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viernes, 6 de enero de 2012

Capítulo 6


Después de una buena sesión de surf, Zac fue a devolverle la furgoneta a Gary y se quedó un rato en su casa jugando una partida de póquer y tomando unas cervezas. Zac trabajaba en la tienda de Gary, Water Gear, dando clases de buceo y vela, dirigiendo las excursiones marítimas que ofrecía la tienda para hacer submarinismo. También se ocupaba de la tienda y de la caja en las contadas ocasiones en que Gary dejaba su preciada tienda en manos de otro.

Cerca de las nueve, con cien dólares que había ganado jugando y un poco achispado de la cerveza que había bebido, se encaminó a casa. Gary le había ofrecido hacer dos salidas a bucear. Aquello estaba bien. Sus ingresos se habían vuelto irregulares últimamente. Tendría que espabilar si quería mantenerse ocupado todo el mes. ¿Y dónde viviría cuando acabara de reformar la casa? En aquel momento, la idea del trabajo sobre el que había bromeado con Vanessa casi le aliviaba. En aquellos momentos se preguntaba si no estaría perdiendo las ganas de ser libre para siempre.

Entonces se acordaba de los sermones de su padre sobre la estabilidad y la formalidad, y sobre concentrarse en las metas de uno, y sentía esa necesidad obstinada de tirarlo todo por la borda, considerar un millón de posibilidades, no dar nada por hecho, cualquier cosa para evitar convertirse en el obseso del deber que era su padre. Demonios, quizá se mudara a Florida. Allí encontraría algo.

Su vida estaba bien. Y si albergaba alguna duda, solo tenía que mirar a su compañera de piso. Ansiosa y frenética, preocupada por descansar aunque solo fuera un minuto. El trabajo era su dios. El nunca viviría de aquella manera. Incluso si se rendía y conseguía un trabajo, enseñando o de algo que encajara con su licenciatura en Pedagogía, se aseguraría de disfrutar de la vida. Vanessa luchaba contra el entretenimiento como si fuera algo peligroso.

Se preguntó si ella estaría ya dormida. Toda aquella energía había tenido que agotarla. Estaba tan nerviosa, que lo alteraba a él también.

Durante todo el día, desde que habían recogido la furgoneta, había estado haciendo recomendaciones y sugerencias sobre el modo de hacer las cosas con más eficacia. Pero por la forma en que se había estado mordiendo el labio, apretando los dientes y soltando chispas por los ojos, él sabía que se moría de ganas de soltar unas cuantas órdenes, «pon eso ahí, haz eso así y hazlo deprisa». Dios, él había tenido la tentación de besarla hasta que se olvidara de todo... o hasta conseguir que canalizara su energía de otro modo diferente.

En vez de eso, había bajado el ritmo de trabajo deliberadamente, para enseñarle con un ejemplo cómo relajarse. Además, le había enseñado buenos sitios de la ciudad, pero la sonrisa que tenía en la cara había sido de plástico durante todo el trayecto.

Vanessa no se parecía en nada a las otras mujeres con las que él salía, mucho más relajadas. Ella era una fuerza siempre en movimiento, siempre en dirección a alguna parte. No le importaba si el punto de destino era una equivocación, solo se dirigía hacia allí. Zac frunció el ceño. No estaba seguro de que le apeteciera llegar a casa para tener que andar de un lado a otro haciendo cosas.

Por otra parte, de algún modo, le gustaba la forma en que Vanessa había ordenado la casa. A él no le importaba el orden, o más bien, no le compensaba si tenía en cuenta el tiempo que tenía que invertir en él. Se dio cuenta de que estaba acelerando el paso por si acaso ella todavía estaba despierta. Le fastidiaba el modo en que su cuerpo respondía cuando estaba cerca de aquella mujer. El atractivo de lo prohibido, sin duda alguna.

Se la encontró dormida en su «oficina», con la mejilla apoyada en el escritorio, bajo la lámpara. Bajo la luz de la lámpara, tenía reflejos plateados en el pelo. Su perfume le llegó a la nariz y se le metió en la cabeza.

Vanessa había organizado el escritorio, había instalado el portátil y había llevado el teléfono de la cocina a la mesa. Incluso ya tenía todas las carpetas etiquetadas y colocadas por orden alfabético. Él había intentado que esperara hasta que la galería estuviera terminada, pero ella no había podido hacerlo. Todas sus herramientas de trabajo estaban apoyadas en la pared, parecía que colocadas por orden de altura. Señor.

Quizá fuera mejor mudarse, antes que seguir viviendo con aquel pequeño demonio del control. Solo que ella era muy guapa, con el pelo enmarcándole la cara sonrosada, las manos apoyadas en el escritorio, una de ellas agarrando un bolígrafo. Se había quedado dormida trabajando.

Él inclinó la cabeza para leer lo que había escrito: eran dos listas, una de cosas de trabajo y otra de asuntos personales pendientes. Casi al final de la lista de asuntos personales había un punto que decía: conseguir que Zac se comprometa a mudarse. Y otro: ser más estricta con el calendario de reformas, con varios signos de exclamación. Señor, todas las cosas se referían a él. Se sintió un poco herido. Él había estado pendiente de ella para que se sintiera cómoda en la casa, y todo lo que ella quería era que terminara y se marchara.

Después vio su nombre al final de la lista, de nuevo, en la frase comprarle a Zac un regalo de agradecimiento, seguida de un grupo de reggae que le gustaba mucho. Ella había curioseado su colección de compactos y probablemente la habría colocado también por orden alfabético, aunque de todas formas aquello era un detalle por su parte.

Se fijó en otro punto: no dejes que el miedo rija tus acciones. Hay que mirar hacia delante.

La pobrecilla se había quedado dormida mientras escribía aquella lista frenética, muerta de miedo todo el tiempo.

Acercó una silla para sentarse a observar cómo respiraba. Al dormir, toda la tensión de su cara había desaparecido y él se fijó en que tenía las mejillas sonrosadas y redondas como una niña. Se le movían los ojos. Estaba soñando, seguramente, con algo horrible, como que se le metía arena en el fax, o una cosa por el estilo. Tenía el cuello largo y delicado, y Zac tuvo ganas de apretar los labios cerca de la clavícula, donde le latía el pulso, para sentir el ritmo de su corazón.

Como si lo hubiera notado, Vanessa abrió los ojos y se sentó de un respingo.

Ness: Oh, Zac -dijo suavemente, y apartó el papel-. Me he dormido.

Zac: Has trabajado demasiado. -Ella negó con la cabeza y sonrió perezosamente. Trabajaba tanto por ser eficiente y competente, que a él le molestó verla tan atontada-. Necesitas dormir. Incluso los genios de los negocios se acuestan todas las noches.

Él la acompañó hasta su cuarto y ella se dejó caer en la cama. Aquella cama era mucho más blandita y grande que la del cuarto de invitados. Zac sintió el impulso de tumbarse con ella y abrazar su pequeño y firme cuerpo contra él y hacerle el amor.

«Tranquilo, Efron», se dijo. A ella le daría un ataque ante la sugerencia. E, incluso si conseguía convencerla, Vanessa se convertiría en un nudo de ansiedad y sería incapaz de disfrutar ni un instante. Él tendría que apartarla de aquella lista de cosas que hacer. Quizá debiera ponerse a trabajar en la casa seriamente. Además, también quería despejar el camino para que Miley pudiera ir de visita.

Al día siguiente, Vanessa se despertó al oír la alarma y el sonido del blues. Zac estaba trabajando. Y además, temprano. Aquello era una buena noticia. Y ella había conseguido dormir ocho horas seguidas. Otra buena noticia. Le llegó el delicioso aroma del café desde la cocina. Mmm.

Se duchó y se vistió, y después se encontró a Zac en el salón, quitando el papel de las paredes subido a una escalera. Llevaba solo unos pantalones cortos y estaba silbando a B.B. King.

Ness: Hola.

Zac: Hay salmón ahumado y bagels en la cocina. Y fruta. Espero que no te importe preparártelo tú misma. Trabajo, trabajo, trabajo -dijo y señaló la pared-.

Ness: Bien hecho -respondió, sonriente. Definitivamente, las cosas estaban mejorando-.

Tres horas después, Vanessa colgó el teléfono después de hablar con otro de sus antiguos clientes. Había conseguido un «quizá». También había notado cansancio en la voz del hombre, como si quisiera decirle «cualquier cosa con tal de poder colgar el teléfono». De todas formas, aquello era una posibilidad.

Entre llamadas, había diseñado un folleto promocional con ofertas, incluyendo algunas frases que sus clientes le habían dicho de muy buen grado mientras ella sondeaba las posibles necesidades que tendrían en sus negocios en el futuro.

Se sentía un poco mejor.

Miró hacia arriba y vio a Zac estirándose para quitar un trozo de papel difícil y tuvo que admirar sus músculos desde la punta de los dedos de la mano hasta los de los pies. Dios mío, era guapísimo. Ojala llevara un mono de pintor, para no distraerla tanto.

Lucky estaba bajo la escalera, dormitando, rodeado de arena como si fuera la tiza en la escena de un crimen.

De repente, llamaron a la puerta. Zac se volvió al oír el sonido y la sorprendió mirándolo. Sonrió.

Ella se levantó con la cara ardiendo y fue hacia la puerta.

Había dos niños y una chica rubia, de veintitantos años en el porche.

**: ¿Nos ayudas a hacer un castillo? -le dijo la chica a Zac, casi sin mirar a Vanessa-.

Zac: ¿Qué te parece, Vanessa? -preguntó bajándose de la escalera-. No nos vendría mal un descanso, ¿verdad?

Ness: Yo no puedo -dijo y volvió a su escritorio-. Y tú tampoco. ¿No tienes que comprar la pintura y los azulejos que he elegido?

*: Nos lo prometiste -le dijo uno de los niños a Zac-.

Ness: Oh, está bien -dijo irritada por encontrarse en la posición de aguafiestas-.

Zac: Iré a la playa en un segundo, chicos.


Los niños gritaron de alegría, la rubia sonrió y los tres se marcharon.

Ness: ¿Por qué me siento como la madre mala?

Zac: Lo siento. No te preocupes por la pintura. La compraré.

Ness: ¿Durante mi vida?

Zac: No te decepcionaré, Vanessa. Y deberías venir conmigo. Te has puesto un poco impulsiva por teléfono.

Ness: ¿Impulsiva?

¿Habría dado la impresión de estar desesperada?

Zac: Ven conmigo a la playa.

Ness: No puedo -suspiró-.

Zac: Bueno, pues al menos déjame que te lleve las cosas a la galería, para que tomes un poco de aire fresco.

Ness: Estoy instalada aquí.

Zac: Tómatelo como una demostración del concepto de oficina con vistas al mar. Si resulta que lo odias, no te lo volveré a sugerir -tomó el teléfono y las carpetas con las cuales ella estaba trabajando y las trasladó a la galería-.

Ella gruñó, pero se rindió y desenchufó el portátil. Después se sentó en una de las sillas que él acababa de limpiar de arena.

¡Vaya! Una oficina a orillas del mar.

Ness: Gracias.

Él se quedó mirándola mientras colocaba el ordenador y las carpetas.

Zac: ¿Lo ves? Que estés trabajando no significa que no puedas estar cómoda.

Ness: Supongo que no.

Zac: Estaremos ahí, si cambias de opinión -le dijo, y señaló donde estaban los dos niños y la rubia, excavando en la arena-.

Ness: Muy bien. Gracias.

Vio cómo salía corriendo y respiró hondo. Después sintió la brisa fresca y escuchó el sonido hipnótico de las olas. El sol le calentaba suavemente los hombros.

No estaba nada mal.

Solo que tenía ganas de dejarlo todo e irse con Zac a construir el castillo. Observó cómo trabajaban los niños y cómo la rubia coqueteaba con Zac, que no parecía prestarle mucha atención.

Tuvo el impulso de salir corriendo. ¿Acaso una hora le haría mucho daño? Sí. Era posible que no pudiera obligarse a sí misma a volver a trabajar.

Se dio la vuelta para evitar la tentación de la playa y fijó la vista en la pantalla del ordenador.

Veinte minutos después, colgó el teléfono con el corazón saltándole de alegría. Tenía un sí real y honesto. Bob Small, un hombre que quería invertir algo de dinero para convertir su afición de confeccionar fundas para asientos de coches personalizadas en un negocio, había contactado con ella a través del contable de Ashley. Habían tenido una conversación y habían fijado una cita para la semana siguiente. ¡Bien! Las cosas empezaban a marchar. En cuanto tomara unas cuantas notas más, bajaría a la playa con Zac y su grupo para tomarse un respiro. Se lo había ganado.

Media hora después, se levantó para salir, pero ya no había nadie. Habían terminado un castillo fabuloso, con torres, murallas e incluso un foso, y lo habían abandonado. Vanessa los divisó un poco más lejos, jugando al frisbee, con Lucky corriendo por la arena. El sonido de las risas le llegaba con el aire.

Por supuesto, podía bajar con ellos, pero era un desastre en aquel juego. No. El momento para ella ya había pasado. Suspiró y se quedó mirando el castillo. Parecía perfecto y permanente. Habían trabajado mucho para hacerlo, y sin embargo, lo habían abandonado y la marea lo destruiría.

Zac tenía razón acerca del mar y sus metáforas. Aquel castillo de arena decía algo acerca del esfuerzo malgastado, de la fragilidad de la belleza o del hecho de que, si se trabajaba demasiado, se perdían otras cosas en la vida, como la diversión. El diría: «te lo dije», seguramente. Odiaba que Zac tuviera razón.

Llamaría a su madre, ya que tenía buenas noticias que darle. Además, quería confirmar sus planes para la visita del fin de semana. Divertirse de vez en cuando les vendría bien a las dos.

Vanessa miró a la preciosa rubia con el biquini de leopardo darle con el pincel lleno de pintura a Zac en la espalda.

Zac: ¡Eh! -dijo y se volvió para agarrar a la rubia por la cintura como si fuera a pintarla también-.

**: No, para.

Él le pintó en la punta de la nariz.

Vanessa tuvo ganas de estrangular a la rubia. Solo estaba fingiendo que ayudaba a Zac para poder alardear de su cuerpo perfecto y casi desnudo. «Y parecía que Zac disfrutaba», pensó Vanessa de mal humor. Y además, ninguno de los dos estaba poniendo ni una gota de la pintura color blanco que ella había seleccionado con tanto cuidado en las paredes.

Zac llevaba cinco días trabajando en el salón.

Había terminado de arreglar el tejado, pero solo había mirado el sistema eléctrico por encima y continuaba habiendo cortes en el baño. Cada vez que ella se daba la vuelta, Zac dejaba el trabajo y se ponía a arreglar una bicicleta, o a enseñarle a alguien a bucear o a hacer surf, o se marchaba a tomarse una cerveza con unos amigos.

Además, se le había olvidado darle un par de mensajes importantes y también se le olvidaba contestar al teléfono diciendo «Business Advantage, dígame», tal y como ella había hecho que le prometiera.

Un día, ella le había preguntado si había tenido suerte con lo de encontrar otro lugar donde alojarse y sus respuestas habían sido «casi», o un cambio de tema, o simplemente, había preparado algo delicioso como unas berenjenas rellenas de queso parmesano o una ensalada de tofu que habían conseguido que Vanessa gimiera de una forma vergonzante.

Aquel hombre la estaba volviendo loca. Era como una fuerza de la naturaleza, siempre presente. Y tan atractivo. Cada vez que ella intentaba entrar al baño, él estaba cerca. Una vez, ella tenía que secarse el pelo con el secador y Zac había insistido en que no le importaba que lo hiciera mientras él se afeitaba. En aquel espacio tan reducido, se habían dado golpes con los codos y las caderas luchando por un trozo de espejo, y entonces la luz se había ido.

En los segundos que habían tardado en buscar a tientas el pomo de la puerta, Vanessa había terminado en sus brazos. A Zac no parecía importarle demasiado, y ella consiguió escapar con un poco de la agradable espuma de afeitar en la nariz y el recuerdo de sus brazos alrededor de su cuerpo, casi tan vivido como el del beso que le había dado en el mar.

Después de aquello, se había prometido que no volvería a entrar al baño cuando estuviera Zac y le había pedido que arreglase la instalación eléctrica, prioritariamente.

Y en aquel momento, lo veía jugueteando con aquella muchacha, en vez de pintar el salón, cosa que también le había pedido que terminara pronto para que por fin su oficina pudiera estar ordenada. Era muy positivo que Ashley no le pagara por horas, sobre todo con Trixie pululando por allí, ¿o era Bambi? Las chicas y aquellos nombres tan absurdos lo distraían terriblemente del trabajo.

Observándolos, Vanessa sintió un calor extraño y un impulso irrefrenable de empujar a la chica de la escalera, donde obviamente se había subido para enseñarle a Zac las piernas y la zona trasera.

Vanessa dejó escapar un suspiro de disgusto y el sonido atrajo la atención de Zac, que se había subido con ella a la escalera.

Zac: Hay sitio para uno más -dijo dándole palmaditas a un escalón-.

Ness: Tengo que trabajar.

«No como otros».

Se volvió hacia sus papeles y al cabo de un minuto, Trixie o Bambi o Candy gritó por algo que Zac le estaba haciendo en la cintura.

Ness: ¿Podríais bajar el volumen?

Zac: Alguien se ha tomado la píldora del malhumor esta mañana.

Ness: Solo espero que la mayoría de la pintura acabe en la pared.

Después de un rato, Trixie se cansó de pintar y se marchó.

Zac bajó de la escalera y se sentó al lado de Vanessa.

Zac: ¿Estás enfadada?

Ness: ¿Cuánto le estás pagando a tu pequeña ayudante? Espero que no sea mucho.

Zac: Mmm. Parece que estás celosa.

Ness: ¿Celosa? ¿Por qué iba a estar celosa de una chica que se llama Tiffany y que finge que pinta para poder mover sus atributos delante de ti?

«Por supuesto que estoy celosa». Un poco. Ella era humana.

Zac: Bueno, bueno. Trixie es pintora. Pinta al óleo. Es de Laguna.

Ness: Estoy impresionada. Guapa y además con talento -ahora sí que estaba celosa-.

Zac: Como tú. Guapa y con talento. Solo que haces que la vida sea demasiado dura.

Ness: Y tú, demasiado fácil.

Zac: Si te relajaras un poco, tu trabajo iría mejor.

Ella suspiró. Él tenía razón. Vanessa recordó el castillo de arena que se había perdido. La verdad era que estaba más celosa de Zac que de las chicas, por la forma en que él había organizado su vida, sin trabajar demasiado, y siempre tal y como quería. Ella no cambiaría su vida, pero había algo en la manera en la que él vivía que la atraía.

Zac: Por cierto, ¿has visto mis llaves? -le preguntó levantándose-.

Ness: Están en el armario de las llaves.

Zac: ¿El armario de las llaves?

Ella le señaló un pequeño armario de madera que había colgado al lado de la puerta, donde había puesto todas las llaves, incluidas las de Zac, cuando las había encontrado bajo el sofá.

Zac: Un armario para las llaves... ¿qué será lo próximo? -murmuró mientras iba a coger su llavero-. ¿Y el recibo de las piezas de la bicicleta que compré? ¿También has comprado un armario para eso?

Ness: Casi -respondió y le tendió el recibo y una carpeta que había organizado para él-. Me encontré el recibo arrugado al fondo de la bolsa.

Zac: Ahí es donde quería que estuviera -dijo mirando la carpeta-.

Ness: Eso es raro, porque habías tirado la bolsa.

Zac: Oh, bueno... ¿y esto qué es?

Tomó la carpeta, la abrió y encontró un calendario que ella había diseñado.

Ness: Es para que apuntes tus clases. Te oí cambiar el horario un par de veces porque se te habían juntado varias.

Zac: Oh -miró lo que ella había hecho y pareció que le impresionaba-. Supongo que esto me será útil.

Ness: Y también podrías poner todos los recibos y las facturas en la carpeta.

Zac: Quizá. Pero de ahora en adelante, yo me ocuparé de mis recibos, mis bolsas y mis llaves, ¿de acuerdo?

Ness: Solo quería ayudar. La organización es una de mis habilidades.

Zac: Querrás decir obsesiones -sonreía, así que ella no podía tomárselo como una ofensa-.

Zac fue hacia la puerta.

Ness: ¿Y qué pasa con el salón?

Zac: Tengo que ir por unas cuantas cosas. Seguiré luego. Mira las cenefas que hay en esos libros.

Ness: No puedo comprar cenefas para la pared.

Zac: Mira solo las que yo he marcado -le dijo mientras se iba-.

Ella dejó escapar un suspiro de frustración, pero en el siguiente descanso que hizo, miró las cenefas y le gustaron exactamente aquellas que él había marcado.


**: Hola, estaba buscando a Vanessa Hudgens.

Zac miró hacia abajo desde la escalera donde estaba pintando los aleros del tejado y vio a un hombre bajito en el porche.

Zac: Ahora no está.

Se había marchado aquella mañana sin decir adónde iba, pero él creía que tenía que ver a un cliente.

**: Tenemos una cita a las dos -dijo el hombre, frunciendo el ceño-.

Tendría unos cuarenta años y llevaba una camiseta vieja y una gorra. Del bolsillo le asomaba un paquete de cigarrillos.

Zac: Una cita, ¿eh? -Bajó de la escalera y le abrió la puerta. No era normal que Vanessa llegara tarde, y además él creía que tenía pensado reunirse con los clientes en sus oficinas hasta que la casa estuviera «decente»-. Debe de haberse quedado atrapada en un atasco -Si hubiera sabido que iba a ir aquel hombre, habría limpiado un poco. Entró con el señor y bajó la música, que estaba al máximo volumen, para poder oírla desde el porche-. ¿Le apetece una cerveza mientras esperamos?

**: Muy bien -dijo el hombre, siguiéndolo hasta la cocina-.

Zac se presentó al hombre, que se llamaba Bob Small, y le preguntó cosas sobre su negocio de fundas personalizadas para asientos de coches. Lo dejó hablar durante un rato y después abrieron una segunda cerveza. ¿Dónde demonios estaría Vanessa?

Para ayudar, Zac le contó la historia de un amigo suyo que fabricaba tablas de surf especiales y puso una tienda. El dinero acabó con la diversión del trabajo y él terminó haciendo tablas, pero no tan especiales. Supuso que contándole aquella historia ayudaría a Vanessa, así aquel tipo se daría cuenta de que necesitaba a una experta como ella para organizarlo todo. Bob absorbió la historia como una esponja.

Después, para asegurarse de que el tipo no se marcharía, hizo guacamole, abrió una bolsa de nachos y le dio a Bob la tercera cerveza.

De repente, Vanessa entró en casa, vio al cliente y se quedó petrificada.

Zac: Este es Bob Small -dijo poniéndose de pie-. Le he dicho que has debido de quedarte atrapada en un atasco.

Ness: ¡Bob! Teníamos una reunión en su local... Estaba cerrado.

Bob: ¡Ah! Yo creía que habíamos quedado aquí -dijo con una sonrisa boba en la cara. Zac quitó la tercera cerveza del alcance del hombre-.

Ness: Supongo que lo entendí mal -Se ruborizó y Zac se sintió muy mal por ella-. Siento que haya tenido que esperar tanto. Ven a mi despacho y trabajaremos en un plan para su negocio.

Bob: En realidad, Zac me ha ayudado mucho -dijo tímidamente-.

Ness: ¿De verdad? -preguntó pasando del rojo a la palidez absoluta-.

Zac: Lo único que he hecho ha sido escuchar -dijo con un mal presentimiento-.

Bob: No seas tan modesto -dijo poniéndole una mano en el hombro-. La situación de tu amigo es exactamente lo que yo no quiero -se volvió hacia Vanessa-. Creo que hacerse con el carro antes que con el caballo no es una buena idea. Estoy muy ocupado con los clientes que me llegan por el boca a boca. No quiero estar esclavizado todo el día ni que los pedidos me superen. Creo que me quedaré como estoy, por ahora.

Vanessa se quedó incluso más pálida.

Ness: Es posible que eso sea cierto, pero creo que podríamos analizar las posibilidades más detenidamente de lo que lo ha hecho Zac -dijo, y le lanzó una mirada fría y afilada como un puñal-.

Bob: Gracias de todas formas, pero no es necesario -Se palpó los bolsillos, buscando algo, y sacó una chequera-. ¿Qué te parece que te pague por el tiempo que me has dedicado? -preguntó y sonrió-. Aunque quizá deba pagar a tu ayudante -y le dio a Zac un golpecito con el codo en el costado-.

Zac: Solo ha sido una charla.

Se sentía como un canalla.

Ness: No tienes que pagar nada, Bob -dijo suavemente-. Yo malentendí nuestra cita, y además, parece que no necesitas nuestros servicios. Por el momento -le lanzó a Zac otra mirada-. De todas formas, ten en cuenta a Business Advantage si decides seguir adelante... Y si alguno de tus amigos necesita asesoramiento, por favor, dales mi tarjeta -sacó varias de su bolso y se las dio-.

Bob: Por supuesto -respondió y se las metió en el bolsillo trasero del vaquero, donde serían indudablemente lavadas con el resto de la colada-. Gracias de nuevo, Zac -y le dio un buen apretón de manos, como si se hubieran convertido en amigotes de póquer.-

Vanessa acompañó a su ex cliente a la puerta y después se volvió hacia Zac.

Ness: ¿Qué demonios te creías que estabas haciendo?

Zac: Tenía que mantenerlo ocupado mientras volvías -dijo asustado-. Le conté la historia de la tienda de surf para que él se diera cuenta de que te necesitaba. Pero no está preparado. Te habrías dado cuenta, al final. Lo único que he hecho es ahorrarte tiempo.

Ness: Muy bien. Me has ahorrado tiempo.

Zac: Estaba preocupado por si ese tipo no te hacía caso.

Ness: Es lo que ha hecho, muchas gracias -dejó escapar un suspiro, abatida. Después musitó-: Solo ha sido... mala suerte.

Zac: Voy a ponerte un té frío -dijo y la acompañó a la cocina. Sacó una jarra de la nevera y le sirvió un vaso-. Es Gingko biloba. Pareces agotada.

Ness: ¿Agotada? -dijo mientras tomaba el vaso con la mano temblorosa-. Estoy hecha trizas.

Zac: Vamos, no es el fin del mundo.

Ness: Para mí sí.

¿Tenía los ojos brillantes de las lágrimas?

Zac: Habrá otros muchos clientes.

Ness: Ojala. Tengo ahorros para dos meses más, y después, tendré que conseguir trabajo en otro sitio, de camarera. O algo así.

Zac: Has hecho millones de llamadas. Verás como surgirá alguna oportunidad.

Ness: Hasta el momento, nada. Muchos «quizá» y «tomaremos nota de sus servicios», pero ningún cliente. Bob Small era el único.

Zac: Bueno, demonios, yo te conseguiré un cliente.

Gary siempre estaba fanfarroneando sobre expandir el negocio. Lo convencería para que la contratara. Tenía que hacer algo. Vanessa estaba tan triste y desanimada... Toda su energía había desaparecido.

Ness: Muy bien. ¿Qué? ¿Uno de tus amigos sufistas?

Zac: Pues sí, exactamente.

Pareció que ella estaba reprimiendo una contestación. Se mordió el labio, como siempre, y dijo:

Ness: No te preocupes. Me las arreglaré. Perder a Bob Small ha sido un golpe, eso es todo. Mañana he quedado con un amigo de la facultad para ir a una reunión y meterme en una red de contactos.

Entonces, ella se calmó un poco, y él se sintió aliviado. Se prometió que le conseguiría un cliente fuera como fuera, al mismo Gary, aunque era muy tacaño.

Zac entró en Water Gear y aspiró el olor a humedad, a plástico, a goma. Se sintió como en casa de nuevo, pero aquel día no tenía tiempo para inspeccionar las nuevas tablas ni los trajes. Tenía una misión.

Gary: ¿Qué te pasa? -le preguntó cuando vio la expresión de su cara-. ¿Alguna de tus amiguitas se ha quedado embarazada?

Zac: Por Dios, no. Tengo que hablar contigo.

Gary: Sabes que no le presto dinero a los amigos.

Zac: Tú no le prestas dinero a nadie -aquel tipo era un tacaño. Le había costado años que Gary le pagara lo justo por las clases y las excursiones en barco que hacía. Por no mencionar que a veces se retrasaba en los pagos-. Querías expandir el negocio, ¿no?

Gary: ¿Expandirlo? Ya tengo las manos llenas con una sola tienda.

Zac: Pero tú mismo has dicho siempre la gran idea que sería. Podrías llevar tus tablas a San Diego, o a México, ¿no recuerdas? Eso es lo que nos dijiste la otra noche.

Gary: ¿Antes o después de la tercera jarra de cerveza?

Zac: Vamos. In vino ventas.

Gary: ¿Y ahora me sales con el latín? Siempre tengo problemas cuando empiezas a demostrar que tienes educación universitaria.

Zac: Lo cierto es que conozco a la persona con la que necesitas hablar. Mi casera.

Gary: ¿La morena con el nombre remilgado?

Zac: Sí, Vanessa. Es consultora, y muy buena. Acaba de empezar su propia empresa y su fuerte es planificar estrategias.

Gary: Espera. Tengo que sentarme -se agarró a la caja registradora, como si estuviera mareado-. No me lo creo. Zac Efron, loco por una mujer.

Para su disgusto, Zac se sintió molesto con el comentario.

Zac: Vamos, Gary. No es eso. Es que ha perdido un cliente por mi culpa y quiero compensarla.

Gary: Me da la impresión de que me he topado con un asunto interesante.

Zac: Vamos, Gary. Puedes fanfarronear de lo de la expansión durante años y no hacerlo nunca. Ella te ayudará a planearlo todo tal y como tú quieres, irá directa al grano.

Gary: Mira, a mí me gusta ayudarte siempre, amigo. Si quieres sacar el barco para impresionarla, bien. O comprar equipo a precio de coste, perfecto. Pero, en este tema, estamos hablando de mi vida. Tengo cincuenta años y no voy a poner en juego mi negocio solo porque tú te hayas encaprichado de una chavala.

Zac: No es eso -repitió-. Mira, contrátala, y si te parece que no merece la pena... Yo le pagaré.

Aquello sí que había sido una demostración de fe por su parte, una que no estaba seguro de si debería haber hecho. No, con el viaje de Miley en juego. Pero tenía que hacer algo para acabar con la desesperación de Vanessa.

Pero Gary todavía parecía desconfiado. Tendría que decirle algo más verosímil.

Zac: Está bien. Aquí va el trato. Quiere echarme de su casa, y si le consigo un cliente, puedo quedarme.

Gary: Lo sabía -dijo con una risa de satisfacción-. Gusano. Nunca cambiarás.

Sintió una punzada de disgusto. ¿Por qué no podía estar haciendo algo solo por ser amable? ¿Es que Gary no lo conocía mejor? Habían pasado mucho tiempo juntos… buceando, navegando, tomando cervezas. Algunas veces, sacaba a relucir al amor de su vida, con el que había roto cuando tenía la edad de
Zac, pero solo cuando estaba un poco borracho.
Por supuesto, nunca hablaban de nada demasiado profundo, pero de todas formas, Gary debería saber que él era una persona decente.

Zac: Al menos, déjame que la lleve al barco para que la conozcas. Necesita relajarse y a lo mejor tiene alguna idea para tu negocio.

Gary: ¿Necesita relajarse? Yo creía que ya tendrías eso resuelto, a estas alturas.

Zac: Tengo que vivir con ella.

Gary: Más cómodo.

Zac: Demasiado complicado. -Silencio-. Además, no es mi tipo -añadió de manera poco convincente-.

Gary asintió lentamente.

Gary: Ya entiendo.

Zac: No, no lo entiendes.

Aunque era cierto que cada vez que ella se mordía el labio, él sentía calor en el cuerpo. Quería besarla, ponerle las manos en las caderas, hacer que se le acelerara la respiración y que aquellos ojos marrones e inocentes se abrieran como platos... Y allí estaba ella, todas las noches, al otro lado de una tela.

Aquellos ataques de lujuria se debían solo a que ella era algo prohibido, estaba seguro. Como ir a un restaurante italiano estando a régimen.

Pura tortura.

Zac: Quiero darle unas lecciones de buceo, como acto de buena voluntad. Así podrás conocerla y ver qué piensas.

Gary: Lecciones de buceo, ¿eh? Como quieras. Os llevaré, pero no menciones mi negocio, ¿de acuerdo?

Zac se encogió de hombros. Estaba seguro de que Gary picaría en el anzuelo de Vanessa. Además, aprender a bucear la ayudaría. Sumergirla en otro universo la sacaría de sus preocupaciones y se quedaría maravillada. No podía esperar a ver la mirada alucinada que siempre tenían los buceadores principiantes. Con Vanessa, aquello sería casi tan bueno como el sexo.

Y si Gary no la contrataba, él lo intentaría con otros compañeros del puerto deportivo. Era lo menos que podía hacer por una compañera de piso.

1 comentarios:

Carolina dijo...

Zac tonto ¬¬
distraelo no botalo!
pero en fin! espero que logre convencer a su amigo el tacaño xD
me gusto el capi :D
y tb cuando nessa se moleste por la amiga de Zac q tiene nombre de dibujo animado xD
bye amiga! tkm!

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