaqueta y la ojeó brevemente antes de mirar nuevamente a Vanessa.

Zac: ¿Acaso tenías otras circunstancias en mente?

Ness: Varias -respondió de inmediato mientras recogía el bolso-. Y en todas ellas te encontrabas en una situación extremadamente incómoda. En una, cumplías una condena de diez años por insultar a bailarinas en días lluviosos. ¿Nos vamos ya? -preguntó, ofreciéndole la mano en un gesto habitual-.

El titubeo de Zac fue casi demasiado imperceptible como para ser medido antes de aceptarla. Los dedos de ambos de se entrelazaron.

Zac: No eres lo que yo esperaba -dijo mientras salían al frío de la noche-.

Ness: ¿No? -respiró hondo, alzando los ojos para poder contemplar todas las estrellas de golpe-. ¿Y qué esperabas?

Caminaron hasta el coche en silencio, y Vanessa pudo captar el aroma intenso de los crisantemos y las hojas marchitas. Cuando estuvieron dentro del coche, Zac se giró hacia ella para echarle otra de aquellas miradas largas y escrutadoras a las que Vanessa ya casi se había habituado.

Zac: La imagen que ofrecías esta mañana se acercaba más a lo que yo esperaba -dijo por fin-. Muy profesional, fría y distante.

Ness: Tenía intención de seguir por esa línea durante esta velada -le informó-. Pero se me olvidó.

Zac: ¿Quieres decirme por qué tenías aspecto de querer salir huyendo cuando abriste la puerta?

Ella arqueó una ceja.

Ness: Eres muy preceptivo -con un suspiro, se recostó en el asiento-. Tiene que ver con mi madre y con un sentimiento constante de incompetencia -ladeó la cabeza para mirarlo a los ojos-. Quizá te hable de ello algún día -murmuró, sin detenerse a pensar por qué pensaba que podría hacerlo-. Pero esta noche no. No quiero pensar más en ello, de momento.

Zac: Está bien -puso el motor en marcha-. En ese caso, quizá puedas informar a un nuevo vecino sobre quién es quién en Cliffide. Vanessa se relajó, agradecida.

Ness: ¿A qué distancia está el restaurante?

Zac: A unos veinte minutos.

Ness: Creo que tendremos tiempo de sobra -decidió, y empezó a ponerlo al corriente-.




Que poco han tardado en tener una cita XD

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¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Esta parejita tiene mucho química!!!
Me encanto el capítulo
La química entre ellos es brillante
La cita se pondrá muy buena
No quería que él capítulo acabe
Síguela pronto por favor
Ya quiero saber más

Saludos!!! :)

Lu dijo...

Me encanto este capitulo!
Muero por ver como va a ser la primera cita de ellos dos.
Tienen demasiada química



Sube pronto

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