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jueves, 20 de febrero de 2014

Capítulo 1


Vanessa Hudgens entró en el ascensor, apoyó la espalda contra la pared y cerró los ojos esperando llegar al decimosegundo piso de la Casa de Cristal, el famoso edificio construido por su abuelo, Greg Hudgens, a principios de siglo. El edificio conservaba solo dos de sus tres ascensores originales. El tercero estaba ahora en el Museo de Arte Moderno, donado por la abuela de Vanessa, y en su lugar había un silencioso “Otis” gris pálido. Vanessa nunca subía en él, aunque tuviera prisa y estuvieran estropeados los otros dos. Ella subiría o bajaría doce pisos antes de ceder ante un moderno ascensor que había invadido su edificio, su herencia, la única cosa en este mundo que le importaba. La Casa de Cristal era la única cosa que no había cambiado; prueba sólida de que Vanessa Hudgens había sido amada, aunque solo fuera por su abuela. Era la prueba de que ella valía algo.

Aquel día el viejo ascensor funcionaba bien y condujo a Vanessa lejos del agobiante calor del pavimento, lejos del ruido y del bullicio de la elegante calle 66 Este de Nueva York. Cuando sintió que la paz familiar la envolvía, una sonrisa se dibujó en su brillante boca pintada. No era la peligrosa sonrisa que su ayudante, Ashley Tisdale, y la mitad de la gente que trabajaba con ella temían. Era la sonrisa de una mujer que lograba todo el placer que podía en un mundo que había cambiado totalmente.

Las puertas se abrieron a la sala de recepción de Rostros de Cristal, la pequeña agencia de modelos dirigida por Vanessa. A través de las gruesas puertas de cristal pudo ver a Ashley conversando con Amelia Carter. La corriente figura de Ashley era un gran contraste en comparación con la esbelta de Amelia. Amelia gesticulaba con sus delgadas manos mientras Ashley simplemente movía la cabeza y parecía calmada.

Ashley era buena para eso, pensó Vanessa. Buena para calmar a viejas modelos sobreexcitadas, buena para tranquilizar a ejecutivos de publicidad que no sabían qué diablos querían, buena para convencer a Vanessa de que las cosas no eran tan malas como parecían ser.

Ashley necesitaría estar en su mejor forma, pensó Vanessa. Las cosas estaban ciertamente difíciles.

No entraría en la oficina como un perro apaleado. No necesitaba comprobar su pelo, había pagado una fortuna a Gary para estar segura de que su pelo negro había sido cortado con una precisión militar y que por mucho que moviera la cabeza, siempre volvería a su posición correcta. Si cedía a las presiones, no tendría que preocuparse nunca más de cómo iba a pagar sus cortes de pelo y caprichos, como la minifalda de cuero rojo que se había hecho traer de Kamali.

Pero no iba a hacer eso. No iba a dejarse vencer. Y por supuesto no iba a dejar que Amelia Carter notara su cansancio. Amelia estaba llegando al fin de la carrera de modelo. A los treinta años, las arrugas empezaban a dejarse ver, la desesperación ensombrecía los famosos ojos violeta y la sensual boca que había vendido más lápices de labios que cualquier otra boca del hemisferio occidental, estaba empezando a tensarse por el pánico.

Aunque los cálidos ojos marrones de Ashley mostraron alivio cuando Vanessa traspasó la puerta, su rostro era, como de costumbre, impasible. Vanessa abrazó a Amelia. Como solía ocurrir, fue incapaz de evitar la sensación de que era una jovencita abrazando a su madre. Era un infierno medir uno sesenta en un mundo de modelos de uno ochenta de altura.

Ness: ¿Qué tal, Amelia? -saludó a la modelo, con voz vibrante de un entusiasmo que apenas ella misma podía creer-. Esperaba que aún estuvieras aquí. Siento llegar tarde. ¿Cómo van las clases de interpretación?

Si Ashley podía calmar a Amelia, Vanessa podía embelesarla.

Amelia: Bastante bien. Gene Frankel dice que tengo una calidad fuera de lo común.

Ness: Cualquiera puede verlo, querida. ¿Qué hay de la prueba con Spielberg? ¿Alguna noticia?

Amelia: Todo el mundo en Nueva York va a intentarlo en esa prueba. Por eso estoy aquí. Tú conoces a todo el mundo. ¿Puedes mover tus contactos?

Ness: He llamado a todos los conocidos.

Amelia: ¿A todos?

Ness: Esto no quiere decir que no pueda llamarlos otra vez. Vete a casa, o mejor de compras, y no le des vueltas a la cabeza. Sabes que todo es cuestión de tiempo. Ya has tenido que esperar otras veces.

Amelia: Pero antes no me estaba haciendo vieja.

Ness: Amelia, yo soy dos años mayor que tú.

Amelia: Pero en tu caso no tiene importancia -gimió-.

Ness: Supongo que no, pero cuanto más te lamentes, más se notará en tu cara -sentenció-.

La expresión desesperada de Amelia desapareció de su rostro. Solo sus famosos ojos mostraban algo del terror que aún la atenazaba.

Amelia: ¡Llama a alguien, Vanessa! Por amor de Dios, haz algo.

Ness: Haré todo lo que pueda, querida. Todo lo que pueda.

Ashley: Necesitas un café.

Ness: Necesito una copa.

Ashley: Ni siquiera es mediodía.

Ness: Parece como si fuera medianoche. La hora de las brujas.

Ashley: ¿Qué quieres decir? -dijo mientras servía una taza de café para Vanessa y otra para ella-.

Ashley hacía el peor café del mundo.

Ness: Mi familia -dijo al fin-.

Ashley: Eso no es nuevo. ¿Qué han hecho ahora?

Ness: No han hecho nada esta vez. Alguien les ha hecho algo.

Ashley: ¿Alguien? -preguntó intrigada-.

Ness: Zachary Efron.

Ashley: ¿«El Torbellino»? ¡Dios mío! -exclamó-.

Ness: Ese hombre no ha fallado en ninguno de sus objetivos en los últimos quince años. Y su nuevo objetivo es la Casa de Cristal.

Ashley: ¡Cielos! ¿Por qué? -exclamó-. No es del dominio público, pero tú y yo sabemos que, a pesar de ser magnífica, está al borde de la ruina. Costaría una fortuna renovarla, repararla, una fortuna que ni siquiera tú tienes. ¿Por qué Efron querría meterse en algo así?

Ness: ¿Por qué? ¿Preguntas por qué? Ésta es una zona privilegiada de la ciudad, Ashley -aclaró-.

Ashley: Supongo que sí. Y él tiene suficiente dinero para renovar media docena de Casas de Cristal.

Ness: ¿Estás sugiriendo que se la venda? -preguntó irritada-.

Ashley era la única persona capaz de lidiar con su temperamento.

Ashley: En absoluto. No renunciarías a la Casa de Cristal ni aunque estuvieras arruinada -admitió-. Solo pienso que es curioso que él quiera arreglar este lugar. No he oído nunca que esté interesado en edificios históricos.

Ness: No lo está -dijo sentándose en el sofá de cuero italiano-. Ha comprado todos los solares de nuestro alrededor. Quiere demoler esto y construir aquí su horrible centro comercial, algo parecido a la Torre Trump. ¡Y maldita sea si le dejo hacerlo!

Ashley: No veo por qué te preocupas tanto. Otras personas han querido comprarte la Casa de Cristal durante los últimos años y tú siempre te has negado.

Ness: Otras personas no han tenido a mi madre a su lado. Otras personas no eran conocidas como «El Torbellino». Él destruye todo lo que se interpone en su camino.

Ashley: Sí. Pero aún no se ha tropezado contigo. Yo te respaldaría contra una docena de torbellinos, incluida tu madre.

Vanessa yacía boca abajo en el sofá pensando en el último informe de los arquitectos, pensando en la cara tenebrosa y larga de su asesor financiero, pensando en un millón de cosas que no estaba preparada para afrontar.

Ness: Solo espero que tengas razón.


Zachary Efron, Zacky para sus mujeres, «El Torbellino», para sus competidores, Zac para unos pocos, miraba hacia el horizonte de Nueva York en dirección a la Casa de Cristal. No podía verla, por supuesto; sus doce pisos estaban ocultos por los rascacielos de alrededor. Pero él sabía que estaba allí.

Zac suspiró, dejando caer su pluma sobre la mesa y recostándose en el sillón de cuero de diseño exclusivo. Todo ese asunto había ido demasiado lejos y por primera vez en su vida estaba siendo contrariado por una mujer testaruda. Cada vez que pensaba en Vanessa Hudgens le entraban ganas de matar.

Él no estaba acostumbrado a pensar en las mujeres como enemigas. Llevaba en los negocios suficiente tiempo como para saber que no debía subestimar a nadie, pero Vanessa había hecho lo que nadie había sido capaz de hacer en una docena de años, parar al «Torbellino».

Consideró llamar a su secretaria y dictarle una carta para la señorita Hudgens, pero lo pensó mejor. Su inteligente y ambiciosa secretaria había cometido el gran error de enamorarse de él, y él no quería mirarla a los ojos más de lo necesario. Las ambiciosas eran siempre las peores, pensó. Antes o después se volvían más fastidiosas que la debutante más descerebrada, que la modelo más insípida. Por qué las mujeres no podían mantener la cabeza fría mientras tenían un asunto amoroso era un misterio para él. Él nunca había perdido el control de sus emociones, de su ambición, y mucho menos de su inteligencia.

Las mujeres que elegía sabían exactamente qué esperar de él; lealtad y monogamia mientras durase la relación. Generosidad durante la misma y también en el inevitable final. Una sexualidad voraz combinada con la experiencia de un hombre que sobrepasa los treinta. Y ningún tipo de compromiso emocional. Sin corazones rotos, sin promesas rotas, sin vidas rotas.

Ocasionalmente se preguntaba si sería capaz de enamorarse otra vez. Había estado enamorado cuando tenía veinte años, un amor juvenil tan intenso, que pensó que moriría por él. Fue el amor el que murió, no Zac. Ella se casó con otro mucho más rico que él, y ahora no podía recordar casi cómo era.

Se enamoró otra vez a los treinta, o al menos había supuesto que aquello había sido amor. ¿Por qué si no se había casado con Amy, con su cuerpo perfecto, su cara magnífica, su sonrisa perversa y su personalidad maravillosamente imaginativa? El hecho de que la llamaran «el rostro de los ochenta», no había sido fundamental, aunque a él le había gustado la sensación de poseer a la mujer más hermosa del mundo. Pero cuando ella se fue, cuando finalmente se aburrió de él tanto como él de ella, no sintió nada más que un tenue remordimiento y un considerable alivio.

Debería haber aprendido la lección. Sabía perfectamente que esa clase de amor doloroso y arrebatado era cosa de adolescentes. También sabía que quería tener hijos. Cuando más se pasaba de los treinta sentía la necesidad de ellos de una forma que nunca había imaginado. Por primera vez pudo comprender la insistencia de su padre sobre la importancia de la familia por encima de todas las cosas. Él siempre lo había desechado como algo pasado de moda que no pertenecía al país al que David Efron había emigrado. Ahora sabía que su padre siempre tuvo razón.

Se preguntaba si los hombres podían sentir su reloj biológico llegar al final, como lo hacen las mujeres. Por supuesto, los hombres pueden tener hijos a los setenta o más. Sin embargo, la necesidad de sentir la paternidad se hacía cada vez más irresistible. Lo que necesitaba, pensó, era «la cara de los noventa». Un adorno para decorar su vida y darle hijos, y que no se interpusiese en su carrera hacia la inmortalidad. Él ya había ganado y perdido varias fortunas, y no tenía duda de que ganaría y perdería algunas más. Estaba entre los cincuenta hombres más ricos de América. Para cuando cumpliera los cuarenta planeaba estar entre los diez primeros.

Pero lo primero era lo primero. El Efron Plaza era el siguiente objetivo en su agenda. Tenía la maqueta del arquitecto en su despacho, una estructura de acero y cristal que reemplazaría la mitad de la manzana. La mitad de la calle 66 Este, pensó. Tan pronto como pudiera arrebatarle ese anacronismo arquitectónico a su terca propietaria y empezar su derribo, podría comenzar a pensar en el futuro. Pero ahora debía gastar unos minutos de su ocupadísimo tiempo para vencer a una mujer cabezota que había ignorado sus ofertas durante dos años, aunque ignoraba si ella sabía que las ofertas venían de él.

Era suficiente. Todo estaba listo para empezar, de no ser por el obstáculo de la Casa de Cristal. Una vez que hubiera terminado con ese pequeño detalle, el Efron Plaza podría comenzar a ser una realidad. Ya había esperado bastante.

Apretó un botón de su moderno teléfono.

La cálida voz de Frank contestó.

Zac: Haz una última oferta a Vanessa. Házsela muy generosa. Quiero acabar con esto cuanto antes.

Frank: Y cuando la rechace ¿qué?

Zac: ¿Tan seguro estás? -inquirió-.

Frank: Tú no has hablado con ella, Zac.

Zac: Cuando diga que no, empezad la voladura del solar Rinkman.

Frank: ¿Para qué? No podemos construir nada hasta que esté demolido el resto -le recordó-.

Zac: Tú solo ordena que empiecen. Tan cerca de la Casa de Cristal como podáis. Dile al contratista que tenga un fallo o dos. Sabe que le cubriremos las espaldas -sentenció-.

Frank: Eres una rata, Zac. ¿Lo sabías?

Zac: Sí, lo sé. Por cierto, Frank, tráeme una secretaria nueva. Ésta está enamorada de mí, hazlo cuanto antes.

Frank: Ya se ha ido.

Zachary Efron miró a través de la ventana hacia el inmenso horizonte de Nueva York. Tenía dos apartamentos en la torre Trump, y la vista era espectacular. Se prometió a sí mismo que esa vista estaría obstaculizada por las torres del Efron Plaza. Y nadie en este mundo iba a impedírselo.


Ashley: ¿No crees que estás exagerando las cosas? Así que ese hombre te ha hecho una oferta. Y además está flirteando con tu madre. Quizá finja estar interesado en la Casa de Cristal como una manera de llegar a July.

Ness. July es doce años mayor que él.

Ashley: ¿Y qué?

Ness: Efron ha comprado todo lo que nos rodea. Todos los edificios, Ashley. Posee el solar de Rinkman, los números 139 y 145, y también los dos edificios de la Este 67. No aceptará un no por respuesta.

Ashley: Entonces, abandona. Vende este lugar, paga tus deudas y lárgate.

Ness: Preferiría morirme antes.

Ashley: Entonces no te duermas, estate preparada para luchar.

Ness: Eres la única que me ve tal como soy. Sabes que no soy Superwoman.

Ashley: Sorpresa, sorpresa. Pero no soy la única que puede verte. Alguien sale justo ahora del ascensor -avisó-.

La respuesta de Vanessa fue corta, mínima y obscena.

Se levantó, se arregló el pelo, se ajustó su mini de cuero a la cadera y su boca mostró una fresca sonrisa.

Ness: Que traigan los leones. Estoy preparada para que empiecen los juegos.

Ashley: De leones nada. Que traigan a los cristianos. Y, por Dios, muestra algo de clemencia -dijo mirándola-.

Ness: ¿Clemencia? ¿Eso qué es?

Alzando la cabeza vio que Frank Anderson cruzaba las puertas de cristal.


Brittany Anne Snow bajó del autobús en el edificio Port Authority, en el corazón de Nueva York. Miraba asombrada todo a su alrededor. Había viajado sin parar durante las últimas catorce horas, y estaba sorprendida de que sus largas y estilizadas piernas aún la mantuviesen de pie.

El vestíbulo apestaba a gasoil y a sudor, y nadie le pedía perdón cuando la empujaban. Aquello era el Nueva York del que siempre había oído hablar, pero aún le sorprendía. Brittany Anne Snow no estaba acostumbrada a ser ignorada. Medía un metro sesenta y cinco, tenía el pelo rubio y ondulado, y ojos tan grandes y azules como el cielo de Montana. Estaba acostumbrada a que el tráfico se parara a su paso, pero por una vez, nadie parecía notarlo. Su madre la había prevenido contra los criminales que se agolpaban en las paradas de autobuses en Nueva York. Si su madre estaba en lo cierto, varias docenas de maleantes y tratantes de blancas estarían allí para raptar a Brittany Anne Snow.

Su madre era una estúpida. Y Andrew no era mucho mejor. Estaba realmente contenta de haberlos abandonado. Por supuesto les llamaría por teléfono. Llamaría para decirles que todo iba bien, diría que estaba afligida por haber tomado prestado todo el dinero de la cuenta de ahorros que su madre había abierto a nombre de las dos, y que se lo devolvería en cuanto encontrase trabajo. Pondría el tono de voz adecuado y su madre se enternecería.

Todavía tenía la tarjeta del fotógrafo en el bolso, el que la había fotografiado sin más ropa que una vieja cortina. Le había dicho que si alguna vez iba a Nueva York podría encontrar trabajo como modelo. Brittany Anne había leído bastantes cosas sobre gente que cobraba más de mil dólares la hora por estar simplemente allí, pareciendo hermosa. En eso Brittany Anne sí que tenía experiencia.

No necesitaba comprobar la tarjeta; recordaba la dirección. Calle Este 66, ella estaba en la 40, podía ir andando. Era solo mediodía del viernes, y había estado sentada durante catorce horas.




Empieza interesante la cosa. Zac y Ness se odian, como siempre XD
Habrá muchos enfrentamientos, ya veréis. Y la historia se pondrá cada vez más guay.
Así que espero que me comentéis mucho, por favor.

¡Un besi!

1 comentarios:

Unknown dijo...

Jajaja se odian como siempre!! :D
Suena muuuuy chevere!!! :D
Sería bonito una novela en donde ninguno de los dos sea rico, no sé, así como la nove anterior donde Zac era ciego, quizá una nove donde la pobreza sea un factor sería bueno. Son más trágicas, por eso quizá me gustan jaja.. Yo cuando no con mi masoquismo! :D

Síguela pronto... Nove larga siiii!! :D

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