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viernes, 18 de noviembre de 2022

Capítulo 4


El sol brillaba en mitad del cielo cuando Zac salió de casa de la viuda. Al otro lado de la calle había un muñeco de nieve que se estaba deshaciendo rápidamente. El pueblo estaba lleno de niños que acababan de salir del colegio. Él también sintió un arrebato de libertad. Mientras caminaba hacia el norte, vio a una niña que se separaba de un grupo de colegiales y se acercaba a él. Aunque iba envuelta en una bufanda y llevaba gorro, la reconoció. Era Clara.

Clara: Disculpe. ¿Usted vivía antes aquí?

Zac: Sí.

Clara: Me lo dijo mi madre. Y hoy, en el colegio, la profesora nos ha contado que usted se marchó muy lejos y se hizo famoso.

Él sonrió sin poder evitarlo.

Zac: Bueno, sí me fui.

Clara: Y que ganó un premio. Como cuando el hermano de Marcie ganó un trofeo en los bolos.

Él pensó en su Pulitzer y consiguió, a duras penas, reprimir una carcajada.

Zac: Algo así.

Para Clara, él era una persona normal, no alguien que había recorrido el mundo en busca de aventuras. La niña entornó los ojos.

Clara: ¿De verdad ha ido a todos los sitios que dice la gente?

Zac: Eso depende de lo que hayan dicho -respondió, y por un acuerdo tácito, ambos comenzaron a caminar-. He estado en algunos lugares.

Clara: ¿En Tokio? Es la capital de Japón. Lo hemos aprendido en el colegio.

Zac: Sí, en Tokio sí.

Clara: ¿Y ha comido pescado crudo?

Zac: De vez en cuando.

Clara: Eso es muy asqueroso -dijo, aunque parecía que le agradaba. Se inclinó y recogió un poco de nieve del suelo, sin perder el ritmo del paso-. ¿Y en Francia aplastan las uvas con los pies?

Zac: Yo no lo he visto con mis propios ojos, pero tengo entendido que sí.

Clara: No podría beber después de eso, seguro. ¿Ha montado alguna vez en camello?

Él la vio lanzar la bola de nieve contra el tronco de un árbol.

Zac: Pues sí.

Clara: ¿Y cómo es?

Zac: Incómodo.

Era una descripción que ella aceptó fácilmente, porque ya lo suponía.

Clara: La profesora nos ha leído una de sus historias. La de la tumba que encontraron en China. ¿Vio las estatuas?

Zac: Sí, las vi.

Clara: ¿Fue como en En busca del arca perdida?

Zac: ¿Como qué?

Clara: Ya sabe, la película de Indiana Jones.

Él se echó a reír.

Zac: Sí, supongo que se parecía un poco.

Clara: Escribe bien.

Zac: Gracias.

Ya habían llegado a casa de Clara, y estaban parados en la acera. Zac miró hacia arriba sorprendido. No se había dado cuenta de que avanzaban tanto, y lamentó no haber caminado un poco más despacio.

Clara: Tenemos que hacer una redacción sobre África -le dijo, y arrugó la nariz-. De cinco páginas. La señorita Jenkins quiere que se la entreguemos después de las vacaciones de Navidad.

Zac: ¿Y desde cuándo tienes esos deberes?

Clara: Desde hace un par de semanas.

Zac: Supongo que ya habrás empezado.

Clara: Bueno, más o menos -dijo, y sonrió-. Usted ha estado en África, ¿verdad?

Zac: Un par de veces.

Clara: Supongo que conoce todas las cosas sobre el clima y la cultura, y esas cosas.

Él le devolvió la sonrisa.

Zac: Sé bastante.

Clara: A lo mejor debería quedarse a cenar hoy en mi casa -dijo, y sin darle la oportunidad de responder, lo tomó de la mano y lo llevó hacia la tienda-.

Cuando entraron, Vanessa estaba metiendo una muñeca en una caja. Tenía el pelo recogido y llevaba un jersey amplio y unos pantalones vaqueros. Se estaba riendo de algo que le había dicho su clienta.

Ness: Lorna, ya sabes que esas cosas no se pueden elegir.

Lorna: Bah, patrañas -replicó, y se puso la mano sobre el enorme vientre con un suspiro-. Quería que el bebé naciera antes de Navidad.

Ness: Todavía quedan cuatro días.

Clara: ¡Hola, mamá!

Vanessa se dio la vuelta con una sonrisa para su hija. Al ver a Zac, el lazo rosa que tenía en la mano se le cayó al suelo.

Ness: Clara, no te has limpiado los pies en el felpudo -dijo, sin apartar los ojos de él-.

Lorna: ¡Zac! Zac Efron! -exclamó, y se acercó a él-. Soy Lorna. Lorna McBee.

Él miró a su antigua vecina a la cara.

Zac: Hola, Lorna. Enhorabuena -añadió, refiriéndose a su embarazo-.

Ella se echó a reír.

Lorna: Gracias, pero es el tercero.

Él recordó a la niña guapa, delgaducha y malhumorada de la casa de al lado.

Zac: ¿Tres? ¡Te has dado mucha prisa!

Lorna: Y Bill también. Te acuerdas de Bill Easterday, ¿no?

Zac: ¿Te casaste con Bill?

Zac recordó a aquel chico que andaba por el pueblo buscando líos. Algunas veces, él mismo le había ayudado a encontrarlos.

Lorna: Lo he reformado -dijo con una sonrisa, y Zac la creyó-. Ahora es el director del banco -le explicó, y se echó a reír al ver la expresión de asombro de Zac-. Pasa por casa algún día, en serio. Bueno, ahora tengo que marcharme. Tengo que esconder la caja de la muñeca en el armario antes de que la vea mi hija mayor. Gracias, Vanessa, es preciosa.

Ness: Espero que le guste.

Para mantenerse ocupada, Vanessa comenzó a enrollar el lazo que se le había caído. Entró una ráfaga de aire helado en la tienda, que cesó cuando Lorna salió y cerró la puerta.

Clara: ¿Era la muñeca novia? 

Ness: Sí.

Clara: Demasiado complicada. ¿Puedo ir a casa de Marcie?

Ness: ¿Y los deberes?

Clara: No tengo deberes, salvo el informe sobre África. Él va a ayudarme -dijo. Zac recibió su sonrisa con una ceja arqueada-. ¿A que sí?

Zac habría desafiado a cualquier hombre a cien kilómetros a la redonda a que se resistiera a aquella mirada.

Zac: Sí, por supuesto.

Ness: Clara, no puedes…

Clara: No pasa nada, porque le he invitado a cenar -declaró con una sonrisa. Estaba segura de que su madre iba a sentirse muy orgullosa por aquella muestra de buenos modales-. Ya no tengo colegio hasta dentro de diez días, así que puedo hacer la redacción después de cenar, ¿no?

Zac pensó que no estaría de más presionar un poco.

Zac: Una vez estuve en África dos meses. Es posible que a Clara le pongan un sobresaliente.

Ness: No le vendría mal -murmuró. Ellos la estaban mirando fijamente, y ella supo que su corazón les pertenecía a los dos-. Está bien. Voy a empezar a hacer la cena.

Clara ya estaba corriendo por el patio hacia la casa de al lado mientras Vanessa cerraba la puerta de la tienda y le daba la vuelta al letrero para que se leyera «Cerrado».

Ness: Siento que te haya molestado, Zac. Tiene la costumbre de freír a la gente a preguntas.

Zac: Me cae muy bien -dijo, y observó a Vanessa mientras ella intentaba meter torpemente la llave en la cerradura-.

Ness: Eso es muy amable por tu parte, pero no tienes que sentirte obligado a ayudarla con la redacción.

Zac: Ya he dicho que lo haría. Yo cumplo mi palabra, Vanessa -dijo, y acarició una de las horquillas de su pelo-. Más tarde o más temprano.

Ella tuvo que mirarlo en aquel momento. Era imposible no hacerlo.

Ness: Estás invitado a cenar, por supuesto -dijo mientras se abotonaba con nerviosismo el abrigo-. Iba a hacer pollo frito.

Zac: Te ayudo.

Ness: No, no es necesa…

Él la interrumpió agarrándole la mano.

Zac: Antes nunca te ponías nerviosa conmigo.

Ella, con esfuerzo, se controló.

Ness: No, es cierto -dijo. Y se recordó que Zac iba a marcharse dentro de pocos días, que saldría otra vez de su vida. Tal vez debiera aprovechar todo el tiempo que pudiera-. Está bien, puedes ayudarme.

Entonces, Zac la tomó del brazo mientras atravesaban el césped del jardín. Aunque sintió su resistencia inicial, le hizo caso omiso.

Zac: He ido a visitar a la viuda Marchant. He tomado galletas recién salidas del horno.

Vanessa se relajó mientras abría la puerta de la cocina.

Ness: Tiene todo lo que tú has escrito.

La cocina tenía el doble de tamaño que la de la viuda Marchant. Había dibujos colgados de la puerta de la nevera, y un par de zapatillas infantiles en un rincón. Por hábito, Vanessa encendió el fuego sobre el que estaba el hervidor antes de quitarse el abrigo, que colgó en una percha junto a la puerta. Después, se volvió a tomar el abrigo de Zac para hacer lo mismo. Él cerró las manos sobre las de ella.

Zac: No me dijiste que Drew te había dejado.

Vanessa sabía que él no iba a tardar mucho en enterarse, ni en preguntar.

Ness: No es algo en lo que piense a todas horas. ¿Café? -colgó el abrigo de Zac en la percha y se volvió-. 

Se lo encontró de frente, cerrándole el paso.

Zac: ¿Qué ocurrió, Vanessa?

Ness: Cometimos un error -respondió con calma, incluso con frialdad-. 

Era un tono de voz que él nunca le había conocido.

Zac: Pero tuvisteis a Clara.

Ness: Déjalo -respondió, y en sus ojos hubo un brillo de furia-. Déjalo, Zac, lo digo en serio. Clara es asunto mío. Mi matrimonio y mi divorcio son asunto mío. No esperarías llegar aquí y obtener todas las respuestas al instante.

Se quedaron uno frente al otro durante un momento, en silencio. Cuando el hervidor empezó a silbar, ella respiró de nuevo.

Ness: Si quieres ayudarme, puedes pelar unas patatas. Están en la despensa, ahí mismo.

Entonces, Vanessa se puso a trabajar sistemáticamente, y él la observó irritado, mientras ella ponía aceite en una sartén y enharinaba el pollo. Su temperamento no era desconocido para él. Zac había tenido que enfrentarse a él antes, algunas veces esquivándolo, otras veces chocando frontalmente. También sabía cómo calmar su mal humor. Comenzó a hablar, al principio casi para sí, sobre algunos de los lugares que había conocido. Cuando le contó que se había despertado con una serpiente enrollada a su lado mientras estaba acampado en Sudamérica, ella se echó a reír.

Zac: A mí no me pareció tan divertido en aquel momento. Salí pitando de la tienda, completamente desnudo. Mi fotógrafo me hizo un carrete de fotografías muy interesantes. Tuve que darle cincuenta mil para que me entregara los negativos.

Ness: Estoy segura de que valían más. No mencionabas nada de una serpiente en tus ciclos de San Salvador.

Zac: No -dijo, y con interés, bajó el cuchillo-. ¿Las leíste?

Ella fue poniendo el pollo en el aceite caliente.

Ness: Por supuesto. He leído todas tus historias.

Él se llevó las patatas al fregadero para lavarlas.

Zac: ¿Todas?

Vanessa sonrió al oír su tono de voz, pero siguió de espaldas a él.

Ness: Que no se te suba a la cabeza, Zac. Tu ego siempre fue tu mayor problema. Creo que el noventa por ciento de toda la gente de Quiet Valley ha leído todo lo que has escrito. Podría decirse que tenemos interés en que triunfes. Después de todo, nadie del pueblo ha cenado nunca en la Casa Blanca.

Zac: La sopa estaba aguada.

Ella se rió y puso un cazo con agua con las patatas al fuego.

Ness: Supongo que hay que aceptar lo bueno y lo malo. Vi tu fotografía, hace un par de años -dijo mientras se colocaba una de las horquillas del pelo-. Creo que te la hicieron en Nueva York, en un evento benéfico. Llevabas a una mujer medio desnuda del brazo.

Él se balanceó sobre los talones.

Zac: ¿De veras?

Ness: Bueno, en realidad no estaba medio desnuda. Creo que lo parecía porque tenía mucho más pelo que vestido. Rubia, muy rubia, si mal no recuerdo. Y digamos que… con mucho busto.

Zac: En mi trabajo se conoce a mucha gente interesante.

Ness: Es evidente -dijo, y le dio la vuelta al pollo en la sartén, con eficiencia. El aceite chisporroteó-. Estoy segura de que es muy estimulante.

Zac: No tan estimulante como esta conversación.

Ness: Si no puedes aguantar el calor, quítate de en medio -murmuró-.

Zac: Sí. Está oscureciendo. ¿No debería estar Clara ya en casa?

Ness: Está en la casa de al lado. Sabe que tiene que volver antes de las cinco y media.

De todos modos, él se acercó a la ventana y miró a la puerta de al lado. Vanessa observó su perfil. Era más fuerte y más duro que antes. ¿Cuánto quedaría del muchacho a quien ella había amado tan desesperadamente? Tal vez ninguno de los dos pudiera saberlo con seguridad.

Zac: He pensado mucho en ti, Vanessa. -Aunque estaba de espaldas, ella casi sintió sus palabras en la piel-. Pero, sobre todo, en esta época del año. Normalmente podía apartarte de la cabeza cuando tenía que trabajar y cumplir fechas límite, pero en Navidad no lo conseguía. Me acuerdo de todas las que pasamos juntos, y de cómo me llevabas por todas las tiendas. Esos pocos años contigo me compensaron por todas las veces que me levanté de niño y no encontré nada.

Ness: Tu padre no podía soportar las fiestas, Zac. No podía vivir sin tu madre.

Zac: Ahora lo entiendo mejor. Después de haberte perdido a ti -dijo, y se dio la vuelta. Ella no lo estaba mirando en aquel momento, sino que estaba atendiendo la comida que había al fuego-. Tú también has pasado muchas Navidades sola.

Ness: No. Tengo a Clara.

Él se acercó.

Zac: Pero no tienes a nadie con quien llenar los calcetines, ni con quien compartir el secreto de lo que hay debajo del árbol.

Ness: Me las arreglo. Tienes que alterar la vida para que se adapte a ti.

Zac: Sí -dijo, y le tomó la barbilla en la mano-. Estoy empezando a creerlo.

La puerta se abrió de golpe. Mojada, y con una sonrisa resplandeciente, Clara estaba goteando en el umbral.

Clara: Hemos hecho ángeles de nieve.

Vanessa arqueó una ceja.

Ness: Ya lo veo. Bueno, tienes quince minutos para quitarte la ropa húmeda y poner la mesa.

La niña se quitó el abrigo con esfuerzo.

Clara: ¿Puedo encender el árbol?

Ness: Adelante.

Clara: Vamos -dijo, y le tendió la mano a Zac-. Es el mejor de todo el pueblo.

Vanessa los vio alejarse juntos, llena de emociones.


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