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sábado, 11 de octubre de 2014

Capítulo 17


23 de mayo de 1893

No lo había hecho demasiado mal, considerando el demoníaco camisón que ella llevaba. El golpe de deseo había sido explosivo, el golpe de rabia, casi inexistente.

«Debo de estar ablandándome con la edad», se dijo. Recordaba la cólera justificada que lo abrasaba cuando ella irrumpía en su pequeño piso de París, y luego dejaba caer su larga capa para revelar unas prendas mínimas y provocativas que habrían hecho que el marqués de Sade dejara caer el látigo, estupefacto.

El ultraje. El que ella creyera que él iba a permitir que su pene controlara su mente, que si conseguía llevárselo a la cama todo quedaría perdonado, era para él un insulto. Había disfrutado, con una alegría sombría, empujándola físicamente al rellano y cerrándole la puerta en las narices. Pero ese disfrute depravado nunca duraba mucho tiempo. Por encima de los fuertes latidos de su corazón y su entrecortada respiración, se esforzaba por oír cada uno de los pasos solitarios y resonantes que ella daba al descender la escalera.

Cuando ella salía a la calle, él ya estaba junto a la ventana de su minúscula y oscura sala de estar. Ella miraba hacia arriba, con un rostro lleno de rabia adolescente y desconcertado dolor, su persona encogida y pequeña a la luz de las farolas. Y siempre algo dentro de él se rompía.

La noche que contrató a mademoiselle Flandin fue la peor. ¿Qué le dijo a Ness justo antes de cerrarle la puerta en la cara? «No te ofrezcas tan barata si quieres conseguirme. Vete a casa. Si quiero algo de ti, ya sé dónde encontrarte.»

Entonces corrió a la ventana para verla salir, pero tuvo que esperar más de una hora, con la ira degenerando en una ansiedad corrosiva. Sin embargo, su orgullo le impidió ceder, salir a buscarla y asegurarse de que no se había caído por la escalera. Al final, ella apareció en la acera, con la cabeza gacha, los hombros encorvados, y como una maltrecha prostituta. No levantó la vista hacia su ventana mientras se alejaba, ella y su sombra cada vez más alargada.

Tres días después se enteró de que había hecho las maletas y había vuelto a Inglaterra. Con qué facilidad renunciaba. Se emborrachó por primera vez en su vida, una experiencia espantosa, que no repetiría hasta dos años después, el día en que supo que ella había tenido un aborto unas semanas después de su boda.

Volvió a mirar la hora. Catorce horas y cincuenta y cinco minutos antes de poder tenerla de nuevo.

Alguien lo llamó por su título. Miró alrededor y vio a una mujer que lo saludaba desde lo alto de un elegante victoria que conducía ella misma. Llevaba un traje de mañana de color gris perla y un sombrero a conjunto sobre su pelo castaño oscuro. Lady Wrenworth. Alzó la mano y devolvió el saludo.

Se estrecharon las manos cuando él condujo su caballo hasta ponerlo al trote junto al carruaje.

*: Se levanta muy temprano, lord Tremaine -dijo lady Wrenworth-.

Zac: Prefiero el parque cuando todavía tiene la niebla de la mañana en las ramas. ¿Lord Wrenworth está bien?

*: Ha estado muy bien desde la última vez que lo vio usted ayer por la tarde. -Unos toques de malicia aderezaban su respuesta. Parecía que lord Wrenworth no se había casado con una belleza de cabeza hueca. Supuso que era lo mejor que Wrenworth había conseguido después de Ness-. ¿Y milady Tremaine?

Zac: Tan saludable, en contra de la moda, como siempre, por lo que pude observar anoche. -Dejó pasar un momento, durante el cual lady Wrenworth lo miró sorprendida, antes de añadir-: Durante la cena.

*: ¿Aprovechó también la oportunidad para observar las estrellas anoche? El cielo estaba cuajado de ellas.

Le costó un segundo recordar la irreflexiva afirmación de que era todo un astrónomo aficionado que había hecho la noche en que le presentaron a los Wrenworth.

Zac: Me temo que soy más bien un entusiasta de sillón.

*: La mayor parte de la sociedad no tiene, hasta hoy, ni la más ligera idea sobre cuál es el campo de estudio de lord Wrenworth. Me avergüenza confesar que yo misma no tenía ni idea de sus intereses científicos hasta bastante después de casarnos. ¿Cómo conoció sus publicaciones, milord, si no le molesta mi curiosidad?

¿Cómo? «Mi hija no ha vuelto a ser ella misma desde su desdichado aborto en marzo, hace dos años. Pero su reciente amistad con lord Wrenworth ha tenido un efecto muy saludable en ella», recordó.

Zac: Leo trabajos científicos y técnicos de forma habitual, tanto para satisfacer mi interés como para mantenerme al día de los últimos avances. -Hasta aquí, era sincero-. No se puede pasar por alto la brillantez de lord Wrenworth.

La segunda parte tampoco era mentira. Lord Wrenworth era, sin ninguna duda, brillante. Pero era solo un astro brillante en una galaxia de lumbreras, en una época en que los avances en el conocimiento humano y las proezas mecánicas surgían rápida y febrilmente. Zac no se habría fijado en él de no haber sido el primer enamorado de Ness.

*: Gracias -dijo lady Wrenworth, resplandeciente-. Comparto totalmente esa opinión.

Se alejó con un cordial gesto de despedida.

Catorce horas y cuarenta y tres minutos. ¿Es que el día no se acabaría nunca?


**: Le ruego que me disculpe, lady Tremaine.

Ness interrumpió la búsqueda de Andrew entre la multitud que había en casa de los Snow.

Ness: Señorita Snow.

Britt: Andrew me ha pedido que le diga que está en el jardín. Detrás del enrejado de las rosas.

Ness estuvo a punto de soltar una carcajada. Solo a Andrew podía ocurrírsele mencionar -a una mujer que lo amaba en secreto, nada menos- que estaría «detrás del enrejado de las rosas», un lugar recluido, que favorecía conductas no toleradas en un salón de baile.

Ness: Gracias, no debió de haberla molestado.

Britt: No es ninguna molestia -dijo en voz baja-.

La señorita Snow era más atractiva que bonita, pero tenía unos ojos brillantes y un ingenio agudo y rápido. A los veintiún años, esta era su cuarta temporada pero parecía que no tenía ningún interés en el matrimonio, puesto que, al cumplir los veinticinco, tendría el control de una considerable herencia, y puesto que había rechazado todas y cada una de las proposiciones que le habían hecho.

¿Seguiría todavía sin casarse, si Andrew no se hubiera enamorado locamente de la colección de arte de Ness? Andrew creía que Ness y él eran almas gemelas que sentían vivamente el paso del tiempo, la pérdida de una primavera que se iba desvaneciendo lentamente y lo inexplicable de las alegrías y tristezas de la vida, cuando, irónicamente, ella había comprado los cuadros únicamente con la esperanza de complacer y ablandar a Zac.

¿Por qué nunca le había dicho que prefería el futuro al pasado y que raramente se preocupaba del sentido de la vida? Notó una oleada de culpa. Si lo hubiera hecho, era probable que, ahora, Andrew estuviera comprometido con la señorita Snow, una mujer con la conciencia limpia, en lugar de con Ness, que, a sus espaldas, dejaba que otro hombre hiciera lo que quisiese con ella.

¿Podía pretender que se sacrificaba por un propósito más elevado, cuando no se odiaba a sí misma por la rápida copulación entre Zac y ella? Ni siquiera había pensado en Andrew hasta esta mañana.

Encontró a Andrew paseando por la parte central del diminuto jardín, después de dejar su refugio detrás del emparrado de rosas.

Andrew: ¡Vanessa!

Se acercó y le puso la chaqueta por los hombros, envolviéndola con su generosa calidez y un fuerte olor a trementina.

Lo miró.

Ness: ¿Ya has vuelto a pintar con tu ropa de vestir puesta?

Andrew: No, pero me tiré la salsa por encima durante la cena -contestó cohibido-. El mayordomo la limpió. Lo hizo muy bien, además.

Ella le acarició la mejilla con los nudillos.

Ness: Tendríamos que hacerte algunas chaquetas de hule.

Andrew: Vaya, ¿qué te parece? -exclamó-. Es lo que solía decir mi madre.

Ness se sobresaltó. ¿Se había mostrado demasiado maternal? ¿Condescendiente? No se lo había parecido.

Andrew: ¿Sabes qué me ha dicho Brittany? -le preguntó, regocijado-. Ha dicho que un hombre de mi edad debería tener más cuidado. También dijo que estoy haraganeando, porque tengo miedo de que mi próximo trabajo no resulte bueno, que tendría que mover mi perezosa parte posterior y poner pintura en la tela.

Rodearon el emparrado y se sentaron en un banco colocado discretamente, el mismo donde se suponía que la señorita Snow recibía sus proposiciones de matrimonio. Andrew soltó una risita.

Andrew: Ya sé que me has dicho que ella tiene buena opinión de mí, pero esta noche no lo parecía.

Ness frunció el ceño. El único cuadro que Andrew había acabado en el noventa y dos estaba colgado en sus aposentos. Siempre le preguntaba por el progreso que iba haciendo en su siguiente obra, pero nunca había prestado mucha atención a su creatividad, considerándola poco más que un entretenimiento, una diversión propia de un caballero.

La señorita Snow tenía una opinión diferente. Veía a Andrew de una manera diferente. A Ness le satisfacía consentir la distracción y las vacilaciones artísticas de Andrew; mientras la adorara, no le importaba que holgazaneara en la chaise longue y comiera bombones desde que salía hasta que se ponía el sol. Pero la señorita Snow veía un diamante en bruto, un hombre que podía convertirse en algo importante, solo con que hiciera el esfuerzo necesario.

¿El afecto de Ness por Andrew era más puro o más interesado? Y lo más importante, ¿preferiría Andrew haber hecho algo con su talento?

Andrew apoyó su cabeza en el hombro de ella y permanecieron en silencio, respirando el aire húmedo, impregnado del olor dulce de la madreselva. Siempre se había sentido en paz cuando estaban así: él apoyado en su hombro mientras ella le pasaba los dedos por entre sus finos cabellos. Pero hoy no conseguía sentir esa tranquilidad.

¿Tenía razón Zac? ¿La adulación de Andrew estaba construida sobre supuestos falsos? Negó con la cabeza. No volvería a pensar en su esposo mientras estaba con su amado.

Andrew: Lord Tremaine fue muy generoso conmigo ayer -suspiró, haciendo pedazos su resolución-. Podía haberme insultado de mil maneras, y yo lo habría soportado.

Ness también suspiró. Zac no había recibido más que elogios desde que había vuelto. Se decía que poseía el refinamiento de un auténtico aristócrata y la elegancia de un cortesano del Renacimiento. Ciertamente, no le perjudicaba el aspecto que tenía. Si se quedaba en Inglaterra mucho más tiempo, Drake Wrenworth tendría que cederle su título honorario de Caballero Ideal.

Quería advertir a Andrew contra Zac. Pero ¿qué podía decir? En la versión oficial de su historia, que Andrew aceptaba a pies juntillas, Zac y ella habían acordado vivir separados desde el inicio de su matrimonio. No podía pronunciar una palabra contra Zac sin delatarse.

Ness: Sí, fue muy considerado por su parte -murmuró-.

«Y luego, por la noche, vino a casa, me sujetó contra el poste de la cama y me la metió, querido Andrew.»

Andrew: Pero ¿estás segura de que aceptará el divorcio? -preguntó, con el desconcierto inocente de un niño cuando le dicen por vez primera que el mundo es redondo-.

Ness se tensó de inmediato.

Ness: ¿Por qué no habría de hacerlo? Lo dijo él mismo.

Andrew: Es solo que... -dudó-. No me hagas caso. Probablemente es que todavía estoy aturullado, eso es todo.

Se apartó de él para poder hablar cara a cara.

Ness: ¿Dijo o hizo algo? No debes dejar que te intimide.

Andrew: No, no, nada de eso. Fue todo un caballero. Pero me hizo preguntas. Me... puso a prueba, si quieres. Y yo, bueno, no lo sé. No pude entenderlo bien del todo. Pero me pareció, y no es que acierte con frecuencia, me pareció que no le gustaba la idea de dejarte ir.

Ness negó con la cabeza. Aquello estaba tan lejos de cómo ella percibía la realidad que no tenía más remedio que negarlo.

Ness: Nadie se alegra nunca de un divorcio. No creo que lamente devolverme la libertad. Sencillamente, le molesta que no haya podido dejar las cosas como estaban y me haya atrevido a interrumpir su ordenada vida por la indigna causa de mi propia felicidad. En cualquier caso, me ha dado su palabra. Un año, y seré libre de hacer lo que quiera.

Un año desde anoche. Todavía no podía pensar en ello sin sentir que se sumergía en un vergonzoso ardor sexual.

Andrew: Amén -dijo fervientemente-. Seguro que tienes razón. Siempre la tienes.

«Cuando te mira, solo ve el halo que ha creado a tu alrededor», recordó ella.

Ness: Creo que deberíamos volver al salón de baile -dijo, con bastante brusquedad-. La gente empezará a hablar, y no queremos que lo hagan, ¿verdad?

Andrew negó con la cabeza, servicial.

Andrew: No, no, por supuesto que no.

Deseó que, por una vez, la cogiera por los hombros, mandara al infierno a toda la gente que había en el salón y la besara como si el mundo entero estuviera en llamas. Todo era culpa de Zac. Antes de que él llegara, había sido absolutamente feliz con Andrew.

Se levantó, besó levemente a Andrew en la frente, y se recogió la falda para marcharse.

Ness: No te hará ningún daño prestar atención a la señorita Snow. Reanuda el trabajo de Tarde en el parque. Me gustaría que me lo regalaras por mi cumpleaños.

La fiesta al aire libre estaba muy animada. Sobre el fondo de un sinfín de tulipanes rojos y junquillos amarillos, había un desfile caleidoscópico de mujeres, con los bordes de sus faldas de color marfil borrosos como un recuerdo lejano. En medio de aquel torbellino de colores, un oasis de calma. Un hombre sentado, solo, a una pequeña mesa, con la mejilla apoyada en la mano y la mirada cautiva en alguien que quedaba fuera del marco del cuadro.

Lord Frederick era un pintor mucho más vivido y con más talento de lo que Zac había supuesto. El cuadro irradiaba calidez, inmediatez y una encantadora nostalgia.

Hombre enamorado, decía la pequeña placa en la parte inferior del marco.

Hombre enamorado.

En casa de su hermana Miley en Copenhague había una fotografía enmarcada de Zac, tomada el día después de Año Nuevo en 1883. Estaba esperando a que su madre y Miley acabaran de acicalarse para que les tomaran una fotografía de familia, y el fotógrafo lo había captado en una pose casi idéntica a la del hombre enamorado de lord Frederick; soñando despierto en un sillón, con la cabeza apoyada en la mano, sonriendo, mirando a alguien que quedaba fuera del campo de la cámara.

Estaba mirando por la ventana, en dirección a Briarmeadow, pensando en ella.

La fotografía seguía siendo la favorita de Miley, pese a todo, sus esfuerzos por conseguir que se deshiciera de ella. «Me gusta mirarla -insistía-. Echo de menos cómo eras entonces.»

Algunos días, también él lo echaba de menos. El optimismo, la embriaguez, la sensación de flotar en el aire. Ahora sabía perfectamente bien que todo se había basado en una mentira, que había pagado por aquellas semanas de felicidad desbordante no volviendo a ser capaz de sentir nada como aquello nunca más, y seguía echándolo de menos.

Es posible que se divorciara de ella, pero nunca se libraría de ella.


La salita de Ness estaba a oscuras, pero salía luz de su dormitorio, proyectando un triángulo, largo y estrecho, del color de viejas monedas de oro, siguiendo el ángulo de la puerta, que había quedado ligeramente entreabierta. Era extraño, estaba segura de que había apagado la luz antes de salir.

Cuando entró en su habitación, descubrió que la luz procedía de los aposentos de Zac. La puerta que comunicaba las dos estancias estaba abierta de par en par. Pero su habitación, aunque con la luz encendida, parecía vacía, con la cama sin deshacer.

El corazón se le aceleró. Deliberadamente, había vuelto muy tarde para evitar que se repitiera lo de la noche anterior. Seguramente, él no se molestaría en esperarla despierto cuando todavía disponía de trescientas sesenta y tres noches para fecundarla.

Pero ¿dónde estaba? ¿Se había quedado dormido en el sillón? ¿Estaba fuera de la ciudad, en algún sitio, buscando sus propias diversiones? Pero ¿a ella qué le importaba lo que hiciera en su tiempo libre? Se limitaría a cerrar la puerta, sin hacer ningún ruido, y se iría a la cama.

Sin embargo, lo que hizo fue entrar en el dormitorio de Zac.

Al ver la habitación completamente restaurada, se le hizo un nudo en la garganta. La retrotrajo al tiempo en que se dejaba caer en su cama y lloraba ante la injusticia de la vida.

El día que vació sus aposentos fue el día en que tomó las riendas de su vida. Tres meses más tarde, conoció a lord Wrenworth y empezó una tórrida relación que le dio mucha más confianza en sí misma. Pero en este lugar fue donde empezó todo, cuando separó su vida de la de Zac, cuando eligió seguir adelante, por muy solitario e inseguro que resultara el futuro.

Sus efectos personales no se veían por ningún sitio, excepto un reloj con cadena de plata que estaba en la mesa de media luna frente a la cama, un instrumento complicado de Patek, Philippe & Cié. Le dio media vuelta. En el dorso había una inscripción deseándole un feliz trigésimo cumpleaños, de Miley.

Dejó el reloj. La mesa estaba cerca de la puerta medio abierta que daba a la sala. Entraba una luz intensa, pero la propia sala estaba tan silenciosa como el fondo del océano.

Entreabrió la puerta y vio rollos de planos, docenas de ellos, en las sillas y las mesas. En el escritorio, y desplegada con la ayuda de un pisapapeles, una regla y una lata de caramelos, había una hoja de papel de dibujo.

Solo vio a Zac después de abrir la puerta por completo. Estaba sentado en un sillón bajo Luis XV, con el batín que hacía resaltar las pintas oscuras de sus ojos azules, volviéndolos del color del follaje estival al atardecer. Tenía un libro abierto sobre las rodillas.

Zac: Te has levantado temprano -dijo, sacando su sentido de la ironía para que hiciera un poco de ejercicio, sin duda-.

Ness: Debe de ser esa ética protestante de la que tanto oigo hablar.

Zac: ¿Has tenido suerte con las cartas esta noche? -Su mirada se sumergió en el escote de su vestido-. Diría que sí.

Se había puesto uno de sus trajes más sugerentes. Era, claro, un truco barato para distraer la atención en las mesas de juego, pero ¿por qué no utilizar sus activos cuando podía hacer buen uso de ellos?

Ness: ¿Quién te lo ha dicho?

Zac: Tú. Tú me dijiste que después de casarte, tenías pensado no volver a bailar nunca y pasarte todo el tiempo en los bailes despojando a los presumiddos ingleses de todo su dinero.

Ness: No recuerdo haber dicho nada parecido.

Zac: Fue hace mucho tiempo. Déjame que te enseñe algo.

Se levantó, fue hasta ella y abrió el libro que tenía en las manos por una página desplegable que estaba doblada en cuatro. La desdobló.

Ella reconoció la representación del escudo de Aquiles en la enorme ilustración. La señora Hudgens adoraba el canto XVIII de la Ilíada y muchas noches, de niña, Ness se había quedado dormida escuchando la descripción del gran escudo que Hefesto había forjado para Aquiles, una maravilla con cinco capas, que mostraba una ciudad en paz y una ciudad en guerra, además de casi todas las actividades humanas bajo el sol, todo rodeado por el poderoso río Océano.

Ella había visto otras representaciones del escudo, la mayoría de las cuales, demasiado fieles a las descripciones de Homero, estaban atestadas de jóvenes danzantes y doncellas engalanadas con guirnaldas; el resultado era una filigrana tan fina que no podría sobrevivir al vigor de una sola batalla. Pero esta interpretación en particular era austera, despojada de minucias y, sin embargo, aparecía poderoso y amenazador en su misma austeridad. El sol, la luna y las estrellas brillaban sobre la procesión de bodas y la sangrienta matanza con la misma serenidad.

Zac: Es la obra del hombre con el que a tu madre le gustaría que te casaras -dijo mientras volvía a doblar la página-. Si no puedes quedarte conmigo.

Ness se sorprendió tanto que cogió el libro de manos de Zac y miró el lomo. Once años ante Ilión. Estudio de la geografía, la logística y la vida cotidiana de la guerra de Troya, por L. H. Perrin. El apellido de familia de los duques de Perrin era Fitzwilliam, pero la costumbre era que un lord firmara con su título.

Ness: Qué curioso.

Le devolvió el libro.

Zac lo dejó a un lado.

Zac: Ya que estás aquí, echa una mirada a mis diseños.

No había hecho nada para indicar el más leve interés sexual por ella. Sin embargo, el vello de la nuca se le puso de punta de repente.

Ness: ¿Por qué tendría que verlos?

Zac: Para que sepas a quién culpar cuando Inglaterra pierda la próxima regata de la Copa América.

Se quedó consternada, pese a sus preocupaciones.

Ness: ¿Ayudas al equipo americano?

Unos cuarenta años antes, un velero americano había competido con catorce yates del Royal Yacht Squadron alrededor de la isla de Wight y los había vencido por veinte rotundos minutos. Según la leyenda, la reina, que contemplaba la regata, preguntó en un momento dado quién iba segundo y la respuesta que le dieron fue: «Majestad, ¡no hay segundo!». Desde entonces, las agrupaciones inglesas habían tratado de vencer a los americanos y arrebatarles la copa. Sin éxito.

Zac: Ayudo al Club de Vela de Nueva York, del cual soy miembro.

Se adelantó hasta el escritorio y miró hacia atrás, esperándola. La luz de la lámpara de pie, junto a él, le acariciaba el pelo, iluminando sus mechones aclarados por el sol. Su expresión era amable y paciente... demasiado amable, demasiado paciente.

Notó cómo la gravedad tiraba de sus pies. Solo su negativa a mostrar cualquier debilidad la obligó a moverse, un pesado talón cada vez, hasta llegar junto al escritorio.

Cuando se inclinó para examinar el diseño, él se puso detrás de ella.

Zac: En estos momentos, no es más que un boceto.

Habló muy cerca de su oreja. Un filamento de placer la recorrió zigzagueando, agudo y debilitador. Notó cómo su mano le apartaba unos mechones de pelo que se habían escapado del moño bajo. Luego los dedos se detuvieron en la nuca.

Ness: Ya veo -respondió, con voz tensa-.

Zac: Puedo hacer el dibujo a escala, detallado, yo mismo -murmuró, desabrochándole el botón superior del traje-. Pero en la actualidad casi siempre le pido a un delineante que lo haga por mí.

Ness miraba los diseños. En el centro había un yate, tal como aparecería en el mar, con las velas totalmente desplegadas. A un lado, había dibujado una sección transversal del casco y una vista de la nave en el dique seco.

Pasó el brazo alrededor de ella, y señaló una protuberancia alargada y estrecha que salía de la quilla hacia la mitad de la eslora mientras su otra mano iba librando los botones de sus amarras, fácilmente, lánguidamente y con demasiada rapidez.

Zac: Espero que la orza le dé mayor estabilidad lateral -dijo como si se estuviera dirigiendo a un grupo de estudiantes de ingeniería, al tiempo que le abría el vestido hasta las caderas-. Es preciso que el velero navegue tan alto como sea posible, para aumentar la velocidad del casco. Pero un barco que apenas esté dentro del agua, se volcará con mucha más facilidad.

Ness: ¿Has volcado muchos barcos últimamente? -preguntó, esperando que su voz rezumara la suficiente acidez-.

Zac: No, desde hace tiempo. Pero una vez sí que lo hice. Fue el primer yate que tuve. Trabajé en el diseño durante años, lo construí con mis propias manos y volcó cuando solo llevaba dos millas de su primer viaje. -Le bajó el vestido por los hombros, liberándole los brazos del corpiño, con un toque tan leve como la primera brisa del verano-. Me estuvo bien empleado por llamarla Marquesa.

A Ness le dio un vuelco el corazón. ¿Había dado su nombre a su primer yate?

Ness: ¿Cómo te dio por hacer algo así? ¿Olvidaste que no me podías soportar?

Zac: Me dijeron que tenía que ponerle al barco el nombre de mi esposa o el de mi amante -dijo mientras el vestido caía al suelo, formando un montón de satén y tul de color cobrizo-. Lo remolqué a puerto, lo reconstruí desde el principio, lo rebauticé como Amante y, desde entonces, navega estupendamente; es uno de los veleros de regatas más rápidos del Atlántico. ¿Sabes? -susurró, aflojándole las cintas del corsé y quitándoselo por la cabeza-. Causas problemas incluso a cinco mil kilómetros de distancia.

Ness: Verdaderamente, ¿es que no hay un lugar más bajo al que pueda caer? -preguntó, sarcástica, mientras se aferraba al escritorio-.

Las enaguas se deslizaron para unirse al vestido. La despojó fácilmente de la camisa y cuando la rozaba, sin querer, la piel le hervía.

Zac: Me parece que todavía conservo, en algún sitio, una foto mía saludando desde el Marquesa, sonriendo rebosante de alegría, justo antes de zarpar.

Ness: Habría preferido verte en el helado Atlántico. Me habría encantado pasar justo a tu lado y no rescatarte del agua.

Él replicó despojándola de los culottes y atrapando su cuerpo desnudo -desnudo salvo por los guantes blancos de satén y las medias de seda blancas- entre su cuerpo y el borde del escritorio.

Recorrió con las puntas de los dedos sus nalgas desnudas y se dirigió lenta, pero inexorablemente, hacia la unión de sus muslos. Ella cerró los ojos y se mordió el labio, pero se negó a apretar las piernas, pese a su nerviosismo.

Zac: ¿Siempre estás tan húmeda? -preguntó, en un susurro-. ¿O es solo por mí?

Ness quería decir algo mordaz, algo que hiriera su orgullo masculino tan completamente que nunca pudiera volver a regodearse. Pero lo único que pudo hacer fue reprimir el gemido de su garganta cuando él penetró lentamente dentro de ella. Su batín le acariciaba la espalda, frío y sedoso contra las ardientes sensaciones de su entrada. Se retiró y luego se hincó en su interior con una fuerza que la obligó a soltar una exclamación y la hizo levantarse sobre la punta de los pies.

Él le hundió los dientes en el hombro. Nada doloroso, solo un mordisco fuerte para puntuar el deslizamiento ardiente y suave de su cuerpo en el de ella. No pudo sofocar un pequeño gemido.

Pese a sus desesperados intentos de recitar el alfabeto al revés -solo llegó a la “y” antes de ser incapaz de seguir pensando-, su cuerpo se ahogaba en sensaciones. Estaba llena, muy llena y la golpeaban deliciosamente. El placer se agrupaba y crecía. Se aferró con más fuerza al borde del escritorio, incapaz de comprender nada excepto la necesidad de extraer un placer cada vez mayor, más agudo y denso de su acoplamiento.

El placer estalló en un clímax, una implosión estremecedora. Fue vagamente consciente de su último empujón, del espasmo de su cuerpo, de su agitada respiración en su oreja y del fuerte latir de su corazón contra la espalda, claramente perceptible a través la fina capa de seda que los separaba.

La mejilla de Zac se frotó contra la nuca de ella. Sus manos estaban a ambos lados de ella. Se quedaron de pie, prácticamente abrazados, con él apretado contra ella, rodeándola.

Zac: Oh, Dios, Ness -murmuró, unas sílabas apenas audibles-. Ness.

Se quedó paralizada, el encanto del momento hecho añicos. Había pronunciado la misma frase que en su noche de bodas, encima de ella, debajo de ella, a su lado, con lo que ella creyó que era una felicidad exultante.

Se soltó, se volvió y lo empujó con rabia con las palmas de las manos en su pecho. Su brusca violencia no lo hizo moverse, pero sus ojos se abrieron sorprendidos, y se hizo a un lado. Sin importarle mostrar el mismo aspecto que una mujer que se gana la vida posando para postales pornográficas, Ness se inclinó, recogió su ropa y dio media vuelta.

Zac: Espera. -Fue tras ella. Pensó que iba a darle una prenda que se hubiera olvidado. Pero lo que hizo fue envolverla con su batín-. No te enfríes.

Se había sentido furiosa, avergonzada, humillada. Todavía se sentía así. Pero su solicitud desenterró un dolor que creía haber dejado enterrado el día que vació los aposentos de Zac; el dolor de lo que podría haber sido.

Ness: No esperes que te dé las gracias.

Solo le quedaba la hosquedad como defensa.

Zac: No he hecho nada que merezca agradecimiento. Buenas noches, lady Tremaine. Hasta mañana por la noche.




Mmmm... Sigo notando mucha frialdad independientemente de lo que hagan íntimamente XD
Espero que las cosas vayan a mejor.

¡Thank you por los coments!

Estoy totalmente de acuerdo con vosotras. Pero es que Vanessa sale con Austin ¬_¬
Y no creo que Zac intente nada mientras sea así.
Hablando de algo más alegre, supongo que ya sabréis que Ashley se casó. Y si alguien no lo sabía, ya lo sabe XD
Por último deciros que me hace gracia que hayáis convertido la sección de comentarios en una columna de opinión de revista para adolescentes XD.

¡Comentad, please! (aunque no habléis del capítulo XD)

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Duda gigantee, Ness tuvo un aborto despues del casamiento? O sea, tiempo despues? Y Zac no hizo nada????
Por dios como la trataba cuando ella iba a Paris, me esta dando mucha pena Ness... no puede ser que Zac la trate asi.
Y el final del capi fue todo!! Detesto que Zac sea asi, que oculte el amor siendo tan frio!! Cuando se va a dar cuenta que Ness es todo? Ojala que Ness tenga un hijo y que Zac muera de amor pero Ness decida dejarlo o algo! Que se valore mas!!!


Sii, Ashley se caso! Esperaba ver a Zac en ese casamiento tambien pero vi solo a Ness :((



Suuuuube prontisimooo!!!!!

Maria jose dijo...

Gran capítulo!!!!
Todos los capítulos son de información nueva
Zac es muy frío con ella, ya quiero que cambie
Y que sea tierno
Sube pronto que la novela se pone muy interesante

Hay un video de cuando zac fue a philiphinas
En donde nombra a vanessa no se si ya lo vieron
Para mi es tierno por cuando dice "vanessa" todos se empiezan a gritar y el se pone nervioso he incluso se ríe
Es un video tierno y lo recomiendo Jajajaj
Saludos!!!!

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