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domingo, 7 de enero de 2024

Capítulo 22


Si Howard volvía a entrar en su despacho para preguntarle si todo estaba listo para la inauguración del festival aquella noche, Zac no dudaría en meterle la cabeza en uno de los enormes tanques de ponche de huevo que habían llegado al ayuntamiento horas antes. Al alcalde no parecían importarle los riesgos de servir una bebida alcohólica por mucho que se prohibiera el consumo a menores, y todos los intentos de Zac por explicárselo habían caído en saco roto.

Howard: Es la tradición -le había dicho-. Además, nadie se ha emborrachado nunca por un brindis con ponche de huevo. No hay más que mirar el tamaño tan ridículo de los vasos.

Vanessa entró en su despacho justo cuando se marchaba Howard y se fijó en la expresión de Zac.

Ness: ¿Qué ha hecho ahora nuestro alcalde?

Zac: Ponche de huevo -respondió secamente-.

Ness: Es la tradición -dijo con una sonrisa-.

Zac: Eso mismo dice él. Pero no quiero ni imaginarme los problemas que tendríamos si alguien tiene un accidente con el coche de camino a casa.

Ness: Ya lo hemos hablado. El ponche de huevo apenas tiene alcohol. Habría que beber litros y litros para emborracharse, y no creo que a nadie le guste tanto el ponche. Está absolutamente prohibido servírselo a los niños… Te estás angustiando por nada.

Zac: Mi trabajo es velar por el pueblo.
 
Ness: Y todos apreciamos tus esfuerzos. 

Le rodeó la cintura con los brazos y se puso de puntillas para darle un beso.

El malhumor de Zac se esfumó al instante, y cuando ella le pasó la lengua por los labios se olvidó de qué estaban hablando.

Zac: Sabes muy bien.

Ness: Me he tomado un bastón de caramelo antes de venir.

Zac: ¿Están repartiendo bastones de caramelo? -preguntó con una mueca-. ¿Están debidamente envueltos? ¿Sabía yo algo de esto?

Ness: Molly Flint lleva setenta años vendiendo bastones de caramelo en Navidad, nadie se ha intoxicado hasta ahora y están debidamente envueltos. ¿Quieres relajarte de una vez?

Zac: No puedo. Tengo demasiadas preocupaciones. ¿Los vendedores…?

Ness: Se están registrando en estos momentos. A las cuatro en punto estarán todos instalados en los espacios asignados, preparados para la inauguración. ¿Algo más?

Zac: Los coros…

Ness: Mary Vaughn ha hablado con los directores y no hay el menor problema con ninguno de los coros. Tully McBride tocará el piano como siempre. El piano ha sido afinado y ya está en el escenario. Los programas han sido impresos y Sam estará aquí a las cuatro y media para repartirlos.

Zac se pasó la mano por el pelo.

Zac: Odio todo esto -murmuró-. ¿Te lo he dicho alguna vez?

Ness: Bastantes. Ya verás. Los adornos son los más bonitos que se hayan visto en el pueblo. Ronnie ha comprobado toda la instalación eléctrica y el árbol se encenderá a la hora en punto. ¿Por qué tienes tanto miedo?

Zac: No tengo miedo. Simplemente estoy enfadado por tener que encargarme de todo esto. No me contrataron para hacerme cargo de la Navidad, sino del pueblo.

Ness: En Serenity, la Navidad forma parte del trabajo.

Zac: Eso no significa que tenga que gustarme. 

Ella lo miró con preocupación.

Ness: Me gustaría que pudieras relajarte y disfrutar de los festejos. Me prometiste que lo intentarías.

Zac: Tienes razón. Dame un par de horas y te prometo que seré el hombre más animado que hayas conocido.

Ness: ¿Por la Navidad o porque tu papel en los preparativos habrá terminado?

Zac: ¿Tengo que responder a eso? -preguntó con una sonrisa-. 

Vanessa suspiró de frustración.

Ness: Lo que yo pensaba. Te veré fuera.

Zac: Guárdame un poco de ponche -le dijo mientras ella salía-.

Su intención era hacerla sonreír, pero Vanessa se dio la vuelta y lo miró con expresión muy triste, como si él le hubiera aguado la fiesta.

Tendría que encontrar la manera de compensarla por aquello.


Los gigantescos copos de nieve brillaban en las farolas del centro, los puestos y tenderetes se alineaban en las calles y los niños comían algodón dulce y perritos calientes, esperando la llegada de Santa Claus. En cualquier momento llegaría en el camión de bomberos del pueblo y un coro local entonaría Here Comes Santa Claus, el árbol de la plaza sería iluminado y la Navidad habría comenzado oficialmente en Serenity.

Junto a Vanessa, Maddie sonrió y le apretó la mano.

Maddie: Has hecho un buen trabajo. Nunca había visto tantos puestos de artesanía y mermeladas caseras. Me muero de impaciencia porque el coro empiece a cantar. Y los niños están como locos por ver a Santa Claus, aunque Katie y Kyle ya sean demasiado mayores para creer en él.

Ness: ¿Dónde está Helen? Creía que estaría aquí con Sarah Beth.

Maddie: La última vez que la vi estaba en la cocina de Sullivan’s, diciéndole a Erik cómo decorar las galletas de Navidad que luego repartirá Santa Claus. Y Erik, naturalmente, lo hace a su manera -se volvió hacia Vanessa y se puso seria-. Últimamente no hemos tenido mucho tiempo para hablar. Tendremos que discutir la expansión del centro después de Año Nuevo. Mientras tanto dime, ¿qué hay entre Zac y tú? Hemos apostado a que te pedirá en matrimonio el día de Navidad, o en San Valentín como muy tarde. Puede que sea muy precipitado, pero no me parece que sea un hombre al que le guste esperar. Y ya te ha dicho que te quiere.

Vanessa no estaba tan segura como Maddie de que ella y Zac estuvieran preparados para un compromiso semejante. Habían dado un gran paso al acostarse juntos, y ella había dado un paso aún mayor al hablar con su padre. Pero ¿el matrimonio? Era demasiado pronto para hablar de ello.

Ness: Creo que te estás precipitando -le dijo a Maddie-.

Maddie: Oh, vamos. Todo el mundo puede ver la buena pareja que hacéis. 

Vanessa no pudo contener un suspiro.

Ness: Así es, ¿verdad?

Maddie: ¿Cuál es el problema? 

Ness: Lo creas o no, la Navidad. Después de tantos años, he conseguido superar los malos recuerdos que me traían estas fechas y volver a disfrutar como cuando era niña. Pero él sigue mostrando un desprecio total por las navidades. Tendrías que haberlo oído hace un par de horas. Daba la impresión de que la Navidad se hubiera inventado exclusivamente para fastidiarlo.

Maddie: Tal vez sea el tipo de hombre que se obsesiona con los detalles -sugirió, pero Vanessa negó con la cabeza-.

Ness: Es algo más profundo que eso. Guarda relación con el glamur y los excesos de su madre, pero por favor, no vayas a compararlo con mis propios traumas.

Maddie: Nunca me has hablado de tus traumas -le recordó-. Esperaba que lo hicieras algún día, pero me obligué a no presionarte. Pero ya que has sacado el tema, dime… ¿por qué reaccionaste tan mal cuando te pedí que trabajaras en el comité? ¿Y qué tiene que ver con lo que hay entre tú y Zac?

Maddie podía ser infatigablemente tenaz, de modo que Vanessa decidió darle una versión resumida del accidente de Nochebuena y sus nefastas consecuencias. Al acabar, los ojos de Maddie se llenaron de lágrimas.
 
Maddie: Oh, cariño, no tenía ni idea… Jamás se me habría ocurrido obligarte a hacer esto si lo hubiera sabido. ¿Por qué no me lo dijiste en su día?

Ness: Es mejor así. Tenía que enfrentarme a los recuerdos y olvidarme del dolor, y creo que lo he conseguido. Incluso puede que este año vaya a la iglesia en Nochebuena con el corazón abierto. Ojalá Zac pudiera hacer lo mismo…

Maddie: Seguro que se te ocurre la manera de convencerlo. No puedes dejarte vencer por unas diferencias nimias sobre las navidades.

Ness: No se trata solamente de las navidades -insistió-. No creo que pueda estar con alguien tan negativo.

Maddie: Eso son excusas, Vanessa. No se trata de las navidades ni de su carácter. ¿Qué es lo que te impide realmente dar ese paso?

A Vanessa no la sorprendió que la conociera tan bien. Maddie era una mujer muy intuitiva. El problema era que no sabía cómo responderle.

Ness: Podría darte muchas razones por las que no podemos estar juntos.

Maddie: ¿Por ejemplo?

Ness: Su madre y yo no congeniamos -dijo, sin mencionar cómo la señora Efron había intentado echarla de la vida de Zac valiéndose de su marido-.

Maddie: ¿Acaso estás pensando en vivir con ella? -le preguntó con sarcasmo-.

Ness: Claro que no, pero aunque hiciéramos las paces seguiría metiéndose en nuestras vidas.

Maddie: ¿Y no te parece que por Zac merecería la pena?

Vanessa pensó en cómo se sentía con Zac cuando estaban a solas y sonrió.

Ness: Ahora que lo dices, tal vez tengas razón -admitió, y recorrió la abarrotada plaza con la mirada hasta encontrar finalmente a Zac-. 

Estaba junto al escenario, discutiendo con Howard para no variar. Howard le puso un sombrero de Santa Claus en la cabeza y Vanessa no pudo evitar reírse.

Maddie: Es imposible no querer a un hombre con un sombrero de Santa Claus -le dijo dándole un codazo-.

Ness: Sí, supongo -dijo con un suspiro-. 

Pero no podía dejar de preguntarse si acabaría arrepintiéndose.


Zac pasó la vista por la plaza y sacudió la cabeza al ver las expresiones de asombro de los niños. Tal vez sólo los menores de doce años podían disfrutar de la Navidad. Se giró para compartir sus pensamientos con Vanessa y vio que ella contemplaba las luces con la misma fascinación infantil.

Zac: Te has metido de lleno en la Navidad, ¿verdad?

Ness: No lo digas como si fuera un delito. Mira a la gente, Zac. Y mira a Howard haciendo de Santa Claus. Los niños están encantados con él, susurrándole sus deseos al oído.

Zac: ¿Cómo se sentirán cuando se despierten el día de Navidad y no vean los regalos que han pedido?

Ness: ¿Quieres dejarlo ya? Mira cómo se ha reunido todo el pueblo. ¿No te parece algo estupendo?

Zac: De verdad que no te entiendo -dijo sorprendido por su cambio de actitud respecto a las fiestas-.

Ness: Lo mismo digo -respondió, y se alejó rápidamente-.

Años atrás, al enfrentarse a la falta de interés de sus padres, Zac había aprendido a ser independiente y a no confiar su felicidad en nadie. Pero aquella noche, por primera vez en su vida, se sentía realmente solo.

Ronnie: Parece que alguien te hubiera robado tus regalos de Navidad - comentó acercándose a él-. ¿Dónde está Vanessa?

Zac: Ni idea.

Ronnie: ¿Habéis discutido?

Zac: Eso parece.

Ronnie asintió pensativamente.

Ronnie: ¿Y sabes por qué?

Zac: Creo que tiene algo que ver con mi aversión por la Navidad.

Ronnie sonrió.
 
Ronnie: Sí, creo que tendrías que hacer algo al respecto. Todo el pueblo comenta lo huraño que eres. No es lo más conveniente para tu futuro como gerente municipal.

Zac: ¿Es que podrían despedirme por no participar en la Navidad? -le preguntó incrédulo-.

Ronnie: Puede que no, pero tendrías que disfrutar un poco más de todo esto.

Zac: Ya lo sé -admitió con un suspiro-.

Ronnie: Entonces sigue mi consejo -le sugirió-. Encuentra una rama de muérdago, arrastra a Vanessa bajo ella y bésala como si no hubiera un mañana.

Zac: ¿Y crees que eso bastará para arreglar las cosas?

Ronnie: Tal vez no, pero sería un buen comienzo. Hazme caso. Tienes que valorar lo que tienes antes de perderlo.

Valorar a Vanessa no era el problema. Lo difícil era entenderla. Pero Ronnie tenía razón en una cosa. No quería perderla y arriesgarse a pasar el resto de su vida sin ella.


Vanessa estaba de pie bajo el árbol, sola, observando a Mary Vaughn y Sam. Estaban sentados frente al escenario, como si estuvieran escuchando a los coros, aunque durante la última media hora no habían dejado de mirarse el uno al otro.

Zac: ¿Cómo van las apuestas a que esos dos vuelven a estar juntos? -preguntó acercándose a ella-.

Ness: Seguramente mucho más altas que las nuestras -respondió ella en tono abatido-.

Él la hizo girarse para encararlo.

Zac: Siento lo de antes. Durante muchos años la Navidad sacaba lo peor de mí, pero se debe a la hipocresía que reinaba en mi casa. Nuestras navidades no tenían nada que ver con los buenos deseos o el amor. Eran el colmo del materialismo y la presunción. Nuestros padres nos colmaban de regalos carísimos, pero sólo para que mi madre pudiera presumir ante sus amistades.

Ness: ¿Nunca te has preguntando por qué era tan importante para ella? 

Zac: Otra vez estás insinuando algún secreto que desconozco. Si sabes algo, dímelo.

Ness: No me corresponde a mí hacerlo.

Zac: En ese caso, discúlpame si sigo odiando las navidades.

Ness: De acuerdo. Fuiste el típico pobre niño rico. ¿Se supone que debo compadecerte?

Zac hizo una mueca.

Zac: No. Sólo estoy intentando que lo entiendas.

Ness: Lo entiendo, Zac. A todos nos gustaría olvidar cosas de nuestro pasado. Pero a todos nos toca madurar y superar los traumas.

Zac: Habla la rectitud del converso -murmuró-.

Ness: ¿Qué quieres decir? -le preguntó perpleja-.

Zac: Hasta hace poco tú también permitías que el pasado te dominara -le recordó-. Ahora has encontrado una manera de reconciliarte con tus padres y de ver la Navidad desde otra perspectiva. Y eso es algo maravilloso, lo digo en serio. Pero deja que los demás encontremos nuestra propia manera.

Ness: Yo no pretendía… -empezó, pero no supo cómo seguir. ¿Qué había pretendido? Tal vez había sido muy dura con él por no saber adaptarse al mismo ritmo que ella. Quizá Zac no hubiera sufrido la misma pérdida que ella, pero Vanessa sabía mejor que nadie que el dolor y el sufrimiento eran únicos en cada persona. Y era indudable que Zac había sufrido durante las navidades, anhelando celebrarlas en familia como el resto del mundo-. Lo siento -susurró-. Sólo quería que pudiéramos compartir todo esto, que disfrutáramos juntos de la magia de la Navidad.

Zac: Y lo haremos -le prometió-. Aprenderé a apreciar la Navidad. Puede que no sea esta misma noche, pero lo conseguiré.

Ella le sujetó la cabeza entre las manos y tiró de él para besarlo. Sintió como se relajaba la tensión de sus hombros y se deleitó con su olor masculino, que se mezclaba con la fragancia a pino.
 
Zac: ¿Sabes? -murmuró contra sus labios-. Creo que la magia de la Navidad empieza a hacerme efecto…


Mary Vaughn se sentía como si nunca hubiera celebrado una fiesta en su vida. Durante la última hora no había parado de moverse por la casa, comprobando hasta el último detalle, asegurándose de que el bufé estuviera listo, de que no hubiera una sola mota de polvo en los candelabros del salón y de que no se hubiera fundido ninguna de las docenas de bombillas que iluminaban el árbol.

Sam: ¿Por qué no intentas relajarte? Todo está perfecto.

Mary: ¿Y si no viene nadie?

Sam: No seas tonta. Tus fiestas siempre han causado sensación. Y todas las personas con las que hemos hablado esta noche en la plaza se han comprometido a asistir.

Mary: Lo sé, pero la gente se cansa con facilidad. Pensarán que ya hay demasiados invitados y que nadie los echará de menos.

Sam la detuvo cuando se disponía a contar las servilletas por tercera vez. Le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos.

Sam: ¿Por qué estás tan nerviosa?

Mary: Porque… -no supo qué decir-.

Sam: ¿Es porque la gente va a saber que volvemos a estar juntos? 

Ella asintió.

Mary: Quiero que te sientas orgulloso.

Sam: Siempre haces que me sienta orgulloso.

Mary: Pero quiero que los demás vean que finalmente te aprecio como el hombre tan maravilloso que eres.

Sam: El único que tiene que verlo soy yo.

Mary: Y también tu padre -dijo tristemente-. No creo que le haga mucha gracia que estemos juntos.
 
Sam: Te equivocas. Hace mucho tiempo que deseaba esto.

Mary: Pero nunca le he gustado -protestó-.

Sam: No, lo que nunca le gustó era que no me quisieras cómo él creía que debías quererme. No estaba ciego, Mary Vaughn, y éste es un pueblo pequeño. Sabía que no habías olvidado a Ronnie.

Mary: Ya lo he olvidado -le aseguró-. Eres el único hombre al que quiero.

Sam: Estoy empezando a creérmelo… Y eso me recuerda que tengo un regalo de Navidad prematuro para ti -se metió la mano en el bolsillo y sacó un estuche-. No es un anillo -se apresuró a prevenirla-. Es demasiado pronto para esa clase de compromiso, pero quería que supieras lo que siento por ti y la fe que tengo en nosotros.

Mary Vaughn abrió el estuche y encontró un medallón. Lo abrió con dedos temblorosos y vio una foto de Sam y de Rory Sue en uno de los lados. En el otro había dos palabras grabadas. Para siempre.

Sam: Eso es lo que quiero para nosotros, Mary Vaughn. Esta vez, quiero que sea para siempre.

Mary: Oh, Sam… y yo también -susurró contra su mejilla-. Y yo también.

Por primera vez se alegraba de que Rory Sue no estuviera en casa y que aún tardara unos días en llegar. Mientras Sam le colocaba el medallón alrededor del cuello, sonrió al pensar en cómo iban a disfrutar de ese tiempo para ellos solos.


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