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martes, 21 de octubre de 2014

Capítulo 21


31 de mayo de 1893

A Ness le habría gustado poder predecir mejor al hombre que era su marido.

Estaba absolutamente segura de que le exigiría que hicieran el amor en los confines del compartimiento privado, de camino a Devon; tan segura, de hecho, que había tomado precauciones. Y el corazón le latía de forma irregular desde el momento en que salieron juntos de la casa.

Pero él se puso a trabajar en el diseño de algún aparato mecánico antes incluso de que el tren saliera de la estación de Paddington, dejándola con poco que hacer salvo mirar cómo pasaba el mundo a noventa kilómetros por hora, sintiéndose completamente tonta.

Y cohibida. Y un poco aturdida.

La había elogiado, con un cumplido sincero, por algo que a ella le importaba de veras. Se sentía como una debutante en su primer baile, después de bailar de forma inesperada con el libertino más extraordinario y famoso de todos. Sabía sin lugar a dudas que aquel burbujeo cálido que sentía no era correspondido, que era insensato y estaba fuera de lugar, pero no podía hacer absolutamente nada para evitarlo.

Él escribía con una letra suelta, inclinada, desarrollando páginas y páginas de ecuaciones que, al no iniciado, le parecerían tan incomprensibles como los jeroglíficos antes de descubrirse la piedra Rosetta. Hasta ella, que había recibido una amplia instrucción en matemáticas y mecánica -para que no tuviera trabas, debido a la ignorancia, al tratar con sus propios ingenieros- solo comprendía partes, al mirar los números y símbolos al revés.

Descifró que trabajaba en algo relacionado con el calor y el intercambio de gases. Cuando sus cálculos pasaron a la velocidad angular, dedujo que estaba afinando el diseño de un motor de combustión interna.

Tenía sus dudas sobre el automóvil. Ciertamente, era maravilloso y novedoso y ahora viable. Pero ¿quién, aparte de los más aventureros y más ricos, querría ser dueño de uno y conducirlo, cuando los carruajes eran mucho más sencillos y más cómodos en la ciudad y los trenes mucho más rápidos y más fiables para las largas distancias? Por lo menos, no era probable que los caballos se te murieran tres veces mientras ibas de Londres a Brighton.

Pero sentía la suficiente curiosidad como para haber hecho una visita a Herr Benz, en Mannheim, el verano anterior, y estaba a punto de negociar una licencia para construir motores Benz en su propia fábrica. El ábaco interno que había heredado de sus antepasados Hudgens calculó rápidamente lo que se ahorraría si pudiera usar el diseño de Zac... si funcionaba.

Y si él fuera de verdad su marido.

Ness: ¿Qué problema tienes con tu motor?

Zac: No puede eliminar los gases de combustión lo bastante rápido cuando su velocidad de rotación excede las cien revoluciones por minuto -respondió, sin levantar la cabeza-.

Sin expresar ninguna sorpresa ante su conocimiento de temas fuera del alcance de la abrumadora mayoría de las mujeres... y de los hombres, a decir verdad.

Pero también es cierto que lo sabía todo sobre el honorable señor Williams, que había sido el tutor de Ness antes de convertirse en su amante.

El vacío parcial creado por la salida de los gases de combustión atraía aire fresco y combustible al interior del cilindro. La expansión del gas creada por la ignición de la mezcla de aire y combustible alimentaba el motor, pero los gases residuales que no fueran expulsados reducirían su rendimiento.

Ness: Habría que empezar el ciclo de expulsión en un punto anterior de la rotación del cigüeñal. Sacrificarías un poco de potencia, pero mejorarías el rendimiento.

Zac: Correcto.

Ness: El problema reside en determinar en qué punto exacto, ¿verdad?

Sus ingenieros habían dado mil vueltas al voltaje del tercer raíl que habían diseñado para los nuevos trenes subterráneos de Londres.

Zac: Siempre. Se puede afinar el diseño hasta cierto punto. Lo he reducido a dos posibilidades y he determinado el ángulo hasta un punto y dos grados. Ahora mis ingenieros de Nueva York modificarán el motor y lo probarán.

Ness: Qué bien que no tengas que ensuciarte las manos.

Zac: Pero ensuciarse las manos es buena parte de la diversión. Siempre construyo mis propios diseños. Puedo construir cualquier cosa. -La miró y sonrió. A Ness se le paró el corazón. La verdad era que el sol brillaba con más fuerza cuando él sonreía-. ¿Te gustaría ser la primera dama inglesa que baja con gran estruendo por Rotten Row en un coche sin caballos?

Sonrió a su pesar. La chispeante calidez -mitad euforia efervescente, mitad irresponsabilidad- se extendió sin freno por su interior.

Ness: Sé que realmente puedes construir cualquier cosa. Conozco tu pequeño secreto.

Zac: ¿Secreto? -repitió desconcertado-.

Ness: El vestido que Miley llevó a su primer baile.

Zac: Ah, eso -dijo, relajándose-. No es mi secreto tanto como el suyo. Ella se sentía muy avergonzada, si no recuerdo mal, porque otras personas llevaran trajes hechos por monsieur Worth, mientras que el suyo lo había improvisado su hermano.

Ness: Qué modesto.

Zac: Cuando digo improvisado, quiero decir improvisado. No tenía ni idea de cómo fabricar la clase de escote que ella quería sin que se le cayera el corpiño. Así que desmonté uno de los polisones de malla metálica de mi madre y utilicé el alambre para sostener todo el escote. Miley estuvo aterrada durante todo el baile pensando que el vestido la mataría o atravesaría el pecho de algún apuesto mozo.

Ness: Me lo enseñó cuando vino a Inglaterra, en el año noventa. No podía creerme que tú lo hubieras hecho hasta que me lo juró por la vida de sus hijos.

Zac: Fue mi primera y única incursión en la alta costura -dijo irónico-. Tenía diecinueve años y creía que no había nada que yo no pudiera hacer. Cuando Miley llevaba horas llorando sin parar, porque no había un hueco en el presupuesto para comprar un vestido nuevo para su primer baile, pensé: no puede ser tan difícil. Después de todo, la costura es solo el aspecto más suave de la ingeniería y yo había cortado muchas velas para las maquetas de mis barcos.

Ness: Miley dijo que eras un mago.

Zac: Los recuerdos de Miley están teñidos de rosa. No supe qué era el pánico hasta que faltaban dos días para el baile y todavía no había averiguado cómo nueve metros de falda podían reunirse y drapearse bajo el polisón. Toda la geometría no euclidiana del mundo no habría conseguido sacarme de aquel agujero.

Ness pensó en el vestido, envuelto amorosamente en capas de papel de seda, guardado en la antigua habitación de Miley en Twelve Pillars. «Tengo el mejor hermano del mundo», le dijo aquel día, un recordatorio no demasiado sutil de que Ness tendría que subirse a un transatlántico de inmediato.

Ness: Al final lo conseguiste.

Zac: También alambré la falda.

Los dos se echaron a reír. La comisura de los ojos se le arrugó con regocijo, unas arrugas de risa que ella no le había visto antes... arrugas debidas al sol y la sal marina, las huellas de un hombre en su mejor momento.

Él dejó de reír y la miró.

Zac: Tu risa es la misma de siempre. Solía pensar que eras sofisticada y que tenías mucho mundo, hasta que reías. Sigues riendo como una niña a la que hacen cosquillas, hipando y sin respiración.

¿Qué se podía decir ante algo así? Si él fuera otro, lo consideraría una declaración no necesariamente de amor, pero sí de mucho cariño. ¿Cómo podía interpretarlo viniendo de él?

Zac cambió rápidamente de tema.

Zac: Antes de que me olvide, nunca te he dado las gracias por meter a David en vereda, ¿verdad?

David se había metido en algunos líos a lo largo de los años. Nada muy alarmante -ni hijos ilegítimos, ni deudas ruinosas ni amigos delincuentes-, pero sus padres se preocupaban y se retorcían las manos. Después de “san Zac” y la “Muy Sensata Miley”, sus excelencias no estaban preparados para vérselas con un hijo más temperamental. Así que Ness había intervenido, librado a David de situaciones que podían llegar a ser peligrosas, le había soltado unos severos sermones que sus excelencias eran demasiado blandos para darle y le había cortado sin piedad su asignación siempre que se lo merecía.

Ness: No hay ninguna necesidad de agradecérmelo. Me encantó meterlo en vereda.

Zac: Se quejaba de ti en sus cartas. Decía que eras tan dura como las gorgonas y el doble de mortal. Que tenías la intención de embarcarlo para Vladivostok y dejarlo en el puerto sin un penique. Que amenazabas con llevar a la ruina a cualquiera que se atreviera a prestarle dinero cuando tú le cortabas la asignación.

Había tanto entusiasmo en su voz que la peligrosa calidez que la infectaba acabó convirtiéndose en una lucha de imprudencia.

Ness: ¿Me echaste de menos? -se oyó preguntar-.

De repente, el único sonido en el compartimiento fue el bajo rugido de los motores del tren y las ruedas de acero resonando contra las vías de acero, a kilómetro y medio por minuto. Miró por la ventana, sintiéndose tan estúpida como una estampida de lemmings.

También él miraba por la ventana. Durante largo rato no dijo nada, hasta que ella casi se convenció de que los dos iban a fingir que su pregunta nunca había sido formulada.

Pero entonces él respondió.

Zac: Esa no fue nunca la cuestión, ¿verdad?

Llegaron a casa de la señora Hudgens un poco después de la hora del té. El tiempo en Londres era desapacible y húmedo, pero en esa parte de Devon brillaba un suave sol, aunque el suelo estaba empapado y la lluvia seguía goteando de las hojas de los árboles.

Las rosas estaban en todo su esplendor. La casita de la señora Hudgens, con sus luminosas paredes blancas y las molduras de color bermellón, era todo encanto pastoral. Ness casi esperaba que su madre se desmayara al ver a Zac y a ella juntos, pero Zac debía de haber enviado un telegrama para advertirla porque, aunque se percibía una nota de curiosidad en la bienvenida de la señora Hudgens, no la habían cogido por sorpresa.

Zac: Qué casa tan encantadora -dijo besando a la señora Hudgens en la mejilla-. La fotografía que me envió no le hacía justicia.

Victoria: Deberías ver Devon en primavera. En abril, las flores silvestres son incomparables

Zac: Bien, pues vendré en abril. Debería estar en Inglaterra por entonces.

Ness notó la mirada de su madre en la espalda mientras contemplaba el jardín, sembrado de pétalos a causa de la lluvia anterior. Él no había dicho nada nuevo, claro. Su acuerdo era por un año y ese no concluía hasta el próximo mayo. Pero por alguna razón no creía que pudieran continuar así once meses más, ni siquiera once meses.

Durante diez años, las cosas habían permanecido congeladas, en su sitio, porque él había dejado muy claro que la circunferencia de la tierra no era una distancia suficientemente grande entre los dos. Al principio, cuando regresó, él personificaba el antagonismo, en su acepción más alta. Pero las cosas habían cambiado. Este hielo de la enemistad los colocaba en un terreno desconocido, enfrentados a posibilidades peligrosas, posibilidades en las que ella no se atrevía ni siquiera a pensar a la luz del día porque arrastraban a la más absoluta locura.

Victoria: Me encantará que lo hagas -dijo la señora Hudgens-. No te vemos lo suficiente.

Zac: Me parece que le he enviado innumerables invitaciones para que venga a visitar la ciudad de Nueva York, mi querida señora -dijo con una sonrisa y un reto en la voz-. Y siempre ha encontrado razones para poner excusas.

Victoria: Pero ¿es que no lo entiendes, mi querido lord Tremaine? -respondió la señora Hudgens, con dulzura-. No podía visitar de ninguna manera a un hombre que no quería hablar con mi hija.

Ness estuvo a punto de darse media vuelta, estupefacta. Por alguna razón, nunca había creído que su madre fuera su aliada en este asunto. Siempre había pensado, tal vez debido a su sentimiento de culpabilidad, que la señora Hudgens la hacía responsable del desastre que era su matrimonio. El hecho de que las cartas de su madre le hubieran proporcionado a Zac los medios para chantajearla había contribuido todavía más a su convicción de que la señora Hudgens sería capaz hasta de tener relaciones sexuales con el mismísimo demonio solo para que Zac le otorgara su bendito perdón a Ness.

Victoria: Por supuesto, tampoco debería haber mantenido correspondencia contigo -dijo la señora Hudgens-. Pero nunca alcanzo la perfección; es muy irritante.

Esta vez Ness se volvió. ¿Era una disculpa? ¿De la mujer que no se había equivocado ni una sola vez en toda su vida?

Harold entró con el té y la conversación dio un brusco giro hacia la última gala benéfica de la señora Hudgens. Resultó que Zac estaba perfectamente enterado de las campañas benéficas de la señora Hudgens.

Zac: ¿No es bastante más de lo que suelen recaudar en estos actos? -preguntó, cuando ella mencionó una suma-.

Victoria: Supongo que sí. -La señora Hudgens dudó. Su excelencia nos honró con una importante contribución.

Ness: ¿El mismo duque que viene a cenar esta noche? -inquirió-.

Dios santo, ¿su madre se había sonrojado? Ciertamente, había discutido respecto al duque de Perrin la última vez que la señora Hudgens estuvo en Londres, pero el color que teñía las mejillas de su madre no parecía tener su origen en la consternación ni en la incomodidad.

Victoria: El mismo. -La señora Hudgens volvía a ser, una vez más, lo más cercano a una madona a este lado del Renacimiento italiano-. Un hombre admirable. Estudioso de los clásicos. Me alegro mucho de que vayáis a conocerlo.

Zac levantó la taza.

Zac: Yo, por mi parte, espero anhelante la cena.

Zac se marchó unos minutos después para hacer el recorrido pintoresco hasta Torquay que, al parecer, la señora Hudgens le había sugerido. Ness se había sentido incómoda con él en el salón y los penetrantes ojos de su madre evaluando cada gesto entre ellos, como si sus recientes relaciones pudieran deducirse de un «¿Me pasas la jarrita de la crema, por favor?». Pero sin su presencia como amortiguador, la incomodidad que había entre las dos mujeres ocupó rápidamente el primer plano, tan fuerte e inconfundible como el olor a vinagre.

Victoria: Fui a visitar la tumba de papá el viernes -dijo la señora Hudgens, después de casi tres minutos de silencio absoluto-.

Ness se sorprendió. No hablaban con mucha frecuencia de John Hudgens. El dolor era un asunto privado.

Ness: Vi tus flores cuando fui el domingo. -John Hudgens habría cumplido sesenta y ocho años aquel domingo, de haber sobrevivido a la fiebre tifoidea que se lo llevó a los cuarenta y nueve-. Siempre le gustaron las camelias.

Victoria: Porque tú le diste un ramo del jardín cuando tenías tres años. Te adoraba -afirmó la señora Hudgens-.

Ness: Y a ti también.

Su padre siempre la llevaba con él cuando iba a comprarle un regalo a su esposa. Nada era nunca demasiado bueno para su hermosa mujer. A él le gustaban las cosas grandes y llamativas -tal vez esa era la razón de su propio gusto exuberante por las joyas, aunque casi nunca llevaba ninguna-, pero al final solo compraba camafeos y perlas modestas, porque no quería que su esposa tuviera que llevar nada que le pareciera vulgar.

Victoria: Llevábamos casados diez años y cinco meses cuando falleció. -La señora Hudgens cogió un pequeño pastel de nata, lo colocó delante de ella y lo cortó en cuartos perfectos-. Tú llevarás casada diez años y cinco meses dentro de quince días. La vida es incierta, Ness. No eches por la borda tu segunda oportunidad con Tremaine.

Ness: Preferiría que no habláramos de él.

Victoria: Y yo preferiría que lo hiciéramos -dijo la señora Hudgens, tajante-. Si crees que me he entrometido solo porque está en la línea de sucesión de un ducado, te equivocas por completo. ¿Crees que nunca os encontré juntos en la sala de Briarmeadow, cogidos de las manos y susurrando? Nunca te he visto tan viva y feliz, ni antes ni después. Y tampoco lo he visto así a él, completamente sin reservas, actuando por una vez de acuerdo a su edad, cuando siempre había llevado el peso del mundo a la espalda.

Ness: De eso hace mucho tiempo, madre.

Victoria: No tanto como para que lo haya olvidado. Ni tú. Ni él.

Ness respiró hondo y se acabo el té. Ya estaba frío y demasiado dulce, porque la mano sin guante de Zac la había rozado cuando le pasó el azucarero y durante un minuto no supo lo que hacía.

Ness: A ninguno de los dos nos hace ningún bien recordarlo. Lo amaba entonces, no lo negaré. Y es posible que él también me quisiera. Pero todo eso es cosa del pasado. Ya no me ama ni yo a él. Y si hay segundas oportunidades, nadie me ha ofrecido una a mí, y mucho menos Zac.

Victoria: ¿Es que no te das cuenta? -exclamó la señora Hudgens exasperada, dejando la taza en la mesa con un incorrecto sonido. Una gotita de líquido marrón saltó por encima del borde de la taza y dibujó una mancha circular asombrosamente perfecta en el mantel bordado que Ness había comprado en su desgraciada visita a Copenhague-. Que esté aquí, en Inglaterra, que viva en tu casa, que sea cortés contigo, que te convenza para que vengas con él a verme... todo esto, ¿no significa nada para ti? ¿Hay que decírtelo más claramente o grabártelo en piedra, por todos los santos?

¿No era suficiente tener que luchar con aquello ella sola? No necesitaba que su madre se lo deletreara, como si fuera una cría estúpida de una obra de Oscar Wilde.

Ness: Madre, olvidas la razón de que él esté aquí -dijo, fríamente-. Nos vamos a divorciar. Le he prometido mi mano a lord Frederick.

La señora Hudgens se levantó bruscamente.

Victoria: Voy a descansar un rato. No me gustaría presentarme con mala cara ante su excelencia. Pero si crees que quieres a lord Frederick un ápice de lo que quieres, y fíjate que no digo «querías» sino «quieres», a Tremaine, entonces eres más necia, que cualquiera de los locos enamorados que describió Shakespeare.

Ness permaneció en el saloncito hasta mucho después de que su madre se marchara furiosa, dejando una ligera fragancia a esencia de rosas detrás de ella. Lenta, distraídamente, se terminó el panecillo que la señora Hudgens había dejado, además de dos tartaletas de mermelada que quedaban en la bandeja de tres pisos.

Ojalá pudiera estar segura de que su madre estaba completamente equivocada.




Ness, escucha a tu madre, tiene razón. Y cuando te des cuenta, tendrás que desprometerle tu mano al tal Frederick XD

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1 comentarios:

Unknown dijo...

Wow que capitulo! Me encanto!!
Ame que la madre de Ness le dijera eso a Ness para que ella se de cuenta que Zac la quiere.
Aun no esta embarazada? :(


Sube prontooo

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