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miércoles, 18 de enero de 2012

Capítulo 10


Zac se despertó al sentir el suave roce de unos dedos femeninos en la cara. Abrió los ojos y se dio cuenta de que Vanessa le había dado un suave manotazo dormida. «Gracias, lo necesitaba», pensó.

Habían terminado en la cama de Vanessa, haciendo el amor durante casi toda la noche. Él se había quedado sorprendido cuando ella lo había abrazado en el yate, pero contento. Cuando la había visto casi temblar de entusiasmo al conseguir el cliente, se había alegrado mucho de haberla ayudado, de haberla hecho feliz. Y se había dado cuenta de que quería seguir haciéndola feliz.

¿Y qué mejor forma de hacerla feliz que en la cama? Por no mencionar todo el placer que él mismo había obtenido.

Solo que en aquel momento, a la luz del día, tenía que preguntarse si no habría sido egoísta. Quizá ella no estuviera en su sano juicio el día anterior. Quizá él debiera haber controlado la situación.

Sin embargo, él la había llamado «mi Vanessa» y lo había dicho de veras. Hacer el amor con ella había sido diferente que con otras mujeres. Había habido algo en la forma en que se había entregado, sintiéndolo todo, con tanta intensidad. Parecía que significaba mucho para ella.

También significaba algo para él, pero ¿cuánto? No estaba seguro. Veía las expectativas de Vanessa para el futuro y sentía que se cernían sobre él como las nubes de una tormenta tapando un cielo soleado. Sintió una opresión en el pecho. Tenía que salir. Con cuidado, se separó de ella. Vanessa murmuró algo en sueños, dulcemente, y se dio la vuelta.

Iría a comprar el desayuno. Sí. Aquello le aclararía las ideas.

Al salir por la puerta tomó la tabla de surf, solo por si acaso las olas eran buenas. Vanessa estaría dormida durante un buen rato. Después de haber hecho el amor, ella necesitaba dormir y él necesitaba pensar. Le dejó una nota para que no se asustara.


Cuando se despertó, Vanessa se encontró en una cama llena de arena, y a los pocos segundos se dio cuenta de que era la suya. Allí era donde Zac y ella habían terminado a las tres de la mañana, exhaustos. En aquel momento le picaba todo, y cuando se incorporó, los granitos de arena le cayeron de los brazos.

Y Zac no estaba. Escuchó con atención. Tampoco estaba en la casa. ¿Sería aquello una mala señal? Se arrastró fuera de la cama, se envolvió con la sábana y fue a ver qué había ocurrido con su amante. Habían hecho el amor en la playa, en el mar y después en su cama. Y cuando se había despertado, él ya no estaba. ¿Habría huido de lo que había ocurrido?

Entonces vio una nota sobre la mesa de la cocina.

He ido a comprar el desayuno. Zac.

Se había ido a comprar comida. Se puso contenta. Había ido demasiado deprisa al pensar lo peor, porque él había ido a cuidarla, como siempre. Por otra parte, no había firmado la nota con «amor» ¿Y porqué había ido a comprar el desayuno, cuando era tan aficionado a hacerlo él mismo?

Se obligó a sí misma a dejar de preocuparse y fue hacia la ducha. Estaba irritada y confusa por el sexo, pero tenía que meterse en Internet y recopilar información sobre AutoWerks antes de la reunión que tendría aquella tarde. No podía evitar querer acostarse de nuevo con Zac. No podía creerse lo bien que estaban los dos juntos, ni hasta qué punto parecían ser las dos mitades de un todo.

Se dio una ducha rápida y se puso a trabajar. Así, cuando Zac volviera, no sentiría tantos remordimientos por hacer un descanso para estar con él.

Una hora después, Zac todavía no había vuelto. Ya podría haber llegado a San Diego, haber comprado el desayuno y haber vuelto. La estaba evitando. Muerta de hambre y de pena, Vanessa revolvió en el armario en busca de una magdalena, reprimiendo las ganas de echarse a llorar.

«Las mujeres Hudgens siempre miran hacia delante», se dijo a sí misma, mientras se comía la magdalena insípida. Zac le estaba diciendo que no contara con él. Muy bien, no lo haría. No iba a gritarle acerca de promesas que él no había hecho, sino que ella había leído en sus ojos, había saboreado en sus besos, había sentido en su cuerpo...

Tenía que protegerse a sí misma. Cuando volviera Zac, le explicaría que todo se había debido a un exceso de tensión sexual y a su nerviosismo por lo de AutoWerks. Pero tenía el corazón helado

Zac se dio cuenta, alarmado, de que era muy tarde. Había disfrutado de unas olas estupendas y necesitaba un rato para pensar un poco. Pero cuando miró el reloj y se dio cuenta de que habían pasado dos horas, supo que Vanessa estaría enfadada.

Estupendo. Seguro que ella le gritaría. Las mujeres como Vanessa esperaban que uno fuera puntual. Probablemente, querría hablar de su relación, de sus sentimientos y de su futuro juntos. Cosas que a él le daban dolor de cabeza.

Pero él no le había prometido nada de eso, ¿no? Se preguntó, mientras hacía cola en el supermercado. Demonios. ¿Cómo era posible que ella esperara tanto? Él le explicaría con calma que los dos se importaban el uno al otro, pero que no debían presionarse. De todas formas, compró un salmón ahumado caro para compensarla por haber llegado tarde.

Mientras volvía a casa, le entraron ganas de patearse a sí mismo por haber escrito aquella nota. Odiaba que lo obligaran a hacer cosas que no quería, pero sabía que a Vanessa le entraría pánico cuando descubriera que se había ido. Y ella le iba a fastidiar por haber llegado tarde. Y todo porque él se había preocupado y le había dejado una nota para decirle dónde estaba.

Llegó a casa echando chispas, dejó la tabla apoyada en la pared de la cocina y tiró las bolsas del supermercado encima de la mesa. Eran enormes. Quizá se había pasado un poco con los bagels.

Zac: Siento llegar tarde -dijo en tono beligerante-.

Ness: No especificaste cuándo ibas a venir -dijo sin levantar los ojos de la pantalla-.

Zac: ¿No vas a gritarme? -preguntó acercándose a ella-.

Ness: ¿Por qué iba a hacerlo? Has traído el desayuno, tal y como has dicho. Fin de la historia.

Zac: Mira, Vanessa, me fui a hacer surf y el tiempo se me fue. Así es como soy.

Ella siguió escribiendo durante unos segundos, pero cuando miró hacia arriba, los ojos marrones le chisporroteaban de ira. Él se sintió mejor de repente, menos culpable.

Ness: A pesar de lo que tú pienses, Zac, no he estado haciendo el nido.

Zac: ¿El nido?

Ness: Sí, ¿no te acuerdas? Ese era tu gran miedo si te acostabas con una compañera de piso. Anoche echamos una canita al aire...

Ella subrayó la frase con el tono de voz. ¿Una canita al aire? Él habría dicho que había sido asombroso. Al final, la tierra había temblado, pero si ella quería minimizarlo...

Ness: Eso es todo -continuó-. Achaquémoslo a que habíamos bebido demasiado champán.

Zac: ¿Demasiado champán? Pero si solo tomamos un sorbo.

Ella se encogió de hombros.

Ness: Lo cierto es que no tienes que preocuparte porque las cosas se compliquen. Sé lo que hay. Y se ha terminado.

Zac: ¿Eh?

Ness: Olvídalo. Ya sabes a qué me refiero.

¿Lo sabía de verdad? No importaba. Lo había manejado a la perfección. Sin presiones, sin expectativas. Así era perfecto, ¿no? El apartó la punzada de irritación.

Zac: ¿Qué te parece si te caliento un bagel? ¿Te apetece con mermelada de moras o de queso?

Ness: Ninguna de las dos cosas, gracias. Ya he desayunado.

Zac: Te dije que yo traería el desayuno.

Ness: Me he levantado hace dos horas, Zac.

A él no le gustó nada la rigidez de sus hombros ni el tono helado de su voz. Acercó una silla y se sentó a su lado.

Zac: Pues, entonces, déjame que te lo prepare. Ya es hora de que te tomes una pausa para tomar algo y descansar, ¿no? -le puso un brazo sobre los hombros-.

Ella se encogió para que él lo quitara.

Ness: No creo que sea una buena idea -y se volvió hacia él, absolutamente seria-. Ayer nos salimos de nuestra forma de hacer las cosas. Dejémoslo así.

¿Le temblaba la voz? Él tenía esa esperanza, porque si no, lo estaba tratando como si fuera una televisión demasiado alta que interrumpía su trabajo.

Zac: ¿Tú crees? Si estás segura... ¿Estás segura?

Ness: Completamente.

Zac: ¿Quieres decir por hoy, o...?

Ness: Para siempre. Ninguno de los dos queremos que esto se complique.

Zac: Eso es cierto. Muy bien -se puso de pie y la miró. Ella había empezado a teclear de nuevo-.

Guau. Aquello había sido rápido. Y probablemente era mejor así si ella iba a empezar a ponerse exigente y a pegarse a él. Estaba seguro de que esa era la mejor forma de llevar las cosas. Debería estar aliviado.

Pero no lo estaba. Se sentía... deprimido... y desilusionado. Quizá se estuviera volviendo viejo, empezando a desear cosas con las que poder contar. No. Era tan joven como siempre. Tan bueno sobre la tabla de surf, tan rápido sobre una bicicleta, tan suave navegando. Y no iba a permitir que una mujer tirase por la borda todo aquello, a pesar de que ella fuera tan interesante.

¿Y qué más? Fue a la cocina por un bagel. Dios, había comprado suficiente como para diez personas. Le llevaría algunos a Gary. Tenía que hablar con él sobre algunas excursiones que tenía que hacer. Cualquier cosa para distraerse de la necesidad de convencer a Vanessa para que volviera a acostarse con él.

Quizá debiera ocuparse en tapar aquel agujero en el muro entre las dos habitaciones. Seguro que no podría tirar una pared para acostarse con una mujer. Ni siquiera si era Vanessa.

Aunque siempre podía usar la puerta.

Vanessa se dirigió a casa aquella noche desde la ciudad, tan contenta que flotaba. Después de la dolorosa discusión con Zac, se había concentrado en preparar la reunión con Becker, y todo había ido como la seda.

A Becker le había gustado su energía y su dedicación, las cuales, según le había dicho a Vanessa, habían sido el sello de su propio éxito. La había contratado y le había ofrecido un buen sueldo. Además de eso, ella había alquilado una oficina en el edificio que había elegido unas semanas antes. Había comprometido su primer mes de salario de AutoWerks y había conseguido la oficina de sus sueños. Con vistas y todo lo necesario. No podía creérselo. Era un poco arriesgado, pero tenía un buen presentimiento con AutoWerks y necesitaba desesperadamente salir de la casa de la playa y un lugar cercano a las oficinas de su cliente.

Y en aquel momento, corría hacia casa para contárselo a Zac. Probablemente, era un signo de que se había encaprichado demasiado de un hombre al que no le importaba lo suficiente como para despertarla con un beso.

Sin embargo, de alguna manera le debía a Zac aquel éxito, porque le había presentado a Gary y lo había arreglado todo para que ella conociera a Mitch Becker. Su consejo de tomarse las cosas con más calma era probablemente lo que había facilitado que ella demostrara todas sus capacidades y convenciera a ambos clientes para que trabajaran con ella.

Oh, ¿y a quién le importaba todo aquello? Lo único que quería era ver la cara de Zac cuando le diera aquellas noticias. Esperaba que estuviera en casa. Cuando había salido, él estaba clavando una placa de yeso sobre el agujero del muro de las habitaciones, algo que ella siempre había querido que hiciera, pero que en aquel momento la ponía triste. Significaba que las cosas habían terminado de verdad.

Desde el porche, oyó la música y el movimiento. Él estaba en casa. El corazón le dio un vuelco. Lo encontró en la cocina, en bañador, espolvoreando azúcar Glass sobre una tarta de chocolate. Toda la casa estaba llena con el aroma cálido y rico.

Zac: Hola, Vanessa -dijo mirándola-.

Se había adaptado al cambio en su relación con una facilidad muy molesta, parecía, lo cual demostraba que haber roto era lo correcto... probablemente.

Ness: Huele muy bien -dijo mientras se acercaba. Leyó lo que él había escrito con el azúcar sobre la tarta: «Enhorabuena, Vanessa-. ¿Y qué habría pasado si no llego a conseguir el trabajo?

Zac: Por supuesto que lo conseguiste.

Ness: Y me has hecho una tarta -se le alegró el corazón-.

Zac: Todavía soy tu compañero de piso. Toma el primer bocado -tomó el cuchillo, cortó un pedazo y lo puso sobre un plato-.

Ella se acercó más a él y aspiró su olor a coco, mezclado con el chocolate, y observó la barba rubia que estaba empezando a salirle y la suave hendidura de su barbilla.

Ness: No podía esperar a llegar a casa para contártelo, Zac. Quería darte las gracias por todo lo que has hecho.

Zac: Lo has hecho tú misma. Yo solo te he abierto un par de puertas.

Ness: Me han ofrecido un sueldo increíble y he alquilado una oficina. Es perfecto.

Zac: Eso es estupendo. Mira, pruébalo -dijo ofreciéndole un pedacito con el tenedor-. No te vas a creer qué es lo que hace que sea tan jugoso.

Pero a ella no le importaba para nada el pastel, solo le importaba el hombre que lo había hecho. El hombre al que quería. Se quedó mirando sus ojos increíblemente azules y su boca, hecha para sonreír. Él también la quería. Lo veía en su cara. Lo único que había ocurrido aquella mañana era que se había asustado. Ella también se había asustado, tanto, que se había echado atrás demasiado deprisa.

Supo que Zac se había dado cuenta de lo que estaba pensando porque el tenedor que sostenía tembló entre sus dedos y el pedazo de pastel se cayó al suelo. Él dio un paso. Ella se quedó inmóvil y empezó a temblar.

Ness: He estado pensando en lo de esta mañana.

Zac: No. No pienses. Eso es lo que me resulta todo un problema -el tenedor también cayó al suelo, y él la tomó entre sus brazos-. No quiero separarme de ti -le dijo, respirando contra su pelo-.

Ness: Yo tampoco -dijo feliz de estar entre sus brazos-.

El corazón de Zac latía contra su pecho. Y entonces la besó, fuertemente, hambriento. El deseo se extendió por ella como un líquido espeso. Se abrazó a él, deseando no llevar ropa para poder sentir su pecho desnudo contra la piel. Se quitó los zapatos de un tirón y sintió que golpeaban la pared de detrás.

Zac: Quiero estar dentro de ti -dijo llevándola hacia la habitación, hacia la cama. Le estaba desabotonando la chaqueta del traje-.

Ness: Sí. Dentro de mí.

Cayeron juntos sobre la cama, los dos tirando de la ropa de Vanessa. La cremallera crujió de los tirones y se abrió, y la costura de la falda se descosió. Zac le quitó las medias y las destrozó, por supuesto, pero no importaba porque eran baratas. En algún momento, él había perdido el bañador, así que estaban los dos desnudos.

Zac no podía creerse que tuviera a Vanessa entre los brazos de nuevo. Le parecía que se había estado muriendo de deseo por ella, por aspirar su olor a flores, por sentir su cuerpo firme y su piel suave, el contorno redondo de sus pechos, sus pezones rosas y su dulce boca. Ella lo acarició, y él casi se dejó llevar con aquel roce. Sin embargo, quería estar dentro de ella, quería enterrarse en ella, hacerla suya.

Necesitaba un preservativo. En aquel momento.

Zac: Espera.

Se puso de pie y fue hacia el agujero del muro, sin acordarse de que había claveteado una placa de yeso. Cuando la vio, la arrancó con facilidad y la echó hacia un lado. Vanessa dejó escapar un grito ahogado de asombro y una risita nerviosa. A él le encantaba hacerla reír.

Tomó lo que necesitaba de su mesilla de noche y volvió a la cama de Vanessa.

Pero aquellos pocos segundos habían sido tiempo suficiente para que ella comenzara a pensar de nuevo. Oh, oh. Tenía que mantenerla sincronizada con él, concentrada en lo que estaban haciendo. La besó en la boca, el cuello, y más abajo, recorriendo su piel mientras se dirigía hacia el lugar donde podría ofrecerle un placer especial y saborearla de nuevo.

Ness: Oh -dijo agarrándolo suavemente del pelo al darse cuenta de lo que él iba a hacer-. No creo que yo... -pero antes de que ella pudiera terminar, él la encontró con la lengua, y la rozó con delicadeza-.

Ella se quedó rígida, respiró profundamente y tembló al sentirlo. Se había abandonado a ello. Bien. Él le agarró las caderas para poder mantener su boca donde tenía que estar, y empezó a lamerla.

Mientras lo hacía, experimentó una extraña sensación. A él le encantaba saborear a las mujeres y sabía que ellas disfrutaban, pero con Vanessa él sintió el placer de hacer aquello en los huesos, y el deseo de darle más y más.

Se concentró en los gemidos de goce que ella emitía y esperó con ansia escuchar el gemido final de placer desesperado. Sabía que ella dependía de él para llegar allí. A pesar de todas sus diferencias en la vida cotidiana, en la cama eran el uno para el otro, se conocían perfectamente.

Vanessa se apretó contra él, llamándolo con ansia. Su propio clímax le pareció distante y lo dejó aparte de buena gana para conseguir el de ella. De nuevo tuvo aquella sensación de que todo era correcto, de que eran las dos mitades de un todo. Las palabras «alma gemela» le surgieron en la mente, pero debía de ser por la magia de hacer el amor, las consecuencias naturales de la intimidad. Probablemente.

Vanessa señaló su orgasmo con un «oh, Zac», que fue como un grito de agradecimiento y asombro. Él lo sintió en su cuerpo, mientras la sostenía suavemente.

Cuando se quedó inmóvil, él la miró y vio lo guapa que era, con la piel pálida ligeramente bronceada y el pecho con un ligero arrebato de después del orgasmo. Y sonreía, tenía una sonrisa dulce, relajada, satisfecha.

Incluso temblando después del placer, ella quería acariciarlo, y él supo, mientras la observaba, que la quería. Le encantaba su cuerpo y hacerle el amor, adoraba su forma de pensar, lo que era, con toda su concentración y su energía. Se puso al nivel de sus labios y la besó, sintiendo su propia necesidad extenderse por su cuerpo.

Ella rompió el beso y lo miró con los ojos abiertos de par en par.

Ness: ¿Cómo sabías exactamente lo que había que hacer? Yo ni siquiera sabía dónde estaba la mitad del tiempo.

Zac: Estabas aquí -le dijo abrazándola fuertemente-. Y yo también. Y ahora quiero estar dentro de ti.

Ness: Oh, por favor -suplicó-.

Él se puso rápidamente un preservativo y encontró el camino hacia el lugar al que pertenecía. De nuevo tuvo la sensación de ser parte del cuerpo de Vanessa, que se adaptaba cálidamente a él, abrazando cada centímetro de su piel, haciendo que entrara más en ella, deseándolo por completo.

Se movieron juntos, cada vez con más fuerza, con un ritmo cada vez más rápido, hasta que la mejor ola los invadió, lanzándolos a los dos contra la orilla del clímax, húmedos de sudor, con los corazones latiendo al unísono.

Ness: Te quiero, Zac -dijo en un susurro-.

Zac: Yo también -dijo cerrando los ojos-. Yo también te quiero -supo que aquello era la promesa de que él se quedaría, de que estaría allí con ella, de que estarían juntos-.

De repente, sintió pánico. ¿Qué había hecho? Pero Vanessa era una mujer sensata. Seguramente, no se aferraría a él ni se volvería exigente. Ella lo había aceptado tal y como era. ¿No era eso lo que le había prometido cuando habían caído juntos en la cama de nuevo?

Tuvo la necesidad de escaparse, de irse a su propia cama y quedarse allí tumbado, solo unos centímetros más allá del muro que había vuelto a abrir. Pero Vanessa lo había atrapado, tenía los brazos y las piernas entrelazados en su cuerpo, tan fuertemente que él nunca podría escapar, y se dio cuenta de que, cuando había arrancado la capa de yeso de la pared, había echado abajo todos los muros que había entre ellos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

hola m enknto el kap!!!!!!spro q ness y zac c dn cuenta d lo mucho q c kieren....siguelas cuando puedas....m enknta la nov

Anónimo dijo...

una preg....en la otra nove no hubo kap d la boda d ness y zac?????c paso asta el viag en avion????

LaLii AleXaNDra dijo...

Awwwwwwwww que bellos... :)
espero que sus diferencias no los separen ...
:)
siguela...
esta super
cada vez me encanta mas...
X0X0

AnGy dijo...

ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy que bonitosssssss :)

jajaj como siempre amiga me encantoooooooooooooo el capitulo de hoyyy

byeee siguelaaaaaaaaaaaaaa esta reeeeeeeeeeee buenaaa byyyyyyyee xox

Carolina dijo...

Zac zac ¬¬ hombres hombres ¬¬
q malo ¬¬
pero bueno espero q deje de ser un bebe y se de cuenta de q quiere a Vanessa! so monse ¬¬
bueno me gusto el cap :D
las cosas van mejorando para V :D
bye amiga! tkm!

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