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martes, 12 de abril de 2016

Capítulo 6


Como se había levantado tarde, Vanessa acabó sus ejercicios de barra y se cambió pasado el mediodía. Estaba decidida a dar un carácter informal a su visita de aquella tarde a la casa del acantilado, y se vistió en consonancia; con un chándal color marrón.

Colocándose la chaqueta del chándal en el brazo, Vanessa bajó las escaleras justo cuando Carol Seeley entraba.

La señora Seeley era tan distinta de su hijo como la noche del día. Era menuda y esbelta, con un lustroso cabello castaño y un aspecto sofisticado que no parecía envejecer nunca. Andrew había salido físicamente a su padre, a quien Vanessa solo había visto en fotografías, dado que Carol llevaba veinte años viuda.

Tras la muerte de su esposo, había pasado a ocuparse de la floristería familiar y la había llevado con estilo y con un gran sentido empresarial. Era una mujer cuya opinión Vanessa valoraba mucho y en cuya bondad había aprendido a apoyarse.

Carol: Parece que te has vestido para hacer footing -comentó después de cerrar la puerta tras de sí-. Creí que necesitarías descansar después de la cita de anoche.

Vanessa besó la mejilla levemente empolvada.

Ness: ¿Cómo sabes que tuve una cita? ¿Te llamó mi madre?

Carol se echó a reír, pasando la mano por el cabello de Vanessa.

Carol: Naturalmente, aunque yo podría habérselo dicho a ella. Hattie Murray -dijo señalando con la cabeza hacia la casa situada en la otra acera-. Vio cómo ese hombre pasaba a recogerte y me hizo llegar el primer informe.

Ness: Cuánto me alegro de haber sido el centro del intercambio de información del sábado por la noche -comentó cínicamente-.

Carol entró en la sala de estar y soltó el bolso y la chaqueta en el sofá.

Carol: ¿Te lo pasaste bien?

Ness: Sí, la verdad es que… sí -de repente, creyó necesario volver a atarse los cordones de las zapatillas de tenis. Carol la observó, aunque no dijo nada-. Fuimos a cenar a la costa.

Carol: ¿Qué clase de hombre es?

Vanessa alzó la cabeza, y luego empezó a atarse los cordones de la otra zapatilla.

Ness: Aún no estoy segura -murmuró-. Es interesante, desde luego. Algo autoritario y pagado de sí mismo, y excesivamente formal en ocasiones, pero… -recordó la actitud de Zac hacia Jessica-. Pero también puede ser paciente y muy sensible.

Al oír su tono, Carol suspiró. Aunque también ella sabía que Vanessa no era para Andrew aún había conservado ciertas esperanzas.

Carol: Parece que te gusta.

Ness: Sí -la palabra le salió con una cadencia pausada y reflexiva. Riéndose, Vanessa se enderezó-. Al menos, creo que sí. ¿Sabías que es Z. D. Efron, el arquitecto?

Al ver cómo se arqueaban las cejas de Carol, Vanessa comprendió que aquello era una noticia nueva para ella.

Carol: ¿De veras? Creí que pensaba casarse con una francesa, una piloto de carreras.

Ness: Parece ser que no.

Carol: Vaya, esto sí que es interesante -decidió-. Se colocó las manos en las caderas como hacía siempre que se sentía realmente impresionada. ¿Lo sabe tu madre?

Ness: No, ella… -miró por encima del hombro hacia las habitaciones de su madre-. No -repitió, volviéndose-. Me temo que anoche la disgusté. La verdad es que hoy todavía no hemos hablado.

Carol: Vanessa -le tocó la mejilla, percibiendo su angustia-. No debes dejar que ese tipo de cosas te afecten.

De repente, los ojos de Vanessa se tornaron grandes y vulnerables.

Ness: Parece que nunca soy capaz de hacer lo correcto. Estoy en deuda con ella por…

Carol: Ya basta -la agarró por los hombros y la zarandeó con firmeza-. Es ridículo que los hijos se pasen la vida tratando de pagar lo que les deben a sus padres. Lo único que le debes a Molly es cariño y respeto. Si vives tratando de complacer a otra persona, solo conseguirás que dos personas sean desdichadas. Bueno -acarició de nuevo el cabello de Vanessa y sonrió-, y ya está bien de consejos por hoy. Intentaré convencer a Molly para que salga conmigo a dar una vuelta.

Vanessa rodeó con los brazos el cuello de Carol y le dio un apretón casi desesperado.

Ness: Eres tan buena con nosotras…

Complacida, Carol le devolvió el abrazo.

Carol: ¿Quieres venir? -la invitó-. Podemos dar un paseo en coche y luego almorzar en algún sitio.

Ness: No, no puedo -se retiró-. Zac pasará a recogerme de un momento a otro para enseñarme su casa.

Carol: Ah, tu casa del acantilado -asintió en un gesto de complicidad-. Esta vez podrá pasearte por ella a plena luz del día.

Vanessa sonrió.

Ness: ¿Crees que perderá algo de su encanto?

Carol: Lo dudo -girándose, se alejó por el pasillo-. Diviértete. Y no te preocupes por volver a tiempo para preparar la cena. Tu madre y yo cenaremos fuera -antes de que Vanessa pudiera responder, sonó el timbre-. Ahí está tu joven caballero -anunció antes de desaparecer-.

Vanessa se giró hacia la puerta, hecha un manojo de nervios. Había intentado convencerse de que su reacción ante Zac la noche anterior, se había debido al ambiente de la velada. También habían contribuido su propia falta de compañía masculina y la consabida experiencia de Zac.

Había sido algo momentáneo, nada más.

Vanessa se dijo que, en lo sucesivo, debía tener presente quién era Zac Efron y la facilidad con que atraía a las mujeres. Y lo fácilmente que las dejaba.

Era necesario encarrilar su relación hacia una cuidadosa amistad desde el principio.

Había que pensar en Jessica. Vanessa sabía que, si deseaba conseguir lo que era conveniente para la chica, debía relacionarse en términos amistosos con su tío.

Como una relación de negocios, decidió, llevándose la mano al estómago para calmar sus agitados nervios. Una amistad cordial, sin ataduras, nada personal.

Sintiéndose más segura, Vanessa abrió la puerta.

Zac llevaba unos pantalones marrones con pinzas y un jersey color hueso con cuello redondo. Su poder físico golpeó a Vanessa casi instantáneamente.

Había conocido a uno o dos hombres anteriormente con aquel tremendo atractivo sexual.

Mike Anderson era uno de ellos, y el otro un coreógrafo con el que había trabajado en la compañía. Vanessa también recordaba que en la vida de aquellos hombres había habido muchas mujeres, nunca una solo mujer.

“Ten cuidado”, le advirtió su cerebro. “Ten mucho cuidado”.

Zac: Hola -sonrió con cordialidad, pero los ojos de Vanessa manifestaban recelo-.

Se colgó un pequeño bolso en el hombre mientras cerraba la puerta.

Como de costumbre le ofreció la mano.

Ness: ¿Cómo estás?

Zac: Bien -ejerciendo una leve presión sobre sus dedos, la detuvo antes de que bajase los escalones del porche-.

Se hallaban en el mismo lugar donde habían estado la noche anterior. Vanessa casi podía sentir los rastros de la energía que aún crepitaba en el aire.

Alzó los ojos hacia él y se encontró con una de sus largas e inquisitivas miradas.

Zac: ¿Cómo te encuentras tú?

Ness: Bien -logró responder, sintiéndose un poco estúpida-.

Zac: ¿De verdad? -la observaba cuidadosa, detenidamente-.

Ella notó un repentino ardor en la piel

Ness: Sí, sí, claro que estoy bien -la irritación sustituyó el recelo en sus ojos-. ¿Por qué no iba a estarlo?

Como si le hubiera satisfecho su respuesta, Zac se dio media vuelta. Caminaron juntos hasta el coche.

Era un hombre extraño, decidió Vanessa, más intrigada que nunca, a su pesar. Sonrió y meneó la cabeza. Un hombre realmente extraño.

Cuando se disponía a subirse en el coche, vio tres pequeños pájaros que perseguían a un cuervo en el cielo. Divertida, Vanessa siguió su trayectoria, escuchando sus provocadores trinos. El cuervo describió un arco hacia el este, y lo mismo hizo el trío de pájaros. Riéndose, Vanessa se giró, solo para encontrarse entre los brazos de Zac.

Por un momento, todo el mundo desapareció salvo su rostro.

Todo el ser de Vanessa parecía estar concentrado en él. Notó un súbito calor en los labios al detenerse en ellos los ojos de Zac. Su boca se entreabrió, invitadora, mientras sus pestañas caían.

Súbitamente, Vanessa recordó la promesa que se había hecho a sí misma.

Aclarándose la garganta, se retiró de él. Se instaló en el asiento del coche y luego esperó hasta que oyó cómo Zac cerraba la portezuela.

Exhalando una larga y trémula bocanada de aliento, observó cómo rodeaba el coche hasta el lado del conductor.

“Tendré que controlar la situación desde el principio y no bajar la guardia”, decidió mientras Zac se deslizaba en el asiento a su lado, y optó por emprender una conversación desenfadada.

Ness: ¿Tienes idea de cuántos ojos están puestos sobre nosotros en este momento?

Zac puso el coche en marcha, pero no arrancó.

Zac: No. ¿Muchos?

Ness: Docenas -aunque las portezuelas del coche estaban cerradas, Vanessa mantuvo un tono bajo, confidencial-. Detrás de cada cortina de la manzana. Como verás, no me afecta ser el centro de atención, aunque, claro, soy una profesional preparada y acostumbrada a pisar los escenarios -añadió con ojos traviesos-. Espero que no te ponga nervioso.

Zac: En absoluto.

Con un rápido movimiento, la atrapó contra el asiento, reclamando su boca con un beso apresurado y excitante. Aunque rápido, fue un beso completo, que no dejó una sola porción de sus labios sin explorar, ni una sola parte de su sistema inalterado. Cuando se retiró, Vanessa respiraba entrecortadamente y lo miraba con fijeza. Nadie había sentido jamás lo que ella sentía en aquel momento, estaba convencida de ello.

Zac: Odio ofrecer un espectáculo aburrido, ¿tú no? -sus palabras tenían un tono bajo e íntimo, y agitaron la sangre de Vanessa-.

Ness: Mmm -respondió sin comprometerse, mientras se retiraba cautelosamente de él-.

Aquella no era precisamente la forma de mantener el control.

La casa del acantilado estaba a unos cuatro kilómetros de la de Vanessa, pero se alzaba a gran altura sobre el pueblo, dominando las rocas y el agua del estrecho.

Estaba construida de granito.

Para la fascinada imaginación de Vanessa parecía labrada en el acantilado mismo, esculpida por la mano de un gigante.

Poseía una belleza cruda y feroz, un castillo suspendido en el mismo borde de la tierra.

Tenía numerosas chimeneas, puertas y ventanas, como requería el tamaño de la estructura.

Pero ahora, por primera vez en más de doce años, Vanessa vio que la casa estaba viva.

Las ventanas resplandecían, capturando el brillo del sol, reflejándolo o absorbiéndolo.

Todavía no había flores que animaran la seria fachada de la casa, pero el césped estaba pulcramente cuidado. Y, con gran placer, comprobó que de las chimeneas surgían y serpenteaban volutas de humo.

El camino de entrada era largo y abrupto; surgía de la carretera principal y describía una curva hasta desembocar en la parte frontal de la casa.

Ness: Es maravilloso, ¿verdad? -murmuró-. Me encanta el modo en que vuelve la espalda al mar, como si no le importara ningún poder salvo el suyo propio.

Zac detuvo el coche al final del camino y se volvió hacia Vanessa.

Zac: Ese es un pensamiento muy fantasioso.

Ness: Soy una persona muy fantasiosa.

Zac: Sí, lo sé -observó; inclinándose sobre ella, abrió la portezuela. Permaneció así, cerca de Vanessa, un momento, de modo que el menor movimiento haría que sus bocas se juntasen-. Es extraño, pero en ti resulta atractivo. Siempre he preferido a las mujeres pragmáticas.

Ness: ¿En serio? -algo parecía sucederle a Vanessa cuando él estaba cerca. Era como si numerosas hebras, finas pero imposiblemente fuertes, la envolvieran hasta dejarla desvalida-. Nunca se me ha dado bien lo práctico. Se me da mejor soñar.

Él enrolló en sus dedos el extremo de un mechón de su cabello.

Zac: ¿Qué clase de sueños tienes?

Ness: Tontos en su mayoría, supongo. Son los mejores. -abrió rápidamente la portezuela y salió-.

Luego, cerrando los ojos, esperó a que su sistema nervioso retomara a la normalidad. Al oír que Zac cerraba su portezuela, volvió a abrir los ojos y estudió la casa. Una amistad cordial, nada más, recordó respirando hondo.

Ness: ¿Sabes? -empezó a decir-. La última vez que estuve aquí tenía dieciséis años y era medianoche -sonrió, recordando, mientras recorrían el angosto sendero hacia el porche-. Arrastré conmigo al pobre Andrew y nos colamos por una de las ventanas laterales.

Zac: Andrew -se detuvo delante de la puerta principal-. Es el levantador de pesas al que besaste delante de tu estudio.

Vanessa enarcó una ceja, reconociendo su descripción de Andrew. No dijo nada.

Zac: ¿Un amigo tuyo? -inquirió en tono casual mientras hacía tintinear las llaves en la palma de su mano y observaba a Vanessa-.

Vanessa sostuvo su mirada.

Ness: Sí, es un amigo.

Zac: Como amiga eres muy afectuosa.

Ness: Cierto, lo soy. Siempre he considerado que ambos términos son sinónimos

Zac: Una teoría interesante -murmuró mientras abría la puerta-. Esta vez no tendrás que colarte por una ventana -le hizo un gesto para que entrara-.

Era tan impresionante como Vanessa lo recordaba. Los techos del vestíbulo de entrada se alzaban a unos seis metros de altura y estaban decorados con vigas vistas de madera. Una amplia escalera se curvaba hacia la derecha y luego se dividía en dos para ascender por los lados opuestos de un balcón en voladizo. El pasamanos aparecía bruñido como un espejo, y los peldaños no estaban alfombrados.

El polvoriento papel pintado que Vanessa recordaba había sido retirado y reemplazado por un tapiz de rico color crema. Una larga y estrecha alfombra persa cubría el suelo de madera de roble. El sol se reflejaba con suavidad en los prismas de una lámpara de araña. Sin hablar, Vanessa caminó por el vestíbulo hasta la primera puerta.

La sala había sido reformada por completo. En una de las paredes había un estampado de flores, complementado por los tonos lacados, color perla, que cubrían las demás.

Vanessa se paseó lentamente por la habitación. Se detuvo junto a una pequeña mesa del siglo XVIII y acarició su superficie con la yema del dedo.

Ness: Es magnífico -se fijó en el brocado del sofá-. Sabías exactamente lo que este lugar necesitaba. Yo casi había imaginado esta habitación con una pastora de Dresde sobre la chimenea… ¡y ahí está! -se acercó para estudiarla, conmovida por su delicadeza-. Y alfombras francesas en el suelo… -se giró con una sonrisa que evidenciaba el placer que le producía la habitación. La suya era una belleza frágil e intemporal que hacía juego con las antigüedades, las sedas y los brocados que la rodeaban. Zac dio un paso hacia ella. Le llegó el aroma de su perfume-. ¿Jessica está en casa?

Zac: No, ahora mismo no -los sorprendió a ambos pasando la yema del dedo por la mejilla de Vanessa-. Está en casa de Brittany. Es la primera vez que te veo con el cabello suelto -murmuró, desplazando el dedo desde su piel a su pelo-. Te favorece.

Vanessa notó cómo el deseo empezaba a formarse en su interior, y dio un paso atrás.

Ness: Lo llevaba suelto la primera vez que nos vimos -sonrió, ordenándose a sí misma no hablar como una tonta-. Estaba lloviendo, según recuerdo.

Zac le devolvió la sonrisa, primero con los ojos, luego con los labios.

Zac: Así es -salvó de nuevo la distancia que los separaba y a continuación le acarició el cuello con un dedo. Vanessa se estremeció involuntariamente-. Eres asombrosamente sensible -dijo quedamente-. ¿Te ocurre siempre?

Ella notó que el calor fluía por su interior, palpitando allí donde la piel de Zac rozaba la suya. Sacudiendo la cabeza, se dio media vuelta.

Ness: No es una pregunta justa.

Zac: Yo no soy un hombre justo.

Ness: No -convino, girándose de nuevo hacia él-. No creo que lo seas, al menos en tus relaciones con las mujeres. He venido para ver la casa, Zac -le recordó con firmeza-. ¿Quieres enséñamela?

Él avanzó otra vez hacia ella, pero su avance se vio interrumpido.

Un hombre menudo y elegante, con una barba negra salpicada de canas, apareció en la puerta. La barba, espesa y pulcramente cuidada, le crecía desde las orejas y cubría todo su mentón. Era asombrosa dado que era el único pelo que tenía en la cabeza. Llevaba puesto un traje negro de tres piezas, una camisa blanca y una corbata negra. Su postura era perfecta, de una corrección militar, sus manos relajadamente colocadas a ambos lados del cuerpo. Vanessa tuvo una impresión inmediata de eficiencia.

**: Señor.

Zac se giró hacia el hombre, y la tensión pareció desaparecer de la habitación. Los músculos de Vanessa se relajaron.

Zac: Prescott -asintió mientras tomaba a Vanessa del brazo-. Vanessa, te presento a Prescott. Prescott, la señorita Hudgens.

Prescott: ¿Cómo está, señorita? -hizo una ligera reverencia a la europea-.

Su acento era británico. Vanessa se sintió fascinada.

Ness: Hola, señor Prescott -lo saludó con una sonrisa tan espontáneamente abierta y amistosa como su gesto de ofrecerle la mano-.

Prescott dudó, mirando brevemente de reojo a Zac, antes de aceptarla. Su contacto fue leve, apenas un suave roce con los dedos.

Precott: Tuvo una llamada, señor -dijo centrando su atención en su jefe-. Era el señor Johnson, de Nueva York. Dijo que era muy importante.

Zac: Muy bien, telefonéale. Lo atenderé enseguida -se giró hacia Vanessa  mientras Prescott salía de la habitación-. Lo siento, seguramente no tardaré mucho. ¿Te apetece tomar una copa mientras esperas?

Ness: No -miró hacia el lugar donde Prescott había estado. Era más fácil, se dijo, tratar con Zac cuado adoptaba aquella actitud formal. Sonriendo, se acercó a la ventana-. Adelante, te estaré esperando aquí.

Él se marchó con un murmullo se asentimiento.

Hicieron falta apenas diez minutos para que la curiosidad de Vanessa se impusiera a su sentido de la corrección. Aquella era la casa que había explorado en mitad de la noche cuando por todas partes había polvo y telarañas. Le fue imposible resistirse a explorarla ahora, cuando el sol relucía sobre el suelo encerado. Inició su exploración, con intenciones de limitar el paseo al vestíbulo principal.

Había allí cuadros que admirar y un tapiz que la dejó sin aliento. Sobre una mesa había dispuesto un juego de porcelana china, tan frágil que Vanessa temió que se hiciera añicos bajo el peso de su mirada. Demasiado fascinada, por los tesoros que estaba descubriendo, como para recordar su determinación de limitarse al vestíbulo, abrió la puerta situada en el extremo y se encontró en la cocina.

Era una extraña e irresistible mezcla de escrupulosa eficiencia y encanto tradicional.

Los electrodomésticos estaban empotrados en las paredes, y el cromo del acero inoxidable brillaba por todas partes. Las encimeras eran de madera lacada. El lavavajillas zumbaba mecánicamente mientras un tranquilo fuego ardía en un hogar situado a la altura de la cintura. El sol entraba por la ventana, iluminando las paredes recubiertas de vinilo y los suelos de madera. Vanessa emitió un suspiro de pura satisfacción.

Prescott interrumpió su actividad sobre una gran mesa de madera maciza. Se había quitado el delantal blanco con peto. Su semblante se vio recorrido por una expresión de asombro, antes de recuperar sus líneas plácidas habituales.

Prescott: ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

Ness: ¡Qué cocina tan magnífica! -exclamó dejando que la puerta se cerrara tras ella. Dio una vuelta completa, sonriendo ante las teteras y las sartenes de brillante cobre que había colgadas sobre la cabeza de Prescott-. Zac ha sido muy inteligente al fundir dos mundos en uno de una manera tan perfecta.

Precott: Sin duda, señorita -convino resueltamente-. ¿Se ha perdido? -inquirió limpiándose meticulosamente las manos en un paño-.

Ness: No, solo estoy dando una vuelta -continuó inspeccionado la cocina mientras Prescott la observaba con toda corrección-. Las cocinas son lugares fascinantes, en mi opinión. El corazón de la casa, de hecho. Siempre he lamentado no haber aprendido a cocinar bien.

Recordó los yogures y las ensaladas de sus tiempos de bailarina profesional, las comilonas ocasionales en algún restaurante francés o italiano, el frigorífico de su apartamento, que raras veces utilizaba. Durante aquellos días frenéticos había descuidado a menudo la cuestión de la comida. Cocinar había sido totalmente imposible.

Ness: Todo lo que sea más complejo que una ensalada de atún me supera -se giró hacia Prescott, aún sonriendo-. Seguro que es usted un espléndido cocinero.

Vanessa se detuvo justo al lado de la ventana.

El sol de la tarde iluminaba intensamente sus facciones, acentuando la tez delicada y los finos pómulos.

Precott: Hago lo que puedo, señorita. ¿Quiere que le sirva una taza de café en la sala?

Vanessa reprimió un suspiro.

Ness: No, gracias, señor Prescott. Volveré para ver si Zac ya ha acabado.

Mientras hablaba, la puerta se abrió y entró Zac.

Zac: Lamento haber tardado tanto -la puerta se cerró tras él sin hacer ningún ruido-.

Ness: Me colé en tu cocina sin darme cuenta -tras dirigir una rápida mirada de disculpa a Zac, Vanessa se acercó a Prescott-. Las cosas han cambiado un poco desde la última vez que estuve aquí.

Un silencioso mensaje masculino fue intercambiado entre Prescott y Zac antes de que este la tomara del brazo y la condujera hacia la puerta.

Zac: ¿Y apruebas los cambios?

Ella se retiró el cabello del hombro mientras alzaba los ojos para mirarlo.

Ness: Debería reservarme mi opinión hasta ver el resto, pero ya me siento cautivada. Y siento haber irrumpido en tu cocina de ese modo -siguió diciendo-. Me dejé llevar.

Zac: Prescott tiene cierta política con respecto a las mujeres en la cocina -explicó-.

Ness: Sí -convino cínicamente-. Creo que sé qué política es esa. “No se admiten mujeres”.

Zac: Muy perspicaz.

Recorrieron las estancias de la planta baja; la biblioteca, donde se habían restaurado y pulido los paneles originales; una sala de estar, de la que se había retirado el papel pintado y que aún no estaba terminada; y las habitaciones de Prescott, de una pulcritud espartana.

Zac: El resto del primer piso debería estar terminado para el invierno -comentó mientras subían las escaleras-.

Vanessa dejó que sus dedos se deslizaran por el pasamanos.

¿Cómo podía tener un tacto tan suave?, se preguntó.

Zac: La casa está muy bien construida -prosiguió-, y solo hay pequeñas reparaciones y reformas que hacer.

El pasamanos, pensó Vanessa, debía de haber conocido el contacto de innumerables palmas y, de vez en cuado, de algún trasero. Sonrió burlona, pensando en lo divertido que sería deslizarse por él desde la tercera planta.

Zac: Amas esta casa -dijo deteniéndose en el rellano y atrapando a Vanessa entre su cuerpo y el pasamanos. Estaban muy cerca el uno del otro, y ella ladeó la cabeza para mirarlo a los ojos-. ¿Por qué?

Era obvio que deseaba una respuesta específica más que general. Vanessa se lo pensó un momento antes de contestar.

Ness: Creo que es porque siempre me ha parecido poderosa, eterna. Tiene algo de cuento de hadas. Sigue en pie generación tras generación, época tras época -girándose, Vanessa avanzó a lo largo de la baranda que dominaba el primer piso-. ¿Crees que Jessica se adaptará a vivir aquí? ¿Que aceptará establecerse en un único lugar?

Zac: ¿Por qué lo preguntas?

Encogiéndose de hombros, Vanessa se giró y recorrió el pasillo junto a Zac.

Ness: Me interesa Jessica.

Zac: Profesionalmente.

Ness: Y como persona -respondió, alzando la vista al percibir su tono-. ¿Tienes algo en contra de que se dedique a la danza?

Él se detuvo delante de una puerta para obsequiarla con una de sus largas miradas.

Zac: No estoy seguro de que tu definición de la danza y la mía sean la misma.

Ness: Puede que no -reconoció-. Pero quizá la definición de Jessica sea la que más importa.

Zac: Es muy joven, y… -añadió antes de que Vanessa pudiese responder-, está bajo mi responsabilidad -abrió la puerta y la invitó a entrar-.

La habitación era inequívocamente femenina. En las ventanas había cortinas de color azul pálido, a juego con el cubrecama. El cuarto disponía de una chimenea de ladrillo blanco con mampara de bronce. Sobre una mesita había un tiesto del que brotaba una mata de hiedra inglesa. En las paredes se alineaban varias fotografías enmarcadas de estrellas de la danza. Vanessa vio el póster del que Zac le había hablado. Ella como Julieta y Anderson como Romeo.

Los recuerdos la asaltaron.

Ness: Está claro a quién pertenece esta habitación -murmuró, fijándose en los lazos de satén rosa que había sobre la cómoda-.

Alzó la mirada para estudiar los rasgos perfectos de Zac. Comprendió que era un hombre acostumbrado a verlo todo exclusivamente desde una perspectiva masculina. Podía haber internado fácilmente a Jessica en un colegio y limitarse a enviarle sustanciosos cheques.

¿Había sido difícil para él hacer sitio a una chica, y a las necesidades particulares de una chica, en su vida?

Ness: ¿Eres un hombre generoso en todos los aspectos, Zac -preguntó con curiosidad-, o solo en algunos?

Vio que sus cejas se arqueaban.

Zac: Tienes la costumbre de hacer preguntas inusuales -tomándola del brazo, la acompañó a la siguiente habitación-.

Ness: Y tú tienes habilidad para evadirlas.

Zac: Esta es la habitación que debería interesar a tu fantasma -cambió de tema con sutileza-.

Vanessa esperó a que abriese la puerta, y a continuación entró.

Ness: ¡Oh, sí! -caminó hasta el centro de la habitación y dio una rápida vuelta. Su cabello la siguió, describiendo un lento círculo-. Es perfecta.

Los asientos junto a las ventanas estaban tapizados de terciopelo color burdeos, tonalidad que se repetía en el dibujo de una enorme alfombra oriental.

Los muebles eran antiguos, muy victorianos, relucientes gracias a las atenciones de Prescott. Ningún otro estilo habría favorecido tanto a la alta y amplia habitación.

Había un arcón al pie de la cama de cuatro postes, y candelabros de peltre en cada mesilla de noche.

La chimenea era inmensa, de piedra, e hizo que la mente de Vanessa se llenase de imágenes de rugientes llamas. En el transcurso de una noche larga y fría, el fuego rugiría, luego crepitaría, para luego extinguirse conforme las horas pasaban.

Visualizó una vívida imagen de sí misma acurrucada en la cama, con el cuerpo de Zac calentando el suyo. Algo confusa por la claridad de la visión, empezó a pasearse por la habitación.

Demasiado pronto, se dijo. Demasiado rápido. Debía recordar quién era aquel hombre.

En silencio, sopesó aquellas emociones inesperadas e indeseadas. Se detuvo delante de la puertaventana, abriéndola para salir.

La recibió una ráfaga de viento.

Oyó el fragoroso ruido del agua al batirse contra las rocas, percibió el olor salado del refrescante aire. Vanessa observó las nubes que se atropellaban en el cielo, perseguidas por el salvaje viento. Avanzó hasta la barandilla y miró hacia abajo. El precipicio era vertical y mortífero. Las feroces olas azotaban las dentadas rocas, retirándose únicamente para reunir fuerzas y efectuar una nueva embestida.

Absorta en la excitación de la escena, Vanessa no era consciente de que Zac se había situado tras ella. Cuando la giró hacia él, su reacción fue tan inevitable y desenfrenada como las nubes que discurrían en lo alto, como el oleaje que se debatía abajo.

Alzó los brazos para rodear su cuello mientras Zac la apretaba contra sí. Se unieron. Su boca se fundió con la de él. Sin dudar, Vanessa respondió a la intimidad del beso, explorando con su propia lengua hasta que el sabor de Zac se mezcló con el suyo propio. Cuando Zac la acarició, ella tembló, no de miedo o resistencia, sino de puro placer.

La mano de él se deslizó bajo su camisa, descendiendo brevemente por la línea de su tórax. Le cubrió un seno con la palma; era pequeño y su mano muy grande. Lentamente, mientras intensificaba el beso, recorrió la curva del seno con el dedo.

Tal como había deseado hacer, Vanessa enredó los dedos en su cabello. Notaba una necesidad imposible de resistir. La recorrió por dentro rápidamente, como un río que cambiara su curso. La corriente era irresistible y la arrastraba hacia aguas más turbulentas. Los dedos de él desprendían calor mientras vagaban por su piel, provocando oleadas de placer.

Cuando Zac retiró sus labios de los de ella para devorar la curva de su cuello, Vanessa sintió que su cuerpo era invadido por un súbito calor.

El frescor del viento azotaba su rostro, incrementando la excitación.

Los dientes de Zac le provocaron pequeñas oleadas de dolor que se mezclaban con el placer. El murmullo del oleaje reverberaba en su cerebro, pero por encima de él oyó que Zac murmuraba su nombre. Cuando volvió a reclamar su boca, Vanessa le dio la bienvenida ansiosamente. Jamás había sentido un deseo tan vertiginoso, tan abrumador.

Zac retiró sus labios, colocándole las manos en los hombros para mantenerla cerca de sí. Su mirada se entrelazó con la de ella.

En sus ojos, Vanessa vio ansiedad y pasión. Un nuevo temblor de excitación recorrió su espina dorsal. Se habría fundido de nuevo entre sus brazos si él no la mantuviera levemente apartada.

Zac: Te deseo -el viento revolvía su cabello alrededor de su rostro-.

Vanessa podía oír cómo sus latidos se incrementaban, rugiendo en su cerebro como el oleaje del acantilado. Estaba jugando con el peligro y lo sabía, aunque hasta el último momento no fue consciente de hasta qué punto.

Ness: No -meneó la cabeza a pesar de que el rubor del deseo teñía sus mejillas-. No.

El suelo parecía inestable bajo sus pies. Se apartó para agarrarse a la baranda e inhalar profundamente el frío aire del mar. Dejó su garganta seca y áspera.

Bruscamente, Zac la agarró por el brazo y le dio la vuelta.

Zac: ¿Qué demonios quieres decir? -su tono era mortalmente bajo-.

Vanessa negó nuevamente con la cabeza. El viento le introdujo el cabello en los ojos, y ella se lo retiró, deseando ver a Zac con claridad. Había algo en su postura tan indomable y feroz como el oleaje.

Allí estaba el volcán. La atraía hacia sí, la tentaba.

Ness: Pues eso. Lo que acaba de pasar ha sido inevitable, pero no irá más allá.

Zac se acercó más a ella. Su fuerte mano le aferró la nuca. Vanessa podía sentir el peso y la textura de cada dedo.

Zac: Ni tú misma crees eso.

Su boca descendió rápidamente sobre la de ella; pero, en vez de usar la fuerza, se valió de la persuasión. Deslizó la lengua entre sus labios hasta que estos se entreabrieron con un suspiro.

Luego los saqueó implacablemente, aunque con suavidad.

Vanessa se aferró a sus brazos para conservar el equilibrio. Le faltaba la respiración tal como le habría faltado de despeñarse por el balcón y precipitarse por el vacio hacia las rocas de abajo.

Zac: Quiero hacer el amor contigo.

El movimiento de los labios de Zac contra los suyos provocaba en Vanessa una dolorosa punzada de deseo. No obstante, forcejeó para retirarse de él.

Por un momento permaneció en silencio, recuperando el aliento y observándolo.

Ness: Tienes que entenderlo -empezó a decir, e hizo una pausa para calmar su voz-. Tienes que entender la clase de persona que soy. No soy capaz de tener aventuras pasajeras o de una noche -de nuevo se retiró el cabello de los ojos-. Necesito algo más que eso. No poseo tu sofisticación, Zac… No puedo, ni quiero, competir con las mujeres que has tenido en tu vida.

Se giró para alejarse, pero él la agarró por el brazo y la obligó a mirarlo.

Zac: ¿De veras crees que podremos olvidar lo que ha ocurrido?

Ness: Sí -la palabra brotó bruscamente, mientras las dudas se agolpaban en su mente-.

Zac: Quiero verte esta noche.

Ness: No, de ninguna manera.

Vanessa se alejó al ver que él se acercaba más.

Zac: Vanessa, no pienso desaprovechar esta oportunidad.

Ella negó con la cabeza.

Ness: Lo único que nos une es Jessica. Todo sería más simple si tuviéramos eso presente.

Zac: ¿Más simple? -tomó un mechón de su cabello. Una media sonrisa afloró a sus labios-. No creo que seas de esas mujeres a las que satisface la simplicidad.

Ness: Tú no me conoces.

Él sonrió ampliamente en ese momento y, tras soltar su cabello, la tomó del brazo para acompañarla de nuevo al interior de la casa.

Zac: Quizá no, Vanessa -asintió en tono afable-. Pero te conoceré.

La férrea determinación contenida en sus palabras no le pasó inadvertida a Vanessa.




Me encanta cuando la chica se hace la estrecha, porque no les dura ni medio capítulo XD

¡Muchas gracias por las felicitaciones! ^_^

¡Comentad que os parecido el capi!

¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Ame el capitulo!!!!
Zac quiere mucho con ella
Vanessa se hace a la difícil solo espero
Que no sea por mucho tiempo
Esta novela cada capítulo que pasa
Me encanta más y más
Síguela pronto por favor!!!

Saludos
Besos

Lu dijo...

Me encanto el capitulo
Y es obvio que Zac quiere estar con ella y Ness tiene un poco de miedo.
Amo esta novela!!



Sube pronto

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