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sábado, 23 de abril de 2016

Capítulo 9


Salieron para el aeropuerto a primera hora de la tarde.

Andrew ocupaba el volante, con Vanessa a su lado y las madres de ambos en el asiento trasero. La furgoneta iba abarrotada de maletas.

A pesar de las tres semanas que había pasado ayudando a su madre a preparar el traslado, una nube de incredulidad aún se cernía sobre Vanessa. Varias cajas se habían enviado ya a California, y la casa en la que había crecido se había puesto en venta.

Cuando por fin se vendió, Vanessa comprendió que sus últimos vínculos con la infancia desaparecían con ella. Era lo mejor, se dijo mientras oía charlar a Carol y a su madre en la parte de atrás. Todo lo que necesitaba cabría en la habitación extra de la academia. Sería lo más conveniente para ella y, sin duda, también lo más conveniente para su madre.

Observó un avión que descendía hacia tierra, y supo que casi habían llegado. Sus pensamientos parecieron alejarse con el avión.

Desde el día en que Molly había anunciado sus planes, Vanessa no había funcionado a plena capacidad. Demasiadas emociones habían salido a la superficie aquel día. Había intentado oprimirlas hasta sentirse capaz de enfrentarse a ellas racionalmente, pero eran demasiado poderosas. Volvían, una y otra vez, para atormentar sus sueños, o, peor aún, para sorprenderla con la guardia baja en mitad de una clase o de una conversación. Se había propuesto no pensar en Zac, pero lo había hecho: una vez cuando Brittany mencionó casualmente su nombre; de nuevo cuando Jessica introdujo subrepticiamente el gatito en la academia; y así en innumerables ocasiones, siempre que algo le recordaba a él.

Era extraño que ya no pudiera entrar en una habitación donde Zac hubiese estado sin relacionarla con él. Incluso su propio estudio le recordaba a Zac.

Una vez aplacada la sorpresa inicial, Vanessa había explorado la aventura de estar enamorada. No hacía que la cabeza le diese vueltas, como afirmaban algunos, pero sí hacía estar menos atenta a las cosas cotidianas. No había perdido el apetito, pero le costaba trabajo conciliar el sueño. No caminaba sobre nubes, pero a veces se encontraba a sí misma esperando que estallara una tormenta.

No era el hecho en sí de estar enamorada lo que dictaba sus reacciones, sino la persona de la que había elegido enamorarse.

«Elegido», repitió Vanessa en silencio, sin prestar atención mientras Andrew se abría paso a través del tráfico del aeropuerto. «De haber podido elegir, me habría enamorado de alguien que me adorase, de alguien que pensara que soy perfecta y que dedicase su vida a hacer de la mía una utopía.»

En la ventanilla se reflejó el fantasma de su sonrisa.

«Oh, no, no habrías elegido a tal persona», se corrigió. «Me habría aburrido mortalmente al cabo de una semana. Zac es perfecto para mí. Es totalmente dueño de sí mismo, muy sereno, aunque sensible. El problema es que se trata de un hombre caracterizado por evitar los compromisos... salvo en lo que respecta a Jessica.»

Vanessa suspiró y acarició su reflejo con la yema del dedo.

«Y hay otro problema. Estamos totalmente enfrentados en algo que es muy importante para ambos. ¿Cómo podemos acércanos más el uno al otro cuando nos separa semejante barrera?»

La voz de Andrew trajo a Vanessa de vuelta a la realidad. Desorientada, ella miró a su alrededor para ver que ya había aparcado y que los demás salían del coche. Rápidamente, Vanessa salió y trató de retomar el hilo de la conversación.

Carol: ...dado que ya tenemos los billetes y un coche esperándonos en el aeropuerto de Los Ángeles -concluyó mientras sacaba una maleta y una bolsa grande de la furgoneta-.

Andrew: Tendréis que facturar todo este equipaje -le recordó, cargando fácilmente con dos maletas y echándose una bolsa al hombro-. Cierra el maletero, ¿quieres, Vanessa? -pidió ausentemente-.

Vanessa solo llevaba encima su bolso y una bolsa de aseo.

Ness: Claro.

Carol guió a Molly mientras Vanessa cerraba el maletero. El viento ahuecaba el dobladillo de su abrigo. Alzando los ojos, inspeccionó el cielo.

Carol: Empezará a nevar esta misma noche.

Ness: Y vosotras estaréis probándoos los bañadores nuevos -gruñó afablemente mientras hacía avanzar a las dos mujeres-.

El aire era cortante y le producía escozor en las mejillas.

Una vez dentro de la terminal, no faltó la confusión de última hora con los billetes, tarjetas de embarque. Tras facturar el equipaje, Andrew hizo una lista verbal detallada de las cosas que su madre debía y no debía hacer.

Andrew: Guarda los resguardos de los billetes en la cartera.

Carol: Sí, Andrew.

Vanessa captó el brillo de los ojos de Carol pero Andrew permaneció ceñudo.

Andrew: Y no olvides telefonear cuando lleguéis a los Ángeles.

Carol: No, Andrew.

Andrew: Tendrás que atrasar el reloj tres horas.

Carol: Así lo haré, Andrew.

Andrew: Y no hables con desconocidos.

Carol titubeó.

Carol: Define «desconocidos» -pidió-.

Andrew: Mamá -el ceño se convirtió en una sonrisa-.

Envolvió a su madre en un aplastante abrazo.

Vanessa se giró hacia su madre. Deseaba acabar cuanto antes, sin tensiones. No obstante cuando se miraron la una a la otra, Vanessa olvidó el sencillo discurso de despedida que había previsto. Volvía a ser una niña, y las palabras afluían atropelladamente a su cerebro en lugar de intentar seleccionarlas, rodeó con los brazos el cuello de su madre.

Ness: Te quiero -susurró, cerrando los ojos fuertemente contra las lágrimas-. Sé feliz, por favor, por favor, sé feliz.

Molly: Vanessa -dijo con un suave suspiro-.

Al cabo de un momento, Molly se retiró. Tenían la misma estatura y sus ojos quedaron al mismo nivel. Era extraño, pero Vanessa no podía acordarse de la última vez que su madre la había mirado con una concentración tan total. No a la bailarina, sino a su hija.

Molly: Te quiero, Vanessa. Puede que haya cometido errores -suspiró, sincerándose-. Pero siempre he deseado lo mejor para ti. O, al menos, lo que yo consideraba que era lo mejor. Quiero que sepas que estoy orgullosa de ti.

Los ojos de Vanessa se ensancharon, pero su garganta se cerró bloqueando toda respuesta  Molly le besó las mejillas y luego, tomando la bolsa de aseo de sus manos, se giró para despedirse de Andrew.

Carol: Voy a echarte mucho de menos -dijo a Vanessa con un rápido y enérgico abrazo-. Que no se te escape ese hombre -le susurró en el oído-. La vida es demasiado corta.

Antes de que Vanessa pudiese responder, Carol ya le había dado dos besos de despedida y traspuso la puerta de embarque con Molly.

Cuando hubieron desaparecido, Vanessa se volvió hacia Andrew. Las lágrimas humedecían sus pestañas, aunque consiguió impedir que resbalasen por sus mejillas.

Ness: ¿He de sentirme como una huérfana?

Él sonrió y la rodeó con un brazo.

Andrew: No lo sé, pero yo ya me siento huérfano. ¿Te apetece un café?

Vanessa se sorbió la nariz y negó con la cabeza.

Ness: Un helado -dijo convencida-. Un helado grande con fruta y crema, porque debemos celebrarlo por ellas -tomó el brazo y se alejaron de la puerta de embarque-. Yo invito.


La previsión meteorológica de Carol fue acertada. Una hora antes del crepúsculo, la nieve empezó a caer. Lo anunciaron las alumnas de la tarde de Vanessa al llegar a la academia.

En compañía de sus alumnas, Vanessa permaneció varios segundos delante de la puerta viendo nevar.

Siempre había algo mágico en la primera nevada, se dijo. Era como una promesa. A mediados del invierno, la nieve provocaría quejas y gruñidos, pero en aquel momento, tan fresca, blanca y suave, solo sugería sueños.

Vanessa prosiguió con la clase, pero su mente se negó a concentrarse. Pensó en su madre aterrizando en el aeropuerto de Los Ángeles. Allí aún sería primera hora de la tarde, y luciría el sol. Pensó en los niños de Cliffside, que pronto sacarían los trineos de los desvanes, los armarios y los cobertizos, preparándose para los paseos del día siguiente. Pensó en dar un largo y solitario paseo por la playa nevada.

Pensó en Zac.

Durante el descanso, mientras sus alumnas se cambiaban las zapatillas para la clase de pointe, Vanessa se acercó de nuevo a la puerta. Se había levantado viento, y la nieve le azotó la cara. Ya había una capa de varios centímetros en el suelo, y seguía nevando con intensidad. A ese ritmo, calculó Vanessa, habrían caído unos buenos 30 centímetros antes de que finalizara la clase. Demasiado arriesgado, decidió, y cerró la puerta.

Ness: Hoy no habrá clase de pointe, señoritas -frotándose los brazos para restablecer la circulación, volvió a la habitación-. ¿Alguna tiene que llamar a su casa?

Fue una suerte que la mayoría de las alumnas avanzadas de Vanessa fuesen a la academia en su propio coche o en el coche de alguna compañera. Pronto se hicieron los arreglos necesarios para que las más jóvenes fuesen enviadas a sus casas y, después de la confusión de rigor, la academia se quedó vacía. Vanessa respiró hondo y se giró hacia Brittany y Jessica.

Ness: Gracias. El éxodo habría llevado el doble de tiempo si no me hubierais ayudado -miró directamente a Jessica-. ¿Has llamado a Zac?

Jess: Sí. Ya tenía pensado quedarme en casa de Brittany esta noche, pero le telefoneé para recordárselo.

Ness: Bien -se sentó y empezó a ponerse unos pantalones de pana sobre las mallas y los calentadores-. Me temo que la nevada se convertirá en una fuerte ventisca dentro de una hora o así. Para entonces quiero estar en casa delante de una taza de chocolate caliente.

Britt: Me gusta cómo suena eso -se abrochó la cremallera del anorak y se subió la capucha-.

Ness: Pareces preparada para todo -comentó. Estaba guardando cuidadosamente las zapatillas de ballet en una bolsa-. ¿Y tú? -preguntó a Jessica mientras esta se calaba un gorro de esquí, tapándose las orejas-. ¿Estás lista?

Jessica asintió y se unió a ambas mujeres mientras caminaban hacia la puerta.

Jess: ¿Cree que tendremos un horario normal de clases mañana, señorita Hudgens?

Vanessa abrió la puerta, y las tres sintieron la acometida del viento. La nieve húmeda voló hacia sus caras.

Britt: Qué dedicación -musitó, agachando la cabeza para avanzar trabajosamente hacia los aparcamientos-.

Siguiendo un acuerdo tácito, procedieron a apartar la nieve del coche de Brittany utilizando un cepillo que Vanessa se había llevado del estudio. En poco rato, el coche quedó desenterrado. No obstante, antes de que pudieran volverse para hacer lo propio con el de Vanessa, Brittany emitió un largo gruñido. Señaló la rueda delantera izquierda.

Britt: Desinflada -dijo desanimada-. Andrew me dijo que tenía un pequeño escape. Me advirtió que me acordara de llenarla. Maldición -dio una patada al neumático culpable-.

Ness: Bueno, ya te castigaremos más tarde -decidió. Se guardó las manos en los bolsillos, esperando que sus dedos entraran en calor-. Ahora, te llevaré a casa.

Britt: ¡Oh, pero Vanessa! -sus ojos parecían angustiados-. Tendrás que hacer un desvío muy grande.

Vanessa se lo pensó un momento, y luego asintió.

Ness: Tienes razón -dijo enérgicamente-. Supongo que tendrás que cambiar esa rueda. Hasta mañana -echándose el cepillo al hombro, empezó a caminar hacia su coche-.

Britt: ¡Vanessa!

Agarró a Jessica de la mano, y las dos corrieron hacia la figura que se alejaba. En mitad del camino, Brittany tomó un puñado de nieve y, entre risas, lo lanzó hacia el gorro de Vanessa. Su puntería fue perfecta.

Vanessa se volvió, impasible.

Ness: ¿Queréis que os lleve? -la expresión de Jessica hizo que prorrumpiera en risas-. Pobrecilla, había creído que hablaba en serio. Vamos -entregó a Brittany el cepillo-. Pongamos manos a la obra antes de que quedemos sepultadas.

En menos de cinco minutos, Jessica se hallaba apretujada entre Vanessa y Brittany en la parte delantera del coche. La nieve revoloteaba en el exterior del parabrisas y bailoteaba en los haces de los faros.

Ness: Vamos allá -dijo, y respiró hondo mientras ponía el coche en primera-.

Jess: Una vez nos cayó una tormenta de nieve en Alemania -intentó encogerse para no molestar a Vanessa mientras esta conducía-. Tuvimos que viajar a caballo y, cuando llegamos al pueblo, quedamos aislados por la nieve durante tres días. Dormíamos en el suelo, alrededor de un fuego.

Britt: ¿Te sabes algún otro cuento? -inquirió cerrando los ojos contra la intensa nevada-.

Jess: También hubo una avalancha -aseguró-.

Britt: Estupendo.

Ness: Aquí hace años que no tenemos una -terció mientras avanzaba despacio y cautelosamente-.

Britt: Me pregunto cuándo saldrán los quitanieves -miró ceñuda la calle, y luego a Vanessa-.

Ness: Ya habrán salido; es difícil verlos. Estarán ocupados toda la noche -cambió de marcha, sin despegar los ojos de la carretera-. Mira a ver si ya funciona la calefacción. Se me están congelando los pies.

Jessica encendió la calefacción obedientemente. De la rendija brotó un chorro de aire frío.

Jess: Creo que todavía no está -aventuró apagándola de nuevo-.

Por el rabillo del ojo, Vanessa captó su sonrisa.

Ness: Te muestras muy valiente porque te las has visto con avalanchas.

Jess: Llevaba botas de montaña -confesó-.

Brittany agitó los dedos de los pies dentro de sus finos mocasines.

Britt: Es una listilla -dijo desenfadadamente-. Pero se le perdona por ese aire inocente. Fijaos -señaló hacia arriba, a la derecha-. Se ven las luces de la casa del acantilado a través de la nieve.

El impulso fue irresistible; Vanessa alzó la mirada. El tenue resplandor de la luz artificial brillaba a través del manto de nieve. Sintió casi como si se viera atraída hacia ella. El coche patinó en respuesta a su descuido.

Brittany cerró los ojos de nuevo, pero Jessica empezó a charlotear, sin preocuparse.

Jess: Tío Zac está trabajando en los planos de un proyecto. Se construirá en Nueva Zelanda y es precioso, aunque de momento solo son dibujos. Seguro que será fabuloso.

Cuidadosamente, Vanessa dobló la esquina en dirección a la casa de Brittany.

Ness: Me figuro que estará muy ocupado estos días.

Jess: Se encierra en su despacho durante horas -afirmó. Luego se inclinó para probar de nuevo la calefacción. Esta vez, el aire salía tibio-. ¿No os encanta el invierno? -preguntó animadamente-.

Brittany emitió un gemido y Vanessa se echó a reír.

Ness: Es una listilla -convino-.  No me habría dado cuenta si no me lo hubieras dicho.

Britt: Yo tampoco lo detecté enseguida -Estaba empezando a respirar con un poco más de calma mientras recorría lentamente la manzana hacia su casa. Cuando se detuvieron en el camino de entrada, dejó escapar un suspiro de alivio-. ¡Gracias a Dios!

Se removió en el asiento, aplastando a Jessica al inclinarse hacia Vanessa. Jessica descubrió que le gustaba aquella amigable incomodidad.

Britt: Quédate a pasar la noche, Vanessa. Las carreteras están fatal.

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Aún no están tan mal -la calefacción zumbaba ahora agradablemente, y se sentía calentita y confiada-. Estaré en casa dentro de un cuarto de hora.

Britt: Me morderé las uñas de preocupación, Vanessa.

Ness: Santo cielo, no quiero cargar con eso en mi conciencia. Te llamaré en cuanto llegue a casa.

Brittany suspiró, reconociendo su derrota.

Britt: En cuanto llegues -ordenó severamente-.

Ness: Ni siquiera me pararé a sacudirme la nieve de los zapatos.

Britt: Está bien -salió del coche y permaneció bajo la espesa nevada mientras Jessica la seguía-. Ten cuidado.

Ness: Lo tendré. Buenas noches, Jessica.

Jess: Buenas noches, Vanessa -se mordió el labio al reparar en el desliz que acababa de cometer, pero Brittany ya estaba cerrando la portezuela-.

Nadie se había dado cuenta. Jessica sonrió mientras observaba cómo los faros de Vanessa retrocedían.

Vanessa reculó lentamente para salir del camino de entrada y enfiló la carretera. Puso la radio para llenar el vacío dejado por Brittany y Jessica. Las carreteras, como dijo Brittany, estaban fatal. Aunque los limpiaparabrisas funcionaban al máximo, apenas proporcionaban unos escasos segundos de visión antes de que el cristal quedara cubierto de nuevo. Vanessa tenía que valerse de toda su concentración y su pericia para evitar que el coche patinara.

Era una buena conductora y conocía muy bien aquellas carreteras; sin embargo, sentía un pequeño nudo de tensión en la base del cuello.

A Vanessa no le importaba. Algunas personas funcionaban mejor bajo presión, y se tenía por una de dichas personas.

Reflexionó un momento sobre sus motivos para rechazar la invitación de Brittany. Encontraría su casa vacía, oscura y silenciosa. La negativa había sido automática, y ahora empezaba a arrepentirse. No deseaba darle vueltas a la cabeza ni estar sola. Estaba cansada de pensar.

Por un momento, dudó entre seguir adelante o volver. Antes de que pudiera tomar una decisión firme, una forma grande y negra apareció como un rayo en la carretera, delante de ella. El cerebro de Vanessa apenas tuvo tiempo de registrar que se trataba de un perro. Torció bruscamente el volante para evitar una colisión.

Una vez que el patinazo hubo comenzado, perdió el control. Mientras el coche daba vueltas, despidiendo nieve con las ruedas, Vanessa perdió el sentido de la dirección. Solo veía a su alrededor un borrón blanco. Firmemente, dominó su pánico y resistió el impulso de pisar el freno. El miedo que se había formado en su garganta no tuvo tiempo de salir a la superficie. Todo sucedió muy deprisa.
El coche chocó con algo duro y se detuvo con brusquedad. Vanessa sintió una ráfaga de dolor y oyó cómo la música de la radio se convertía en estática; luego, solo hubo silencio y oscuridad...


Vanessa gimió y se agitó. Un pífano y una procesión de tambores desfilaban dentro de su cabeza. Lentamente, y porque sabía que tendría que hacerlo tarde o temprano, abrió los ojos.

Los contornos flotaban borrosos a su alrededor, y luego se aclararon. Zac la miraba con el ceño fruncido. Vanessa sintió sus dedos en el lado de la cabeza donde se concentraba el dolor. Tragó saliva al notarse la garganta seca, pero su voz seguía ronca cuando habló.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí?

Él enarcó una ceja. Sin hablar, le alzó los párpados uno por uno y estudió sus pupilas cuidadosamente.

Zac: No sabía que eras una perfecta idiota -las palabras brotaron de sus labios con calma-.

En su estado de aturdimiento, Vanessa no percibió su deje de ira. Hizo ademán de incorporarse, pero él le puso una mano en el hombro para impedírselo.

De momento, Vanessa permaneció tumbada sin protestar. Descubrió que se hallaba en el sofá de la sala de Zac. La chimenea estaba encendida; podía oír el crepitar del fuego y captar el olor del humo. Las llamas proyectaban sombras en la habitación iluminada únicamente por dos lamparillas de porcelana. Tenía un almohadón con bordados debajo de la cabeza, y el abrigo aún abotonado.
Vanessa se concentró en cada detalle y cada sensación hasta que su mente volvió a estar en condiciones.

Ness: El perro -dijo, acordándose bruscamente-. ¿Atropellé al perro?

Zac: ¿Qué perro? -la impaciencia de su voz era evidente, pero ella insistió-.

Ness: El perro que saltó delante del coche. Creo que lo esquivé, pero no estoy segura...

Zac: ¿Estás diciendo que te estrellaste contra un árbol para no atropellar a un perro?

De haber estado en posesión de todas sus facultades, Vanessa habría reconocido el peligro implícito en aquel tono gélido. Sin embargo, alzó la mano cautelosamente para tocarse la dolorida sien.

Ness: ¿Choqué con un árbol? Me siento como si hubiese chocado con un bosque entero.

Zac: No te muevas -ordenó, y luego salió a grandes zancadas de la habitación-.

Con cautela, Vanessa convenció a su cuerpo para que adoptara una posición sentada. Su visión seguía siendo clara, pero la sien le latía horriblemente. Recostando de nuevo la cabeza en el almohadón, cerró los ojos. Como bailarina, estaba acostumbrada a aguantar el dolor.

Una serie de preguntas empezaron a tomar forma en su mente. Vanessa dejó que se disolvieran y se reagruparan hasta que Zac regresó a la sala.

Zac: Te dije que no te movieras.

Ella abrió los ojos y le dirigió una sonrisa lánguida.

Ness: Estoy mejor sentada, de verdad -aceptó el vaso y las pastillas que Zac le ofrecía-. ¿Qué son?

Zac: Aspirinas -musitó-. Tómatelas.

Ella frunció el ceño al oír su orden, pero el dolor de cabeza la persuadió para que se rindiera con dignidad. Zac observó cómo tragaba las aspirinas antes de cruzar la habitación para servir una copa de coñac.

Zac: ¿Por qué diablos no te quedaste en casa de Brittany?

Vanessa se encogió de hombros, y luego se apoyó nuevamente en el almohadón.

Ness: Eso mismo me estaba preguntando cuando el perro apareció en la carretera.

Zac: Y frenaste, en mitad de una tormenta de nieve, para no atropellarlo -el disgusto de su tono era manifiesto-.

Vanessa abrió un ojo para observar su espalda, y luego volvió a cerrarlo.

Ness: No, di un volantazo. Aunque supongo que equivale a lo mismo. Lo hice sin pensar. En cualquier caso, creo que no lo atropellé y me he lastimado poco, así que no ha pasado nada.

Zac: ¿Que no ha pasado nada? -se detuvo en el acto de darle una copa de coñac. El tono de sus palabras hizo que Vanessa abriera los ojos-.  ¿Tienes idea de lo que podría haberte pasado si Jessica no me hubiese llamado para decir que la habías llevado a casa de Brittany?

Ness: Zac, no sé con claridad lo que ocurrió, salvo que perdí el control del coche y choqué con un árbol. Creo que deberías aclararme los detalles más básicos antes de que empecemos a discutir.

Zac: Bebe esto -le dio la copa de coñac-. Aún estás pálida -esperó hasta que Vanessa hubo obedecido, y luego se sirvió una copa para él-. Jessica telefoneó para decirme que había llegado bien a casa de Brittany. Me dijo que tú las habías llevado, y que luego insististe en conducir hasta tu casa sola.

Ness: No insistí, exactamente -empezó a decir; luego, al ver la expresión de Zac, se encogió de hombros y probó otro sorbo de coñac-.

No era el chocolate caliente que había imaginado, pero le hacía entrar en calor.

Zac: Brittany estaba muy preocupada, como es natural. Dijo que pasarías por aquí en poco rato y me pidió que estuviera pendiente, dado que desde la casa se ve bastante bien la carretera. Supusimos que no habría mucho tráfico con este tiempo tan malo -hizo una pausa para beber, y luego hizo girar el coñac restante mientras miraba a Vanessa. Un asomo de color había regresado a sus mejillas-. Después de colgar, me acerqué a la ventana, justo a tiempo, según parece, para ver tus faros. Vi cómo viraban en círculos y después se detenían en seco -tras soltar el coñac, se metió las manos en los bolsillos-. De no ser por esa llamada, aún seguirías inconsciente en el coche. Gracias a Dios que, por lo menos, fuiste lo bastante sensata como para llevar puesto el cinturón de seguridad. De lo contrario, tendrías mucho más que un chichón en la cabeza.

Ella se puso a la defensiva.

Ness: Oye, yo no pretendía quedar inconsciente, y además...

Zac: Pero quedaste -interrumpió. Su tono era lacónico y cortante-.

Ness: Zac, estoy tratando de mostrarme agradecida, pues supongo que fuiste tú quien me sacó del coche y me trajo a la casa -apuró el resto del coñac y dejó a un lado la copa-. Me lo estás poniendo difícil.

Zac: No me interesa tu gratitud.

Ness: Bien. En ese caso, no la derrocharé -se levantó. El movimiento fue demasiado rápido. Tuvo que clavarse las uñas en las palmas de las manos para combatir el mareo-. Me gustaría que llamaras a Brittany para tranquilizarla.

Zac: Ya la he llamado -vio cómo perdía el color que había recuperado gracias al coñac-. Le dije que estabas aquí, que habías tenido un problema con el coche. No me pareció necesario especificar qué clase de problema. Siéntate, Vanessa.

Ness: Ha sido todo un detalle por tu parte. Quizá pueda abusar un poco más de tu bondad y pedirte que me lleves a casa de Brittany.

Zac se acercó a ella, le puso las manos en los hombros y, mirando sus ojos enfurecidos, la obligó a sentarse otra vez en el sofá.

Zac: De ningún modo. Ninguno de los dos saldrá de aquí con esa tormenta.

Vanessa elevó el mentón y le dirigió una mirada rabiosa.

Ness: No pienso quedarme aquí.

Zac: A estas alturas, no creo que tengas más remedio.

Vanessa se removió en el sofá, cruzando los brazos sobre el pecho.

Ness: Imagino que harás que Prescott me prepare una habitación en las mazmorras.

Zac: Podría ser. Pero está en Nueva York, atendiendo ciertos asuntos en mi nombre -sonrió-. Estamos totalmente solos.

Vanessa quiso hacer un gesto despreocupado con los hombros, pero el movimiento fue más bien una sacudida nerviosa.

Ness: No importa. Puedo ir a casa de Brittany por la mañana. Supongo que puedo utilizar la habitación de Jessica.

Zac: Supongo.

Ella se levantó, pero más lentamente que la primera vez. Las palpitaciones se habían convertido en un dolor vago, fácil de ignorar.

Ness: Subiré, entonces.

Zac: Apenas son las nueve -su mano se posó en el hombro de ella, suavemente pero con la firmeza necesaria para frenarla-. ¿Estás cansada?

Ness: No, yo... -confesó antes de poder pensárselo dos veces-.

Zac: Quítate el abrigo -sin aguardar una respuesta, empezó a desabrocharle los botones-. Antes estaba demasiado preocupado intentando reanimarte como para hacerlo -mientras le retiraba el abrigo de los hombros, volvió a mirarla a los ojos. Con delicadeza, acercó un dedo al morado que tenía en la sien-. ¿Te duele?

Ness: Ahora no mucho -notó que el pulso se le aceleraba. Era inútil atribuirlo a la conmoción del accidente. Reconoció las sensaciones que empezaban a fluir en su interior y lo miró directamente a los ojos-. Gracias.

Zac sonrió mientras recorría sus brazos con las manos y luego tomaba las de Vanessa.

Un jadeo escapó de los labios de ella cuando él le alzaba las manos para besarle la cara interior de las muñecas.

Zac: Tienes el pulso alterado.

Ness: Me pregunto por qué será -murmuró-.

Complacido, Zac emitió una risita baja mientras le soltaba las manos.

Zac: ¿Has comido?

Ness: ¿Comido? -su mente intentó concentrarse en la palabra, pero sus sentidos aún seguían dominando su organismo-.

Zac: Comida. Como la que se toma en la cena.

Ness: Oh, no, he estado en el estudio desde esta tarde.

Zac: Entonces, siéntate -ordenó-. Iré a ver si Prescott ha dejado algo decente.

Ness: Iré contigo -colocó la mano sobre la de él para atajar su objeción-. Zac, las bailarinas somos muy resistentes. Estoy bien.

Él observó su rostro con ojo crítico, y luego asintió.

Zac: Está bien, pero lo haremos a mi manera -con un movimiento inesperado, la tomó en brazos-. Compláceme -dijo, anticipándose a sus protestas-.

Vanessa encontró deliciosa la sensación de ser mimada y se acomodó para disfrutar de ella.

Ness: ¿Y tú, has comido?

Zac negó con la cabeza.

Zac: He estado trabajando... Y luego me entretuvieron.

Ness: Ya te he dado las gracias -señaló-.

Zac abrió la puerta de la cocina con el hombro.

Zac: No habría sido necesario si hubieses actuado con dos dedos de frente y te hubieras quedado en casa de Brittany.

Ness: Tú siempre tan lógico -reprimió un suspiro cuando él la soltó sobre la mesa de la cocina-. Es un mal hábito, pero estoy segura de que podrías superarlo -le sonrió-. Y si me hubiera quedado en casa de Brittany, ahora no estaría aquí siendo atendida. ¿Qué vas a prepararme?

Zac le tomó la barbilla con la mano y la miró detenidamente.

Zac: Nunca he conocido a nadie como tú.

Su tono era meditabundo, y ella acarició su mano.

Ness: ¿Y eso es bueno o malo?

Él meneó la cabeza lentamente, y luego la soltó.

Zac: Todavía no lo he decidido.

Vanessa observó cómo se acercaba a la nevera. Le resultaba difícil creer lo mucho que lo amaba, lo sólido y completo que era ya ese amor.

«¿Y qué puedo hacer?», se preguntó. «¿Se lo digo? Sería embarazoso para él, y podría estropear completamente lo que parece el principio de una gran amistad. ¿No se supone que el amor es comprensivo y desinteresado?» Extendiendo los dedos sobre la superficie de la mesa, Vanessa se quedó mirándolos.

«Pero ¿se supone que causa dolor y, un momento después, le hace sentir a una como si volara?»

Zac: ¿Vanessa?

Ella alzó la mirada bruscamente, repentinamente consciente de que Zac le había hablado.

Ness: Lo siento -sonrió-. Estaba soñando despierta.

Zac: Hay un plato de asado de ternera, ensalada de espinacas y quesos de varias clases.

Ness: Suena estupendo -se levantó, alzando una mano para acallar su protesta-. Estoy fuera de peligro, te lo aseguro. Dejaré que prepares todo eso mientras yo pongo la mesa -se acercó hasta el armario y empezó a buscar-.


Ness: ¿Cómo se te da fregar los platos? -inquirió mientras Zac hacía café después de la cena-.

Zac: Pues la verdad es que he tenido pocas ocasiones -la miró por encima del hombro-. ¿Y a ti, cómo se te da?

Ness: Acabo de sufrir un accidente. Muy traumático. No sé si seré capaz de hacer algo manual todavía.

Zac: ¿Puedes ir caminando hasta la otra habitación? -preguntó cínicamente-. ¿O llevo el café primero y luego vuelvo a por ti?

Ness: Lo intentaré -se retiró de la mesa-.

Mantuvo la puerta de la cocina abierta para que Zac pudiera pasar.

Zac: La verdad es que poca gente se habría recuperado tan rápidamente como tú -recorrieron el pasillo juntos-. Te diste un buen golpe, a juzgar por el tamaño de ese chichón. Y, a juzgar por el estado de tu coche, tuviste suerte de no salir peor parada.

Ness: Pero estoy perfectamente -observó mientras entraban en la sala-. Y, por favor, no quiero enterarme de cómo está mi coche hasta que sea necesario. Podría sumirme en una grave depresión -tras sentarse en el sofá, hizo un gesto para que Zac colocara la bandeja delante de ella-. Yo lo serviré. Lo tomas con crema, ¿verdad?

Zac: Mmm -se acercó a la chimenea para introducir otro tronco en el fuego. Saltaron chispas antes de que el tronco siseara y empezase a arder. Cuando regresó junto a ella, Vanessa ya se estaba sirviendo su taza-. ¿Está la habitación lo bastante cálida?

Ness: Oh, sí, el fuego es magnífico -se recostó sin tocar el café-. Esta habitación es cálida incluso con la chimenea apagada -cómoda y relajada, dejó que sus ojos se pasearan por la sala-. Cuando era una adolescente, solía soñar con sentarme aquí de esta manera... con la tormenta rugiendo fuera, el fuego ardiendo en el hogar y mi amante al lado.

Dejó salir las palabras sin pensar. En el momento en que las hubo dicho, las mejillas de Vanessa se tiñeron de color. Zac le acarició la mejilla con el dorso de la mano.

Zac: Jamás creí que te vería ruborizarte.

Vanessa percibió el atisbo de placer que había en su voz. Volvió la cara.

Ness: Quizá tengo fiebre.

Zac: Déjame ver -la giró de nuevo hacia sí. La sostuvo firmemente, pero los labios que descendieron para posarse sobre su frente eran suaves como una pluma-. No parece que tengas fiebre -con una mano, palpó el pulso en su cuello, presionando ligeramente con los dedos-.  Tu pulso no es regular.

Ness: Zac... -dejó la frase en suspenso cuando él deslizó una mano dentro de su jersey para acariciarle la espalda-.

Pasó el dedo por la línea donde el maillot daba paso a la piel.

Zac: Pero quizá tienes demasiado calor con este jersey tan grueso.

Ness: No, yo...

Pero antes de que Vanessa pudiera impedirlo, él ya se lo había sacado expertamente por la cabeza.

Zac: Así está mejor -masajeó sus hombros brevemente, y luego volvió a centrarse en el café. Vanessa notó que todos los nervios de su cuerpo estaban despiertos-. ¿Con qué otras cosas soñabas? -mientras bebía el café, sus ojos buscaron los de ella-.

Vanessa se preguntó si sus pensamientos serían tan transparentes como temía.

Ness: Soñaba con bailar con Mike Anderson.

Zac: Un sueño convertido en realidad -comentó-. ¿Sabes qué es lo que me fascina de ti?

Intrigada, Vanessa meneó la cabeza.

Ness: ¿Mi deslumbrante belleza, quizá? -sugirió-.

Zac: Tus pies.

Ness: ¡Mis pies! -se echó a reír, mirando automáticamente los zapatos sin cordones que llevaba puestos-.

Zac: Son muy pequeños -antes de que Vanessa pudiese adivinar sus intenciones, Zac ya se había colocado sus pies en el regazo-. Deberían pertenecer a una niña, en lugar de a una bailarina.

Ness: Pero tengo la suerte de poder alzarlos sobre tres dedos. Muchas bailarinas solo pueden apoyarse en dos. ¡Zac! -se echó a reír nuevamente mientras él le quitaba los zapatos-.

Su risa se acalló cuando Zac le pasó un dedo a lo largo del arco del pie. Sintió una increíble e intensa punzada de deseo. Fluyó en su interior y luego se propagó como un fuego descontrolado por todo su cuerpo. Emitió un jadeo involuntario e irreprimible.

Zac: Parecen muy frágiles -comentó cubriendo con la mano el empeine-. Pero deben de ser fuertes -de nuevo levantó los ojos hacia los de ella. Su dedo pulgar trazó una línea por la planta del pie, y ella se estremeció-. Y sensibles.

Cuando Zac le alzó ambos pies y le besó los tobillos, Vanessa comprendió que estaba perdida.

Ness: Sabes lo que me haces sentir, ¿verdad? -susurró-.

Era el momento de aceptar lo que había de surgir entre ambos.

Hubo un brillo de triunfo en los ojos de él cuando irguió otra vez la cabeza.

Zac: Sé que te deseo. Y que tú también me deseas.

Ojalá fuese algo tan simple, se dijo Vanessa. Si no lo amase, podrían compartir sus cuerpos con total libertad, sin lamentaciones. Pero ella lo amaba, y algún día pagaría por lo que estaba sucediendo esa noche. Un ligero soplo de miedo estalló en su pecho cuando pensó en cuál podía ser el precio.

Ness: Abrázame -se refugió entre sus brazos-. Abrázame.

«Mientras dure la nevada», se dijo, «estaremos solos. No hay nadie más en el mundo, y el tiempo nos pertenece. No existe el mañana. No existe el ayer.»

Echó hacia atrás la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Con la yema del dedo, recorrió pausadamente las curvas y los ángulos de su semblante, hasta que cada centímetro quedó grabado en su memoria.

Ness: Ámame, Zac -dijo con los ojos muy abiertos-. Haz el amor conmigo.

No hubo tiempo para la gentileza, ni ninguno de los dos lo deseaba. La pasión impuso sus propias reglas. La boca de él se mostraba ávida, abrasando la de Vanessa, hasta que sus palabras se disolvieron en el aire.

Su ansiedad era increíblemente excitante. No obstante, Vanessa percibió que Zac mantenía el control, sin dejar de ser dueño de su destino. No hubo torpeza en sus dedos mientras la desnudaba. Sus manos le acariciaban la piel mientras las prendas de ropa eran retiradas una a una, provocando deseo allí donde tocaban.

Cuando Vanessa luchó por desabrocharle los botones de la camisa, él la ayudó. Había entre ellos fuego, necesidad, una espiral de placer.

Tocándolo, explorando la tirante piel de su pecho y de sus hombros, Vanessa experimentó una sensación nueva. Era una sensación de posesión. Por ahora, de momento, Zac era suyo, y ella le pertenecía por completo. Y ambos eran piel contra piel, sin barreras, desnudos, enredados y hambrientos.

La boca de él descendió febrilmente para saborear uno de los senos de Vanessa, y luego permaneció allí, paladeándolo, mientras con las manos le proporcionaba un placer tembloroso.

Su lengua era excitantemente ruda. Mientras Zac la acariciaba con la boca y la nariz, ella se situó debajo de él, impulsada por una necesidad que crecía en fuerza y apremio.

Su respiración se tornó en susurros mientras lo urgía a besarla de nuevo. Los labios de Zac emprendieron un lento viaje, deteniéndose en su cuello, desviándose hacia su oreja hasta que Vanessa casi se volvió loca con la necesidad de paladearlos. Ansiosamente, poseyó la boca de Zac con la suya, estremeciéndose con una pasión más abrumadora que cualquier otra sensación que hubiese experimentado anteriormente.

En la danza, era un solo ser. El placer y los sueños eran suyos y estaban sujetos a su control.

Ahora, estaba unida a otro ser, y el placer y los sueños eran algo compartido. La pérdida del control formaba parte del éxtasis.

Vanessa se sentía fuerte, más poderosa de lo que jamás creía haber podido sentirse. Su energía carecía de límites, extraída de la necesidad de poseer, de la necesidad de dar.

La pasión de ambos fluía con la dulzura de la miel; Vanessa se derritió entre los brazos de Zac.




Ness, eres una imprudente y aun así Zac te quiere. ¡No lo dejes escapar! XD

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1 comentarios:

Maria jose dijo...

Siiiiiii al fin lo hicieron
Estuvo muy bueno el capítulo
Ya quiero saber maaaasss
Síguela pronto


Saludos

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