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viernes, 17 de agosto de 2012

Capítulo 3 - Hace que John Mayer parezca un aficionado


Ness: ¿Dónde estamos? -refunfuñó, mientras salía del taxi y estudiaba a su alrededor la calle oscura y desierta de West Chelsea-.

Las botas negras altas que había encontrado en unas rebajas de fin de temporada le resbalaban continuamente por los muslos.


Ash: En el corazón del distrito de las galerías de arte, Vanessa. Avenue y 1 OAK están aquí al lado.


Ness: Debería saber a qué te refieres, ¿verdad?


Ashley meneó la cabeza.


Ash: Bueno, al menos estás guapa. Zac se sentirá orgulloso de estar casado con una mujer así de atractiva.


Vanessa sabía que su amiga sólo estaba siendo amable. La que estaba despampanante era Ashley, como siempre. Había metido la chaqueta de la oficina y los discretos zapatos de tacón en el gigantesco bolso Louis Vuitton y los había reemplazado por un enorme collar de un millón de vueltas y unos taconazos de Loubutin a medio camino entre el botín y la sandalia, en un estilo que aproximadamente seis mujeres en todo el planeta habrían podido llevar sin arriesgarse a ser confundidas con dominatrices profesionales. Cosas que habrían parecido directamente baratas si se las hubiera puesto cualquier otra mujer (pintalabios color escarlata, medias de rejilla color carne y sujetador de encaje negro asomando bajo la camiseta sin mangas), parecían atrevidas y originales cuando se las ponía Ashley. Su falda de tubo, que al ser la mitad de un traje caro resultaba perfectamente apropiada para uno de los entornos de trabajo más conservadores de Wall Street, hacía resaltar ahora su firme trasero y sus piernas perfectas. Si Ashley hubiera sido cualquier otra mujer, Vanessa la habría odiado profundamente.


Vanessa consultó su BlackBerry.


Ness: Entre la Décima y la Undécima. Es exactamente donde estamos, ¿no? ¿Dónde está el local?


Con el rabillo del ojo, vio una sombra que se escurría, y soltó un chillido.


Ash: Tranquila, Vanessa. Te tiene mucho más miedo ella a ti que tú a ella -comentó, agitando en dirección a la rata una mano adornada con una sortija enorme-.


Vanessa se apresuró a cruzar la calle, al ver que las numeraciones pares estaban en la otra acera.


Ness: Para ti es fácil decirlo, porque podrías atravesarle el corazón con un pisotón de esos tacones de aguja. Pero estas botas planas que llevo yo son un riesgo añadido.


Ashley soltó una carcajada y echó a andar con gracia detrás de Vanessa.


Ash: Mira, creo que es ahí -dijo, señalando el único edificio de la manzana que no parecía en ruinas-.


Las chicas bajaron por una pequeña escalera que iba desde la calle hasta la puerta de un sótano sin ventanas. Zac le había explicado a Vanessa que los locales para ese tipo de presentaciones cambiaban constantemente y que la gente del mundillo de la música siempre andaba buscando nuevos sitios de moda para llamar la atención y despertar interés; aun así, ella se había imaginado un sitio parecido a una versión reducida del Joe's Pub. Pero ¿qué era aquel local donde estaban? No había ninguna cola delante de la entrada, ni un cartel que anunciara la actuación de aquella noche. Ni siquiera encontraron en la puerta a la típica joven con carpeta, que con expresión petulante ordenaba a todo el mundo que diera un paso atrás y aguardara su turno.


Vanessa experimentó una pequeña oleada de angustia, hasta que abrió la pesada puerta del local, semejante a la de la cámara acorazada de un banco, y se sintió rodeada por un cálido manto de semioscuridad y risas discretas, y por el aroma sutil pero inconfundible de la marihuana. El espacio no era más grande que el salón de una casa amplia, y todo (las paredes, los sofás e incluso los paneles de la pequeña barra montada en un rincón) estaba revestido de lujoso terciopelo burdeos. La lámpara solitaria apoyada sobre el piano arrojaba una luz tenue sobre el taburete vacío. Cientos de diminutos cirios de iglesia se multiplicaban en los espejos que cubrían las mesas y el techo, en un estilo que de algún modo conseguía ser increíblemente sexy, sin una sola referencia nostálgica a los ochenta.


La gente parecía escogida y trasplantada de una fiesta junto a una piscina en Santa Bárbara, directamente a Nueva York. Cuarenta o cincuenta personas, casi todas jóvenes y atractivas, deambulaban por la sala, bebiendo en vasos de cóctel y exhalando penachos de humo de cigarrillo en largas y lánguidas bocanadas. Los hombres iban vestidos casi uniformemente de vaqueros, y los pocos que aún llevaban el traje formal, se habían aflojado la corbata y desabrochado el botón más alto de la camisa. Casi ninguna de las mujeres llevaba tacones de aguja ni uno de esos vestidos negros de cóctel, cortos y ceñidos, que eran casi un uniforme en Manhattan. En lugar de eso, iban y venían enfundadas en túnicas con estampados maravillosos, y llevaban pendientes de cuentas tintineantes y vaqueros tan perfectamente gastados que Vanessa habría deseado deshacerse allí mismo de su vestido negro de punto. Algunas llevaban diademas entre hippies y chic sobre la frente y lucían preciosas melenas largas hasta la cintura. Nadie parecía preocupado por su aspecto, ni estresado (algo muy poco habitual en Manhattan), lo que lógicamente duplicó el nerviosismo de Vanessa. Aquello tenía muy poco que ver con el público habitual de Zac. ¿Quiénes eran esas personas y por qué todas y cada una de ellas eran mil veces más guapas y elegantes que ella?


Ash: Respira -le susurró al oído-.


Ness: Si yo estoy así de nerviosa, no puedo ni imaginar cómo se sentirá Zac.


Ash: Ven, vamos a buscar unas copas.


Ashley se echó la melena rubia sobre un hombro y le ofreció la mano a su amiga; pero antes de que empezaran a moverse entre la gente, Vanessa oyó una voz familiar.


Alex: ¿Vino tinto, blanco o algo más fuerte? -preguntó, apareciendo mágicamente junto a ellas-.


Era uno de los pocos hombres vestidos con traje formal y parecía incómodo. Probablemente era la primera vez que salía del hospital en varias semanas.


Ness: ¡Hola! -exclamó, mientras le pasaba un brazo por el cuello-. Recuerdas a Ashley, ¿verdad?


Alex sonrió.


Alex: Claro que sí.


Se volvió hacia Ashley y le dio un beso en la mejilla.


Algo en su tono parecía decir: «Claro que recuerdo haberte conocido, porque aquella noche te fuiste a casa con mi amigo, como por casualidad, y él quedó muy impresionado con tu buena disposición y tu creatividad en el dormitorio.» Pero Alex era demasiado discreto para hacer bromas al respecto, incluso después de tantos años.


Ashley no lo era tanto:


Ash: ¿Cómo está Justin? ¡Dios, qué divertido era! -dijo, con una gran sonrisa-. ¡Y cuando digo divertido, lo digo muy en serio!


Alex y Ashley intercambiaron miradas cargadas de intención y se echaron a reír.


Vanessa levantó una mano.


Ness: Muy bien, entonces. ¡Felicidades por el compromiso, Alex! ¿Cuándo conoceremos a la afortunada?


No se atrevía a referirse a Gisele por su nombre, porque no confiaba en ser capaz de reprimir la risa. ¿Qué clase de nombre era ése?


Alex: Teniendo en cuenta que casi nunca estamos fuera del hospital al mismo tiempo, posiblemente no la conoceréis hasta el día de la boda.


El hombre que atendía la barra se acercó a Alex, que se volvió hacia las chicas.


Ash y Ness: Vino tinto, por favor -dijeron al unísono, y el camarero les sirvió un cabernet de California-.


Alex les pasó sus copas y en seguida se bebió la suya en dos rápidos tragos. Después, miró a Vanessa con expresión tímida.


Alex: No suelo salir mucho.


Ashley dijo que se iba a dar una vuelta por la sala y Vanessa sonrió a Alex.


Ness: Cuéntamelo todo. ¿Dónde será la boda?


Alex: Bueno, Gisele es de Tennessee y tiene una familia enorme, así que probablemente la celebraremos en casa de sus padres. En febrero, creo.


Ness: ¡Vaya, qué rapidez! ¡Una noticia estupenda!


Alex: Así es. La única manera de que nos asignen el mismo hospital para hacer la residencia es que nos casemos.


Ness: Entonces ¿vais a seguir los dos en gastroenterología?


Alex: Sí, ésa es la idea. Mis intereses van más por el lado del despistaje y las pruebas diagnósticas, las técnicas están avanzando una barbaridad, pero Gisele es un tipo de persona más propensa a la enfermedad de Crohn o al trastorno celíaco. -Hizo una pausa y pareció reflexionar sobre lo que acababa de decir, antes de proseguir con una amplia sonrisa-. Es una chica estupenda. Te va a encantar, de verdad.


Zac: ¡Hola, viejo! -exclamó, dándole una palmada en la espalda-. ¡Claro que nos encantará! ¿Cómo no nos va a encantar, si va a casarse contigo? ¡Qué locura!


Zac se inclinó y le dio un beso a Vanessa en los labios. Los labios de Zac tenían un sabor delicioso, como de chocolate a la menta, y con sólo verlo, ella se tranquilizó.


Alex se echó a reír.


Alex: ¡Más locura es que el antisocial de mi primo lleve cinco años casado! Y sin embargo, así es.


Acababan de brindar (Zac sólo con agua) y estaban a punto de profundizar un poco más en el tema de Gisele, cuando uno de los tipos más apuestos que Vanessa había visto en su vida apareció como por arte de magia a su lado. Medía por lo menos quince centímetros más que ella, lo que de inmediato hizo que se sintiera pequeña y frágil como una niña. Por enésima vez, deseó que Zac fuera tan alto como el hombre misterioso, pero en seguida se obligó a desechar la idea. ¿Qué derecho tenía ella a pensar así? Probablemente Zac habría deseado que ella se pareciera un poco más a Ashley. El tipo le pasó un brazo por los hombros; lo tenía tan cerca que podía oler su colonia: masculina, sutil y muy cara. Vanessa se sonrojó.


Tipo apuesto: Tú debes de ser su mujer -dijo, inclinándose para plantarle un beso en lo alto de la cabeza, un gesto que resultó extrañamente íntimo y a la vez impersonal. Su voz no era ni mucho menos tan grave como ella habría esperado en alguien de su altura y de su evidente estado de forma-.


Zac: Leo, me gustaría presentarte a Vanessa. Vanessa, éste es Leo, mi nuevo representante.


Una elegante chica asiática pasó junto a ellos en ese preciso instante, y Vanessa y Zac se la quedaron mirando, mientras Leo le guiñaba un ojo. ¿Dónde demonios se habría metido Ashley? Vanessa necesitaba advertirle cuanto antes y tan a menudo como fuera posible de que el acceso a Leo le estaba vetado. No iba a ser fácil, porque era exactamente su tipo. Llevaba la camisa rosa abierta un botón más de lo que se habría atrevido la mayoría de los hombres, lo que revelaba su maravilloso bronceado: lo bastante moreno, pero sin la menor insinuación de cabina ni de aerosol. Los pantalones eran de talle bajo y estrechos al estilo europeo. Vestía como para llevar el pelo engominado con fijador fuerte pero, con mucho ingenio, dejaba que los densos mechones oscuros le flotaran libremente justo por encima de los ojos. El único defecto que Vanessa consiguió detectar fue una cicatriz que le seccionaba la ceja derecha en una desnuda línea divisoria; sin embargo, la imperfección en realidad lo favorecía, porque erradicaba toda sombra de afeminado exceso en el cuidado de la imagen. No tenía ni un gramo de grasa en todo el cuerpo.


Ness: Es un placer conocerte. He oído hablar mucho de ti.


Pero él no pareció oírla.


Leo: Muy bien, escucha -dijo, volviéndose hacia Zac-. Acabo de enterarme de que tu actuación está programada en último lugar. Ya ha habido una, ahora va otra y después sales tú.


Leo miraba insistentemente por encima del hombro de Zac mientras hablaba.


Ness: ¿Eso es bueno? -preguntó cortésmente-.


Zac ya le había explicado que ninguno de los otros músicos programados para aquella noche eran verdadera competencia para él. Había un grupo de rythm and blues, del que todos decían que sonaba como unos Boyz II Men redivivos, y una cantante de country con un montón de tatuajes, el pelo recogido en dos coletas y un vestido lleno de volantes.


Vanessa miró a Leo y vio que otra vez estaba mirando para otro lado. Le siguió la mirada y descubrió que el objeto de su atención era Ashley, o más concretamente su trasero enfundado en la falda de tubo. Se prometió a sí misma amenazar a Ashley con la deportación, o algo peor, si se le ocurría acercarse al representante de Zac.


Leo carraspeó un poco y bebió un trago de whisky.


Leo: La chica ya ha actuado y era bastante buena; nada del otro jueves, pero cantaba decentemente. Creo que...


Lo interrumpió el sonido de unas voces que empezaban a armonizar. No había exactamente un escenario, sino una zona despejada delante del piano, donde cuatro afroamericanos de pie, todos ellos de poco más de veinte años, se inclinaban delante de un micrófono central. Por un momento, sonaron como un buen grupo universitario de cantantes a capella; pero entonces, tres de los músicos dieron un paso atrás y dejaron que el solista cantara sobre su infancia en Haití. El público hizo gestos de asentimiento y comentarios de admiración.


Zac: Hola, nena. -Había rodeado al grupo para ponerse detrás de ella-.


Le besó la nuca y Vanessa estuvo a punto de gemir en voz alta. Zac llevaba puesto su uniforme, intacto después de tantos años: camiseta blanca, Levi's y gorro de lana. No podía haber una vestimenta menos excepcional; sin embargo, para Vanessa, era lo más sexy del mundo. El gorro era la firma de Zac, lo más parecido que tenía a un «estilo», pero sólo ella sabía que había algo más. El año anterior, se había quedado desolado al descubrirse en la coronilla la cana más diminuta de toda la historia de las canas del cabello. Vanessa intentó convencerlo de que apenas se notaba, pero él se negó a escucharla. A decir verdad, era probable que la pequeña cana se hubiera extendido un poquito desde la primera vez que él se la había señalado, pero ella jamás lo habría admitido.


Nadie que viera los abundantes mechones rubios que asomaban bajo el gorro habría imaginado lo que Zac intentaba disimular debajo, y para Vanessa, eso no hacía más que aumentar su atractivo, al volverlo más vulnerable y humano. Se alegraba secretamente de ser la única que lo veía alguna vez sin el gorro, cuando él se lo quitaba en la seguridad del hogar y sacudía su pelo delante de ella. Si alguien le hubiera dicho unos años antes que el incipiente encanecimiento de su marido de treinta y dos años iba a ser para ella uno de sus rasgos más atractivos, se habría muerto de risa, pero así era.


Ness: ¿Cómo te sientes? ¿Estás nervioso? -preguntó buscando en su cara una pista para saber cómo estaba sobrellevando la noche-.


Había pasado toda la semana hecho una piltrafa (casi no había comido, no había dormido nada y hasta había vomitado esa misma tarde), pero cuando Vanessa intentaba hablar con él, lo único que hacía era «entortugarse». Habría querido acompañarlo hasta allí aquella noche, pero él había insistido en que fuera a cenar con Ashley. Le había dicho que tenía que hablar un par de cosas con Leo, llegar pronto y asegurarse de que todo estuviera en orden. Las cosas habían debido de ir bien, porque parecía un poco más relajado.


Zac: Estoy preparado -respondió, asintiendo con determinación-. Me siento bien.


Vanessa le dio un beso en la mejilla, sabiendo que se estaría muriendo de nervios, pero ella estaba orgullosa de él por mantener el tipo.


Ness: Estás guapísimo y se ve que estás preparado. ¡Vas a estar fantástico esta noche!


Zac: ¿Te parece?


Cuando se bebió el agua con gas, Vanessa advirtió que tenía los nudillos blancos. Sabía que habría dado cualquier cosa por beber algo más fuerte, pero nunca bebía antes de las actuaciones.


Ness: No «me parece». Estoy segura. Cuando te sientas al piano, no piensas más que en la música. Lo de esta noche no es diferente de las actuaciones en el Nick's. El público siempre te adora, cariño. Recuérdalo. Sé como eres siempre y aquí también te adorarán.


Leo: Escucha a tu mujer -dijo volviendo de una breve charla con un grupo de gente que había detrás-. Olvida dónde estás y por qué has venido y haz lo de siempre. ¿Entendido?


Zac asintió con la cabeza, mientras movía nerviosamente un pie.


Zac: Entendido.


Leo se dispuso a llevárselo al fondo del local.


Leo: Vamos a prepararte.


Vanessa se puso de puntillas y le dio a Zac un beso en los labios. Le apretó la mano y le dijo:


Ness: Estaré aquí todo el tiempo, pero olvídate de nosotros. Tú sólo cierra los ojos y pon todo tu corazón en la música.


Él la miró con ojos agradecidos, pero no consiguió decirle nada. Leo se lo llevó y, antes de que Vanessa pudiera acabarse el vino, uno de los tipos de prensa y publicidad anunció a Zac por el micrófono.


Vanessa miró otra vez a su alrededor en busca de Ashley y la divisó hablando con un grupo de gente junto a la barra. ¡Aquella chica conocía a todo el mundo! Feliz de que Alex estuviera a su lado, Vanessa se dejó conducir hasta un pequeño espacio libre en un sofá, donde él le indicó que tomara asiento. Se instaló en un extremo del sofá de terciopelo y, con cierto nerviosismo, se recogió la melena en un nudo. Después se puso a buscar una goma en el bolso, pero no encontró ninguna.


Chica asiática: Espera -dijo la guapa chica asiática a la que Leo había guiñado el ojo un momento antes. La chica se quitó una goma marrón de la muñeca y se la dio a Vanessa-. Toma ésta. Tengo muchísimas. -Vanessa dudó un minuto, pero la chica le sonrió-. Cógela, de verdad. No hay nada peor que tener el pelo en la cara y no poder quitárselo. Aunque si yo tuviera un pelo como el tuyo, no me lo recogería nunca.


Ness: Gracias -dijo, que aceptó la goma y la usó de inmediato para sujetarse la coleta-.


Iba a decir algo más, quizá algún comentario divertido dirigido contra sí misma, acerca de lo poco que le deseaba a nadie la desgracia de ser morena, pero justo en ese momento Zac se sentó al piano y ella pudo oír su voz, un poco vacilante, agradeciendo a todos su presencia.


La chica asiática bebió un trago del botellín de cerveza que tenía en la mano y preguntó:


Chica asiática: ¿Lo has oído cantar alguna vez?


Vanessa sólo pudo asentir con la cabeza, mientras rezaba para que la chica dejara de hablar. No quería perderse ni un segundo de la actuación, y lo que más le preocupaba era saber si los demás notarían la ligera duda en la voz de Zac.


Chica asiática: Porque si todavía no lo has hecho, te vas a quedar con la boca abierta. Es el cantante más sexy que he visto en mi vida.


Ese comentario llamó la atención de Vanessa.


Ness: ¿Perdona? -preguntó, volviéndose hacia la chica-.


Chica asiática: Zac Efron -dijo su interlocutora, señalando el piano con un gesto-. Lo he oído un par de veces en diferentes locales de la ciudad, tiene varias actuaciones fijas, y te aseguro que es increíblemente bueno. Hace que John Mayer parezca un aficionado.


Zac había empezado a tocar Por lo perdido, un tema lleno de sentimiento sobre un niño que ha perdido a su hermano mayor, y Vanessa sintió que Alex la miraba. Él era probablemente la única persona en la sala, aparte de ella misma, que conocía la historia que había detrás de esa canción. Zac era hijo único, pero Vanessa sabía que pensaba a menudo en un hermano fallecido a consecuencia del síndrome de muerte súbita antes de que él naciera. Los Efron nunca hablaban de James; pero Zac había pasado por una fase durante la cual se preguntaba, a veces de forma obsesiva, cómo habría sido James si hubiera vivido, y cómo habría cambiado su vida si hubiera tenido un hermano mayor.


Sus manos se movían por el teclado, soltando las primeras notas evocadoras, que al final evolucionarían en un poderoso crescendo, pero Vanessa no podía desviar la atención de la chica que tenía al lado. Hubiese querido darle un abrazo y un bofetón, todo al mismo tiempo. Le resultaba desconcertante que una chica tan atractiva proclamara lo sexy que era Zac (por mucho tiempo que llevaran juntos, no se acostumbraba a ese aspecto de su trabajo), pero era muy poco corriente oír una opinión totalmente sincera, expresada sin el filtro de la cortesía.


Ness: ¿En serio lo crees? -preguntó, que de pronto deseó desesperadamente que la chica asiática se lo confirmara-.


Chica asiática: ¡Claro que sí! Intenté convencer a mi jefe por lo menos una docena de veces, pero Sony lo fichó primero.


La atención que la chica le prestaba a Vanessa empezó a ceder a medida que el volumen de la voz de Zac aumentaba, y cuando el cantante echó la cabeza atrás y se puso a cantar el emotivo estribillo, sólo tuvo ojos para él. Vanessa se preguntó si vería bien el anillo de casado de Zac a través de la neblina de la adoración.


Se volvió para ver la actuación y tuvo que hacer un esfuerzo para no cantar en voz alta, porque se sabía de memoria cada palabra.


Dicen
que Tejas es la tierra prometida;

el polvo de sus caminos se parece a la vida.
Triste y ciego, solitario intento,
cicatrices en las manos, roto por dentro.

El sueño de una madre se escurrió entre las manos,
como si fuera arena, pero era mi hermano.
Queda un vacío por lo que se ha ido,
por lo perdido, por lo perdido.

Ella está sola en su habitación,
un silencio sepulcral en el salón.
Él cuenta las joyas de su corona;
ya no puede haber nadie que se la ponga.

El sueño de un padre se escurrió entre las manos,
como si fuera arena, pero era mi hermano.
Queda un vacío por lo que se ha ido,
por lo perdido, por lo perdido.

En sueños los oigo detrás de la puerta,
están hablando de una verdad incierta.
No te creerías que haya tanto silencio.
Salgo a buscarte, pero no te encuentro.

Mi sueño se escurrió entre las manos,
como si fuera arena, pero era mi hermano.
Queda un vacío por lo que se ha ido,
por lo perdido, por lo perdido.

Terminó la canción entre aplausos (aplausos sinceros y entusiastas) y pasó sin esfuerzo a la segunda. Había encontrado el ritmo y no dejaba traslucir ni rastro de nerviosismo. Sólo se veía el brillo habitual de los antebrazos perlados de sudor y el entrecejo fruncido en expresión concentrada, mientras cantaba las letras que había pasado meses e incluso años perfeccionando. El segundo tema terminó en un abrir y cerrar de ojos; después del tercero, y antes de que Vanessa pudiera reaccionar, todo el público estaba ovacionando a Zac, en estado de éxtasis, y pidiendo un bis. Zac parecía complacido y un poco indeciso (las instrucciones de tocar tres temas en menos de doce minutos habían sido inequívocas), pero alguien junto al escenario debió de darle luz verde, porque sonrió, hizo un gesto de asentimiento y se puso a cantar una de sus canciones más movidas. El público rugió de entusiasmo.


Cuando se levantó del taburete del piano y saludó con una modesta inclinación de la cabeza, la atmósfera de la sala había cambiado. Más que las aclamaciones, los aplausos y los silbidos de aprobación, lo que llamaba la atención era la sensación electrizante de haber sido testigos de un momento histórico. Vanessa estaba de pie, rodeada de admiradores de su marido, cuando Leo se le acercó. El representante saludó ásperamente a la chica de las gomas para el pelo por su nombre (Wendy), pero ella hizo un gesto de indiferencia y se marchó en seguida. Antes de que Vanessa pudiera procesar ese intercambio, Leo la cogió de un brazo quizá con demasiada fuerza, se inclinó y le acercó tanto la cara que por un segundo Vanessa creyó que iba a besarla.


Leo: Prepárate, Vanessa, prepárate para vivir una puta locura. Esta noche es sólo el principio. Será increíble.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanto, muy bueno le capi.
:)


Lu

Anónimo dijo...

Capi entretenido :D ese Leo me parece raro jajaja
Me encanta esta novela <3

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