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miércoles, 25 de enero de 2012

Capítulo 12


Se acabó, pensó Zac mientras salía de la casa para darse un baño y tranquilizarse. Finalmente, se iba de la casa, y aquella vez era idea suya. Debería haber sabido desde el primer momento que ella intentaría ponerle un traje de oficinista. Era una adicta al trabajo nerviosa y exigente. Lo sabía desde el principio. Pero también era entusiasta y muy divertida.

El nunca se había quedado atrapado en una relación, nunca había querido, y acababa de averiguar por qué. Era una molestia increíble.

Lo superaría. Aquello era algo positivo de haberse mudado tantas veces de sitio de pequeño. Sabía cómo ir hacia delante.

Nadó durante una hora, pero todavía tenía un nudo en el pecho y un vacío que le quemaba en el estómago. Quizá solo estuviera hambriento.

Fue a su restaurante favorito para tomarse un falafel y un batido, y se encontró con un par de sufistas conocidos suyos. Hacía tiempo que no los veía, y se alegró. Había pasado demasiado tiempo intentando relajar a Vanessa.

Había una chica nueva detrás del mostrador. Muy mona. Y lo contrario a Vanessa: rubia, alta y con una sonrisa perezosa. Ella lo miró.

Él intentó devolverle la mirada, pero fracasó lamentablemente. La idea de estar con ella le hacía sentirse cansado. Sintió pánico. ¿Se estaría volviendo viejo, después de todo?

No podía librarse del recuerdo del cuerpo de Vanessa acurrucada entre sus brazos. Se moría de deseo por ella. Incluso echaba de menos su ajetreo y su charla. Era un idiota.

Ni siquiera le apetecía el delicioso batido ni el falafel crujiente cuando se lo sirvieron. Vanessa le había arruinado incluso el apetito. Demonios.

Tenía que hacer algo. Lo primero, convencer a Gary de que lo dejara quedarse en su casa. Volvió a la casa y entró, pero Vanessa ni siquiera levantó la vista del ordenador, donde estaba trabajando con la cabeza gacha. Él metió algo de ropa en una bolsa y se dio cuenta de que había acumulado un montón de cosas. Ella tenía razón. No importaba, lo tiraría todo o lo vendería. No necesitaba aquellas cosas ni ningún lugar para acumularlas, ni a Vanessa, ni nada. Podía empezar de nuevo en cualquier momento y en cualquier lugar.

Cuando Zac entró en la tienda, Gary levantó la mirada de la calculadora.

Gary: Parece que acabas de perder a tu mejor colega. Aunque sé que no es cierto, porque todavía me caes bien, tío.

Zac se encogió de hombros. Se sentía como si la ola más enorme lo hubiera estampado contra la arena. Estaba en carne viva, por dentro y por fuera.

Gary: ¿Problemas en la casa de la playa? -le preguntó moviendo la cabeza lentamente-.

Zac: Se podría decir que sí.

Gary: Lo arreglarás... -le dijo, y lo miró a la cara-. Mejor será que lo arregles. Necesitas a una mujer con la que establecerte.

Zac: Mira quién habla. Tú nunca lo has hecho.

Gary: Es solo una actuación, amigo mío. Las lágrimas de un payaso. Sylvia fue mi gran amor y la perdí porque pensé que era demasiado joven como para atarme a una sola persona.

Zac: Podrías encontrar a otra mujer si quisieras.

Gary: No como Sylvia. Ella es mi única mujer. Puede que no te lo creas, pero no es nada fácil estar conmigo.

Zac: Ya.

Gary era cabezota y maniático.

Gary: Pero estoy bien. Soy feliz. Tengo mi tienda.

Pero una tienda no le abrazaba a uno fuerte por las noches, ni suspiraba por la comida que cocinaba, ni hacía comentarios de sabihondo sobre los hábitos de trabajo, ni colgaba las toallas incluso antes de que uno hubiera terminado de usarlas.

Sí. Pero también era cierto que Vanessa quería cambiarlo. Lo veía en la expresión de su cara, la misma que la de su padre.

Zac: ¿Me puedo quedar en tu casa unos días, Gary?

Gary: Si cocinas y compras la comida, quédate todo el tiempo que quieras.

Arreglado, por el momento. Aunque tampoco era que Zac lo estuviera deseando. El sofá de Gary estaba lleno de bultos y aquel hombre roncaba como una sierra mecánica. Encontraría otro sitio rápidamente y se mudaría. Aquello sería lo mejor.

Era imposible que Vanessa y él tuvieran una relación. Pero él se recuperaría, lo sabía. Salvo que todo aquel asunto le había cambiado algo en lo más profundo... De acuerdo, necesitaría tiempo para superarlo.

Quizá fuera cierto que se estaba volviendo viejo.

Vanessa pasó el día siguiente dejándole mensajes a Mitch Becker y aguantándose las lágrimas por Zac. Se obligó a sí misma a ser razonable. La tristeza que sentía era prueba de lo inteligente que había sido al terminar con él. Se había engañado a sí misma al pensar que Zac sería un compañero compatible con ella.

A las tres y media de la tarde, al ver que Mitch no había contestado a sus llamadas, supo que tenía que tomar medidas drásticas. Llamó a su secretaria, Sue.

Ness: Sé que me está evitando, Sue. Dile que voy a ir a Nueva York. Voy a quedarme a la puerta de su oficina hasta que quiera recibirme. Díselo, por favor. Esperaré.

Sue dejó escapar un gran suspiro, pero dejó a Vanessa escuchando el hilo musical. Después de dos canciones enteras, ella volvió.

Sue: Veinte minutos, no más. Ven mañana a las tres.

En cuanto Vanessa colgó, volvió a descolgar el teléfono para llamar a una floristería y encargó un pequeño arreglo floral para darle las gracias a Sue. Tenía una oportunidad, y aquella vez se encargaría de que todo saliera bien. Sacó un billete por Internet y fue a comer algo antes de hacer la maleta.

La casa estaba muy vacía desde que Zac se había ido. Cuando había llegado allí, habría dado cualquier cosa por tener paz y tranquilidad. Y sin embargo, en aquel momento no podía pensar sin la música de Zac y su ruido continuo.

Abrió el refrigerador y se le llenaron los ojos de lágrimas al ver las sobras de lo que Zac había cocinado. Él nunca volvería a ofrecerle huevos a lo Zac ni le haría magdalenas, ni una ensalada. Cerró la puerta de la nevera e intentó controlarse. Demonios, estaba llorando por unas sobras de comida.

Sonó el teléfono y fue a responder la llamada, agradecida por tener alguna distracción.

Ness: Business Advantage, ¿dígame? -dijo, casi sin aliento-.

Ashley: ¿Vanessa? Soy Ashley. ¿Qué tal te va todo? -su voz sonaba lejana y falsamente alegre-.

Ness: ¿Ashley? ¡Hola! Bien. Todo va bien -No quería contarle la embarazosa metedura de pata que tenía que arreglar-. Más o menos. ¿Y tú? ¿Disfrutando de tu nueva y fabulosa vida?

Para su asombro, Ashley dejó escapar un suspiro tembloroso.

Ashley: En realidad, las cosas están un poco inestables en este momento.

Ness: No hablas en serio.

Ashley rió con amargura.

Ashley: Sí. Puede que esto te parezca una locura, pero Scoot y yo nos pasamos los días viendo cosas maravillosas... -y entonces susurró- y estoy aburrida.

Ness: ¿Estás aburrida?

Ashley: Echo de menos Business Advantage. No tengo ningún objetivo aquí. Por supuesto, quiero a Scoot, pero no hago nada y esto está empezando a afectarme. El otro día estábamos en una fiesta con sus ejecutivos y uno de los directores mencionó un problema. Me pegué a él como una lapa y empecé a darle consejos. Scoot casi tuvo que arrastrarme. Lo avergoncé, ¿puedes creértelo?

Ness: Lo siento, Ashley.

Ashley: Él tenía razón, pero al mismo tiempo no la tenía. Tuvimos una pelea terrible, durante la cual yo lo acusé de tratarme como a un trofeo sin cerebro. ¿Te lo imaginas?

Ness: No -pero sí lo hacía. Ashley podía llegar a ser una fiera-.

Ashley: Creo que quería que se enfadara conmigo. Quería una excusa para... volver a casa -y terminó con un suspiro, casi un sollozo-. ¿Querrías tener una socia de nuevo, Vanessa? Compraré participaciones, por supuesto. No aguanto más aquí. Estaba confundida. El amor no es suficiente.

Ness: Ashley... guau -Ashley sería una gran ayuda en el negocio, por supuesto. Vanessa no sufriría tanta presión y entre las dos podrían pagar una oficina, con o sin AutoWerks-. Eso sería estupendo -respondió-. Si es que estás completamente segura, claro.

Ashley: He aprendido la lección -dijo con tristeza-. La gente es quien es y el amor no puede cambiarla.

Vanessa estaba a punto de decirle que sí, porque aquello era lo que había aprendido con Zac, hasta que oyó el sollozo de Ashley. Había tanta derrota y tanta pena en su voz, que Vanessa supo que aquello no era lo correcto.

Ness: Ashley, escucha. A pesar de que me encantaría que volvieras, creo que deberías darte un tiempo para pensar. Habla con Scoot. Busca algún punto medio donde podáis disfrutar el uno del otro, pero puedas contribuir profesionalmente. -Ashley se quedó silenciosa-. ¿Estás ahí?

Ashley: Estoy pensando -dijo lentamente-.

Ness: Has cambiado tu vida de la noche a la mañana. Tenía que haber algún fallo. Habla con él. Si os queréis el uno al otro, encontraréis el camino.

¿Qué era lo que estaba diciendo? Con la ayuda de Ashley, podrían llevar a cabo su plan original y todo sería pan comido.

Pero el plan original ya no servía, ni para Ashley, ni para ella. El amor era demasiado poderoso. Aquella era otra de las cosas que le había enseñado enamorarse de Zac.

Ashley: ¿Cuándo te has vuelto tan sabia?

Ness: Es una larga historia.

Odiaba que Zac tuviera razón.

Ashley le prometió que la llamaría de nuevo en una semana para hablar de su vuelta, pero Vanessa notó el alivio en su voz. Estaba segura de que Ashley y Scoot lo arreglarían. Zac y ella no tendrían tanta suerte.

Le entró pánico. En el baño, encontró el tubo de pasta de dientes apretujado en mitad del lavabo, sin la tapa, y las toallas mojadas sobre los azulejos recién puestos del suelo. Oh, Zac.

Se apoyó contra el lavabo y empezó a llorar. No habría más habitaciones llenas de cosas, ni bicicletas por todas partes, ni agua de mar en el suelo. Y aquello le rompía el corazón. Para torturarse un poco más, tomó su cuchilla de afeitar y olió la espuma de coco.

Entonces oyó que se abría la puerta y el corazón se le aceleró en el pecho. Zac había vuelto. Quizá se sintiera tan triste como ella. Quizá pudieran llegar a algún tipo de compromiso...

Pero Zac estaba silbando. ¡Silbando! Se había recuperado del golpe, por supuesto. Enamorarse no era nada importante para él. Se acercó al baño y se apoyó en el marco de la puerta, tan guapo, mirándola con el mismo interés y la misma curiosidad de siempre.

Ella escondió la cuchilla de afeitar en la espalda.

Ness: ¿Tienes que entrar? Yo ya he terminado.

Zac: No tengas prisa.

Ness: Estoy haciendo la maleta para irme a Nueva York esta noche.

Zac: Te dije que te daría otra oportunidad.

Ness: Me ha dado veinte minutos. Menos de media hora para recuperar el trabajo.

Había planeado crear un apéndice para el informe que dejaría a Mitch impresionado por la atención que Vanessa le prestaba a los detalles. Lo haría en el avión y en el hotel, antes de ir a la cita.

Zac: Eres la mujer más decidida que he conocido. Lo conseguirás.

Ness: Ojala yo tuviera tu confianza.

Zac: Deberías -dijo y le brillaron los ojos-. He estado intentando demostrártelo. Si no te pusieras tan tensa por todo, lo harías muy bien... pero eso no es nada nuevo -sonrió, una copia de su sonrisa ancha y franca-.

Así que él tampoco se había recuperado. Vanessa se sintió mejor al no estar sola en su tristeza.

Ness: Tu apoyo ha significado mucho para mí, Zac -le tembló la voz-.

Se moría de ganas de meterse entre sus brazos y dejar que la consolara.

La expresión de la cara de Zac se suavizó. Quizá los dos estuvieran deseando lo mismo. Él alargó el brazo para acariciarle la mejilla. Ella cerró los ojos. Quizá él fuera a besarla y lo resolvieran todo...

Zac: Tienes algo ahí -le dijo enseñándole el dedo con el que le había tocado la mejilla-. ¿Espuma de afeitar?

Ella abrió los ojos. Demonios, la había pillado olisqueando su cuchilla de afeitar. Sintió vergüenza y desilusión.

Ness: ¡Toma, aquí tienes! -y le puso la cuchilla en la mano-. E intenta encontrar la tapa de la pasta de dientes -terminó, pasando por delante de él al pasillo-.

«¿Cuál era su problema?», se preguntó Zac. Él solo estaba siendo agradable, solo quería limpiarla. De acuerdo, cualquier excusa para acariciarle la cara, y ella le había ladrado. Además, por la tapa del tubo de pasta de dientes. Y, ¿qué estaba haciendo con su cuchilla de afeitar, además?

Mujeres.

Cerró la puerta del baño, y cuando volvió a salir, se encontró a Vanessa en su habitación, haciendo la maleta. Se quedó en la puerta, observando su trasero firme mientras ella iba de la cómoda a la maleta y de la maleta al armario. Recordó cómo habían bromeado el día que ella había llegado a la casa, un mes antes, sobre la ropa interior de cada uno.

Él había creído que había conseguido ayudarla, pero ella no estaba ni siquiera una poco menos nerviosa que cuando la había conocido. Quería seguir intentándolo, tomarla en sus brazos, calmarla, hacerle el amor suave y lentamente hasta que ella se quedara dormida, relajada.

Pero aquello se había terminado. Ella se iría. Ya no le gritaría más para que bajara la música, ni gemiría de placer por sus magdalenas, ni llenaría su vida de alegría...

Zac: ¿Quieres que te lleve al aeropuerto? -todo por tener un poco más de tiempo-.

Ella dio un respingo, sorprendida al oír su voz, y se apretó las medias contra el pecho, como el primer día.

Ness: No hace falta, he contratado el transporte hasta el aeropuerto.

Zac: Entonces, te recogeré cuando vuelvas.

Ella terminó de hacer la maleta.

Ness: No estoy segura de cuándo vuelvo. Si sale bien, me quedaré y trabajaré allí unos cuantos días.

Zac: ¿Por qué estás tan enfadada? Solo estoy intentando ayudarte.

Ella dejó escapar un suspiro de cansancio. Le pasaron por la mente mil razones, pero todo lo que respondió fue:

Ness: No estoy enfadada, en realidad. Solo estoy... triste.

Zac: Lo intentamos -dijo y se encogió de hombros, sintiendo cómo le dolía todo el cuerpo con aquel gesto-.

Ness: Exactamente -dijo, y se limpió con fuerza las mejillas, donde se le estaban resbalando las lágrimas-.

Dios, la había hecho llorar. Era un estúpido.

Zac: Terminaré la reforma de la casa y sacaré todas mis cosas mientras tú no estás.

Aquello le facilitaría las cosas a Vanessa.

Ness: Como quieras.

Él nunca había oído que su voz sonara tan amarga y no le gustó.

La casa se quedó tan silenciosa cuando ella se fue, que no lo soportaba. Decidió que invitaría a Miley a pasar el fin de semana. Le contaría lo del viaje a Europa, ya que estaba a punto de que le pagaran por la casa. Aquello lo animaría y le haría olvidarse un poco de su asunto con Vanessa. Y si aquello no funcionaba, se mudaría a Florida.

El viernes por la noche, Zac le llevó un daiquiri de fresa sin alcohol a su hermana, que estaba sentada en el porche, con los pies en la mesa, disfrutando de la puesta de sol.

Le alcanzó la bebida y ella tomó un gran trago.

Zac: No tan deprisa, o se te congelará el cerebro.

Miley: Dios, Zac. Es que no puedes dejar de decirme lo que tengo que hacer.

Zac: Siempre te quejabas de eso cuando íbamos a Dairy Queen -se sentó a su lado, sorbiendo el daiquiri con triple dosis de ron que se había hecho, para entumecerse con él-.

Miley: Eso era cuando tenía ocho años -dijo tomando otro buen sorbo-. ¿Y cuáles son esas noticias que tienes para mí? -bajó los pies de la mesa y lo miró-. ¿Y por qué estás tan triste?

Zac: ¿Triste? Yo no estoy triste.

Miley: Y un cuerno que no.

Zac: No hables así -entonces levantó una mano para detener sus objeciones-. Ya sé que ya casi tienes diecisiete años y eres una mujer y puedes elegir qué lenguaje utilizas.

Miley: ¿Qué te pasa, Zac? Y no me digas que nada. No estás gravemente enfermo, ¿no?

Zac: No, por Dios. Es solo que... algo me ha salido mal.

Miley: Es por Vanessa, ¿verdad? ¿Te ha mandado a paseo?

Zac: ¿Mandarme a paseo? No... ¿Por qué dices eso? Olvídalo -sacudió la cabeza-. Fue mutuo. Y ahora déjalo -terminó con más énfasis del que hubiera querido-.

Miley: Está bien, está bien. Pero será mejor que dejes que ella gane la pelea. Te estás haciendo viejo. No siempre seguirás tan guapo como ahora.

Zac: Déjalo, por favor, o empezaré a entrevistar a los chicos con los que sales.

Miley: Muy bien, lo dejo. -Zac rebuscó en el bolsillo de su pantalón, sacó el folleto de «estudie en el extranjero» y se lo tiró a Miley en el regazo-. ¿Qué es esto? -preguntó desplegándolo-.

Zac: Un regalo. Y no te preocupes por el precio. Voy a apartar el dinero que me paguen por esta obra. Te lo digo ahora para que puedas planearlo antes de empezar a rellenar solicitudes para las universidades.

Miley: ¿Me vas a pagar esto? Pero, Zac, esto es demasiado... No sé qué decir...

Zac: Di que estás muy emocionada. Y no te preocupes por papá y mamá, nena. Me aseguraré de que se enteren de que esto es muy bueno para ti. Habrá monitores y excursiones guiadas. Es muy seguro.

Miley: No es por papá y mamá -lo miró, preocupada-. No puedo dejar que te gastes todo el dinero en mí.

Zac: Para eso es el dinero, para gastártelo en las personas a las que quieres.

Miley: Te lo agradezco, pero...

Zac: Pero ¿qué? Yo sé que tú quieres ir. Hablaste de ello.

Miley: Pero todos mis amigos van a ir a la universidad de Santa Bárbara.

Zac: Muy bien. Entonces tú puedes ir allí cuando vuelvas.

Miley: Sí, pero... -frunció el ceño-.

Aquello no estaba saliendo como Zac había planeado.

Zac: Es toda una noticia, ¿no? Tómate algo de tiempo para acostumbrarte a la idea.

Ella sacudió la cabeza y le alargó el folleto.

Miley: No puedo, Zac, de verdad. Te lo agradezco mucho, pero quiero ir a Santa Bárbara con mis amigos. Voy a vivir en casa un par de años más.

Zac: ¿Vivir en casa? ¿Es que el Almirante te ha prohibido que te marches?

«¿Aquel hombre no tenía límites?».

Miley: Cálmate, Zac. A mí me gusta estar en casa. Papá se ha suavizado mucho y a mí me gusta mucho estar con mamá.

Zac: Pero querías ir a Europa.

Ella se encogió de hombros.

Miley: Era solo una idea. Y quizá vaya, algún día. Pero no justo al salir del instituto.

A él nunca se le habría ocurrido que ella pudiera reaccionar de aquel modo.

Zac: No puedes dejar que ellos te limiten, Miley. Puedes hacer todo lo que quieres, ser lo que quieras, viajar por el mundo.

Miley: Ya lo sé, Zac -dijo suavemente, inclinándose hacia él-. Escucha, yo no soy tú. Quizá tú quieras ir a Europa. Entonces, ve. Deja de preocuparte por mí. Y ya que estamos hablando de eso, dales a mamá y a papá una oportunidad, también. Ahora son diferentes. Han cambiado. Y tú también, aunque parece que no te das cuenta. Actúas como si todavía tuvieras que escaparte o algo así.

Él le dio un trago al daiquiri. ¿Tendría razón su hermana? ¿Sería cierto que había encerrado a Miley, a sus padres y a sí mismo en una especie de cápsula del tiempo? Como la fotografía que había sobre su cómoda. Miró el folleto. Miley no tenía ningún interés en ir a Europa.

Zac: No lo entiendo.

Miley: Exacto. Déjame que te lo explique.

Y ella le explicó cómo era su vida con sus padres, le contó cosas sobre el instituto y sus amigos, y le dijo que estaba planeando trabajar en el centro comercial de al lado de casa el año siguiente y que el Almirante iba a dejarle su preciado Mustang cuando empezara la universidad.

Mientras hablaba, Zac se daba cuenta de que había estado ciego acerca de muchas cosas. Se había estado engañando a sí mismo.

Miley se quedó para tomarse otro daiquiri antes de marcharse con sus amigos a dar una vuelta, pero antes, consiguió arrancarle la promesa de que iría a cenar a casa con sus padres el domingo. «Escucha a papá de verdad, Zac. No es el enemigo».

Después de que se fuera, él estuvo nadando en el mar mucho rato. Y pensó sobre sí mismo y sobre lo que estaba haciendo con su vida. ¿Estaba comportándose como si tuviera dieciséis años y estuviera desesperado por demostrar que su padre estaba equivocado? ¿Quería más cosas, tal y como decía Vanessa? ¿Un trabajo de verdad? Era cierto que algunas de sus razones para evitar tener un trabajo no tenían sentido. Y ver a Vanessa tan decidida y tan orgullosa de su empresa le hacía pensar que quizá se estuviera perdiendo algo...

Estaba seguro de que no quería tener una tienda, pero podría dar clases de submarinismo regularmente, cuando él quisiera y como quisiera, sin depender de Gary. Nada le impedía empezar con una escuela, o aceptar un contrato de alguna tienda para dar clases.

Siguió pensando en aquello durante los dos días siguientes mientras terminaba de pintar el exterior de la casa... y mientras ponía los suelos de madera... y al comprar un par de muebles y un par de plantas para la casa, y también mientras negociaba con unos amigos suyos un buen precio para reformar la galería...

Y cuando fue a cenar a casa de sus padres el domingo, escuchó de verdad a su padre. Estuvo con él en el jardín de la parte de atrás de la casa mientras arreglaba la depuradora de la piscina.

**: Tu hermana me ha contado lo que querías hacer -dijo ásperamente sin levantar la vista de lo que estaba haciendo-. Tú vive tu propia vida de la forma que tú quieras. Eso es lo que tu madre quiere para ti -entonces lo miró, carraspeó y le dijo suavemente-: Y lo que yo quiero también.

Zac estuvo a punto de darle un abrazo. Todavía sentía la desilusión de su padre, pero por primera vez, también sintió su amor.

Y Zac empezó a hablar. Sobre su vida, sobre las clases de submarinismo, sobre empezar con una escuela o dar clases en alguna universidad. Se quedaron allí, al lado de la depuradora, hasta que su madre le gritó al Almirante que pusiera los filetes en la parrilla.

Miley estuvo allí sentada, durante la cena, con una sonrisa creída. Él odiaba que ella tuviera razón.

Y en algún momento, quizá mientras fregaban los platos y su madre bromeaba con su padre acerca de dejar su Mustang, o durante la partida de póquer que jugaron después de cenar, se dio cuenta de que quería pasar su vida con Vanessa.

Por muy pesada que fuera, nerviosa, exaltada y ambiciosa, ella iluminaba su vida.

Tenía que dejar que fuera ella misma, exactamente igual que a Miley y al Almirante.... y quererlos de todos modos. Vanessa sería buena para él. Le había ayudado a ver un poco más allá de la siguiente ola, lo cual no era nada malo. Y él la ayudaría también, aunque no intentaría cambiarla. Él también era bueno para ella. Y tenía que demostrárselo.

Incluso después de haber ensayado sus comentarios hasta la perfección y de haber refinado el apéndice del informe hasta hacerlo lo más incisivo posible, a Vanessa le sobraban tres horas antes de la cita. El hotel estaba justo al lado del Empire State Building, así que decidió acercarse, aunque estaba tan nerviosa que no sabía si sería capaz de disfrutar.

Dio un corto paseo y subió hasta lo más alto del edificio para contemplar una de las vistas más asombrosas de la ciudad. A sus pies estaba el pulso de América, Nueva York, con toda su ambición y su pasión, su desesperación y su esperanza, brillo y belleza, y la corriente de gente que iba de arriba abajo por las calles, las venas y arterias de su anatomía.

De repente, oyó una voz nerviosa hablando sobre inventarios y cifras de ventas, y al volver la cabeza vio a una mujer hablando por el teléfono móvil y tapándose el otro oído con una mano.

A su lado había un hombre con una gorra de béisbol, que le tiraba de la manga.

**: Vamos, Jess. Me dijiste que en este viaje no ibas a hacerlo.

La mujer sonrió y levantó un dedo, pidiéndole un minuto más, y después volvió a la conversación.

Con un suspiro, el hombre se acercó a un telescopio y echó una moneda para mirar. Vanessa se dio cuenta de que aquello debía de haberle sucedido muchas veces. Sintió pena por la mujer, atrapada entre el trabajo y el hombre de su vida. Era una lástima que lo que la gente quería los mantuviese separados. Ojala Zac estuviera allí para compartir todo aquello con ella.

Después de pasear un buen rato más por las calles, llegó a AutoWerks veinte minutos antes de las tres. La acompañaron al despacho de Mitch. Él comenzó la reunión mirando el reloj significativamente, y con un tono de voz helado. Sin embargo, las ideas y la energía de Vanessa lo aplacaron poco a poco. Ella se dio cuenta de que, cuando se concentraba, podía conseguirlo todo. Siempre y cuando guardase su objetivo en mente y no se distrajera por el amor o la inseguridad.

Cuando no quedaba otra cosa más que poner el broche final, respiró profundamente y empezó:

Ness: Así que, Mitch, como ves, estoy dispuesta a... «sacrificar mi vida entera al trabajo». ¿De dónde había salido aquello?-. Estoy dispuesta a comprometer... -«toda mi alegría, mis satisfacciones, toda mi valía para hacerle feliz a usted»-.

De repente, se acordó de la imagen de la mujer en el Empire State Building, y del hombre que la quería llamándola, y ella con el teléfono pegado a la oreja.

¿Era aquello lo que quería? Se imaginó a Zac tirando de ella para que trabajara en la galería, llevándosela para bucear o nadar a la luz de la luna. Aquello había sido muy importante. Zac había sido bueno para ella, tal y como era.

Mitch: ¿Sí? -la miró amablemente-. Estabas diciendo que estabas lista para comprometerte a...

Ness: A dedicarle un tiempo razonable a tu negocio -terminó apresuradamente-. Yo trabajo duramente, Mitch, y cometí un error al dejarte en la estacada el otro día. Pero Business Advantage no es toda mi vida. Si no aceptas ese punto, quizá tengas razón en querer terminar con nuestra relación laboral.

Él la miró y sacudió la cabeza tristemente.

Mitch: Me recuerdas a un gurú de la consultoría que trabajó aquí hace unos dos años. Descansos frecuentes, vacaciones generosas... Demonios, hacía lo que quería. -Quizá tuviera una parte de razón-. Te agradezco la sinceridad -le dijo, pero en su tono de voz había algo de irritación-. Tengo que pensar en todo esto. Déjame que te llame otra vez. ¿Cuánto tiempo vas a estar en la ciudad?

Ness: A menos que me retengas, me marcharé mañana por la mañana.

Sabía lo que quería. Una vida con tiempo para hacer castillos de arena y para nadar a la luz de la luna. Una vida con Zac.

Él se había equivocado al no respetar su trabajo, pero no en cuanto a ayudarla a que se divirtiera. Era posible hacer las dos cosas, el secreto estaba en encontrar un equilibrio.

Cuando llegó a su habitación, se encontró con que Mitch ya le había dejado un mensaje:

Yo exijo un cien por cien de mis empleados, pero supongo que eso es demasiado para un consultor. Si tu propuesta les gusta a los directores mañana, te contrataré para llevar a cabo el plan estratégico. Después de eso, ya veremos.

Vanessa había ganado. Supo que, aunque a los directores no les gustara aquella propuesta, ella estaría bien. Habría otros trabajos. Se las arreglaría. Seguiría hacia delante.

Una parte de ella se entristeció por tener que quedarse toda la semana. Quería hablar con Zac y arreglar las cosas con él. Llamó a casa de Gary, donde estaba Zac, y le dejó un mensaje en el teléfono. Le dijo que volvía a casa en cinco días y que quería hablar con él. Solo le quedaba esperar que quisiera escucharla.

El autobús del aeropuerto la dejó en la calle de arriba de la casa. La dirección de AutoWerks había aceptado el plan estratégico, aunque había tenido que aceptar un sueldo mucho menor que el que le habían ofrecido en un principio.

Sabía que seguiría trabajando sola. Había llamado a Ashley, y su ex socia le había contado que Scoot y ella iban a establecerse en Londres por el momento y que iba a trabajar como consultora, con la nueva dirección de Foster Corporation. «El amor requiere tiempo y trabajo», le había dicho a Vanessa. «No levanté mi negocio en un día, así que tampoco podré hacerlo con mi matrimonio». Vanessa se alegró mucho por ella. Y Ashley se rió con ganas al enterarse de que Vanessa se había enamorado del albañil relajado que ella había contratado.

Por fin, Vanessa estaba en las escaleras que bajaban a. la playa, con el mismo traje que llevaba el primer día que había llegado. De nuevo, miraba hacia delante, pero aquella vez con alegría.

La brisa era suave y el aire olía a sal. ¿Por qué había pensado antes que la playa olía a algas y a pescado? El sol brillaba y plateaba las olas. Tuvo ganas de salir corriendo hacia el agua. Vio a Alex jugando con Lucky en la arena. Había un castillo de arena abandonado que estaba empezando a desmoronarse.

Bajó corriendo las escaleras, se quitó los zapatos y después las medias. Tomó la bolsa y se dirigió a toda prisa hacia la casa.

Le encantó sentir la arena entre los dedos de los pies y el sol en la cara. No podía esperar a ver al hombre al que quería. Al acercarse a la casa, vio un montón de tablas, un cubo de plástico y unas sierras al lado. ¿Zac todavía estaba trabajando allí?

Señor, ¿cómo iba a aguantar su facilidad para distraerse y su informalidad? Se mordió el labio. De la misma forma en que él tendría que aguantar su manía de organizarlo todo. Se comprometerían. Los dos se querían y el amor era una forma de compromiso.

Pensó en su marido soñado, con un trabajo sólido y una profunda comprensión de su ambición. Y en la casa de Thousand Oaks. Cerró los ojos y visualizó la escena. Solo que parecía más un decorado de Hollywood que la vida en la que ella encajaría. Después se imaginó a Zac en bañador, escurriendo agua salada en su cocina, por los tiempos de los tiempos. Sí.

Desde el porche, le llegó el sonido de la música a todo volumen. Dejó la maleta en la escalera y entró. Encontró una visión impresionante. El lugar estaba perfecto. Los suelos de madera brillaban y había papel nuevo en todas las paredes, el que más les había gustado a los dos, pero que ella no podía pagar. Había un ficus enorme en una esquina del salón, y en la otra, una palmera. También había un armario nuevo para la televisión y el equipo de música, y en la mesa de centro, un ramo de tulipanes increíblemente bonito, en un jarrón.

Avanzó por la casa, asombrada, incapaz de llamar a Zac. La cocina estaba empapelada con el papel a rayas amarillo que ella había elegido, y en la mesa había otro jarrón con tulipanes. Ella se inclinó para rozar el pétalo de una de las flores. Precioso.

Se abrió la puerta de la galería y entró Zac.

Zac: Vanessa -dijo con los ojos brillantes de amor-.

Ness: Lo has terminado todo. Y más.

Zac: Sí. Ven a ver.

Le sostuvo la puerta para que saliera y viera la galería. La había transformado en un despacho increíble. La había ampliado y había cerrado las ventanas con Plexiglás, con lo que la habitación ofrecía unas vistas impresionantes del océano. Incluso había sitio para un pequeño sofá y una mesa.

Zac: Es un despacho estupendo, ¿no te parece? Es mejor para ti trabajar aquí que en la ciudad, aunque he puesto el escritorio en este ángulo, para que puedas darte la vuelta cuando te distraigas demasiado.

Ness: No podría darme la vuelta para no verlo. Es una vista de un millón de dólares -dijo, mirando al mar azul y a la arena blanca con los ojos llenos de lágrimas-.

Zac: Oh, no te preocupes por el dinero. Mis amigos me han hecho un buen precio por la ampliación y ya tengo contratadas varias clases. Además, ya que Miley no quiere ir a Europa, tenía dinero que gastar...

Ella lo miró a los ojos.

Ness: No deberías haberte gastado tu dinero en mí, Zac.

Zac: ¿Y en qué otra persona podría habérmelo gastado? Te quiero, Vanessa.

Ness: Zac -dijo acercándose a él. Entonces vio más tulipanes en su escritorio-. Y todos estos tulipanes... -le tembló la voz-.

El se encogió de hombros.

Zac: Me recuerdan a ti.

A ella le encantaban los tulipanes. Mucho más que las rosas. Y además, a Zac le recordaban a ella.

Se acordó de la lista de requisitos para su marido perfecto: «Me conocerá mejor que yo misma». Zac le había hecho la oficina que ella necesitaba, no la que quería. «Me traerá rosas...» Zac le había llevado unas flores mucho más bellas.

Ness: Son perfectos. Igual que tú.

Zac: Yo no soy perfecto. En absoluto. Y nunca tendré un trabajo tradicional. Estoy pensando en algo como una escuela de submarinismo, pero quién sabe. ¿Podrás vivir con eso?

Ness: Por supuesto. Y yo no me convertiré en la mujer del Empire State Building, con la oreja pegada al teléfono, de espaldas al mundo.

Zac: ¿Qué?

Ness: No importa. Solo tienes que ayudarme a que me divierta, ¿de acuerdo? Hasta que yo aprenda sola.

Zac: Todo el tiempo que haga falta -dijo y la abrazó. Después la besó. Tenía los labios salados del agua del mar, y llenos del amor que ella necesitaba-.

Ness: Espero que sea para siempre -más allá de los hombros de Zac, veía el océano-.

Recordó las metáforas de los filósofos... la arena interminable... la marea, el ritmo de las olas suavizando las aristas de las cosas difíciles.

Aquel no era el momento perfecto para enamorarse, pero Zac tenía razón. No se podía planear aquel momento. Uno simplemente se enamoraba y tenía que hacer que las cosas funcionaran.

El único plan que ella tenía en aquel momento era querer a Zac y hacerlo cada vez mejor. En adelante, en vez de planear su sueño, lo viviría.

Odiaba que Zac tuviera razón. Excepto aquella vez.


FIN


3 comentarios:

Alice dijo...

¡Se acabó!
¿Os ha gustado?
Espero que sí.
Pondré la sinopsis de la próxima nove en un par de días.

"Unknown", te contestó: Soy de España y las novelas que pongo no tengo idea de dónde son XD
Pero tú fíjate en el nombre del autor/a, son todos ingleses, así que originalmente serán en inglés, e imagino que la gente que las traduzca será española.

Bueno comentadme mucho eh.
¡Bye!
¡Kisses!

TriiTrii dijo...

Aaww ya sa acabo!?
Me re encanto esta nove!!! :D
Perdona x no poder comentarte los otros capitulos estaba desde mi cel leyendolas y ps me es dificil comertarte desde alli pero sabes que me encantan tus noves (;
Esperare la otra con ansias ;)

Carolina dijo...

Amiga he llorado! te lo juro! xD
que bonito final!
me encanto!!
enserio que hermoso!
bye! cdtm! tkm mñn hablamos

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