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lunes, 30 de enero de 2012

Capítulo 1


Catastrophe, con su calle principal adornada de tiendas de aspecto Victoriano y su paseo central con macizos de flores, era parecida a las demás ciudades por las que habían pasado. Para la cele­bración del centenario, estaba decorada con farolillos y banderas de colores. A Vanessa le llamó la atención el co­lor verde lima de algunas de las banderas por ser un co­lor poco frecuente en una zona como aquélla, donde predominaban los colores marrones y ocres a causa de la sequía crónica que padecía. El calor parecía aplastarlo todo, excepto un par de banderas que la escasa brisa que corría lograba ondular de vez en cuando. Mientras ob­servaba a la compañía trasladarse de sus polvorientos vehículos hasta el pub, Vanessa se preguntó si habrían lle­gado a un pueblo fantasma.

En el
pub se oían voces procedentes del comedor adyacente, pero no había nadie en el mostrador de recepción. Un ventilador movía el aire cargado. Vanessa dejó su bolsa en el suelo y llamó al timbre que descubrió bajo unas postales. Los demás seguían entrando y apilando las bolsas de viaje en la entrada. Alex olisqueó el aire y arrugó su nariz de gourmet.

Alex: Salchichas -dijo con espanto-. Y si no me equivoco, filete quemado servido con un montón de patatas fritas y salsa de tomate de unos horribles frascos de plástico. Por Dios, Vanessa, una cosa es que tengamos que dormir aquí pero, ¿tenemos que comer?

Vanessa maldijo su potente voz de actor. ¿Era su imaginación o la conversación había cesado en el comedor?

Britt: ¡Menudo cuchitril! -dijo en un tono tan audible como el de Alex-.

Ness: A mí me parece muy agradable.

Intentó animarlos al tiempo que deslizaba su mirada por unas es­pantosas plantas de plástico. Se llevó un dedo a los labios y señaló hacia la puerta abierta, pero los demás no se dieron por aludidos. Brittany lanzó una bocanada de humo a la colección de cuadros que cubrían las paredes. Todos ellos llevaban una etiqueta con el precio marcado y encima había un cartel anunciando que estaban a la venta.

Britt: «Arte en venta, de J. Clements». ¿Arte en venta? Clements se merecería que le dieran un tiro por llamar arte a esto -farfulló-.

Will se unió a Alex y a Brittany en sus ácidos comen­tarios. Estaban alterados después de tres semanas via­jando por carreteras secundarias, actuando en teatros se­mivacíos y durmiendo en moteles y
pubs. La compañía estaba buscando cualquier excusa para romper el contrato y abandonar la gira.

Vanessa seleccionó una postal para poner al día a su mejor amiga.

Querida Ashley,
compuso mentalmente, calor polvo y moscas. La semana pasada una rueda pinchada y el parabrisas roto. Ayer atropellé a un canguro. Puede que hoy decida acabar con mis actores. Ojala estuvieras aquí.

Al ver que no acudía nadie, pasó al bar. Siete hombres se callaron en cuanto la vieron entrar. Siete pares de ojos la siguieron. Vanessa era más alta de la media, más voluptuosa de lo que le gustaría y llevaba el cabello recogido en una larga trenza negra que llamaba la atención.

Un crítico de teatro la había descrito en una ocasión como:
la voluptuosa señorita Hudgens de ojos marrones... Estaba acostumbrada a que la miraran, pero la intensidad con la que era observada en ese momento le hizo preguntarse si llevaría algún botón de la camisa desabrochado. A través de la puerta, llegó la voz de Alex con perfecta nitidez.

Alex: ¡Niña, no seas injusta! ¿qué esperabas encontrar en un pueblucho como éste, un Van Gogh?

Vanessa actuó como si no lo hubiera oído y se dirigió al hombre que estaba detrás de la barra.

Ness: ¿Hay alguien que pueda indicarnos cuáles con nuestras habitaciones? Tenemos hecha una reserva.

El camarero hizo el mismo gesto que debía usar para ahuyentar a las gallinas.

**: Ahora mismo me ocupo de ti, nena -dijo, aunque lo que quería indicar era que aquél no era lugar para una mujer-.

Nena.
De no haber estado tan cansada, Vanessa se habría sentado y pedido una copa solo por contrariarlo, pero decidió dejar la lucha por la igualdad para otra ocasión y salió.

Pasaron varios minutos antes de que el hombre apareciera y se presentara como Phil Stanly. Sus malas no­ticias remataron el espantoso día de Vanessa.

Ness: ¿Qué quiere decir con que no hay hecha una reserva? -repitió incrédula, pensando que Phil pretendía vengarse de los comentarios de sus compañeros-. Tiene que haber una reserva a nombre de la compañía de teatro Shoelace. Cinco habitaciones sencillas para diez días. Yo soy Vanessa Hudgens, la directora. Tal vez la reserva esté a mi nombre.

Phil se movió con una lentitud exasperante.

Phil: No -dijo finalmente-.


Ness: Pero hemos venido para la celebración del centena­rio de la ciudad. Vamos a organizar
la ceremonia de inauguración...

Phil mostró cierto interés.

Phil: Ah, sí. Mi hija lleva ensayando con unos pompones de colores desde hace tiempo. No sé qué tal quedará.

Vanessa le aseguró que siempre salía bien.

Ness:
Pero esta semana vamos a representar una comedia en el centro social y nos han contratado para la obra con la que se clausura el festival en el anfiteatro, así que...

Phil: Tengo entradas para la comedia. Me encanta reírme -Miró a Vanessa como si la retara a hacerle reír-.

Los actores dejaron escapar una risa seca.

Ness:
Según el contrato, el presidente del patronato del centenario se iba a encargar de las reservas.

Phil: Ese es el problema. Rick Jackson tuvo que mar­charse repentinamente a ver a su hija a Perth. Debió olvidarse de ustedes.

Ness: Bueno, ¿tiene habitaciones libres?

Vanessa esperó. El ventilador siguió dando vueltas y Phil pasó las hojas del libro de registro con la lentitud que le caracterizaba.

Phil: Lo siento, pero está todo ocupado. También el mo­tel está lleno. Será mejor que hablen con el Jefe. Rick le pasó todos sus asuntos.

Ness: ¿Quién es el Jefe? -preguntó inquieta-. ¿Jefe de qué?

Phil: Jefe Efron -dijo con un timbre de sor­presa, como si asumiera que un hombre tan importante debía ser conocido por todo el mundo-.

El Jefe, dijo Phil, era un tipo estupendo que sabía tomarse bien las cosas. Tenía una casa en las afueras y era presidente de la asociación de ganaderos, concejal y jefe de la brigada voluntaria de bomberos. Por la descripción de Phil, el Jefe era muy polifacético.

Ness: Entonces iré a ver a ese señor Efron. ¿Cómo se llama?

Phil: Basta con que pregunte por el Jefe. Así le llama todo el mundo.

Vanessa estaba segura de cómo era ese tal Efron. Probablemente un tipo quemado por el sol, rudo, que creía que podía mandar a la gente igual que controlaba su ganado. Le gustaba estar entre hombres y consideraba que el lugar de la mujer era la cocina. Sería pater­nalista y machista, la llamaría «nena», «cariño» o «pequeña» y la compadecería por estar soltera.

Pero no te preocupes
-le diría como le había dicho su tío ganadero, refiriéndose a ella como si fuera una sardina que tuviera que atraer a un tiburón-. Eres atractiva y cualquier día llegará un hombre que sepa apreciarte.

Había sonreído, reprimiendo las ganas de decirle que a sus veinticino años se encontraba en la flor de la vida y que no tenía la más mínima intención de dejar que
la apreciaran otra vez. Una escapada a tiempo bastante para una mujer sensata.

Phil:
De todas formas, hoy no va a poder ver a Efron -dijo como si se enorgulleciera-. Está apagando un incendio en la escuela. Los últimos quince días ha habido varios.

Ness: ¿Cuándo acabará? -preguntó perdiendo la
paciencia-.

Phil: Pasará allí todo el día. Incluso la noche si se levanta otro -miró por encima de ella hacia los cuadros que seguían siendo el centro de interés de los demás-. Me alegro de que les interese el arte local. Los ha hecho una pintora muy conocida por aquí -cerró el libro de registros con un golpe seco-.

Brittany apretó los dientes y compró una postal para demostrar que no le guardaba rencor.

Una hora más tarde, estaba fuera de sí. De la oficina del concejal Efron le habían mandado a la del concejal Jackson. Las dos casas de huéspedes y el motel estaban ocupados durante el festival. Y lo que era aún peor, Vanessa tuvo la sensación de que la gente del pueblo cada vez la trataba peor. En un gesto de desesperación, llamó al teléfono móvil de Efron. Un hombre de voz cortante respondió al cabo de un tiempo y Vanessa consiguió transmitirle un mensaje.

Ness: Espero su respuesta -dijo, con firmeza-.

Si hasta ese momento había tenido la sensación de que la ciudad se movía a cámara lenta, a partir de ese instante pareció cesar toda actividad. Un cuarto de hora más tarde, cuando estaba a punto de morir asfixiada en la cabina de teléfonos, el hombre volvió para decirle que el Jefe estaría en la oficina a las siete y media.

Ness: Pero eso es demasiado tarde... -protestó-.

Phil: Lo siento, cariño, pero tiene trabajo que hacer.

El hombre desconectó el teléfono y Vanessa colgó vio­lentamente.

Ness: ¡Yo también tengo trabajo que hacer, Jefe! -mascu­lló-. -Con paso firme fue hasta el pub, entró en el bar y abrió un mapa delante de los escandalizados ojos de Phil-.
Quiero ir al colegio, Phil -dijo, pestañeando con co­quetería-. Y no quiero tomar el desvío equivocado.

Phil: ¿Cómo vas a ir tú sola, cariño? -dijo como si Vanessa quisiera irse a un país remoto-. Un incendio no es lugar para una mujer, y este es el noviembre más caluroso de los últimos sesenta años. -Vanessa pensó que un incendio en el noviembre más caluroso del siglo tampoco podía ser un lugar agradable para los hombres-.
Además, al Jefe Efron no le gusta que vayan mujeres a los incendios.

Ness: Supongo que es mejor que preferir quemarlas -dijo secamente, doblando el mapa y guardándolo en la bolso. Sonriendo al ver la mirada de sorpresa de Phil, explicó-. Me refiero a la quema de brujas, una antigua forma de machismo.

Vanessa vio el humo mucho antes que el fuego. Tomó un camino de tierra y al poco tiempo se encontró con un camión de bomberos, una motocicleta y varios vehículos aparcados en un área despejada del bosque, a cierta distancia del fuego. Varios hombres con casco estaban de pie en una zanja, a intervalos de varios metros, comunicándose por
walkie-talkies. Vanessa aparcó junto a la motocicleta y se bajó de la furgoneta.

Una zona amplia estaba quemada y aún quedaban dos focos de llamas. Vanessa buscó en vano una brizna de hierba verde, pero solo se veían ocres y pardos mates, y un negro intenso allí donde el fuego había arrasado.

Varios hombres con tanques de agua y mangueras iban extinguiendo los restos de brasas. Otros, apoyados en árboles, se comunicaban por
walkie-talkies y bebían agua de cantimploras. El aire estaba impregnado de humo e irritaba los ojos. El fuego sonaba en un chisporroteo continuo que se superponía a todos los demás sonidos.

**: Es preciosa, ¿verdad? -dijo una voz a su espalda-.

Vanessa se volvió. Estaba acostumbrada a ver hombres atractivos, pero el que estaba a su lado, extraña­mente elegante con mono y casco, podía inspirar poesía. Tenía ojos azul oscuro, cabello rizado y negro, la piel tostada y una boca de labios llenos y dientes perfectos.

Vanessa disimuló su sorpresa.

Ness: ¿Perdón?

**: El fuego -explicó el hombre-.

Ness: Me ha desconcertado que hablaras en femenino. ¿Desde cuando el fuego es femenino?

El hombre sonrió.

**: Era una forma de hablar -se limpió la mano en el peto y la alargó-. Soy Steve Efron.

Vanessa pestañeó. No debía de tener más de veinte años.

Ness: ¿Eres el Jefe Efron?

Steve:
Resulta difícil de creer, ¿no? -dijo él con humor aunque su boca adoptó un gesto de descontento-. Buscas al otro Efron -señaló a una figura a poca dis­tancia-. Mi hermano mayor. No nos parecemos dema­siado -comentó sin que Vanessa supiera si lo decía con alivio o desilusión, lo cual sería extraño puesto que incluso a esa distancia era evidente que el Efron ma­yor no era tan atractivo como el joven-.

El apelativo de Jefe no era en vano. Estaba de pie con aire autoritario e inclinaba la cabeza para hablar por ra­dio dando instrucciones precisas y seguras. No se pare­cía ni al tipo vulgar que Vanessa esperaba encontrar ni a su hermano menor. Era más alto y más fuerte.

Pensó aprovechar las circunstancias y hacer propaganda de la función.

Ness: Mientras espero, quiero recordar a todos que mañana y el sábado por la noche representamos una comedia en el Centro Cultural. Si no han comprado las entradas todavía, pueden hacerlo el mismo día de la función. Después pueden quedarse y conocer a los actores al tiempo que toman unos refrescos para apoyar a las asociaciones de beneficencia de la ciudad...

Satisfecha consigo misma, apagó la radio. Sabía que esa no era la mejor forma de iniciar unas negociaciones, pero Efron no le había dejado otra salida. Una fi­gura airada bajó del tractor y se dirigió hacia ella a toda velocidad. En una ciudad que parecía moverse a cámara lenta, aquél no podía ser un buen presagio.

Con la precisión que daba la práctica, Vanessa
desconectó el sistema y se sacudió las manos en la parte de atrás de los pantalones cortos. A medida que Efron se aproximaba, la sensación de triunfo iba mezclándose con una de preocupación. Aquél era un hombre de aspecto amenazador, un cliente difícil de contentar. Llevaba el cuello de la camisa levantado y pantalones aislantes sujetos por tirantes, con la parte de abajo metida en unas botas altas. La radio que sujetaba en la mano parecía tan peligrosa como un cuchillo de caza. Tenía el rostro tiznado de carboncillo y polvo, brillante de sudor; sus ojos estaban enrojecidos y bajo ellos se formaban grandes bolsas; la pronunciada barbilla aparecía cubierta por una barba incipiente. Parecía más el padre de Steve que su hermano y Vanessa estuvo segura de que el casco ocultaba unas entradas pronunciadas o incluso una calva.

Ness: ¿Efron? -dijo cordialmente, como si no aca­bara de gritar su apellido a los cuatro vientos-. Soy Vanessa Hudgens.

Zac: Ya lo he oído.

Vanessa rió.

Ness: Bueno, he tenido que subir el volumen para que no se escapara.

Zac: Bien, pues ya me tiene.

Ness: Encantada de conocerlo -dijo con ironía, alar­gando la mano-.

Efron la observó, pero puso las manos en jarras. Vanessa mantuvo el brazo extendido sabiendo que, rechazándola, Efron quería mostrarle el desprecio más absoluto.

Ness: Espero que no me guarde rencor -comentó, sonriendo-. Me han dicho que sabe tomarse muy bien las cosas.

Pero el comprensivo Efron mantuvo las manos en las caderas. Vanessa retiró la suya, con aparente indiferencia. El calor que emanaba de la tierra abrasada pare­ció intensificarse.

Zac: Ha dicho que me necesitaba unos minutos.

Ness: Así es. Supongo que ha recibido mi mensaje y sabrá que tenemos problemas de alojamiento.

Zac: Y usted habrá recibido el mío. La cita era a las siete y media en mi oficina.

Ness: Las siete y media –dijo sin perder la calma- es demasiado tarde.

Zac: No puedo hacer nada hasta entonces. Habrá observado que estoy intentando apagar un incendio.

Ness: No le estoy pidiendo que me haga ningún favor -dijo cortante-. Quiero que se responsabilice del error que ha cometido el patronato del festival.

Efron echó la cabeza hacia atrás y la miró con displicencia.

Zac: No sé de qué me está hablando.

Ness: Alguien ha debido cometer un error. La secretaria de Rick Jackson dice que usted tiene la información.

Zac: Pero no conmigo -abrió los brazos como indicando que podía registrarlo-.

Vanessa se echó hacia atrás y él sonrió con una satisfacción mezquina.

Ness: Al menos podría sugerir alguna alternativa -dijo fríamente-. Sé que está ocupado, pero yo también lo estoy. Llevo toda la mañana conduciendo, tengo que descargar el escenario y montarlo además de hacer un ensayo técnico. Necesito resolver el alojamiento antes de hacer todo eso, no después.

Por primera vez, Efron pareció mirarla con simpatía, pero volvió a cambiar de actitud cuando lo llamaron por radio. Después de dar algunas órdenes, se volvió hacia ella.

Zac: Tengo que irme. Venga a la oficina y veré qué puedo hacer.

Su insistencia en que le hacía un favor irritó a Vanessa.

Ness: ¿Y por qué no ahora? Estoy segura de que podría llamar a alguien para resolverlo.

Pero olvidar y perdonar no parecía ser parte de la filosofía de Efron. La miró con dureza. Una cosa era que hubiera conseguido reclamar su atención y otra que estuviera dispuesto a aceptar sus órdenes.

Zac: Señorita Hudgens, esto es un incendio y no puedo garantizar su seguridad, así que será mejor que vuelva a la ciudad, organice el escenario y se tome un té o lo que sea que tomen los actores. Estaré en mi oficina esta tarde y haré lo que pueda por ayudarla -y sin esperar una respuesta, se alejó de Vanessa dejándola con la boca abierta-.

Se sentía como si le hubiera dado una palmada pater­nalista en la cabeza y le hubiera dicho que fuera a seguir jugando mientras él volvía con los mayores.
O lo que sea que tomen los actores. Seguro que pensaba que todos los artistas eran unos borrachos.

Vanessa fue tras él.

Ness: ¿Qué tiene de especial la oficina? ¿Por qué aquí no puede ayudarme y allí va a poder remover cielo y tierra por mí?

Efron se detuvo.

Zac: Yo no he dicho eso -dijo en tono solemne-. Tendría que conocerla más.

Muy gracioso. Uno de sus hombres rió. Efron continuó andando y Vanessa lo siguió. Él se volvió para mirarla con dureza.

Ness: Ya que vamos a tener que trabajar juntos durante los próximos días, ¿por qué no me llamas Vanessa? -dijo amigablemente, para ocultar su turbación-. ¿Cómo puedo llamarte? «Jefe» no me gusta -sonrió y se quitó las gafas. El la miró entornando los ojos-.

Zac: Basta con Zac.

Ness: De acuerdo, Zac.

Vanessa continuó andando con él y le oyó dar instrucciones de que se quemaran aquellas partes que se habían librado de las llamas.

Cuando Efron se dio cuenta de que seguía a su lado, se detuvo con un gesto de exasperación. Su mirada se posó en su rostro antes de descender hasta su pecho y Vanessa volvió a preguntarse si llevaría la camisa desabrochada. Efron apartó la mirada y se restregó los ojos.

Zac: ¿Has dicho que te has puesto en contacto con la oficina de Rick? -dijo, mirando a lo lejos-.

Vanessa aprovechó la única señal de colaboración que se le presentaba y le explicó todo lo que había hecho para resolver el problema.

Ness: Si hubiera conseguido algo, no estaría aquí -explicó-. Nadie sabía nada o, al menos, no parecían dispuestos a contármelo.

Zac: Somos una comunidad pequeña y los rumores circulan con rapidez. Tú y tu compañía tenéis voces muy... audibles -concluyó Efron, dirigiendo una mirada irónica hacia los altavoces de la furgoneta-.

Tampoco su voz estaba mal. Claro que no tenía una preparación profesional, pero era profunda e insinuante.

Zac: Los rumores circulan con rapidez.

Ness: ¿Quieres decir que lo que dijimos en el
pub sobre las salchichas y los cuadros de Clements...?

Cuando Efron asintió, Vanessa se quitó la gorra y se secó la frente con la mano. Al hacerlo, la trenza se deslizó sobre su pecho y Vanessa la echó hacia atrás. Su cabello pareció llamar la atención de Efron.

Ness No pretendíamos ofender a nadie, Zac. Lo siento. ¿Qué podemos hacer para que nos perdonen?

Efron sonrió con desprecio.

Zac: ¿Te preocupa que los pueblerinos no compren en­tradas para el teatro?

Ness: Desde luego que sí.

Efron dejó escapar una carcajada.

Zac: Al menos eres sincera.

Ness: Pero yo no habría usado la palabra «pueblerinos».

Zac: Eso no es lo que yo he oído.

Efron retomó un paso que Vanessa apenas podía seguir.

Ness: ¿Tienes micrófonos en el hotel? -le preguntó dirigiéndose a su espalda-. Mira… -el ruido del tractor al ponerse el motor en marcha le impidió seguir-. Escucha, Zac -comenzó de nuevo, pero se tropezó con una rama y perdió el equilibrio-.

Él la sujetó por el brazo y la puso en pie, quedándose de frente a ella. A esa distancia, Vanessa pudo apreciar que tenía la misma nariz que su hermano. Sin embargo los labios eran muy distintos, se curvaban hacia arriba y eran delgados. Sus cejas castañas describían una línea recta y tenía los ojos tan azules que eran casi invisibles.

Tal vez eran tan bonitos y cálidos como los de su her­mano, pero Vanessa lo dudaba. El sudor había hecho que el humo y el carbón penetraran en las arrugas de alrededor de sus ojos, envejeciéndolo. Olía a sudor y a humo, y la sujetaba con tal fuerza que Vanessa fue de pronto consciente de su fortaleza y de su gran tamaño. El calor estaba haciéndose insoportable y con un amplio movimiento de la mano Vanessa se puso la gorra. El ala rozó la frente de Efron, haciendo que abriera los ojos y echara la cabeza hacia un lado.

Ness: Tienes los ojos azul claro -comentó sorprendida-.

Efron la miró desconcertado.

Zac: ¿Qué?

Ness: Tienes ojos azul claro. No es frecuente.

Hubo una larga pausa.

Zac: Tú sí que no eres frecuente.

Ness: Deduzco que no lo dices como un piropo.

Zac: ¿Esperabas que te lo devolviera?

Ness:
¿Qué te hace pensar que lo que he dicho fuera un piropo? Puede que no me gusten los ojos azul claro.

Efron sonrió, mostrando unos dientes perfectos y blancos. Cuando la soltó, Vanessa retrocedió, aliviada de poder distanciarse de él aún cuando sentía que Efron la observaba con interés.

Zac: Podría buscaros unos sacos de dormir -dijo en tono indiferente-. O daros permiso para que durmáis en el centro social.

Ness: ¿Dormir en sacos en el suelo? -preguntó sin dar crédito a sus oídos-. ¿Por qué no me das un hacha para que construya un refugio a la intemperie?

Efron rió divertido. Se volvió para hacer una se­ñal y el conductor aceleró el motor. Vanessa observó a Efron con cautela, temiendo que hubiera dado la orden de que la echaran.

Ness: Espero que me hagas una oferta mejor.

Zac: Podríamos instalaros en el camping.

Ness: ¿En tiendas? ¿De verdad crees que esa es una oferta mejor? -sacudió la cabeza-. ¿Podemos hablar en serio? El patronato ha firmado un contrato con la compañía y yo tengo un contrato con los actores. Si no les encuentro alojamiento, se marcharán.

Zac: Se ve que tienes un problema de autoridad. A mí jamás me abandonaría ninguno de mis trabaja­dores. Saben mostrar lealtad.

Era evidente que Efron intentaba provocarla, pero Vanessa no se inmutó. Llevaba demasiado tiempo
esperando aquel proyecto como para tirarlo por la borda.

Ness: Espero que algún día me cuentes tu secreto -dijo con ironía-. Por ahora me bastaría con que me consiguieras habitaciones con baño.

Efron se quitó el casco y se peinó el cabello con los dedos. Lo tenía claro y fuerte, nada parecido a la imagen que Vanessa se había hecho.

Zac: Vanessa -dijo en el mismo tono que utili­zaría con una muchacha rebelde-. Padecemos una sequía. Este es el noviembre más caluroso de los últimos sesenta años. Las próximas semanas van a venir numerosos visitantes descuidados que pueden tirar colillas encendidas o prender hogueras sin tomar las debidas precauciones. Mi responsabilidad es evitar incendios a la comunidad. Siento muchísimo que cuatro actores de la capital tengan que pasar una noche incómoda -se sujetó el casco contra el pecho, poniendo cara de pena para despertar la risa en sus hombres, quienes respondieron de inmediato. Vanessa estaba segura de que la lealtad incluía reírse de todas las bromas de su jefe-. Pero esto es más importante y vas a tener que esperar. O vas al camping o esperas a verme a las siete y media en la oficina.

Se puso el casco y se marchó. Vanessa le dirigió una mirada furiosa, pero supo que ya no tenía nada que hacer. Cuando se subió a la furgoneta, uno de los hombres le silbó al ver sus piernas, ofreciéndole entre risas una cama con el servicio incluido. Los demás se hicieron eco de su risa. El comentario hizo que Efron se volviera hacia el hombre y le reprendiera, y Vanessa se preguntó si al decirle que no podía garantizar su seguridad era a eso a lo que se refería. Cerró la puerta de la furgoneta con tanta fuerza que la hizo oscilar.

De camino a la ciudad la adelantó una motocicleta. El conductor le indicó que se detuviera. Vanessa recono­ció a Steve Efron y paró en el arcén. Steve se acercó con la visera del casco levantada y una amplia sonrisa.

Ness: Espero que tengas algo interesante que decirme porque ahora mismo los Efron no me caéis demasiado bien -dijo en tono arisco. Steve rió-.

Steve: No puedo evitar ser hermano del Jefe -sacó un papel y un bolígrafo del bolsillo del mono y apuntó algo-. Estas son las señas de Sara Hardy, es la presidenta del club de teatro. Había alquilado algunas habitaciones durante el festival, pero han cancelado las reservas. Está irritada porque el patronato os contrató a vosotros para la ceremonia final en lugar de a ella, pero pienso que os ayudará.
-Vanessa empezaba a preguntarse si habría alguien en el pueblo que no tuviera algo contra ellos-. Hay un inconveniente. Ha escrito una obra de teatro y puede que quiera que la leas.

Ness: Si ese es el precio que tengo que pagar.... ¿Por qué me ayudas? Tu hermano puede enfadarse.

Steve: Ayudarte es un placer, Vanessa. Y molestar a Zac aún más -dijo antes de dar la vuelta a la moto y arrancar sobre una rueda-.

Zac. La carretera parecía fundirse en la distancia debido al calor. Zac Efron. Un hombre brusco y grosero, pero con ojos del color del fondo del mar y una voz que ponía los pelos de punta.

Sara Hardy superó su enfado y les ofreció cobijo para una noche en su casa perfectamente decorada.

Sara: Pero tengo otro huésped, así que solo pueden quedarse tres -dijo, incluso después de que Vanessa accediera a leer su obra-.

Vanessa aceptó las condiciones para evitar un motín. Al marcharse con el texto bajo el brazo, la casa empezaba a oler a comida casera y a sábanas limpias, y lo re­cordó con tristeza después de comerse una hamburguesa grasienta, cuando se disponía a pasar la noche en la furgoneta frente a la oficina de Efron quien, por otra parte, no había acudido a la cita de las siete y media.

Encendió la luz interior y escribió la postal para Ashley.

El jefe de Catastrophe es un tipo duro que tiene un Adonis por hermano. No sé cómo se me ocurre ir de gira en verano. ¡Este es el noviembre más caluroso de los últimos sesenta años! ¡Hay que ver lo que soy capaz de hacer por conseguir una beca del ministerio de cultura! Esta mañana he atropellado a un canguro. Me he sentido como una asesina. Ojala estuviera contigo.

Puso el sello y al pensar cuánto disfrutaría Ashley cuando le describiera a Steve Efron mientras tomaban un café, sufrió un ataque de melancolía. La gira estaba siendo un desastre desde todos los puntos de vista.

Se metió la mano en el bolsillo para palpar su amuleto, un encendedor de oro que le había regalado Andrew. Cuando la dejó, había estado a punto de tirarlo junto con el resto de los recuerdos de Andrew, pero al final había decidido no hacerlo para que siempre le recordara que no debía dejar que nadie controlara su vida. Y hasta entonces había cumplido su función. Lo pasó de una mano a otra y acarició la inscripción:
Para Vanessa, que ilumina mi vida, Andrew. El mensaje aún removía algo en Vanessa después de cuatro años. Eran unas palabras aparentemente sencillas y sinceras. Vanessa lo encendió y se quedó mirando la llama. Pero Andrew no tenía nada de sencillo.

Transcurrieron las horas y Vanessa cayó en un duer­mevela incómodo. Por su mente pasaba una y otra vez lo ocurrido con el canguro. Volvía a sentir el golpe seco contra la furgoneta, el horrible momento en que descubrió que había matado a un ser vivo. Cada vez que cerraba los ojos, veía el episodio completo hasta que se produjo una variación en la que en lugar del canguro, veía a Efron tumbado y con manchas de sangre. Con un gemido, cambió de lado. A poca distancia, oyó el ruido de una puerta cerrándose.

Unas pisadas se acercaron a la furgoneta. Vanessa alargó la mano para echar el cerrojo. Demasiado tarde. La puerta se abrió bruscamente y la luz interior se encendió. Un hombre se inclinó para mirar en el interior. Era el Jefe.

Vanessa se quedó mirándolo.


Ness: Creía que estabas muerto.


3 comentarios:

Abigail dijo...

Ayyyyyy c v interesant!!!!y eso d la "voluptuosa vanessa" m izo reir.:D)siguela cuando puedas!!!!;(

TriiTrii dijo...

Interezantee!
Siguela'!
Quiiero ver que mas pasara :D

Carolina dijo...

Tarde pero lo lei :D!
me encanto :D enserio
muy bueno!
bye amiga!

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