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jueves, 24 de noviembre de 2022

Capítulo 7


Zac tenía que admitir que le parecía emocionante atravesar la ciudad. Los niños lo seguían. Los adultos lo saludaban. Le ofrecieron incontables galletas. La mayor satisfacción fue ver el sobrecogimiento del niño de los Hennessy, y también, la cara de absoluto asombro de su madre al abrirle la puerta a Santa Claus.

Zac emprendió con calma el camino de vuelta. Atravesó la plaza y siguió andando, soltando grandes carcajadas, y al llegar al baratillo se topó con Clara, que salía por la puerta de la tienda con una amiga. Al verlo, las dos se deshicieron en risitas.

Clara: Pero si es…

Con una sola mirada de Zac, Clara se quedó callada. Carraspeó y le tendió la mano.

Clara: ¿Cómo está, Santa Claus?

Zac: Estoy muy bien, Clara.

Marcie: No es Jake.

Se acercó a él para intentar reconocerlo por detrás de la barba blanca.
Zac, disfrutando de aquel momento, le guiñó un ojo.

Zac: Hola, Marcie.

La niña abrió unos ojos como platos.

Marcie: ¿Cómo sabe mi nombre? -le susurró a Clara-.

Clara contuvo otra risita tapándose la boca con la mano.

Clara: Santa Claus lo sabe todo, ¿a que sí, Santa?

Zac: Tengo mis fuentes.

Marcie: Pero si Santa Claus no existe -dijo, pese a que su sofisticación de adulta estaba empezando a debilitarse-.

Zac se inclinó y le aplastó suavemente la borla del gorro de lana.

Zac: En Quiet Valley sí -le dijo a la niña, y estuvo a punto de creérselo-.

Se dio cuenta de que Marcie dejaba de mirar detrás de la barba y aceptaba la magia. Entonces, pensó que no debía tentar a la suerte y continuó su camino hacia la tienda de muñecas. Entró al cuarto trasero y se quitó el disfraz de Santa Claus. Una vez vestido con su propia ropa, entró en la casa y se encontró a Vanessa acurrucada en una butaca, junto al árbol, con la mejilla apoyada en el brazo. Ella esperó hasta que él se acercó.

Ness: Algunas veces, por la noche, me siento aquí. Clara está dormida en su habitación, y la casa está silenciosa. Puedo pensar en las cosas pequeñas y en las cosas enormes, como hacía de niña. Las luces se mezclan, y el árbol huele muy bien. Puedo ir a cualquier parte, aquí sentada.

Él hizo que se levantara, se sentó en la butaca y después la sentó en su regazo.

Zac: Me acuerdo de que estuvimos así sentados una vez, en Navidad, en casa de tus padres. Tu padre refunfuñaba.

Vanessa se acurrucó contra él. Ya no había relleno, sólo el cuerpo largo y delgado que ella conocía tan bien.

Ness: Mi madre se lo llevó a la cocina para que nosotros dos pudiéramos estar un rato a solas. Sabía que tú no tenías árbol en casa.

Zac: Ni ninguna otra cosa.

Ness: No te he preguntado dónde vives ahora, Zac, si has encontrado un sitio en el que eres feliz.

Zac: Viajo mucho. Tengo una base en Nueva York.

Ness: ¿Una base?

Zac: Un apartamento.

Ness: No suena a hogar -murmuró -. ¿Pones árbol en la ventana en Navidad?

Zac: Lo he hecho alguna vez, cuando estaba allí.

Aquello le rompió el corazón a Vanessa, pero no dijo nada.

Ness: Mi madre siempre dijo que eras una estrella errante. Alguna gente nace así.

Zac: Tenía que demostrar cosas, Vanessa.

Ness: ¿A quién?

Zac: A mí mismo. Demonios, a ti.

Ness: Yo no necesitaba que me demostraras nada, Zac.

Zac: Tal vez ésa es una de las razones por las que tenía que hacerlo. Eras demasiado buena para mí.

Ness: Eso es una tontería. 

Quiso moverse, pero él no se lo permitió.

Zac: Sí lo eras, y todavía lo eres. -Ambos se quedaron mirando fijamente al árbol. Las luces brillaban con tanta magia como la que él siempre había querido darle-. Tal vez por eso me marché -continuó-. Tú eres todo lo bueno, Vanessa. Estar contigo saca lo mejor de mí. Y Dios sabe que no hay mucho.

Ness: Siempre fuiste muy duro contigo mismo. Eso no me gusta. -En aquella ocasión, sí se movió para colocarle las manos en los hombros y mirarlo directamente a los ojos-. Yo me enamoré de ti. Tenía motivos para ello. Eras bueno, pero fingías que no lo eras. Querías que la gente pensara que eras muy duro, y que buscabas problemas, porque así te sentías más seguro.

Él sonrió y le acarició la mejilla con un dedo.

Zac: Sí buscaba problemas.

Ness: Tal vez me gustara eso también. Tú no te conformabas con cualquier cosa, y no tenías miedo de preguntar.

Zac: Estuvieron a punto de echarme del colegio dos veces por preguntar.

Ness: Eras más listo que todos los demás. Ya lo has demostrado, si es que acaso era necesario.

Zac: Pasabas mucho tiempo defendiéndome, ¿verdad?

Ness: Creía en ti. Te quería.

Él le acarició la cara con un viejo gesto que a ella le derritió el corazón.

Zac: ¿Y ahora?

Vanessa tenía mucho que decir, y no demasiadas formas de decirlo.

Ness: ¿Recuerdas aquella noche de junio, después de mi Baile de Graduación? Nos fuimos en coche fuera del pueblo. Había luna llena, y el aire tenía el olor dulce del verano.

Zac: Tú llevabas un vestido que hacía que te brillaran los ojos como dos diamantes. Estabas tan guapa que me daba miedo acariciarte.

Ness: Así que te seduje.

Vanessa estaba tan orgullosa de sí misma que se echó a reír.

Zac: No, no es verdad.

Ness: Claro que sí. Tú nunca habrías hecho el amor conmigo -le dijo, y lo besó suavemente-. ¿Tengo que seducirte otra vez?

Zac: Vanessa…

Ness: Clara está cenando en casa de Marcie. Va a pasar la noche allí. Ven a la cama conmigo, Zac.

Su voz tranquila le acarició la piel. Zac sintió la caricia de su mano en la mejilla como si fuera de fuego. Sin embargo, junto al deseo que sentía por ella también había un amor que nunca envejecía.

Zac: Sabes que te deseo, Vanessa, pero ya no somos niños.

Ness: No, no somos niños. -Entonces giró la cara y le besó la palma de la mano-. Y yo te deseo a ti. Sin promesas ni preguntas. Ámame como hiciste aquella preciosa noche que pasamos juntos. Quiero atesorar algo para los próximos diez años.

Subieron las escaleras tomados de la mano. Zac se apartó de la cabeza el pensamiento de que ella había elegido a otro hombre, de que había vivido otra vida. Él también iba a pasar por alto aquellos diez años perdidos e iba a tomar lo que se le ofrecía.

En invierno anochecía temprano, y la luz era tenue. En silencio, ella encendió velas, para que la habitación tuviera un suave resplandor dorado y se crearan sombras. Cuando se volvió hacia él estaba sonriendo, con toda la seguridad y el conocimiento de una mujer. Sin decir nada, se acercó a él, alzó la cara y se lo ofreció todo.

Ella comenzó a desabotonarle la camisa con dedos firmes, y él hizo lo mismo, pero con las manos temblorosas. Ella, entre murmullos, esperó a sentir el roce de las manos de Zac contra la piel, y entonces dejó escapar un suspiro de puro placer. Se desnudaron el uno al otro, despacio, sin timidez, pero con el entendimiento de que todos los momentos serían atesorados para siempre.

Cuando él la vio, tan esbelta y tan preciosa e inexplicablemente inocente como la primera vez, sintió una oleada de necesidad, de deseo, de dudas. Sin embargo, ella se acercó a él y estrechó el cuerpo contra el suyo, y acabó con todos los titubeos. Era más fuerte que antes. Él lo sintió, no en sus músculos, sino en su espíritu. Tal vez hubiera cambiado, pero Zac sentía los mismos anhelos que cuando era un muchacho que estaba a punto de convertirse en un hombre. Y, tan descuidadamente como los adolescentes que fueron una vez, se dejaron caer sobre la cama.

No revivieron la experiencia. Fue algo tan fresco, tan emocionante como la primera vez. Sin embargo, se habían convertido en un hombre y una mujer, más exigentes, más hambrientos. Ella lo abrazó con fuerza, y lo acarició con una urgencia recién descubierta, con una turbulencia recién liberada. Había esperado tanto tiempo que no podía esperar más.

Sin embargo, él le tomó la mano y se la llevó a los labios. Después calmó su respiración agitada con un beso.

Zac: Casi no sabía lo que hacer contigo la primera vez -le dijo, mientras le acariciaba el cuello, suavemente, con la nariz, hasta que ella gimió de impaciencia. Entonces, Zac alzó la cabeza y sonrió-. Ahora sí lo sé.

Entonces, la llevó a lugares que ella nunca había visto, cada vez más y más alto, y después, repentinamente, la dejó caer a lo más profundo, donde el aire era espeso y oscuro. Atrapada en aquel torbellino, ella se aferró a él. Quería dar, pero él la dejó impotente. Con ternura, con delicadeza, él la acarició hasta que la hizo temblar. Zac se bebió sus suspiros con urgencia, con una exigencia despiadada, y después, pacientemente, la calmó. Las sensaciones se apoderaron de Vanessa, de tal modo, que no quedó lugar para pensar, ni para razonar, ni para recordar.

El éxtasis lo fue todo para los dos. El tiempo se detuvo y los atrapó. Él la abrazó con fuerza, y ambos se quedaron en silencio. Vanessa disfrutó de aquella unidad con los ojos cerrados. Lo quería, y durante unos instantes, no hubo nada más. Para él, tanto el éxtasis como aquella placidez estaban llenos de preguntas. Ella era tan cálida, y tan libre con sus emociones…

Zac sabía que lo quería. No necesitaba preguntas, nunca las había necesitado. Sin embargo, la lealtad, algo que él siempre había considerado una parte intrínseca de su relación, se había roto. ¿Cómo iba a poder descansar sin saber por qué?

Zac: Tengo que saber por qué hemos perdido diez años, Vanessa.

Ella no respondió, y él la miró. Vanessa tenía los ojos brillantes a la luz suave de las velas, pero no dejó caer las lágrimas.

Zac: Tengo que saberlo, ahora más que nunca.

Ness: Nada de preguntas, Zac. Hoy no.

Zac: He esperado mucho tiempo. Los dos hemos tenido que esperar.

Ella se sentó entonces, con un largo suspiro. Encogió las rodillas y las rodeó con sus brazos. El pelo le cayó como una cascada por la espalda y él no pudo resistir la tentación de agarrar un puñado. Una vez, ella había sido suya por completo. Nadie más la había acariciado como él. Zac sabía que tenía que aceptar su matrimonio, y que su hija era de otro hombre, pero antes necesitaba entender el motivo por el que Vanessa se había entregado a otra persona tan rápidamente, en cuanto él se había marchado.

Zac: Explícame algo, Vanessa. Cualquier cosa.

Ness: Nos queríamos, Zac, pero deseábamos cosas muy distintas -dijo, y se volvió a mirarlo-. Y todavía es así. Si me lo hubieras permitido, yo habría ido a cualquier parte contigo. Habría dejado mi casa y a mi familia, y no hubiera mirado atrás. Tú necesitabas irte solo.

Zac: No tenía nada que darte.

Ness: Pero no me diste elección.

Zac: ¿Y si te la diera ahora?

Vanessa cerró los ojos.

Ness: Ahora tengo una hija, y ella tiene un hogar. No puedo despojarla de eso. Lo que yo quiera no es lo primero. Ni lo que tú quieras tampoco. Antes, yo no pensaba que te irías de verdad. Ahora sé que vas a hacerlo. Vamos a disfrutar de lo que tenemos, vamos a regalarnos esta Navidad. Por favor.
Entonces lo besó, y terminó con todas sus preguntas.


1 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto me encanto!
Pero necesito ya saber la verdad y el porque


Sube pronto !!

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